Y El Águila Voló: Una fábula sobre liderazgo
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Una novela que parte de una fábula, o de dos. Un águila que se cree gallina, pero que en su caminar se va descubriendo a sí misma y va adquiriendo la autoestima necesaria para atreverse a volar. Un ser trascendente que mira el mundo como una oportunidad maravillosa para ser feliz y que comienza a entretejer una misión, una estrella, un ideal al cual destinar la vida... aquel ideal lo alinea hacia un estilo de vida de luz, de valores, de principios eternos que permitirán la evolución y la excelencia de muchos otros seres.
Pero, igual que en la vida real, nada es fácil. Hay que enfrentar los riesgos, las adversidades, a los enemigos, y hay que aprender a luchar, a combatir por los sueños. "No apagues tus sueños, no renuncies a ellos, sería un suicidio...". Y el águila da lucha sin cuartel, hasta el final, modelando una vida que inspira, que enamora, que seduce y que deja huella en el lector.
Una novela que te hará mejor ser humano. Que te motivará a que saques a flote lo mejor de ti mismo. Que llegará a tu corazón y te mostrará el héroe que llevas dentro. Una historia que te cautivará y cuyo final te hará recordar cómo se fraguan los héroes.
Y el Águila Voló una novela para jóvenes líderes emprendedores. Para personas que creen que todo es posible para el que tiene fe. Para quijotes e idealistas que no se doblegan ante los problemas y que no temen caer las veces que sean necesarias, puesto que al levantarse serán más fuertes. Un relato que es ¡un canto a la libertad!, a la lucha por la justicia, por la equidad, por la ética; una lucha desde abajo, contra los poderes corruptos que oprimen y manipulan.
¡Una novela imperdible!
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Y El Águila Voló - RAMIRO ALARCÓN FLOR
Capítulo 1
¡El Reencuentro…
contigo!
Había una vez una gallina, que paseaba por el campo muy animadamente. Mientras caminaba, observó que alguien había olvidado un huevo entre el verdor del bosque contiguo a su gallinero. Esperó hasta el atardecer, por si algún ave de los alrededores lo reclamaba, pero nadie lo hizo. Así que, lo tomó, y se lo llevó a su hogar para empollarlo con los otros.
Al cabo de un tiempo, las crías empezaron a salir del cascarón, pero aquel huevo diferente, el que había sido olvidado, no se rompía...
Pasó mucho tiempo, y la gallina empezó a creer que aquel huevo era irrompible, debido al trabajo que le ocasionaba. Pero al fin, sus esfuerzos fueron recompensados con un polluelo. Más, desgraciadamente, el nuevo miembro de la familia no reunió las condiciones de estética adecuadas para el medio. Era un polluelo flaco, feo, negro y desproporcionado, ¡un auténtico fiasco!
El nuevo hermano fue bautizado como Marcos. Era desagradable, disforme y siempre rendía culto a la soledad. Sin embargo, su madre y algún pariente sin prejuicios lo acompañaban a ratos.
Unos seis meses después, Marcos, a quien le gustaba contemplar con minuciosidad el cielo, logró ver a una espectacular ave que volaba con libertad y velocidad impresionantes y se llenó de emoción. Entonces preguntó:
-Tía Juana, ¿qué es eso?
-Es el águila, hijo mío -musitó la vieja-
-El águila, ¡qué ave maravillosa! ¿Cómo es posible que pueda volar a esa velocidad y con esa elegancia?
El águila es la reina de las aves. Puede volar muy alto, hasta 7000 metros, a una velocidad de hasta 250 km/h. Tienen la facultad de mirar su presa a dos kilómetros de distancia. ¿Te imaginas?
Marcos, se quedó con el pico abierto y preguntó con gran curiosidad:
-Tía...
¡¿Y usted cree que, si nosotros nos lo propusiéramos, e hiciésemos mucho ejercicio y.… con una buena alimentación... podríamos volar como ella...?!
- ¡No seas ingenuo! Nosotros somos gallinas, y con las justas
llegamos a volar dos metros. No pienses estupideces, ¡vamos, vamos!; ¡recoge todo el maíz que aún tienes en el suelo...!
La conversación terminó abruptamente y Marcos acompañó a su tía al gallinero, no sin sentir un profundo pesar en su corazón.
Transcurrió el tiempo y Marcos, al quien siempre le había gustado contemplar el cielo, solía ir todas las mañanas a aquel hermoso lugar donde, una vez, sus oscuros ojos se iluminaron al observar el maravilloso vuelo de la reina de las aves. Desgraciadamente, no tuvo la suerte de verla de nuevo, pero aquella sensación nunca lo dejó.
Y cuando, por instantes, notaba que algo intrínseco a él le insinuaba que aquel camino infinito y magnífico era también el suyo, resonaban en su mente las palabras de su tía:
- ¡No seas ingenuo! Nosotros somos gallinas y con ‘las justas’ llegamos a volar dos metros. No pienses estupideces, ¡vamos, vamos! ¡Recoge todo el maíz que aún tienes en el suelo...!
Y creyéndolo con firmeza, murió… (1)
Pasó un tiempo y...
Había una vez una gallina que paseaba por el campo muy animadamente. Mientras caminaba, observó que alguien había olvidado un huevo entre el verdor del bosque contiguo a su gallinero. Esperó hasta el atardecer por si algún ave de los alrededores lo reclamaba, pero nadie lo hizo. Así que, lo tomó, y se lo llevó a su hogar para empollarlo con los otros.
