Italia y Venezuela: 20 testimonios
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Los veinte venezolanos de origen italiano entrevistados han contribuido de manera sustancial con la construcción del país. El lector podrá tomarles el pulso a una veintena de historias personales, cuyo corolario ha sido el éxito en sus ámbitos profesionales, así como la manifestación de una fervorosa gratitud hacia Venezuela.
Esta obra de espíritu italo-venezolano ha sido coeditada con el Istituto Italiano de Cultura de Venezuela y la Embajada de Italia en nuestro país. Para ambas entidades, vaya nuestro agradecimiento.
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Italia y Venezuela - Guadalupe Burelli
Presidente vitalicio: Rafael Cadenas
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Miguel Osío Zamora
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Juan Carlos Carvallo
Jesús Quintero Yamín
Twitter: @culturaurbana
Instagram: @culturaurbanaoficial_
Facebook: Fundación para la Cultura Urbana
Italia y Venezuela: 20 testimonios.
© 2006 Sociedad de Amigos de la Cultura Urbana
© 2022 Fundación para la Cultura Urbana
ISBN edición impresa: 978-980-6553-44-6
ISBN edición digital: 978-84-124858-3-7
Producción editorial: Diajanida Hernández
Fotografías: Gianni Dal Maso
Diseño de portada: John Lange
Diseño de colección: ProduGráfica
Número 45
Italia y Venezuela:
20 testimonios
Guadalupe Burelli
Giacomo Clerico, Corrado Galzio, Gaetano Bafile, Graziano Gasparini, Mario Zilianti, Antonio Pasquali, Filippo Sindoni, Marisa Vannini, Guido Olivieri, Eddo Polesel, Giuseppe Domingo, Piera Ferrari, Franco Rubartelli, Antonio Costante, Victoria De Stefano, Rosita Di Geronimo, Gioia Lombardini, Egidio Romano, Nica Novielli, Giuseppe Gianetto
Índice
Presentación
Guadalupe burelli
Prólogo
Giacomo Clerico el constructor
Infatigable voluntad
Corrado Galzio el músico
Los sonidos virtuosos
Gaetano Bafile el periodista
La voce d’Italia en Venezuela
Graziano Gasparini el arquitecto
El historiador de la arquitectura colonial venezolana
Mario Zilianti el médico
A la vanguardia
Antonio Pasquali el comunicólogo
La vida sin nostalgia
Filippo Sindoni el industrial
Primero fue la pasta
Marisa Vannini la investigadora
La profesora no se cansa
Guido Olivieri el restaurador
La receta del éxito
Eddo Polesel el comerciante
Entre la empresa y las cámaras
Giuseppe Domingo el cronista
«Esto soy yo»
Piera Ferrari la alta costura
Entre telas
Franco Rubartelli el fotógrafo
La siempre azarosa vida de Franco Rubartelli
Antonio Costante el hombre de teatro
Un pez entre dos aguas
Victoria De Stefano la escritora
Literatura y vida de Victoria De Stefano
Rosita Di Geronimo la filántropo
La sensibilidad social de Rosita Di Geronimo
Gioia Lombardini la actriz
Hada, malvada, mamá
Egidio Romano el científico
Buscando el porqué de las cosas
Nica Novielli la peluquera
Una vida con las manos en la cabeza
Giuseppe Gianetto el rector
La fuerza del designio
Gianni Dal Maso
Presentación
Con gran satisfacción entregamos a los lectores este libro, Italia y Venezuela: 20 testimonios, fruto de la eficiente investigación y escritura de Guadalupe Burelli y de la destreza fotográfica de Gianni Dal Maso. Avanzamos en el propósito de indagar en los orígenes de la venezolanidad, especialmente en aquella que fue macerándose en nuestro territorio, después de haberse originado en otras latitudes.
Los veinte venezolanos de origen italiano entrevistados han contribuido de manera sustancial con la construcción del país. El lector podrá tomarles el pulso a una veintena de historias personales, cuyo corolario ha sido el éxito en sus ámbitos profesionales, así como la manifestación de una fervorosa gratitud hacia Venezuela.
Esta obra de espíritu italo-venezolano ha sido coeditada con el Istituto Italiano de Cultura de Venezuela y la Embajada de Italia en nuestro país. Para ambas entidades, vaya nuestro agradecimiento.
