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Las Vueltas que da la Vida: Zibia Gasparetto & Lucius
Las Vueltas que da la Vida: Zibia Gasparetto & Lucius
Las Vueltas que da la Vida: Zibia Gasparetto & Lucius
Libro electrónico127 páginas1 hora

Las Vueltas que da la Vida: Zibia Gasparetto & Lucius

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Pequeñas historias llenas de grandes y conmovedoras enseñanzas. A través de diferentes espíritus, como Marcos Vinícius e Hilário Silva, Zibia Gasparetto nos trae casos reales, haciéndonos reciclar valores, modificar ideas, aprender nuevas lecciones, avanzar, desarrollando así nuestro mundo interior.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 ene 2023
ISBN9798215939055
Las Vueltas que da la Vida: Zibia Gasparetto & Lucius

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    Las Vueltas que da la Vida - Zibia Gasparetto

    1.–

    Las Vueltas que

    da la Vida

    Mi amigo Ricardo Teixeira de Melo, hombre prudente y hábil, logró amasar una fortuna a costa de enormes esfuerzos.

    Durante mucho tiempo había trabajado duro, y la riqueza, coronando sus esfuerzos, lo había ayudado a establecerse con una industria manufacturera rentable.

    Sin embargo, a pesar de estar bien económicamente, Ricardo no cambió su forma de ser.

    Se había acostumbrado al ahorro y al control excesivo de los mil réis, sin darse cuenta que ya podía gozar de una mayor comodidad y tener menos preocupación para el mantenimiento de su familia.

    Y de tal manera que siempre estuvo atento a las horas de los empleados en la fábrica, calculando el costo de los minutos perdidos en retrasos comunes durante el trabajo. En casa, no permitía el más mínimo resbalón en el magro presupuesto, nunca brindando a los familiares consuelo y, en ocasiones, cosas más necesarias. Cuando su esposa, molesta, aludió a su ventajosa situación financiera, dijo:

    – ¡Tú que lo piensas! ¡Conozco los compromisos y las responsabilidades! No. No puedo gastar de ninguna manera.

    Y la mujer remendaba con tristeza la ropa de la familia tanto como pudo e hizo tremendos malabares para no salirse del escaso presupuesto del hogar.

    De esta forma, el patrimonio de Ricardo siempre se duplicó, sin que él cambiara el nivel de vida al que se había acostumbrado. Al contrario, con los años iba empeorando. No tomaba vacaciones para vigilar mejor el negocio, siempre era el primero en llegar y el último en irse. Por lo tanto, no tuvo tiempo para dedicarse a la comodidad familiar. Apenas se detenía en casa. Desarrolló una enorme actividad para ejercer control, sobre todo, y así, la neurastenia se hizo inevitable y con ella el desequilibrio orgánico.

    Pero la insistencia de la familia fue inútil.

    Ricardo no descansó.

    Una mañana lo llamaron apresuradamente. Se había producido un violento incendio en su fábrica. Nadie descubrió la causa del siniestro; sin embargo, toda la industria quedó destruida. Ante los ojos saltones y febriles de Ricardo quedaba un montón de ruinas humeantes. No se pudo salvar nada, ni una sola pieza. Y, como por medida económica Ricardo no había contratado el seguro contra incendios adecuado, estaba definitivamente en la indigencia.

    Debido al shock emocional, fue afectado por una grave enfermedad, manteniéndose en cama durante un tiempo. Cuando logró mejorar, su brazo derecho estaba inmovilizado e inútil. Al no poder reiniciar su vida por problemas psíquicos, además de su defecto físico, Ricardo, sin otros recursos para vivir, dependía de sus hijos, quienes vivían con un salario modesto. Sin embargo, acostumbrados a la idea que su padre gastaba poco, y porque nunca les dio dinero para las cosas más pequeñas, obligándolos a trabajar si necesitan algo, no se sentían en la obligación de ser generosos con él.

    Aun así, aunque los dos hijos eran solteros y vivían con sus padres, las cosas se arreglaron con rapidez, pero después que se casaron y dejaron la casa, para formar sus propios hogares, la situación se volvió terrible.

    Ricardo y su esposa recibían una pequeña asignación, que apenas alcanzaba para la modesta comida, y con su precario estado de salud, necesitaba medicinas cada vez más caras. Su cuerpo envejecido requería más ropa.

    Y si alguna vez, tragándose la indignación interior, se dirigía a sus hijos pidiendo un aumento en la magra pensión, invariablemente escucharía:

    – Por ahora es solo lo que puedo dar. Tengo una familia que mantener. ¡No conoces mis responsabilidades y compromisos!

