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Novela La inmaculada
Novela La inmaculada
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Libro electrónico514 páginas7 horas

Novela La inmaculada

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La Inmaculada es mi tercera obra y la primera en publicarse, y nace como un tímido reconocimiento de un escritor novel a otros grandes de la dramaturgia venezolana; a ellos, que unieron sus musas en la tinta de sus plumas o teclados, que marcaron una tendencia de la novela romántica a la novela cultural, a partir de los años setenta en la República de Venezuela, y que, a su vez, fueron inspirados por los grandes escritores de la historia mundial. Alejandro Dumas, con su inmortal obra “El Conde de Montecristo”; Víctor Hugo, con la obra “Los Miserables”, y Doña Bárbara, del escritor y expresidente Rómulo Gallegos; a ellos: José Ignacio Cabrujas y Julio César Mármol, que en ocasiones compartieron ideas para inmortalizarse en la creación de grandes personajes que el mundo aún recuerda.
La Inmaculada es un culto al amor, a la pasión, la resiliencia y al perdón. La descripción de sus personajes, la intensidad de sus diálogos, nos permiten sentir o visualizar la obra como un espectador presente. En cada uno de sus actos el lector los acompañará, y junto a la Inmaculada ejercerán venganza de un pasado que le tocó vivir, solo por nacer; que sus crímenes no son justificados, pero sí comprendidos, entreviendo en sus líneas que, "mientras más tardes en perdonar, más tardarás en ser feliz”.
La Inmaculada nos refleja que podemos ser buenos y sentir odio a la vez; que podemos ser religiosos, mas con actuaciones antagónicas; que el peor momento de nuestras vidas no necesariamente es el último; que en el mayor momento de poder no necesariamente se obtiene la seguridad, que la ley se puede vestir de amor, sin dejar de ser severa en su aplicación, y que la lealtad no solo es guardar un secreto, sino vivirlo, padecerlo y enterrarlo.
Esta obra de ficción, ambientada en la República Dominicana, tiene un marcado interés en desnudar la ambición desmedida por el poder de unos hermanos que encerraron desde 1985 y ocultaron en un apartado colegio religioso, en las fronteras del país, a la heredera de la fortuna que ellos ostentaban, un infante de cinco años, de nombre “Emperatriz”; la resiliencia de esta y su transformación para ejercer venganza sobre estos, que estaba más allá de la cárcel, del dinero, estaba en la tortura y la muerte de cada uno de sus verdugos. También nos narra la sed de venganza de Moisés Honrado, un policía honesto, pero perturbado por el asesinado de su padre, donde su único objetivo de vida es atrapar a La Inmaculada, cayendo en su misma red. El amor de unos gemelos por su madre, que demostrarán que aún dos gotas de agua pueden ser totalmente distintas en su constitución. Que los poderes divinos son dones espirituales que se pueden confundir con esoterismo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 mar 2022
ISBN9789945626315
Novela La inmaculada
Autor

Renys Dias

Renys Díaz es un asegurador internacional graduado a nivel universitario en administración de seguros, con una amplia trayectoria de treinta años en los mercado venezolanos y dominicanos, ejerciendo importantes cargos de dirección comercial en empresas, además de escritor por pasión. Casado con Sadid Flores de Díaz, y con dos hijos de nombres Renni Díaz y Pedro Pablo Díaz. Residente de la República Dominicana desde hace 5 años. Es hijo de madre venezolana, María de Jesús Malavé, y Lucio Díaz, este de origen español, migrante de España a Venezuela en los años 40, producto de la dictadura del general Franco. Renys Díaz es el penúltimo de siete hermanos. Su educación fue cultivada en la sencillez de los campos del Guárico venezolano. Su inclinación a la dramaturgia lo llevó a ser parte del alumnado de la instrucción ECREA en Venezuela, donde alimentó su arte por la creación de textos literarios, con marcada inspiración en el género de las novelas, alimentado por su experiencia en sus visitas a más de 20 países, cultivando su cultura y enriqueciendo su pasión, asistiendo a las presentaciones de obras inéditas en cada rincón del mundo que ha visitado.

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    Novela La inmaculada - Renys Dias

    portadilla

    La Inmaculada

    © Renys Díaz, 2021

    Vérité editorial Group Casa editorial de autopublicación y distribución de libros de la República Dominicana

    Av. Lincoln Esq. 27 de Febrero, Distrito Nacional, Rep. Dom. Teléfono: 1 809 287 5520 / WhatsApp: 1 829 814 4961 info@editorialverite.com / www.editorialverite.com

    ISBN: 978-9945-626-09-4

    Primera edición

    Santo Domingo – Republica Dominicana 2021

    Corrección por César Hernández Delgado

    Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    vineta

    Índice

    Capítulo 1: Los Dos Vasos

    Capítulo 2: Nada personal

    Capítulo 3: Culpable o inocente

    Capítulo 4: Los Dumas - 25 años después

    Capítulo 5: Oh, ¿la Inmaculada?

