El biombo del infierno
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Akutagawa da nombre a uno de los premios literarios más importantes de Japón, pero además es un autor irreductible al tiempo, cuya obra no solo se enseña en los colegios e institutos nipones como lectura obligatoria, sino que además no deja de interesar a lectores adultos.
Ryônosuke Akutagawa
Mientras el infame pintor Yoshihide realiza un biombo infernal, tienen lugar una serie de sucesos inexplicables. Este relato sigue uno de los principales estilos de Akutagawa: la actualización de cuentos antiguos para reflejar la psicología moderna. Akutagawa da nombre a uno de los premios literarios más importantes de Japón, pero además es un autor irreductible al tiempo, cuya obra no solo se enseña en los colegios e institutos nipones como lectura obligatoria, sino que además no deja de interesar a lectores adultos.
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El biombo del infierno - Ryônosuke Akutagawa
Ryūnosuke Akutagawa
El biombo
del Infierno
Ilustraciones de
Marta Gómez-Pintado
Traducción del japonés de
Rumi Satoe
019NOTA DE LA TRADUCTORA
El budismo es una religión que cree en la reencarnación como resultado directo de las acciones acumuladas en vida (karma). Con el propósito de enseñar el bien y el mal, pero sobre todo para infundir miedo y aumentar la fe, durante el periodo Heian (794-1185) en Japón se elaboraron pergaminos ilustrados y pinturas que representan escenas de los diferentes reinos de la escala móvil de la existencia y que integran la cosmovisión budista de los continuos renacimientos, cuyo nivel más bajo es el inframundo. Este reino infernal está dividido principalmente en ocho regiones heladas y ocho regiones ardientes. El biombo mencionado en este relato representa las ocho regiones del Infierno Ardiente donde los condenados son atormentados con una infinidad de torturas en medio de llamas feroces.
I
Quizás no haya existido otra persona como el señor de Horikawa, ni existirá en el futuro. Se rumoreaba que antes de que él naciera, la imagen de la deidad Daiitoku Myō-ō[1] se le había aparecido a su señora madre en sueños, una señal de que desde el inicio de su existencia ya estaba destinado a no ser un hombre corriente. Hiciera lo que hiciera, se ganaba la admiración de todos. Por ejemplo, la magnitud de su mansión, no sé si describirla como magnífica u ostentosa, en cualquier caso, era una muestra de la osadía característica y fuera de lo común del señor. Algunos cuestionan sus comportamientos comparándolos a los de los emperadores tiranos Qin Shi Huang[2] y Yang.[3] Pero quienes así lo critican están equivocados, porque, como dice un adagio, los mediocres no son capaces de entender a los grandes hombres. El señor de Horikawa nunca fue codicioso, nunca estuvo obsesionado por acaparar riqueza y poder. Manifestaba una gran benevolencia a la hora de tratar a las personas humildes como si quisiera compartir con todo el mundo los bienes que le había concedido la vida.
imagenY tal vez por su bondad, no lo afectó en absoluto el incidente ocurrido con los cien demonios que merodeaban por el cruce de las avenidas Nijō y Ōmiya.[4] Asimismo, ahuyentado por él, desapareció incluso el fantasma del antiguo gran ministro de la izquierda, Tōru,[5] que se aparecía por las noches en el afamado jardín, inspirado en el paisaje de Shiogama de la provincia de Mutsu, de su inmensa mansión de Kawara en la avenida Higashi Sanjō.[6] Estoy seguro de que él tuvo algo que ver en cómo se desarrollaron ambos hechos.
Con personalidad y poder tales, no era de extrañar que el señor de Horikawa gozara de tanta popularidad en aquella época entre los hombres y mujeres de todas las edades de la capital, quienes lo veneraban como a la reencarnación de un santo. Una vez, cuando regresaba a casa tras asistir a la contemplación de los ciruelos en flor, el buey de su carruaje se soltó y embistió a un anciano que pasaba por allí. Y este, a pesar de resultar herido, lejos de protestar, juntó las palmas y bendijo la suerte de haber sido alcanzado por el buey de tan distinguido señor. Y le acontecieron otros numerosos sucesos de este estilo a lo largo de su vida, sucesos dignos de ser recordados durante largo tiempo, si bien pudieran ser interpretados como un ostentoso desafío a la autoridad de su señor superior, su majestad el emperador. En ocasión de un gran banquete en la corte, el señor de Horikawa envió un espléndido obsequio de treinta caballos blancos, y otra vez ofrendó con devoción un sacrificio humano para la reparación del puente del río Nagara[7] en la persona de uno de sus jóvenes criados predilectos;[8] en otra ocasión se ofreció valientemente al experimento de un monje chino, que había aprendido el método de cirugía de Hua Tuo,[9] para que le extirpara una pústula del muslo. En fin, de referirme a todos los episodios protagonizados por el señor no terminaría nunca. Sin embargo, entre todos, ninguno es tan espantoso como aquel referente al Biombo del Infierno, que hoy es uno de los tesoros artísticos de esa ilustre familia. Incluso el señor de Horikawa, que por lo general se mostraba imperturbable, pareció profundamente afectado