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Las regiones indígenas a prueba de la etnografía: Veinte años de investigación colectiva en el INAH
Las regiones indígenas a prueba de la etnografía: Veinte años de investigación colectiva en el INAH
Las regiones indígenas a prueba de la etnografía: Veinte años de investigación colectiva en el INAH
Libro electrónico514 páginas7 horas

Las regiones indígenas a prueba de la etnografía: Veinte años de investigación colectiva en el INAH

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Los ensayos que conforman este volumen son producto de un ejercicio de reflexión colectiva, ¿a qué obedecen las palabras “regiones”, “indígenas” y “etnografía” en el título de uno de los proyectos de mayor envergadura en el qu
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 oct 2022
ISBN9786075396545
Las regiones indígenas a prueba de la etnografía: Veinte años de investigación colectiva en el INAH

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    Las regiones indígenas a prueba de la etnografía - María del Carmen Castillo

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    Las regiones indígenas a prueba de la etnografía

    Veinte años de investigación colectiva en el inah

    ———•———

    Colección Etnografía de los Pueblos Indígenas de México

    serie ensayos

    Las regiones indígenas a prueba de la etnografía

    Veinte años de investigación colectiva en el inah

    ———•———

    Margarita Hope Ponce

    y Antonio Reyes Valdez

    Coordinadores

    SECRETARÍA DE CULTURA

    INSTITUTO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA


    Hope Ponce, Margarita y Antonio Reyes Valdez (coords.)

    Las regiones indígenas a prueba de la etnografía. Veinte años de investigación colectiva en el INAH [recurso electrónico] / coord. e introd. de Margarita Hope Ponce, Antonio Reyes Valdez. – México : México : Secretaría de Cultura, INAH, 2022

    5.5 MB : Ilus. ; – (Colec. Etnografía de las Regiones Indígenas de México, serie Ensayos)

    ISBN: 978-607-539-654-5

    1. Pueblos indígenas – México – Vida social y costumbres 2. Pueblos indígenas –México - Investigación 3. Etnología – México I. Reyes Valdez, Antonio, coord. II. t. III. Ser.

    LC F1219.3


    Primera edición electrónica: 2022

    Producción:

    Secretaría de Cultura

    Instituto Nacional de Antropología e Historia

    Imagen de portada: La destrucción, Saúl Kak © 2006

    D. R. © 2022 Instituto Nacional de Antropología e Historia

    Córdoba 45, col. Roma; 06700 Ciudad de México

    informes_publicaciones_inah@inah.gob.mx

    Las características gráficas y tipográficas de esta edición son propiedad

    del Instituto Nacional de Antropología e Historia de la Secretaría de Cultura

    Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción

    total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento,

    comprendidos la reprografía y el tratamiento informático,

    la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización

    por escrito de la Secretaría de Cultura / Instituto

    Nacional de Antropología e Historia

    ISBN: 978-607-539-654-5

    Hecho en México

    Luis Vázquez León y Javier Gutiérrez

    In memoriam

    Índice

    ———•———

    Introducción

    Margarita Hope Ponce y Antonio Reyes Valdez

    La etnologización de regiones indígenas: frontera sur y Chiapas en el programa nacional de etnografía

    Marina Alonso Bolaños

    Los pueblos del istmo mexicano: apuntes para la construcción de un campo de estudio etnológico mixe zoque

    María del Carmen Castillo y Leopoldo Trejo

    Huasteca y Sierra Norte de Puebla: ¿regiones indígenas o un campo de estudio etnológico? Las vías del complejo trueno-sirena

    Israel Lazcarro

    La pamería: espacio de articulación en el centro noreste de México

    Hugo Cotonieto Santeliz y Antonio González Martínez

    El noroeste de México como campo de estudio cognitivo-etnológico

    Andrés Oseguera M. y Margarita Hope Ponce

    Etnografía colectiva en/del Gran Nayar: el Programa Nacional Etnografía delas Regiones Indígenas de México y sus (des)aciertos

    Aäron Moszowski Van Loon, Selene Y. Galindo Cumplido y Antonio Reyes Valdez

    Introducción

    ———•———

    Margarita Hope Ponce

    y Antonio Reyes Valdez

    Los seis ensayos que conforman el presente volumen son producto de un ejercicio de reflexión colectiva, en el marco de un seminario que titulamos Las regiones indígenas a prueba de la etnografía que tuvo lugar durante el año 2018.¹ Todo surgió de una pregunta: ¿a qué obedecen las palabras regiones, indígenas y etnografía en el título de uno de los proyectos de mayor envergadura en el quehacer etnográfico mexicano de los últimos veinte años: el Programa Nacional Etnografía de las Regiones Indígenas de México?