    Capítulo 6: El Otro Igual

    Capítulo 7: La cena de Elnecio Perfecto

    Capítulo 8: La visita

    Capítulo 9: Los impostores

    Capítulo 10: Ya lo recuerdo

    Capítulo 11: Sin máscaras

    Capítulo 12: No soy yo

    Capítulo 13: Voy por ti

    Capítulo 14: El mensaje de iracundo

    Capítulo 15: La piedra, los golpes y las rayas

    Capítulo 16: ¿Quién eres tú?

    Capítulo 17: El pasado regresa

    Capítulo 18: Amaneció de pronto

    Capítulo 19: El final no es para siempre

    Capítulo 20: Una fiesta de coronación

    Final

    vineta

    Capítulo 1

    LOS DOS VASOS

    1995- República Dominicana. En las montañas de la Población de Pedernales, ciudad que hace frontera con Haití, por los pasillos del colegio Mi Refugio, corrían monjas desesperadas, llorando. Entraban y salían del gran despacho de la institución con cara de dolor y pánico, a la vez que se persignaban. Las alumnas residentes se agolpaban en la puerta para saber qué sucedía, más las maestras y monjas no les permitían observar. Dentro yacían los cuerpos sin vida de la directora Sor Alameda, con su hábito de religiosa, y el seminarista Juan José León, quien poco antes del siniestro se encontraba de visita en aquel lugar; las cortinas del recinto estaban cerradas para cubrir la visibilidad del exterior, quedando el ambiente oscuro y frío. Juan José León vestido con pantalón negro y camisa blanca, esta abrochada hasta el último botón del cuello como símbolo de respeto. Ambos en el suelo, en el mismo sitio donde sostenían una conversación horas antes. La muerte los sorprendió sin darles tiempo a moverse más allá de donde se encontraban durante la plática. Sor Alameda se hallaba detrás de aquel escritorio antiguo que asemejaba los diseños de un mueble Luis XV, el cual mostraba el poder de su cargo en la institución. Juan José delante del mismo escritorio, al pie de la silla de visitantes, cada uno con un vaso roto tirado a un lado, como si se les hubiese caído de las manos antes de desplomarse. Ambos aún con los ojos abiertos y la mirada fija hacia la puerta, manos extendidas como clamando auxilio a la última persona que sus ojos vieron; sus bocas llenas de espuma y sangre; sus hábitos manchados de fluidos, provenientes de sus estómagos.

    Bajo el zaguán de aquel lugar, rodeado de helechos y enredaderas de grandes hojas verdes que alcanzan hasta las rejas de protección y fungían como techo de aquel lugar, donde apenas el sol podía entregar su luz, se encontraba una chica, estudiante de 15 años, de nombre Desdémona Abril, de ojos claros y mirada fría que no armonizaba con su bello rostro; larga cabellera lisa, de color negro azabache que llegaba hasta sus caderas. Ésta observaba impávida la fuente que daba vida al lugar y que servía como espacio de recreo. Sentada en uno de los bancos de cemento, apoyando su espalda a la pared, con una mirada fija y tranquila, sumergida en su conciencia, ignorando todos los llantos y gritos a su alrededor. Su soledad siempre le acompañaba. No tenía amigas ni compartía con las demás estudiantes, más bien éstos huían de su presencia, tras su actitud extraña y misteriosa.

    En el exterior del colegio siempre deambulaba una persona con aspecto de mendigo, pelo sucio y despeinado, pies desnudos y ropa harapienta. Vivía de la bondad de las hermanas del colegio. Estas le regalaban algún trozo de pan. Nunca se le acercaban, ni sabían su nombre, tampoco distinguían su género ante tanta suciedad. Las monjas comentaban que se trataba de un haitiano que cruzó las fronteras de manera ilegal, amparándose alrededor del colegio. Cada vez se le acercaba alguien con cualquier sobra de alimento, le preguntaban su nombre, mas éste solo respondía escribiendo con una piedra en el suelo Espanto. Era un ser ermitaño, del bosque, de parco lenguaje. Él acompañaba a Desdémona en su soledad. Se comunicaban haciendo aquel sonido con piedra, a través del cerco. Espanto se comunicaba con suaves golpes parecidos al código morse y ella con pequeñas rayas sobre la pared, haciendo preguntas y respuestas que solo ellos entendían.

    —¿Todo está bien, mi Santa? —preguntaba Espanto.

    —Todo está bien —respondía ella.

    La ambulancia tardó dos horas en llegar. La comunicación en aquel apartado lugar donde se encontraba la institución hasta la ciudad era difícil, aunque ya nada se podía hacer. Dos horas después llegó la policía. Recogieron los cuerpos en camillas tapados con sábanas blancas. Las evidencias fueron tomadas con precaución, protegidos con plásticos. Hallaron un expediente de unas de las alumnas que se encontraba sobre el escritorio. Esto levantó suspicacia en el comisario Simón Honrado, agente a cargo del suceso. Podía ser una pista acerca de lo que conversaban las víctimas justo antes de ser asesinados. Eso intuyó el comisario.

