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La muerte del universo: Renacimiento: Trilogía Big Rip, #3
La muerte del universo: Renacimiento: Trilogía Big Rip, #3
La muerte del universo: Renacimiento: Trilogía Big Rip, #3
Libro electrónico447 páginas5 horas

La muerte del universo: Renacimiento: Trilogía Big Rip, #3

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Información de este libro electrónico

En la década de 1980, los físicos de un laboratorio de la Unión Soviética encuentran rastros de datos extraños en la radiación cósmica de fondo. Como las poderosas fuerzas militares creen que estos hallazgos pueden convertirse en un arma para la guerra fría, la información obtenida por los físicos se mantiene en el más estricto secreto.

Los científicos se limitan a la primitiva tecnología de los años 80, pero lo que encuentran tiene raíces en tiempos mucho, mucho más antiguos. Finalmente, intentan un experimento que esperan que gane el mundo para el comunismo.

Pero, ¿podrán mantener el control sobre una enorme potencia que tiene sus propios y peligrosos planes?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 jul 2022
ISBN9781667437569
La muerte del universo: Renacimiento: Trilogía Big Rip, #3

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    La muerte del universo - Brandon Q. Morris

    La muerte del universo: Renacimiento

    LA MUERTE DEL UNIVERSO: RENACIMIENTO

    Hard Science Fiction

    BRANDON Q. MORRIS

    HardSF.space

    Índice

    La muerte del universo: Renacimiento

    15 de noviembre de 1983, órbita terrestre

    20 de diciembre de 1983, Moscú

    24 de diciembre de 1983, Moscú

    2 de enero de 1984, Moscú

    6 de enero de 1984, Moscú

    17 de marzo de 1984, Tyuratam

    18 de marzo de 1984, Tyuratam

    21 de marzo de 1984, Tyuratam

    22 de marzo de 1984, Tyuratam

    23 de marzo de 1984, Tyuratam

    24 de marzo de 1984, Tyuratam

    25 de marzo de 1984, Tyuratam

    26 de marzo de 1984, Tyuratam

    27 de marzo de 1984, Tyuratam

    29 de marzo de 1984, Tyuratam

    30 de marzo de 1984, Ciudad Estelar

    31 de marzo de 1984, Ciudad Estelar

    1 de abril de 1984, Ciudad Estelar

    2 de abril de 1984, Ciudad Estelar

    3 de abril de 1984, Tyuratam

    4 de abril de 1984, Salyut 7

    5 de abril de 1984, Salyut 7

    11de abril de 1984, Salyut 7

    12 de abril de1984, Tyuratam

    13 de abril de1984, Tyuratam

    15 de abril de1984, Akademgorodok

    16 de abril de1984, Akademgorodok

    18 de abril de1984, Akademgorodok

    19 de abril de1984, Akademgorodok

    20 de abril de1984, Akademgorodok

    21 de abril de1984, Akademgorodok

    22 de abril de1984, Akademgorodok

    23 de abril de1984, Akademgorodok

    24 de abril de1984, Akademgorodok

    25 de abril de1984, Akademgorodok

    26 de abril de1984, Akademgorodok

    27 de abril de1984, Akademgorodok

    28 de abril de1984, Akademgorodok

    29 de abril de1984, Akademgorodok

    30 de abril de1984, Akademgorodok

    1 de mayo de 1984, Akademgorodok

    2 de mayo de 1984, Akademgorodok

    3 de mayo de 1984, Akademgorodok

    4 de mayo de 1984, Akademgorodok

    5 de mayo de 1984, Akademgorodok

    22 de mayo de 1984, Akademgorodok

    30 de noviembre 1984, Akademgorodok

    Más tarde

    Nota del autor

    Otros títulos de Brandon Q. Morris

    La visita guiada al fin del universo

    Glosario de acrónimos

    Extracto: Nación de Marte

    La muerte del universo: Renacimiento

    15 de noviembre de 1983, órbita terrestre

