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Hawing. Alas en Llamas
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Libro electrónico255 páginas3 horas

Hawing. Alas en Llamas

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Información de este libro electrónico

Helen es una hacker con un pasado oscuro que prefiere ocultar. En su instituto la odia todo el mundo y, tras recibir una amenaza en Instagram, vuelven a surgir sus viejos temores.
Descubrirá que no es del todo humana y tendrá que lidiar con algunos sucesos inexplicables, con un muchacho extraño y siniestro y con una misteriosa profecía que no comprende: «Una gota de agua forjada en fuego».
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 oct 2022
ISBN9788412546897
Hawing. Alas en Llamas
Autor

S. Boutellier

S. Boutellier nació en Córdoba, en 2001. Siempre fue una chica muy imaginativa, quienes la conocen afirman que su mente suele andar curioseando por los mundos fantásticos donde se desarrollan sus historias. Empezó a escribir a los trece años y desde entonces no ha dejado de perseguir sus sueños. Su primera novela Hawing. Alas en llamas (2022, Ediciones Arcanas) formará parte de una saga fantástica, un proyecto literario ambicioso mediante el cual pretende conectar con aquellos lectores que comparten su pasión por la novela juvenil. En su corta trayectoria, ha quedado finalista en dos certámenes de microrrelatos de carácter internacional y en un concurso de relato corto. Puedes saber más de ella y de sus obras en la web: susanaboutellier.es

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    Vista previa del libro

    Hawing. Alas en Llamas - S. Boutellier

    Prólogo

    Dentro de 2 meses

    Atemorizada.

    Estoy atemorizada, aunque no lo demuestre.

    Una furgoneta negra circula a gran velocidad por una solitaria carretera secundaria. Un manto de estrellas la acompaña. Procede de un callejón y parece que escapa de algo, como del escenario de un crimen. ¿A qué me suena esto?

    La oscuridad es tan asfixiante como el olor a sangre aquí dentro; aunque eso no debería importarme demasiado. Me han tapado la boca con una mordaza. En frente, dos hombres me observan. Son los que me han capturado. Me pillaron desprevenida y me metieron aquí a la fuerza. Apenas fui capaz de reaccionar porque aún estaba muy débil y me sometieron con las cadenas de titanio.

    Las imágenes todavía se mezclan en mi cabeza, pero solo un pensamiento me tortura: soy un monstruo. Ahora soy mi peor pesadilla.

    Y me ha traicionado.

    Mi transformación me ha costado mucho sufrimiento, pero ni la mordaza ni mil cadenas de titanio son capaces de reprimir esta furia. La persona en la que he depositado toda mi confianza me ha fallado. No solo eso, sino que me ha usado para un plan oscuro que preferiría no haber conocido.

    El miedo me hace temblar, pero no por el secuestro, sino por la incertidumbre. ¿Qué serán capaces de hacer ellos? Me han convertido en un arma; me han transformado en una hawing y mis alas son prueba de ello.

    Las cadenas de titanio tienen púas que se me clavan en las alas. Cada vez que trato de moverme, ahondan más profundo y las plumas rojas se empapan de sangre nueva, oscureciéndose. Pero las heridas abiertas no son las más dolorosas, sino las que me martillean la mente. Como pensar en ella… También la han raptado y no he sido capaz de impedirlo. Su único delito ha sido salvarme, aunque ya no podía detener mi transformación.

    Cuando nos interceptaron, íbamos a reunirnos con mi padre. Él tiene la cura para esto. Me lo dijo ella. Si no hubiera estado tan débil, habría podido defendernos a las dos.

    Una vocecita en mi interior hace que se me retuerzan las entrañas de rabia:

    «Ni siquiera fuiste capaz de salvarte a ti misma. No hiciste nada para evitar tu transformación».

    La ira hace que me muerda la lengua y eso duele menos que lo que bulle en mi mente. Me han usado. Y todavía me encuentro atrapada en su juego, como un arma sin voluntad. No sé si escaparé, pero me niego a seguir jugando. Moriré antes que volver a bailar al son de su voluntad.