    Miedo, silencio y confusión reinaban en el colegio, luego de que la policía forense se llevara los cuerpos sin vida de la directora y el seminarista. Las alumnas no querían estar solas en ningún momento. Durante la noche les permitían compartir hasta las 10 pm., para hacerse compañía y así mantener la calma. Una hora después sería la ronda de supervisión por parte de Sor Francisca, Sor Esther y Sor Alba. Llegada las 11 pm., en lo más oscuro de la noche, la luna aventajaba con su luz todo el Colegio Mi refugio. Parecía un farol justo sobre el edificio de construcción antiguo, el cual alberga señoritas educadas bajo las doctrinas religiosas. Entre tanto, el bosque continuó en penumbra… solo se escuchaban los pasos de aquella fiel persona de este lado de la pared, la piedra, los golpes, y del otro el sonido de las rozaduras.

    Las educadoras eran 10 en total, y la administración del colegio estaba en manos de 3 mojas. Estas, casi sin escucharse sus pasos, hacían revistas minuciosas en cada habitación para supervisar la oración de las alumnas antes de dormir y que todo se mantuviese en orden. Sor Alba, la más antigua de todas en el Colegio, revisaba la puerta número 13 que se encontraba abierta. Con manos temblorosas, aún nerviosa por el reciente y extraño suceso, abrió lentamente y sin tocar el mango de esta. A las viejas bisagras les faltaba aceite, lo cual hacían emitir un crujido largo y tenebroso. Sor Arba se detuvo. Parecía que su fe le flaqueaba en ese momento. Se llenó de valentía y, entre oraciones y ruegos, terminó de abrir la puerta, a la vez que preguntó:

    —¿Hay alguien aquí? ¿Desdémona, estás allí? —pregunta ella con voz quebrada. El silencio duró unos largos 20 segundos. Luego escuchó una voz que provenía de la nada y decía a sus espaldas:

    —Presente, Madre Alba, contestó Desdémona, vestida con pijama blanca y con una vela en sus manos que alumbraba su rostro, mientras se desplazaba despacio para ver la cara de Sor Alba, quien se mantenía en la misma posición.

    Sor Alba, en un sobresalto, voltea y se lleva las manos al corazón con el rostro que reflejaba pavor.

    —Madre María, ¡ampárame!, exclamó Sor Alba. ¿Qué haces fuera de la habitación? ¡Aquí hay reglas, Desdémona! Y el permiso de compartir era hasta las 10 pm. Haz tu oración y duerme. Como castigo mañana te toca limpiar todos los pasillos.

    —Perdone usted, Madre, no volverá a pasar. - Respondió Desdémona, mientras terminaba de entrar en la habitación lentamente, como contando sus pasos, sin quitar su mirada de los ojos de aquella monja.

    Sor Alba salió con miedo de aquel lugar, corriendo por los pasillos y dejando a Desdémona allí parada. Mientras avanzaba, esta sentía que aún tenía la mirada de aquella alumna a su espalda. Llegó a su habitación, cerró la puerta y se persignó. Aún con secuelas del pánico experimentado, se reclinó, oró ante la imagen de nuestro Señor Jesús Cristo, mientras pensó: Desdémona no está nada bien…

    En la mañana siguiente el cielo estaba cubierto por una tormenta en el pueblo de ´´Pedernales´´, la cual inundó el zaguán y los pasillos del colegio. Más que el alba, la mañana parecía el término del día. Todas las alumnas se paseaban con sus uniformes institucionales, caminaban de brazos cruzados y encorvadas por el frío; desorientadas entre los pasillos y el zaguán. No había información por parte de administración del colegio sobre la reanudación de actividades escolares. Todo lo que se escuchaba eran rumores… Desdémona cumplía con la tarea que le había asignaron como castigo. Vestida con el uniforme de limpieza, con un pañuelo cubriendo parte de su negra y lisa cabellera y concentrada en su escoba, barría el agua para poder secar los pasillos, pasándola de extremo a extremo.

    Sor Alba, como la más antigua, ahora quedaba encargada de la institución y junto a Sor Francisca y Sor Esther permanecían en la oficina de la dirección, atendiendo las llamadas que entraban de los padres preocupados por el suceso. Sor Francisca cuidaba la puerta para que no las interrumpieran, mientras Sor Ester leía asombrada sobre la noticia que ya circulaba en los periódicos. Era el titular principal en las páginas de sucesos, la cual decía: Muerte de dos religiosos en ¨Mi Refugio Peligroso, y el motivo que hacía a todos los padres llamar desesperadamente al colegio, amenazando con retirar a sus hijas, de no dar información precisa. Las monjas encargadas, confusas en sus decisiones, llevadas por la responsabilidad de conducir el colegio, comienzan a tomar acciones.

    —Habilitemos el teléfono de la oficina de al lado, para que los padres hablen con sus hijas —manifestó Sor Alba—. Que hagan una fila, agregó.

    —Discúlpeme hermana Alba, pero dos teléfonos no son suficientes para atender 100 alumnas. No terminaríamos en un día, respondió Sor Francisca, mientras vigilaba la puerta.

