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Alternativas en tiempos de crisis civilizatoria
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Alternativas en tiempos de crisis civilizatoria
Libro electrónico870 páginas12 horas

Alternativas en tiempos de crisis civilizatoria

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Información de este libro electrónico

El libro explora las causas de la crisis civilizatoria, desde la economía convencional hasta el patriarcado. Ante esto presenta las alternativas, existentes y por construir, emanadas de los saberes del Sur y de la ciencia posmoderna.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 feb 2023
ISBN9786074179613
Alternativas en tiempos de crisis civilizatoria
Autor

José Andrés Fuentes González

José Andrés Fuentes González es investigador y consultor del Centro de Economía Solidaria e Investigación Social (CESIS). Durante más de 15 años ha colaborado con el grupo cooperativo Yomol A’tel (en Chiapas, México) y ha estado vinculado con diversas organizaciones rurales, campesinas e indígenas por más de 20 años. Es ingeniero industrial por la Universidad Iberoamericana (Ciudad de México) y doctor en estudios medioambientales por la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla, España). Su trabajo de investigación gira en torno de la crisis civilizatoria global y las alternativas que surgen de la ecología de saberes, de las epistemologías del Sur, de la ciencia posmoderna y de las economías solidarias.

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    Alternativas en tiempos de crisis civilizatoria - José Andrés Fuentes González

    Imagen de portada

    Alternativas en tiempos de crisis civilizatoria

    Alternativas en tiempos de crisis civilizatoria

    JOSÉ ANDRÉS FUENTES GONZÁLEZ

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA CIUDAD DE MÉXICO

    BIBLIOTECA FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO

    D. R. © 2022 Universidad Iberoamericana, A. C.

    Prol. Paseo de la Reforma 880

    Col. Lomas de Santa Fe

    Ciudad de México

    01219

    publica@ibero.mx

    Versión electrónica: enero 2023

    ISBN: 978-607-417-961-3

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

    Hecho en México.

    Digitalización: Proyecto451

    Índice de contenido

    Portada

    Portadilla

    Legales

    PRÓLOGO

    INTRODUCCIÓN

    El absurdo del mundo actual

    Crisis de la civilización

    Sobre la transición paradigmática

    Un conocimiento alternativo necesario

    Breve contexto epistémico-ontológico

    Algunas anotaciones previas

    Del conocimiento de lo real y la realidad

    Algunos elementos desde la sociología del conocimiento

    Algunos elementos desde la epistemología

    Sobre el porqué de todo esto

    SOBRE LA CRISIS CIVILIZATORIA

    El proyecto civilizatorio occidental

    La visión economizada del mundo

    La economía como estructura de poder

    La distorsión económica de la realidad

    El homo economicus y la necesaria desconstrucción de la economía

    Desarrollo e industrialización

    Progreso

    Desarrollo

    Industrialización

    La industrialización del saber

    El paradigma epistémico hegemónico

    Algunos de sus fundamentos epistémicos

    Algunas de sus implicaciones

    La ciencia moderna

    La ciencia como estructura de poder

    Sobre la crisis epistémica

    La sociedad escolarizada

    La industrialización del aprender

    La cosmogonía en crisis

    Cosmogonía moderna

    Algunos elementos de la cosmogonía moderna

    Ego patriarcal

    El patriarcado y el desequilibrio yang-yin

    Ego

    Profundidad de la crisis civilizatoria

    SOBRE LAS ALTERNATIVAS

    Lo alternativo y las alternativas

    Anotaciones sobre las alternativas presentadas

    Pluriverso y espiritualidad

    Pluriverso

    Sobre la naturaleza de la realidad

    Sobre la naturaleza del ser humano

    Sobre la naturaleza de la Naturaleza

    Conciencia y espiritualidad de la Tierra

    Espiritualidad y conciencia

    Espiritualidad de la Tierra

    La espiritualidad en la construcción de alternativas

    Ecología de saberes

    Diálogo de saberes e interculturalidad

    Anotaciones desde la interculturalidad

    Diálogo y traducción

    Otros modos de aprender

    Narrativas de la transición

    Algunos elementos pertinentes para estas narrativas

    Ciencias de la complejidad

    Ecología política como ciencia posnormal

    Complejidad

    Transdisciplinariedad

    Horizontes civilizatorios plausibles

    Comunalidad, convivencialidad y Vida buena

    Comunalidad

    Convivencialidad

    Sobre la Vida buena

    Sobre la sustentabilidad

    Un intento por sentipensar la sustentabilidad

    Escalas y límites convivenciales

    La sustentabilidad hoy

    Buenos vivires, buenos haceres

    Autonomía y buen trabajar

    Trabajo convivencial

    Agroecología

    Autonomía

    Economías convivenciales

    La economía en la transición

    Algunos aportes para las economías convivenciales

    Grupo cooperativo Yomol A’tel

    Economías alternativas y alternativas a la economía

    BREVES REFLEXIONES SOBRE LA TRANSICIÓN

    Un recuento como contexto

    Sobre el probable colapso y la transición

    Desde el Sur

    Reflexiones sobre la transición

    Algunas estrategias para la transición

    Re-existir lo nuevo y lo no tan nuevo

    De la resistencia a la re-existencia

    Visibilizar lo alternativo y construir lo nuevo

    Nuevas posibilidades y horizontes

    El tiempo es hoy

    Regresar del futuro al presente

    ¿Y si el mundo ya cambió?

    REFERENCIAS

    A mi padre,

    con amor y agradecimiento

    A quienes, en su hacer cotidiano,

    existen, hoy, ese otro mundo posible

    NOTA SOBRE LAS REFERENCIAS

    Para facilitar la lectura, las fuentes y las referencias bibliográficas se citan (en formato APA) y se anotan en formato numérico (1, 2, 3 …), mientras que las notas que ofrecen un comentario o información adicional al texto se anotan en formato alfabético (a, b, c, …).

    Cuando en el texto se nombra al autor(a) a quien se hace referencia es porque las siguientes oraciones e ideas, o el párrafo completo, están basados en los conceptos o propuestas de esa fuente. A diferencia, las demás referencias anotadas tratan sobre la idea puntual donde están marcadas.

    Prólogo

    Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas,

    de pronto cambiaron todas las preguntas.

    Atribuido a MARIO BENEDETTI

    Este libro surge de una situación similar a la del epígrafe anterior, tal vez acotado por un "cuando creíamos que podíamos tener todas las respuestas…" Durante 2011 realicé un posgrado con el fin de especializarme en cuestiones de desarrollo sustentable para poder ayudar a mejorar las condiciones de vida de las personas que viven en situación de pobreza en mi país: México. En aquel entonces, las respuestas sobre cómo lograrlo parecía que estaban dadas; sólo era cuestión de aprenderlas y aplicarlas. Sin embargo, al contrario de lo que esperaba, ahí comprendí que aquello que yo iba buscando aprender era —si no la única— una importante causa de toda esa situación de pobreza, injusticia social y hambre, y también de la crisis ambiental. Es decir, que las respuestas que se dan a los problemas son una importante fuente de esos mismos problemas. Esto me llevó a continuar con una investigación que revolucionó mi vida; como persiguiendo al conejo de Alicia en el País de las Maravillas, mientras más avanzaba y profundizaba, cada vez llegaba a lugares más extraños, increíbles y apasionantes, y cada vez menos sabía cómo regresar. Este libro tiene su origen en la investigación doctoral que realicé posteriormente.(a)

    El punto de partida de este estudio es el reconocimiento de que vivimos tiempos sin precedentes históricos, en los que, como humanidad, hemos alcanzado una escala planetaria y nuestro impacto en el mundo pone en entredicho no sólo nuestra supervivencia como especie, sino también la de miles de otras formas de vida y el propio equilibrio ecosistémico planetario. Cualquier análisis honesto evidencia que atravesamos una época de crisis generalizada, visible en todas las áreas de la vida del mundo globalizado: ambiental, económica, social, política, educativa, alimentaria, de salud, demográfica, epistémica, existencial, etcétera. Es la crisis civilizatoria a la que tantas personas se refieren. Cómo se decante esta crisis determinará el rumbo de la humanidad y del mundo en los siguientes siglos.

