Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

La odisea del Vranches
La odisea del Vranches
La odisea del Vranches
Libro electrónico415 páginas5 horas

La odisea del Vranches

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Este relato, más trágico que heroico, se compone de un quinteto de obras, donde se relatan, principalmente las tribulaciones que existieron durante un viaje de un buque de guerra de la armada napoleónica, aunque, sin duda, el enigma central de la obra, se basa en la personalidad del capitán, Alexandre Migan, cuyas actitudes son imposibles de explicar para su tripulación. ¿Es que el capitán Migan estaba loco, o su manera de actuar estaba determinada por una extraña misión militar que le hubiera encomendado el almirantazgo francés del puerto de Brest?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 oct 2023
ISBN9788468578637
La odisea del Vranches

Lee más de Ernesto Thomas

Relacionado con La odisea del Vranches

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para La odisea del Vranches

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La odisea del Vranches - Ernesto Thomas

    PRÓLOGO

    La "Odisea del Vranches" es, en realidad, un conjunto de cinco obras, compuestas por cuatro cuentos y una novela.

    A pesar de que se pueden considerar como textos independientes entre sí, lo cierto es que todos ellos tienen en común un mismo tema central, un eje, o un mismo hilo conductor, que los reúne a todos en una sola obra, precisamente en este quinteto, que el autor ha denominado con dicho título.

    Este quinteto, está compuesto, por un lado, por un cuarteto de obras, compuesta por los cuentos "Migan, El Último Voto", "El Duelo, y por la novela El Artillero", más una quinta obra, que se añade al resto de las cuatro obras anteriores, llamado Doscientos Años Después

    O sea que se podría decir, que este conjunto de obras, está integrada por un cuarteto de obras, más una quinta obra que cierra la trama totalmente, y contextualiza a las anteriores.

    La primera de las obras, que no está fechada, fue escrita por el autor a principios de la década de 1990, mientras que la última obra, el cuento largo Doscientos Años Después, fue culminado en marzo de 2013, por lo que el período transcurrido desde la primera obra del quinteto, hasta la última, fue de unos veinte años.

    El cuento "Migan" relata la historia del Vranches, este buque de línea francés, desde que zarpara del puerto de Brest, en 1802, su travesía por los océanos Atlántico y Pacífico, el motín contra su capitán, Alexandre Migan y el naufragio posterior del navío, tras sus aventuras piráticas.

    El segundo cuento, "El Último Voto", es, básicamente, un testimonio clave de un oficial del navío, que ejerce una descripción general sobre las condiciones de la vida a bordo, y de las motivaciones que le llevaron a este oficial a formar parte de una conspiración, con vistas a envenenarle al capitán uno de sus vinos de sobremesa.

    En el tercer cuento, "El Duelo", existe un retroceso cronológico dentro de la obra, y el autor retrocede en el tiempo, hasta el momento en el que el capitán Alexandre Migan recibe la noticia de que sus dos hijos fallecieron en la batalla naval de Abukir (1798), y de la vida cotidiana y familiar del capitán Migan y de su esposa René Durant, que se ven obligados a sobrellevar estas pérdidas en medio de graves dificultades económicas.

    Esta obra, si bien se nos puede antojar costumbrista, arroja materiales relevantes para poder especular acerca, no solo de la psicología del capitán Migan, sino también acerca de la naturaleza de la misión, altamente secreta, que él recibió de manos del almirantazgo, antes de zarpar de Brest.

    La obra "El Duelo" termina precisamente cuando el capitán Alexandre Migan zarpa del puerto de Brest, en el Vranches, en 1802, despedido por su esposa, y el buque se pierde tras la línea del horizonte.

    La novela "El Artillero" en cambio, trata, fundamentalmente, de la vida de la tripulación del Vranches, a partir del momento del fallecimiento del capitán Migan, y de la condición pirática del buque, hasta su naufragio, y de las peripecias que sufre su narrador, que es uno de los sobrevivientes, que se halla celoso por desvelar el gran secreto que encierra al destino del buque, por las diferentes islas salvajes en Nueva Guinea, hasta su regreso a la civilización.

    El hilo conductor que reúne por completo a estas cuatro obras, es el misterio que encierran, tanto la conducta extravagante del capitán Migan, como la secreta y muy importante misión que se le confió personalmente a él para cumplir, por el almirantazgo francés del puerto de Burdeos.

