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Ojo Midas
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Ojo Midas

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El 11 de septiembre de 2001, Jules Naudet registra en video (accidentalmente) el impacto del American Airlines 11 contra la torre norte del World Trade Center. La captura, además de hacerlo mundialmente famoso, lo consolida como el último representante de una raza de camarógrafos privilegiados que los especialistas denominan "Ojo Midas", raza a la que también pertenece Abraham Zapruder (responsable de la captura
del asesinato de JFK) y William Deeke (responsable de la captura del incendio del Hindenburg). En la tradición de novelas como El hombre en el castillo de Phillip K. Dick o Roma Eterna de Robert Silverberg, Ojo Midas es una ucronía protagonizada por personajes reales de la industria cinematográfica (David Lynch, Paul Giamatti, Kevin McDonald), empresas audiovisuales de renombre (Sony, Panasonic, YouTube) y hechos
probables que la "historia oficial" pudo haber ocultado: competencias rastreras entre marcas de cámaras, análisis exhaustivos de imágenes, pero sobre todo, intentos enfermizos por entender qué se esconde detrás de ese accidente para tratar de replicarlo y reproducirlo a voluntad, sin importar el costo
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 dic 2022
ISBN9789585326972
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    Ojo Midas - Deivis Cortés Pulido

    Parte 1:

    Avatares de la estética accidental

    Avatares de la estética accidental

    ¹

    Por Joshua Tennant

    I

    El 11 de septiembre de 2001 más de doscientas cámaras registraron el impacto del Boeing 767 contra la torre sur del World Trade Center. Solo una cámara capturó imágenes del impacto contra la torre norte, quince minutos antes. Una Sony PD-150 operada por un francés de veintinueve años. Jules Naudet registraba a un grupo de bomberos que inspeccionaban una fuga de gas en el bajo Manhattan. El sobrevuelo del American Airlines 11 llama su atención invitándolo a reaccionar, produciendo el milagro videográfico. Estética del azar, decía la mayoría. La exclusiva justificada por lo accidental.

    No fue accidental, sin embargo, que la cámara llevara dentro un casete Panasonic; un MiniDV desportillado y reutilizado que reposaba en el bolsillo camisetero de Jules esa mañana, cuando su hermano le entregó la PD-150 y le ordenó acompañar la inspección rutinaria de los bomberos. Aunque Gedeon le había entregado dinero para que comprara un pack de cinco casetes nuevos y había dejado otro ejemplar, listo para usarse, dentro de la propia cámara, Jules realizó el cambio de último momento, reemplazando el casete de su hermano por su Panasonic fetiche. Y lo hizo a escondidas para evitarse la discusión que siempre retrasaba todos sus rodajes: el debate sobre compatibilidad de marcas. Gedeon encontraba aberrante introducir un casete Panasonic dentro de una cámara Sony, un casete TDK dentro de una cámara Samsung, un casete Maxell dentro de una cámara Canon o cualquiera de las combinaciones posibles. Argumentaba coherencia de fabricante, elemento no menor que se traducía en calidad y limpieza de imagen. Jules, por su parte, sostenía que la equivalencia, además de redundante, obedecía más a un gesto snob por no hablar de una práctica endogámica e incestuosa. Defendía y provocaba las mezclas (incluso en términos de repuestos y accesorios) argumentando que, tal como sucede con la reproducción humana, era necesario combinar los genes propios con los de familias externas a fin de expandir la influencia de la especie. Sea como fuere, pese a la oposición de su hermano, pese a las prohibiciones de sus profesores, pese a las advertencias del manual, fue ese casete y no otro el que terminó preñando a la cámara aquella mañana, fue ese casete y no otro el que terminó convirtiéndose en objeto de culto, y fue ese casete y no otro donde se alojaron las imágenes más célebres del siglo XXI.

    Con la publicación de algunas imágenes del casete en la revista Life (Edición especial conmemorativa. Primer año sin el World Trade Center. 365 páginas a todo color. Incluye DVD y póster gigante), Panasonic registró un incremento del 542% en la venta de MiniDVs, lo que permitió a los ejecutivos de la firma, a los agentes de prensa y a los propios vendedores rasos caminar erguidos, levantar la frente y hasta mostrarse arrogantes con la competencia en las ferias tecnológicas, congresos y eventos de envergadura. Sony, por su parte, acababa de vivir una de sus mejores rachas: el 93.7% de las cámaras que registraron el atentado del 11-S eran marca de la casa y la reciente campaña publicitaria enfocada en relacionar Sony con New York gracias a la conexión de las iniciales de la ciudad (NY) con las últimas letras de la firma (NY) había sido todo un éxito. De hecho, el slogan Sony: So New York!, había arrasado con los premios Clío de ese año. Pero las vacas gordas estaban llegando a su fin. El fetichismo volcado sobre el casete Panasonic no solo disminuyó las ventas de sus propios MiniDVs (centenares de cajas continuaban amontonadas en bodegas y varias solicitudes formales de devolución estaban en estudio); provocó también el desmonte del mito urbano con el que la compañía y la industria en general se habían lucrado durante años: la compatibilidad de marcas tan discutida por los Naudet.