    Este texto narra el recorrido de una investigación radical —en términos de que busca la raíz de lo investigado— sobre las causas más profundas de esta crisis civilizatoria y, a su vez, indaga sobre las alternativas existentes y en construcción que emergen en estos tiempos de crisis. Este intento de buscar la raíz de la problemática se planteó con las siguientes interrogantes: ¿cuáles son las raíces más profundas de esta crisis civilizatoria?, ¿qué es lo que sustancialmente mueve, motiva y anima a este sistema globalizado que está generando caos, destrucción y muerte en el mundo?, ¿cuáles son las causas más elementales de la problemática global que atravesamos? Se parte del sensato supuesto de que, si logramos reconocer las bases más elementales de todo esto, tendremos más posibilidades de hacer algo al respecto para remediar esta situación y afrontar tanto la crisis como el periodo de transición. Pero este ejercicio —como veremos— no puede hacerse sin voltear a vernos hacia dentro; para comprender los males sociales, económicos y ambientales que enfrentamos tenemos que empezar por comprendernos como personas —individual y colectivamente— pues somos las y los seres humanos quienes causan esos males.

    Al momento de terminar de escribir estas líneas (finales de 2020), el mundo atravesaba por la pandemia de Covid-19. Por lo tanto, es demasiado pronto para decir cualquier cosa sobre las implicaciones y las consecuencias que tendrá esta coyuntura histórica; sin embargo, sí podemos identificar desde ahora algunas cosas relevantes. Este virus, más que como enemigo, deberíamos verlo como mensajero o pedagogo que viene a advertirnos sobre las consecuencias del impacto de las civilizaciones humanas en el mundo.(1) Tendremos que ver todavía si vamos a escuchar y aprender algo, o si vamos a resolver la coyuntura puntual y seguir adelante en el mismo camino.

    Si bien no es el fin del mundo que muchas personas auguraron, es muy probable que se considere como el comienzo simbólico del siglo XXI (2) —del mismo modo que se considera a la Primera Guerra Mundial como el inicio del siglo XX— y parece que viviremos un siglo en el que la norma serán este tipo de males, derivados del cambio climático, de la globalización de un sistema-mundo muy homogéneo y, en suma, de la crisis civilizatoria que atravesamos.

    Lo que parece claro es que esta pandemia, más que una enfermedad en sí, es un síntoma de otros males más profundos, los mismos que —a mi entender— son las raíces de esta crisis civilizatoria: el proyecto civilizatorio occidental, el dominio patriarcal y la dominación del ego humano sobre las personas, la Naturaleza y el mundo. Hoy en día, debido a la continua aceleración del sistema global hacia una catástrofe civilizatoria, los análisis radicales son más urgentes que nunca. Si nos dejamos enseñar por la Naturaleza, el Covid-19 puede ser un aliado de la humanidad, pues nos ha advertido sobre el mundo que hemos construido en los últimos siglos, o puede ser el pretexto perfecto para que los grupos establecidos en el poder profundicen su dominio y su control a través de modelos ecofascistas y autoritarios.

    La pandemia nos invita a poner en la mesa preguntas fundamentales sobre nuestra forma de habitar el mundo y también a mirar más allá de la coyuntura. Sabemos que el sistema-mundo actual es insostenible —al menos económica, ambiental y socialmente hablando— y que la crisis civilizatoria que atravesamos es resultado, en buena medida, de la expansión y la dominación del sistema hegemónico, al que podríamos referirnos como moderno, industrial u occidental. Desde ahí, tiene sentido preguntarse: ¿qué está detrás de todo esto?, ¿de dónde y cómo surge toda esta situación crítica? Desde ahí podríamos también explorar: ¿qué podemos hacer al respecto?, ¿qué alternativas se alcanzan a vislumbrar?, ¿existen o hay que construirlas?

    Con estas preguntas comencé a andar un camino en el que pronto aparecieron las estructuras de poder y la colonialidad —histórica y contemporánea— cuyo actuar explicaba una parte importante de la problemática global; pero no parecía ser todo. Debajo de ello había algo que anima la existencia de esas mismas estructuras, la forma de conocimiento y comprensión del mundo de la racionalidad moderna, como el paradigma epistémico dominante. Aunque tampoco parecía ser lo último; como es claro, muchas cuestiones de dominación, violencia, injusticia, despojo, etcétera, provienen de tiempos anteriores a la modernidad europea, y a su imperialismo y colonialismo —incluso anteriores a imperios históricos, como el romano, el mexica, el inca o el otomano—, y, por lo tanto, es algo que nos remite algunos milenios más atrás: al comienzo mismo de la civilización. Remontar el análisis tan atrás permite que emerjan dos cuestiones que generalmente pasan inadvertidas: el dominio del patriarcado y el ego humano sobre la sociedad, la Naturaleza y el mundo en sí.

    La dominación patriarcal es transversal y está enraizada en todas nuestras sociedades actuales e históricas. Sin embargo, la dominación del ego sobre las personas parece ser prácticamente omnipresente en la humanidad; tanto así que la mayoría de las personas hemos llegado a creer que somos nuestra mente pensante. Esta identidad existencial es lo que ha permitido que la mente egótica domine no sólo nuestras vidas, culturas, cosmovisiones y civilizaciones, sino también la Naturaleza y el mundo.

    Ubicar el análisis y las causas de la crisis civilizatoria en lugares tan profundos nos obliga a buscar, a esa misma profundidad, las alternativas y los intentos de construcción de otros mundos. Ante la crisis que atravesamos hay propuestas y opciones viables en todas las áreas de la vida, en las cosmovisiones y en las prácticas de vida de la gran diversidad de pueblos y culturas. Sin embargo, por lo general no las reconocemos ni las miramos gracias a una especie de ceguera cultural, pero también debido a un trabajo sistemático por acallarlas, invisibilizarlas y exterminarlas. Este texto es uno de los muchos esfuerzos por escuchar y aprender de esta diversidad cultural, sobre todo de los pueblos del Sur global,(b) en un intento de lo que Boaventura de Sousa llama sociología de las ausencias y de las emergencias.(3)

    Por lo tanto, aquí no asumo ninguna simulación o pretensión de objetividad sino del reconocimiento de que ésta —aparte de imposible— es un concepto ilusorio más de la mente que también vela nuestro conocimiento de la realidad. Más bien asumo la subjetividad con la que escribo, que parte de la lucha por la justicia social, cognitiva y cosmogónica, por la equidad y el equilibrio, y, sobre todo, por la autonomía y la libertad.

    Con este intento pretendo hacer un pequeño aporte, provisional y parcial, dentro de este colectivo esfuerzo por transitar hacia la existencia de realidades distintas a la actual. Asumiendo esta posición —ética, filosófica, política y espiritual— desde el Sur y desde abajo, esta investigación busca realizar un análisis radical —que busca la raíz de la cuestión— sobre la crisis que atravesamos y sobre lo alternativo que se alcanza a observar.

    Sobre todo, para los pueblos del Sur —aunque también para el Norte global, aunque con distinto enfoque— este análisis sobre la crisis civilizatoria no es cuestión de interés intelectual o analítico, sino de supervivencia; es ahí donde esta problemática no sólo se sabe sino que se vive en carne propia. Es en el Sur donde se pagan los platos rotos de un proyecto civilizatorio desarrollista, colonial, imperial y patriarcal, que cada vez toma una forma más voraz. Pero también en el Sur es más activa y vibrante la resistencia a todo ese modelo, donde hay más alternativas existentes y de donde surgen las más innovadoras propuestas sociales.