    Escudriñar en el título de un proyecto colectivo como éste, implica reabrir los debates iniciales en los que se cimentó un programa que buscaba resarcir las limitaciones de la etnografía producida en México a través de vincular las investigaciones que se desarrollaban de manera dispersa e individual en distintas latitudes del país, para dar pie a una práctica etnográfica colectiva bajo un diseño de investigación reticulado en regiones indígenas. Aunque podría parecer que nos hemos embarcado en una labor ociosa y que un debate sobre algunos términos en el título de un proyecto resulta un tanto caprichoso, quienes participamos en esta iniciativa sostenemos que se trata de una tarea relevante y necesaria, tal como se argumenta en los textos aquí reunidos.

    Vale la pena recordar que en antropología el empleo de términos y conceptos para describir la alteridad debe estar sometido a una actualización constante. Es necesario hacer explícitos los acuerdos e identificar los referentes a los que remiten las palabras que empleamos para enunciar al otro, puesto que en nuestra disciplina son muy pocos los conceptos unívocos y muy divergentes los sentidos otorgados a los términos de uso más corriente. Se trata pues de un ejercicio de vigilancia epistémica.

    Para llevarlo a cabo nos planteamos un análisis retrospectivo en el marco del seminario mencionado arriba, que seguiría las líneas de las apuestas teóricas y metodológicas cristalizadas en las obras producidas dentro de este proyecto que en su vigésimo aniversario invitaba a repensar sobre lo aprendido, lo olvidado y lo pendiente; a partir de eso, la intención de estos ensayos es marcar posibles rutas para la futura investigación etnográfica en México.

    Las nociones a prueba de la etnografía²

    Región

    Cuando revisamos los primeros volúmenes publicados dentro del entonces llamado Proyecto Nacional de Etnografía de las Regiones Indíge­nas de México en el Nuevo Milenio,³ nos quedó claro que la intención de una propuesta de etnografía regional obedecía a la necesidad de trascender los estudios localistas, de comunidad y atomizados en favor del análisis comparativo que derivaría en propuestas teóricas para avanzar en la comprensión de los pueblos indígenas y la diversidad cultural en México. En ese sentido, las presentaciones de los primeros trabajos realizados en el marco de esta iniciativa anunciaban el paso de las etnografías de comunidades al análisis comparativo regional, que a su vez permitiría transitar de la elaboración de atlas regionales a la propuesta de un atlas nacional de los pueblos indígenas de México (Artís, 2005: 16; Millán, 2018).⁴

    Como punto de partida, la regionalización inicial no contemplaba las interacciones entre regiones, sino que, según diversos criterios, marcaba los límites espaciales de la labor de investigación etnográfica que se iba a realizar, es decir, no era tanto una delimitación de la cultura, sino del ejercicio de investigación etnográfica que se proponía. Algunos tuvieron más claros los criterios para establecer los límites geográficos, históricos y políticos, otros se apoyaron simplemente en la distribu­ción de los Centros Regionales del Instituto Nacional de Antropología e Historia (inah), dando lugar a equipos como Morelos o Durango. A partir de advertir la diversidad de los criterios de regionalización en particular y de las formas en que se conceptualiza y delimita una región indígena en general, nos dimos a la tarea de dedicar la primera parte del seminario a indagar sobre esto para evaluar los límites y alcances del concepto de región en la investigación etnográfica.

    En 2001 Carmen Viqueira publicó su libro titulado El enfoque regional en antropología, en el que reúne y analiza distintas propuestas sobre la noción de región y su utilización en las ciencias antropológicas. Desde el planteamiento de los geógrafos, las lecturas que hace la antropología británica sobre el concepto de región, la variante estadounidense en el planteamiento de las áreas culturales y socioculturales, la región económica de Boudeville; hasta la llamada región Dominical del célebre antropólogo mexicano Gonzalo Aguirre Beltrán. Viqueira señala que En la mayoría de los casos, el antropólogo comienza a diferenciar el grupo social que va a estudiar, y a partir de ello delimita la región ocupada por las actividades de ese grupo (2001: 66). Desde este punto de vista, la región resulta muy relevante, puesto que está en estrecha relación con las posibilidades culturales de quienes la habitan (Hope, 2015: 23). Viqueira entiende la región como un concepto geográfico […] es el espacio donde se desarrolla la vida humana, espacio que es transformado por la vida del hombre. Los geógrafos al estudiar la tierra la tuvieron que dividir en regiones para poder analizarla (2001: 17). La autora advierte que entre los propios geógrafos existen variaciones en el uso del concepto, pero en todos los casos se refiere a un área continua con cierta homogeneidad; las variaciones responden, entonces, a los distintos intereses de las investigaciones desde las cuales se definen (Hope, 2015: 24). Si seguimos esta argumentación, una región indígena correspondería a la continuidad de la presencia indígena en un área que tendría su frontera en donde esta presencia termine. La pregunta que sigue es: ¿cómo se observa esta presencia? ¿es posible trazar los límites de la vida de los pueblos indígenas en formas geométricas fijadas sobre la superficie terrestre?

