El malestar social en la transmodernidad: Estructura y acción social en la sociedad de la incertidumbre
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El malestar social en la transmodernidad - Mauricio Guzmán Bracho
Malestar social
La naturaleza del malestar es contenido tácito del pensamiento social. La finalidad es comprender por qué el ser humano no logra el bienestar anhelado y las acciones formuladas ante ello. La premisa es la ambivalencia psíquica y social del hombre. Con estos dos planos analíticos se elaboran construcciones arquetípicas para entender la respuesta humana ante un estado de malestar.
La modernidad ubica al hombre en el centro de la incertidumbre. El universo se precipita: los referentes ontológicos se desvanecen (Marx y Engels, 1948), la velocidad del cambio impide al individuo delinear una orientación (Mills, 1961) y el hombre intenta controlar un mundo desbocado (Giddens, 2002).
El entendimiento racional del mundo es una fórmula para afrontar el desasosiego: pensarnos como individuos desde nuestra ubicación histórica. El parámetro analítico es el conjunto de valores de cohesión social: bienestar cuando no se percibe amenaza a esa tabla de valores, crisis si se percibe cierta amenaza y pánico cuando la amenaza es total. Si no hay parámetro social sobreviene la indiferencia y, en el extremo, la apatía (Mills, 1961). Hay un punto intermedio: el malestar como ausencia de parámetro, pero con sensación de amenaza: "El nuestro es un tiempo de malestar e indiferencia […] En lugar de inquietudes –definidas en relación con valores y amenazas–, hay con frecuencia la calamidad de un malestar vago; en vez de problemas explícitos, muchas veces hay sólo un desalentado sentimiento de que nada marcha bien" (Mills, 1961: 28).
El lenguaje es pensamiento que busca testimoniar una realidad, porque lo que ignoramos es lo innombrado
(Paz, 1994a: 58). Wright Mills intenta definir un sentimiento social imperante en la segunda mitad del siglo
XX
. Es la formulación de un pensamiento con la intención de nombrar y aprehender el mundo.
¿Qué es el malestar social? El objetivo de este apartado es nombrar, con base en un análisis comparativo de las principales reflexiones teóricas del término malestar, para concluir con una propuesta conceptual de malestar social como herramienta analítica que permita abordar en los capítulos siguientes las condiciones estructurales, los sujetos sociales y las acciones sociales de la transmodernidad.
El mundo psíquico: antagonismo pulsional
Vida y Muerte es dualidad instintual:¹ tensión entre el impulso a conservar lo vivo y el impulso a disolverlo. La agresividad es condición natural del ser humano que dificulta las relaciones sociales y obliga a la cultura a imponer limitaciones instintuales (Freud, 2010: 111 y 122; Braunstein, 2005: 191 y ss.).
El yo es una entidad psíquica múltiple regida por el principio del placer. El hombre aspira a la felicidad por la doble vía de obtener placer y evitar el dolor. Este mandato es contrariado por la fragilidad corpórea, la fuerza de la naturaleza y las deficientes relaciones sociales; la inevitabilidad de las primeras y la incomprensión de las últimas derivan en la imposibilidad de realización del principio del placer.
La ininteligibilidad del desatino institucional de procurar bienestar introduce la sospecha psicoanalítica sobre otros factores naturales explicativos: la constitución psíquica. El freudismo establece como primer elemento analítico el marco conceptual de cultura: "la suma de producciones e instituciones que distancian nuestra vida de la de nuestros antecesores animales y que sirven a dos fines: proteger al hombre contra la naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí" (Freud, 2010: 88).
Un rasgo característico de la cultura son las relaciones sociales de los individuos con sus semejantes: tensión permanente entre la libertad individual y los criterios coactivos de la justicia; pretensión de un equilibrio adecuado entre las exigencias individuales y las exigencias colectivas. La cultura se erige sobre los límites impuestos a las pretensiones instintuales: frustración cultural como insatisfacción de las tendencias sexuales y agresivas (Freud, 2010: 94 y 106). La cultura tiene el propósito de agregar en una unidad crecientemente compleja, denominada sociedad, a individuos aislados. Para combatir cualquier amenaza, en particular la agresividad de los individuos, la cultura detona un proceso utilizado previamente por la estructura psíquica:
La agresión es introyectada […] es dirigida contra el propio yo, incorporándose a una parte de éste, que en calidad de super-yo se opone a la parte restante, asumiendo la función de conciencia [moral], despliega frente al yo la misma dura agresividad que el yo, de buen grado, habría satisfecho en individuos extraños. La tensión creada entre el severo super-yo y el yo subordinado al mismo la calificamos de sentimiento de culpabilidad; se manifiesta bajo la forma de necesidad de castigo (Freud, 2010: 124).