    Adiós, Tierra. La sonda había alcanzado su velocidad máxima. Rusia yacía 380 kilómetros más abajo, donde la sonda había salido de la fábrica de la Compañía Aeroespacial NPO Lavochkin hacía más de un año. Pero Prognoz 9, como se llamaba oficialmente, no miraba hacia allí. Su mirada se dirigía hacia el sol. Al mismo tiempo, su cuerpo cilíndrico de dos metros de ancho y uno de largo giraba sobre su eje, aproximadamente, cada dos minutos.

    Eso era práctico, porque significaba que la luz del sol siempre llegaba a los cuatro paneles solares, que sobresalían de sus lados como las hojas de un trébol de cuatro hojas, en el ángulo óptimo. Pero aún más importante era el instrumento de medición que Prognoz 9 llevaba en la parte inferior de su cuerpo de barril, que siempre estaba orientada en dirección contraria al sol. El Relikt-1 consistía en dos antenas con forma de cuerno, que medían la intensidad de una determinada longitud de onda de la radiación de microondas que se propagaba en el espacio. La Tierra, que Prognoz 9 había abandonado hacía cinco meses en la punta de un cohete Molniya-M, se interponía en su camino. Por eso la sonda se distanciaba al máximo en una órbita marcadamente elíptica, hasta una distancia de 720.000 kilómetros, más del doble que la de la luna, que había sido compañera de la Tierra durante miles de millones de años.

    Aquello resultaba muy solitario, aunque era en esa soledad donde Prognoz 9 tenía que pasar la mayor parte de su tiempo. Cuando más se adentrara en la negrura del universo, más se ralentizaba y más precisas eran las mediciones del instrumento Relikt-1. Recogía incansable los fotones de la radiación cósmica de fondo, haciendo mapas de toda la esfera celeste. Cada cuatro días, la sonda enviaba los datos recogidos a la Tierra, donde el Instituto de Investigación Espacial de la Academia de Ciencias Soviética esperaba recibirlos.

    Cada siete días, Prognoz 9 comprobaba si el sol seguía estando a la vista. En esa ocasión, la unidad de control ha ordenado una breve emisión del propulsor de corrección, lo que había bastado para volver a alinear la sonda con precisión. Su misión se completaría cuando orbitase la Tierra dos veces más.

    Prognoz 9 recopilaba laboriosamente los datos. Aunque no entendía los que almacenaba en su primitiva memoria. Solo registraba 120 mediciones por órbita terrestre. Sin embargo, los datos contenían algo que entusiasmaría a los científicos de Moscú y, en última instancia, influiría en el futuro de la humanidad.

    Los datos también albergaban un peligro, cuyo alcance iba más allá de la imaginación de los investigadores. Porque procedían de una época en la que ese universo aún no existía.

    20 de diciembre de 1983, Moscú

    —¿Camarada Strukov?

    —Al habla.

    Strukov sostenía el auricular negro del teléfono contra su oreja izquierda. Con la otra mano, apartó la pila de páginas que había salido de la impresora. Las correcciones tendrían que esperar.

    —Soy el secretario del doctor Doroshkevich, del Instituto Lébedev. Mi nombre es Shandarin.

    «Uno de esos pobres Kandidat Nauks». Strukov olvidó su nombre al instante. Se tardaba una eternidad de pasar del Kandidat Nauk —el primer grado de doctorado— al siguiente escalafón. Mientras, los aspirantes a científicos eran poco más que esbirros glorificados. O secretarios, como ese... ¿Cómo se llamaba?

    —¿Qué quiere?

    Ser amable era una pérdida de tiempo con alguien tan insignificante. Cuando ese secretario hubiera logrado ascender de categoría, él se habría convertido en miembro vitalicio de la Academia... siempre y cuando su mayor benefactor dentro de la dirección del Instituto cumpliera su promesa.