    Definir regiones implica trazar líneas en el sentido desarrollado por Ingold (2015), que nos advierte que existe una diferencia sustancial en el tipo de línea que se traza: mientras que el colonizador (el estudioso) dibuja líneas de ocupación que dividen, que fragmentan la superficie en bloques territoriales, líneas fronterizas, encargadas de restringir el movimiento antes que facilitarlo (Ingold, 2015: 121); el poblador que deambula va marcando su itinerario en senderos que son líneas irregulares, sin principio ni fin, firmemente enredadas de manera que son trama y textura en la que transcurre la vida (Ingold, 2015: 119): un lugar que no está cercado por una frontera, sino delimitado por la posibilidad del movimiento.

    La región, como concepto heurístico, representa un ámbito que posibilita el análisis comparativo que permite trascender la descripción localista en favor de una etnografía que puede dialogar con otras, es decir, un análisis sistémico. Sin embargo, es un concepto problemático, de experiencia distante, para emplear un término geertziano, puesto que no parece tomar en consideración las dinámicas de quienes las habitan; por el contrario, prioriza la mirada del observador externo.

    A pesar de ello, nos parece que los intentos de solventar los problemas que acarrea el concepto de región desplazándose a favor del de territorio (véase Barabas, 2003) tienen sus propias limitaciones; en primer lugar, como lo advierten Oseguera y sus colaboradores considerar las propias concepciones de los grupos indígenas sobre su territorio no impli­ca necesariamente que se presente una regionalización. Cada grupo indíge­na aludirá a sus concepciones e intereses particulares ya sean de carácter ritual, económico o ideológico. Esto, sin una visión de conjunto y derivado de relaciones históricas específicas (2019: 161); lo que nos aleja de la posibilidad del desarrollo del deseado análisis comparativo.

    Por otro lado, el territorio se define, se delimita, se construye como tal, cuando se tiene que defender. El territorio es un concepto político (López Bárcenas, 2015: 87).⁵ Los lindes de la superficie en la que transcu­rre la vida de un pueblo se establecen ante la amenaza de que se traspasen. Centros ceremoniales, espacios históricos, espacios de producción, relacio­nes de parentesco —entre muchas otras— son marcadores que permiten fijar puntos que se conectan con líneas más o menos rectas o regulares para determinar una superficie bidimensional, una línea identificable por el colonizador que lo quiere ocupar. El territorio es un concep­to que permite el diálogo-disputa entre colonizador y poblador, entre el que deambula y el que transporta (para seguir con los planteamientos de Ingold), sin embargo, igual que la región, son conceptos que limitan o fragmentan el mundo de la vida del poblador.

    En ambos casos, región y territorio, son términos para la delimitación de un lugar; a diferencia de criterios políticos, históricos, econó­micos, etc., los criterios etnológicos de delimitación de la superficie terres­tre deberían de seguir los trazos marcados por el deambular de los pobladores, los flujos que facilitan la comunicación de unos pueblos con otros, que permiten la invención de la cultura en el sentido que da Roy Wagner (2019 [1975]) al término invención, la creación cotidiana y contemporánea de formas de ser y estar en el mundo.

    El Proyecto de Etnografía del inah postuló como ambicioso pero loable principio el desarrollo de etnografías microscópicas (en el sentido geertziano el estudio en Aldeas no de Aldeas) que dieran cuenta de la particularidad de lo local y de la unidad de lo regional. Tras revisar distintas posturas sobre el concepto de región, algunas miradas críticas sobre las implicaciones de la delimitación de las culturas en esos términos, así como algunas propuestas alternativas a la perspectiva regional en antropología, nos aventuramos a explorar un recurso metodológico del tipo propuesto por J.P.B. de Josselin de Jong, el campo de estudio etnológico como una posible vía para lograr el objetivo que identificamos en el espíritu con el que se creó este proyecto.

    El concepto campo de estudio etnológico de Josselin de Jong se refiere a ciertas áreas de la superficie terrestre con una población cuya cultura parece ser lo suficientemente homogénea y diferente como para formar un objeto de estudio etnológico separado, y que, por lo visto, revela al mismo tiempo suficientes matices o diferencias locales para hacer que la investigación comparativa interna valga la pena (2008 [1935]: 110; véanse Jáuregui, 2008: 128; Reyes Valdez, 2004: 36; Alcocer y Neurath, 2002: 51).

