El retrato del señor Rossi y otros cuentos
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El retrato del señor Rossi y otros cuentos - Carlos Alberto Velásquez Córdoba
Carlos Alberto Velásquez Córdoba
Carlos Alberto Velásquez Córdoba
Título del libro:
EL RETRATO DEL SEÑOR ROSSI y otros cuentos
Escritor:
Carlos Alberto Velásquez Córdoba
calveco@une.net.co
www.elblogdeloslagartijos.blogspot.com
Editor:
Édver Augusto Delgado Verano
Apoyo editorial:
Jorge Eliécer Martínez Miranda
Jorge Andrés Hoyos Torres
Diseño de portada:
María Isabel Velásquez Escobar
Primera edición
ISBN: 978-958-49-5892-1
Diagramación:
Jorge E. Rodríguez Martínez
© Todos los derechos reservados
© Carlos Alberto Velásquez Córdoba – 2022
© Editorial Libros para Pensar s.a.s — Medellín - Colombia 2022
Cel: +57 315 837 05 84
liderlibros@gmail.com - www.librosparapensar.com
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia u otro método, sin el permiso previo y por escrito del autor.
Medellín, Colombia
Hecho en Colombia
Printed in Colombia
Queda hecho el Depósito Legal
Índice
Prólogo 7
Presentación 9
El retrato del señor Rossi 13
Corazón de escritor 25
El maleficio 29
Mausoleo 37
Suplantación 43
La quimera de Notre Dame 61
El sucesor 75
Síndrome de capgras 87
La partida 97
Inédito 101
El último acto 109
Efectos colaterales 119
El método Stanislavsky 133
Los fantasmas de Bruniquel 141
Travesuras de infancia 153
El escritor desconocido 161
El sueño de Jung 163
El protegido 169
Evolución 173
Hyriarco de Hispania 185
La oportunidad 191
El taxista 201
Sobre el autor 209
Carlos lberto Velásquez Córdoba 209
PRÓLOGO
Carlos Alberto Velásquez es uno de esos seres humanos que, además de privilegiados por su inteligencia y capacidad de trabajo, asumen su vida como la oportunidad para servir a los demás. Incansable averiguador de todo, es ducho en su profesión de médico epidemiólogo, brillante para reunir conocimientos de ciencia, de historia, de arte y de cuanto haya que aprender en este mundo para estar al tanto. Su relación con el conocimiento corresponde al reino del asombro infantil y allí prevalece, bajo el signo de la inocencia pura de los niños. Sabe cosas y no se cansa de aprender, ni de buscar aquí y allá, haciéndose preguntas y maravillándose.
Cuando llegó al taller de literatura de Comedal ya era un escritor. Su principal muestra de talento, que es también el peligro que corría y corre, consistía en narrar con inmensa fluidez y facilidad las historias que llegan por el oído: anécdotas y mitos urbanos de esos que ruedan y se transforman y vuelven ya enriquecidos, ya empobrecidos por el hilo del teléfono roto. Solo le faltaba la exigencia de la profundidad, tan difícil para un extravertido, confiado además en su solvencia informativa, arraigado en su mentalidad. La tarea para formar en él al escritor que puede llegar a ser consistía en empujarlo hacia el mundo interior, desestabilizar su seguridad ideológica e insuflarle el espíritu de la poesía, aunque no el vuelo de la imaginación porque de esa tiene chorros. Difícil infundirle el espíritu de la multiplicidad de sentidos de la poesía a quien solo confía ciegamente en la lógica del mundo que se manifiesta en causas y efectos y se esfuerza por alcanzar la falacia de la única verdad. No obstante, el forcejeo es suficiente para que un muchacho dócil crezca y se fortalezca.
El libro que hoy presentamos, El retrato del señor Rossi, es ya una obra literaria de gran envergadura. No es la primera de Carlos Alberto Velásquez, pues la preceden otras, la última acaso, maestra en el juego de los laberintos y de las paradojas de los que se aventuran a pensar el tiempo, Matar al lobo.
El retrato del señor Rossi se compone de veintidós cuentos fantásticos, cuyo leivmotiv principal, al lado del divertimento lúdico de sus especulaciones, es lo sorprendente, eso que en inglés se dice con tanta precisión con la palabra amazing: lo que maravilla y asombra.
No adelanto más sobre este magnífico libro de cuentos, no es necesario. Solo debo agregar que con él su autor entra en el camino de la consagración como escritor. Es largo ese camino, pero él sabe cómo seguirlo con la voluntad de servicio a los demás que le compete. Quieran los hados que la vanidad no estorbe ni tropiece su carrera. Por ahora disfrutemos nosotros de su inteligencia y de su carácter de hormiga laboriosa.
—Luis Fernando Macías
Marzo de 2022
PRESENTACIÓN
Este libro de Carlos Alberto Velásquez Córdoba, EL RETRATO DEL SEÑOR ROSSI y otros cuentos es, sin exageración alguna, la puerta de entrada a un mundo asombroso en cada una de sus historias.