    —El doctor Doroshkevich quiere hablar con usted —informó el secretario.

    ¿Doroshkevich en persona? El corazón de Strukov se aceleró. Eso ya era otra cosa. Doroshkevich ocupaba un puesto mucho más alto que el suyo. Seguramente ganaba más de 300 rublos, mientras que su esposa se quejaba de los 220 que él llevaba a casa cada mes.

    —Comprendo. No dispongo de mucho tiempo, pero le haré un hueco a su jefe.

    —Gracias, doctor Strukov. Se lo paso.

    La línea hizo clic dos veces. Luego se oyó algo de estática y volvió a hacer clic.

    —Buenas tardes, Strukov. Soy Doroshkevich.

    —Buenas tardes, camarada. ¿Qué puedo hacer por usted?

    Doroshkevich dirigía el laboratorio de física del universo primitivo del Instituto Físico Lébedev de la Academia de Ciencias. Era un puesto muy prestigioso, ya que la institución se remontaba a la época del zar Pedro el Grande.

    —Acabo de leer el artículo que escribiste para el Astronomicheskii Vestnik.

    Strukov empezó a sudar. ¿Por qué el director de la revista no le había advertido de que iba a pedirle a Doroshkevich, precisamente, que se encargara de su revisión antes de publicarlo? Ese hombre era conocido por sus duras e incluso cáusticas críticas.

    —Es un honor, camarada.

    —Andréi. Llámame Andréi, Igor.

    El sudor corría ahora por sus sienes. Allí pasaba algo. Doroshkevich era mayor que él y gozaba de mejor estatus. No había razón para que fuera tan amable, a menos que quisiera algo de él. Pero ¿de qué podría tratarse? Todo lo que se le ocurría, Doroshkevich podía conseguirlo sin su ayuda a través de las conexiones que, sin duda, ya tenía.

    —Gracias, camarada.

    —Es muy bueno, Igor —afirmó Doroshkevich, elevando el tono al final como si hubiera algo más que prefería no pronunciar. Algunas frases era mejor dejarlas sin terminar, ya que todos entendían lo que se quería decir. Pero ¿de qué se trataba en aquella ocasión? Strukov no tenía ni idea.

    —Gracias, camarada. —No se atrevió a llamarle por su nombre de pila. A veces las personas que ocupaban cargos importantes invitaban a otros a dirigirse a ellos con más familiaridad, sin esperar realmente que lo hicieran. En esos casos, solo deseaban transmitir cercanía.

    —Me impresiona la precisión con la que has cotejado y evaluado los datos. Habrás tardado varios fines de semana en lograrlo.

    Pues sí. El trabajo había sido exhaustivo y minucioso. Pero el ensayo había sido realizado por su propio Kand-Nauks, basándose en las mediciones del vuelo espacial Prognoz 9. El texto versaba tanto sobre los estallidos de radiación gamma como de la radiación cósmica de fondo. ¿En cuál de las dos estaba interesado Doroshkevich?

    —Las conclusiones que sacas de esto, camarada, son muy atrevidas.

    «¿Atrevidas...? Esto no pinta bien», pensó. Nadie que deseara avanzar en su carrera quería ser considerado atrevido.

    —¿A qué sección se refiere? —preguntó en voz baja.

    —¿Perdón? No te oigo bien. La línea tiene bastante ruido. Tal vez se deba a que nuestros amigos Chekistas nos están escuchando —se rio.

    Con su posición, Doroshkevich podía bromear sobre la policía secreta, pero era mejor que Strukov no se riera. En vez de eso, se acercó más el teléfono.

    —Le preguntaba a qué sección se refería —dijo en voz alta.

    —Ah, ahora te oigo mucho mejor. Y hablaba de las anisotropías en la radiación de fondo encontradas por Relikt-1.