    En un célebre ensayo, titulado en español El archipiélago malayo como campo de estudio etnológico, Jan Petrus Benjamin de Josselin de Jong va a abrir su argumentación con la categórica aseveración de que todos los intentos por clasificar a la humanidad en grupos pequeños y claramente delimitados según raza o cultura han sido por completo infructuosos (2008 [1935]: 109). En una reflexión muy crítica sobre el ejercicio antropológico y la utilización poco cuidadosa del concepto de cultura, de Josselin de Jong va a resaltar la falta de consensos en la etnología:

    La caracterización de un tipo cultural o la delimitación de un área o provincia cultural es todavía una empresa tan precaria como la definición de raza. Los puntos de vista individuales y, por tanto variables del etnólogo, por no hablar de sus preferencias personales, toman el lugar de una evaluación objetiva según reglas establecidas claramente definidas. Por esta razón, una creciente aversión a esta clase de caracte­rización y descripción de la cultura ha sido observable en la etnología moderna durante los últimos veinte años. La investigación etnológica se ha concentrado más y más en culturas individuales o, en otras palabras, en culturas de los grupos étnicos individuales. La investigación de estos grupos individuales se lleva a cabo con una precisión e intensidad hasta ahora desconocida, mientras que al mismo tiempo hay una preocupación con ciertas áreas más amplias de la investigación etnológica, tal vez mejor designadas por el momento como campos de estudio etnológico (2008 [1935]: 110).

    La noción campos de estudio etnológico que propone de Josselin de Jong se plantea como una alternativa a la tendencia individualista que se estaba presentando en la antropología ya desde la década de 1930; está claro que este autor aboga a favor de un estudio sistémico de la cultura como la posibilidad de desarrollar algún tipo de explicación más allá de las investigaciones individuales que se limitaban a brindar datos etnográficos (Hope, 2015: 56). En su trabajo sobre el archipiélago malayo señala que al considerar esta región como un campo de estudio etnológico, lo que busca es revelar algo de la unidad que hace la diversidad tanto más instructiva e interesante (Josselin de Jong, 2008 [1935]: 111).

    A pesar de que esta propuesta busca trascender el contexto local, sigue siendo un planteamiento que favorece la antropología en un lugar, es decir, una etnografía microscópica como la que el pnerim en sus orí­genes se propuso desarrollar; en este caso, se trataría de reparar en las for­mas en que los habitantes de un lugar lo construyen como tal. Estas for­mas de pensar el lugar se extenderán hasta donde los propios sujetos lo decidan, en función de sus propias delimitaciones y atendiendo a un sistema que trasciende lo local, no ya a partir de compartir un medio geográfico o un conjunto de rasgos o tipos culturales, sino hasta donde se encuentre una manera unificada de clasificar el cosmos y la sociedad, aunque esta dicotomía tenga expresiones locales.

    Hasta ahora, todo parece indicar que no hemos logrado construir un concepto heurístico que nos permita salir de la etnografía atomizada. En ese sentido, en coincidencia con el planteamiento de J.P.B. de Josselin de Jong, consideramos que la vía de la delimitación de áreas de estudio o campos de estudio etnológico, a partir de la identificación de la unidad desde la que se pueden leer las diferencias, tiene una función heurística que nos permite decir algo más allá del dato curioso que encontramos en la aldea en la que trabajamos; nos permite establecer un punto de referencia que facilita el análisis comparativo y con ello posibilita trascender la barrera que se suele trazar entre lo que Dan Sperber (1991) denominó una etnografía interpretativa y una antropología teórica (Hope, 2015: 60).

    Si entendemos que los mundos de la vida de los pueblos indígenas, al igual que un campo de estudios etnológico, no tiene fronteras nítidas sino que están hechos jirones en sus orillas para parafrasear la expresión de Josselin de Jong sobre su propio concepto (Jáuregui, 2008: 128), tendríamos que pensar en recurrir a sus habitantes para establecer los criterios de clasificación y delimitación que ellos mismo emplean (Reyes Valdez, s/f). En los ensayos que integran este libro, tras reflexionar sobre el concepto de región, los autores se aventuran en un primer ejercicio de exploración de las posibilidades que nos daría transitar hacia el concepto de campo de estudio etnológico.

    Indígena

    El tránsito hacia una nueva forma de delimitación de los lugares de estudio necesariamente está acompañado de un ajuste en la mirada sobre los actores sociales desde los que se define lo que estudiamos. La categoría de indígena tiene que ponerse a prueba de la etnografía. Su utilidad, su relevancia y, sobre todo, su pertinencia política y epistemológica, no deberían darse por sentadas. Por ello, la segunda tarea del seminario de Las regiones indígenas a prueba de la etnografía, fue reflexionar y debatir lo indígena como concepto antropológico y como categoría epistemológica para describir la alteridad.