    Kunitake Ando, CEO de la firma por entonces, lo expresó en términos precisos: Es necesario combatir fuego contra fuego, redirigir la atención hacia la cámara, aunque eso implique aplicar métodos poco ortodoxos². En consecuencia, la casa matriz de Nueva York organizó un congreso falso, una suerte de muestra previa de un nuevo producto próximo a lanzarse y convocó a los redactores más influyentes de revistas especializadas: Interfilm, CinephileMood, Movie Times, The Hollywood Reporter, American Cinematographer. Los alojaron en el Hilton durante un fin de semana y cuando ya los tenían cebados de comida, alcohol, drogas y mujeres, destaparon sus cartas. No había producto nuevo. No había lanzamiento. Lo que sí había era un trabajo off the record muy bien remunerado: redactar artículos, ensayos y reportajes resaltando los valores de la PD-150, subrayando el rol preponderante que había desempeñado la casa Sony en la producción del documento naudetiano. Algunos rechazaron la oferta alegando principios insobornables. Tuvieron que pagar sus propias facturas. El resto, mucho más pragmáticos, agradecieron las atenciones, se embolsillaron los cheques y se pusieron manos a la obra.

    Un mes después, American Cinematographer publicó en su portada una apetitosa fotografía de la PD-150 y en páginas interiores un corte transversal, un despiece impresionante, diagramas que explicaban la incidencia de la tecnología Sony en la captura. Cualquier otra cámara, una Panasonic VJ-78, por ejemplo, posiblemente se habría apagado por problemas de alimentación eléctrica o habría registrado un desenfoque típico en esas condiciones de luz, errores que la tecnología patentada de Sony había logrado evitar tras años de investigación y desarrollo.

    CinephileMood, por su parte, se arriesgó con una aproximación mucho más acorde al perfil de sus suscriptores. Publicaron un informe inventariando los autores contemporáneos y las películas recientes que se estaban realizando en video, haciendo especial énfasis en Dancer in the Dark, estrenada un año antes del atentado y galardonada con la Palma de Oro. Lars Von Trier y Jules Naudet: Dos nombres y dos grandes productos unidos gracias a la Sony PD-150. A los ejecutivos de Sony les gustó el título y el artículo en general, no solo porque mencionaba la marca al menos una vez por frase sino porque les dio una idea poderosa que abría todo un campo de posibilidades. Podían oficiar como co-productores y convencer a cineastas reputados para que usaran sus cámaras a cambio de financiación. Le propusieron el trato a varios realizadores, pero solo Michael Winterbotton y David Lynch se mostraron interesados. Así, In This World (2002) e Inland Empire (2006) se rodaron con la PD-150 y sus respectivos directores resaltaron las virtudes de la firma Sony en cada declaración y cada rueda de prensa. Actualmente utilizo una cámara de video digital Sony PD-150. Registra en menor calidad que las cámaras HD. ¡Y me encanta esta menor calidad! (…) Si quedan dudas acerca de lo que estás viendo, anima a soñar³.

    Mejor publicidad que esa no se podía comprar.

    II

    En retrospectiva, es justo decir que fue bastante inteligente por parte de Sony concentrarse en la cámara y dejar de lado el casete. La batalla empresarial era una cosa, pero la contienda contra el mito era algo mucho más difícil de sortear, especialmente con un elemento abordo tan poderoso como lo era la esquina desportillada del casete, supurando superstición en cantidades industriales. Su significado y sus implicaciones no podrían traducirse en términos de marca. Por eso, aquellos usuarios que compraron masivamente casetes Panasonic, también procedieron a desportillarlos para sacarlos del anonimato serial, dotándolos de rostro al tiempo que los acercaban al modelo mítico, el arquetipo naudetiano. Mutilaban el plástico armados de martillos, cinceles, alicates, destornilladores, hasta que a fuerza de repetición y muchos soldados caídos, uno que otro artesano logró emular la esquina desportillada con la eficacia suficiente para ganarse un lugar en el terreno de la falsificación. La falsificación de la imperfección.