    —Sí, ha sido todo un descubrimiento. El experimento realmente valió la pena. Mostrará al mundo, una vez más, lo superior que es la ciencia socialista.

    —Entiendo tu entusiasmo, Igor.

    «¿Pero?». De nuevo, Doroshkevich había dejado en el aire el final de la frase. Strukov no respondió. Deseó que le dijera lo que pensaba.

    —Siempre debemos tener una visión amplia en nuestro trabajo y no perder de vista el panorama general, Igor. Mostrar a los imperialistas lo buenos que somos es una cosa. No obstante, a veces, también tenemos que guardarnos nuestros conocimientos para nosotros mismos, cuando es mejor para el socialismo.

    Oh. Así que ese era el «pero». La decepción se apoderó de él. Un trabajo de investigación, cuyos resultados no podía publicar, no le serviría para progresar en su carrera. Había rechazado todas las ofertas de los militares por ello, a pesar de que el ejército pagaba mucho más a sus investigadores. Pero que no se le permitiera publicar, le resultaba inaceptable.

    Su mujer seguía riñéndole por tomar aquella decisión. Aunque, probablemente, le habría reñido de todos modos si hubiera aceptado porque, entonces, no podría vivir en la capital y tendría que congelarse el culo en alguna base siberiana, lejos de la civilización. Pensar en su esposa le distrajo de la decepción que Doroshkevich estaba a punto de propinarle.

    —¿Igor? ¿No dices nada? No importa. En cuanto a las estructuras que encontraste en la radiación de fondo, en el artículo escribes que no hay ningún proceso físico que pueda explicarlas, e incluso afirmas que, si continuaras con la investigación, podrías demostrar que había información contenida en ellas.

    Sí, si los datos hubieran sido un poco más precisos, estaba seguro de que podría haber detectado su contenido informativo. Pero la resolución del instrumento Relikt-1 era demasiado baja para ello. Si no hubiera incluido esa conjetura… Había sido demasiado orgulloso, aunque era un argumento brillante para repetir el experimento con mayores medios. No podía dejar pasar esa oportunidad.

    —La verdad es que fue un tanto prematuro por mi parte afirmar tales suposiciones no probadas —dijo.

    —No, Igor. Precisamente para eso está la sección de discusión de todo artículo científico. Has hecho un excelente trabajo.

    —Gracias, camarada.

    —Sin embargo, tengo que pedirte que elimines esta sección. En cambio, las observaciones sobre los estallidos gamma y las tendencias generales de las anisotropías de la radiación cósmica de fondo puedes publicarlas.

    —¿Qué?

    Strukov no podía creerlo. ¿Tenía que borrar más de la mitad del artículo? ¡Había mucho más en los datos!

    —Igor, te entiendo, ambos somos físicos. Y si tus suposiciones son ciertas, sería algo sensacional. Además, Occidente todavía no lo ha descubierto. Podríamos llevarles una ventaja de diez años, ¿cuándo fue la última vez que ocurrió eso? ¿Y quién sabe lo que el universo trata de revelarnos en esos datos? ¿Crees que es una coincidencia que nuestra investigación lo haya averiguado antes?

    Doroshkevich lo estaba adulando. Sus hallazgos no eran tan significativos. Ni siquiera se trataba de hechos, sino de meras especulaciones. Pero Andréi no era solo un colega, también un competidor directo. Su laboratorio necesitaba resultados como el que más. Probablemente estaba pensando en utilizar los suyos para proponer una misión de seguimiento bajo su propia dirección.

    —No sé, camarada. Mis superiores me pedirán explicaciones. Ya sabe cómo va esto.

    Eso era solo una excusa. Sus jefes no le hacían caso. Bastante tenían ya con sus propias investigaciones, sobre todo teniendo en cuenta la incertidumbre que se había extendido por todo el país desde la muerte de Brezhnev, el año anterior.