El sentimiento de culpabilidad se origina por miedo a la autoridad externa; este miedo deriva en la renuncia a satisfacer los instintos, mientras que el miedo a la autoridad interna conlleva el castigo. El sentimiento de culpabilidad se configura de manera dialéctica: la conciencia moral es causa de la renuncia a la satisfacción de los instintos y, de manera circular, la renuncia alimenta la conciencia moral. También muestra el conflicto entre los instintos de Vida y Muerte y es más complejo cuando el individuo debe vivir en sociedad porque significa la agregación progresiva del sentimiento.
Si la cultura es la vía ineludible que lleva de la familia a la humanidad, entonces, a consecuencia del innato conflicto de ambivalencia, a causa de la eterna querella entre la tendencia de amor y la de muerte, la cultura está ligada indisolublemente con una exaltación del sentimiento de culpabilidad, que quizá llegue a alcanzar un grado difícilmente soportable para el individuo (Freud, 2010: 135).
El sentimiento de culpabilidad es el eje de la explicación: al aumentar por el desarrollo cultural disminuye la felicidad. Este sentimiento de culpabilidad permanece por lo general de manera inconsciente y se expresa como malestar (Freud, 2010: 136-138).
Después de disponer el basamento analítico-descriptivo del comportamiento psíquico individual, Freud establece un paralelismo entre la inclusión del individuo en la masa humana y la conformación de un colectivo con base en individuos. Ambos procesos conllevan el antagonismo entre la búsqueda de felicidad y la contención implícita en toda empresa cultural. En el primer caso priman las tendencias egoístas, mientras que en el segundo son preponderantes los impulsos altruistas. Estas tendencias están inmersas en cada individuo, pero, más aún, son tendencias de dos procesos evolutivos contradictorios: individuo y sociedad. El individualismo tiende a la disgregación y la cultura tiende a la agregación. La idea psicoanalítica tiene enorme importancia porque sanciona la incompatibilidad de propósitos entre el individuo y la comunidad: antagonismo irreconciliable: "Tal como fatalmente deben combatirse en cada individuo las dos tendencias antagónicas ‒la de la felicidad individual y la de unión humana‒, así también han de enfrentarse por fuerza, disputándose el terreno, ambos procesos evolutivos; el del individuo y el de la cultura" (Freud, 2010: 145).
El último paso lógico del psicoanálisis es el paralelismo entre el superyó y el superyó cultural. Este último tiene parámetros y normas de comportamiento resultantes de la evolución cultural: relaciones éticas para una convivencia exenta de agresión. La exigencia cultural tiende a sobrepasar los límites: infelicidad, neurosis o rebelión son salidas posibles. El centro reflexivo es la capacidad de la cultura para contener la agresión del instinto de muerte. La tensión esencial radica en la orientación que impone la autoridad a la acción de los individuos orientada por la libido. Una acción inadecuada produce un sentimiento de culpabilidad por el miedo a dicha potestad. La cultura equivale a represión: limitar las disposiciones agresivas de los individuos para posibilitar el amalgamiento de los lazos libidinales. El malestar es, así, un componente intrínseco de la cultura moderna.
En el plano estrictamente individual subyace una contradicción irresoluble entre una aspiración egoísta a la felicidad y una aspiración altruista a pertenecer a una comunidad. En el proceso cultural la tendencia altruista se impone a la egoísta, originando el malestar del hombre en la cultura.² Sigmund Freud enfoca también su análisis a las relaciones entre el individuo y la sociedad o, en términos freudianos, a la relación entre la vida pulsional de rango individual y las exigencias culturales de rango colectivo. El malestar tiene entonces una doble connotación: refiere un nivel individual psíquico y un nivel colectivo social. Dispone que los preceptos culturales, que tienen como finalidad conformar una comunidad de individuos, coaccionen las pulsiones e instintos destructivos de las personas.