    Junto con Luis Vázquez, quien nos acompañó en una sesión del seminario en junio de 2018,⁶ revisitamos las propuestas que hiciera en su libro Ser indio otra vez. El autor compartió con nosotros algunos de los elementos que consideró más relevantes para cuestionar la categoría de indígena en tensión con los términos locales (en el caso de estudio purépecha vs. tarasco). Señaló en primer lugar el desplazamiento que había tenido el tema indígena frente a los estudios del campesinado en la antropología mexicana en las últimas tres décadas del siglo xx, cuando además se privilegiaron los estudios de comunidad que no consideraban el contexto y las relaciones con la región y la nación. Nos dijo que su investigación en Michoacán sobre la explotación de los recursos forestales en distintas comunidades del área tarasca, lo llevó a reparar en la relevancia del tema étnico vinculado a las dinámicas regionales para la comprensión de las movilizaciones y disputas políticas en torno al acceso a los recursos forestales. Así pudo identificar un proceso de reivindicación étnica que describió como la purepechización de los tarascos serranos.

    Estas reflexiones nos llevaron a reparar en la flexibilidad de las categorías empleadas por los actores sociales para nombrarse, mientras que en los discursos antropológicos parecen fijarse como descripciones en donde la representación termina por confundirse con lo representado. Para seguir con este cuestionamiento, nos valimos del sugerente libro de Paula López Caballero (2017) Indígenas de la nación. Etnografía his­tórica de la alteridad en México, que pone sobre la mesa de discusión la cate­goría de indígena. López Caballero advierte sobre el empleo poco crítico de categorías estatales para enunciar la alteridad:

    A pesar de que en México la cuestión indígena ha sido objeto de numerosos estudios desde el siglo xix […] el debate parece haberse agotado, puesto que lo que es indígena aparece como una realidad objetiva y autónoma que debe simplemente ser enunciada. Este tipo de supuestos corren el riesgo de hacernos olvidar que la categoría indígena y su opuesto, mestizo, no pueden utilizarse como categorías analíticas, portadoras de explicaciones, y todavía menos como hechos, es decir, como reflejos transparentes de la realidad […] Es necesario, pues, hacer de estas categorías mismas objetos de análisis (López Caballero, 2017: 44).

    La propuesta de Paula López Caballero consiste en un ejercicio de etnografía histórica de la alteridad que implica el análisis etnográfico del Estado como fuente del fenómeno indígena. Esto implica advertir que hay relaciones sociales que sustentan las categorías de identificación que empleamos y es fundamental que sean reveladas a partir de un estudio histórico. En este sentido, además de reparar en la necesidad de reencontrar la antropología y la historia, la lectura de la obra de López Caballero nos llevó a cuestionar la forma en que la antropología mexicana ha empleado las categorías estatales para hablar de la alteridad y las implicaciones epistemológicas en la descripción de la alteridad.

    Por supuesto, la tensión entre antropología e historia se expresa también en la discusión sobre lo indígena y su relación con el pasado. Encontramos en los textos de James Clifford, que integran su obra Dilemas de la cultura (2001), algunas reflexiones muy sugerentes al respecto. Por ejemplo, en el ensayo titulado Los productos puros enloquecen, Clifford hacía una observación muy aguda sobre lo que ocurre a los pueblos marginales cuando entran en un espacio histórico o etnográfi­co definido por la imaginación occidental, tal como menciona Clifford Al entrar en el ‘mundo moderno’ sus historias distintas se desvanecen con rapidez […] estos pueblos repentinamente ‘atrasados’ ya no inventan futuros locales. Lo que es diferente en ellos permanece aferrado a los pasados tradicionales, estructuras heredadas que resisten o ceden ante lo nuevo pero no pueden producirlo (2001: 20). Clifford describe de manera elocuente el proceso por el cual la alteridad (múltiple y compleja) se simplifica en categorías del tipo pueblos indígenas y con ello se singularizan también las historias y los pasados con la narrativa del Estado. Su presencia se argumenta a partir de su longevidad y es esta su principal virtud, el elemento a partir del cual cobra valor su existencia. Así, por ejemplo, la condición de ancestralidad que se les atribuye a los denominados pueblos indígenas es, desde el punto de vista del Estado, el valor que éstos agregan a la nación a la que se integran; sin embargo, se convierte también en la atadura a un pasado inscrito en la historia oficial y la negación de su posibilidad de futuro.

    En México, la categoría de pueblo indígena está definida en función de su existencia previa a la conformación del Estado nacional. Son pueblos indígenas los que estaban asentados en lo que actualmente es México desde antes de la llegada de los españoles. Es decir, la categoría de pueblos indígenas no responde tan solo a una condición de alteridad, es una alteridad fijada en el tiempo por el Estado, que se caracteriza por su longevidad expresada en una ancestralidad monolítica. Esto implica la reducción de las múltiples temporalidades de la alteridad en una sola: un único pasado común para el Estado. Una historia en detrimento de los diversos pasados y, sobre todo, de la memoria.