    A esta gigantesca maquinaria que opera abiertamente por todo el mundo los(as) (c) zapatistas le llaman hidra capitalista (d) y nos invitan a preguntarnos: ¿cómo enfrentamos a esta hidra para que no nos siga destruyendo, matando, despojando de nuestros territorios y robando nuestras tierras? Enfrentar y luchar contra este sistema ha resultado ineficaz. Cada vez que se le gana una batalla, o se le corta una cabeza a la hidra, le vuelven a salir más, y con mayor ferocidad. Y eso que, ocupados(as) en resistir sus ataques, ni siquiera hemos podido mirarla bien y olvidamos que, ocultas, ya están listas cientos de cabezas más —de toda la industria de la guerra y la tecnología militar, que se mantienen en secreto—.

    Para acabar con esta hidra, como hizo Hércules, habremos de buscarle el corazón y asestar ahí el golpe. Para eso entonces habremos de preguntarnos: ¿cuál es ese corazón de la hidra, esa alma que anima a este sistema industrial capitalista y a sus instituciones?, ¿qué hay en el espíritu humano moderno que alimenta todo lo anterior?, ¿es sólo una cuestión de la modernidad o del sistema industrial o del capitalismo, o también atraviesa otras culturas y otras sociedades?, ¿de qué se nutre y alimenta?, ¿cómo se ha vuelto recursiva (e) la relación entre las instituciones sociales creadas por esa cosmovisión y este ego moderno que la produce? Creo que si logramos desarmar eso que está en el fondo, tal vez toda su infraestructura social podría quedar sin la gasolina que la hace funcionar, que la anima. Y puede ser que todavía estemos a tiempo. Sin embargo, para explorar las respuestas antes tenemos que plantear más preguntas.

    ¿De qué manera se aterriza este ego moderno en las instituciones sociales modernas que hoy rigen el mundo global, como la economía, el desarrollo y la ciencia?, ¿qué implicaciones tiene esta cosmovisión moderno-industrial en la realidad del mundo?, ¿cómo se expandió y cómo sigue operando y colonizando culturas y sociedades?, ¿cómo descolonizar los procesos sociales a los que nos han inscrito la economía, el desarrollo y el progreso?, ¿qué rol desempeñan en todo esto la ciencia moderna y las instituciones educativas como la escuela y la universidad?, ¿qué forma de conocimiento y de ser está detrás de todo esto?

    Asimismo, habremos de preguntarnos por el cambio, la transición y las alternativas: ¿cómo abordar la época de transición en la que estamos?, ¿cómo comprender de mejor manera lo que está pasando?, ¿es suficiente nuestro conocimiento para entender este momento histórico o es una limitante?, ¿hacia dónde debemos mirar para tomar referentes?, ¿qué otros marcos teóricos existentes hay para abordar las problemáticas globales actuales que enfrentamos, como el cambio climático, la pobreza, la desigualdad social, etcétera?, ¿qué herramientas teóricas podrían ayudarnos a comprender de mejor manera la sustentabilidad?, ¿desde dónde debemos plantear procesos y proyectos que apunten hacia una sociedad más sustentable, justa y convivial?, ¿cómo nutrir el conocimiento para construir nuevos asideros teóricos adecuados para la compleja realidad actual?, ¿qué propuestas y alternativas existen y en qué medida son pertinentes y viables?, ¿cuáles otras aún no existen y es necesario construir?, ¿qué papel juegan los saberes del Sur, excluidos, silenciados e invisibilizados durante siglos, y qué tienen que decir ante esta crisis civilizatoria?

    Preguntas como las anteriores guiaron esta investigación, que no pretende responderlas, ni todas ni de forma única, sino reflexionar sobre ellas a través de un diálogo de saberes entre diferentes voces. Por eso, en muchas ocasiones la narrativa y la argumentación va y viene; como en un tejido, se intenta hilar argumentos de forma artesanal —asumiendo el riesgo de parecer repetitivo en algún momento— procurando, en lo posible, abordar un enfoque relacional e integral, congruente con lo que se expone en este libro. De igual manera, abandono cualquier postura que pretenda haber encontrado el problema o, peor aún, asumir tener la solución. Las respuestas que podamos encontrar son múltiples y ningún enfoque, saber o cultura —y, por supuesto, ninguna investigación particular— tienen las únicas, ni las últimas, respuestas.

    Reflexionar sobre estos cuestionamientos nos lleva a descubrir que ante preguntas fuertes, de índole civilizatoria y planetaria, tenemos respuestas débiles y fragmentadas. Por eso debemos buscar otras formas de abordar estas preguntas trascendentales para nuestra época. Y ese esfuerzo se realiza en muchas geografías latinoamericanas, donde la criticidad, la innovación y la imaginación están más vibrantes y dinámicas que nunca.(4) En el Sur latinoamericano encontramos muchas alternativas viables a este modelo occidental que no son nuevas, pues provienen de prácticas y conocimientos ancestrales de las civilizaciones originarias; las mismas que la modernidad ha despreciado durante muchos siglos. En consecuencia, no basta sólo con mirar, sino que tenemos que aprender a mirar de otra forma. De no hacerlo así, seguiremos ignorando la multiplicidad de aportes relevantes y de alternativas que ya existen en distintos pueblos y culturas de todo el planeta.

    Esta investigación se adscribe dentro del esfuerzo colectivo por construir narrativas de la transición, como las llama Arturo Escobar,(5) estudios, formas de conocimiento y análisis de la realidad que pretenden estudiar y comprender el proceso de transición que vivimos como humanidad. Estos trabajos se producen en el Norte —en áreas como la transdisciplinariedad, la complejidad o el decrecimiento— y en el Sur —en los estados plurinacionales, las alternativas al desarrollo o la comunalidad—. La base común que los sustenta es la idea de construir conocimientos, adecuados y pertinentes, que nos permitan articular diálogos y encuentros en la búsqueda de afrontar de mejor manera este tiempo de transición.

    Con base en estas corrientes de pensamiento crítico y novedoso, lo que aquí se propone es dar un paso más en la lectura radical sobre la crisis civilizatoria que atravesamos. La teoría crítica histórica —en el Norte y en el Sur global— ha realizado ya una robusta crítica sobre la economía y el capitalismo, y también sobre el desarrollo y el progreso que les sirven tanto de sustento como de meta. Asimismo, desde hace décadas contamos con análisis profundos y consistentes sobre la crítica a la modernidad y su régimen colonial de relacionarse y de conocer el mundo, que está en la base de su paradigma de conocimiento, de donde surge buena parte de la crisis actual. Recientemente —gracias a la histórica y persistente lucha de las mujeres— también hemos empezado a ver la dominación patriarcal que está presente en el mundo y en todas las relaciones, humanas y con la Naturaleza. Dicho lo anterior, la propuesta que se hace aquí consiste en dar un paso más que nos permita reconocer y estudiar críticamente la dominación del ego —de la mente humana pensante— sobre nosotros(as) mismos(as) y, por lo mismo, sobre el mundo y la realidad. Este enfoque irremediablemente convierte el análisis en algo personal, ya que no sólo es algo que nos atraviesa, sino a lo que le damos vida en nuestro accionar diario. Esto —como se verá— es una causa, no única, pero sí fundamental, de la crisis civilizatoria por la que atravesamos. Por eso, la profunda liberación de la que aquí se habla es una liberación de la visión economizada del mundo, del afán del progreso, del monopolio de interpretación de la ciencia, de la cosmovisión moderna, del patriarcado que nos habita y reproducimos; pero también es una liberación del dominio del ego que nos controla sin que siquiera seamos conscientes de ello. Resulta evidente que reenfocar nuestros análisis y nuestras preguntas sobre la crisis global, desde estas profundidades, nos ofrecerá diferentes respuestas y diversas lecturas de la realidad.