    Algo similar ocurrió cuando se divulgó que el casete naudetiano estaba pregrabado. El conocido reportaje Mecánicas Internas del documento Naudetiano⁴, demostró que Naudet llevaba poco más de quince años trabajando con el mismo casete. Lo utilizó para grabar cortometrajes y trabajos universitarios, pero también para registrar cumpleaños, bodas, picnics, cenas familiares, incluso encuentros íntimos y confesiones personales; materiales que iban quedando superpuestos por capas mediante el sistema de reescritura magnético-digital que regía al MiniDV. Así pues, el atentado no se había registrado sobre cinta virgen, sino sobre varias capas de materia videográfica caduca. Y esas imágenes canónicas del Boeing estrellándose contra la torre tampoco figuraban recién empezado el casete o como cierre del mismo, sino justo en la mitad, con varios materiales bastardos de preámbulo y otros tantos como epílogo. Muchos teóricos de la comunicación (Guattari, Del Búfalo, Mattelart) se agarraron de allí para deslegitimar la pureza del documento por su irrespeto al soporte, pero esas imperfecciones no hacían más que nutrir la mitología y cebar el culto. Los fans se esforzaron por replicar también ese efecto y pronto se acuñó el concepto de casete preparado o casete caliente, para referirse al burbujeante caldo de cultivo previo que incrementaba las posibilidades de generar una captura monumental. Muchos de los que querían participar del fetichismo, pero no podían permitirse comprar casetes nuevos (78% más costosos dada la coyuntura y la demanda), se mostraron aliviados con el giro favorable que había tomado el plot del culto. Sin embargo, pronto se hizo evidente que no cualquier casete serviría; solo aquellos que contuvieran la misma cantidad y el mismo tipo de materiales superpuestos, respetando el orden y la disposición originales para propiciar con efectividad el efecto prólogo-soporte-epílogo. Surgieron técnicos especialistas, compañías, incluso filiales de la propia Panasonic que ofrecían el servicio. Recibían el casete nuevo los viernes y el lunes lo entregaban ya adobado y listo para ejecutar la grabación monumental. A ese producto se le denominaba Casete Abierto y se vendía muy bien entre los que aspiraban a replicar la hazaña de Naudet; periodistas, comunicadores y realizadores audiovisuales que los expertos pronto empezaron a llamar camarógrafos neonaudetianos. Para los meros coleccionistas que se conformaban con la contemplación estaba el Casete Cerrado, una pieza redonda donde se había incluido una copia de la grabación del atentado en disposición idéntica a la del casete original. En algunos casos el segmento había sido grabado de televisión o había sido generado por computadora. En ciertas sucursales se ofrecía una copia gemela, aparentemente obtenida del master original, aunque no había forma de corroborar que fuera auténtica.

    Se dice que algunas de estas copias cerradas se filtraron en el mercado de subastadores, otras llegaron a comercializarse en Amazon, algunas en ebay y una, no precisamente la mejor, terminó en el Museo Nacional de Historia Americana, donde se exhibió junto a la cámara de Naudet en exposiciones respaldadas por un gran despliegue publicitario. Pero el público no respondió y en consecuencia, tanto casete como cámara fueron relegados a la vitrina de la sala menos concurrida (Ala Noroeste – Tercer piso, dos puertas antes de los baños de servicio). Los escasos visitantes del museo se mostraban interesados en otro tipo de objetos: la insignia de Wyatt Earp, el vestido rosado de Jackie Kennedy, la escafandra de Neil Armstrong. Nadie se detenía a contemplar la vitrina que contenía el casete. Nadie leía los folletos. Nadie hacía preguntas. Y tal vez por eso Michelle Delaney, curadora en jefe, se negó a adquirir la pieza faltante de la iconografía fundamental naudetiana. Aunque se la ofrecieron varias veces y a precio bastante razonable, la factura de compra del MiniDV nunca fue exhibida en el museo.

    III

    Esa misma factura que Naudet portaba en su billetera (Walmart. NY / 1 Casete MiniDV. Panasonic / 3 camisetas Polo. Talla M. / 1 Paquete de Doritos 300 gr / Pago: Tarjeta de crédito. 6 cuotas), fue lo único que exigió la CBS para comprar los derechos internacionales de sus imágenes. También se la solicitaron como respaldo en el momento de firmar el contrato anómalo, desbordado y casi inédito que Recursos Humanos se resistió a aprobar por inviabilidad. Tuvo que sustentarse ante varios comités esgrimiendo razones técnicas: destreza en el encuadre, capacidad de reacción, agudo sentido de la oportunidad. El objetivo era saltarse el protocolo de ascenso escalonado que debían cumplir los pasantes y novatos. No se podía dejar escapar la oportunidad de capitalizar el don de Naudet y servírselo en bandeja de plata a la competencia. Más aún cuando todo parecía indicar que el camarógrafo francés se constituía como el último representante de una raza de observadores privilegiados, personas con miradas capaces de alterar los escenarios observados. Los desequilibraban, los ponían a burbujear hasta sacarlos de su frecuencia nativa, desplazándolos hacia lo insólito, usualmente hacia lo caótico. Según la leyenda, cada cierto tiempo aparece uno de estos Ojos Midas, mirones privilegiados cuya excepcionalidad permanece latente hasta que se pone en funcionamiento cuando el sujeto empuña una cámara acorde en el marco de un hecho afín.