    Cuando murió su compañera, ninguno de los dos le abrió las puertas de su casa. Alegando la necesidad de un tratamiento especializado y de una mejor atención médica, lo confinaron a un asilo de ancianos.

    Fue con amargura y tristeza que Ricardo regresara al plano espiritual, luego de un tiempo de disturbios. Trajo muchas quejas contra miembros de la familia, lo que dañó enormemente su equilibrio.

    Por eso fue visitado por un instructor cariñoso, ansioso por ayudarlo. Ante el cariño y la atención del que era objeto, Ricardo no contuvo el llanto, y con voz triste dijo:

    – ¡Oh! Mi amigo. ¡Qué bueno es encontrarse con almas generosas en el camino! Desafortunadamente no tuve tanta suerte. Dios me dio criaturas sin corazón para mi familia, que nunca se compadecieron de mi dolor.

    El amable mentor, colocando tranquilamente su mano sobre el brazo del paciente, preguntó:

    – Pero... ¿qué hiciste para remediar el mal?

    – ¿Qué podía hacer? ¿Viejo, cansado, solo y enfermo?

    – No mucho en este punto, de verdad. Mientras tanto, has tenido innumerables oportunidades, como padre, de fomentar el amor y la generosidad en el corazón de tus hijos. El niño es una tierna plantita que crece alrededor de la estaca que la sostiene. Si es firme y justa, crecerá perfecto, a su debida posición. Sin embargo, si está fuera de lugar, suelta e indiferente, la planta proliferará irregularmente, estará débil y marchita. Durante el inicio de sus vidas, tuviste la oportunidad de enseñar a los tuyos a ser generosos y buenos, pero perdiste la oportunidad, valorando solo la posesión efímera del dinero, que lamentablemente no te ofreció felicidad ni seguridad; no encontraste tiempo para los lazos duraderos de estima y comprensión.

    Ricardo, llamado a rendir cuentas, inclinó la cabeza, confundido. El mentor continuó:

    – Acepta las consecuencias de tus actos con serenidad y paciencia. Si no plantaste nada en esos corazones, si nada diste, ¿cómo querías exigirles o tener algún derecho sobre ellos? Valora la experiencia, y nunca está de más recordar las enseñanzas de Cristo cuando nos advirtió: No te fatigues por la posesión del oro, que la polilla come y la herrumbre consume, sino haz tesoros en el cielo y serás feliz.

    Y colocando su mano fraternalmente sobre sus hombros encorvados, terminó preguntando:

    – ¿Y quieres mayor riqueza y mayor tesoro que el amor de un padre envolviendo y penetrando el corazón de un hijo?

    Marcos Vinícius

    2.–

    La Diferencia

    La puerta se cerró de golpe. Marianita golpeó con el pie, llorando. Ella quería la muñeca grande, ¡la quería!

    La preocupada madre intentó en vano explicarle por qué no podía cumplir su deseo.

    Sin embargo, la niña ignoró cualquier razonamiento.

    Su madre era de condición modesta, nunca pudo concederle dicho pedido. Se las había arreglado para comprarle el vestido más simple y alegre, y una muñeca pequeña pero elegante. Sin embargo, la niña no estaba contenta con el regalo maternal.

    Veía a la chica rica en la esquina, rodeada de lujos y regalos caros, suntuosas muñecas. No entendía por qué ella no podía tener lo mismo. Pensó que su madre no quería dárselo.

    – ¡Hija mía! ¡Entiende que tenemos suficiente! ¡No necesitamos más para nuestra felicidad! Jesús se entristecerá si eres vanidosa y la envidia cubre tu corazón.

    – ¡A Jesús no le gusto! – Dijo ella llorando –. ¿Por qué da todo a los demás y a mí solo esto? ¿No dices que es justo y bondadoso?

    – Sí. Jesús nos ha enseñado que Dios es un buen padre para todos y nos ha colocado a cada uno en el lugar donde necesita estar para aprender a vivir felices. No nos dio dinero porque somos muy vanidosos y el dinero nos haría daño. Entiende, hija, ¡es por nuestro bien! Seamos felices y agradezcamos al Señor por lo poco que tenemos.

    La niña se quedó en silencio, pensativa, pero aun tenía la rebelión en su rostro. Cogió a la modesta muñeca, que la miró con ojos inocentes, con evidente disgusto.

    Fue entonces cuando sonó el timbre. ¿Era su padre con un regalo? Corrió para abrir, su rostro repentinamente animado.

    Se detuvo, sorprendida. Una pobre mujer, con

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