    Una cuestión más que hay que aclarar, antes de comenzar, es acerca del uso de los conceptos y las palabras, sobre todo por ser un trabajo que se basa en ellas. Ya en el siglo XVIII Goethe (6) advertía que casi nunca tenemos en cuenta que en realidad el lenguaje sólo es simbólico y figurativo, pero jamás podrá expresar los objetos de manera directa, sino sólo un reflejo de éstos; la palabra nunca es la cosa.(7) Panikkar lo explicaba así: al conocer y nombrar el mundo nos hacemos conscientes de que podemos conocerlo: entonces conocemos la manzana, pero en ese mismo proceso descubrimos que nuestro conocimiento de la manzana no es todo lo que hay por conocer de ella y, por lo tanto, evidenciamos los límites de nuestro propio conocimiento y de la posibilidad de nombrar lo que la manzana es en sí.(8) De ésta podremos decir muchas cosas, excepto lo que la manzana es en última instancia. La palabra es el mismo velo que revela la realidad precisamente velándola.(9)

    Las palabras sólo son medios para llegar a un fin. Son postes indicadores, en tanto algo que apunta a un lugar más allá de sí misma.(10) Por eso no pretendo utilizar las palabras como conceptos cerrados, con una definición o un significado preciso, sino como formas de intentar nombrar ideas o lugares a las que apuntan. Por lo anterior no me detendré en debates sobre el uso de algunos términos como sustentabilidad y sostenibilidad; crisis de la civilización, sistémica o civilizatoria; crisis multidimensional o policrisis; cultura moderna u occidental o industrial; epistemologías o saberes o formas de conocimiento; cosmovisión o cosmogonía o forma de ver el mundo, etcétera. Hay distintas palabras, como éstas, que pretenden apuntar hacia los mismos conceptos, a los cuales intento referirme.

    Ahora, es claro que definir conceptos nos ayuda a construir conocimiento, pero éstos no bastan para describir y explicar la realidad que alcanzamos a observar. Por mencionar un ejemplo, Jaime Martínez Luna (11) —a quien acusan de acuñar el término comunalidad—, durante las discusiones del Primer Congreso Internacional sobre Comunalidad,(12) sobre si debiéramos o no definir ese concepto, planteó: ¿Realmente nos sirve de algo saber la diferencia entre común, comunal, comunidad, comunalidad, etcétera? Lo importante no es la palabra o el concepto; lo que importa es lo que se hace, lo que se vive, ahí está eso de lo que hablamos. En ese mismo debate Julieta Paredes (13) —aymara y feminista comunitaria— agregaba que no se trata de definir la comunalidad, ya que eso sería cosificarla, encapsularla, diseccionarla en partes; definirla es matarla. Comunalidad, como lo saben los pueblos, es la comunidad, el colectivo, lo común, la asamblea, la participación, la fiesta, el tequio, etcétera; esto es, una narrativa de vida y sólo así puede ser comprendida. Por eso no busco las definiciones de las palabras o sus significados precisos, sino las implicaciones de cómo éstas se viven y se materializan en prácticas de vida.

    Sin embargo, hay casos en los que sí importa hacer una aclaración o una precisión sobre palabras o términos específicos. Tal vez porque la palabra o el concepto resulte de un juego de poder particular que sea importante anotar —como el caso de hombre, ciencia, necesidades o ayuda internacional— o bien porque tanto la palabra como el lugar hacia donde apunta es lo que se busca criticar —como en progreso, desarrollo, pobreza o recursos—. La diferencia entre estos conceptos y las alternativas que presento —como las concepciones de Vida buena, expresada como lekil kuxlejal, sumak kawsay, sumaq qamañana, ñandereko— es que en estas propuestas se busca exponer el lugar a donde apuntan y no el concepto o la definición del término. Al final, las palabras —como los conceptos, las teorías y nuestra propia cultura— son tanto limitantes para conocer la realidad como insuficientes para comunicar y expresar el mundo que alcanzamos a observar y experimentar. Pero, como dicen, es lo que hay, y con eso se hará lo posible por trascender justamente eso que hay.

    Quedaría por presentar los tres ejes transversales que, como telón de fondo, intentaron enmarcar esta investigación: el poder, la complejidad y el enfoque epistémico-ontológico (f) de la realidad. El primero, porque —como es bien sabido— es necesario incluir la lectura política para comprender los fenómenos humanos y también porque creo honesto y necesario asumir el posicionamiento ético y político desde el cual hablo. El conocimiento no es objetivo ni imparcial y mis aportaciones no buscan serlo; más bien se posicionan como una búsqueda de construir conocimientos emancipadores y libertarios desde, y para, nuestras culturas latinoamericanas.

    Con base en el marco de la complejidad se busca una interpretación lo más integral posible de los fenómenos y de la realidad, mediante el acto de visibilizar las interrelaciones entre los sistemas analizados. La crisis civilizatoria no puede ser entendida por partes separadas; se trata de problemas sistémicos que deben ser comprendidos de manera interconectada; por eso intento hacer una lectura fundada en fenómenos interrelacionados y no a partir de fenómenos aislados que se relacionan entre sí. Esto se vincula con el tercer eje, que procura un enfoque epistémico-ontológico de la realidad, con lo cual pretendo descontextualizar y recontextualizar las preguntas y el análisis en busca de otras posibles respuestas y realidades. Este proceso epistémico-ontológico parece ser un flujo continuo en la experiencia de una realidad muy distinta a la que normalmente asumimos como realidad. Esta mirada nos muestra otras aristas o componentes que la lectura epistémica moderna no conoce y, más, desconoce que desconoce.

    La estructura del texto se resume en el siguiente cuadro, cuya flecha señala el orden que se ha seguido.

    Cuadro 1. Síntesis del texto.

    Comenzaremos con un contexto general, a nivel global, que permite enmarcar cualquier investigación. Veremos el absurdo al que ha llegado el mundo actual y por qué se habla de crisis civilizatoria o de la civilización. También se expondrán algunas ideas que servirán como marco epistémico-ontológico que permita sostener varios de los argumentos posteriores. Las instituciones sociales y las preconcepciones sobre las que construimos la realidad determinan nuestra aproximación a ésta, lo cual parece ser una condición epistémico-ontológica de la naturaleza de la realidad.

    En el segundo capítulo haremos un recorrido hacia la profundidad de la crisis civilizatoria. Primero, realizaremos un breve análisis crítico de la economía, como ejemplo de las diversas instituciones industriales existentes —como la medicina, el Estado, la escuela o el trabajo—, del progreso y el desarrollo —otras de las instituciones más significativas de la cosmogonía occidental—, así como del proyecto civilizatorio que han encabezado.

    Más adelante veremos cómo el paradigma del conocimiento hegemónico ha institucionalizado a la ciencia como la forma de conocimiento universal y ha instaurado a la escuela como el único lugar deseable de adquisición de conocimiento y saber, lo cual ha dado forma a la sociedad escolarizada de nuestros días. Finalmente se expondrá lo que encuentro en el fondo de todo esto: la cosmogonía moderna, el patriarcado y el dominio del ego, lo que parece haber detonado una especie de desequilibrio entre las polaridades yang y yin del universo. Este análisis radical de la cuestión permitirá hacer una relectura sobre la crisis civilizatoria y acerca de lo que habremos de considerar para esta época de transición.

    En el tercer capítulo realizaremos este recorrido de vuelta, pero explorando las opciones y las alternativas viables que se encuentran en cada uno de los niveles de profundidad.

