San Agustín: Apuntes para un diálogo con la ética actual
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San Agustín - Pamela Chávez Aguilar
I. CREER, SABER Y ANHELO DE VERDAD
Reducendi mihi videntur homines in spem reperiendae veritatis
(San Agustín, Ep. 1, 1)
La concepción de la verdad presente en el pensamiento agustiniano reviste gran complejidad, en tanto deudora de la convergencia de tradiciones disímiles como la filosofía griega antigua, especialmente platónica, el pensamiento latino y la religión cristiana. Exploramos tres vías de acercamiento a dicha concepción, intentando vislumbrar su significación para una reflexión contemporánea: la vocación humana a la veritas, la confianza en la ratio y el diálogo entre ratio y fides.
I. 1. S
ER HUMANO FINITO Y VOCACIÓN DE
VERITAS
Tanto en la vida personal como en la búsqueda intelectual de Agustín, queda de manifiesto lo que podemos llamar una vocación ontológica
del ser humano a la verdad. Su propia vida expresa este anhelo del alma, tanto en el impulso que la mueve como en el vínculo entre los diversos acontecimientos biográficos y la evolución de su pensamiento. Como puede decirse de otros pensadores, entre ellos Sócrates, está implicado vitalmente en su filosofía¹; por ello, comprender la idea de la verdad en San Agustín es a la vez discernir la verdad de una vida, de una narración, de una biografía, tarea que emprende el propio autor en las Confesiones.
Desde su infancia aparece el anhelo de la verdad, veladamente manifiesto en el deleite que experimenta al comprender la más pequeña idea y el disgusto que le ocasiona la ignorancia y el ser engañado; en su adolescencia, en el llamado amoroso a dedicar su vida a la sabiduría, impulso que nace con la lectura del Hortensio de Cicerón, obra de exhortación a la filosofía. A través de esta lectura, descubre que la felicidad no puede consistir meramente en la satisfacción de los sentidos, en la posesión de las riquezas o en la vana ansia de honores que perseguía con el estudio de la elocuencia, sino en el noble gozo de la contemplación de la verdad. Ello provoca un vuelco afectivo en Agustín, que siente encendida su alma por la philosophia, el amor a la sabiduría, dondequiera que estuviese; desde ese momento, su vida se orienta explícitamente hacia el ideal de la verdad².
Posteriormente, los acontecimientos de su vida prosiguen el mismo itinerario: primeramente, su largo paso por el maniqueísmo, que prometía hallar la verdad y a Dios mismo, dejando de lado la autoridad de la fe, el error y todo lo que no fuese estrictamente racional; tales promesas seducen el espíritu del joven que ardía en deseos de la verdad auténtica y clara, abandonando la fe cristiana que había aprendido de niño. Su búsqueda de la verdad se muestra también, paradójicamente, en su período escéptico; en su temprana incursión en la lectura de las Sagradas Escrituras, cuyo interior sublime y misterioso le aparece encubierto en una humildad de estilo que entonces desprecia; en su proceso de conversión; en el descubrimiento de la interioridad; en sus esfuerzos por refutar el escepticismo; en su discusión con las herejías, etc. De este modo, podemos ver que San Agustín está implicado existencialmente en el problema de la verdad; ésta se muestra o se encubre en la singularidad del entramado vital, coincidiendo la búsqueda de veritas y la del propio ser sí mismo.
El vínculo biográfico de Agustín con la búsqueda de la verdad, indica que ésta se relaciona con el carácter propio de la existencia humana finita. El primer rasgo de ésta es su precariedad y falta de consistencia en sí misma, proveniente del hecho de que su haber llegado a ser depende de la voluntad divina creadora, sin la cual es nada: A Dios le debemos ser lo que somos; pues ¿a quién sino a Dios le debemos ser algo más que nada? (San Agustín, Serm., 43,3). Esta dependencia existencial explica la inseguridad y contingencia de ser, de la cual emerge, a la vez, un compromiso u obligatio hacia Aquel que le saca de la nada.
Este carácter de la existencia humana de no estar fundamentada en sí misma, determina la investigación de la verdad como búsqueda de un suelo que le sostenga. Al reconocimiento de la finitud humana pertenece intrínsecamente la pregunta por la verdad; ésta no suele darse allí donde la existencia aparece como segura, sin peligro, como en la certeza irreflexiva de la enajenación o del poderío humano.
La precariedad existencial en el origen de la indagación de la verdad, se revela en la búsqueda de lo permanente frente a la inestabilidad del conocimiento incierto proveniente de los sentidos, propia de los pensadores antiguos; también, en la duda de los modernos, como Descartes, respecto a las opiniones aprendidas.
