Género y psicología: intervención en la comunidad
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Así, el trabajo comunitario, expuesto en la presente obra, pone en evidencia la conjunción entre la teoría, la práctica y las vivencias de estudiantes, participantes y miembros de la comunidad, quienes participan y aprenden a partir de las actividades y talleres con el fin de cambiar su realidad"
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Género y psicología - Paula Alejandra Yépez Tito
Género y psicología: intervención en la comunidad
© Paula Yépez, Tarquino Yacelga, Eduardo Granja, Camila Velasteguí, Diego Chávez, Lourdes Yépez
© Universidad de Las Américas
Escuela de Psicología
Campus Granados,
Avenida de Los Granados y Colimes
www.udla.com
Quito, Ecuador
Primera edición: abril, 2018
CUIDADO DE LA EDICIÓN
Coordinación Editorial UDLA
CORRECCIÓN DE ESTILO
Adriana Salgado
DISEÑO DE PORTADA
David Sánchez
DIAGRAMACIÓN
Fausto Machado Ayala
EDITORIAL
UDLA ediciones
IMPRESIÓN
V y M Gráficas
Jorge Juan N32-36
y Mariana de Jesús
ISBN: 9789942779045
Gracias por respetar las leyes del copyright al no reproducir, escanear ni distribuir ninguna parte de esta obra, sin la debida autorización. Al hacerlo está respetando a los autores y permitiendo que la UDLA continúe con la difusión del conocimiento.
Reservados todos los derechos. El contenido de este libro se encuentra protegido por la ley.
Previa a su publicación, esta obra fue evaluada bajo la modalidad de revisión por pares anónimos.
Diseño epub:
Hipertexto – Netizen Digital Solutions
Dedicatorias
Deseo dedicar este libro a todas las personas que estuvieron tras mi trabajo, impulsándome cada día para poder llevarlo a cabo y dar lo mejor de mí, a quienes me sostuvieron en momentos de decepción y preocupación y con quienes comparto mis alegrías, este libro está dedicado a mis padres, mis hermanas y a mi pareja. Gracias por ser esa fortaleza.
Paula Yépez
Este trabajo está dedicado a mis seres queridos, quienes me han dado un lugar en su vida y me han permitido ir construyendo mi lugar en el mundo, gracias por ese bello y complejo universo al que me han permitido acceder y que construye y alimenta lo que hago cada día.
Eduardo Granja
La cristalización del esfuerzo esbozado en este texto la dedico a mi Madre, hermanos y sobrinas; infatigables acompañantes en mi camino, y que han tolerado mi doble vínculo de presencia-ausencia. A Fer, Francis y a mi hijo, que en la distancia fueron fuentes de sentimientos y motivación.
Tarquino Yacelga
En la era del Tawantinsuyu, la participación femenina en el poder político se dio a través de una esfera de poder paralelo y bilateral, manejada por las mujeres de las panakas incaicas. […] las mujeres gobernaban una esfera de ritualidad paralela, nocturna, acuática y lunar, desde la cual velaban por todo el ciclo del cosmos invocando la abundancia de las cosechas y la reproducción de la vida. Estas dimensiones del equilibrio entre los géneros, han sido radicalmente modificadas por el estado colonial-patriarcal impuesto por los conquistadores.
(Rivera, S., 2008)
Agradecimiento
Este trabajo ha sido posible gracias al grupo de estudiantes voluntarios que trabajaron arduamente en el proyecto, que permitieron que los cuestionamientos atravesaran su cuerpo y dieran nuevas lecturas a su existencia. Agradecemos a la Universidad de Las Américas por permitirnos desarrollar este proyecto y ahora ponerlo en evidencia en este texto y a los y las docentes que han formado parte del mismo, por su compromiso y entrega coherente entre lo que se dice y lo que se hace.
