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Diálogos sobre la paz: Interdisciplina y estudios de paz en un mundo globalizado
Diálogos sobre la paz: Interdisciplina y estudios de paz en un mundo globalizado
Diálogos sobre la paz: Interdisciplina y estudios de paz en un mundo globalizado
Libro electrónico269 páginas3 horas

Diálogos sobre la paz: Interdisciplina y estudios de paz en un mundo globalizado

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El Doctorado en Humanidades con especialidad en Patrimonio y Cultura para la Paz, albergado en la Unidad Académica de Estudios de las Humanidades de la Universidad Autónoma de Zacatecas "Francisco García Salinas", nace en un contexto de transformación de los modelos educativos, donde, de los esquemas de educación tradicional se transita a campos problématicos del conocimiento. Dado que en el presente es apremiante una toma de conciencia y de intervención frente a la desquiciante ruptura del tejido social; el entorno educativo se ha planteado con urgencia intervenir desde los distintos ámbitos del conocimiento para movilizar las áreas de incidencia tanto en las esferas públicas como en las privadas para trasmutar a una sociedad más justa, equitativa y pacífica. Esta primera muestra de trabajo colectivo entre alumnos y profesores de dicho programa, expuesto desde distintas vertientes trans, inter e intradisciplinares, analiza el fenómeno de la paz tratando de hacer llegar sus reflexiones a múltiples públicos y entidades sociales con el afán de visibilizar el hecho de que frente a la degradación y la descomposición social existen luchas reales y denodadas para transformar el sentido común y el imaginario social. Los profesores que conforman el colectivo de este programa, proveniente de las áreas de: arte, arqueología, derecho, economía, filosofía, historia, lingüística, psicología y pedagogía, nos proponemos conjuntar las herramientas gnoseológicas para abordar el contexto que nos rodea desde el enfoque desde, por y para la paz. El programa, que arrancó en agosto de 2019 ha acogido una veintena de alumnos de distintas formaciones para engarzar con su visión la posibilidad de resolver problemas que se desplazan transversalmente en la cotidianidad de una ciudadanía urgente de soluciones. Sabemos que estos esfuerzos enlazados con otros que encabezan organismos autónomos y privados del estado de Nuevo León y el estado de México, convierten a la Universidad Autónoma de Zacatecas en punta de lanza para esta tarea impostergable. Sin duda este diálogo apenas comienza y se convierte en un bastión de largo aliento al que por ahora habrá de darse un seguimiento a partir de la academia, pero que tarde o temprano llegará hasta los ámbitos laborales y de los servicios públicos de las distintas esferas del gobierno.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 feb 2024
ISBN9786078918836
Diálogos sobre la paz: Interdisciplina y estudios de paz en un mundo globalizado

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    Diálogos sobre la paz - Laura Gemma Flores

    Primera parte

    Arqueología y arquitectura

    ¿Es posible una cultura de paz en arqueología?

    Leonardo Santoyo Alonso ¹

    Rodrigo Antonio Esqueda López ²

    Las verdades no se aprenden, se descubren

    Jiménez Deredia

    Introducción

    En los últimos años hemos visto la aparición de un concepto que se ha popularizado en toda una posición frente a la vida, la sociedad, la academia, el quehacer científico y cultural: el concepto de paz, acompañado de todo un universo conceptual que es la cultura. Las actuales condiciones sociales de México y el mundo han impregnado una necesidad de vivir sin los elementos que generan violencia, discriminación o segregación.

    En la más tradicional de las visiones, la paz se refiere a la ausencia de guerra, pero en la actualidad se reconoce que hablar de paz va mucho más allá de la simple ausencia o presencia de guerra o violencia. Construir la paz parece una tarea alejada de lo cotidiano que depende de organismos estatales y no de todos los seres humanos. Esta es una labor responsabilidad de todos, de las personas a nuestro alrededor con sus construcciones culturales y el devenir histórico. En principio es posible comprender que la búsqueda de la paz sea algo intrínseco en los humanos, pero siempre en estrecho vínculo con la violencia, de hecho, una no puede estar sin la otra.

