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Campamento de espías (Spy Camp)
Campamento de espías (Spy Camp)
Campamento de espías (Spy Camp)
Libro electrónico305 páginas3 horas

Campamento de espías (Spy Camp)

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En el segundo libro de la serie bestseller del New York Times Escuela de espías, el aspirante a espía, Ben Ripley, continúa su entrenamiento ultra secreto durante el verano sin dejar de enfrentarse a increíbles peligros.

¡La Academia de Espionaje tiene campamento de verano! Cuando Ben Ripley termina su primer año en la Academia de Espionaje, tiene unas ganas tremendas de pasar el verano en el mundo real, donde los asesinos no acechan al doblar de cada esquina y los niños pueden comportarse como niños. Así que resulta una verdadera sorpresa cuando le dicen que tiene que asistir a una escuela de verano ubicada en un rústico campamento en medio de la naturaleza, donde debe participar en un riguroso entrenamiento de supervivencia. Pero ARAÑA, la organización enemiga, sigue empeñada en perseguir a Ben, y ha infiltrado un topo en el campamento. ¿Podrán Ben y sus amigos aniquilar al enemigo antes de que este aniquile a Ben?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 oct 2022
ISBN9781534497573
Campamento de espías (Spy Camp)
Autor

Stuart Gibbs

Stuart Gibbs is the author of the FunJungle series as well as the New York Times bestselling Spy School and Moon Base Alpha series. He has written the screenplays for movies like See Spot Run and Repli-Kate, worked on many animated films, and developed TV shows for Nickelodeon, Disney Channel, ABC, and Fox. Stuart lives with his wife and two children in Los Angeles. You can visit him online at stuartgibbs.com.

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    Campamento de espías (Spy Camp) - Stuart Gibbs

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    CONTACTO

    Academia de Espionaje de la CIA

    Washington, D.C.

    Dormitorio Armistead

    10 de junio

    15:00 horas

    El último día de la escuela de espías, mis planes para un verano normal y tranquilo se fueron al traste al recibir dos cartas.

    La primera me esperaba en mi habitación cuando regresé del examen final de Supervivencia.

    Ya había empacado todas mis pertenencias y confiaba en salir enseguida de la academia.

    La nota estaba encima del montón de maletas.

    Benjamín:

    Ven a verme enseguida.

    El director

    Hasta ese momento, había tenido un buen día. Para empezar, me sentía confiado en todos mis exámenes. Había trabajado muy duro en la academia y había mejorado en todas las clases desde el principio de curso. Me había quemado las pestañas para el examen de Historia del Espionaje, había salido superbién en Códigos y Criptografía y había aprobado por los pelos Armas de Fuego y Armamento. (No había logrado dar en el blanco, pero, a diferencia de algunos de mis colegas de primer año, al menos había disparado a los objetivos y no me había hecho daño accidentalmente). La clase que más me preocupaba era la de Introducción a la Supervivencia, mi punto flaco, aunque esa tarde me las arreglé para aguantar más de una hora en el campo de entrenamiento contra una docena de «agentes enemigos» armados con pistolas de pintura, mientras casi todos mis compañeros estaban cubiertos de azul brillante a los cinco minutos. Me parecía que eso ameritaba al menos una A-menos.

    Ahora sentía el alivio de no tener clases en el verano. Aunque iba a extrañar a mis amigos de la Academia de Espionaje, tenía ganas de regresar a casa, ver a mis padres y comer decentemente por primera vez en cinco meses. Y, además, iba a cumplir trece años la semana siguiente. Había planeado pasarlo con viejos amigos, sin que nadie intentara matarme o mutilarme.

    La nota, sin embargo, sugería que se avecinaban problemas.

    La agarré con cautela, como si fuera explosiva. Para ser franco: habría preferido encontrar una bomba en mi habitación. Yo sabía manejar una bomba, pero el director era totalmente impredecible.

    Pasé la nota por la trituradora de papel y luego quemé los restos. Parecería demasiada precaución, pero era el procedimiento estándar para toda la correspondencia escrita en la Academia de Espionaje, incluso si se trataba de un Post-it. A continuación, me dirigí al despacho del director.

    Fuera brillaba el sol como heraldo del glorioso verano. La academia, tan lóbrega y sombría durante el invierno, lucía ahora mucho más atractiva. Los edificios góticos se erguían majestuosos en el verde césped bordeado de flores. Y ahora que las clases habían terminado, mis colegas disfrutaban del buen tiempo. Vi a varios de ellos jugando al frisbee y oí a lo lejos el inconfundible ruido de armas semiautomáticas en el campo de tiro.

