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Cantar del Mío Cid: Versión en prosa moderna
Cantar del Mío Cid: Versión en prosa moderna
Cantar del Mío Cid: Versión en prosa moderna
Libro electrónico144 páginas3 horas

Cantar del Mío Cid: Versión en prosa moderna

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El Cantar de Mío Cid es estudiado como el primer texto del habla castellana de valor literario. Esta edición del cantar en prosa y castellano moderno, preparada por el profesor Cedomil Goić, ha conservado en lo posible la movilidad y animación narrativa del juglar medieval. Los encabezamientos de las tiradas fueron fijados por don Ramón Menéndez Pidal en su edición magistral del poema.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 jul 2022
ISBN9789561127180
Cantar del Mío Cid: Versión en prosa moderna
Autor

Anonimo

Soy Anónimo.

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    Cantar del Mío Cid - Anonimo

    CANTAR PRIMERO

    DESTIERRO DEL CID

    El rey Alfonso envía al Cid para cobrar las parias del rey moro de Sevilla. Éste es atacado por el conde castellano García Ordóñez. El Cid, amparando al moro vasallo del rey de Castilla, vence a García Ordóñez en Cabra y le prende afrentosamente.–El Cid torna a Castilla con las parias, pero sus enemigos le indisponen con el rey–. Este destierra al Cid.

    Envió el rey don Alfonso al Cid Ruy Díaz por el tributo que debían pagarle cada año los reyes de Córdoba y de Sevilla. Almutamiz, rey de Sevilla, y Almudafar, rey de Granada, eran por aquel tiempo muy enemigos y se odiaban a muerte. Almudafar, rey de Granada, tenía con él varios ricos hombres que le ayudaban: el conde don García Ordóñez, y Fortún Sánchez –yerno del rey don García de Navarra– y Lope Sánchez. . . Todos ellos ayudaban con su poder a Almudafar y juntos marcharon contra Almutamiz, rey de Sevilla.

    El Cid Ruy Díaz, cuando supo que de tal manera juntos venían contra el rey de Sevilla, que era vasallo y pechero del rey don Alfonso, su señor, túvolo a mal y pesóle mucho; y envió cartas a todos rogándoles que no atacaran al rey de Sevilla ni le destruyesen sus tierras, por la obligación que tenían al rey don Alfonso; y que si a pesar de todo lo querían hacer, supieran que no podría el rey Alfonso dejar de ayudar a su vasallo, pues era su pechero. El rey de Granada y los ricos hombres despreciaron las cartas del Cid; y cayendo todos esforzadamente sobre el rey de Sevilla, destruyeron todas sus tierras hasta el castillo de Cabra.

    Cuando el Cid Ruy Díaz vió ésto, reunió todas las fuerzas que pudo hallar entre moros y cristianos y fue contra el rey de Granada, para expulsarlo de las tierras del rey de Sevilla. Y cuando el rey de Granada y los ricos hombres que con él estaban, supieron a su vez ésto, enviáronle a decir que no sería él quien los echara de esas tierras Cuando esto oyó el Cid Ruy Díaz, sintióse obligado a atacarlos; y fue contra ellos, y luchó con ellos en batalla campal desde la hora de tercia hasta mediodía y grande fue la mortandad que allí hubo de moros y cristianos de la parte del rey de Granada. De tal manera venció el Cid y los hizo huir del campo de batalla. Y tomó prisionero el Cid en esta batalla al conde don García Ordóñez y le arrancó un mechón de las barbas. . . y a otros muchos caballeros. Tantos fueron los prisioneros que se perdió la cuenta. Tres días los tuvo presos el Cid, y luego los dejó en libertad. Mientras los tuvo presos, mandó a los suyos que recogieran los bienes y riquezas que quedaron abandonados en el campo, y luego volvióse el Cid con su compañía y su botín para Almutamiz, rey de Sevilla. A él y a sus moros les dió cuanto reconocieron como propio, y aún más todo cuanto quisieron tomar. Y de allí en adelante moros y cristianos, llamaron a éste Ruy Díaz de Vivar el Cid Campeador, que quiere decir batallador.

    Almutamiz le obsequió muy ricos presentes y le entregó los tributos por que fuera. . . Y se tornó el Cid con los tributos al rey don Alfonso, su señor. El rey lo recibió muy bien, se mostró muy contento de él y quedó muy complacido de cuanto había hecho. Por este motivo aparecieron muchos envidiosos que procuraron hacerle daño y terminaron por enemistarlo con el rey. . .

    El rey, que tenía un viejo resquemor contra él, los creyó con ligereza. . . y envió a decir al Cid, por una carta, que saliese del reino. El Cid, luego que hubo leído la carta, mas lleno de pesar, no quiso demorar la partida, pues no tenía de plazo para abandonar el reino más que nueve días.

    ) 1 (

    El Cid convoca a sus vasallos; éstos se destierran con él. (Sigue el relato de la Crónica de Veinte Reyes y se continúa con versos de una Refundición del Cantar). Adiós del Cid a Vivar (aquí comienza el manuscrito de Per Abbat)

    Mandó llamar a sus parientes y vasallos y les dijo cómo el rey le mandaba abandonar su tierra, y que no le daba de plazo más que nueve días, y quería saber quiénes de ellos estaban dispuestos a partir con él y quiénes no.

    – Y los que vinieren conmigo, que Dios se lo pague; de los que acá quedaren quiero partirme como amigo.

    Entonces habló Alvar Fáñez, su primo hermano:

    –Con vos iremos, Cid, con vos, por yermos y por poblados, y nunca os faltaremos mientras estemos sanos. En vuestra compañía gastaremos las mulas y los caballos y los bienes y vestidos. Siempre os serviremos como leales vasallos.