    Aunque me arranquen las alas, lucharé por mi libertad.

    Capítulo 1

    Hace dos meses…

    Antes de cada examen, siempre ocurre lo mismo: mi bolsillo acaba lleno de dinero.

    El olor a sudor y el calor corporal de los estudiantes me obligan a respirar por la boca. Por cada segundo que paso aquí, odio un poco más a la humanidad.

    Después de salir de clase, el ruido penetrante del timbre me permite hacer los últimos ajustes de precio con unos chicos, que miran con avidez la memoria externa que guardo en el puño.

    —Venga, somos tres; ¿no nos podrías hacer un descuento?

    Pongo los ojos en blanco y vuelvo a meter la memoria en mi bolsillo.

    —Hasta que no me deis lo que acordamos, esto no saldrá de aquí.

    Uno de ellos se rasca la mejilla agujereada por las cicatrices de los granos mientras se estruja los sesos. Casi puedo escuchar cómo chilla por el esfuerzo su única neurona. No me extraña que me pidan las respuestas del examen de mañana; entre mi clientela hay listillos, irresponsables e inútiles. Estos deben de encontrarse en el último grupo.

    —¿Y si te pagamos mañana?

    Otro que se cree muy listo.

    —Muy bien; mañana me pagáis. Y, como habréis tenido tiempo de rebuscar en la cartera de vuestros padres, me podréis dar el doble. —Esbozo una sonrisa de dientes torcidos.

    El chico de la frente larga, tanto que no es capaz de taparla con su pelo grasiento, se adelanta con los puños amenazantes.

    —Vete a la mierda, Helen —musita entrecerrando los ojos.

    Abro mucho los míos, simulando sorpresa. Me cruzo de brazos y avanzo un paso, nuestras narices quedan a un palmo. A pesar de que es uno de los más altos del instituto, le supero en unos pocos centímetros.

    —¿Por qué no te vas mejor al internado donde te van a mandar tus padres?

    Levanto las cejas, su cara palidece. Parece que se le ha cambiado la sangre por horchata.

    Retrocedo un paso y le hablo al del semblante taladrado, que tiene el rostro encendido de ira:

    —¿No lo sabías? A los padres de tu amiguito no les ha sentado muy bien que estuvieras flirteando con él. Entiéndelo, son una familia de tradición conservadora. —El tercero, creo que se llama David, empieza a crujir sus nudillos con la mirada fija en el de la cara con agujeros—. Y lo siento por ti. Pero no te preocupes, hay más peces en el mar.

    —¿Es verdad, Fer? ¿Me has engañado? —gruñe David.

    Sin embargo, Fer está demasiado centrado en el de la frente larga.

    —¡¿Para qué les dices nada a tus padres, Igna?!

    —Ey, chicos. —Ellos giran las cabezas al unísono hacia mí. Casi puedo notar la tensión densificando el ambiente—. Sé que esto os puede parecer… complicado, pero tengo una información que, si se publica accidentalmente en Instagram, podría formar un gran revuelo. Y no queremos eso, ¿verdad?

    —Eres una zorra —susurra Fer.

    —Desgraciadamente, me tendréis que pagar el triple por mi silencio.

    Tras unos segundos de incertidumbre, Igna rebusca en sus bolsillos y saca unos billetes tan arrugados como papel de chicle.

    —Pero ¡¿qué haces, imbécil?! —exclama Fer.

    —Paso de irme del instituto siendo el hazmerreír. —Me tiende el efectivo—. Y más os vale pagarle vuestra parte. Esto no puede salir de aquí.

    Los demás lo imitan refunfuñando y me dan el dinero, que voy contando mentalmente. Al parecer, los muy espabilados tenían de sobra.

    —¿Veis que no era tan difícil? Solo había que rebuscar un poco más a fondo. —Guardo la pasta en un bolsillo de mis enormes pantalones viejos y le doy a Fer la memoria externa.