    Es un asunto generalizado pensar que la violencia forma parte de la naturaleza humana, pero resulta una apreciación incorrecta y para algunos, como Irene Comins, es hasta cierto punto peligrosa (Comins 2008, 61). El estudio de la violencia se ha convertido en uno de los ejes fundamentales para abordar los estudios de paz, curiosamente ese enfoque parece partir al revés. Los estudios para la paz son caracterizados por contener enfoques inter y transdisciplinares, pero que en la mayor parte de los casos justifican o abordan primero desde la guerra o de los fenómenos de violencia para después tratar de ubicar los mecanismos para la paz.

    Desde las perspectivas antropológicas esa visión parece no variar mucho, en realidad, existe todo un corpus teórico-metodológico muy complejo que se inclina por el entendimiento de la violencia como un factor casi intrínseco del comportamiento humano y que es expuesto desde casi todas las perspectivas de la antropología. En este sentido parto de la idea que las ciencias antropológicas, en particular la arqueología, son una vía para comprender cómo podemos construir para una cultura de paz.

    Son varios los motivos por los que hago esta aproximación desde una ciencia que tal vez, por las características de su objeto de estudio pudieran no aportar mucho, en apariencia, a una realidad más cercana en el tiempo y el espacio. Por el contrario, la arqueología tiene mucho que decir en los estudios de paz de lo que podemos apreciar de manera evidente.

    Como concepto y modo de acción la paz tiene puntos diferenciados para cada ser humano, sociedad, nación o continente. Por esto es difícil comprender por qué cada sociedad actúa de manera determinada ante situaciones que, desde las más constantes situaciones, deberían ser resueltas de forma pacífica o por la vía de concertación. También se puede apreciar, la influencia categórica que tienen los elementos coyunturales, las ideologías y los intereses geoestratégicos para ordenar las acciones de los Estados hacia prácticas antagonistas alejadas de la paz. Nuestra cultura occidentalizada no nos permite, por ejemplo, entender las razones que marcan la problemática en el Medio Oriente impidiendo que se logre la estabilidad y la resolución pacífica de los conflictos. Dada esta heterogeneidad y complejidad fue necesario, en el escenario mundial, crear un concepto que aglutinara la idea ineludible de resolver los conflictos y construir la paz.

    La cultura de paz es un concepto que se ha erigido, desde lo escenarios internacionales, por la necesidad de las naciones de establecer un orden que conlleve a la convivencia pacífica de los países, entre sí y/o de los ciudadanos con respecto a los demás. Por lo general se plantea que es a través de la cultura que se pueden modificar los patrones de violencia estructural. Aquí valdría la pena recordar el punto 5 de la resolución A/53/243, de 1999, del programa de Acción sobre una Cultura de Paz, de la

    UNESCO

    :

    Promover la participación democrática. Entre los cimientos imprescindibles para la consecución y el mantenimiento de la paz y la seguridad figuran principios, prácticas y participación democráticos en todos los sectores de la sociedad, un gobierno y una administración transparentes y responsables, la lucha contra el terrorismo, el crimen organizado, la corrupción, el tráfico ilícito de drogas y el blanqueo de dinero.

    Es posible pensar entonces en la aplicación de una cultura de paz para transformar realidades, potencialmente violentas desde el ámbito estructural y a constituirse en el elemento esencial de la paz en sentido positivo.

    una cultura de paz es una clase del conjunto de culturas posibles, con ciertas características diferenciales que permiten distinguirla de formas culturales tendientes al conflicto, a la promoción de éste fuera de sí, o bien que asumen formas abiertamente conflictivas (Galtung, citado en Calderón 2009, 65).

