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Esta ronda la pago yo: Una crónica personal de la noche: auge, agonía y fauna
Esta ronda la pago yo: Una crónica personal de la noche: auge, agonía y fauna
Esta ronda la pago yo: Una crónica personal de la noche: auge, agonía y fauna
Libro electrónico96 páginas2 horas

Esta ronda la pago yo: Una crónica personal de la noche: auge, agonía y fauna

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La noche ha sido un espacio de libertad y libertinaje, despensa de creatividad, donde no existían las agendas ni las prisas. Hasta hace poco constituía también el vivero de parejas, las formales y las otras. La devoción por la salud y el deporte, el auge de las redes para crear relaciones sentimentales y sexuales, la ha cambiado radicalmente.

Joaquín Luna, columnista y corresponsal de amplia trayectoria, "decano de los periodistas divorciados de Cataluña", esboza con humor y experiencia personal una crónica de la vida nocturna, en Barcelona y en distintas capitales del mundo, desde los años ochenta hasta hoy.

La noche es una obra colectiva, dice el autor, en la que todos hemos aportado nuestro grano de arena. Luna la describe en toda su variedad, con sus anécdotas, su magia y también sus historias inconfesables.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 jun 2022
ISBN9788418604157
Esta ronda la pago yo: Una crónica personal de la noche: auge, agonía y fauna

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    Esta ronda la pago yo - Joaquín Luna

    Prólogo

    Empiezo yo

    Si fuese millonario sería un filántropo, un mecenas de las artes plásticas o un playboy pero, como solo soy un periodista que ha invertido su plan de pensiones en el ocio nocturno, lo justo es que devuelva a la sociedad todo lo que me ha dado y me llevaré por delante. Este libro fue un atraco, perpetrado por personas que estimo –Ana Godó, Miquel Molina, Sergio Vila-Sanjuán– y con la colaboración de profesionales como Anna Belil, Florenci Martínez y Toni Merigó, con el fin de alegrar el año aciago del 2022 a base de cuatro tonterías sobre la noche de Barcelona y otras ciudades, más o menos exóticas, antes de que la vida saludable acabe con lo poco que resta de la llamada vida nocturna, que es como la diurna pero con gente sin prisas ni agendas. ¡Qué personajes! Desde una noche de junio del 1982, en vísperas de la inauguración del Mundial de Fútbol de España en el Camp Nou, hasta hoy, he procurado trasnochar todo lo posible y madrugar lo mínimo, virtudes que, modestia aparte, me convierten en una autoridad de los gatos pardos.

    La intención es describir la noche que heredé en 1982 y la que dejamos a nuestros hijos, educados en los valores diurnos, la vida saludable y las salas de máquinas de los gimnasios donde queman las energías que tantos derrochamos en las barras de los bares, las pistas centrales de las discotecas y cuantos garitos sin guardia prometían un lugar para la última copa.

    ¿Quién no ha escuchado alguna vez ¡Esta ronda la pago yo!, frase señera del animal noctámbulo, en boca de un tipo al que acabas de conocer y sufre uno de esos arranques de generosidad que jamás se dan a plena luz del día? Si ustedes me lo permiten y se dejan, esta ronda la pago yo porque me apetece y son ustedes formidables, como decía aquel.

    Capítulo 1

    El hombre nocturno

    vale mucho

    Los noctámbulos tienen mala fama en cuanto a prestaciones laborales se refiere, sobre todo en Catalunya, la tierra que más exalta las presuntas virtudes del madrugador, a pesar de que ha producido grandes trabajadores que se acostaban muy tarde, caso de Josep Pla, fecundo hombre de letras.

    Todo tiene una explicación, y vamos a tratar de hallarla. Si España ha sido una potencia internacional de la noche no es porque sus habitantes nazcan predestinados a trasnochar sino porque el clima, la pésima calidad de las viviendas y el tedio hogareño han empujado a generaciones de hombres de provecho a salir de noche, a diferencia de Suecia, las islas Feroe o la península de Jutlandia donde se está, claramente, más calentito en casa que en las calles a determinadas horas.

    Cuando yo nací, el último día del año 1958, los barbudos de Fidel tomaban La Habana y lo más natural del mundo ibérico era ambicionar vivir de noche porque de día la vida parecía gris, pacata y dominada por las llamadas buenas costumbres, como por ejemplo el orden, la laboriosidad, la urbanidad y otras mandangas del estilo.

    Como sería la cosa, que el franquismo se sacó de la manga un anuncio televisivo –en tiempos de canal único, TVE– que emitían a eso de las ocho y media de la noche para que todos los niños se fuesen a la cama (y de paso crecieran en la obediencia). La letra de la cancioncilla de los Telerines decía así: Vamos a la cama, que hay que descansar, para que mañana podamos madrugar. ¿Madrugar para qué?, ¿para ir al cole y encima, cornudo y apaleado, contento?, me preguntaba yo, niño afortunado porque el anuncio nunca tuvo predicamento entre mis padres. La España diurna era una suerte de celda de la que se podía escapar por la noche, cuando sucedían cosas inesperadas, estimuladas –seamos sinceros– por la ingesta del alcohol y la llamada de la carne, los dos grandes ganchos del anochecer. ¡No todo en esta vida tiene que ser saludable y cultural!

    ¿Madrugar para qué? Para trabajar, claro está. El problema es que la mayoría de personas que admiraba –futbolistas incluidos– eran noctámbulas y, sin embargo, muy productivas, con el añadido de que parecían pasarlo muy bien e incluso disfrutaban con su trabajo.

    Sin caer en la cuenta, todos los tipos que admiraba por su talento y obra mantenían una gran actividad nocturna y no se acostaban pronto ni a tiros. Esa impresión me llevó muy pronto a desconfiar de la mala prensa de la noche y de las supuestas virtudes del hombre diurno, dominado por los horarios, las rigideces y unas caras largas que, por ejemplo, nunca he visto de madrugada.

    Horacio Sáenz Guerrero, Julio Camba, Josep Pla, Fernando Fernán Gómez, la tropa de la gauche divine de la Barcelona de finales de los sesenta… todos cultivaron la noche y se acostaban tarde. ¿Qué tenían en común? Un sello creativo propio. ¿Nacieron con él? Lo dudo. Bebían de algún sitio y quiero creer que era de la noche y su fauna, más estimulante que la luz del día. Hay otro factor, personal, muy decisivo en mi defensa de la noche aunque sea una causa perdida: el periodismo de papel estaba ligado a los horarios nocturnos y a unos picos de productividad –disculpen la cursilada– a partir de las siete de la tarde, cuando media humanidad ya está cenando mientras comenta una jornada inevitablemente calcada a la del día anterior, lo cual suena a rutinario.

    El primer noctámbulo de provecho que conocí resultó decisivo para colmar mi vocación: ser periodista de La Vanguardia –y no de otro diario–, viajar por el mundo como tal y llegar a fin de mes. Esa persona decisiva se llamaba Horacio Sáenz Guerrero, el director entre 1969 y 1982, quien me contrató tras un singular proceso de selección por lo arbitrario y lo alejado de los usos actuales. Tras enviarle por correo un artículo sobre el pa amb tomàquet como quintaesencia de la fast food, me invitó a conocerle en su imponente despacho de calle Pelai n.º 28, a la hora de recibir a las visitas menores. ¡Entre medianoche y la una! Después de la cena, don

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