    Entonces todos aprobaron lo que dijera don Alvar, y el Cid lo agradeció mucho. Y en seguida partió de Vivar en dirección a Burgos, dejando sus palacios desiertos y abandonados.

    Llenos los ojos de lágrimas, volvía la cabeza y los contemplaba: vió las puertas abiertas y los postigos sin candado; vacías las perchas, sin pieles y sin mantos, unas; las otras, sin los halcones y sin los azores mudados. Suspiró el Cid, lleno de pesar. Habló luego tan bien y con tanta mesura:

    –¡Gloria a ti, Señor, que estás en los cielos! Mira a lo que me ha reducido la maldad de mis enemigos.

    ) 2 (

    Agüeros en el camino de Burgos

    Comienzan a aguijar y sueltan las riendas a los caballos. A la salida de Vivar vieron la corneja al lado derecho del camino; entrando a Burgos, la vieron al izquierdo. Movió el Cid los hombros y sacudió la cabeza:

    –¡Albricias, Alvar Fáñez, ahora vamos al destierro, pero volveremos con honra a Castilla!

    ) 3 (

    El Cid entra en Burgos

    Entra el Cid a Burgos; lo acompañan sesenta pendones; hombres y mujeres salen a verlo; los burgaleses y las burgalesas se asoman a las ventanas llorando condolidos. Todas las bocas decían una misma queja:

    –¡Oh Dios, qué buen vasallo! ¡Ojalá tuviese un buen señor!

    ) 4 (

    Nadie hospeda al Cid. –Sólo una niña le dirige la palabra para mandarle alejarse.–El Cid se ve obligado a acampar fuera de la población, en la glera

    ¡Con cuánto gusto le convidarían! Pero nadie se atrevía: tan grande era la saña del rey don Alfonso. Antes de anochecer llegó una carta suya a Burgos, con prevenciones muy severas y autorizada en todo rigor por el sello real: que al Cid Ruy Díaz no le dé nadie posada, y aquel que se la dé sepa verdaderamente que perderá sus bienes y además los ojos y aun el cuerpo y el alma. Gran duelo tienen todas las gentes cristianas. Se esconden del Cid, pues no se atreven a decirle nada.

    El Campeador se dirigió a su posada; llegó a la puerta y la encontró fuertemente cerrada, por miedo al rey Alfonso así lo habían hecho: a menos que la rompiese no la abrieran por ningún motivo.

    Los hombres del Cid llaman a grandes voces, mientras los de dentro no se atreven a contestar palabra. Aguijó el Cid su caballo y se llegó a la puerta, sacó el pie del estribo y golpeó; pero la puerta, bien cerrada, no se abre.

    Entonces se acercó una niña de nueve años:

    –¡Oh, Campeador, que en buena hora ceñiste espada!

    El rey nos lo ha prohibido, anoche llegó su carta con prevenciones muy severas y autorizada con el sello real. Por nada del mundo osaremos abriros ni daros hospedaje, porque de hacerlo perderíamos los bienes y las casas y aun los ojos ¡Cid, nada ganas con nuestro mal! Sigue tu camino y que el Creador te valga con todas sus virtudes santas.

    Esto dijo la niña y se volvió a su casa. Ya entiende el Cid que no puede esperar gracia del rey. Se alejó de la puerta y cabalgando por Burgos llegó hasta la iglesia de Santa María, allí descabalgó, y arrodillado rezó con unción. Hecha la oración volvió a montar y saliendo por la puerta de Santa María cruzó el Arlanzón. Al lado de Burgos está el arenal, allí manda levantar la tienda y deja el caballo. El Cid Ruy Díaz, que en buena hora ciñó la espada, acampo en la glera, ya que nadie le hospeda en su casa; en derredor de él acampa un buen número de hombres. Así se instaló el Cid en descampado. Le han vedado toda clase de compra en la población de Burgos, nadie osaría venderle ni la cosa menos preciada.

    ) 5 (

    Martín Antolínez viene de Burgos a proveer de víveres al Cid

    Martín Antolínez, un cumplido burgalés, abastece al Cid y a los suyos de pan y de vino; no ha comprado nada, sino que trae de lo suyo. Así les suministra toda clase de alimentos. Complacido queda el buen Cid y todos los que con él están. Luego habló Martín Antolínez; oíd lo que dijo:

    –¡Oh, Campeador, en buena hora naciste! Descansemos aquí esta noche y partamos de madrugada, pues me acusarán por haberos servido, y la ira del rey Alfonso caerá sobre mí. Si con vos escapo sano y salvo, tarde o temprano, estoy seguro, el rey me ha de querer como amigo; de lo contrario, todo está perdido para mí.

    ) 6 (

    El Cid empobrecido acude a la astucia de Martín Antolínez. Las arcas de arena

    A esto, el Cid, que en buena hora ciñó espada, dijo:

    –¡Martín Antolínez, sois un valiente caballero! Si Dios me da vida os he de doblar la soldada. He gastado todo el oro y la plata, ya ves que no traigo nada, y buena falta me hacen para toda mi compañía. Me lo procuraré a la fuerza, ya que de grado no me lo darían. Con vuestra ayuda quiero que preparemos dos arcas y las llenemos de arena para que sean bien pesadas, han de ser forradas de cuero labrado y bien claveteadas.

    ) 7 (

    Las arcas destinadas para obtener dinero de dos judios burgaleses

    –Ponedle cuero rojo y clavos dorados. Id ahora a buscarme a Raquel y Vidas y decidles: puesto que me prohiben la compra en Burgos y me persigue la ira del rey, no puedo traer conmigo

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