    —Sí, es lo mejor que podemos hacer ahora. Hagámoslo, dijo Sor Esther.

    —Muy bien. Entonces vayamos a comenzar de una vez, para ver si podemos avanzar en gran parte hoy mismo. De esta manera bajamos la intranquilidad de las alumnas y de los padres, añadió Sor Francisca.

    El megáfono de la institución pocas veces se usaba. Esa mañana la voz de Sol Alba se escuchó por este aparato en todo el colegio, informando al alumnado que debían hacer una fila y serían llamadas una a una para que hablaran con sus padres. Al oír esto, todas se alegraron, excepto Desdémona. Aquella notica no le causó ningún sentimiento. No había quien la llamara; sus representantes la habían dejado en aquel recinto hacía 10 años y no supo más de ellos hasta el momento.

    Patricia Bracamonte, quien era líder de un grupo de 10 estudiantes; malcriada, engreída y altiva, de padres adinerados y de los principales benefactores de la institución, se valía de ello para humillar a su antojo a quien le llevara la contraria. Esta no perdía tiempo en acosar a Desdémona, haciéndole burlas, llamándola Allies. Entre las 10 alumnas del grupo que esta lideraba estaban Yocasta Infante y Marbella Roja. Estas dos le acompañaban en todas sus travesuras y maldades en contra de Desdémona. Cuando esta limpiaba el piso y lo secaba varias veces por motivo de la lluvia, hace una parada, se coloca su mano derecha en su cadera y con la izquierda seca el sudor de su frente, ya cansada de barrer y exprimir, Patricia y sus amigas pasaban adrede con sus zapatos enlodados y ensuciaban el piso.

    —¡Ay, perdón, pequeño Alliens! —expresaba Patricia de manera sarcástica, luego de ensuciar el piso—. Es que me emocioné por la notica de hablar con mi padre y olvidé por un instante que estabas limpiando —Se reía a carcajadas. Proseguía—, pero como tú no tienes padres, te sobra el tiempo. (Risas)

    —¿Qué Padre la puede llamar, si la comunicación del planeta martes para acá esta costosa?, agrega Yocasta, mientras también se reía.

    —Ay, pero hubieses tomado la Bola con ALF y hablas con tu familia de Alliens —agregó Marbella.

    Allí, parada, observando toda la maldad de estas chicas contra Desdémona, estaba una estudiante tímida por su acné en el rostro, víctima también de las burlas de Patricia y sus amigas, que le llamaban cara de queso. Esta fue internada por su padre después que su madre muriera. Se sentía sola y excluida por todos. Aunque ella tenía comunicación con su padre, la tristeza siempre la embargaba. Su única compañía es la imagen de la virgen de la Altagracia, en un dije que lleva colgado en su cuello y un muñeco que cerraba sus ojos al acostarlo y los abría al erguirlo, y que sor Alba le obligaba a botar en muchas oportunidades, porque siente que este es un juguete extraño, el algunas ocasiones el mismo decía mami pero al revisarlo, éste no tiene batería, ni aparato electrónico en su interior, Desdémona para evitar escuchar el llanto de Altagracia, lograba recuperarlo en la basura exterior, este y la cadena son dos regalos de su madre antes de morir. Con alma noble, de infante, que mantenía a sus 15 años, aún jugaba con el muñeco haciéndose pasar por su madre. Su nombre era Altagracia, su habitación es la puerta de la misma virgen. Aunque Desdémona no quería compañía, ésta la veía como su heroína. No perdía tiempo para agradecerle, ya que la ha salvado de que Patricia y sus amigas le robaran su muñeco. En ocasiones, Altagracia se acercaba a Desdémona, tomaba la escoba y la ayudaba a reparar el desastre del piso que aquellas niñas hacían y como se sentía protegida comenzaba a empujar las amigas de Patricia y evitar que siguieran haciendo desastre.

    —¡Noooo! ¡Dejen de hacer eso! Ustedes son malas, muy malas —Repetía Altagracia mientras las demás se seguían riendo

    —¡¡Ayyyy!! ¡Ya salió cara de queso a ayudar al Alliens!... — comenta entre risas Patricia.

    —¡Un día lo van a pagar! La gente mala lo paga —decía Altagracia, mientras sostenía con una mano la escoba.

    —Quítate, llorona, cara de queso, anda buscar a tu hijo perdido —le gritaba Yocasta refiriéndose al muñeco, mientras empujaba a Altagracia hasta dejarla caer.