Fundación para la Cultura Urbana
Guadalupe burelli
Nació en Mérida (1955). Estudió Letras en la Universidad Central de Venezuela. Se ha desempeñado en el campo de la gerencia cultural: coordinadora general del Instituto de Arquitectura Urbana (1978-1980); coordinadora de programación de la Galería de Arte Nacional (1980-1984); investigadora en la Oficina de Investigaciones Históricas y Políticas del Congreso Nacional (1986-1988); coordinadora de artes plásticas del Centro Cultural Consolidado (1991-95); directora ejecutiva de la Fundación Corp Group (1995-2000); gerente de Latincollector de Venezuela (2000-2001). En años recientes ha participado en la producción de diversos proyectos editoriales.
Prólogo
En la tarea de construir el país que hoy somos, la presencia italiana en nuestro territorio ha dejado una marca profunda. A la intrepidez de un genovés debemos la revelación de esta tierra de gracia al resto del mundo; a la evocación que hace de Venecia Américo Vespucci, frente a la laguna de Sinamaica, debemos el nombre que nuestro país tiene, Venezuela: pequeña Venecia; y a la acuciosa dedicación de Agustín Codazzi, quien inicia en 1832 sus trabajos topográficos, tenemos que agradecer las primeras cartografías del país.
A partir de entonces, son incontables los que desde la península han venido al país por distintas causas, y es ya imposible deslindar el aporte de lo italiano en la construcción de la venezolanidad.
Desde los tiempos de la conquista y luego de la colonia, la cultura italiana fue alimento en la formación del cuerpo cultural de nuestra nación, al tiempo que el nuevo mundo ejercía una fascinación sobre algunos espíritus aventureros que se lanzaron a ver con sus propios ojos lo que los cronistas describían, a veces con sorprendentes dosis de fantasía. Desde allá vinieron algunos atraídos por la empresa colonizadora y participaron en la fundación de nuevas ciudades como lo hizo Francisco Graterolo, antepasado de Simón Bolívar, en Barquisimeto y Trujillo. Hacia allá viajaron otros en búsqueda de ideas que reforzaran sus inquietudes como fue el caso del padre Sojo, iniciador de la actividad musical en este país, y de Francisco de Miranda y Simón Bolívar, cuyas ideas libertarias atrajeron a numerosos italianos a sumarse a las luchas independentistas. Entre ellos resalta el nombre de Castelli, militar muy destacado, cuyos restos descansan, como los de Codazzi, en el Panteón Nacional. Pero trazar la historia de esta sostenida presencia es tarea que se propusieron otros y acometieron con gran éxito. Lo que este libro ofrece es el testimonio de las peripecias vitales de veinte inmigrantes que llegaron a este país provenientes de su Italia natal en la segunda mitad del siglo XX, y lo hicieron su patria.
La historia de la inmigración italiana en Venezuela tiene dos grandes momentos. El primero se registra alrededor de 1860 y coincide con el período del resurgimiento italiano cuando la península buscaba la unificación de su territorio y la libertad, y descollaba la figura de Giuseppe Garibaldi como factor aglutinante de las tentativas revolucionarias. Se presume que esta circunstancia política que incidió en la economía, motivó el que muchas familias se vinieran a Venezuela y se instalaran mayoritariamente en los Andes. Muchos se han preguntado por qué escogieron ese destino y la respuesta podría ser, como en la mayoría de los casos de inmigración, porque ya tenían personas conocidas viviendo en la zona, y porque esa región ofrecía la posibilidad de desarrollarse plenamente en la agricultura, que era lo que mejor sabían hacer. A la región trujillana llegaron numerosas familias provenientes de la isla de Elba que habían visto sus vides perecer a causa de la filoxera. Como parte de ese grupo llegaron mis tatarabuelos, Cristino y Enriqueta Burelli, quienes además de mejorar sus circunstancias económicas buscaban alejar a su hijo, Giuseppe, mi bisabuelo, un romántico y rebelde sin remedio, de las filas garibaldinas. En Valera establecieron un negocio de víveres y en una oportunidad en que viajaban a Italia, en busca de mercancía para surtirlo, el barco que los transportaba naufragó y perecieron, un destino trágico bastante frecuente en aquellos días.