    El pionero de la tendencia apareció por vez primera en la figura seminal de William Deeke quien capturó el aterrizaje incendiario del Hindenburg en 1937. Pero, como si de un dopplegangger se tratara, su entidad Midas tuvo varias encarnaciones a lo largo de la historia. Abraham Zapruder y el asesinato de John F. Kennedy. Jeremy Cox y el asesinato de Lee Harvey Oswald. Jules Naudet y el 11-S. Aunque se desbalanceara el presupuesto de la cadena, aunque los veteranos del gremio protestaran y se rehusaran a trabajar, aunque algunos encorbatados tuvieran que ser despedidos para equilibrar la nómina, eran costos menores en comparación con la posibilidad de descifrar el misterio y reunir la información suficiente para replicar el efecto a voluntad. Porque había algo que pocos admitían aunque saltaba a la vista si se revisaba cuidadosamente el historial. La habilidad del Ojo Midas era única, fugaz, irrepetible. Solo podía emplearse una vez.

    Zapruder intentó filmar de nuevo, pero nada más iniciada la obturación, volvía a ver la cabeza de Kennedy estallando. Dejó de usar su Bell & Howell y durante los seis años que vivió después del magnicidio, procuró mantenerse alejado de esos aparatos infernales a los que secretamente culpaba de su cáncer estomacal. No obstante, su caso fue el menos grave. Era el único camarógrafo de la dinastía Midas 100% amateur: no se ganaba la vida con el oficio audiovisual y por ende el abandono y la abstinencia no tuvieron consecuencias nefastas. Tanto Deeke que trabajaba para Pathe News como Cox que trabajaba para NBC, tuvieron que seguir rodando, y la permanencia en el oficio los forzó a ser testigos de la autodestrucción irremediable. Sus jefes continuaban solicitándoles materiales semejantes (hiperbólicos, desbordados, explosivos) y ellos, aunque hacían todo lo posible, fracasaban intento tras intento, desintegrándose en el proceso, dejando de dormir, comiendo mal, en algunos casos refugiándose en el alcohol para encajar mejor los golpes y en el caso concreto de Cox, sucumbiendo ante la presión y suicidándose en consecuencia. Habían gastado todos los cartuchos en una sola presa y en un solo disparo, habían derrochado toda la energía audiovisual en un solo evento, la misma energía que otros dosifican con sensatez salpicando varios productos esporádicos, conformando una filmografía irregular pero en todo caso aceptable gracias a ese destello de autenticidad que alcanzaba a vislumbrarse bajo el metraje corriente. Pero los Midas no. Ellos tienen su propia manera de hacer las cosas.

    Por eso, aunque se sabía que Naudet no podía repetir el acierto, convenía tenerlo contento, colmarlo de atenciones, hacerlo sentir importante; estudiarlo para aislar su excepcionalidad. Así que las directivas de la CBS empezaron enseguida utilizando como excusa el Examen de Salud Ocupacional que la cadena practicaba a sus nuevos empleados. Tomaron varias muestras de tejido y fluidos para realizar pruebas de ADN, a fin de identificar compatibilidades y relaciones de parentesco con los Ojos Midas predecesores, ya que entonces (Marzo de 2002) se pensaba que el gen Midas era una suerte de mutación producida por incesto, accidentes durante el embarazo o arbitrariedades hereditarias. Si se demostraba parentesco, pero más aún, si se lograba aislar el presunto gen, podía plantearse la clonación, la producción masiva de un ejército de camarógrafos excepcionales, capaces de cambiar para siempre la historia del registro. La identificación de los rasgos hereditarios también permitiría trabajar en la teoría de la memoria genética, según la cual Naudet, si entraba en determinado estado de trance (inducido por sustancias alucinógenas o por hipnosis), podría viajar a la memoria de su ancestro Zapruder y contemplar sus acciones durante la captura del asesinato de Kennedy. Esa conexión metafísico-genética entre camarógrafos, teóricamente, solo permitía contemplación; no obstante, si se lograban grados de compatibilidad,

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