    Dicha misión, de carácter muy especial, le fue confiada al capitán Migan, dentro del marco de las maniobras estratégicas que la armada napoleónica había comenzado a llevar a cabo, para poder distraer a la armada inglesa de sus puertos, y permitirle a Napoleón cumplir con su sueño de conquistar Inglaterra.

    La misteriosa misión que tenía destinado el capitán Migan, y la contradictoria conducta de éste, ante los ojos de su propia tripulación, dejan al lector perplejo, e invadido por una insólita interrogante:

    ¿Cuál era la motivación de la conducta contradictoria del capitán Migan?

    ¿Era ésta debida a que el capitán estaba loco, o a que tenía sin duda una importante misión que cumplir?

    Estas interrogantes se van multiplicando cada vez con más fuerza en toda la obra, y es este mismo misterio, el hilo conductor, o el tema de eje, que le da una perfecta unidad a estas primeras cuatro obras, y un carácter auténticamente psicológico a la obra.

    El misterio, será finalmente revelado en los últimos capítulos de "El Artillero", aunque no lo será, por cierto, de la manera en que el lector lo supone.

    Resulta, además, sumamente curioso, como el autor coloca como personajes en esta obra, a personas de la vida real, comenzando por el autor mismo, y a un querido amigo suyo.

    El autor, Ernesto Thomas, aparece también como personaje más de la novela, más veces de lo que aparentaría sr a primera vista.

    Para empezar, aparece explícitamente como tercer oficial del buque de guerra "Vranches. Pero también aparece en el personaje del artillero, en la novela El artillero". El artillero narrador no es otro que Ernesto Thomas, un autor personaje elidido, cuyo nombre no figura nunca en la novela, en ningún momento.

    Finalmente, en Doscientos Años Después, el autor aparece como personaje bajo el seudónimo de Néstor Tomasino, y también aparece en un artículo de un diario de ese mismo cuento, con sus propias iniciales, E.T.G, en un artículo que hace ilusión a una broma hecha en la red social Facebook ante sus amigos, en la vida real, y que se basó en el cuento Caso Cerrado, del mismo autor.

    También, resulta igualmente curioso como la fecha de cumpleaños del autor se repite como una fecha de referencia, para acontecimientos claves de las obras, que articulan a todos los relatos.

    El final de la obra El Artillero en su conjunto no es cerrado en ningún modo.

    Lejos de serlo, al final de la lectura, le da más la sensación al lector de que se halla al principio de una otra nueva y fascinante obra, donde se podrían dar lugar a todas las posibilidades, que al final concluido de esta obra.

    Finalmente, se podría decir también, que toda la trama de las cuatro primeras obras en su conjunto, se haya resumido en su totalidad y casi por entero, en las escasas carillas que componen a la primera obra del quinteto, es decir, en el cuento "Migan".

    Se podría decir, no sin cierta razón, que quién lee el cuento "Migan", ha leído a todas las primeras cuatro obras.

    La quinta y última obra de La Odisea del Vranches, es una obra adicional a las anteriores, a modo de un epílogo, cuya temática está dirigida a la reconstrucción de toda la historia del Vranches, por unos arqueólogos marinos, doscientos años después de su naufragio, a través del rescate y la interpretación de los objetos del pecio hallados en este navío, y el análisis de la documentación histórica escrita en aquella época.

    Esta última obra del quinteto La Odisea del Vranches, está plagada de ironía, y se podría considerar como una verdadera parodia a las investigaciones arqueológicas marinas que se realizan en estos tiempos, y a la supuesta seriedad científica de sus métodos, así como una verdadera crítica a la fe que el público común, incluso los más profesionales, depositan en estas ciencias y en sus conclusiones.

    Así pues, el quinteto de La Odisea del Vranches, combina tanto el relato épico, con lo psicológico, además de poseer elementos que oscilan entre la tragedia, la comedia y la ironía.

    Ernesto Thomas González

    26 de marzo de 2013.

    LA ODISEA DEL VRANCHES

    -el quinteto-

    Demasiados, demasiados enigmas pesan sobre el hombre en este mundo

    FEDOR DOSTOIEVSKI

    MIGAN

    El Vranches era un navío de línea de setenta y cuatro cañones y tres mástiles que recorría, en octubre de 1802, las posesiones coloniales del Emperador de Francia en el Caribe.

