Destino
Por Felipe Cruz
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¿Qué harías si un conocido le hace daño a tu hermana menor?
Te diré lo que Parmenio Ballén hizo:
Cambió su destino tranquilo y seguro por uno peligroso y sin futuro.
Medio año después trabajaba con la persona más poderosa del país, manejaba grandes cantidades de dinero y poseía el brío suficiente para ir trás del hombre que no solo le arrebató la vida a su pequeña hermana, sino que le robó el amor de su amada.
Esto no paró ahí, porque una cosa llevó a la otra hasta que...
Mejor descubre la acción y aventura de este joven de pueblo y déjate atrapar en esta historia real y colombiana.
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Destino - Felipe Cruz
Capítulo 1
Al principio
En lo más alejado del noroeste de Cundinamarca, en un pueblo pequeño y olvidado, vivía un hombre campesino llamado José María Ballén. El pueblo era conocido con el nombre de Nimaima; en honor a los aguerridos y bravos nativos de la familia los panches
: tribu indígena que habitó por miles de años las tierras del centro colombiano. Para esa época Nimaima era un poblacho de mil ochocientos o mil novecientos habitantes, adormecido y sembrado de naranjos, yuca y caña de azúcar.
Los pobladores tenían la idea de que las grandes ciudades eran antros de perdición y mundos raros y tenebrosos donde se corrompía a los vecinos que partían de la comarca en busca de nuevas oportunidades. Sabían que existía la tecnología, los avances científicos, el arte y la cultura, la educación y las grandes empresas, pero no les despertaba mayor interés que el que pudiera animarle los asuntos de la agricultura.
Ponían toda su alma en la crianza de gallinas, cerdos y vacas; lo mismo que en la producción de maíz, panela y algunas frutas cítricas. La mayoría de los niños no asistían a estudiar, y los pocos que pisaban las aulas salían en desparpajo antes de culminar las lecciones. Los libros utilizados en la vieja escuela del pueblo habían pasado ya por las manos de muchas generaciones; en esos aprendieron a leer los abuelos, los padres de ellos y a su vez los de ellos, pero seguían sirviendo en la plenitud de 1988.
El único que parecía haber avanzado en Nimaima era el cura Miguel, el senil pastor claretiano, quien para ese entonces poseía una camioneta roja, de cuatro puertas y de trasmisión automática. Utilizaba calzado italiano y prendas eclesiásticas vaporosas; muy lejanas con la teología caduca que impartía en la pequeña iglesia del pueblo.
José María Ballén, a sus cincuenta años, gozaba de una similar posición económica que cuando llegó al caserío tres décadas atrás. Labrando la tierra y trabajando como jornalero ganaba su sustento; por más empeño que le ponía y con muchos sudores, no alcanzaba a dar un hogar más digno a su numerosa familia. Y ese era tema que lo acongojaba, pues por mucho trabajo que realizaba y otros quehaceres propios de la región, no llegaba a ser un hombre acaudalado y pudiente como algunos vecinos.
Aunque seguía albergando muchas ambiciones de fortuna sabía que cada nuevo año le robaba esas esperanzas, y con el tiempo fue perdiendo la fe de amasarla mediante el trabajo de sus manos y, al final, se convirtió en un hombre tacaño y malicioso. Le quedaba un par de oportunidades en la vida; solo esas y nada más: encontrar maridos ricos para sus tres hijas o un trabajo estable y bien pagado para su hijo mayor. Así pues, contemplaba con satisfacción cómo crecían sus retoños y se preocupaba del poco amor que Parmenio, el único varón de sus herederos mostraba por el estudio. Pues sin un título era muy difícil acceder a un cargo del estado; ahí era donde se ganaba buen dinero sin trabajar mucho.
A mediados del mes de julio, como era la costumbre, se preparó la celebración de la fiesta patronal: el día de la virgen del Carmen. Y así fueron llegando los interesados y feligreses que abundaban por doquier. Para esa fecha regresaban de la ciudad los que se habían marchado; la mayoría alardeaba de las joyas y carros que para entonces poseían; muchos de ellos aún pagaban las cuotas de créditos bancarios, pero el hecho de mostrar sus autos engallados por las polvorientas calles del pueblo les hacía olvidar las penurias de los pagos.