    No es difícil comprender el énfasis del desarrollo de una cultura de paz, ya que desde los años ochenta del siglo

    XX

    se utiliza formalmente el concepto. Surge a partir de las cruentas guerras ocurridas en Perú durante esa década (Giesecke 1999, 303), aunque en realidad los intentos por desarrollar una cultura de paz provienen después de la Segunda Guerra Mundial, principalmente a partir de 1950.

    Con estos presupuestos podemos plantearnos ¿cuál es el papel que juega la antropología, pero particularmente la arqueología en la conformación de una cultura de paz? ¿Es posible que una disciplina tan especializada en comprender a las sociedades del pasado pueda insertarse en una línea tan amplia como los estudios de cultura para la paz? Estas son las preguntas que se intentan responder en el presente trabajo.

    La arqueología mexicana. Del Estado-Nación al siglo XXI

    Hay un común denominador que define a la Arqueología como la ciencia que se encarga del estudio de las sociedades humanas desaparecidas por medio de sus restos materiales, producto de dichas sociedades. La forma en que esos restos se interpretan o entienden tiene que ver con la visión de lo cotidiano, que se encuentra condicionada al presente social de la investigación. Esto resulta válido en algunos casos para la arqueología mundial, pero de manera particular a la arqueología mexicana.

    Para un buen número de investigadores la arqueología es una disciplina científica, no propiamente una ciencia, aunque en el manejo conceptual e incluso en el nivel teórico se le suele encajar como ciencia. Ya desde los años setenta, el arqueólogo Manuel Gándara, afirmaba que la arqueología mexicana se encontraba en un franco retraso paradigmático en relación, por ejemplo, con la antropología y que hablar de teoría era visto con malos ojos (Gándara 1992, 21).

    En la actualidad pocos siguen siendo los intentos por salvar los obstáculos entre la teoría y la praxis arqueológica, a pesar de la aparición de algunos estudios críticos más recientes que el ya mencionado de Gándara (Vázquez 2003). Se han mezclado una gran variedad de enfoques o posiciones teóricas, como la ecología cultural, el marxismo, la arqueología simbólica, las teorías de la complejidad entre muchas más. Esta condición permea claramente en los estudios arqueológicos del Norte de México, donde por lo general y de manera adecuada parece que todo encaja en las relaciones entre cultura y ambiente.

    Por otra parte, es importante señalar que además de las ausencias teóricas, existe la situación no resuelta y poco discutida de la construcción del dato arqueológico. El proceso de excavación arqueológica y de cómo se recupera la información ha sido, también, detectada desde tiempo atrás, ya que como lo ha manifestado el propio Gándara, las normas de calidad del proceso de excavación arqueológica que se imparten en clases y que fuera de los ámbitos de la práctica en campo, difícilmente mantenía su calidad. Para el propio Gándara era un hecho reconocido que los cánones en las excavaciones no cubren los requisitos y son de baja calidad, problema que era discutido, pero no publicado, en medios poco académicos, además de que el excavador acusado pocas veces estaba presente, esto en sentido coloquial, significa las pláticas informales de pasillo (Gándara 1996, 21-23).

    Regresando al desarrollo de la disciplina podemos apuntar que en buena medida la arqueología tiene una amplia presencia desde el surgimiento del Estado-nación durante el siglo

    XIX

    , ya que como un fenómeno generalizado la construcción de una identidad se ve acelerada por el reacomdo geopolítico del momento. El Estado-nación representa la estructura social y económica edificada por la clase capitalista moderna cuyo andamiaje es un mercado interno, espacio para su acumulación de capital y explotación de la fuerza de trabajo (Mármora 1977, 11).

    Los movimientos sociales originados por el desarrollo capitalista encontraron un nicho natural para su crecimiento en las grandes movilizaciones de las masas trabajadoras de diferentes extracciones urbanas o rurales. Lo que seguía era proporcionarle una identidad común a ese movimiento. Las clases reprimidas ahora podían sentirse identificadas con el estado burgués que les explotaba, por medio de una idealización del pasado que parecía proceder de un lugar común a todos. El triunfo de la ideología se debió a los modelos de educación masiva y el impacto de los medios de comunicación encargados de transmitir el mensaje de una identidad nacional.