La otra oleada importante, y la que nos ocupa en esta oportunidad, es aquella que se da de manera organizada y sistemática a partir de 1946, luego de terminada la Segunda Guerra Mundial, y que concluye como tal alrededor de 1956. En aquel momento, la Italia empobrecida y desolada contó con una generosa alternativa que ofrecía trabajo y bienestar a aquellos conciudadanos que estuviesen dispuestos a buscar futuro en este joven país que estaba haciéndose. La imagen casi arquetipal del inmigrante que lo deja todo, o lo poco que tiene, para lanzarse esperanzado en la aventura de recomenzar una vida en territorio desconocido, irrumpe ahora en toda su intensidad dramática, y casi se convierte en heroica. Son verdaderamente admirables el valor, la entereza y el optimismo que trajeron para hacerse un destino en este país que los recibió, eso sí, con los brazos abiertos. Esta gente que se vino con la idea de triunfar, de integrarse, y no voltear para atrás, logró en buena medida lo que se propuso. Y no deja de ser paradójico el hecho de que quizás ya no signifiquen mucho en su país de origen mientras que, sin su aporte, este país estaría incompleto.
Italianos llegaron de todas las edades, condiciones sociales y niveles educativos, con un rasgo común y definitorio: la voluntad de trabajar. El empuje y la necesidad de no fracasar los llevaron a perfeccionar sus habilidades y poco a poco fueron copando todos los espacios, al punto que sería difícil encontrar uno donde no haya destacado alguno. El comercio, la industria, la cultura, la arquitectura, la construcción, la banca, la academia, la estética, la moda, la ciencia, la medicina, la agricultura, la ganadería, en fin, todas las áreas donde es posible el desempeño del hombre han sido terreno fértil para estos nuevos venezolanos. Justamente eso es lo que nos propusimos mostrar en las entrevistas que conforman este libro, que si alguna dificultad tuvo en su realización fue la de tener que ajustar la lista a tan sólo veinte como exige el formato de la colección, y, además, limitarnos a los que residen en Caracas por razones de logística, porque la italiana es una colonia demasiado generosa en gente valiosa que se ha regado por todo el territorio. Creo que queda pendiente para un futuro cercano una continuación de este proyecto que haga justicia a tantos otros que, tan sólo por esos motivos, no se incluyen en esta publicación.
El acercamiento a estos personajes me permitió establecer algunas características comunes que quizás merece la pena destacar. Una, fundamental, es que el italiano se propuso desde un principio integrarse al venezolano, y este hecho, que podría parecer obvio, no lo es necesariamente. En ellos destaca una expresa voluntad de compartir con «el criollo», aprender su idioma y asimilarse a su modo de vida. El carácter afable y expresivo del italiano en general se aviene muy bien con el temperamento del venezolano, y ello facilitó el mutuo acercamiento que fructificó en miles de familias mixtas y en el intercambio de costumbres entre las que destaca, inevitablemente, la gastronomía. Basta un dato simple, doméstico, para advertir la magnitud de la influencia italiana en nuestra dieta diaria: una sola fábrica, de mediano tamaño, produce diariamente ciento ochenta mil kilogramos de pasta. Y creo que no es exagerado decir que hasta en el rincón más lejano de Venezuela se consigue una versión de «espaguetti boloñesa» y que cualquier localidad exhibe una pizzería.
Otra característica común es que no están dominados por la nostalgia hacia la patria de origen, sino que, agradecidos, han fundido su destino con el de este país, mientras ven a Italia con afectuosa cercanía y admiración. Estoy segura de que las difíciles circunstancias actuales de Venezuela, en contraste con el fortalecimiento de la Comunidad Europea, han hecho que surja en uno que otro la inevitable tentación de hacer el viaje inverso, y probablemente lo harán algunos de sus descendientes, pero no es un rasgo generalizado, y por lo menos esta generación de inmigrantes más bien vislumbra su final aquí, donde han podido hacer su vida y establecido sus afectos.
Por último, quisiera agradecer a todos los entrevistados por su amable disposición al diálogo y a compartir sus historias. Además de lo gratos que fueron todos y cada uno de los encuentros, de ellos salí llena de admiración y optimismo. Agradezco también a la Fundación para la Cultura Urbana el que me haya escogido para realizar este trabajo. No sabían la oportunidad tan inesperada que me dieron de acercarme, a través de estas personas, a un gentilicio del que también me siento orgullosamente parte. Ello me reveló claves de comportamientos y costumbres familiares cuyos orígenes ignoraba y tengo ahora más claros. Finalizo celebrando la iniciativa de la Fundación de realizar estos libros que ponen de relieve no sólo la importancia de la inmigración para un país como el nuestro, sino el valor de estos héroes civiles, hombres y mujeres sin rangos ni uniformes, que con su trabajo han aportado tanto a Venezuela.