Se sale de lo ordinario, tiñe lo cotidiano con un manto de perplejidad en donde todo está puesto al revés, aunque tenga la apariencia de una extraña normalidad que juega con la credulidad del lector. Mientras uno lee, al principio no sabe si es en broma o en serio, si exagera o asevera, si es una crónica, una verdad histórica o un delirio, para finalmente darse en la cara con lo que referenciaba, el asombro de una experiencia literaria fuera de serie.
He seguido la evolución cualitativa de Carlos en sus publicaciones, desde las primeras, basadas en anécdotas o en leyendas urbanas o en cuentos populares o callejeros, pasando por las medianas, producto de ejercicios de estilo que lo conducían a hallazgos narrativos cada vez más ingeniosos, hasta llegar a este, que no sé si será el destino de llegada a la depuración de su cuentística, pero podría serlo, teniendo en cuenta el grado de sofisticación que ha logrado alcanzar.
Y no profundizo en lo cuantitativo, porque ya ha mostrado con suficiencia que su creatividad no pareciera tener cortapisas, que agarra las ideas al vuelo y las desarrolla; que cada situación por cotidiana que sea, o por surrealista o fantasiosa que parezca, es una potencial historia, adictiva, redonda y sólida desde la propuesta de Cortázar, en su efecto de ser un puño contundente que gana por knockout. Dice en sus presentaciones, y le creo sin dudarlo, que tiene apuntes para al menos otros 350 cuentos, algo que por supuesto agradezco y me llena de ilusión.
Y lo que encontramos en esta colección es un narrador maduro, contundente, metido en relatos de elaboración compleja, respaldados por una historiografía soportada en referencias rigurosas y demostrables que hacen de cada cuento una deliciosa experiencia que mezcla realidad con fantasía, certezas con imaginación, personajes de carne y hueso con mitos distorsionados por fabulaciones que parecieran no tener límite. Combina el dato histórico con la realidad paralela, el viaje en el tiempo que tanto apasionó a Wells con la figura del doble por la cual tuvo debilidad Borges, la pérdida de las fronteras espacio-tiempo que hizo las delicias de Rod Serling en la inolvidable serie Dimensión desconocida y muchos referentes más que demuestran que lo que el autor ha tenido son maestros y ha sabido aprovecharlos con la intencionalidad manifiesta, de ser posible y sin que medien complejos tercermundistas, de tratar de superarlos.
Y cuando uno se sumerge en el libro, que es toda una revelación, por momentos siente con emoción que Carlos lo logra.
No es hiperbólico ni se trata de una obsecuente admiración por parte de un amigo incondicional: este libro es una de las colecciones de cuentos más elaboradas y vigorosas que he conocido en los últimos tiempos, y les juro que soy un ávido lector del género. Ese cuidado en la urdimbre de los argumentos, esa rigurosidad con el lenguaje, esa precisión de cirujano con los diálogos y esa fortaleza de los personajes y la puesta en escena de las atmósferas. Todo eso junto y alimentado con información científica precisa que aguanta toda comprobación. Y esa conjunción de historias que no parecieran tener fin, que uno se pregunta hasta dónde se la va a jugar el autor con la exploración de las ideas hasta el borde de lo que parece ser ya delirante, conservando un perfecto equilibrio cuando logra esos finales redondos en donde no sobra ni falta nada, que lo dejan a uno como lector, con esa sonrisa de satisfacción que lo hacen sentir dulcemente burlado y un poco más ilustrado al terminar el texto.
Me declaro muy satisfecho de haber conocido este nuevo trabajo de Carlos Alberto Velásquez, un colega médico y escritor, un artesano de las palabras, lleno de ideas e incansable al momento de hacerlas efectivas. Algún día dije que era un autor de mucho futuro. Hoy con satisfacción me doy cuenta de que es un autor lleno de presente, sólido y establecido; estoy convencido de que será, a menos que resulte convertido en uno de sus personajes atropellados por esas metáforas que juegan con el tiempo y el espacio en medio de realidades que se tiñen de sueños y distorsiones de la memoria, una voz de la que iremos a tener muchas referencias en los años por venir. Pueda ser que no termine aspirado o diluido en un agujero negro y misterioso de los que pueblan sus cuentos. Al terminar el libro, quedé convencido de que no hay duda de que existen y nos acechan para evaporarnos al primer descuido.
—Emilio Alberto Restrepo
Médico y escritor
EL RETRATO DEL SEÑOR ROSSI
¿Cómo es posible que un tema se te meta en la cabeza hasta el punto de ocupar tus días y tus noches? Mi esposa dice que deje de pensar en ello, pero tengo una única respuesta: ¿Cómo no hacerlo cuando el misterio es tan grande?
Todo empezó cuando debí trasladarme por unos meses a Buenos Aires para hacer un curso al que me enviaba la universidad en la que soy profesor.
Un sábado en la tarde caminaba por San Telmo, tratando de ordenar mis pensamientos. Buscaba una solución a un problema propuesto por el profesor del curso cuando de repente creí ver un rostro familiar.