    Así, con base en las cuestiones cosmogónicas se proponen la espiritualidad de la Tierra y la conciencia como bases para reconocer y experimentar el pluriverso del que hablan tanto el misticismo oriental como la física. Exploraremos qué otras condiciones de naturaleza de la realidad, del ser humano y de la Naturaleza (g) emergen de otras visiones del mundo. Algunas de éstas muy antiguas y otras nuevas, pero que, desde un marco de interculturalidad, podemos poner en un diálogo de saberes que nos permita ir construyendo las narrativas de la transición que necesitamos. Como proyectos civilizatorios alternativos, abordaremos la diversidad de concepciones de Vida buena y las aspiraciones de vida basadas en la comunalidad, la convivencialidad y el reconocimiento de un mundo sagrado y una realidad participativa. Desde estos enfoques se puede hacer el ejercicio por sentipensar el trascendente tema de la sustentabilidad, camino que nos traerá de vuelta hacia lo terrenal y lo práctico de la vida diaria, donde veremos algunas formas en que los buenos vivires y los buenos haceres se materializan. Estas prácticas son la base de otras y nuevas relaciones —entre seres humanos, con la Naturaleza y con el cosmos— y nos ofrecen nuevas pistas para comprender y practicar el trabajo y la producción de bienes. Desde ahí, podemos aspirar a construir economías alternativas para nuestra subsistencia en las décadas venideras. En este aterrizar en lo cotidiano y en lo que hacemos en la práctica se expondrán algunas reflexiones y aportaciones con base en la experiencia del grupo cooperativo Yomol A’tel (h) —con el que he colaborado durante más de 12 años— (i) que es tan sólo una de las miles de experiencias alternativas existentes y que están en proceso de construcción.

    El texto concluye con algunas reflexiones sobre ciertas preguntas que quedan abiertas acerca de este periodo de crisis y transición. Parece cada vez más inminente que nos acercamos a un escenario de colapso civilizatorio, el cual podría materializarse de muchas formas distintas: desde el caos, la violencia y la dominación, hasta como una toma de conciencia colectiva repentina que pudiera gestionar esta transición de un modo semipacífico. Si bien siguen quedando muchas preguntas abiertas, igual podemos seguir buscando herramientas y planteando estrategias que nos permitan abordar y hacer frente a este periodo histórico.

    Aunque parezca que es cuando menos tiempo tenemos y que la prisa nos ahoga, es cuando más lento y profundo debemos ir. Y aunque pareciera que no tenemos los asideros teóricos, las herramientas y las alternativas necesarias para hacer frente a toda esta crisis, sí contamos con los suficientes elementos para ponernos a trabajar, hoy, en el presente, sobre lo que tenemos que hacer y construir, ya no en un mañana que nunca termina por llegar, sino hoy, en el hacer y en el existir cotidiano.

    a. Universidad Pablo de Olavide (Sevilla, España). Tesis doctoral: Fuentes (2017).

    1. Santos (2020)

    2. Baschet (2020).

    b. Los términos Sur y Norte con mayúscula se utilizan en contextos políticos y no geográficos, aunque en muchas ocasiones concuerdan; de ahí la metáfora.

    3. Santos (2009, 2012b).

    c. Debido a la falta de elementos gramaticales para incorporar un lenguaje inclusivo, y reconociendo la importancia política de hacerlo, opto por utilizar paréntesis para la inclusión de ambos sexos. En general procuro usar genéricos como personas o humanidad, pero cuando eso perjudica el sentido de lo que se expresa, utilizo la figura con paréntesis, ya que es la menos intrusiva para la lectura y puede ser leída en ambos sentidos.

    d. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN, 2015) recurre al mito griego de la Hidra de Lerna como una metáfora del sistema capitalista. Este despiadado monstruo mitológico tenía múltiples cabezas en forma de serpiente y era capaz de regenerarlas si se le cortaban. Hércules enfrentó a la hidra y pudo vencerla con ayuda de su sobrino —quien cauterizaba el cuello de las cabezas cortadas para que no se regeneraran— y de un certero espadazo al corazón.

    e. El término de relación o causalidad recursiva se refiere a que cada parte de la relación es tanto causa como efecto. En una causalidad lineal podríamos decir que A es causa de B y, por lo tanto, que B es efecto de A. Bajo una causalidad recursiva, A es tanto causa como efecto de B y viceversa.

    4. Escobar (2016c).

    5. Escobar (2016a).

    6. Goethe (1996: 66).

    7. Krishnamurti (2015: 86).

    8. Panikkar (1993b: 71).

    9. Panikkar (2007: 48).

    10. Tolle (2001).

    11. Martínez (2015).

    12. En la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México (2015).

    13. Paredes (2015).

    f. Por ontología se entiende el conocimiento que intenta dar explicación a la condición de existencia de las cosas, a lo real, a lo que existe. Y por epistemología, el estudio del conocimiento en sí.

    g. Distingo dos usos de este término: naturaleza y Naturaleza. En el primer caso se trata de aquello que remite a lo que nace por sí mismo, a algo que surge espontáneamente, a la condición natural de lo que se hable. En el segundo caso, es una forma de nombrar todo aquello que compone los ecosistemas, el medio ambiente, los bienes naturales, etcétera.

    h. En maya tseltal a’tel significa trabajo, mientras que yomol implica organización o reunión.

    i. Una parte importante de la investigación de la que surge este libro consistió en coordinar el proceso participativo para dar forma al plan estratégico 2016-2020. En esta obra se abordan sólo algunas ideas generales de este trabajo, pero se puede consultar información más detallada en Fuentes (2017).

    Introducción

    El análisis crítico de lo que existe se asienta en el presupuesto de que lo existente no agota las posibilidades de la existencia, y que, por tanto, hay alternativas que permiten superar lo que es criticable en lo que existe. La incomodidad, el inconformismo o la indignación ante lo existente suscita el impulso para teorizar su superación.

    BOAVENTURA DE SOUSA SANTOS (2000: 23)

    La humanidad, el ser humano, lleva caminando sobre esta Tierra unos 2.5 millones de años, y unos 200 000 como Homo sapiens. Es casi imposible imaginar estas escalas temporales, pero, sólo por hacer un intento, esbocemos algunas cuentas sencillas. En este par de millones de años habrían vivido unas 125 000 generaciones humanas. Para tomar una referencia, el periodo desde que el ser humano empezó a cambiar la totalidad de este planeta —con la incorporación de la agricultura a las sociedades humanas, hace unos 12 000 años— ha llevado tan sólo unas 600 generaciones, menos de 0.5% del total de seres humanos que han vivido. Más aún, desde la Revolución industrial —momento en que el impacto de nuestras sociedades comenzó a escalar exponencialmente— hasta nuestros días no han pasado más que unas 15 generaciones, esto es, 0.01% del tiempo de la humanidad.

    En este poquísimo tiempo histórico hemos cambiado drásticamente la realidad de nuestro planeta y hoy en día estos acelerados tiempos de la civilización industrial chocan de forma evidente con los límites del planeta, materializándose en el cambio climático y en otros síntomas. Esta situación, a una escala de la Tierra, no pone en riesgo la supervivencia de la vida, pero sí la de la vida humana, tanto de la vida como la conocemos, como de nuestra propia supervivencia como especie. No es cierto que haya que salvar al planeta, como algunos(as) activistas buscan crear conciencia sobre la crisis ambiental actual; lo que hay que salvar es nuestra posibilidad de seguir existiendo como humanidad a largo plazo.