    Desde el principio de la travesía, cuando soltaron amarras de Brest, el capitán Alexandre Migan no poseía ni pizca de reputación, ni para sus subalternos más inmediatos, el oficial Ardán, ni para el contramaestre Jordaun, ni para la inmensa mayoría de la tripulación.

    Para su desgracia, dado el carácter secreto de su misión, de la que nunca se llegó a saber, nunca pudo revelar sus propósitos a nadie y todo lo que él realizaba creaba incomprensibilidad y cierta sensación de dogmatismo y hasta de falta de cordura.

    Pero el veterano Migan (que había perdido dos hijos en Abukir) nunca podía decir nada.

    Al principio, su sentido del deber le hacía callar, omitiendo lo secreto de su misión entregada desde puerto francés… después, cuando todo había acabado y ahí, cuando recién algo se pudo haber aclarado, ya fue demasiado tarde y su fin –prematuro para un hombre de su edad- se desarrolló inevitablemente.

    Nadie sabía, ni nadie lo supo nunca, que, en un cofre cerrado con llave, a un costado de la litera donde él dormía, se hallaba toda la información necesaria para entender su conducta; una secreta carta de navegar, rutas desconocidas y las costas con los trazos de latitudes y longitudes, con las ubicaciones de las principales plazas fuertes inglesas, el itinerario de los mercantes desde la India al Cabo de Buena Esperanza, etc. Todo esto, sin duda, se hubiese encontrado allí, guardado celosamente.

    Pero todo esto no son más que simples suposiciones.

    Nadie pudo ni podrá –ya que el momento crítico ha pasado- saber qué llevaba encerrado tal cofrecillo en el camarote de aquel hombre, torturado por cumplir su misión, y ante la visión del fracaso que le provocaban las contradicciones que la reglamentaban.

    Pero dejemos esto. El Vranches fue destrozado hace más de diez años por un temporal en Nueva Guinea y sus restos fueron utilizados como leña y materiales de construcción por los náufragos.

    No podríamos, por más inteligentes que sean nuestras investigaciones, desentrañar el misterio desde ese punto de vista.

    Desde la óptica de los grandes estrategas navales de Burdeos, los cuales le hubieron confiado tal misión, sería imposible hacerles hablar.

    Actúan, aún hoy en día, intereses prácticos entrelazados (militares y político-diplomáticos).

    Lo cierto es que algunos almirantes son difíciles de hallar; otros nos son categóricamente desconocidos (para nuestra mayor desgracia, la mayoría y los más importantes de ellos), y hay que tener en cuenta que otros, si bien publicaron sus memorias, hubieron sido ajusticiados al advenimiento de los realistas, en 1814.

    En enero de 1804, el Vranches fue divisado contorneando las cosas de Brasil.

    La conducta contradictoria del capitán Alexandre Migan, al que se le tachaba de excéntrico y de poco actualizado, pero que aún era fuente de respeto, empezó a encolerizar a sus oficiales, al eludir el encuentro con un cúter británico, frente a Río de Janeiro, lo cual sin duda hubiese sido una presa segura, y dar en su lugar la orden de dirigirse más al sur.

    Migan no era partidario de una disciplina rígida. Era amigable y trataba de hacerse querer por sus subordinados, pero era débil, indeciso en ciertas ocasiones, aunque tenía inteligencia, orgullo, y unos celos de su poder como nadie.

    En la cámara de popa, él y sus oficiales discutieron hasta el cansancio sobre cuál era la causa de porqué Migan no había aceptado una pieza tan fácil, a lo que éste eludía con evasivas…

    ¿Indecisión? ¿Falta de valor, inconcebible en un capitán con su mérito?

    Migan lo comprendió todo; su actitud, a ojos de sus subalternos, era irracional y debía explicarla. Finalmente, tuvo que ceder.

    Por orgullo, y por un deseo de no hacer el ridículo, Migan explicó la razón de su acción:

    Dentro de dos semanas, doblando el Cabo de Hornos, deberían salir al Pacífico y hasta entonces no podrían comprometerse. Según él, tenía órdenes precisas del alto mando naval a seguir que le incapacitaban de comunicárselas a alguien.

    Aquella revelación súbita, si bien explicaba ciertas anomalías anteriores, dejó desconcertados a los aguerridos corazones de la flor y nata de la marina francesa.