    —Puta —gruñe.

    —Y con gusto —sonrío.

    Es curioso, pero, cuando sabes hacer con un ordenador algo más que jugar a videojuegos o abrir documentos, te ganas el odio de muchos. Y también el miedo.

    Al marcharse tragados por la marea de estudiantes, aprieto los labios y me ajusto la mochila a los hombros. Ya solo queda arreglar una última cosa.

    Avanzo entre la marabunta que abarrota el pasillo como una gran masa heterogénea y apestosa. Algunos se apartan de mi camino, disimulan, bajan las miradas; otros le echan una ojeada furtiva a mi pelo encendido. Frunzo el ceño. Odio mi cabello llamativo; no me gusta nada que me miren como si fuera un espectáculo. Envidio las discretas melenas castañas y morenas de las demás chicas.

    Llego al recreo, un patio interior rodeado por frías paredes de cemento y me siento en un banco lejos del resto. Agarro una hoja que está justo a mi lado y me entretengo cortándola por los bordes, pero unas voces desvían mi atención. Me fijo en un grupo de chicas que acaban de llegar y cotillean escandalosas. Estoy tan distraída mirándolas que apenas percibo el olor amargo que desprende la hoja ni me fijo en el cerco oscuro que se extiende por donde la estoy tocando. Aprieto los labios mientras la arrugo entre mis dedos y me levanto.

    Conforme ando, mi mente arma un plan. Diviso a mi próxima víctima, una sensación ardiente invade mi cuerpo y me sorprendo al notar que es rabia. Solo me doy cuenta de que estoy apretando los puños cuando siento un escozor en los surcos que han dejado las uñas.

    Recuerdo cuando tenía su edad; hace dos años. Aunque parezca poco tiempo, mi vida ha cambiado mucho desde entonces, y para bien. Sin embargo, ver a esa chica divirtiéndose, pasándoselo tan bien con sus amigas, me da ganas de destruir todo lo que tiene. Tal y como voy a hacer ahora.

    Llego al lado del grupo y espero a que mi víctima me mire. No tarda en percatarse; deja de hablar, abre mucho los ojos y traga saliva sonoramente. Me ha reconocido y seguro que sabe de antemano que no vengo de buenas, menos aún con ella. Sus amigas tardan un poco más y cuando lo hacen, reaccionan de la misma manera.

    —¿Podrías acompañarme un momento?

    De repente, las demás se disculpan, murmuran excusas y se marchan cuchicheando. Ella las sigue con la mirada confundida. Yo disfruto de su patética cara de decepción. Cuando todas se han ido, clava los ojos en mí. Tiene que alzar la cabeza.

    —¿Qué quieres? —Pone los brazos en jarra.

    Puede que ella no lo haya notado, pero le tiembla la voz. Me enternece su ridícula actitud de rebeldía.

    —Te llama el director.

    Ella se queda un rato con un pie adelantado y dudosa si dar el primer paso hacia mí. Finalmente, relaja los brazos, suelta un suspiro hastiado y me sigue con desgana.

    Cuando entramos en el edificio, aprieto el paso impaciente.

    Hace poco se ha filtrado información acerca de un acceso no autorizado a los exámenes en el servidor. Aunque todavía no me he encargado del chivato, tengo que quitarme de encima el punto de mira de los profesores. Y esta pequeña niña rebelde va a asumir mi culpa.

    Mientras camino, echo una ojeada alrededor con una ligera presión en las costillas. Cada rincón de este lugar contiene un trozo de mi corazón destrozado. La esquina donde me humillaron por primera vez, la puerta que fue testigo de sus burlas, la pared donde me sujetaron varios compañeros para… ¡NO! De nuevo, levanto la muralla que me protege de esos recuerdos tan amargos.