El malestar de los hombres deviene porque, al haber cada día más cultura, se despliegan mayores restricciones a la acción de los hombres y, por tanto, aumenta el sentimiento de culpabilidad. El malestar es la imposibilidad de cumplir plenamente con el mandato de felicidad originado en el principio del placer porque existen las limitantes de la naturaleza, de nuestra condición humana y de la convivencia social.
Sigmund Freud expone esta perspectiva psicoanalítica en El malestar en la cultura (1930) a partir de dos presupuestos: una distinción inicial entre el orden del Yo y el orden de la comunidad; y la premisa de que la aspiración del ser humano a la felicidad transita por el placer alcanzado y el dolor conjurado. La actividad humana se desenvuelve entre estos dos fines, aunque en sentido estricto la felicidad sólo se aplica al primero, que es la fuente de dicha aspiración vital de construcción propia (Cerdeira y Díaz, 1988: 137 y 138). Además, al indagar sobre las posibles vías para obtener la felicidad,³ concluye que ninguna permite satisfacer plenamente tales aspiraciones, porque dependemos de múltiples factores: desde la constitución psíquica hasta factores externos (Freud, 2010: 30).
El principio de placer cede ante el principio de realidad: el hombre renuncia a la felicidad frente a las limitantes. Las amenazas de sufrimiento atemperan los anhelos de felicidad: el hombre recurre al aislamiento voluntario, al sometimiento tecno-científico del mundo para bienestar colectivo, y a la intervención del organismo.⁴
El pensamiento freudiano en torno al malestar se inscribe en una vertiente iusnaturalista, liberal y pesimista. Los derechos del hombre son constitutivos del ser y antecedente de cualquier formación social⁵ y, en paralelo, el hombre tiende hacia
lo malo, a la agresión, a la destrucción y con ello también a la crueldad
⁶ (Freud, 2010: 120 y 121; Braunstein, 2005). La premisa hobbesiana de la condición natural del ser humano deriva en una condición cultural coactiva y paradójica: es necesaria para la sobrevivencia del hombre, pero imposibilita la felicidad. El pesimismo freudiano se ubica en un entorno histórico desalentador.⁷
La interpretación común del enfoque psicoanalítico es que Freud descarta la armonía y postula un conflicto irresoluble entre las exigencias pulsionales y las restricciones culturales (Orozco y Pavón, 2008). Sin embargo, el autor vienés no alude como causa directa a un antagonismo psíquico entre Vida y Muerte, sino a un "conflicto en la economía de la libido. Las restricciones culturales a la felicidad no impiden rondar sus contornos desde el plano individual: la felicidad es algo
profundamente subjetivo (Freud, 2010: 87)
cuya realización parece posible (Freud, 2010: 81). Y así como el individuo puede ser capaz de establecer un reparto de la libido entre el yo y los objetos, también puede establecer un
equilibrio definitivo entre las tendencias antagónicas del individuo y la sociedad (Freud, 2010: 145).
Las salidas que halle el sujeto para moderar este sufrimiento dependen de las maniobras que consiga hacer con sus pulsiones, a las que debe renunciar en mayor o menor medida (represión, sublimación, delirio)" (Vucínovich et al., 2011: 506 y 507).
La perspectiva psicoanalítica, en conclusión, explica las coordenadas del mundo psíquico: la naturaleza humana es dominada por pulsiones que determinan la estructura psíquica y la conducta individual. Las relaciones sociales responden a la pulsión de vida con el fin de contener la agresividad innata humana y se abordan como complemento del mundo individual. Un agregado de complejidad para ser discernido y decidido en el mundo subjetivo personal: economía libidinal.
La explicación freudiana respecto al malestar no apela a cuestiones históricas. La respuesta es la contingencia psíquica de la tensión entre pulsión de muerte y pulsión de vida, y su devenir en la figura del superyó. La propuesta es una interpretación de lo social con base en conceptos clínicos donde, adicionalmente, se considera el orden del yo como antecede del orden social. El mandato de felicidad como fin principal del ser humano se enfrenta a una corriente encontrada entre una aspiración egoísta a la felicidad y una pertenencia altruista a la comunidad. El malestar del hombre se explica porque el desarrollo cultural despliega una creciente actividad censora: severa conciencia moral que dificulta el equilibrio de las aspiraciones individuo-sociedad.
El sujeto en la sociedad del conocimiento del siglo
XX
se transforma (véanse apartados Yo subjetivo, Yo multifrénico y Yo estratégico) y no corresponde más al perfil del sujeto freudiano sometido a una moral moderadora de su goce.