    Para Patricia y sus amigas todo era un circo, donde el payaso principal era Desdémona. No paraban de compararla con cualquier caricatura extraterrestre. Después de que Altagracia cayó al suelo llorando, tras la burla de aquellas jóvenes, se quedaron todas calladas. Desdémona miró aquella inocente en el suelo y no les respondió ni reaccionó, tampoco mostró síntomas de molestia; solo una profunda mirada sin mostrar sentimiento, que es capaz de traspasar la barrera de lo real a lo paranormal y que gritaba en sentido telepático de consciente a consciente… No saben lo que han hecho- susurró. Patricia, al sentir aquella extraña sensación de comunicación, se enmudeció. El miedo le invadió el cuerpo, al igual que sus amigas. Por un momento un silencio sepulcral a todas paralizó. Se retiraron del lugar, quedando Desdémona con la misma mirada y estado de éxtasis mental. Luego de volver en sí, retoma la mirada sobre Altagracia y le dice:

    —Levántate de allí, niña, y no vuelvas a interferir, que no necesito ayuda. ¡Aléjate de mí, que no soy buena compañía!

    Altagracia se levantó lentamente y se fue llorando a su cuarto.

    En el trascurso del día la tensión de las alumnas había bajado. Todos habían hablado con sus padres, excepto Desdémona, quien se encontraba la mayor parte del tiempo en su sitio preferido, el banco de cemento, próximo a la entrada y con piedra en la mano, con la que rayaba el muro para poder comunicarse con su amigo, sin importar la humedad de aquel día.

    —Mi Santa, aquí estoy —le expresa Espanto con golpes.

    —Sé que siempre estás —respondió Desdémona.

    Manipulaba hábilmente a escondidas la piedra para que no la notasen, solo ella en el zaguán, pero nadie miraba nada en aquel lugar, todos estaban distraídos, viendo la llovizna caer. Desdémona seguía conversando con la piedra en la pared, haciéndole preguntas a Espanto y este respondiendo.

    —Ya tengo su encargo Mi Santa, está en la ventana del baño que usted siempre usa, afirmó Espanto.

    Las altas ventanas de los baños, protegidas por barrotes, daban hacia el monte de donde se comunicaba Desdémona con Espanto cuando sentía la necesidad de verlo o compartir su comida con aquel mendigo.

    —Muy bien, muy bien —contestó Desdémona.

    En la Delegación policial, en el centro de Pedernales, ciudad Homónima, que contaba entonces con 4 agentes policiales y un vehículo patrulla, todos a cargo del comisario Simón Honrado, se preparaban para visitar al día siguiente el Colegio. Tras una incesante e incansable investigación, detectaron que la muerte de los occisos fue causada por envenenamiento. Se trataba de veneno para ratas. Restos del veneno fueron hallados en la bebida que contenían los vasos. El comisario no le comentó a ninguno en la delegación por tratarse de un prestigioso colegio, prefiere antes tratar el caso directamente con Sor Alba. En los vasos se encontró solo huellas de los difuntos y las de Desdémona, junto al expediente de ésta que portaba Sor Alameda sobre el escritorio poco antes de morir; sin embargo, el Comisario Honrado no se contuvo hasta el día siguiente y llamó por teléfono al colegio para conversar con la directora suplente. Este le comenta lo que quería hablar con ella, adelantándole sobre los hallazgos. Sor Alba, luego de escuchar, se colocó las manos en la boca en señal de asombro, y exclamó: – ¡No puede ser!, ¿Desdémona? En ese momento sintió la mirada de alguien en la puerta y solo alcanzó a ver la sombra que se retiró al instante. Sor Alba se levantó del asiento, despidiéndose rápidamente del Comisario, colgó la llamada para ir tras la sombra y descubrir de quien se trataba. Corrió agitada por los pasillos del Colegio, mas no pudo ver a nadie, solo la puerta de la habitación número 13, la de la imagen de la Santísima Inmaculada que parecía haberse terminado de cerrar. Se persignó y corrió a su habitación. Esa noche Sor Alba no asistió a revisión de habitaciones.

    Esa misma noche Desdémona se encontraba en su habitación con una vela que guardaba celosamente para continuar una lectura secreta que decía El Arte de amar, se detuvo y observó la hora, como esperando algún pendiente que estaba por suceder y como si supiese exactamente los movimientos de la persona de la habitación número 12, la de la imagen de San Onofre y exclama para sí: - ¡Ahora! Justo en ese momento Patricia emite un grito ensordecedor que se escuchó en toda la institución, haciendo eco en toda la edificación.

    Esto creó pánico en todo el alumnado y personal docente. Desdémona escuchó, cerró el libro con pasividad, hace una sonrisa de satisfacción, observa la imagen de la santísima Inmaculada que adorna su pared, luego se cubre con su manta y cerró sus ojos, mientras todas corrían alarmadas. Las compañeras de Patricia salieron hacia la habitación de esta para socorrerla; todas las Madres Superioras, ante el caos, fueron hasta allá en pijamas. Todas las habitaciones quedaron vacías en instantes, excepto la habitación número 13 que permaneció cerrada y donde Desdémona dormía. Cuando abrieron la habitación de Patricia, esta se encontraba quieta en un rincón, despavorida, frente a una gran serpiente de cascabel que la amenazaba. Al verse acompañada, solo alcanzó a decir: - ¡fue ella, ella lo hizo!, señalando la habitación número 13. Sor Esther fue enseguida a pedir ayuda a los vigilantes que se encontraban en una casilla, en el exterior del colegio, para que sacaran al animal. Todas estaban aterradas. Sor Alba observaba la habitación de Desdémona y sentía miedo de entrar. Altagracia vestida con su pijama, ocultando el muñeco bajo su vestido para no se lo descubrieran, miró la habitación de Desdémona y sonrió.