Entre los que regresaron a Nimaima ese año se podía distinguir a un joven atlético, alto y apuesto; de espesa barba y peinado engominado. Había marchado a la ciudad dos años atrás dejando los estudios a mitad de camino y esperanzado en un horizonte mejor. Era Danilo Garzón, el hijo menor de la profesora Teresita; una longeva docente que se negaba a dejar el oficio sin más razones que matar el tiempo: pues era viuda y olvidada de sus hijos.
Pero Danilo no regresó solo. Con él llegaron dos hombres forasteros que jamás los vecinos habían visto. Y fue tema de conversación durante un largo tiempo; los dos vestían de traje negro y sombrero con pluma: parecían llaneros. Sin embargo, no era su forma de vestir lo que llamaba la atención de los poblanos; era más por la cantidad de joyas que lucían y los fajos de billetes que sacaban de sus bolsillos a la hora de pagar alguna cuenta.
Los zapatos italianos y el carro del cura Miguel se vieron opacados por las botas de charro y las camionetas grises y de vidrios oscuros que llevaron los amigos de Danilo. Nadie en el pueblo quería perderse la oportunidad de saludar o ver de cerca al par de señores de sociedad
. Los más distinguidos terratenientes de la región se acercaban al hijo de la profesora y descubrían la cabeza saludándole con honor; eran los mismos que lo criticaban unos años atrás por la vagancia exagerada con la que llevaba su vida. Parecía que el apuesto Danilo había triunfado en corto tiempo y eso era digno de alabar, y los terratenientes poderosos aprovechaban aquel saludo para ser presentados a los señores de mundo.
Por otra parte, Parmenio Ballén se divertía en enamorar a cuanta muchachita se prestaba a sus insinuaciones, les hablaba de lo buen estudiante que era y del pronto florecimiento de una empresa que tenía en mente. Pero lo hacía más por llamar la atención y así contraponerse a los elogios que se levantaban alrededor de los recién llegados.
Para nadie era un secreto de que entre Danilo y Parmenio existía una rivalidad latente. Tres años atrás se habían enfrentado a mano limpia
por el amor de una adolescente, dejando como único ganador al hijo de la profesora; que, por cierto, embarazó a la jovencita antes de emprender el viaje a la capital. Pero ese era un tema olvidado para muchos, no así para Ernestina Calle, la mamá de la susodicha.
Pues como toda madre soltera añoraba un futuro mejor para su hija, pero esa esperanza se vio trucada por el hombre que sin complejos regresó al pueblo mostrando con soberbia su nuevo poderío. Y de lejos lo contemplaba buscando el momento apropiado para hacerle el reclamo y ajustar cuentas en nombre de su desventurada niña. Parmenio también aguardaba para ver la reacción de su rival; sabía que Ernestina estaba llena de odio y le caería con toda la fuerza a Danilo, en el fondo de su alma esperaba la ocasión para participar en el acto y así buscar la venganza sin exponerse.
Por la tarde, en las calles del pueblo se departía en grupos, sin dejar de hablar de los recién llegados y de lo vigorosos que se veían. La música ranchera brotaba de los altoparlantes de los carros y el licor iba y venía sin restricciones. El cura Miguel se había cambiado los hábitos de oficiar y andaba en camiseta y con pantalones anchos de dril, de los mismos que usaba para montar en los caballos los domingos en la tarde. Saludó a Danilo y pidió que lo relacionara con los dos hombres; ellos no vieron inconveniente y después de unos minutos forjaron tal confianza con el cura que hasta bebían aguardiente sin usar las copas.
José María Ballén también aprovechó para saludarlos. Acomodado por el reverendo se presentó a los dos hombres y dejó en claro con Danilo de que los problemas del pasado no podían ser parte del futuro. Hicieron corrillo, sentados en las cajas de cervezas y los temas de dinero empezaron a surgir.
Mario Torres y Clodomiro Peña eran los forasteros. Después de unas cuantas botellas los vecinos ya sabían que Danilo y ellos eran compañeros de trabajo;