    —¡Hola, Cortina de Humo! —me llamó una voz aguda.

    Era Zoe Zibbell, una colega de primer año y mi mejor amiga, que estaba con un grupo grande de estudiantes. Me había bautizado «Cortina de Humo» ya que me había tomado, erróneamente, por un espía tremendamente talentoso, aunque a menudo fingiera ser un incompetente para que la gente me subestimara. Cada vez que hacía gala de mi incompetencia, Zoe pensaba que era una estratagema.

    —Estamos organizando un partido de fútbol en el Cuadrángulo Hammond. ¿Quieres jugar?

    —No puedo —dije señalando al edificio administrativo Nathan Hale—. El director quiere verme.

    Zoe hizo una mueca y los demás estudiantes también. Como si les hubiera dicho que me dirigía al pelotón de fusilamiento.

    —¿Pasa algo? —preguntó.

    —Espero que no —respondí.

    —Bueno, si quieres únete a nosotros cuando termines —dijo Zoe tratando de sonar optimista—. Nos hace falta otro delantero.

    Asentí y entré en el edificio administrativo. Dentro, el edificio era mucho más oscuro y sombrío, y mi ánimo se contagió. Arrastré los pies por las escaleras hasta el quinto piso, escaneé mis retinas, entré en el área de seguridad y me presenté ante los guardias que flanqueaban la puerta del despacho del director.

    Uno me cacheó para comprobar si tenía armas.

    —Declare su nombre, rango y el motivo de la visita.

    —Benjamín Ripley, estudiante de primer año. El director me pidió que viniera a verlo.

    El segundo guardia llamó desde un teléfono de seguridad y anunció mi presencia. Unos segundos más tarde, se abrió la puerta.

    Cuando entré, el director estaba sentado detrás de su escritorio, fingiendo que examinaba documentos secretos. Habría tenido una apariencia solemne si su tupé no hubiera estado ligeramente torcido. O si yo no supiera que el director era incompetente. Puede parecer sorprendente que el director de la academia de la CIA para educar futuros agentes de inteligencia no sea inteligente, pero recuerden que tanto a la CIA como a la academia las dirige el gobierno.

    —Siéntate, Ripley —me dijo el director.

    Me senté en un viejo sofá frente a su escritorio. Olía a sudor y a cloroformo.

    —Mis fuentes me han dicho que planeas volver a casa a pasar el verano —dijo.

    —¿Fuentes? ¿Qué fuentes? —le pregunté.

    —Ya sabes, las habituales. Estoy seguro de que sabes que mantenemos una vigilancia estricta sobre nuestro cuerpo estudiantil. Aparatos de escucha, intervenciones telefónicas, ese tipo de cosas.

    —No estaba enterado. ¿Han intervenido mi teléfono? —pregunté.

    —Es un procedimiento estándar. Debemos estar siempre alertas. Como sabes, hemos tenido algunos problemas con dobles agentes aquí en la academia.

    —Sí, claro. Fui yo quien atrapó al doble agente —dije—. Después de eso, usted no irá a creer que yo me pasé a trabajar para el enemigo, ¿no?

    —Pero te ofrecieron un trabajo.

    —Que yo rechacé justo antes de desactivar una bomba destinada a descabezar cada agencia de espionaje de este país.

    El director se encogió de hombros, indiferente.

    —Nunca se es demasiado precavido —dijo y empezó a hojear un grueso informe que tenía sobre el escritorio. Al parecer, contenía varias transcripciones de mis llamadas privadas—. Según este informe, tienes la intención de pasar el verano en la casa de tus padres e ir a un lugar llamado Diversiópolis con un tal Mike Brezinski.

    —Así es —repliqué—. Habría sido más fácil preguntármelo a mí…

    —¿Y cómo pensabas salirte con la tuya?

    —¿Salirme con la mía? ¿Qué quiere decir?

    —Evitar la escuela de verano.

    De repente, me sentí mareado, algo que sucede con demasiada frecuencia en la Academia de Espionaje.

    —¿La academia tiene escuela de verano?

    —Por supuesto. Los malos no descansan. ¿Por qué tendríamos que hacerlo nosotros?

    —Nadie me había dicho que había escuela de verano —dije.

    —No digas tonterías. En la primera asamblea del año, a cada recluta se le informa que hay campamento de verano obligatorio.

    —Yo no asistí a la primera asamblea del año escolar —le recordé al director—. Usted me reclutó en enero.