La teoría crítica de la sociedad de la Escuela de Frankfurt tiene como preceptos dos juicios: la vida debe ser digna de vivirse y el mejoramiento social es una posibilidad. Sin embargo, en la sociedad industrial avanzada el desarrollo tecnológico constriñe este canon al mecanizar y deserotizar la vida humana:
Obligada en la lucha por extender el campo de gratificación erótico, la libido se hace menos polimorfa
, menos capaz de un erotismo que vaya más allá de la sexualidad localizada, y la última se intensifica.
Así, disminuyendo lo erótico e intensificando la energía sexual, la realidad tecnológica limita el campo de la sublimación. También reduce la necesidad de sublimación (Marcuse, 1971: 103 y 104).
El desarrollo tecnológico conlleva una paradoja: el dominio del hombre sobre la naturaleza retorna en un dominio sobre el hombre mismo. El malestar freudiano inicia con la agresión introyectada, pero el malestar de la Escuela de Frankfurt abandona la psique al considerar elementos de la teoría psicoanalítica y otorgarles una dimensión histórica: el malestar deriva de una razón instrumental que, si bien se origina en el hombre, regresa sobre el sujeto convirtiéndolo en objeto.
la tecnología se ha convertido en el gran vehículo de la reificación: la reificación en su forma más madura y efectiva. La posición social del individuo y su relación con los demás parece estar determinada no sólo por cualidades y leyes objetivas, sino que estas cualidades y leyes parecen perder su carácter misterioso e incontrolable; aparecen como manifestaciones calculables de la racionalidad (científica). El mundo tiende a convertirse en la materia de la administración total, que absorbe incluso a los administradores. La tela de araña de la dominación ha llegado a ser la tela de araña de la razón misma, y esta sociedad está fatalmente enredada en ella (Marcuse, 1971: 196).
El malestar se explica, entonces, como una relación externa: la racionalidad del mundo impone su estatuto al individuo. Pese a ofrecer una visión disímil a la propuesta de Freud, la teoría crítica establece una línea de encuentro fundamental con el psicoanálisis, cuando afirma que: "el descubrimiento fundamental de Freud de que el problema del paciente está enraizado en una enfermedad general que no puede curarse mediante la terapia analítica. Cuando, en cierto sentido, según Freud, la enfermedad del paciente es una reacción de protesta contra el mundo enfermo en el que vive" (Marcuse, 1971: 211).
El psicoanálisis lacaniano, por su parte, intenta articular las visiones psicoanalítica y de la teoría crítica al contextualizar y precisar algunos conceptos freudianos décadas después. Para la teoría lacaniana el sujeto está determinado por un orden anterior y exterior: articulación de significantes. Es la relación con el Otro lo que determina al sujeto: teoría del estadio del espejo como captura de una imagen externa referencial. El yo se constituye, así, en un reconocimiento a partir de la mirada del Otro. El yo es constituido por un Otro semejante y significativo: identificación de uno mismo a través del lazo social.
El malestar es un fenómeno psíquico. Para Freud el superyó es una instancia de renuncia; para Lacan es el empuje al goce. Para Freud el malestar es reflejo del antagonismo entre las pulsiones de vida y de muerte: una cultura abocada a la cohesión social de los individuos y una condición innata del hombre a la desintegración. Más allá de las diferencias teóricas específicas entre Freud y Lacan respecto a la conformación del superyó–en particular, la diferenciación entre el ideal del Yo y el Yo ideal–, la distinción central lacaniana es la definición del superyó como imperativo de goce: el sujeto es incapaz de responder a este imperativo porque el principio de placer limita el goce mismo. No se registra un sentimiento de culpa por la transgresión a la norma del superyó, sino que es una culpa derivada de la insatisfacción del yo de los mandatos del superyó. El superyó de Freud es renuncia y el superyó de Lacan es goce. En ambos casos, el superyó busca satisfacerse a través del yo y crea tensión (Daza y Sanín, 2009).
El arco epocal de más de tres décadas cambia la esencia del superyó. El imperativo del superyó freudiano es culpabilidad, mientras que el imperativo del superyó lacaniano es disfrute: uno contiene y otro empuja. El sujeto lacaniano atiende el imperativo de goce inherente al cuerpo como espacio único de refugio del discurso científico y capitalista (Vucínovich et al., 2011: 510).