    A la luz de estas consideraciones, nos dimos a la tarea de revisar los textos que abordaron la discusión sobre lo indígena en el pnerim y pudimos observar lo siguiente, tal como lo resume de manera muy clara el artículo crítico elaborado por Rodrigo Megchún, Marco Vinicio Morales y Ricardo Schiebeck (a partir de esta reflexión y en un ejercicio de escritura colectiva):

    algunos planteamientos generales que parecieran haber guiado los primeros años del proyecto son: los indígenas cuentan con formas específicas de organización (estructura social y organización comunitaria), así como de entendimiento y práctica (ritualidad, chamanismo); en tanto forman parte de tradiciones culturales, en las que elementos procedentes del periodo prehispánico, colonial y moderno han sido rear­ticulados a través de diversos procesos (cosmovisión). Los indígenas están fuertemente vinculados a territorios específicos, a los que simbolizan y con los que tienen hondos apegos y conocimientos; de los cuales depende en buena medida la reproducción sociocultural de los grupos (Diálogos con el territorio). Al interior de estas poblaciones (la comunidad, la etnia), los indígenas son heterogéneos (diversidad religiosa), además de estar signados por importantes jerarquías y cargos (estructura social). En muchas ocasiones los indígenas resultan subordinados económica y políticamente, frente a lo cual han emprendido estrategias, reivindicaciones y posicionamientos creativos de respuesta o resistencia (por ejemplo, a través de la migración); en ocasiones, basados en un sentido de reproducción inmediata, pero también a partir de la búsqueda por permanecer como colectividades (movimientos etnopolíticos e identidades) (Megchún et al., 2019: 131).

    De esta manera, así como en la revisión sobre el concepto región caímos en cuenta de la necesidad de explorar otras aproximaciones metodológicas, como la que se desprende de la noción de campo de estudio etnológico, tras la revisión de la categoría de indígena surgió el interés por replantear los vínculos entre la etnografía y la historia, de manera que nos planteamos la posibilidad de explorar las vías de una etnografía retrospectiva que implica repensar la realidad cultural bajo un eje diacrónico: vislumbrar procesos de transformación antes que estados. Mirar desde el presente etnográfico hacia los pasados múltiples por las vías de la memoria para advertir los flujos y las continuidades dentro de los que tiene lugar la invención —como creación— de un futuro posible de aquellos actores a los que se ha dado en llamar pueblos indígenas, de manera que podamos trascender esa categoría para emplear aquellas que describan la alteridad de acuerdo con la complejidad que la caracteriza.

    Etnografía

    Para cerrar el seminario que fue el semillero de los textos que aquí ofrecemos, nos dimos a la tarea de analizar las formas en que se había hecho, escrito o pensado la etnografía en el pnerim. En un ejercicio de reflexión titulado La etnografía a la luz de 20 años del Programa Nacional de Etnografía de las Regiones Indígenas de México,⁷ Aäron Moszowski (como coordinador, junto con Arturo Herrera, de un grupo de trabajo sobre el tema al interior del seminario) lanzó tres cuestionamientos: ¿cuáles han sido las promesas del proyecto acerca de la antropología?, ¿estas promesas se han cumplido? y ¿en el momento actual toda­vía se trata de llevarlas a cabo? El proyecto tuvo en su origen tres ejes: el político como respuesta al levantamiento zapatista y la carencia de estudios sobre lo indígena, la arista de la antropología mexicana que debatía en torno a la etnografía y el trabajo de campo y el origen jurídico como posibilidad de una producción académica por parte del inah.

    A partir de una serie de entrevistas realizadas por Aäron Moszowski y Selene Galindo a algunos de los pioneros del pnerim (Saúl Millán, Jesús Jáuregui y Johannes Neurath), advirtieron que el debate en la antropología mexicana del cual es fruto el pnerim estuvo vinculado a un distanciamiento de las etnografías de corte funcionalista que habían dominado el quehacer etnográfico: se trataba de una etnografías que privilegiaba la investigación estandarizada de tópicos, extensivas y superficiales, que ponían el acento en las semejanzas y los paralelismos. El proyecto, por su parte, prefirió una etnografía intensiva que diera cuenta de las diferencias y con esta opción se hicieron seis promesas:

    • Promesa etnográfica, como central del proyecto, tenía como fin la producción de una etnografía intensiva.

    • Compromiso social. Existió una preocupación social que pretendió incidir en las políticas públicas, pero sin llegar nunca a la antropología militante.

    • Formación de etnógrafos, aunque no era un producto central.

    • Promesa teórica de no solo acumular datos sino de trascender el simple registro.

    • Acercarse al diálogo con las periferias, ya que consideraba las diversas regiones de todo el país; quizás es una de las aportaciones del proyecto que logró materializarse.

    • Distanciamiento del centro en el sentido de que se pretendió no seguir las propuestas teóricas vigentes en el exterior.