    Es precisamente en este contexto que la tarea de la arqueología es aportar los elementos para que las naciones o identidad imaginada se conceptualice en algo que tiene un devenir histórico, es decir, que la idea de nación no es algo nuevo o recién inventado, el sistema capitalista destruye las viejas nociones de identidad o de pertenencia prevalecientes en el feudalismo, creando al individuo o ciudadano, en contraposición de los gremios o comunidad (Horac 2009, 13).

    Entonces es posible contemplar que los discursos arqueológico e histórico sirvieron para apuntalar las bases del Estado-nación, aunque debe resaltarse que, al mismo tiempo, el carácter legitimador le permitió ocultar o negar otras formas de identidad, por ejemplo, el reconocimiento de las comunidades indígenas vivas, a las que, sin la menor contemplación, se les ha dado un carácter de marginales y que en el discurso oficial aparecen aisladas de esa identidad nacional.

    A partir del siglo

    XIX

    , el uso de los conceptos de identidad y nacionalismo por los gobiernos y grupos dominantes integra en general a las ciencias sociales como la arqueología, la historia e incluso a la propia antropología para ejercer su liderazgo y así desempeñar el control. Es el momento en que los viajeros extranjeros y, en menor medida los propios, inician el camino del descubrimiento de los territorios con la finalidad de recuperar esos elementos constitutivos de la nación.

    Durante el siglo

    XIX

    y buena parte del

    XX

    los regímenes políticos usaron el patrimonio para recomponer los aspectos del nacionalismo, exaltando los valores de la cultura popular, buscando en las tradiciones populares la idea de la continuidad del pasado remoto, para los arqueólogos, la tarea consistía en recuperar los restos materiales que dieran fe de aquel pasado magnífico de las culturas nacionales. Ahora sí, todos los sectores de la sociedad podían compartir los valores de un nacionalismo sustentado por el patrimonio.

    En México este modelo funcionó exitosamente hasta que el proyecto modernizador fracasó y se integró el concepto de mestizaje, idea muy acorde con la necesidad de integrar a las grandes culturas mesoamericanas por medio de la escultura, pintura y arquitectura. Cristina Bueno (2010, 216-218) atinadamente identifica que es hacia fines del siglo

    XIX

    que este factor se asienta y define en buena medida las diferencias de la cultura material de los grupos prehispánicos de México:

    Si bien el gobierno porfirista reconoció a los grupos indígenas dominantes que poseyeron vestigios en el sentido de su alta cultura (arquitectura, pirámides, templos y centros ceremoniales), ignoró a los otros indios, a la gente no sedentaria que deambuló por el norte mexicano. Con esa presión, los intelectuales hicieron énfasis sólo en los estudios de los grupos toltecas, mixtecos, mayas y principalmente aztecas, ya que estos, en el discurso oficial, glorificaron a la nación.

    Como en todo proyecto de nación, era indispensable dar un espacio a los fenómenos que la sustentaban. A partir de 1821, cuando se consuma la Independencia de nuestro país, se inician los proyectos cartográficos necesarios para la apropiación y regulación del espacio, pero no sería sino hasta finales de la década de los años cincuenta del siglo

    XIX

    , cuando la representación cartográfica de la nación mexicana se regularía por las pérdidas y despojos de territorio.

    La fuerza de las representaciones cartográficas exaltaba el origen de la grandeza basada en un mítico pasado remoto, donde solo lo azteca y de forma marginal otros sitios de carácter monumental se convertían en las imágenes de la continuidad nacional. Al respecto de las representaciones de origen prehispánico en la cartografía nacional, esta aparece en lo que es el marco de la Carta General de la República Mexicana, de 1858, de Antonio García Cubas, en la que los diferentes cartuchos que forman el marco del mapa contienen dibujos de sitios arqueológicos monumentales del área maya (Palenque), de Veracruz (Papantla-Tajín- Pirámide de los Nichos) y la ruta de los grupos nahuas, desde algún punto del norte mexicano, y su llegada al Anáhuac, que claramente refuerzan la mitología fundacional basada en un discurso centralista y en su profundidad histórica (Figura 1).