Al cabo de un tiempo, las crías empezaron a salir del cascarón, pero aquel huevo diferente, el que había sido olvidado, no se rompía...
Pasó mucho tiempo, y la gallina empezó a creer que aquel huevo era irrompible, debido al trabajo que le ocasionaba. Pero al fin, sus esfuerzos fueron recompensados con un polluelo. Más, desgraciadamente, el nuevo miembro de la familia no reunió las condiciones de estética adecuadas para el medio. Era un polluelo flaco, feo, negro y desproporcionado, ¡un auténtico fiasco!
El nuevo hermano fue bautizado como Juan. Era grande, desagradable, disforme y siempre rendía culto a la soledad. Sin embargo, su madre, o algún pariente sin prejuicios lo acompañaban a ratos.
Unos seis meses después, Juan, a quien le gustaba contemplar con minuciosidad el cielo, logró ver a una espectacular ave que volaba con libertad y velocidad impresionantes y se llenó de emoción.
Entonces preguntó:
-Tía Dolores, ¿qué es eso?
Es el águila, hijo mío -musitó la vieja-.
-El águila, ¡qué ave maravillosa! ¿Cómo es posible que pueda volar a esa velocidad y con esa elegancia?
-El águila es la reina de las aves. Puede volar muy alto, hasta 7000 metros, a una velocidad de hasta 250 km/h. Tienen la facultad de mirar su presa a dos kilómetros de distancia. ¿Te imaginas?
Juan, se quedó con el pico abierto y preguntó con gran curiosidad:
-Tía. ¡¿Y usted cree que si nosotros nos lo propusiéramos e hiciésemos mucho ejercicio y.… con una buena alimentación... podríamos volar como ella...?!
- ¡No seas ingenuo! Nosotros somos gallinas, y con
las justas llegamos a volar dos metros. No pienses estupideces, ¡vamos, vamos! ¡Recoge todo el maíz que aún tienes en el suelo...!
La conversación terminó abruptamente, y Juan acompañó a su tía al gallinero, no sin, sentir un profundo pesar en su corazón.
Transcurrió el tiempo y Juan, a quien siempre le había gustado contemplar el cielo, solía ir todas las mañanas a aquel hermoso lugar donde, una vez, sus oscuros ojos se iluminaron al observar el maravilloso vuelo de la reina de las aves. Desgraciadamente, no tuvo la suerte de verla de nuevo, pero aquella sensación nunca lo dejó.
Y cuando, por instantes, notaba que algo intrínseco a él le insinuaba que aquel camino infinito y magnífico era también el suyo, resonaban en su mente las palabras de su tía:
-¡No seas ingenuo! Nosotros somos gallinas y con ‘las justas’ llegamos a volar dos metros. No pienses estupideces, ¡vamos, vamos! ¡Recoge todo el maíz que aún tienes en el suelo...!
Pero ocurrió que en un maravilloso día...
Un hombre entró en el gallinero. Iba por un ave para la cena, y mientras se hallaba en los menesteres de la selección, descubrió a Juan.
Con supina admiración, le soltó la pregunta a quemarropa:
- ¿Cómo puedes vivir aquí? - le interrumpió aquel hombre-
- ¡Tú no puedes vivir aquí! ¡No DEBES vivir aquí!
-Creo que usted no lo entiende, pero esta es mi casa, y ellos son mi familia. Aquí está mi papacito, el pollo Regio, y mi madre, la gallina Rosita.
- ¿Qué? ¡Infortunada criatura...! ¿No sabes acaso que tú eres un águila? ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Qué perverso ser te ha convencido de que eres una gallina? ¿Cómo es posible que lo aceptes?
-Perdón, señor. ¡Usted está equivocado! -aclaró el polluelo-
¡Muy pronto seré un gallo al igual que mis hermanos José, Julio y.…!
- ¡Basta! ¡Tú eres un águila, perteneces al cielo azul, al infinito! Vamos, te sacaré de aquí. Debes volar para así descubrirte a ti mismo.
El hombre se olvidó de su cena, gracias a la ternura de Juan, que había logrado transformar su mal genio en una buena dosis de energía y entusiasmo, con la cual se abrió paso entre las aves de corral. Acurrucándolo en su pecho lo llevó consigo a una hermosa montaña llamada Ilaló, ubicada en lo periferia oriental de la bella ciudad de Quito, Y dijo:
-Mira todo esto: el cielo, el aire, las montañas. Todo es tuyo, porque tú eres el rey de las aves, vuela...
Y lo soltó...
El pobre aguilucho, que no tenía suficientemente claro lo que acontecía, se vio arrojado en el espacio y cayendo hacia su muerte. Con terror supremo, sumido en la desconfianza hacia sí mismo, estuvo a punto de desplomarse. Afortunadamente, en los últimos veinte metros, logró mover imperceptiblemente sus alas, lo que atenuó levemente su violenta caída...
El hombre tuvo compasión al verlo. Corrió en su búsqueda e intentó curarlo. Era obvio, no obstante, que el ave requería de atención espiritual y psicológica antes que física.
-Mira, Juan, tú no eres una gallina. Has vivido como gallina, has comido lo que comen las gallinas y has oído historias de gallinas, ¡pero esa no es tu vida! ¿Me escuchaste? ¡No debe seguir siendo esa tu historia!
Tú eres un rey, eres un águila, perteneces a lo ilimitado, al límpido y majestuoso firmamento. No te conformes con ser una gallina, ¡eres un águila! Olvida las voces de los mediocres que te han convencido de que