Guadalupe Burelli
Fant
A la memoria de mi padre, Miguel Ángel Burelli Rivas, trujillano de abuelos toscanos, de quien aprendí que nada es más fascinante que la aventura del hombre en la tierra
Giacomo Clerico
el constructor
Infatigable voluntad
Giacomo Clerico era un hombre grande. Así lo veían los italianos y también los venezolanos que lo conocieron y admiraron. Lo era por su tamaño y por la magnitud de las obras que su voluntad se empeñó en construir. También era discreto y austero, y estas virtudes en su caso cobran, por tanto, una dimensión aún más admirable. No es común que estas características armonicen entre sí.
Cuando comenzó a gestarse este libro su salud ya se había resentido enormemente y estaba recluido en su apartamento, lejos de toda actividad. Aun así, estuvo dispuesto a conversar y algo de ese encuentro quedó grabado.
***
Soy de un pueblo de Italia llamado Gotasecca en la provincia de Cunio, en la región de Langhe, al norte de Italia. Nací en 1921 y tenía veintiséis años cuando me vine, solo, en 1947.
¿Y cómo se te ocurrió venir a Venezuela?
Es que hay gente que comete errores en la vida.
¿De verdad crees que haber venido para Venezuela fue un error?
No.
¿Llegaste directamente a Valera?
A La Puerta, porque empecé a hacer el estudio de la carretera que va de allí a Valera y de allí a Timotes. Empecé a vivir en La Puerta en un hotelito de un señor que se llamaba Grisales. Recuerdo muy bien que estaba ahí el día que mataron a Gaitán, el 9 de abril de 1948 y ese señor Grisales lloraba, y gritaba, hacía de todo, desesperado, porque era colombiano.
¿Cómo es que te fuiste directo a los Andes, ya tenías algún contacto?
¡Alguna vaina debía hacer! A mí me gustaba hacer ese estudio de la carretera, y eso ayudó a que yo me sintiese venezolano, porque aquí estaba haciendo lo que sabía hacer.
¿Te hiciste venezolano?
Eso sí, me hice venezolano, pero mucho después, cuando el gobierno de Carlos Andrés Pérez...
¿Para quién trabajabas en aquel momento?
Para el Ministerio de Obras Públicas.
¿Cuándo nació la empresa Vinccler?
En 1956. Yo le iba a poner el nombre de Clerico, pero le puse Vinccler, que quiere decir Venezolana de Inversiones Clerico.
¿Con cuántas personas comienza la empresa?
Los primeros que empezaron a trabajar conmigo eran mis empleados del ministerio, y han trabajado allí, desde entonces, como veintidós mil personas. No sé cómo va a ser ahora…
Es que la Venezuela que tú encontraste no tiene nada que ver con lo que es hoy.
No.
Bueno Giácomo, vamos a dejarlo por hoy y seguimos otro día. ¿Te parece, estás de acuerdo?
Bueno, aunque yo no estoy cansado.
Estar cansado seguramente no fue un estado frecuente en nuestro entrevistado, pero lamentablemente no hubo otro día para continuar conversando porque hubiera sido un abuso de mi parte con sus menguadas fuerzas. Sin embargo, semanas después, varias gravedades y recuperaciones mediante, nos recibió una tarde al fotógrafo Gianni Dal Maso y a mí para hacerle el retrato para el libro. Solamente un espíritu con la determinación del suyo es capaz de hacer lo que él hizo: levantarse y acicalarse para sentarse a posar cuatro días después de salir de un estado de semi coma. Incluso nos sorprendió con salidas cargadas de su humor muy particular, y también nos conmovió la paciencia con que atendió a nuestras indicaciones: otra toma más, una última vez, por favor, mire hacia la cámara, una sonrisa… Las fotos que resultaron, presumo que las últimas que se le hicieron, son un testimonio elocuente de su entereza y de su dignidad. Mes y medio después murió. En la funeraria compartimos con cientos de personas la pena por su partida y se recordó, con afecto y admiración, lo que fue una vida verdaderamente útil y generosa. Para completar su entrevista conversé entonces con su hijo Juan Francisco y, juntos, volvimos sobre el personaje desde la perspectiva de quien fue quizás la razón principal de su vida ya que una desconsiderada viudez, cuando era aún joven, lo signó en lo personal para siempre como un hombre solo, con un hijo.