    La arqueología desde aquella época y hasta la primera mitad del siglo

    XX

    ha sido monopolizada por el discurso oficial o institucional, si lo queremos precisar así, ya que una buena parte de los arqueólogos que trabajaron o trabajan en México, de alguna manera, se encaminaron o los encaminaron en esa arqueología que despectivamente llamamos tradicional, que para el caso sería el quehacer de la arqueología mexicana, donde no está de más mencionar, se insertan las vacas sagradas de la profesión (Vázquez 2003, 59-61).

    Actualmente la arqueología mexicana intenta responder a una era de transformaciones mundiales, donde los modelos que soportaban al Estado-nación ya no representan el modelo para comprender las dinámicas del pasado. El impacto de la globalización definió nuevas rutas en el quehacer arqueológico que ya no solo deben de tratarse de la protección de los monumentos como tales, sino de comprender sus dinámicas y representación del paisaje. Es indispensable que los arqueólogos tomen un papel más participativo en la gestión para la preservación del patrimonio, campo en el cual de forma directa o indirecta se ha movido. Tomar decisiones en cuanto a que debe preservarse y que no, debido a que es sabido que es imposible rescatar y conservar todos los vestigios arqueológicos del país. Resulta trascendental discutir que se entiende por arqueología de salvamento y rescate, ya que en la actualidad no empatan con los criterios de la investigación.

    Cabría preguntarse aquí, en qué medida el éxito o fracaso del proyecto de Estado-nación basado en los sustentos arqueológicos fueron transmitidos frente al avance de manifestaciones, como el festejo del equinoccio de primavera, que tiene más repercusión que el natalicio de Benito Juárez. En contraste, se reafirman identidades colectivas marcadas por una conciencia de los pueblos originarios que va más allá de las fronteras de México, y donde las artesanías son los elementos de una identidad o memoria individual, como lo llamaría García Canclini (1990, 81-82).

    Las políticas educativas actuales en el ámbito arqueológico se encaminan al desarrollo de las nuevas tecnologías, el desarrollo de las técnicas geofísicas aplicadas en arqueología que, no está de más mencionarlo, han cambiado la forma en que se realizan tareas fundamentales del quehacer arqueológico, como la prospección y la excavación misma, ya que en buena medida evitan las técnicas destructivas que van implícitas en un procedimiento de excavación.

    La creación de grandes proyectos encaminados a comprender las complejas relaciones entre asentamientos, sus jerarquías, patrones y correspondencias sociales se ha puesto de manifiesto en la zona nuclear mesoamericana, y no solo a nivel de la institución predominante en el estudio del México prehispánico, sino desde los institutos de investigación de las universidades públicas, entre los que se cuentan el proyecto de cobertura total de San Lorenzo o Teotihuacán, que pueden ser claros referentes de lo que puede emprenderse desde las universidades.

    Sirva este breve repaso de los fundamentos de la arqueología mexicana para entender cuál es la razón para tratar de vincularla con la construcción de una cultura de paz. Hemos visto que el discurso base se localiza en un momento histórico y geográfico bien delimitado: Mesoamérica. En buena medida prevalece la importancia del Templo Mayor de Tenochtitlán, que se convierte en estandarte mediático para cada hallazgo, con la finalidad de reforzar ese transformado nacionalismo. Ahora bien, no solo implica el simple hecho de la construcción de un discurso centralista, sino también de cómo se vislumbra a la sociedad mexica y cuál es el condicionante de esto.

    Una arqueología hacia la paz

    Tal como sucede con el discurso histórico, se nos ha presentado un mundo prehispánico lleno de conflictos, guerras floridas y, en ciertas ocasiones, de

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