    En el fondo de cada uno de ellos, palpitaba la duda. Migan era traidor o cobarde.

    Era amable, hablaba bondadosamente, pero siempre en todo pedante y paternal y en realidad se comunicaba muy poco y no se hizo de amigos.

    Sus teorías desataron la duda de todos.

    Un mes después, una mañana soleada de febrero en que el Vranches se abastecía de agua en las islas Galápagos, Migan comprendió que estaba solo.

    Las órdenes que había recibido del alto mando se hacían poco comprensibles para sus hombres, a menos que se las leyera, pero eso era imposible (le había sido absolutamente prohibido).

    Comprendió que su tripulación no lo veía como un héroe, ni un líder, como él pensaba, sino como un loco, un cobarde, o un traidor, (o las tres cosas a la vez).

    Es cierto que su aspecto desaliñado, sus extravagancias y ocurrencias sugerían primero, y que sus órdenes, en los momentos críticos, sugerían lo segundo… pero un traidor, jamás.

    Quizás fuera raro, pero nunca ni cobarde ni traidor, pero… ¿Cómo hacérselo saber a ellos, para que lo comprendan?

    Deseó terminar de una vez con su misión y llegar a Francia, pero corría el riesgo de un motín.

    El Vranches estaba desabastecido de ciertos artículos esenciales desde hacía varias semanas, había tenido dos brotes de escorbuto y los marinos no veían tierra firme desde hacía un año.

    Pensó, bajo el sol del trópico, que su conducta blanda y afable solo encendía la audacia de un motín.

    Desde ese momento, la disciplina se volvió más rigurosa a bordo del Vranches, y dos marineros infractores fueron curtidos a azotes por faltas mínimas en unos pocos días.

    -Todo aquello –pensó el capitán- hará que me odien, pero mantendrá a los marinos quietos hasta llegar a Francia.

    Desgraciadamente, el motín no se originó desde abajo, sino que fue promocionado por los propios oficiales del Vranches, los mismos con quién él compartía su cena y bebida diariamente en su camarote.

    Esto se debió a que ninguno compartía sus órdenes. El capitán había caído en la demencia y en la cobardía.

    Se le hizo un sumario y se lo declaró, tras la revuelta, traidor.

    Nada pudo alegar él, ya que jamás tuvo conocimiento de su sentencia, ni de su fin.

    Una copa envenenada en la cena, como primer paso de los amotinados, concluyó con su problema.

    Muerto Migan, murió la única persona que sabía de la misión y el cofre, no se sabe si después fue hallado o destruido en los anales sangrientos y turbulentos de un barco que se dio a la piratería.

    Sin embargo, una pregunta se plantea…

    ¿Existió tal cofrecillo?

    (Sin fecha)

    -principios de la década de 1990-

    EL ÚLTIMO VOTO

    Se ascendía rápidamente en la época revolucionaria.

    Siendo alférez en 1789, fui ascendido por la Revolución, y en pocos años, antes de terminar la dictadura de Robespierre, ya era contramaestre de una fragata que se dirigía a Nueva Orleans.

    Napoleón quería una oficialidad joven y eficiente. Cuando el capitán Migan reclutó la tripulación del Vranches se acordó de mí, su camarada de la escuela naval.

    Era el Vranches un navío de dos mil setecientas toneladas de desplazamiento y tres mástiles que tenía encomendada una extraña misión. Zarpamos de Brest con buen viento, en abril de 1802.

    En la camarilla del Vranches, se hallaba el primer oficial Ardán, conocido intrigante y hombre mezquino en sumo grado, de mirada ponzoñosa y provocativa, que lo hacía ver a ese hombre aún más antipático de lo que era. Ardán odiaba a Migan con toda su alma por su origen humilde.

    Fue Ardán un marino de aquellos del Antiguo Régimen. Un tío suyo fue guillotinado por la Revolución, y me pregunto cómo hizo él para no seguir su mismo destino. Nada se hubiera perdido, de ser así.

    Ardán era repugnante, orgulloso, arrogante. Su puesto de alta autoridad a bordo del Vranches no le satisfacía. Aunque lo fingía, sentía una gran envidia por el cargo que ostentaba Migan, pese a no ser de origen aristocrático. El pasado humilde de su superior lo desvivía de odio.