    Estos propósitos no parecen haberse concretado del todo, por lo menos en lo que se puede ver de la parte de la obra del proyecto que está publicada. En algunas de las promesas se avanzó más que en otras; tal es el caso de la formación de recursos humanos de la que los autores de estos ensayos hemos sido beneficiarios. A otras se les empezó a hacer camino, pero en general siguen como tareas pendientes que deberían contemplar las nuevas empresas etnográficas de la antropología mexicana.

    Reflexiones sobre el trabajo colectivo: los ensayos

    En medio de las reflexiones hechas en los tres ejes marcados por las nociones medulares del pnerim: región, indígena y etnografía, se dibuja una de las apuestas más importantes de un programa de esta naturaleza; el trabajo colectivo (o colaborativo). Pensar en un gran programa integrado por veinte equipos regionales, con un gran seminario que aglutina a estos equipos para marcar las directrices de un trabajo delineado desde una temática general coordinada por especialistas, supone una intención tácita de obtener resultados colectivos. Pero, sin lugar a dudas, esto es mucho más fácil de enunciar que de concretar, sobre todo cuando el conglomerado de equipos integra a más de un centenar de investigadores.

    En este sentido, este volumen es un ejercicio de reformulación del trabajo etnográfico colectivo. Resultado de un año de diálogos, discusiones y colaboraciones, los seis ensayos contenidos en este volumen se entrelazan en puntadas trazadas por las preocupaciones comunes que les dieron origen. Aunque cada uno de ellos mira hacia atrás —por el devenir del pnerim y la etnografía mexicana— desde un ángulo particular y enfatiza en su análisis aquellos aspectos que en sus ámbitos de estudio resultan más relevantes, estos trabajos fueron pensados en relación unos con otros, es decir, se nutren entre sí.

    Es importante recordar que, en el proceso de revisión conjunta y colectiva del devenir del Programa Nacional de Etnografía de las Regio­nes Indígenas de México, no solo se reparó en los resultados plasmados en las obras publicadas, sino en los procesos, las estrategias metodológicas y los referentes conceptuales que llevaron a su escritura. De hecho, es precisamente esta labor tras bambalinas la que llamó de manera más fuerte nuestra atención, puesto que es donde se puede ver que, a pesar de que los diferentes textos que nutren el acervo etnográfico generado en el pnerim están signados por grupos de autores y aparecen compilados en volúmenes que congregan a diversos equipos, los hilos que los enlazan son finos y de pronto casi imperceptibles.

    En el caso de los ensayos aquí reunidos, el seminario Las regiones indígenas a prueba de la etnografía, fungió no solo como un espacio de revisión de lecturas sobre los temas de interés sino como un taller en el que las posturas, los métodos, los conceptos y las propuestas de quienes participamos en él se pulieron hasta alcanzar una homogeneidad suficien­te para armonizar nuestros trabajos, sincronizarlos, y una heterogenei­dad necesaria para posibilitar la comparación y destacar la variabilidad. De esta manera, los textos que presentamos, no solo revisitan lo que se ha hecho, sino que visualizan las posibilidades hacia el futuro, apuntalando aquellas apuestas metodológicas —como el campo de estudio etnológico— que abonen las investigaciones colectivas con una perspectiva sistémica.

    Para la exposición de los capítulos que nutren este volumen, pensamos en un orden que mostrara la manera en que las distintas líneas temáticas marcadas dentro del pnerim tuvieron un efecto general sobre la forma en que se conceptualizaron los lugares de estudio y los colectivos estudiados. En este sentido, empezamos por los trabajos que nos permiten explicitar las consecuencias epistemológicas de un planteamiento general en las construcciones locales de los contextos estudiados, para después, abordar casos puntuales que reflexionan sobre otras formas de pen­sar los proyectos colectivos y los análisis comparativos a partir de explorar los posibles alcances de una metodología como la que se desprende de la idea de un campo de estudio etnológico. Por último, volvemos la mirada desde los lugares de estudio hacia el pnerim y cerramos con los cuestionamientos que se derivan del trabajo de un equipo etnográfico que trazó su estrategia de investigación a partir del desarrollo explícito de la idea del campo de estudio etnológico.

    Desde Chiapas, Marina Alonso reflexiona sobre la forma en que la región, lo indígena y la etnografía se entretejieron en las investigaciones antropológicas producidas durante dos décadas de trabajo etnográfico en la frontera sur de México en el pnerim. Primero bajo la coordinación de la doctora Margarita Nolasco, a quien este ensayo está dedicado; después, con la dirección trazada por la doctora Alonso, quién giró la atención de la frontera sur hacia contextos menos atendidos por la etnogra­fía hasta entonces. Tras un profundo y crítico análisis de la producción etnográfica y lo que la autora denomina la etnologización de las zonas de estudio en Chiapas, este ensayo abre una nueva ruta para la etnografía en estas coordenadas del sur mexicano: un quehacer etnográfico que mire donde no se ha mirado, que considere la historicidad de los sujetos que las habitan, su heterogeneidad y complejidad.

