Acomienzos de los años sesenta del siglo XX, el cine español alumbraría un nuevo género: el fantaterror. Dentro de esta etiqueta se integrarían una serie de películas muy dispares (la mayoría de bajo presupuesto), destinadas al mercado internacional (muchas eran rodadas directamente en inglés o francés), en la que zombies, vampiros y hombres lobo (y hasta calaveras templarias) desfilaban alrededor de mansiones de “cartón piedra” que pretendían recrear una atmósfera gótica, muy influenciada por el cine británico de la Hammer.
El fantaterror tendría sus principales exponentes en directores como Amando de Ossorio (1918-2001), Paul Naschy (1934-2009), el argentino León Klimo-vsky (1906-1996) o Jess Franco (1930-2013), el más prolífico en este género y a quien se considera su pionero con la película Gritos en la noche (1962). Dentro de esta nómina también se incluiría a Chicho Ibáñez Serrador (MÁS ALLÁ, 364), aunque sus producciones para las televisiones argentina y española – la más conocida, su emblemática serie Historias para no dormir–, se deslizan más por el miedo y el suspense que por las escenas más explícitas de gore, tan inevitables en la filmografía del “terror fantástico”.
Con respecto a su producción cinematográfica –La Residencia (1969) y ¿Quién puede matar a un niño? (1976)–, sí que puede considerarse la sublimación de un género que fue denostado en su época pero que hoy, con el paso del tiempo, ha convertido algunos de sus títulos en auténticas películas de culto.
A comienzos de la década de los años setenta del siglo pasado, el cine español alumbraría un nuevo género: el FANTATERROR. Dentro de esta etiqueta se integrarían una serie de películas muy dispares.
A diferencia pretende hacer una recreación menos fantasiosa de los supuestos fenómenos paranormales.