En su tiempo, Karl Jaspers visualiza este vínculo en el origen de la actividad filosófica, origen que es la desconfianza de todo ser mundanal
y la búsqueda de lo confiable en la ciencia-técnica, en la obra de pensadores y artistas, en la fe³. Asimismo, Ortega relaciona el origen del pensamiento humano con la búsqueda de seguridad y firmeza, con la necesidad que tiene el hombre de afrontar el enigma de su vida y salir de la duda para estar en lo cierto⁴.
El carácter precario y frágil de la existencia humana se hace patente para San Agustín en relación a la grandeza de Dios: Grande eres, Señor, y laudable sobremanera; grande tu poder, y tu sabiduría no tiene número. ¿Y pretende alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación...? (San Agustín, Conf., I, I, 1). De la mano de este reconocimiento, se da en el ser humano el anhelo de salir de tal menesterosidad mediante el conocimiento, pues nadie ansía la muerte, el error o la inquietud. Quien no está cierto anhela la certeza; quien se sabe frágil, la confianza. Ésta es buscada primero en lo mudable y temporal, como se muestra en el proceso biográfico de Agustín. Así, tras los deseos y actos humanos, tras la búsqueda del placer sensible, de honores, prestigio y conocimiento, se asoma la misma alma precaria anhelante de fondo, de ser, trascendencia y salvación; sólo que, dice nuestro autor, no se encuentra aquí abajo lo que buscamos. A la fragilidad humana corresponde un anhelo de completitud; el espíritu es llamado simultáneamente por la finitud y la infinitud, lo que constituye el drama de la existencia humana.
La raíz profunda del anhelo de la verdad se prueba irrefutablemente para Agustín en el hecho de que nadie quiere ser engañado o perder la lucidez: Muchos he tratado a quienes gusta engañar, pero que quieran ser engañados, a ninguno (San Agustín, Conf., X, XXIII, 33); cualquiera prefiere estar sufriendo con la mente sana a estar alegre en la locura (San Agustín, Civ. Dei., XI, XXVII, 2)⁵.
Igualmente, el anhelo de verdad se manifiesta en la universalidad del amor a la vida feliz, entendida como gaudium de veritate. Frente a ello, no obstante, aparece el deseo contradictorio de quienes buscan la verdad sin quererla completamente, manteniéndose ocupados más intensamente en otras cosas, o de quienes la odian si contraría su gozo temporal. Este odio confirma la profundidad del amor a la verdad, pues quienes aman otras cosas, quisieran que aquello que aman fuese la verdad: Aman la verdad cuando brilla, ódianla cuando les reprende (San Agustín, Conf., X, XXIII, 34). Otra paradoja es que el alma quiere estar oculta sin que se descubra su estar lejos de la verdad, pero a ella misma, a su propia mirada, no quiere que se oculte nada. Así, el principal obstáculo a la realización de la vocación ontológica del ser humano a la verdad, es su anhelo y adhesión a muchas otras cosas; feliz quien libre de ello se alegra en la sola Verdad, por quien son verdaderas todas las cosas⁶.
La paradoja agustiniana del amor-odio hacia la verdad, es interpretada por Heidegger como una caída
o camino hacia abajo
. El esfuerzo y alegría por la verdad se transforman en la vida fáctica en amar lo que el ser humano en cada caso vislumbra como justo y valioso, viviendo para ello y tomándolo como lo verdadero. Así, cae desde la verdad auténtica a las verdades en las que está ocupado, entre las cuales vive agitado, por la tradición, la moda, el miedo a la inquietud, el miedo a sentirse de repente en el vacío
⁷. En tal caída se adivina una búsqueda de seguridad y un temor a ser alejado de lo que tiene por verdad; en el mismo rehusarse a reconocer el error, por mantenerse aferrado a lo que ama, se muestra un esfuerzo por la verdad, que, paradójicamente lo mantiene en el error, por lo que es un esfuerzo no radical, inauténtico. Por ello, ama la veritas cuando se manifiesta a sí misma, no cuando le contradice o le pone a él de manifiesto; la ama cuando sale luminosamente a su encuentro, otorgándole un goce estético, pero la odia cuando golpea el cuerpo, le afecta directamente, le sacude y pone en cuestión su existencia; prefiere apartar a tiempo la vista de ella y entusiasmarse con lo que se da a sí mismo. El contrasentido consiste en que el ser humano desea que se le manifieste la verdad, que nada se le cierre, pero él mismo se atrinchera en contra; lo que consigue, es que la verdad permanezca oculta, aunque él no lo esté ante ella
⁸; pero aun en este cerrarse a la verdad, la ama más que al