    vineta

    Capítulo 2

    NADA PERSONAL

    Amaneció en el Pueblo del Pedernales, la lluvia ha dado paso al inclemente sol, la tristeza en las monjas y maestras definen en ánimo de la institución con un silencio voluntario. Las actividades del colegio se reanudaron con un homenaje para Sor Alameda y el seminarista Juan José León. Había silencio en la institución por las palabras del párroco del pueblo, un anciano de 98 años, el que sería relevado por el difunto seminarista. Los familiares de los difuntos estaban presentes e inconsolables. Patricia y sus 10 compañeras de siempre estaban atónitas por lo sucedido la noche anterior; Sor Alba, Sor Esther y Sor Francisca no le quitaban la mirada a Desdémona. Esta con parada firme observaba el párroco, como si nadie más existiera; Altagracia estaba detrás de ella para sentirse amparada, buscando protección ante Patricia y sus amigas. El protocolo había terminado. Se despidieron las personas invitadas, en grupos salieron de la institución, así como entraron. En la puerta principal se encontraba el comisario Simón Honrado, con sus brazos colgados y unido por las manos, sosteniendo su sombrero, en señal de respeto. Este esperaba ser atendido por Sor Alba. Ella lo vio y de inmediato salió a su encuentro; lo dirigió con prisa hacia la oficina donde se hallaba la dirección. Una vez adentro, pidió a Sor Francisca y Sor Esther no ser molestada, y se aseguró de hablar en voz baja para no ser oída.

    —Disculpe que interrumpa la ceremonia de duelo, Madre Alba, pero es importante que hablemos —dijo el Comisario, excusándose repetidamente.

    —Pierda cuidado, comisario. Por favor, sígame a la oficina, y escúcheme con atención, que lo que tengo que informar toma su tiempo. Intuyo lo que usted investigó —le respondió Sor Alba—. Creo que corremos un grave peligro —agregó. Con movimientos de nervios y pendiente de la puerta—. Escúcheme con atención que la historia es larga —Mientras ella tomaba asiento.

    —Dígame que tengo todo el tiempo para escucharla —respondió el comisario, colocando el sombrero en aquel escritorio y sentándose—. Escucho.

    —Dios y la virgen me perdonen por este relato que le haré y que no me corresponde —respondió Sor Alba volteando su mirada para observar la imagen de la Virgen de La Altagracia que se encontraba a la espalda de su asiento, se persignó y comenzó su relato.

    Hace 10 años llegó a este convento una familia de padres adoptivos de apellido Abril. Trajeron una niña ya grandecita de unos 5 años, que había quedado huérfana, pues sus padres murieron en un accidente de tránsito, en donde el vehículo tomó fuego inexplicablemente. Eso ocurrió en la ciudad de Barahona, en el 86. La madre de esta niña murió con un hijo mayor de unos 20 años, al igual que su chofer, Según el relato de estos padres adoptivos, esta niña logró salir del vehículo antes que este estallara. Detalles no dieron estos señores, así como lo estoy diciendo. Ellos solo se limitaron a hablar del caso, que fue una noticia que llegó a todo el país, luego de que la hermana Sor Alameda y yo hiciéramos las averiguaciones de costumbre - Sor Alba hizo una parada en la conversación y revisó la ventana de la oficina para ver hacia fuera y asegurarse de que no hubiese nadie detrás. – Bueno, le sigo contando-- prosiguió Ellos informaron que la niña necesitaba un lugar de educación espiritual, donde le dieran a conocer la palabra de Dios, ya que presentaba cierto desinterés a todo, en cierto modo, una niña con una especie de autismo, pero a la vez con cierto poder en la mirada para mover cosas. A esto último no le dimos crédito… Ellos no escatimaron esfuerzo en pagar un año completo de curso. Esto nos pareció bien, pues necesitábamos el dinero es ese momento para cubrir gastos en la institución, pero nos dio curiosidad ese tipo de adelanto. Más tarde entendimos por qué aquella pareja pagó el año adelantado. La intención era deshacerse de ella, dejándola aquí. Jamás volvieron a visitarla sus padres,ni le enviaron cartas, ni siquiera una llamada. Hasta le fecha sigue aquí y sin ser visitada por ellos. Siempre pagan el año adelantado que llega todos los 15 de enero, puntualmente. Les hemos llamado para que vengan a visitarla, pero siempre responden que pronto vendrán y no lo hacen. Ya tiene con nosotros 10 años. No sabemos si es feliz o no, ya que no se comporta como una chica de su edad. Siempre aislada del resto de las estudiantes, tuvimos que darle una habitación solo para ella, porque ninguna quería compartir cuarto con Desdémona, ésta se limita a hacer lo que se le pide. Hemos notado que su única diversión es rayar la pared de zaguán con una piedra. Al principio esto nos molestaba, porque teníamos que estar reparando la pared cada seis meses, pero luego comprendimos que esa era su única diversión y la dejamos tranquila. Sus compañeras le tienen miedo, la culpan de situaciones inexplicables – El comisario Honrado interrumpe. –¿Qué situaciones? Le cuento, respondió Sor Alba, continuando su relato.