    —Lo siento, Igor, pero debo insistir. Sin estos cambios, el artículo no aparecerá en el Astronomicheskii Vestnik. Y entonces tus superiores te preguntarán qué ha sido del caro experimento Relikt-1.

    Por desgracia, Doroshkevich tenía razón. Relikt-1 había sido sugerencia suya. Debía justificar los rublos gastados en ello. Si no publicaba nada, Relikt-1 sería considerado un fracaso. Strukov se frotó las sienes. No había forma de evitarlo. Tendría que claudicar.

    —Comprendo, camarada —dijo—. Necesitaré unos días para actualizar el artículo. ¿Se lo envío directamente al Instituto Lébedev?

    —No solo necesito tu texto para el Astronomicheskii Vestnik, también necesito todos los datos.

    Strukov tragó saliva.

    —Los recopilaré.

    —¿Queda algún ejemplar en Tyuratam?

    —No lo sé. Aunque, como Prognoz 9 sigue proporcionando datos, supongo que sí.

    —Bien, entonces también los necesitaré. Pero no te preocupares por eso.

    —Vale.

    —Espero tu artículo dentro de una semana.

    Strukov se mordió el labio. Era inútil enfadarse por ello. Doroshkevich tenía más influencia que él.

    —Por supuesto, camarada. Y muchas gracias.

    Doroshkevich murmuró algo incomprensible y luego se cortó la conexión. Strukov siguió escuchando en el receptor. El ruido de estática enseguida se vio ahogado por una señal de ocupado. Colgó el auricular y se frotó el oído. Después, abrió el cajón de su escritorio, sacó una botella de vodka y vertió un poco de aquel líquido, transparente y ligeramente aceitoso, en un vaso que tenía en una esquina del escritorio.

    Un borracho bebería directamente de la botella. Él no era un borracho. Volvió a guardar la botella en el cajón y se bebió el contenido del vaso.

    —Ah —exclamó satisfecho, reclinándose con las manos detrás de la cabeza.

    El calor se extendió por su garganta. Olía a medicina. Ahora necesitaba un cigarrillo.

    24 de diciembre de 1983, Moscú

    —Shandarin, ¿tienes ya los datos del Instituto de Investigación Espacial?

    Shandarin estaba de pie frente a su escritorio, con los brazos colgando impotentes a los lados. ¿No había ordenado, explícitamente a su secretario, que le avisara en cuanto llegara el artículo de Strukov?

    —No, camarada, todavía no han llegado. Me dijo que debía…

    —Gracias, Shandarin —le interrumpió—. ¿Tengo que hacerlo todo yo? Te he dicho mil veces que tienes que tomar la iniciativa. Todavía no le has recordado a Strukov lo de los datos, ¿verdad?

    El secretario se sonrojó, bajó los ojos y negó con la cabeza.

    Doroshkevich realmente sentía pena por el muchacho pues le recordaba a sí mismo cuando, hacía veinte años, también fue Kandidat Nauk. Era evitable, todos tenían que pasar por ese puesto y la vida no era fácil cuando ocupabas el escalafón más bajo de la cadena.

    —Sí, camarada. No, camarada. —Shandarin palideció.

    Parecía un niño de mamá, a pesar de que llevaba ya tres años de servicio militar a sus espaldas, lo que normalmente convertía a cualquier crío en un hombre. La razón por la que aún no había echado al joven era su excepcional talento matemático. Shandarin era un genio de las ecuaciones diferenciales parciales. Si se controlaba un poco, le auguraba un brillante futuro.

    —Venga, anímate —le alentó—. Además, aunque se lo hubieras recordado, no habrías conseguido nada con Strukov. Ese tío se lo tiene muy creído.

    Eso tendría que servirle de consuelo.

    —Puedes irte. No olvides corregir el artículo de Ivanov. Su forma de resolver los problemas no me parece muy acertada. Y cierra la puerta al salir.