    Si nos dislocamos de la escala humana y nos ajustamos a una planetaria, de la vida de Gaia (a) —con sus 4 500 millones de años de vida—, podemos notar que el planeta no está en riesgo. Y tampoco la vida, que en su inmensa diversidad se ha adaptado durante 4 000 millones de años a todo tipo de climas y condiciones, algunas sumamente adversas. Seamos humildes: ni la Tierra ni la vida están en peligro por causa de la actividad humana. Sin embargo, lo que sí está en entredicho es ese finísimo equilibrio en la biosfera que nos permite vivir y habitar este planeta de la forma en que lo hemos hecho durante cientos de miles de años. Pero, aun así, aunque sigamos adelante con esta locura y lo destruyamos todo, en cuestión de un par de millones de años —o 0.05% del tiempo que lleva la vida en este planeta— las cosas estarían como si nada, como si ninguna civilización hubiera pasado por aquí. La vida y la Tierra seguirían su camino y su evolución sin ningún problema, más que el de un padecimiento temporal.

    Visto así podríamos pensar entonces que tampoco la supervivencia de la vida humana estaría en riesgo. Durante millones de años hemos sobrevivido —y trascendido fases climáticas muy adversas— sin medicinas ni doctores, sin aparatos electrónicos ni supermercados y, probablemente, sin necesidades, tal como hoy las interpretamos. Si fuimos capaces de sobrevivir como especie todo este tiempo es muy probable que podamos seguir haciéndolo en el futuro. Sin embargo, a todo esto falta agregarle la cada vez más inminente cuestión de un cambio en las condiciones climáticas y ecosistémicas a nivel global, situación que, de ser drástica, sí podría poner en riesgo nuestra supervivencia como especie, así como la de millones de otras formas de vida que también viven dentro de este equilibrio climático. Pero, como veremos, desconocemos con certeza cómo se producirán y qué consecuencias traerán estos cambios —si el aumento de 3 o 4 °C en la temperatura promedio de la Tierra, o el aumento de un metro del nivel del mar, por decir—. Pero no hace falta saber con precisión los efectos que vendrán para saber que estamos jugando con fuego y que estamos poniendo en riesgo la supervivencia humana y la de gran parte de la vida en el planeta. Esto habremos de abordarlo con urgencia, seriedad y humildad, como parte de los trabajos por hacer durante esta transición, la cual no sólo ya ha comenzado sino que es probable que esté por terminar.

    Vamos tarde, eso sin duda, reflejo de lo cual es nuestra incapacidad de comprender —ya no digamos de resolver— los problemas que enfrentamos hoy en día a nivel global, como el calentamiento global, la creciente pobreza y desigualdad, la migración internacional, los transgénicos, etcétera. Los crecientes problemas globales nos confrontan —como un ineludible espejo histórico— con nuestra forma de conocer, interactuar e interpretar el mundo. Por más difícil que parezca abordar estas temáticas tan diversas y complejas es urgente que lo hagamos, cada quien en lo que pueda y con lo que le toque. Si logramos cambiar las premisas de las preguntas que nos hacemos también podremos modificar las conclusiones, los análisis y las interpretaciones de la realidad que guían nuestro conocimiento, con lo que podríamos comenzar a caminar en nuevas direcciones, por senderos que antes permanecían oscuros o invisibles.

    EL ABSURDO DEL MUNDO ACTUAL

    En el mundo presenciamos —cada vez con menos sorpresa— situaciones que rayan en lo absurdo y el descaro; desbordados por la saturación de estímulos, datos, información, fake news, productos y anuncios, vamos perdiendo nuestra capacidad de asombro y naturalizando la locura, que se globaliza junto con el capital. Esta situación nos obliga a indagar sobre las causas de fondo de todo esto.

    La situación global sobre el hambre y la pobreza es escandalosa, y esto no es algo nuevo. En 2008 se estimaba que cada día morían de hambre y sus consecuencias entre 35 000 y 40 000 personas.(14) Ese mismo año el mundo gastó en armamento 1.2 billones de dólares (b) anuales, y se desperdició comida con un valor monetario de 100 000 millones de dólares. Con este telón de fondo Jacques Diouf (15) pregunta ¿cómo le explicamos a personas con sentido común y buena fe que no es posible encontrar 30 000 millones de dólares al año que permitan a las 862 millones de personas con hambre en el mundo tener alimentación y el derecho a la vida? Si esta expresión era hace una década, ahora la situación es peor.

    Antes de que explotara la crisis financiera de 2008, en el mundo 860 millones de personas padecían hambre. Cinco años después, eran más de 1 000 millones —es decir, uno de cada seis habitantes del planeta—.(16) ¡Y 50% vive en el campo cultivando alimentos para el resto de la población!(17) Según estudios que retoma Carlos Taibo,(18) la situación no parece mejorar en el mediano plazo, pues para 2025 se estima que sean 1 400 millones de personas las que padezcan hambre. Así, mientras más gente se suma a la hambruna causada por burbujas inmobiliarias, requeriríamos tan sólo 2.5% del gasto del armamento mundial para atajar, aunque fuera de forma subsidiaria, la situación del hambre en el mundo. Al parecer no se trata de que no haya dinero, o de que no se pueda, sino de que no se quiere. La cuestión no es económica sino política. Mucho más claro lo expresa Manfred A. Max-Neef:(19)

    En el mismo momento en que la FAO informaba [octubre de 2008] que el hambre estaba afectando a 1 000 millones de personas y estimaba en 30 000 millones de dólares anuales la ayuda necesaria para salvar todas esas vidas […] la acción concertada de seis bancos centrales, Estados Unidos, Unión Europea, Japón, Canadá, Inglaterra y Suiza, inyectaban unos 17 billones de dólares —es decir, 17 millones de millones de dólares— en los mercados financieros para salvar a los bancos privados.

    ¿Qué pasaría si se dividen esos 17 billones de dólares entre los 30 000 millones de dólares anuales que la FAO estima para superar el hambre en el mundo durante un año? Se obtendrían unos 600 años de un mundo sin hambre… ¿Dónde estaba esa plata? ¿Quién la tenía? Si siempre nos dijeron que no alcanzaba para resolver la pobreza, y de repente casi de la noche a la mañana hay más de medio milenio de un mundo sin hambre.

    Creo que difícilmente puede concebirse una realidad más obscena que ésa, más repugnante […] Yo nunca imaginé ni remotamente que se podía llegar a estas magnitudes tan descomunales. Y esto evidentemente es la decepción más profunda que uno puede tener con quienes tienen influencias de dirigir el mundo en el cual estamos… Me repugna.

    Unos meses después de este rescate financiero, los países del Norte manifestaban su incapacidad para financiar y cumplir los Objetivos del Milenio, firmados en el año 2000 en la Asamblea de las Naciones Unidas. El valor económico del rescate financiero de 2008 es unas 120 veces el recurso estimado para que estos países logren cumplir con los Objetivos del Milenio. Así, mientras hay dinero para rescatar bancos privados, no lo hay para aliviar el hambre y la miseria en un mundo en el que casi la mitad de las y los niños —46%— vive en situación de pobreza (20) y donde esta condición mata a más de nueve millones de ellas y ellos cada año.(21) Dicho de forma más cruda, en promedio cada tres segundos y medio muere un niño o una niña por causa del hambre y la miseria. La desigualdad y la pobreza generada por este sistema socioeconómico globalizado se ha convertido en la peor catástrofe humanitaria en la historia. Hay todos los datos y estadísticas que se quieran, disponibles en todos los reportes sobre pobreza y desigualdad existentes. La única constante en todos es que la desigualdad y la pobreza siguen aumentando, entre países y en el interior de los mismos,(22) lo cual mata a más personas que todas las pandemias, las guerras, los genocidios y las estupideces humanas juntas.