    El director me miró inexpresivo por un momento. Era el aspecto que tenía cuando se daba cuenta de que alguien había metido la pata hasta el fondo y que ese alguien era probablemente él. Yo había visto esa expresión bastante en los cinco meses que llevaba en la Academia de Espionaje. Por fin, el director acudió a su respuesta típica cada vez que metía la pata: culpar a la víctima de sus errores.

    —Bueno, te lo podías haber imaginado —me dijo—. Parece mentira que estés estudiando para espía. Ni que la existencia de la escuela fuera un secreto.

    —La existencia de la escuela sí es un secreto —repliqué.

    —Ya estoy harto de tu cháchara —estalló el director—. ¿Quieres empezar castigado la escuela de verano?

    Negué con la cabeza y entonces me di cuenta de algo.

    —Todos los demás estudiantes están empacando. ¿No van a asistir a la escuela de verano?

    —Por supuesto. Todos en la academia están obligados a asistir a los cursos de verano. Pero no se imparten aquí.

    —¿Y dónde se imparten?

    —En nuestro centro de educación sobre la naturaleza.

    —¿Educación sobre la naturaleza? —repetí.

    —Sí —dijo el director—. Durante los meses de verano, dejamos las aulas para enfocarnos más en el entrenamiento físico y las habilidades de supervivencia al aire libre. Después de todo, noventa y nueve por ciento del mundo está al aire libre. Un buen espía tiene que saber cómo desenvolverse en ese medio.

    —Entonces… ¿viene a ser un campamento de espías?

    —¡No es un campamento! —vociferó el director—. Es un centro de entrenamiento de élite para la supervivencia en la naturaleza. Lo que pasa es que tiene la apariencia de un campamento. Y lo que debes decirle a tu familia, a tus amigos o a cualquiera que conozcas, es que vas a un campamento: el Campamento Senderos Felices para Niños y Niñas.

    El director empezó a revolver la gaveta del escritorio hasta encontrar un documento que empujó hacia mí. Era una sola hoja con la dirección del punto de Washington, D.C. adonde tenía que acudir para tomar el vehículo oficial de la academia que me iba a transportar al campo, y una lista de artículos de supervivencia que debía llevar. Al final, como en todos los documentos de la academia, había una directiva que exigía que memorizara el contenido y luego lo destruyera.

    —¿Cuándo empieza? —pregunté.

    —En tres días —replicó el director—. Ve a casa y pasa un buen fin de semana con tu familia. Pero no le cuentes a nadie sobre la verdadera naturaleza del campamento…

    —O me tendrá que matar —terminé la frase. Ya conocía la rutina.

    —Exactamente. Te veremos el lunes a las cero nueve horas cero cero en punto.

    El director volvió a dirigir su atención a sus documentos secretos, como si de repente yo hubiera cesado de existir. La reunión se había terminado.

    Salí de su despacho y me dirigí a mi habitación.

    Mi reacción inmediata a la noticia de que tenía escuela de verano obligatoria fue de enojo y frustración. Me había esforzado mucho los últimos cinco meses y había echado de menos a mi familia y a mis amigos; sentía que me merecía unas semanas libres de estudios. Pero a medida que atravesaba el campus, mi ánimo empezó a cambiar. Aunque mis primeras semanas en la escuela de espías habían sido difíciles —estuve a punto de ser asesinado, secuestrado y volado por los aires— las cosas mejoraron cuando dejaron de intentar matarme. Había terminado por disfrutar la academia y había hecho muchas amistades. De hecho, por primera vez en la vida me consideraban un tipo chévere. Evitar la destrucción de tu escuela y capturar al agente responsable ayuda a mejorar considerablemente tu vida social.

    Mientras tanto, en casa, mi identidad de estudiante de espionaje era todavía un secreto. Todo el mundo pensaba que yo asistía a una aburrida escuela de ciencia. Es probable que ahora fuera incluso menos popular que antes de marcharme. Así que la idea de pasar más tiempo con mis colegas aprendices de espías no resultaba tan mala. Y que fuera al aire libre en lugar de en un aula mohosa, sonaba muchísimo mejor.

    Cuando llegué a mi dormitorio, ya pensaba que pasar el verano en el campamento de espías podría resultar divertido.

    Y ahí fue cuando encontré la segunda carta.

    Estaba colocada exactamente en el mismo lugar que la primera, encima de todas mis maletas, a pesar de que yo había cerrado la puerta de mi cuarto con llave antes de ir a ver al director.

    ¡Hola, Ben!