Prólogo
Todo prólogo es un zaguán, un lugar de tránsito entre lo público y lo privado, un espacio y un tiempo para pasar de lo común a lo propio. Constituye para mí un honor y también un reto ocupar este espacio liminal y fronterizo en una obra importante que refleja la coherencia del buen hacer de este grupo de psicólogas y psicólogos con enfoque comunitario y de género. Esta situación coyuntural del zaguán, me permite articular la lectura del texto que tienen en sus manos o pantallas, con la pertinencia de su aparición en el contexto del trabajo comunitario en Ecuador y América Latina, pero también con la necesidad de una herramienta didáctica que ayude al profesorado universitario a formar en una psicología centrada en las comunidades y en quienes requieren del buen hacer de los y las profesionales.
Este libro habla de lo común, de ahí derivan los vocablos comunidad y comunicación, lo común es lo propio de lo humano, esta especie única que se caracteriza por lo mismo que los archipiélagos: estamos separados por aquello que nos une. En efecto, no existen las razas, ese concepto que debería estar desterrado por poco científico y por dañino, no existe una especie que no sea la humana. Pero, ¿qué nos hace humanos? ¿Cómo sabemos que estamos ante un grupo humano? Y más aún, ¿cómo trabajamos con ese grupo? Este reto profesional requiere del conocimiento práctico de haber pasado días enteros conviviendo con unos seres «otros» con los que debemos llevar dos riendas para que la tarea no se nos desboque. Por un lado, habremos de familiarizarnos con lo que nos es extraño; por otro, tenemos también que extrañarnos de lo que nos es familiar, porque al fin, todos los grupos humanos van a llevar a cabo las mismas actividades, pero cada uno las va a entender de un modo distinto. ¿Cómo podemos transmitir la importancia de este proceso simultáneo y contingente a unos estudiantes que, en demasiadas ocasiones, viven alejados de la realidad social que les rodea en burbujas tecnológicas y de confort? Pues haciendo proyectos de trabajo comunitario –no habría mejor receta si se tratara de un curso de gastronomía– pero además la vinculación comunitaria es obligatoria por ley en Ecuador, aunque no siempre se cumpla (LOES, 2010 revisada en 2016).
La psicología comunitaria es esa parte de la disciplina que se acerca tanto a la antropología que me hizo ser como soy. Cuando explico el proceso de construcción de la identidad, suelo decir que los seres humanos tenemos una parte del ser que somos centrado en la personalidad, ese ámbito que estudia la psicología, pero también una parte de nosotros se construye en la realidad de la interacción con los diferentes grupos humanos con los que tenemos afinidad en función de cualquiera de nuestras variables sociológicas. Esa segunda esfera de la construcción de la identidad es la que suele estudiar la sociología, pero está perfectamente imbricada y sin posibilidad de separación con el último de los círculos concéntricos centrados en la cultura y, por tanto, cometido de la antropología. Pues bien, la división entre estas disciplinas de las ciencias sociales es muy difusa, tanto que quienes nos hemos formado de un modo poco ortodoxo en alguna de ellas, no somos capaces de distinguir a veces teorías, enfoques o incluso herramientas metodológicas, ni falta que nos hace. Pues bien, así ocurre con la psicología comunitaria, lejos de tener una mirada individualista se acerca a la visión antropológica de la cultura puesto que los procesos culturales son los que dan sentido al comportamiento individual. El mejor ejemplo que se me ocurre es el de Durkheim, un autor convencido y militante del funcionalismo, que cuando decidió estudiar el suicidio como fenómeno social (1897) se dio cuenta de que era necesaria una articulación con lo cultural incluso en el caso de una decisión tan personal e intransferible. Un suicidio no tiene alteridad porque cambia de nombre y se llama homicidio, pero puede ser colectivo sin dejar de ser suicidio.