No era precisamente de alguien de la ciudad. Se trataba de un cuadro pintado al óleo en el que aparecía una cara conocida.
Me acerqué al lugar y una mujer en tono muy amable me salió al paso:
—¿Te interesa alguna de estas antigüedades? Mirá que las pinturas están en rebaja.
—Sólo quería ver…
—¡Pues pasá…! Sin compromiso.
Caminé entre muebles viejos y cuadros en el piso apoyados en lámparas antiguas hasta una de las paredes atiborradas de objetos de todo tipo. Allí, entre olletas para mate, espejos, percheros, y cabezas de vaca disecadas, había un pequeño cuadro de unos 25 por 35 centímetros que tenía el rostro igual al de mi vecino del apartamento del frente.
Aquel hallazgo me causó sorpresa. Era exactamente su cara, pero vestía una especie de túnica como las que uno ve en las pinturas del renacimiento.
—¿Puedo?
—Claro que sí. Bajála no más. Si la querés te la dejo barata.
Caminé con la pintura hasta un punto mejor iluminado. Era el rostro de un hombre de unos sesenta años que miraba en semi perfil hacia mi izquierda. Tenía la frente surcada por arrugas. El pelo ralo, entre castaño, rubio y blanco, escaso en la región frontal y parietal, pero más abundante atrás y sobre las orejas que eran alargadas, pero pegadas al cráneo.
Bajo unas cejas rubias poco tupidas, sus ojos castaños parecían mirar hacia la luz frunciendo el ceño. Su ojo izquierdo –que era el único que se veía en su totalidad–, terminaba con arrugas en patas de gallina
. La nariz recta, los labios delgados, se enmarcaban entre los surcos nasogenianos. La papada prominente y arrugada le daba un aire de solemnidad. Por el traje que vestía parecía un obispo o un cardenal. Quizás fue lo primero que se me ocurrió porque se trataba de una túnica roja encendida, que contrastaba con el fondo marrón oscuro iluminado por una especie de halo que destacaba la cara.
—¿Te gusta? ¿Querés llevártela?
Al ver mi turbación, me dijo:
—Te la dejo en mil pesos.
—No, realmente no es que me guste. Es que este señor se parece a alguien que conozco.
—Mirá que buen regalo le podés dar a tu viejo.
—No, no es mi viejo —dije un poco molesto— es sólo un vecino… pero es idéntico.
—¿Y cómo se llama tu vecino? —dijo la mujer tratando de mantenerme como cliente.
—No lo sé.
Sólo en aquel momento caí en la cuenta de que ni siquiera recordaba su nombre. Realmente era un hombre de pocos amigos, que siempre estaba evitando a los demás habitantes del edificio. Vivía solo y al parecer únicamente salía para hacer algunas compras. Jamás le había visto visitantes.
—Rossi —recordé de repente—, se apellida Rossi —En una ocasión había llegado su cuenta de energía a mi apartamento y me había llamado la atención el apellido.
—Pero vos no sos de por acá. Vos tenés acento extranjero.
—Sí, realmente sólo estoy aquí de paso. En un mes me regreso a Colombia.
—¡Ah!, sos colombiano. Lindo país.
—¿Lo conoce?
—No, no he ido, pero conozco a muchos colombianos aquí. Son excelentes personas. Hagamos una cosa. Te dejo el cuadro en ochocientos pesos para que se lo podás entregar a tu vecino como recuerdo cuando te vayás.
—No. Usted, me ha entendido mal. No es para mi vecino de Buenos Aires, es para un vecino que tengo en Medellín.
—¡Pero mirá que coincidencia! Rossi es un apellido argentino.
En realidad, Rossi es un apellido italiano, pero en la Argentina es muy frecuente. ¿Y si realmente se trataba del señor Rossi, o del retrato de alguien de su familia? Ahora que lo pensaba, las pocas veces que había intercambiado alguna frase con el hombre, me había parecido que tenía un acento del sur.
—Te lo dejo en setecientos cincuenta pesos.
—No lo sé. Es que no sé si deba encartarme…
—Es un buen regalo para un vecino.
—A decir verdad, no es que seamos tan buenos vecinos. Casi no lo conozco.
—¿Qué mejor forma de conocerlo, que llevarle un cuadro de un familiar?
Me quedé mirando el cuadro por unos momentos. Tenía un marco de madera bastante desgastado a pesar de que parecía haber sido pintado de dorado recientemente. No vi la firma del pintor y no tenía la identificación de quién era el hombre de la pintura.
—¿Usted sabe quién es este señor? ¿Quién lo pintó?
—Ese cuadro ha estado aquí varios años. Mi viejo fue quien lo compró, pero no sé nada más. Lleválo. A lo mejor el cuadro te estaba esperando a vos.
Finalmente saqué mi teléfono, tomé una foto del cuadro y se la mandé a mi esposa.
—Cariño, mira lo que me encontré. ¿No se te parece al señor