    Echo un vistazo hacia atrás para comprobar que Clara todavía me sigue. ¿Quién habría dicho que hace unos años su hermano me usaba como blanco de sus burlas? Aún recuerdo su risa cuando se mofaba de mí: era aguda y molesta como la de un cerdo. Me pregunto si Clara tendrá esa misma risa desagradable.

    Vuelvo a escrutar mi alrededor y me cercioro de que el pasillo está completamente desierto. Como había planeado, no hay nadie. Tras haber avanzado lo suficiente, me paro en seco y ella se choca contra mi espalda, sorprendida.

    —¿Qué tal Luis? —le pregunto.

    —¿Cómo?

    —Tu hermano…

    No me responde.

    Con un rápido movimiento, me giro, la cojo de la chaqueta vaquera y la sujeto contra la pared, levantándola unos centímetros sobre el suelo. Clara intenta deshacer mi agarre con las manos temblorosas, así que la sacudo. Entonces deja caer las manos a los costados y me observa con la cara contraída de horror. Me deleita su expresión asustadiza.

    —Mira, chica, vas a hacerme un favorcillo. —Mi sonrisa torcida se refleja en sus ojos abiertos de par en par.

    Abre la boca para replicar, pero se ahoga con su propia saliva cuando la aprieto con más fuerza.

    —Vas a decir que TÚ robaste los exámenes. —Su carita contrariada me dice que hará todo menos eso—. Oh, lo harás. —Inclino la cabeza, burlona—. ¿A cuál de tus ex le agradaría más saber que lleva unos cuernos que no deberían caber por las puertas? Tengo todas las fotos, las conversaciones… —enumero. Ella niega con la cabeza, tiene el rostro enrojecido—. Lo harás, ¿verdad? Me ayudarás. —Sus lágrimas indican que no quiere, pero asiente.

    Sonrío y la suelto de golpe. Sus pulmones reciben la recompensa del oxígeno y respira con avidez.

    Ha tenido que pagar ella por su hermano.

    (Ilustración)

    ***

    Entro en el cuarto de baño empujando la puerta. Dentro hay unas cuantas chicas cotilleando en frente del espejo y riendo como gallinas. Por esto odio el aseo de chicas: ¿no pueden entrar de una en una? Suelto un bufido y doy un portazo que hace retumbar hasta el suelo. Las chicas me miran durante un instante.

    —Fuera —gruño apoyándome en la pared.

    Ellas murmuran entre sí mientras desmontan el círculo y salen sin quitarme la vista de encima. Por el espejo veo que la última me dedica una mirada de odio y yo le respondo levantando el dedo corazón.

    Cuando cierra la puerta, espero unos segundos hasta que no escucho nada. Entonces, abro la mochila y saco el móvil. Lo único bueno que tiene este lugar es que a los profesores no se les permite entrar, así que solo aquí podemos sacar los teléfonos; en el instituto están prohibidos. Veo varias notificaciones de llamadas y algunos mensajes. No me sorprende ver que son de Jairo, mi novio.

    Jairo_

    Ya me he enterado de que

    los profesores lo saben.

    No hagas locuras, por favor.

    Tuerzo los labios en una ligera sonrisa. Demasiado tarde. Apago el móvil y vuelvo a meterlo en la mochila.

    Voy a salir, pero siento un golpe en mis pies y pierdo el equilibrio. Me caigo de bruces al suelo y mi cara impacta contra las frías baldosas. Oigo mis cosas caer alrededor. Escupo una maldición por lo bajo. Me alegro de haber echado a las chicas del baño, hubiera sido demasiado embarazoso.

    Me levanto y empiezo a recoger las cosas que se han caído de la mochila, pero, al asir el último libro, levanto las cejas. ¿Este libro lo llevaba antes? Debe de ser mío porque tiene una etiqueta con mi nombre: Helena Dralla.

    Quizás me lo quitó un compañero y me olvidé de él. Lo hojeo un poco y frunzo los labios cuando veo que está subrayado entero con lápiz. Quien tuviera el libro, me lo ha destrozado. Lo guardo junto con el resto de las cosas y me cuelgo la mochila. Ya veré qué hago para arreglarlo; ahora tengo clase y no puedo llegar tarde.