    La pesada puerta de roble se cerró. Doroshkevich levantó el auricular y marcó el cero. Una voz femenina le preguntó con brusquedad qué quería. Típico. Las empleadas de la central telefónica aprovecharían su poder mientras lo tuvieran. Pronto todos los jefes de laboratorio tendrían teléfonos de marcación directa.

    —Strukov, Instituto de Investigación Espacial —gritó por el auricular.

    La mujer no dijo nada, pero al cabo de medio minuto oyó el tono de llamada y entonces contestó Strukov.

    —Soy Doroshkevich —dijo.

    —Camarada Doroshkevich, me alegro de saludarle.

    —Los datos, Igor, ¿te has acordado de los datos?

    —Necesito unos días más. Entonces…

    —¡Déjate de rodeos! Lo quiero ya. Dispondré de tiempo libre en las próximas semanas y me gustaría aprovecharlo para analizarlos.

    —¿Su familia no necesita que les ayude con las celebraciones de Año Nuevo? Mi mujer está constantemente pendiente de todo lo que me falta por comprar y de si conozco a alguien que... —Strukov se detuvo entonces, esperando la respuesta.

    Doroshkevich estaba a punto de explotar. ¿Cómo sabía Strukov que su esposa le había echado de casa hacía unas semanas? Seguramente había mencionado a su familia a propósito. No, Strukov no podía saberlo. Nadie del Instituto lo sabía, salvo Shandarin, en cuya pequeña casucha estaba refugiado. Strukov solo buscaba una excusa para no entregarle los datos todavía.

    —No, Strukov, mi mujer se encarga de todo y yo puedo seguir trabajando. Tal vez deberías decírselo a la tuya. Está entorpeciendo las ciencias socialistas al apartarte de tu labor.

    —Se lo digo siempre.

    —Bien, Strukov. En cuanto a los datos, mi secretario irá a recogerlos dentro de una hora.

    —Pero aún debo…

    —No importa cómo estén. Conozco el formato de datos de las sondas Prognoz. He hecho experimentos con Prognoz 5 y Prognoz 7.

    —De acuerdo —dijo Strukov—. Podría…

    —Muchas gracias por tu colaboración. La tendré en cuenta, créeme.

    Doroshkevich finalizó la llamada sin más. Luego llamó a Shandarin, que se hallaba en un pequeño escritorio de su despacho exterior.

    —Que sea rápido —ordenó, haciendo un gesto a Shandarin para que saliera de su oficina.

    El joven abandonó el despacho.

    Bien, pronto dispondría de esos datos tan prometedores. Doroshkevich se levantó y se dejó caer en el pesado sofá de cuero que había detrás de su escritorio. Era una de las ventajas de las que podía disfrutar el director de un laboratorio.

    La otra eran las internas. Lo había hecho con al menos dos de ellas en ese sofá. Era una lástima que a una de ellas se le hubiera metido en la cabeza la estúpida idea de que dejaría a su mujer por ella, y que hubiera compartido tal ocurrencia con su esposa. Por culpa de la estúpida de Masha, ahora dormía en la estrecha cama de Shandarin, mientras su secretario hacía lo propio en un colchón en el pasillo.

    Esperaba que los datos fueran lo suficientemente interesantes como para entretenerse durante las vacaciones. Doroshkevich se frotó las manos.

    2 de enero de 1984, Moscú

    Doroshkevich se sacó el sombrero de piel y lo tiró en el sofá de cuero. Estaba de mal humor. Aquel lunes no había sido divertido ir en metro hasta su oficina. Todo el mundo sacaba los codos, había rostros malhumorados dondequiera que mirara, y la gente apestaba, la mitad a vodka y la otra mitad a ajo.