    Sin hacer un análisis profundo, veamos sólo algunos datos que confirman esto. Un estudio de Oxfam (23) explica que en 2010 había 388 personas que acumulaban la misma riqueza que el 50% más pobre de la población mundial. En 2015 ya eran únicamente 62 personas las que acumulaban toda esa riqueza. Con estos números se puede calcular fácilmente que las tres personas más ricas del planeta poseen más dinero que ¡los 48 países más pobres, cuya población supera los 600 millones de personas!(24)

    La desigualdad entre mujeres y hombres también es escandalosa: en estos días las mujeres realizan 67% del trabajo total, pero perciben sólo 10% de la renta.(25) O la disparidad del uso de recursos entre países, donde Estados Unidos —con 4% de la población mundial— consume 25% del total de la energía ocupada por la humanidad.(26) O en las empresas privadas, en las que en 1970 el director de una transnacional ganaba 22 veces lo que un trabajador promedio (22:1) y para 2008 la diferencia había aumentado a 230 veces (230:1).(27)

    El aumento de estas desigualdades es evidente también a nivel internacional. Usando datos del PNUD y de Gilbert Rist (28) podemos observar que en 1700 los países del Norte tenían el doble de riqueza que los del Sur (2:1). Ésta, dos siglos después —a finales del siglo XIX—, aumentó a 5:1, y a partir de ahí el crecimiento de la desigualdad ha sido exponencial. En 1960 era de 15:1, en 1980 de 45:1, en 1990 de 60:1 y, finalmente, en 1997 de 74:1. Ya entrado el siglo XXI es más fácil hablar en cuanto a lo que acumula el 1% más rico de la población, la cual, a principios de milenio, tenía más riqueza económica que el 57% más pobre.(29) Para 2010 su riqueza ya equivalía a la de 95% de la población.(30) Y para 2015 los cálculos estiman que ya hemos llegado a la equivalencia de que el 1% posee lo mismo que el 99% restante.(31)

    El negocio de la violencia y la guerra es otro escandaloso ejemplo de la desfachatez con la que operan estas estructuras de poder. Es bien conocido que las armas se fabrican y se venden en el Norte, y se detonan en el Sur. El negocio se queda en los países ricos, y las muertes en los pobres. Es sabido también que el tráfico de armas es inversamente proporcional al tráfico de drogas —que se producen en el Sur y se consumen en el Norte—. Es cosa de todos los días que las mismas empresas y los mismos países fabricantes de armas financien, promuevan y detonen conflictos armados locales —entre tribus, pueblos, etcétera— para generar mercado y demanda del mismo arsenal que producen.

    También se debe recordar cómo los países desarrollados han logrado su desarrollo, explotando, contaminando y despojando los bienes naturales de los países del Sur de manera sistemática. Si calculamos la deuda ecológica y social que tienen los países del Norte con los del Sur, ésta supera por mucho toda la deuda financiera que actualmente cargan estos últimos,(32) créditos que muchas veces fueron impuestos y que ahora se ven obligados a pagar, so pena de sanciones económicas, financieras y legales.

    Hablando ahora sobre cuestiones ambientales, es evidente el impacto que ha tenido la civilización industrial en el planeta. Hoy ya son pocas las personas que dudan sobre los graves daños que hemos infligido al ambiente y sobre la influencia de la actividad humana en el cambio climático. No hace falta insistir en ello; hay un hecho abrumador: todos los indicadores ecológicos que tenemos disponibles evidencian el empeoramiento de la situación.(33) Aunque, también habremos de reconocer, nuestros indicadores son bastante malos. Como veremos, tenemos poca idea y claridad sobre lo que implica la sustentabilidad. Aun así, hay evidencia suficiente. Algunos cálculos sobre el número de especies que se extinguen al año van de 14 000 a 90 000 (equivalentes a 40 a 250 especies por día).(34) Y según el Planetary Boundaries (35) se extinguen unas 50 000 especies anualmente. Pero tan sólo alcanzamos a documentar unas 10 000 especies al año. La pérdida de la biodiversidad en el mundo avanza a un ritmo vertiginoso; de seguir así, en 2050 habrá desaparecido la mitad de los 10 millones de especies vivas que conocemos.(36)

    El problema no sólo es esta brutal extinción masiva, sino que no tenemos herramientas teóricas, analíticas ni metodológicas para saber, al menos de manera aproximada, si son 14 000 o 90 000 las especies que se extinguen cada año. El rango es bastante amplio. Y ni siquiera sabemos qué implicaciones tendrá esta irreparable pérdida de diversidad de la vida. Pero mientras la capacidad de control y previsión de la ciencia y la tecnología avanza lentamente, no lo hace así su capacidad de manipulación, de dominio y de destrucción.

    Lo que sí sabemos es que la pérdida de biodiversidad tiene graves consecuencias sobre los equilibrios sistémicos y ambientales que marcan la vida en la Tierra.(37) Este creciente ritmo en la destrucción de la Naturaleza debido al impacto de las actividades humanas se ha acelerado vertiginosamente en las últimas décadas, lo que se materializa en que la humanidad ya ha ocupado y transformado más de cuatro quintas partes del planeta.(38) La demanda de recursos naturales (c) de la humanidad se ha duplicado en el último medio siglo,(39) y a partir de la década de 1980 hemos superado la biocapacidad de la Tierra.(40) Esto es cada vez peor, pues para mantener el consumo y la economía en 2010 necesitábamos 170% de esta biocapacidad del planeta,(41) y esto no ha hecho más que aumentar. Cada vez hay más pruebas científicas —para quienes no les bastaban las pruebas del sentido común— de que los patrones mundiales de producción y consumo son insostenibles en términos ambientales. Esto es lo que, con el paso de las décadas, ha llevado a la humanidad a convertirse en una amenaza de carácter ecológico y planetario. Y no se ve cómo, desde el proyecto hegemónico desarrollista, esta crisis vaya a poder gestionarse y resolverse.

    En tiempos recientes hemos presenciado la emergencia del Covid-19, que ha generado una pandemia a nivel global que probablemente marque el comienzo de este siglo XXI y de las dinámicas ambientales y sociales que vivamos durante esta época. Es muy probable que entremos en periodos de pandemia oscilante; si no es por mutaciones del actual virus, por otros que surjan como consecuencia de la explotación y la destrucción de la Naturaleza, así como del altísimo consumo de carne y del tráfico de animales. Estos elementos, junto al cambio climático, seguirán creando nuevas enfermedades, cada vez más graves y mortíferas.(42)

    Con este muy breve contexto ambiental es fácil observar que la aparición de este virus es una cuestión natural, que es previsible a través de un análisis de teoría de sistemas. Gaia, el planeta Tierra, como un sistema vivo hipercomplejo y resiliente, reacciona a la modificación del entorno en el que se encuentra. Es evidente que hemos ido perdiendo el equilibrio ecosistémico mantenido por milenios y, ante esto, es normal que un sistema resiliente reaccione y busque recuperar el equilibrio. La alta tasa de contagios del virus se debe tanto a la alta conectividad de la sociedad actual como al mundo sumamente homogéneo que hemos creado. Es sabido que cualquier sistema entre más diverso es más resiliente —dentro de ciertos límites, por supuesto— y, por lo tanto, no es de extrañarse que nuestro actual sistema-mundo, que es muy homogéneo, sufra con la aparición de perturbaciones en su entorno.

    En este mundo uniforme que hemos construido, los países desarrollados del Norte se presentan como ejemplos de este modelo de desarrollo —como Dinamarca, Noruega, Australia, Inglaterra, Canadá o Estados Unidos—. Sin embargo, estos son los países más insostenibles en términos ambientales (43) y tienen las mayores huellas ecológicas del planeta.(d) Es decir, para que todos los países pudieran vivir como Estados Unidos necesitaríamos cuatro planetas; como Suecia o Australia, 3.7, y como Alemania, 2.6 planetas.(44) Pero si todos estos países, considerados modelos de ese desarrollo que se supone universal, son los más insostenibles, ¿a dónde vamos entonces siguiendo estos modelos económicos, sociales, ambientales?