Cuando a papá le preguntan por mí él comenta: No me puedo quejar, o lo traduce al italiano: Non posso lamentare. Y sabiendo que mi papá es de Langhe, que es una zona digamos dura, donde los sentimientos no se expresan, decir: «no me puedo quejar» es así como la máxima alabanza. En esa zona, y en la época que le tocó a mi papá, la gente creció con muchas limitaciones y la vida era muy dura, por lo que era común escuchar siempre un lamento, una queja, o quizás una manera de expresarse que apunta menos a lo positivo sino que se expresa en un «no puedo quejarme».
Tu papá me contó que al quedar viudo de tu mamá, que murió en tu parto, te mandó a vivir a su tierra natal para que te criaran tus abuelos paternos.
Sí, fui a Italia cuando tenía quince meses a raíz de que mi mamá murió en la cesárea. Hasta ese momento estuve aquí atendido por unas enfermeras, pero mi papá vio que en realidad no estaba creciendo con suficiente vigor, a pesar de que él trataba de darme toda la atención posible –hasta mandó a comprar una cabra para que tuviera la leche fresca–, entonces decidió mandarme a vivir con mis abuelos.
¿Y hasta qué edad estuviste en Italia con ellos?
Hasta los once años. Cuando terminé quinto grado me vine para Venezuela, hice sexto grado y después empecé a estudiar en el Liceo San José de Los Teques el bachillerato.
Tu papá me comentó que durante esos años en que estabas en Italia, iba con muchísima frecuencia a verte.
Él iba casi todos los años, porque no te olvides que el viaje entre Venezuela e Italia era un vuelo de veinticuatro horas. Lo que sí había era mucha comunicación por cartas, él me escribía, yo le escribía. La primera carta se la mandé cuando estaba en primer grado y creo que fue emocionante para él recibirla.
Tuviste la infancia de un niño italiano. ¿En todos esos años allá no viniste a Venezuela?
Sí, regresé una vez cuando tenía cinco o seis años con un primo que iba a pasar unas vacaciones en Mendoza. Después, cuando me vine, todos los veranos en las vacaciones iba a visitar a mis abuelos, hasta que se murieron.
¿Siempre tuviste la conciencia de que ibas a volver a Venezuela donde estaba tu papá?
No, en absoluto, cuando mi papá me lo dijo fue una sorpresa, pero me pareció una sorpresa interesante, claro está que separarme de mis abuelos fue duro, pero yo tenía claro que tenía que estar con mi papá en Venezuela.
¿Y hablabas español?
En absoluto, mi papá me mandó unos libros para que aprendiera y mi abuela me ponía a leer, pero tuve el primer problema cuando en la lectura apareció la palabra mango y no tenía idea de qué era un mango, hasta que mi papá me explicó en una carta que era una fruta, cosa que yo presumía porque el texto decía: el niño se resbaló sobre la concha del mango.
¿Desde que viniste tu papá te empezó a formar para que continuaras lo que él ya había empezado? ¿Cómo recuerdas esa etapa?
Fue una formación indirecta, él no me dijo «tú tienes que hacerte cargo de la empresa, del grupo o de lo que vamos hacer», sino que yo lo acompañaba a ver los trabajos, lo acompañaba a la hacienda, y quizás por esa influencia es que yo me encaminé hacia esto, pero nunca me dijo que yo debía acometer una carrera para incorporarme a la empresa, nunca. Inclusive en las vacaciones iba yo a sus trabajos a hacer algún tipo de actividad, porque nuestra relación fue siempre muy cercana a la problemática del trabajo, con lo que él estaba totalmente comprometido, y era lo que de alguna manera nos unía, siempre estábamos hablando de esos asuntos porque siempre había un problema que discutir y resolver. En realidad, nuestros temas de conversación eran el trabajo o la política nacional e internacional.
No temas personales.