Como se puede comprender tras la lectura de este texto, la minga y la fiesta constituyen dos buenos contextos, seguramente los mejores, para comprender la vida en común: así, la minga es una fiesta y la fiesta es una minga en sí misma. Solo se pueden comprender desde la participación porque son la esencia de lo comunitario, no podemos ser totalmente observadores en una fiesta ni en una minga (Juncker, 1960), el que no participa paga multa o es penalizado porque son rituales culturales para la cohesión social. Cuando nacemos nos integran en la vida de la comunidad buscando parecidos físicos, otorgándonos unos apellidos, un origen en común, rubricando que ese recién nacido es «uno de los nuestros». Esa idea de familia como jergón de abrigo constituye un universal cultural en sí mismo, todas las culturas tienen en la familia la célula de su estructura social aunque cada una la entienda de un modo distinto. Como bien estudió Murdock en la década de los 50 del pasado siglo cuando analizó, con un grupo de estudiantes de antropología, un total de 553 culturas y en todas ellas se repetían una serie de rasgos en común. Todos estos grupos étnicos tenían en la familia su núcleo, sin embargo, el vínculo madre-hija o hijo era el único universal en todas ellas. Human relations area files, HRAF, sigue constituyendo el mejor manual para diseñar un trabajo comunitario porque allí están todos los conceptos a tener en cuenta, solo los aspectos más recientes desde la aparición de Internet tendrían que ser actualizados.
Esta manera de entender la psicología comunitaria, caso de que hubiera alguna psicología que no fuera comunitaria (que lo dudo), plantea la urgencia de repensar el diván como instrumento para la necesidad social de la escucha. El paciente que llega a una consulta con un problema psicológico que resolver trae consigo una valija con todas las sociopatías y los conflictos sociales que como grupos humanos no hemos sabido gestionar. Algunos seres especialmente sensibles desarrollan trastornos o enfermedades mentales derivadas de la escasa o nula atención que recibimos en salud mental comunitaria. Una persona que acude a un psicólogo busca ayuda para resolver problemas no solo propios también comunes, el o la profesional trata de acompañar el proceso de aprender a que esas dificultades compartidas no dañen en exceso a un nivel individual, pero sería imposible resolver todo cuanto llega en la maleta de lo compartido. De todos modos, las personas que reconocen que tienen un problema psicológico están mejor que quienes ni siquiera se han dado cuenta de que lo tienen.
Como decía el maestro Pichón-Rivière, la realidad de los pacientes con esquizofrenia habla de los problemas que tenemos como sociedad, seguramente por eso no queremos verlos y los encerramos en lugares de donde no sabemos bien si nos da más miedo que salgan o que tengamos que entrar. La locura es el estigma de la otredad y en el trabajo de psicología comunitaria, del que este libro es un magnífico ejemplo, la locura se disipa porque es compartida. Si el ritual lo permite, o incluso lo exige, nos hacemos los locos y rompemos con lo establecido, como en algunas fiestas de carnaval. La fiesta y la minga nos hacen más iguales y menos distintos, menos otros, menos locos. Habría que preguntarse si el diván está siendo mal sustituido por otros escenarios en sociedades alfabetizadas digitalmente, o si sigue siendo necesario para el abordaje individual de los problemas sociales. Los confesionarios de antaño, los púlpitos, las homilías constituían foros para compartir pero también adoctrinar en una manera de entender la vida siempre dirigida por otros, figuras referenciales a las que les estaba permitida una falta de ética por el mero hecho de detentar el poder.
El papel terapéutico de una minga, como el de la fiesta cuando permite el disfrute y la liberación, radica en el hecho de apelarnos a ser uno entre pares y esa complicidad nos hace humanos. Recuerdo a Juan Luis Arsuaga, el paleoantropólogo de Atapuerca, que explica en sus conferencias eso tan hermoso de que cuando los primeros homínidos se hicieron bípedos, empezaron a atisbar la línea del horizonte y en ella buscaron un lugar mejor para vivir, pero no solos, como mandan los cánones del capitalismo vergonzante que nos domina, sino en comunidad. Nos humanizó, según este erudito de la evolución, pensar en el bien común.
Ahora, parece que, en lo simbólico, volvemos a la posición cuadrúpeda en la que solo alcanzamos a ver cuánto tenemos enfrente, literal: delante de nuestros dos dedos de frente. Vienen a la memoria de inmediato, las apachitas de los Andes, esos mojones rituales donde los caminantes piden deseos y ofrecen prebendas en justa reciprocidad andina. Toda apachita tiene una base amplia dedicada a