sus 28 años, el físico austríaco Victor Franz Hess se sentía atraído por temas tan en boga a comienzos del pasado siglo como la radiactividad y la electricidad atmosférica, de modo que en 1911 comenzó las investigaciones que un cuarto de siglo después le harían merecedor del Premio Nobel. Uno de los hechos que desconcertaba a los científicos era que los electroscopios se descargasen por muy bien aislados que estuvieran, lo que indicaba la existencia de iones en el aire. Se había descubierto que ese era uno de los fenómenos asociados a las sustancias radiactivas y por ello se pensaba que la radiactividad natural —propia de los minerales terrestres— podría ser la causante de la ionización del aire. De ser así,