    ***

    Ya he salido del instituto y estoy en el metro. Observo el móvil. Una tras otra, las fotos de Instagram resbalan por la pantalla. No soy la única que tiene un teléfono entre sus manos; casi todos los pasajeros tienen uno y sus rostros se ven iluminados por la luz azul que emiten. Solo la voz monótona del metro y el rechinar del vagón rompen el silencio. Aburrida, guardo el móvil en la mochila y saco el libro que encontré antes. A ver cómo le quito el subrayado.

    El megáfono anuncia la próxima estación. Quedan dos paradas para que me toque salir.

    Al abrirlo por la primera página, me sorprende un tintineo leve. Algo ha caído al suelo, algo de dentro del libro. Algunos ojos curiosos desvían la mirada hacia el objeto metálico, supongo que buscando una moneda. Me agacho y palpo el suelo. Si es una moneda, espero que me dé para un paquete de chicles. Por fin encuentro un destello entre la pelusa y la suciedad del suelo y lo alcanzo con la mano. Vaya, no es una moneda. Es un colgante que parece de plata. Abro los ojos con sorpresa, el símbolo me resulta familiar. Es como una «I» con los remates superiores hacia abajo, donde se retuercen con dos puntos sobre cada uno. Qué raro.

    Oigo una notificación de mi móvil y me recuerda que todavía no he hablado con Jairo. Guardo el colgante en el bolsillo de mis vaqueros. Con el libro bajo el brazo, saco de nuevo el teléfono y lo enciendo. Es una notificación de Instagram, un mensaje privado. ¿Un mensaje privado?, ¿quién me lo habrá mandado? Seguro que será Jairo insistiendo. Sonrío y la abro, pero me llevo una sorpresa.

    Darkwings_

    Cuidado, que no se te vuelva a caer.

    ¿Quién es ese Darkwings? Y ¿por qué me ha mandado esto? Siento una pequeña semilla de angustia en mi estómago y mis músculos se tensan. No conozco ese perfil. ¿Desde dónde me ve?

    Miro a mi alrededor para comprobar si alguien me está observando. No veo nada. ¿Cómo es posible que se haya dado cuenta de que lo he encontrado? Trato de pensar con la mente fría. Puede que sea un compañero del instituto tomándome el pelo. Sí, seguro que no es nada importante. Le contesto.

    Yo_

    Espero que esto valga como un libro nuevo.

    Me lo has pintado entero.

    Con una sonrisa socarrona en los labios, espero la respuesta. Y no tarda en llegar. Tampoco tarda en borrarme la sonrisa. Es un vídeo y lo reconozco al instante. Ahí estoy yo amenazando a Clara. La garganta se me cierra de golpe y el estómago se me da la vuelta como un calcetín. ¿Qué narices es esto? ¿Cómo me han grabado? Mierda.

    Otro mensaje.

    Darkwings_

    Libro: página 12, párrafo 3. Página 200, párrafo 4.

    Página 5, párrafo 1. Página 31, párrafo 6.

    Quiere que busque en el libro, que ya sospecho que no es mío.

    Con el móvil en una mano y el libro en la otra, hojeo el volumen. La voz del metro vuelve a anunciar la parada, queda una para llegar a mi destino. Por fin termino de construir la frase: «No grites. No llames a nadie. Haz lo que te digamos. Ya sabes si no cumples».

    Tengo que calmarme, seguro que es una broma. Pero no soy capaz. Intento responderle; sin embargo, el temor me paraliza. No puedo hacer nada. Si alguien descubre este vídeo, lo mínimo que me va a ocurrir es que me denuncien. Quedaría en mi expediente. Puede que hasta me lleven a un centro de menores.

    Estoy atrapada.

    Otro mensaje. Esta vez no está oculto en el libro.

    Darkwings_

    Ponte el colgante. Seguro que te favorece,

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