No, por decir, no hablábamos de las Olimpíadas o del fútbol o qué sé yo, porque esos eran temas considerados superfluos…
La pasión de Clerico era hacer cosas, grandes cosas…
Sí, y quizás también su gran distracción. El hecho de tener familia, hijos, te lleva a otras obligaciones, mientras que él no tenía ninguna otra obligación sino trabajar y como buen italiano, trabajar para la familia, pero la familia era yo solo. Entonces se dedicó a hacer lo que le gustaba, y buscó la manera de hacerlo conmigo. La relación con mi papá siempre fue madura porque quienes me criaron fueron mis abuelos.
Tu padre era un hombre asombrosamente austero, a pesar de haber logrado una holgura económica considerable.
Porque creció en medio de mucha austeridad y no sentía necesidad de tener otra cosa. Yo se lo atribuyo también a la falta de una mujer y de una familia más numerosa que le hubieran podido hacer otros requerimientos, porque él sentía que podía vivir muy cómodamente sin gastos superfluos. Él tenía, por ejemplo, su avioneta para movilizarse en su trabajo cómodamente, no era que se privaba, pero a lo mejor, si hubiera tenido una mujer al lado que le hubiese dicho un momentito, aquí están los muchachos, los tienes que llevar a la playa o los tienes que llevar a Disneyworld, hubiera sido distinto. La mujer trae al seno familiar otros intereses y otros compromisos y obligaciones que él no tenía. Por eso su esquema de vida fue austero pero cómodo.
La vida de un hombre solo, con un solo hijo, moldeada de acuerdo a sus intereses. ¿Cuáles fueron las grandes enseñanzas que te dejó tu padre?
Trabajar, porque eso ennoblece al hombre; no hacer gastos superfluos, pero vivir cómodamente en la medida de lo posible, y ejercer la bondad, porque una de las características fundamentales que yo vi en mi papá, y que creo haber aprendido, es la bondad. Mi papá fue un hombre esencialmente bueno, tanto así que en sus exequias yo pedí a quienes me acompañaban, un aplauso para un hombre bueno. Yo creo que eso es un resumen de las enseñanzas fundamentales que me dejó mi papá a través de su propia vida, aparte de sus otras cualidades que admiro, como son las de haber sido un hombre muy inteligente, emprendedor, con gran visión política, toda una serie de otras cualidades, pero lo más importante es que era una buena persona, una persona que tenía buenos sentimientos.
Además, era un filántropo que ayudaba a muchísima gente y, como debe hacerse: calladito la boca.
Sí, tenía su manera particular de ejercer la filantropía, sin necesidad de hacer grandes promociones. Hasta en eso diría yo que él fue un personaje típico del Langhe italiano, del piemonte, de esa zona de vida austera, de vida difícil.
Era de origen campesino.
Claro, por supuesto, de origen campesino. Yo entendí mi realidad, su realidad, la realidad de mis abuelos cuando leí un libro que se llama La malora, La mala hora –de un famoso escritor italiano de esa región que se llama Giuseppe Fenoglio–, sobre la vida de los campesinos en la zona del Langhe, sus realidades, sus sentimientos, sus querencias. A partir de esa lectura entendí mucho mejor a mi papá y después yo se lo di para que lo leyera y él también se sintió muy identificado con aquello, tanto así que me reconoció: fue la realidad de mi vida.
Que lo marcó definitivamente, porque se vino para acá a los veintisiete años.
Sí, veintisiete años porque él nació en el 21. Se vino después de que participó en la Segunda Guerra Mundial como carabinero.
¿Y qué te contaba él de la guerra, de qué manera lo marcó esa experiencia?
Me hablaba del hambre que pasó y del conflicto ideológico que significaba una Italia que estaba en guerra, pero que no quería estar en guerra, y también me hablaba de la guerra civil italiana, después del 8 de septiembre del 43, cuando Italia estuvo dividida en dos y tres grandes bandos, los fascistas, los comunistas y los del general Badoglio. Lo cierto es que Italia nunca estuvo convencida de la guerra, él me hablaba mucho de ese tema. Su decisión de emigrar fue consecuencia de los desastres que ocasionó la guerra, él se fue para resolverse su vida él solo y que la familia no tuviera tantos problemas. Hay que dar gracias a Dios por la oportunidad que hubo en Venezuela, que en ese momento estaba abierta a la inmigración.
¿Cómo fue que vino a este país?
Había una solicitud de Venezuela y creo que de Ecuador, buscando profesionales para que se incorporaran en esos países y él vino a Venezuela porque tenía oportunidad de trabajo, tanto así que su primer trabajo fue en el Ministerio de Obras Públicas como topógrafo geómetra.
