Noches de cine - Estreno de Cinecatástrofe
Por Ernesto Thomas
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En este inmenso valle prodigaba la agricultura y las industrias, y vivían millones de personas. Sin embargo, un técnico sismógrafo, se dio cuenta de que en pocas semanas habría un gigantesco terremoto en la zona de Gibraltar que iba a destrozar la enorme presa y a inundar el Valle del Nuevo Mediterráneo.
Este sismógrafo, alcohólico y atormentado por un error profesional en la construcción de un edificio en Japón, que lo llevó al descrédito, intenta por todos los medios de convencer a las autoridades de la Provincia Europea para que se comience a evacuar a los 180 millones de habitantes del Valle del Nuevo Mediterráneo, en un plazo de dos semanas.
Este relato es sin duda singular dentro del género de cinecatástrofe debido a que enfatiza la subjetividad del personaje.
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Noches de cine - Estreno de Cinecatástrofe - Ernesto Thomas
NOCHES DE CINE
Estreno de Cinecatástrofe
Ernesto Thomas
portadilla.jpg© Ernesto Thomas
© Noches de cine. Estreno de Cinecatástrofe
Fotografías de Jimena Mernies
Octubre 2022
ISBN ePub: 978-84-685-7185-0
Editado por Bubok Publishing S.L.
equipo@bubok.com
Tel: 912904490
C/Vizcaya, 6
28045 Madrid
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Ernesto y Lucas tomando mate en el patio de la Clínica JACKSON
Pablo Taramasco: una especie en peligro de extinción
Marcelo Etorena: un ser paradigmático
Ernesto Thomas y la obra que fue terminada el 15/11/2011
Índice
CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
CAPÍTULO XII
CAPÍTULO XIII
CAPÍTULO XIV
CAPÍTULO XV
CAPÍTULO XVI
CAPÍTULO XVII
CAPÍTULO XVIII
CAPÍTULO XIX
CAPÍTULO XX
¡LO MATO! La vida de Michael Juárez
EPÍLOGO
CAPÍTULO I
Había pasado una larga y aburrida tarde en el patio, tomando mate y fumando con mi amigo Lucas sentado a la sombra de un árbol. El loco Pablito venía a cada momento, a hablarnos de religión, de que Jesús salva, de que él se tiene que portar bien o si no le van a hacer electroshock, de que tiene que hacer caso, de que la medicación le hace mal, de que admira a los profesores del liceo, de que todos lo tratan mal, etc.
Después viene Pablo Taramasco a pedir cigarrillos cada cinco segundos. Esta con uno en la mano y me pide otro. Así está desde que se levanta hasta que se acuesta. Dice que él es un neonazi y hay que matar a todos los judíos, sonriendo. Y me pide un cigarrillo otra vez. Yo le digo:
—No puedo, Taramasquito, el Führer no me lo permite.
—¡Dale, dame uno!
—No puedo. Son órdenes del Führer. Tú tienes que ser un buen judiíto y obedecer a todo lo que dice el Papá Führer.
—¡Yo no soy judío!
—Eres el judiíto más lindo y hermoso del campo de concentración, Taramasquito.
Y se va, el hombre, por el momento, y después vuelve.
Etorena, el que cree que está por alcoholismo y que podría irse de aquí si lo deseara, se sienta en una silla a unos metros, solo, y se pone a tomar mate. Le da un cigarrillo a Taramasco y le dice:
—Toma. Pero no me pidas más. Me tienes los huevos llenos.
Así pasó la tarde de un día, de un año más aquí. Yo estaba aburrido y pensé qué era lo que podía yo hacer. Estaba algo molesto.
Esa noche, solo en mi cuarto, tras haber tomado hace una hora la medicación, me sentí algo mareado, pero no llegué a tener sueño. Me acosté, pero a pesar de estar anestesiado no me vino sueño. Al cabo de un tiempo, después de la medianoche, me di cuenta que no iba a dormir y me senté en la cama, y maldije la perspectiva de pasarme toda una noche solo como un perro, en mi cuarto, hasta la hora del desayuno. Me iba a aburrir como un perro.
Encendí un cigarrillo, escuché música, y recién eran las dos de la mañana.
Entonces pensé en ver la televisión por cable que tengo en mi cuarto. Las películas que dan son horribles, pero a falta de algo mejor qué hacer, no tenía nada que perder con eso.
Encendí la tv cable. Tenía setenta y dos canales. Los pasé uno por uno, desde el 2 al 72, y del 72 al 2, y luego los salteé de tres en tres, de cinco en cinco, al azar, etc. Era una ensalada de estupideces. A veces me detenía en uno, que me atrapaba por algún motivo, aunque no me interesaba.
Tenía interés en ver una película. Todas repetidas. Estaba lleno de héroes americanos, intrigas, terrorismos, invasiones alienígenas, piratas, que las habían dado diez veces en el correr de esta semana. Vi El Padrino
, nominada por diez mil oscares, muy renombrada, por vigésima vez. Vi las mismas escenas, todo, hasta que termino. Eran las dos y treinta y cinco de la madrugada.
Entonces empezó una película de Cinecatástrofe, con Harrison Ford, Nicolás Cage, y otros no tan conocidos. Un estreno espectacular de Cablevisión
para que lo miremos a las tres de la mañana.
Mientras comenzó la película, yo me serví una banana, y un vaso de una botella de cocacola abierta esta mañana. La cocacola estaba caliente y sin mucha efervescencia, pero yo me acosté, tomé un sorbo, encendí un cigarro, y me puse a mirar ese peliculón.
Era de noche. Todo el mundo dormía. Del otro lado del patio, a través de la ventana de mi cuarto, se veía la luz de la enfermería, donde el enfermero de turno estaría durmiendo o haciendo guardia, no se.
CAPÍTULO II
Empezó el peliculón. Cinecatástrofe. La historia tremenda fue así:
Año 2111. La paz había llegado a nuestro planeta, bajo un Gobierno Mundial. Hace unos años atrás, un brillante político tuvo la genial y magnífica idea de generar un gigantesco espacio geográfico para facilitar el flujo de colonos, instalar industrias y crear un gigantesco y riquísimo territorio donde floreció la agricultura, las carreteras, etc.
Esta grandiosa obra consistió en construir una gigantesca presa en el Estrecho de Gibraltar y otra en el Sinaí Un esfuerzo colosal, nunca visto, que permitió desecar al Mar Mediterráneo, y que permitió que ese gigantesco espacio, llamado Nuevo Mediterráneo
, albergue más de 180 millones de personas, con sus ciudades, industrias, puentes, carreteras, campos donde florece la agricultura, oleoductos, etc.
Las escenas que se mostraban en la televisión, con efectos especiales propios de Hollywood, eran sensacionales. Se veía el Peñón de Gibraltar y la costa de Marruecos, con una gigantesca muralla, y al inmenso Océano Atlántico a un lado, y un valle verdecido y paradisíaco por otro, inmenso, que se extendía más allá del horizonte.
¡Qué efectos especiales, dije yo! Y me serví otro vaso de cocacola sin efervescencia. Me quedaba poco menos de media botella. No eran ni las tres de la mañana.
Entonces, ocurrió que un senador brillante de la Provincia Europea, hijo del famoso constructor de aquella formidable obra, estaba batallando su carrera de cara a las elecciones del Gobierno Mundial, que serían en el año 2112. Todos los medios de comunicación estaban pendientes del hecho.
Este senador, el señor Henry Dohan, era un ambicioso y presumido político con grandes aspiraciones, que se apoyaba en el prestigio