    - Una de las alumnas se burló de esta chica. – ¿De qué chica? - preguntó el comisario - De Desdémona, comisario, hablo de Desdémona, respondió Sor Alba y prosiguió - Porque nadie quería compartir con ella en un trabajo de grupo. Esta terminó haciendo el trabajo de grado sola en su habitación. Extrañamente una compañera de la chica que le hizo burla terminó con una crisis de nervios, diciendo que en su cuarto había entrado el demonio, porque se movían las cosas y se caían solas. Esta no pudo asistir por su desequilibrio emocional. El ejercicio lo tuvieron que presentar Desdémona y la chica que le hizo burla. La chica en plena presentación se orinó en la ropa a causa del miedo, porque minutos antes Desdémona le dijo algo al oído. Esta ignoró la situación de su compañera en clases, es decir, que se había orinado en la ropa, actuó como que, si nada estuviera pasando, y las demás chicas, lejos de burlarse de la situación, guardaron silencio por el miedo, excepto una alumna que parecía admirar a Desdémona, de nombre Altagracia, quien se reía de lo que estaba sucediendo Mientras sor Alba contaba la historia, se arrancaba la piel muerta de las manos, motivado al estrés que está viviendo. En ese justo momento, tanto el comisario como Sor Alba sintieron una extraña presencia detrás de la puerta. Ella se quedó paralizada de miedo y el comisario hizo un movimiento brusco al pararse de la silla, y rápido enfiló corriendo hacia la puerta; la abrió con rapidez. No había nadie detrás, solo una piedra en el suelo. El comisario tomó la piedra y regresó al asiento, y se la mostró a Sor Alba – Es ella, comisario, es ella. Ella usa las piedras para rayar la pared ¡Es ella! repitió una y otra vez Sor Alba en un acto de histeria. - Tranquila, tranquila, está conmigo. Tal vez la persona que barre la arrastró hasta allí sin querer- respondió el comisario, intentando tranquilizar a la monja para que le siguiera contando la historia. Minutos después se calmó de aquel susto y reanudó la conversación.

    Luego pasó otro hecho curioso. La noche siguiente a esta tragedia, estaba pasando revista a todas las habitaciones, supervisando que las alumnas estuviesen orando antes de dormir, cada alumna en su habitación hace una plegaria a su santo que identifica la puerta. Todas estaban cumpliendo sus deberes en sus aposentos, excepto Desdémona; su habitación la numero 13, la de la imagen de la santísima Inmaculada estaba vacía Sor Alba hace un paréntesis a su relato para intercambiar impresiones con el comisario, y se hace una pregunta para ambos - ¿Qué hacía esa niña a esa hora fuera de su habitación? - Prosiguió - Y luego apareció detrás de mí de una manera misteriosa. Le hice un llamado de atención y lo acató, pidiendo disculpas, pero su mirada reflejaba otra cosa, y siguió hasta su cama de una manera extraña, sin dejar de mirarme. Le impuse como castigo la mañana siguiente la limpieza de todos los pasillos del colegio El comisario oía atento aquella historia que aún no culminaba, y lo cual, a su vez, le confirmaba a sor Alba todas sus sospechas, con previa conclusión que estaban delante de una chica psicópata. Mientras el Comisario Honrado y Sor Alba seguían conversando, al otro extremo del colegio donde se situaban los baños, se encontraba Desdémona hablando con Espanto, a través de los barrotes de seguridad de la ventana de ventilación que comunicaban con el exterior del colegio. Era la única forma de comunicarse y verse las caras. Mientras ella le hablaba, le acariciaba el cabello lleno de nudos por la falta de aseo y la mugre; lo trataba como una mascota preciada. Era a la única persona que ella le demostraba ternura, como a un hijo, hermano o alguien especial. Al final del encuentro Desdémona le indicó a Espanto, aun acariciándole el cabello:

    —Apresúrate y espera paciente en la penumbra de crepúsculo, donde la vía controla la velocidad, y haz que duerma el castigador de los hombres, el que impone la ley; y has que se imponga la ley nuestra —ordenó Desdémona, no sin antes enviar un mensaje que espanto memorizo.

    —Sí, mi Santa. Usted habla como los Dioses, extraño pero bonito, pues —responde Espanto, mientras se va a cumplir las órdenes.