¿Por qué vino a Trujillo?
Porque el ministerio lo mandó a trabajar a Trujillo, a trazar la carretera que va de Valera a La Puerta, pasando por Mendoza Fría, ese fue su primer trabajo.
¿Y ahí conoció a tu mamá, también?
Sí, y se casó en el año 53.
Desde siempre Los Andes fue la zona de trabajo de tu papá.
Siempre esa fue su zona de trabajo, Trujillo, su base era Valera y Mendoza Fría. Ahí fue donde él creó su vida venezolana, ahí fue donde se casó, donde nací yo, donde hizo sus amigos, porque aunque tuvo conocidos a lo largo y ancho de Venezuela, sus verdaderos amigos son los trujillanos.
Luego de comenzar a trabajar para el MOP se independizó muy rápidamente. Eso habla de su empuje.
A los dos, tres años de estar aquí empezó a trabajar por su cuenta como subcontratista de empresas de construcción y poco a poco fue armando su empresa hasta que en el año 56 funda Vinccler, que es hoy la empresa que estamos recordando.
¿Cuáles son las principales obras públicas que acometió la empresa?
Son muchas y de distinta índole. Te voy a dar un ejemplo de cada área para no extendernos demasiado: entre las obras hidráulicas se pueden mencionar los trabajos en la represa «Raúl Leoni», en Guri; como ambientales: el aislamiento de efluentes mercuriales, en el Complejo Petroquímico Morón; como preparación del sitio: el Hipódromo de Santa Rita, en el estado Zulia; entre los trabajos en plantas industriales del sector petroquímico: la ampliación de la Refinería El Palito en el estado Carabobo. Entre las obras marinas: plataformas para localizaciones petroleras en el Lago de Maracaibo; ejemplo de montaje mecánico: la central Hidroeléctrica Peña Larga en el estado Portuguesa; y eléctrico: la subestación Arecuna y Dobokubi 115/13.8 KV, en Anzoátegui. Por último, en vialidad: el tramo Chivacoa-San Felipe de la Autopista Centro Occidental en el estado Yaracuy.
¿Siempre pensaba en grande?
No, él siempre pensaba en crecer, pero de acuerdo con sus posibilidades, no era una persona que tomara riesgos sin medirlos.
¿Muy realista?
Exacto, no era una persona que tomaba riesgos más allá de lo que él se sentía capaz de enfrentar, aunque sí está claro que era emprendedor, pero no era audaz, digamos que era un emprendedor conservador. Apostaba más bien al crecimiento sostenido.
¿Y qué significaba Italia para tu papá?
Más que Italia, el pueblo de él era una referencia de cómo era la vida, y eso fue lo que lo marcó fundamentalmente.
¿Con nostalgia?
No, no, Italia era un sitio para ir de vacaciones, para comer bien, una gran referencia cultural histórica, muy importante, pero que sintiese nostalgia de Italia no, su país fue Venezuela, él se sentía bien viviendo en Venezuela y bien en Italia pasando unos días de descanso, pero no era el sitio para volver.
¿Tú crees que tu papá se sentía satisfecho de la vida que había tenido y lo que había podido hacer?
Yo creo que él estaba satisfecho. Creo que llevó una vida completa, quizás lo que le faltó, pero él lo asumió como su destino, fue tener una familia acompañado por una mujer, y se decía: yo llevé la vida como la llevé pero ¿cómo hubiese sido de otra manera? Ahora, esa interrogante era más una curiosidad que un lamento.
Fue sin duda una decisión muy personal, y radical también. ¿Qué la habrá motivado?