    Por su parte, Migan era ingenuo, tranquilo. Sus comentarios eran paternales y reflexivos y a veces se volvía un poco pedante. Yo creo que nunca se dio cuenta cabal de los sentimientos de sus subalternos hacia él, aunque los intuía.

    Migan tenía otro defecto. Tenía un cajón de botellas de vino blanco del Languedoc que estimaba demasiado y del que no dejaba de probar. Hablaba demasiado cuando se lo veía alcoholizado. Pero, cuando se le pasaba su convulsión etílica, se volvía terco, meditabundo, inmerso en sus cotidianas reflexiones.

    La primera reunión de la camarilla del Vranches se hizo en medio del Atlántico Norte, a doscientas millas de Francia. Ante la interrogante de cuál serían nuestros objetivos a seguir, Migan solo nos respondió:

    -Nos dirigimos a Martinica en primera instancia, y luego rumbearemos al sur, hacia un sitio que aclararemos más tarde.

    -Eso significa –cortó el segundo oficial Pierre Degoux. –que no nos han ordenado atacar a las líneas inglesas de abastecimiento que opera con los mercantes de la Compañía de las Indias Orientales ¿Verdad?

    -No -dijo Migan.

    Se esperó, por un momento, la respuesta, pero, al no venir, Degoux dijo:

    - ¿Y bien?

    - ¿Y bien qué?

    -Quisiera saber cuál objetivo perseguimos.

    -Lo sabrán todos a su debido momento.

    Nos miramos.

    -Como usted disponga capitán. -fue la contestación.

    La camarilla se disolvió enseguida. Había mucho que hacer a bordo.

    Haciendo un breve repaso hacía los sentimientos de la tripulación en las siguientes semanas de navegación, me di cuenta que las borracheras de Migan y su empeño por mantener en secreto sus objetivos, le habían acarreado la impopularidad de toda la tripulación.

    Migan y yo, creo haberlo dicho, fuimos compañeros en la academia naval.

    Pero no se trata por este hecho la razón por la cual hubo cierta, aunque frágil afinidad, entre yo y él. No era tal cosa, sino el hecho de que uno de sus hijos, el contramaestre Michael, fue mi colega y amigo durante muchos años en la Armada Francesa.

    Juntos participamos en dos viajes por el Mediterráneo hasta que el destino nos separó.

    Yo fui transferido a la Armada del Atlántico y la fragata en la que él halló la muerte se fue bien lejos, siguiendo el loco empeño de Bonaparte en conquistar la lejana India a través de Egipto. Su ardor terminó en la barrosa desembocadura del Nilo, decapitado por una granada de los barcos del almirante Nelson cuando nos derrotaron en Abukir.

    Fue por eso que encontrarme con el padre de mi extrañado camarada un lustro más tarde fue todo un placer, pero que se desvaneció enseguida.

    Alexandre Migan, nuestro capitán, no poseía el encanto, la fascinación y la audacia que su fallecido descendiente.

    A pesar de que me trató con suma amabilidad, su aire dejado y bohemio, su tono pedante y su aislamiento social, regado de vino blanco y de melancolía, me decepcionó, como persona, al contrastar la imagen decadente del padre, con la jovial, atractiva y simpática figura del hijo fallecido.

    Solo por respeto a mi amigo Michael, y por el hecho de que su muerte quizás haya afectado un poco la sensibilidad del viejo y rudo capitán, me impidió rechazarlo o aislarme de él.

    Sabía que Alexandre Migan había perdido todo lo que tenía en Abukir, y por ello bebía ese vino que raras veces compartía con sus semejantes. Por todos los medios yo quise ofrecerle mi amistad y apoyo, pero fue inútil, hasta el momento final.

    Su miedo y remordimiento oficiaba de muralla insalvable para cualquier mortal que desease acceder a la comprensión de su corazón afligido. Se apartó ese hombre demasiado de la humanidad y solo trataba con sus subalternos para asuntos relacionados con el deber. No me cabía duda que él se sentiría vacío.

    Y no dudaría en afirmar que él era un hombre vacío, flemático, lleno de manías y de aflicciones.

    Nunca supe cuál fue el criterio que utilizó el comando naval del Burdeos para ponerlo al mando del Vranches, pero lo cierto es que Alexandre Migan no estaba capacitado para cumplir con la misión, fuese cual fuese esta misma.