    Solo queríamos que supieras que te vendremos a buscar pronto.

    Tus amigos de ARAÑA

    Me senté en la cama. Me costaba respirar.

    ARAÑA era la organización malvada que había plantado un topo en la escuela, enviado un asesino a mi cuarto e intentado eliminar a todos los líderes de la comunidad de inteligencia con una bomba. No había sabido nada de ellos desde que ayudé a frustrar sus perversos planes.

    Tal vez, después de todo, este verano no iba a resultar tan divertido como había imaginado.

    2

    COLABORACIÓN

    Campo de tiro Eisenhower

    10 de junio

    16:00 horas

    Aunque recibir una carta de una organización malvada que ha intentado matarte suele ser un poco deprimente, había algo que me emocionaba.

    Me daba un pretexto para hablar con Erica Hale.

    Erica era, con diferencia, la futura espía más competente y más inteligente de la academia, además de ser la chica más hermosa que había conocido. Provenía de una larga estirpe de espías, que se remontaba hasta el mismo Nathan Hale, y había aprendido muchos trucos del oficio de sus antepasados. (Sin embargo, su padre, Alexander Hale, era la prueba de que el talento a veces se salta una generación). Erica había sido fundamental para ayudarme a derrotar a ARAÑA, pero, aunque esto nos había permitido ser amigos por un tiempo —o al menos, tan amigos como es posible serlo de Erica—, ella había vuelto a su habitual personalidad distante. Ni siquiera había mirado en mi dirección en toda la primavera.

    No había podido encontrar la forma de acercarme a ella. Erica no era precisamente el tipo de persona que puedes pasar a saludar como de casualidad. Para empezar, la puerta de su cuarto estaba llena de trampas. Pero una carta del enemigo resultaba un excelente tema de conversación.

    La encontré en el campo de tiro. Averiguarlo no había sido una hazaña de mi parte. Erica pasaba más tiempo afinando sus dotes de supervivencia que durmiendo. Estaba practicando la eliminación de terroristas con rehenes a trescientas yardas de distancia. Con una ballesta.

    Los otros estudiantes mantenían una distancia prudencial. Erica parecía aún más fría de lo normal, como si algo la tuviera muy molesta. Incluso Greg Hauser, el chico más duro de la escuela, se mantenía a distancia. Cuando me acerqué a Erica, mis compañeros de estudios me miraron como si estuviera entrando en una guarida de terroristas.

    Erica apenas me miró. Simplemente introdujo otra flecha en su ballesta y disparó. Dio justo en el medio del blanco y partió en dos la flecha anterior, al estilo Robin Hood.

    —¿Cómo te fue en la reunión con el director? —me preguntó.

    —¿Cómo sabes eso? —le pregunté sin detenerme a pensar.

    Ya sabía cuál iba a ser la respuesta.

    —Estudio para ser espía —respondió—. Es mi trabajo saber cosas.

    —Me habría venido bien enterarme antes de que había que asistir al campamento de espías.

    Erica se encogió de hombros.

    —Estás estudiando para espía. También es tu trabajo saber cosas.

    Puso otra flecha en la ballesta y apuntó.

    Le puse la nota de ARAÑA delante de los ojos. La había metido en una bolsa transparente para protegerla.

    —Acabo de encontrar esto en mi cuarto.

    Erica leyó la nota a través del plástico. Intentó disimular su sorpresa, pero cuanto disparó, a la flecha le faltó un milímetro para acertar en el blanco.

    Sonreí. Pillar a Erica desprevenida era como ver un eclipse solar: no sucedía a menudo, así que había que saborear las raras ocasiones en que pasaba.

    Erica plegó la ballesta y la puso dentro de la funda.

    —Vamos a hablar a un lugar más tranquilo.

    Salió caminando sin siquiera esperar mi respuesta.

    La seguí fuera del campo de tiro hasta el Edificio de Guerra Química y Biológica. Como las clases habían terminado, el edificio estaba vacío. Aun así, no era lo suficientemente seguro para Erica. Ingresó un código en una máquina expendedora que se separó de la pared, revelando una escalera oculta. Bajamos hasta los niveles subterráneos secretos debajo de la escuela. Erica se acercó a una puerta que decía: ACCESO RESTRINGIDO: NO ENTRE SIN AUTORIZACIÓN, y sin titubear, forzó la cerradura y entró sin autorización.

    La seguí de mala gana. La habitación restringida estaba silenciosa como una morgue, lo cual era apropiado, porque era una morgue. O, al menos, se parecía a las que yo había visto en la televisión. Las paredes estaban forradas con cajones refrigerados gigantes.