    La tarea de ver retrospectivamente lo que el pnerim produjo en Oaxaca llevó a María del Carmen Castillo y Leopoldo Trejo a plantear un eje analítico marcado por la familia lingüística mixezoque, como posible vía para transitar hacia una metodología sistémica del tipo del campo de estudio etnológico. Tras hacer una crítica del concepto de región y su uso flexible en las etnografías sobre los pueblos indígenas de Oaxaca, Trejo y Castillo optan por emplear la región en su justa dimensión, es decir, advirtiendo sus variaciones en términos de las escalas; de esta manera, en lugar de desestimar su empleo en la etnografía, optan por incluirlo en la propuesta de un campo de estudio etnológico mixezoque como una variable más.

    Los textos se entrelazan en la medida en que las regiones indígenas se ponen a prueba de la etnografía, se observan los alcances de las nociones y demarcaciones hechas y se advierten sus limitaciones. Ante estas últimas, se exploran las alternativas. Así, el campo de estudio etno­lógico se vuelve a ensayar, ahora en el oriente de México, donde Israel Lazcarro —junto con las integrantes del equipo regional que coordina— contrastan dos regiones indígenas: la Huasteca Sur y la Sierra Norte de Puebla, para desentramar los argumentos conceptuales desde los que fueron postuladas. De esta manera, la deconstrucción permite advertir aquellos elementos nodales que muestran las convergencias entre los diversos pueblos indígenas que comparten las preocupaciones, los lugares y los rituales; pero que mantienen profundas diferencias. Con esta base se esboza la posibilidad de plantear un campo de estudio etnológico que tenga como centro el complejo trueno-sirena.

    Es también por la vía del ritual como en el ensayo La Pamería: espacio de articulación en el centro noreste de México, Hugo Cotonieto y Antonio González prestan especial atención al mitote pame, un ritual que contrasta con el resto de las celebraciones de la Pamería, pero que se vincula con otros sistemas rituales de las zonas vecinas e, incluso, se pueden advertir en él similitudes con el mitote del Gran Nayar, que podría dar cuenta de posibles nexos entre regiones vecinas, pero también entre zonas distantes. Esto permite a los autores explorar la posibilidad de identificar nodos de contacto entre grupos diversos y con ello cuestionar y desentramar las argumentaciones conceptuales que han fijado a pueblos, como el pame, a regiones que se asumen rígidas, como la Pamería. En ese sentido, se cuestionan los criterios a partir de los que se han definido las regiones indígenas y se abre la posibilidad, a través de un análisis comparativo, de pensar más en los flujos que en los límites culturales.

    Son precisamente los dilemas de la delimitación cultural los que llevan a Andrés Oseguera y a Margarita Hope a reflexionar sobre las dificultades que el noroeste de México ha impuesto a los diversos intentos de establecer lindes culturales que permitan su definición como región cultural. En este texto se analizan los distintos enfoques desde los que se ha intentado trazar las fronteras que separan al noroeste mexicano de Mesoamérica y que le dan su condición particular. En el caso específico de las obras publicadas en el pnerim, se destaca que ha sido la ecología cultural —y los criterios medio ambientales— la perspectiva dominante para establecer las líneas que separan a los pueblos indígenas del noroeste de los del resto del país. Oseguera y Hope apuntan las limitaciones y los riesgos epistemológicos de este enfoque y proponen una vía que incorpora los factores medioambientales, no como determinantes sino como variables de un campo de estudio etnológico cognitivo que podría empezar a trazarse a partir del estudio de los aguajes en el septentrión occidental mexicano.

    El volumen cierra con un texto escrito por Aäron Moszowski Van Loon, Selene Yuridia Galindo Cumplido y Antonio Reyes Valdez, del equipo Sierra Madre Occidental. La particularidad de este trabajo es que mira desde la obra publicada por el equipo regional Gran Nayar hacia el Programa Nacional de Etnografía de las Regiones Indígenas de México. Este trabajo traza de manera clara y explícita los tres ejes analíticos dibujados durante el seminario Las regiones indígenas a prueba de la etnografía: la etnografía como práctica colectiva, la región como estrategia operativa y lo indígena como preocupación central. Y lo hace tras analizar la obra del único equipo que optó por pensar su ámbito de estudio en términos, precisamente, de un campo de estudio etnológico. De esta manera, el ensayo de Moszowski, Galindo y Reyes, nos permite redondear el análisis de las obras del pnerim, así como las posibilidades hacia el futuro de la etnografía en México.

    Con este trabajo hemos querido mostrar otras formas de hacer y entender la etnografía; enfatizamos la imperante necesidad de que se asuma como un ejercicio que cobra siempre su máxima dimensión cuando abraza los diálogos que permiten trascender la investigación particular y se comprende que su práctica y producción es, en esencia, colectiva.

    Referencias

    Alcocer, Paulina, y Johannes

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