    En realidad, con quien estaba enfadado era con su mujer... la que pronto sería su exmujer. Ella le había echado de la fiesta de la Yolka en Nochevieja, justo después de que Morozko y Snegurochka hubieran traído regalos para sus dos hijos. ¡Incluso había pagado a un par de estudiantes por disfrazarse! Diez rublos a cada uno, ¿y qué recibió a cambio? Tuvo que abandonar la casa antes de la medianoche. Por lo menos Shandarin no sabía nada, porque se había ido a pasar las vacaciones al pueblo de su madre. No volvería hasta dentro de dos días.

    Y eso significaba que podría estudiar los datos del Relikt-1 con calma. Era espectacular lo que ese tal Strukov, del Instituto de Investigación Espacial, había descubierto. Repasó las tablas una y otra vez utilizando diferentes algoritmos. Si no fuera por ese intervalo de error relativamente grande, habría estado casi seguro de que había algún tipo de información codificada en ellas. Tal como estaba, podía ser mera coincidencia, aunque era poco probable.

    Hasta cierto punto, la inexactitud de la medición hacía que los números de los dados se tornaran borrosos. Ahora mismo parecía no obtener más que seises, pero en realidad podía ser solo una distribución aleatoria. ¿O se trataba de un error del sistema, que ya debía hallarse en el aparato de medición? Si ese era el caso, estaba jugando con dados ponderados. Lanzó todos los seises que aparecían en los datos. Supuso que era un fenómeno físico interesante a pesar de que, en realidad, el truco estaba en los propios dados.

    Necesitaba averiguar qué se escondía realmente en la radiación cósmica de fondo. Era su especialidad, porque procedía del principio del universo, que era el campo de investigación de su Instituto. Cuando el cosmos se había enfriado para que los electrones y protones se combinaran en átomos de hidrógeno, la luz tuvo de repente libertad de movimiento. El eco de esa época era aún detectable en forma de radiación de fondo. Si pudiera encontrar una estructura en ella, posiblemente ganaría el Nobel. Entonces tendría garantizado un puesto vitalicio en la Academia de Ciencias.

    «No sueñes despierto, Andréi», se dijo. «Primero necesitas pruebas». Precisaba que se aprobara una nueva misión espacial con la ayuda de esos datos. Relikt-2, se llamaría, con instrumentos de medición significativamente mejorados. El único problema era que Relikt-1 operaba bajo la autoridad del Instituto de Investigación Espacial. Strukov seguía siendo el investigador a cargo y acababa de quitarle los datos. Tendría que librarse del Instituto de alguna manera.

    Solo había una forma segura de hacerlo: el Ejército. Más de la mitad de los lanzamientos de cohetes se reservaban para los militares. Los generales eran los únicos que él creía capaces de requisar todos los recursos e instrumentos necesarios, por no hablar de un cohete para el lanzamiento, en un plazo de tres o cuatro meses.

    Bien. Ahora escribiría una solicitud y la enviaría a... ¿dónde? El ejército soviético realizaba sobre todo investigación aplicada, normalmente en lugares donde luego se fabricaban las tecnologías pertinentes. Prognoz 9 había salido de NPO Lavochkin. ¿Dónde podría construirse una sonda de seguimiento más rápido, si no era allí?

    Tenía que asegurarse de que su propuesta no se interpretara como una crítica. Prognoz 9 era un satélite fantástico. Solo necesitaba mejores instrumentos de medición. Le vendría muy bien Shandarin. El chaval podría encontrar el contacto perfecto. Pero tendría que hacer las llamadas él mismo. Debía tener un conocido que le debiera un favor y que ya tuviera relación con la NPO Lavochkin.

    Si funcionaba, ya no precisaría ir en metro. Como miembro de la Academia tendría vehículo propio. Entonces podría hacerse llevar por Moscú en un Moskvitch como el jefe del Instituto.

    6 de enero de 1984, Moscú

    —¿Doctor Doroshkevich?

    —Al habla.

    —Soy Shirshakov, del personal del coronel general Komikov.

    ¿Komikov? Nunca había oído ese nombre. Pero la llamada debía tener algo que ver con su propuesta.

