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Veinticuatro gatos gateando en la gatera del tejar
Veinticuatro gatos gateando en la gatera del tejar
Veinticuatro gatos gateando en la gatera del tejar
Libro electrónico135 páginas2 horas

Veinticuatro gatos gateando en la gatera del tejar

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Es un libro de narraciones, cuentos, relatos, en donde siempre aparecen las figuras de esos graciosos felinos que tanto amamos. Y respondiendo al titulo; hay tambien veinticuatro cuentos; muchos de ellos guardan en cierta medida una carga humoristica interna, sin dejar de tener su sobreentendida ensenanza filosofica. El libro es una oferta valiosa, al que podemos ir en cualquier momento sin preambulo alguno; es para disfrutar en todos los instantes del dia y, claro, de la noche, porque es divertido y apasionante.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 dic 2021
ISBN9781662491696
Veinticuatro gatos gateando en la gatera del tejar

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    Veinticuatro gatos gateando en la gatera del tejar - Domingo Hernandez Varona

    cover.jpg

    Veinticuatro gatos gateando en la gatera del tejar

    Domingo Hernandez Varona

    Derechos de autor © 2021 Domingo Hernández Varona

    Todos los derechos reservados

    Primera Edición

    PAGE PUBLISHING, INC.

    Conneaut Lake, PA

    Primera publicación original de Page Publishing 2021

    ISBN 978-1-66249-167-2 (Versión Impresa)

    ISBN 978-1-66249-169-6 (Versión electrónica)

    Libro impreso en Los Estados Unidos de América

    Table of Contents

    Introducción de un Cuento

    Una cajetilla de cigarrillos vacía desjarretada de su pegamento

    El Giro

    Relato de una noche húmeda y fría

    El Gato que Salvó a J.P.

    A puertas abiertas

    El gato del invitado y la gata del presidente

    El gato de mi vecino

    La importancia de tener un gato en casa

    Una tarde de abril de 1975

    En el cinematógrafo o el sueño de Mr. Smith

    El sitio del gato

    El viejo y el gato gris

    El regreso de Juan García

    Un desconocido

    El mago

    El absoluto

    En el sitio

    ¿Tecnología o sueño?

    No, ya se fue de viaje

    Manuel de los Obstinos Amargos y su gato Bombay

    En el tren

    Tema para una Telenovela Inconclusa

    El tren a San Agustín

    Y contar que te cuento gato

    Introducción de un Cuento

    Y el hombre anduvo con su pierna derecha cercenada por toda la casa y, como andaba a pie, tuvo que ir dando saltos con la que tenía sana, a esperar porque le pusieran algún día una parecida a esta humana, que era su izquierda....

    —¡Que eso no es un cuento se lo digo yo...! —le interrumpió el otro que escuchaba con atención.

    Pero después de ver el encono en el semblante del otro y, de escuchar el inusitado maúllo de un gato en el balcón, al tiempo que echaba una ojeada hacia el sitio le dijo:

    —Pero bueno, siga usted hasta el final...

    —Entonces ¿de qué se trata? —le dijo el otro, observándolo con una mirada de fastidio, pero respiró profundo intentando equilibrarse internamente.

    —No se da cuenta usted, que debe seguir las reglas de la introducción, el nudo y el desenlace...

    —Pero es la introducción de un cuento... —le sugirió el aludido en su intento de salvar lo que había creado con tanto esfuerzo.

    —Pero bueno siga usted su llamado cuento... —le dijo el otro, aunque no muy interesado en escuchar el escrito, pues consideraba aquello que el autor le llamara cuento, como algo que no era un cuento—, siga usted para ver si encontramos algo en el contenido, porque no hallo nada en la forma.

    El oculto gato volvió a maullar desde el balcón, y metió un aruñazo en el cristal; el otro ya casi estaba arrepentido de haber escrito aquello que creía un cuento, porque estuvo hasta la madrugada elaborando su obra, para que ahora la hiciera pedazos este cretino de crítico frustrante, venido de la provincia para analizar las obras que irían al encuentro mayor; pero decidió seguir leyendo hasta el final su llamado cuento:

    ... y el hombre tan cansado se hallaba, que tuvo que reclinarse en el sillón de su cuarto pensando en el río y en el bosque, en la copa de los árboles; donde solía antes llegar gateando, arañándose los brazos, con la camisa y el pantalón embriagados de la resina verde oscuro de la corteza; pero aun así llegaba a las copas, y miraba desde allí al mundo de animales que se deslizaban por la hojarasca, depositada al azar entre un tronco y el otro del bosque....

    El otro lo ponía nervioso, porque mientras él leía, aquel cerraba los ojos al tiempo que iba moviendo la cabeza de izquierda a derecha en muestra de censura; pero él hizo acopio de toda su fuerza de voluntad, y continuó leyendo; ya no le quedaba otra alternativa que pensar que no escribió un cuento, lo suyo era una basura con el nombre de cuento; pero ¿qué coño? Él lo había escrito y, si él lo había escrito, debiera cuidarlo y defenderlo como propio, porque un cuento es un parto bien pujado y, acaso todo lo que sale de los partos no se quiere con la agonía y con la risa; pues este era su propio parto, y no el de este cretino crítico frustrante.

    —¿Y esa es la introducción para un cuento dice Usted...? —le espetó el otro abriendo los ojos, como si hubiera salido de un sopor o de una meditación muy profunda.

    Él detuvo la lectura, y miró a los ojos del otro; dos surcos le partían la frente, como si se lo hubieran hecho con un roturador de tierra; pero no comprendió mucho la pregunta y, entonces entre medio aturdido y molesto le respondió con otra pregunta:

    —¿Qué me decía usted? No lo entendí muy bien, disculpe...