    Su excentricidad y desaliño, su falta de aseo personal y su incompetencia, lo hacían antipopular. Migan no era precisamente el ejemplo de jefe audaz e inteligente que la Revolución, a la cabeza del propio Gran Corso, esperaría. Migan seguía aferrado a los viejos dogmas y supersticiones marineras de hace cien años atrás.

    Quizás esto le fuese admisible a un jefe militar de la Edad Media, pero era incompatible con los tiempos modernos en los que vivíamos, en medio de los cambios de todo tipo que sacudían a Europa y al mundo a principios de este siglo.

    ¿Pero saben cuál fue mi mayor desazón?

    Era el hecho de ver que a Migan no solo le era ajena la realidad circundante, sino que sentía cierto orgullo absurdo por su situación y categoría. Él, a su manera, y lejos de serlo, se consideraba un hombre de empresa, como un oficial capacitado para cualquier labor.

    Se consideraba capaz de llevar al Vranches a un periplo glorioso y de regresar triunfante a Brest, y ser condecorado con la Cruz de Honor en Versalles. Tenía una biografía del corsario Pierre André de Suffren de Sain Tropez, a un costado de su catre donde él se acostaba y suponemos que la leía por las noches.

    Quizás él deseara en un rincón íntimo de su corazón emular a Suffren, pero no tenía ninguna posibilidad de hacerlo, sin tener en cuenta que las épocas habían variado, y ya no se combatía de la misma forma en alta mar, desde hacía mucho tiempo.

    Sentí pena por él.

    Veía que, en medio de su ceguera, él precipitaba su derrota. Cada día se hacía más impopular a bordo. El Vranches no hacía más que derivar sin rumbo fijo, desperdiciando un tiempo muy valioso para la causa de la nación.

    El incidente del cúter inglés en Río de Janeiro fue la gota que casi rebasó el borde de la copa de la autoridad y liderazgo de Migan a bordo. Su orden fue insólita, en momentos en que los artilleros ya habían avivado el fulgor de las mechas de los cañones.

    Su respuesta de que poseía cierta misión de atravesar el Cabo de Hornos hacia el océano Pacífico no convenció a nadie. Le exigimos conocer detalles. Sus comentarios eran vagos. Según él, el Almirantazgo le había ordenado no revelar sus propósitos.

    Después de una reunión de más de dos horas en la cámara del Vranches, no conseguimos arrancarle palabra alguna.

    Ante mi alarma, me di cuenta de que, por un lado, Migan estaba perdiendo el juicio, y, por otro lado, el despreciable y malintencionado primer oficial Ardán se estaba aprovechando de ello para deshacerse de él y reemplazarlo.

    Discretamente, le sugerí al capitán la mala intencionalidad que lo rodeaba, y no le omití que el Vranches no había tocado puerto en casi un año desde la última vez, y que carecía de elementos esenciales. Estas causas y el brote de escorbuto que se había registrado hacía dos semanas a bordo, quizás provocaran un motín en la tripulación.

    Por motivos de discreción, sugería a Migan un motín en términos generales, sin especificar quién o quiénes confabularían contra él.

    Migan lo malinterpretó como una posibilidad proveniente desde abajo.

    El resultado fue que endureció la disciplina a bordo del Vranches para mantener la marinería a raya hasta llegar a Francia. No veía él que el peligro se hallaba dentro de su propia oficialidad y no en los marineros infractores.

    La medida lo hacía más impopular aún, mientras el arrogante pero carismático Ardán se ganaba la simpatía de la tripulación con su comportamiento de calculada demagogia.

    Al ver todo ello como si estuviera leyendo una novela en la que yo sé el final, me di cuenta, de la misma forma que usted, lector, ya se imagina el final de esta historia, que el destino había tejido una inevitable red mortífera sobre ese pobre hombre, acosado por la desgracia, la envidia y las contradicciones de su propio carácter.

    Migan era intelectual e inteligente, pero carecía de visión. Quizás si fuese un poco más listo, se daría cuenta de que no debería beber solo él de la misma botella.

    Su ingenuidad lo perdió.

    En los últimos días, percibí cierto cambio en él.

    Lo noté con cierta mirada reticente, deshecha, melancólica. Como un condenado que espera la orden para su ejecución

    ¿Se habría dado cuenta él, en un momento tardío, póstumo, de que la causa se le había escapado a su control?