Pienso que estaba enmarcada dentro de su carácter independiente y a lo mejor no encontró nunca una persona que le acompañase y que pudiera llenar la ausencia de mi mamá, porque el tema de la falta de mi mamá fue un tema realmente muy traumático. Mi mamá, por referencias que tengo, era una persona muy cariñosa, amable, inteligente, con carácter, bien plantada, no fuerte, sino con una visión de futuro, es decir, era una mujer cosmopolita para la época, que había estado en varias oportunidades en Estados Unidos, que a lo mejor no hablaba inglés pero sí entendía, que conocía el mundo fuera del ámbito rural venezolano. Por todas las cosas que yo conocí de mi mamá: sus viajes, sus escritos, sus pinturas –porque pintaba–, sé que era una mujer realmente interesante y de avanzada, y a lo mejor mi papá no consiguió la persona con quien rehacer su vida familiar, de modo que el trabajo lo absorbió totalmente. Cuando se casaron él era ya un hombre de 34 y ella una mujer de 32 años, eran ambos, a mi modo de ver, dos caracteres volcánicos que se juntaron…
Yo siempre percibí a tu papá como un hombre bastante solitario, y al ver la enorme manifestación de amistad y admiración que significó su entierro pienso que quizás era una visión errónea de mi parte…
Ese tema del entierro de mi papá me hizo sentir muy bien, me contentó muchísimo, por la cantidad de gente que fue, por la cantidad de coronas de flores que enviaron. Inclusive tú sabes que cuando en esos momentos uno piensa, que no manden flores para que hagan una donación, no, mi mejor decisión fue que todo el mundo se expresara como lo sintiera, y el suyo fue un entierro alegre. Por lo menos para mí fue una cosa que me hizo sentir muy bien, y lo que sucedió durante esos días me confirmó mi sentimiento de que mi papá era un hombre bueno y querido.
Había muchas personas que en aquel momento lo estaban recordando con alguna anécdota suya, por lo general graciosa, que revelaba el gran sentido del humor que tenía a pesar de su apariencia un tanto hosca. Allí escuché muchos cuentos que me lo dibujaron muy bien en algunos aspectos de su personalidad que me eran desconocidos, pero esencialmente se hablaba de su humor, de su discreta generosidad y de su relación con los demás.
Él era en el fondo un hombre solitario, pero con grandísimas relaciones, que dio un poco de sí a cada quien; antes se lo daba todo a mi mamá y después quizás ese trauma hizo que él diera un poquito de él a mucha gente, pero no se atrevió a dar todo a otra persona.
Muchas conversaciones tuve con mi papá sobre ese tema de aferrarse a los muertos, una idea italiana muy del Langhe, por cierto. Te muestro esta dedicatoria puesta en una estampita con motivo del aniversario de la muerte de mi mamá: «A la inmemorable memoria de Elda Avendaño de Clerico, esposa sublime y amabilísima, modelo de abnegación y piedad, quien sacrificó su joven existencia en aras de la noble finalidad de ser madre. Su esposo e hijo le dedican este recordatorio». Entonces, fíjate tú, se sacrificó por darme la vida mía… eso también explica la relación madura que siempre tuvimos, porque te aseguro que aquello no fue fácil para mi papá.
Ahora que te toca a ti asumir solo la conducción de la empresa, que es algo para lo que te has preparado, ¿cómo te sientes?
Me siento capaz de llevar adelante el reto que tengo entre mis manos gracias a las enseñanzas que recibí de él. Soy optimista.
Corrado Galzio
el músico
Los sonidos virtuosos
El nombre de Corrado Galzio está indisolublemente ligado a la música. Cuesta hacerlo hablar de cosas que no estén relacionadas con la actividad intensa y constructiva que ha desarrollado en torno a ella en Venezuela, en Italia y en los muchísimos países donde ha dejado la impronta de su tenacidad y de sus sonidos virtuosos. Aún se mantiene entre Venezuela e Italia –«embajador de dos mundos» lo han llamado– generando proyectos que contribuyan a difundir lo mejor del talento cultural de nuestros países, y prueba de ello es que hace poco tiempo su indoblegable tenacidad inauguró, para felicidad de los caraqueños, el Centro Cultural Montesacro desde donde seguirá apostando por lo que ha sido su pasión vital: la creación artística.
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¿Dónde naciste, donde transcurrieron tus primeros años de vida?
Nací en Sicilia y Noto, mi ciudad natal, ya se ha vuelto muy conocida por los venezolanos porque tiene una gran plaza llamada Piazza Simón Bolívar Libertador, que hice crear en el año 1964. Ahí van muchos venezolanos cuando están de paso por Italia a rendir homenaje a la estatua, y eso me llena de orgullo.
¿Hiciste tus estudios en Sicilia?
Me fui a Roma cuando tenía más o menos 10 años, allí era discípulo del Conservatorio Santa Cecilia donde estudiaba música mientras, paralelamente, hacía otros estudios, llegué hasta la universidad, pero ahí me tranqué...
¿Tú tenías esa clara vocación musical, o fue tu familia la que te empujó a proseguirla?
Sí