    —¿Hay cadáveres ahí? —pregunté receloso.

    —Probablemente. —Erica agarró unas pinzas estériles y sacó la nota de ARAÑA de la bolsita plástica—. Algunos de los de quinto año toman una clase de análisis forense aquí, pero lo más probable es que esté cerrada durante el verano, y dado que las morgues le ponen los pelos de punta a la gente, creo que es seguro hablar aquí.

    La morgue también me ponía los pelos de punta a mí, pero hice todo lo posible para que Erica no se diera cuenta.

    —¿Crees que de verdad se trata de una nota de ARAÑA? —le pregunté.

    Erica dejó la nota sobre una mesa de autopsias y la examinó con detenimiento.

    —¿De quién más crees que sería?

    —De alguien que me quiera gastar una broma —sugerí esperanzado.

    —¿Qué tipo de persona pensaría que es divertido enviar una nota falsa de una organización enemiga?

    —Chip Schacter. O uno de sus matones —respondí.

    No creía que Chip hiciera algo así por maldad. Aunque él y yo habíamos empezado con el pie izquierdo, quedamos en buenos términos cuando yo revelé que Chip no era el topo de ARAÑA en la escuela de espías. Pero no éramos realmente amigos. Yo me sentía como el ratón que le había arrancado una espina de la pata al león. Chip ya no se metía conmigo, pero a veces era peor estar en su bando que no estarlo. Chip insultaba a sus amigos, se burlaba de ellos y los ridiculizaba. Y tenía predilección por las bromas pesadas.

    —La semana pasada, congeló mi libro de texto de química en nitrógeno líquido —le dije a Erica—. No me di cuenta de lo que había hecho hasta que lo dejé caer en el comedor y se hizo añicos.

    Erica negó con la cabeza.

    —Esto no es obra de ningún estudiante. Tú y yo somos los únicos estudiantes que saben que existe ARAÑA. De hecho, la mayoría de los agentes de verdad no sabe que existe ARAÑA.

    —No sería la primera vez que ha habido filtraciones de seguridad.

    —Es cierto, pero esta información es altamente clasificada. ¿Recuerdas lo duros que fueron los de Asuntos Internos con nosotros?

    Asentí. Después de que Erica y yo derrotáramos a ARAÑA el invierno anterior, hubo una investigación interna exhaustiva en la CIA. Los mandamases de las agencias de espionaje a nivel nacional se sintieron extremadamente molestos al descubrir que habían estado a punto de ser asesinados y querían averiguar quién era el culpable de las fallas en la seguridad. A Erica y a mí nos interrogaron durante horas. Nuestros interrogadores quedaron estupefactos al descubrir que habíamos tenido contacto con ARAÑA y nos hicieron jurar que guardaríamos el secreto o nos expulsarían de la academia. Nos estaba prohibido mencionar a ARAÑA, incluso el uno al otro. Lo cual significaba que estábamos violando una docena de directivas de seguridad en ese momento. Pero no creo que los interrogadores consideraran la posibilidad de que ARAÑA me fuera a dejar una nota.

    —Para ser justos, los de Asuntos Internos fueron duros con todos los involucrados —continuó Erica—. Conocer la existencia de ARAÑA es de nivel de seguridad AA1.

    —Aun así, alguien podría haberlo descubierto.

    —Quien haya sido lo bastante listo para descubrirlo sabría que no se juega con ese tipo de información. Solo un idiota bromearía con datos altamente clasificados, y esta institución no acepta imbéciles. Tiene algunos delincuentes, canallas y réprobos, pero no acepta imbéciles.

    Asentí.

    —Entonces, la nota la envió ARAÑA.

    —Yo no dije eso.

    —¿De quién iba a ser si no?

    —De otra organización enemiga que quiere que pienses que es de ARAÑA.

    Miré la nota con cautela. Parecía tan inofensiva ahí, encima de la mesa de autopsias. Solo un trozo de papel con dieciséis palabras. Y, sin embargo, la idea de que una organización enemiga se hubiera colado en mi habitación me suscitaba una avalancha de preguntas inquietantes.

    —¿Cómo crees que pudieron dejarme la nota? —pregunté—. Hay una seguridad increíble en el campus.

    —No es la primera vez que ARAÑA ha burlado la seguridad —replicó Erica—. Recuerda que una vez enviaron un asesino a tu cuarto.

    —Sí, pero la academia reforzó muchísimo la seguridad desde ese incidente.

    —Eso no quiere decir que

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