    —¿Qué puedo hacer por ti, camarada?

    —Se trata del nuevo experimento de Relikt que propusiste.

    Menuda rapidez. Estaban a viernes. El miércoles, el mensajero del Instituto había llevado el sobre a la sede de Lavochkin. El servicio postal era poco fiable para esos fines. Pero normalmente cartas como la suya permanecían, durante semanas, en la bandeja de alguien. Quizás alguna secretaria del Lavochkin reconoció la importancia de su propuesta. Oh, oh, eso resultaba la mar de emocionante.

    —Me alegro mucho de que hayas respondido tan rápido.

    —No quiero irme por las ramas. Estoy seguro de que tu tiempo es valioso, camarada Doroshkevich. El coronel general Komikov opina que tus comentarios son fascinantes. Y pertenece al cuerpo técnico-científico.

    —Te lo agradezco, camarada, porque comprendo que es un gran elogio.

    —Bueno, a mi superior le gustaría que le proporcionaras toda la documentación, incluyendo las copias que puedas tener en tu poder.

    Doroshkevich se desplomó. Govno, govno, govno. Lástima. Sus planes se esfumaban. Otro se sentaría en la tapicería de cuero del Moskvitch, y su mujer no dejaría que volviera a casa, lo cual se había permitido imaginar porque ninguna esposa rechazaría a un miembro de la Academia.

    —Yo... ah... estaré encantado de colaborar y prestarle mis servicios —decidió probar suerte.

    —Se supone que debo informarte de que apreciamos mucho tu trabajo...

    Sí, tanto que el dichoso coronel general ni siquiera se había molestado en llamarle por teléfono.

    —... pero esa no es la cuestión —afirmó Shirshakov—. Por favor, recógelo todo y entrégaselo a tu secretario, Shandarin. Al finalizar la jornada, un conductor esperará para recoger a tu secretario y a los datos.

    ¿Shandarin? ¿Por qué él? ¿Porque siempre era muy callado y tenía la garantía de no revelar nada?

    —Por supuesto, camarada. ¿Podría yo acompañar al conductor? Así podría personalmente…

    —Muchas gracias, pero no es necesario que te robaremos más tiempo. El coronel general insistió en que Shandarin nos trajera los datos y no creo que, luego, vuelva a trabajar contigo.

    ¡Shandarin! Shandarin, ¿qué quería el general de su secretario? ¿Lo había buscado porque pensaba que Shandarin, como simple Kandidat Nauk, no entendería aquel material y, por lo tanto, sería el emisario perfecto? Pues bien, en eso se equivocaba. Shandarin era un científico dotado con extraordinarias habilidades matemáticas. Sin duda, podría hacer algo por sí mismo si jugaba bien sus cartas.

    —Bien, se lo diré. Vive solo, así que tiene tiempo.

    —Gracias. ¿Hay otras copias en otros lugares?

    —He solicitado todos los ejemplares a Tyuratam, pero aún no han llegado.

    —Entiendo. Nos ocuparemos de ello nosotros mismos.

    —Tal vez debas consultar a Strukov, del Instituto de Investigación Espacial. Nuestro camarada se está tomando su tiempo con la documentación. No pretendo insinuar nada, desde luego, aunque es posible que haya hecho copias hectográficas.

    Si lo dejaban fuera de juego, no permitiría que Strukov se colara por la puerta de atrás.

    —Gracias por el consejo. Lo comprobaremos. En nombre del coronel general, me gustaría agradecerte una vez más tu disposición a cooperar.

    ¿Cooperar?, ja. Le apartaban por una mera cuestión de rango, eso era todo. Si se hubiera negado, ni siquiera el jefe del Instituto habría podido protegerlo. Si el Ejército quería algo, lo conseguía. La muerte de Brezhnev no había cambiado eso.

    —De nada —murmuró entre dientes.

    Gimiendo, Doroshkevich

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