El sistema simbólico de la cultura, dice Lacan, suscita el malestar. El sistema utiliza la vida como fuerza de trabajo, en vez de que el sujeto la goce desde lo pulsional y corporal. La pulsión vital no gozada por el sujeto se transforma en fuerza de trabajo a disposición del sistema simbólico de la cultura y, por tanto, en una falta de goce del sujeto: malestar en la cultura. El malestar del sujeto es insatisfacción del goce: experiencia del sistema simbólico de una cultura. Malestar del sujeto porque hace el trabajo del sistema y, por tanto, se ve impedido del disfrute de la vida: todo impedimento alienta el deseo y desata el ciclo impedimento-deseo insatisfecho-malestar. Este malestar muestra la actividad de un sistema simbólico destructivo (capitalismo avanzado): el ciclo incrementa incesantemente el malestar, porque demanda límites crecientes al goce; es decir, el imperativo del goce y su estrecho margen de expresión en la sociedad actual.
Esta reflexión en torno a Freud y Lacan constata la pluralidad de visiones sobre la subjetividad del individuo. Para abordar el malestar en la época moderna el psicoanálisis reivindica la centralidad del mundo subjetivo del individuo, la dualidad Vida-Muerte y la tensión entre las aspiraciones personales y colectivas, el sentimiento de culpabilidad como causa de la renuncia a la satisfacción de los deseos pulsionales, y el imperativo de goce por la insatisfacción del yo de los mandatos del superyó. Freud y Lacan exponen dos modalidades del superyó cultural: el superyó freudiano es a principios de siglo
XX
renuncia que se transforma en un goce autista al concluir el siglo.⁸ El superyó transita de una ética de comportamiento hacia un disfrute sin ética.
En esta línea de abordaje desde la subjetividad, Sebastián García dispone una variante a partir de la teoría fenomenológica, con el concepto de mirada: mutua apercepción del yo y el Otro. La construcción de la subjetividad es un proceso de identificación donde confluyen el conocimiento de uno mismo y el conocimiento del Otro: equilibrio entre un yo sentido
, donde sólo tiene presencia uno mismo, y un yo ficticio
, donde el ser es decidido por la vista del Otro. En el primer extremo hay un sufrimiento por un solipsismo negador de la veta social y en el segundo extremo hay una alienación ciega ante la veta individual: juego de espejos de la mutua representación subjetiva inevitablemente destinado a producir sufrimiento
(Sebastián, 2012: 26-27). El mundo psíquico mantiene sus rasgos esenciales: antagonismo pulsional cuyo corolario es una tensión individuo-sociedad.
El aporte central en estas interpretaciones del malestar es constatar la relevancia del mundo subjetivo para entender el malestar de las personas. El mundo psíquico no es sólo renuncia o insatisfacción arraigadas en el sentimiento de culpabilidad: es antagonismo pulsional demandante de economía libidinal de los individuos.
El mundo social: tensión individuo-sociedad
A semejanza de la indagatoria psicoanalítica, Emile Durkheim plantea en 1897 una concepción dual del ser humano: el hombre dúplex. La condición humana tiene un yo socialmente derivado (orientación racional) y un yo biológicamente basado (orientación instintual). Esta dualidad representa la relación permanente entre una sociedad que impone límites y la condición individual donde prevalecen las pasiones. El antagonismo transita por el mundo social y el mundo subjetivo.
El malestar de las personas, nos dice Durkheim, es porque sus necesidades no pueden ser satisfechas con sus medios
. Esta insatisfacción es diferente a lo largo de la jerarquía social, pero tiene en común la naturaleza humana
que es incapaz de fijar límites a las necesidades crecientes. El autor cuestiona: ¿cómo fijar la cantidad de bienestar, de confort, de lujo que puede legítimamente perseguir un ser humano?
; la respuesta es que: ni en la constitución orgánica, ni en la constitución psicológica del hombre se encuentra nada que marque un límite a semejantes inclinaciones
(Durkheim, 2003: 265-267).