    Generalmente, cuando se habla de la crisis ambiental se aborda como un problema civil y se dejan de lado cientos y miles de experimentos militares llevados a cabo en el último siglo en la atmósfera terrestre, en los océanos y en los subsuelos. Como explica a detalle Rosalie Bertell,(45) los desastres naturales entre 1960 y 1990 aumentaron 10 veces, no sólo por el impacto de la sociedad civil sino también por la intervención militar en el planeta —con sus guerras, sus armas y sus experimentos militares secretos—, análisis que casi nunca se considera, por el gran secretismo con el que se maneja esta información, lo que deriva en un amplio desconocimiento de la sociedad civil sobre el impacto de los ejércitos en el mundo.

    En cualquier caso, queda ya muy claro que la forma de habitar el mundo del proyecto desarrollista es insostenible. Ambientalmente así lo demuestran todos los indicadores que tenemos disponibles. Y como consecuencia de lo anterior no todo el mundo puede alcanzar el objetivo —pretendidamente universal— de desarrollarse. Esto hace al modelo intrínsecamente injusto, o bien insostenible, en términos sociales. Esta situación constituye el doble fracaso del proyecto civilizatorio occidental: social y ambiental. Conscientes de ello o no, seguimos persiguiendo objetivos económicos, de consumo y de desarrollo que son inalcanzables. Esta imposibilidad del desarrollo para todas las personas conlleva que los países del Norte sólo puedan mantener su estilo de vida a partir de la explotación del planeta, claro, pero también de los países del Sur, impidiendo que éstos se desarrollen —lo paradójico es que se les llame países en vías de desarrollo—. De hacerlo aumentaría la presión y la demanda de bienes naturales, haciendo todavía más difícil la apropiación y el despojo por parte de los grupos en el poder.

    Toda esta crisis es social, ecológica, ética, política, epistémica y existencial, como seguiremos viendo. Es la crisis de nuestro tiempo que se evidencia de manera más abrupta en la catástrofe ecológica que estamos viviendo. Ésta no es casualidad, sino consecuencia del propio pensamiento con el que hemos construido este mundo industrial y moderno. La crisis ecológica es síntoma de una crisis de la modernidad y se produce por el desconocimiento del conocimiento moderno y científico.(46) El sueño del hombre blanco de dominar la Tierra, de la mano de la razón y la ciencia, se está convirtiendo en una pesadilla.(47) Pero es justamente esta pesadilla la que nos anima a despertar y a confrontar ese paradigma de conocimiento que se volvió hegemónico. Para ello debemos hacer el intento de reorientar nuestra construcción del saber y el conocimiento, y aunque por ahora no sepamos exactamente cómo, al caminar lo iremos viendo.

    Crisis de la civilización

    Para construir los nuevos conocimientos y asideros teóricos que necesitamos es necesario comenzar a cambiar las preguntas y nuestra forma de responderlas. Esto puede materializarse en el intento de dislocar los cuestionamientos y los marcos conceptuales tradicionales bajo los que normalmente analizamos esas problemáticas. Por ejemplo, ¿cómo entender al ser humano de los últimos dos siglos, no en términos antropocéntricos sino en el marco de un sistema planetario del que formamos parte? Esto nos puede ayudar a desantropocentrizar nuestros puntos de vista, enfoques y análisis.

    Creo que hay dos metáforas que nos ayudan a responder esta pregunta; la primera sería como una plaga. La Real Academia Española (48) define este concepto como la aparición masiva y repentina de seres vivos de la misma especie que causan graves daños a poblaciones animales o vegetales. El chiste se cuenta solo. La Tierra ha sido víctima de la voracidad del ser humano y, en particular, de los hombres, quienes han abusado de ella más que todos los demás seres vivientes juntos.

    Para defender esta afirmación hay que contextualizarla. Regresemos a las escalas de tiempo planetarias, y más allá, a escalas del astro que permite que exista toda la vida en este planeta: el Sol. Esta estrella tiene unos 4 600 millones de años de existencia y se calcula que seguirá ardiendo de manera estable al menos 7 000 millones de años más. Después explotará, expandiéndose por todo el sistema solar como una gigante roja, y finalmente colapsará sobre su propia masa y se convertirá en una enana blanca.

    La Tierra, por su parte, se formó poco después de que el Sol empezara a brillar —hace unos 4 500 millones de años— y dejará de existir cuando nuestro Sol explote. Si comparáramos esta hipotética vida de la Tierra —que sería de unos 11 500 millones de años en total— con la de una persona que vivirá 80 años, hoy Gaia tendría unos 31 años. Puesto a esta escala, los seres humanos —con nuestros dos millones de años de vida— hemos existido, nada más y nada menos, que 0.0173 años-Tierra. Es decir, unos seis días en la vida de la Tierra. Pero este ser humano comenzó a expandirse desde África —según la mayoría de las teorías— hace unos 70 000 años, es decir, poco más de cuatro horas-Tierra… Aun así, su impacto todavía no generaba un desequilibrio mayor en el resto del mundo y de la vida en el planeta. Fue hasta hace tan sólo 12 000 años, cuando los grupos humanos comenzaron a practicar la agricultura, que esto cambió drásticamente (hace 44 minutos-Tierra). Por último —para terminar la analogía—, la gran aceleración del impacto humano en la atmósfera se produjo a partir de la Revolución industrial, hace unos tres siglos, lo que sería ¡un minuto-Tierra! Casi el tiempo suficiente para que Gaia —como organismo vivo e inteligente— empiece a tomar acciones para defenderse del ataque que una sola especie ejerce en el sistema completo. Ahora sí podemos vislumbrar de forma clara esta idea de la humanidad como plaga: una especie que se ha expandido sin control por todo el mundo ocasionando graves daños y la extinción de millones de especies.

    La segunda metáfora es más adecuada y busca entender a la especie humana como un cáncer del sistema Tierra. Si asumimos la visión de Gaia como planeta vivo, también habría que reconocernos como humanidad —junto con toda la vida en la biosfera—, como parte de ese gran organismo Madre Tierra, como le nombran muchos pueblos originarios. La humanidad —así como los delfines, los árboles, las hormigas, las bacterias y la vida en todas sus manifestaciones— no es una especie que vive sobre el planeta; más bien, es una parte viva y consciente de ese gran organismo. El crecimiento descontrolado y desproporcionado del Homo sapiens es lo que genera graves daños a todo el organismo, igual que un grupo de células de un órgano del cuerpo, que se sale de control, expandiéndose y dañando otras partes del mismo cuerpo del que forman parte.

    Para la visión antropocéntrica convencional —que ve el mundo como una colección de recursos disponibles para su disfrute— es muy difícil asimilar esto. De acuerdo con el paradigma moderno se entiende que el mundo está ahí para quien lo observa; es nuestro lugar para habitar y poseer. Desde esa perspectiva es difícil comprenderse como una parte del mundo interconectada con todo lo demás. En cualquier caso, tengamos la certeza de que la Tierra —como organismo inteligente— ya está tomando acciones para sanar este desequilibrio, como pueden ser la aparición de nuevas enfermedades o el calentamiento global. De la misma manera en que nuestro cuerpo incrementa su temperatura para matar a una bacteria, o modifica temporalmente el estado general del organismo —o de partes de él— para sanar una enfermedad, Gaia puede estar modificando temporalmente su temperatura y su equilibrio ecológico para eliminar la fuente del problema. Por ello, hacer un análisis de toda esta cuestión, con base en enfoques no antropocéntricos, nos ayudará a ubicar

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