Durante trescientos años, desde que Galileo observó por primera vez los cielos con un catalejo hasta comienzos del siglo XX, nuestra concepción sobre el tamaño del universo no cambió de modo significativo. Es verdad que el disponer de mejores instrumentos de observación nos permitía descubrir novedades continuamente, con lo que se ampliaba el catálogo de objetos estelares y, además, el avance de la ciencia proporcionó un modelo mecánico que explicaba los movimientos observados en el sistema solar. Aunque luego las aportaciones de Einstein profundizaron en la complejidad de las interacciones entre la luz y la materia, el espacio y el tiempo, la comunidad científica seguía creyendo que todo lo que vemos brillar en el cielo pertenecía a nuestra galaxia, la Vía Láctea.
Edwin Hubble,