Su idea es que para romper el ciclo infinito de insatisfacción-cumplimiento de deseos-insatisfacción, donde las satisfacciones no hacen más que estimular las necesidades en vez de calmarlas
, es necesario moderar las pasiones individuales mediante la sociedad, que es la única fuerza moral que está por encima del individuo y cuya superioridad éste acepta
(Durkheim, 2003: 267-268). Cuando no existe un factor moderador de la pasión individual, se constatan tres formas de comportamiento, ejemplificadas en otros tantos tipos puros de suicidios como una forma de expresión del malestar: el comportamiento egoísta, como respuesta a una falta de sentido de la vida; el altruista, que considera que el sentido se encuentra más allá de la vida, y el anómico, como consecuencia de una profunda alteración de la existencia. Este ejemplo del suicidio tiene importancia por dos motivos: en primer lugar, expresa el abordaje sociológico de un fenómeno antes abordado sólo desde una posición individual. La decisión del suicidio es, sin duda, un proceso subjetivo personal; sin embargo, las condiciones individuales no explican el fenómeno, mientras que las causas sociológicas
sí permiten determinar tendencias colectivas
. En segundo lugar, esboza una acción social (suicidio) como consecuencia de la interrelación entre elementos de una estructura social y decisiones individuales. La respuesta social transita por un amplio abanico de actitudes personales, donde se expresan tipos puros y mixtos de suicidios: desde el egoísta, en el que prima el yo individual por la distensión de los lazos sociales, al altruista, donde el vínculo social pondera la personalidad humana y deriva en la obligación ética de no subordinación, y al anómico, como consecuencia de la alteración de la existencia por la ausencia de regulación social de las pasiones (Durkheim, 2003: 239, 325, 326 y 280).
La anomia es el núcleo de la perspectiva sociológica de Emile Durkheim. Afirma que la sociedad tiene básicamente las funciones de integrar y regular, y cuando es incapaz de ordenar a los individuos se produce una situación social anómica, es decir, un estado social de ausencia de normas. Establece -dos parámetros para determinar si una conducta humana es normal o anómica: coherencia con otras sociedades en una etapa similar de desarrollo y coherencia con otras instituciones adecuadas a la etapa de desarrollo de la sociedad dada
(Durkheim, 1998: 79-95).⁹
El debilitamiento de las normas tiene como consecuencia una pérdida de referentes estables para contener las pasiones de los individuos, de los límites y diferencias entre lo justo y lo injusto, entre lo legítimo y lo ilegítimo. La ausencia de parámetros genera frustración y malestar, porque los logros son efímeros en el tiempo ante la exigencia de nuevas experiencias que otorguen mayor placer. Nada deslinda la codicia:
La realidad parece no tener valor comparada con el precio de aquello que adivinan como posible las imaginaciones enfebrecidas; se pierde el apego a ella, pero para perdérselo a continuación a lo posible cuando, a su vez, se haya convertido en realidad. Se tiene sed de lo nuevo, de placeres ignorados, de sensaciones innominadas, pero que pierden todo sabor en cuanto son conocidas. En cuanto se presenta el menor revés, se encuentran sin fuerza para soportarlo (Durkheim, 2003: 277).
Esta reflexión se adentra en los terrenos de los deseos individuales: lo nuevo como impronta existencial. Sin embargo, tiene su correlato en términos de valores sociales: la expectativa de una vida mejor es ahora desencanto sin rumbo:¹⁰
Pero el hombre que siempre lo ha esperado todo del porvenir, que ha vivido con la mirada puesta en el futuro, no encuentra nada en su pasado que le reconforte de las amarguras del presente; ya que el pasado no ha consistido para él más que en una serie de etapas atravesadas con impaciencia. No podía verse como era porque contaba siempre con encontrar más adelante la felicidad que no había conocido hasta entonces. Pero de pronto se encuentra detenido en el camino; ahora ya no hay nada ni detrás ni delante de él donde pueda posar su mirada. El cansancio, por lo demás, basta por sí solo para producir el desencanto, pues es difícil no darse cuenta a la larga de la inutilidad de una búsqueda sin finalidad alguna (Durkheim, 2003: 277 y 278).
La discordancia entre necesidades y medios, sin embargo, también considera los aspectos subjetivos individuales. Durkheim refiere la persistencia del malestar a pesar de la existencia de sociedades con mayor riqueza y bienestar social como consecuencia del desarrollo tecnológico y económico: "El malestar que experimentamos no proviene por tanto de que las causas objetivas del sufrimiento hayan aumentado en número o en intensidad; pone de manifiesto, no ya una miseria económica, sino una alarmante miseria moral" (Durkheim, 2003: 429 y