EN UN PUEBLO DE BURGOS, DE CUYO NOMBRE NO HAN QUERIDO ACORDARSE NIN- GUNA DE LAS CRÓNICAS HIS- TÓRICAS QUE NOS RELATAN SUS HAZAÑAS, DEBIÓ NACER DON RODRIGO DÍAZ “DE VI- VAR” (¿1048?-1099), CONOCI- DO COMO EL CID CAMPEADOR. Hasta la mitad del pasado siglo XX, ni siquiera los mapas citaban este punto geográfico al Este de la provincia burgalesa. Y ni siquiera más recientemente, las guías turísticas de Castilla y León le dedican más de tres renglones…
EN UN LUGAR DE VIVAR DEL CID…
Hasta la fecha, solamente el anónimo autor de "El Cantar del Mío Cid", texto que ha sido datado hacia el 1207 –y cuya credibilidad histórica se antoja más que dudosa al entremezclar episodios supuestamente reales con otros palmariamente imaginarios–, menciona la aldehuela de Vivar como la cuna del invicto héroe castellano. Aunque no hay fuentes contemporáneas a la época del Cid que confirmen este dato, lo cierto es que nadie, a estas alturas, se atreverá a poner en duda este origen… Porque no puede ser casualidad que el destierro de don Rodrigo y su mesnada, ordenado por el rey Alfonso VI de León (1040/41-1109), comience precisamente en esta aldehuela. Y que al “Mío Cid” se le nombre precisamente como “el de Vivar”. No obstante, que alguno de sus actuales lugareños pueda presumir de genealogía cidiana es difícilmente demostrable, ya que las partidas de nacimiento no comenzaron a inscribirse hasta casi cinco siglos después de la muerte del Campeador.
Hoy, como ayer, Vivar del Cid (CLIO, 217) es una pequeña pedanía que descansa sobre uno de los valles de la meseta del Duero y no se extiende más allá de 584 hectáreas. A unos nueve kilómetros al norte de la capital burgalesa, su administración depende de la localidad de Quintanilla de Vivar –a escasamente un kilómetro–. Escribe con genial maestría la pluma del insigne Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), en su "España del Cid" (1929), que el término de Vivar –vocablo que puede derivar de la palabra “vivero”, tal vez de árboles– no es “ni muy rico ni muy pobre” y que sus casas “de cuadrada simplicidad, se repelen, esquivando la medianería, como descomunales dados caídos al azar. La mayoría de ellas llevan en su interior la cocina antigua, con chimenea de ancha campana, bajo la cal se reúne toda la familia para reanimarse de las crudas heladas invernales, mientras el humor va curando la matanza”.
En el siglo XI, Vivar debió estar integrado entonces por un exiguo conjunto de arrabales cercados por contramuros defensivos. Y es que la extensa campiña que se despliega alrededor del villorrio de Vivar debió ser, en tiempos de la infancia del Cid, escenario de numerosas batallas. Entonces, la frontera entre los reinos de Castilla y de Navarra se desdibujaba en los campos de trigo que, hoy como ayer, se divisan desde lontananza.
El escaso caudal del río Ubierna era entonces suficiente para sustentar, aunque fuera de manera intermitente, las ruedas del molino harinero propiedad de su familia. Y donde hoy se alzaría aquel molino –hoy restaurado y que en el siglo XVIII fuera propiedad de las monjas clarisas–, testigo de las primeras correrías del “pequeño Ruy”, encontramos un hito en piedra que, señalando el kilómetro 0 en su camino al destierro leemos los siguientes versos anónimos: “Aquí, al iniciar este camino, ten presente que no vayas detrás de mí, que igual no te puedo guiar. No vayas delante de mí, que igual no te puedo seguir. Simplemente ve a mi lado, como un buen amigo castellano”.
EL QUE EN BUENA HORA NACIÓ
En el centro de una desamparada plazoleta de Vivar del Cid, se, fue inaugurada en octubre de 1963, en un homenaje al que asistieron Menéndez Pidal y el estadounidense (1908-1994), productor de la película "El Cid", y en cuyo actor fueron nombrados hijos adoptivos de la aldea.