    No lo sé. En todo caso, si esto hubo sucedido, lo negó, lo reprimió en su mente, y siguió confiando en sus viejos dogmas y en la cooperación de sus subalternos.

    Lo cierto es que el Vranches no había disparado ni un cañonazo en toda su trayectoria de ocho mil millas marítimas y en lugar de eso, había vagado sin rumbo fijo durante más de dos años. Hacía tiempo que la tripulación no se divertía en tierra, escaseaban las provisiones y el escorbuto hacia estragos.

    Entonces tuve que aceptar como válida la hipótesis de que el Vranches estaba comandado por un hombre muy enfermo y sin ningún sentido común.

    Él seguía alegando su obediencia a las altas órdenes del almirantazgo de Burdeos, mientras todas las mañanas se arrojaban al océano las víctimas del escorbuto con una piedra atada a los pies.

    El día 22 de abril de 1804, hallándose el Vranches rumbo a las islas Fidji, recibí una misiva, citándome en la cabina del contramaestre Jordaun a las 18:25, hora de a bordo, cinco minutos antes del relevo. Supe que significaba ello. La hora del desenlace final había llegado.

    La reunión secreta se prolongó hasta pasadas las 19:00 horas. Se manejaron los pros y los contras de la decisión. La mayor parte de los oficiales entraron en el complot urdido y conducido por Ardán.

    Se trataba de envenenar una de las botellas de vino blanco del Languedoc que el capitán guardaba celosamente consigo y que ingeriría aquella noche en la comida. El voto fue unánime.

    Solo resté yo por hacerlo.

    Pensé en el hombre que había detrás de aquel ser deshecho, de aquella desgracia que había detrás de él.

    - ¿Tú que decides, Thomas? ¿Estás de acuerdo con la idea?

    Los miré, a todos aquellos hombres cebados por la suerte del capitán y al rostro mezquino de Ardán, y dije, resuelto y convencido:

    -Estoy de acuerdo.

    FIN

    Montevideo, enero de 1995

    EL DUELO

    Hacia apenas un mes que el capitán Alexandre Migan se había reunido en su casa de campo, con su esposa René, tras un largo viaje, agotador, como primer oficial de la fragata "Marsella", cuando, al ya veterano matrimonio, le llegó la terrible noticia.

    Alexandre Migan y René Durant se hallaban disfrutando aquella tranquila tarde soleada del verano de 1798, sentados cómodamente junto al huerto de la enorme casa de campo del capitán Migan, cuando las delicadas notas del llamador de la residencia tintinearon delicadamente.

    El mucamo atendió, pero se encontró con la presencia de dos uniformados de la Marina Francesa, uno de los cuales se dirigió hacia él, de forma sumamente cortés.

    -Queremos hablar personalmente con el capitán Migan y su esposa René.

    El mucamo iba a hacerlos pasar adentro de la residencia, a lo que ellos, muy educadamente, y con muchas reservas, solo accedieron a penetrar al vestíbulo de la casa.

    Las reservas de estos caballeros uniformados, y sus rostros graves y reservados, impresionaron al mucamo, y la llegada de ambos tomó por entera sorpresa a Migan y a su esposa, que, sin entender nada, acudieron al vestíbulo.

    - ¿Desean servirse algo de beber? -inquirió Migan.

    -No, gracias. Ya nos vamos. -le contestaron.

    Por sus rostros serios y reservados, tanto Migan como René se dieron cuenta de que algo inusitado, y grave, tendría que estar ocurriendo.

    - ¿Y bien? -exclamó Migan.

    -Les queremos informar a usted y a su esposa, acerca de sus hijos Pierre y Michael.

    Un cierto presagio les acometió a Migan y a René. Se hizo un segundo de silencio.

    -Como ustedes sabrán, ambos estaban cumpliendo sus servicios en la fragata Artemise, que se hallaba bajo el mando del vicealmirante Francois-Paul Brueys.

    -Si. -dijo Migan.

    - ¿Ocurrió algo? - exclamó René Durant, alarmada.

    -Lamentamos informarles que la escuadra del vicealmirante Francois-Paul Brueys, que se hallaba anclada en la bahía de Abukir, en el delta del Nilo, fue aniquilada hace dos semanas por

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1