    —–Le digo...

    Alzó un poco el tono de su voz el otro, creyendo que el otro era sordo, pero no, no era sordo, sino que estaba enfrascado en lo que él llamara cuento y el otro considerase que no lo era, fue en ese instante que el gato volvió a integrar su melopea ríspida desde el balcón, el otro que en ese instante hacía uso de su incisiva crítica, volvió a ponerse nervioso y, antes de seguir en su facundia, carraspeó e hizo un sonido de fastidio con la lengua...

    —¿Que si eso que Usted ha llamado cuento...? —y lo dijo con cierto tono despectivo, mientras miraba para el piso, en lugar de enfocarse directamente en los ojos de su interlocutor—, ¿es la introducción para un cuento?

    El otro con el papel donde se hallaba escrito de lo que él creía que era un cuento, suspendido ahora solamente en su mano derecha mientras fijaba con atención sus ojos en las palabras invisibles, pero sonoras que se desprendían de los labios del otro; cuando aquel hubo concluido, él decidió contestar tras echarse una sonrisa nerviosa, motivado por el disgusto que le revolvía por dentro.

    —¡Oh no...! Esto no es la introducción para un cuento, esto se llama Introducción de un Cuento... —y quedó esperando en vilo por la reacción inesperada del otro; quien no se hizo esperar.

    —¡Ah! Dice usted que Introducción de un Cuento se llama... eso es otra cosa, pero siga por favor, siga leyendo, a ver si logra el contenido, porque la forma todavía no me encaja como tiene que encajarme.

    Y al decir estas palabras hizo un gesto característico con su mano y el rostro, el cual para un inadvertido pudiera pasar como que no era una acción despectiva, sin embargo, sicológicamente sí lo era; el otro por su parte tomó aire profundo por la nariz, y expulsó una porción por la boca, de tal forma que le quedara el aire necesario en los pulmones para reiniciar con fuerza su lectura.

    —"... pero no ahora cuando la izquierda solo estaba como un símbolo inequívoco, de que era un hombre aún, un bípedo hombre, aunque en teoría, porque la izquierda fuese la única visión de los ajenos para identificarlo como tal; entonces desde el sillón miró las telarañas del techo que colgaban, palpó con agonía su derecha y, casi una lágrima se le sale de los ojos, no obstante, sonrió nerviosamente, al percatarse que su izquierda temblaba de cansancio por debajo del pantalón, y fue en ese momento en que se le escapó un suspiro triste, para decir: –¡Carajo, cuánta soledad...!".

    Levantó la vista del papel, y miró indagatorio al otro y a todos los presentes para decirles:

    —Ese es mi cuento, he concluido... ¿Qué les parece...?

    El otro lo miró extrañado y después de exhalar un suspiro de desagrado le dijo:

    —¿Terminó...? Pero no es un cuento, ya se lo había dicho anteriormente, se queda en la introducción ¿dónde está el nudo y el desenlace...?

    El otro lo mira molesto y le dice:

    —¿Qué quiere usted decirme...?

    De inmediato levanta con enfado la pierna derecha del pantalón hasta casi los muslos, y le espeta al otro indicándole las correas sujetas en un tramo más arriba de su rodilla.

    —Mire aquí, este es el nudo de mi cuento y, lo que le sigue hacia abajo es el desenlace ¡Carajo...! Mi verdadera se quedó haciendo el cuento en la batalla de Lubango.

    En ese instante el gato del balcón salió despavorido de su escondite detrás de los ventanales, de golpe un estrépito llenó el salón y, todos los que nos hallábamos presentes, sentimos un vuelco de nervios por dentro de la piel; fue entonces cuando el otro, quien no estaba convencido del cuento del otro, dio un salto en el sillón, y dijo casi saliéndosele las venas por fuera del pescuezo.

    —¡Carajo, maldita sea la hora en que parieron a este gato del demonio, Coño...!

    —Todos reímos al unísono, por la antítesis que guardaba por dentro el afamado crítico, a quien enviaran desde la provincia como presidente del jurado, para seleccionar las obras que irían al Encuentro Mayor; y todo gracias a un imprevisto y curioso gato literario.

    Una cajetilla de cigarrillos vacía desjarretada de su pegamento

    —¿Es Usted el hombre del radio?

    —Claro que soy el hombre del radio...

    —¿Y cómo se las arregla Usted para ser el hombre del radio?

    —Yo, muy normalmente, siendo el hombre del radio...

    —Pero... ¿Y no lo asedian a Usted?

    —¿Asediarme? ¿Por qué deberían asediarme señora?

    —Por ser Usted el hombre del radio... —le contestó la mujer con el asombro reflejado en el rostro.

    Al ver que el aludido tomaba el asunto de ser el hombre del radio como algo de poca importancia, pero más fue su asombro, cuando el desconocido le mandó de tajo la otra respuesta, al punto de quedarse boquiabierta y con los ojos exorbitados.

    —Eso no significa en absoluto ser el hombre del radio para ser asediado... —Y siguió caminando por la acera, mirando distraídamente a la gente que iba y venía por la avenida Constelación de las Amarguras.

    —¡Pero miren, miren, allá va el hombre del radio...! —dijo la mujer no conforme con la respuesta del susodicho hombre del radio, al tiempo que indicaba insistente con el dedo, al hombre que despreocupado cruzara la avenida Constelación de las Amarguras.

    Ahora caminaba por la acera contraria; la gente al instante fijó su vista en la figura del hombre, quien

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