    Ya casi culminaba la hora última del día, dando paso a la primera de la noche. Sor Alba y el comisario Honrado aún conversaban, pero faltaba la parte más importante de esta confesión o declaración, y Sor Alba continuó:

    —Oiga bien, comisario, la siguiente confesión, porque aquí comienza todo este desastre —enfatizó Sor Alba—. Desdémona conoció a Abel León, el hermano del seminarista Juan José León, en una actividad campestre que tuvimos en la ciudad de San Juan de la Maguana. Este lo llevó para ayudar en los trabajos forzados. Sor Alameda se enfadó, porque el siervo Juan José no solicitó permiso para llevarlo, ya que este hermano suyo no era seminarista ni tenía relación con El Colegio. A las excursiones de la institución no podía asistir ningún caballero que no perteneciera al clero; sin embargo, el Padre Juan José tenía una razón de peso para llevarlo: su hermano estaba enfermo, condenado a muerte y le quedaba poco tiempo de vida, aunque no se le notara, además los familiares más cercanos de éstos están en San Francisco de Macorís. Sor Alameda, al conocer esto, mostró compasión y lo dejó asistir a la excursión -- claro, con condiciones…-- en esta excursión las alumnas aprenden sobre supervivencia en el bosque y este muchacho colaboraba y compartía con todas; sin embargo, al conocer a Desdémona, comenzaron a compartir tanto que en un momento todas las actividades las hacían juntos. El único momento que vi sonreír a Desdémona fue al lado de Abel. Este, 5 mes después, murió.

    Sor Alba, con una sensación de desahogo y compañía, al contar todo aquello, se acomodó en la silla para develar lo más fuerte de la historia, y prosiguió: - Una noche de lluvia, el seminarista Juan José notó que su hermano no estaba en su cama. Le comentó a Sor Alameda de la situación. Esta, por intuición, fue de inmediato hasta la habitación de Desdémona, pero también estaba vacía. Luego tocó la puerta de mi habitación y los tres salimos bajo lluvia a buscarlos, sin levantar sospechas en el grupo. Para nuestras desgracias, los encontramos en el centro de un campo despejado, alumbrado con la poca luz que la luna reflejaba por motivo de la lluvia, y estaban los dos en un acto de pecado, desnudos; él sentado en el suelo, de espalda a nosotros, ella sentada sobre de él y frente a él. Ella hacía movimientos que no me permito describir… En ese momento Desdémona percibió nuestra presencia, pero nos miró y parecía disfrutar que la miráramos, porque con actos que yo llamaría diabólicos se bordeaba sus labios con su lengua. Se lo describo no por morbosidad comisario... aclaró Sor Alba mientras se persignaba, y prosiguió. - ¡Dios me cuide! Lo hago para mostrar el grado pecaminoso de esta alumna. En ese momento el comisario la interrumpió:

    —Ajá, pero ¿qué tiene que ver esta situación en el suceso de ahora? —pregunta el comisario, mientras toca las evidencias que están sobre la mesa.

    —¡A eso voy, comisario, déjeme seguir! —contestó Sor Alba.

    No supimos qué hacer ante la situación. El responsable del chico era el seminarista Juan José. Él tomó las correcciones, enviando en un transporte privado a Abel hasta la casa de su otro hermano en San Francisco de Macorís y, por parte de Desdémona, no logramos comunicación con los padres, no los encontramos, cambiaron de dirección. Al parecer, no querían saber de ella, como que si la enterraron aquí. Para nosotros esto representaba un problema y mucha responsabilidad. Lo más difícil del asunto es que de esa relación Desdémona quedó embarazada y el hermano del padre Juan José acababa de morir… El comisario interrumpió para rodar más la silla y acercarse a Sor Alba. Esta detiene la conversación, hasta que el comisario se acomodara. Para el Comisario esto era la parte más interesante de la confesión de aquella monja. Guardó silencio y no se atrevió a interrumpir más, para no perder ningún detalle. Sor Alba continuó. -Tomamos la decisión de recluirla en la vieja escuela, la que está a dos kilómetros de acá, para que sus compañeras no notasen su embarazo, claro con cuidados y atenciones en su estado, mientras los padres de esta chica aparecieran, pero nunca lo hicieron. Aparte de la puntualidad en los pagos, yo siempre sospeché que la madre sor Alameda sabía del origen real de esta niña, porque actuaba con especial autoridad sobre ella. Llegó la hora del parto y dio a luz junto a nosotras un varón. El padre Juan José, en cuanto nació el niño y con el permiso de la madre superiora, se llevó la criatura, sin siquiera Desdémona poderlo tocar, pues se desmayó al momento de dar a luz. Esa noche fue de mucho estrés. Comenzamos a reanimarla. Estábamos asustadas. Solo la Madre Alameda y yo estábamos con ella, pero, cuando volvió en sí, algo extraño sucedió. Se despertó con los mismos dolores. La madre Alameda me dijo que fuera por un médico. No entendí esta orden, disentía de todo lo que habíamos planificado, ya que nadie debía enterarse, pero ella insistió y me exigió que fuese en seguida, que no dijese la verdad al médico hasta que llegara con él. Fueron como dos horas de camino. Yo sentía que todo era como un castigo por lo que estábamos haciendo. Luego llegué con el médico de la ciudad. Sor Alameda estaba en la entrada del colegio esperándome, tranquila y hasta sonriente. Nos recibió y dijo que ya no era necesario, que la chica estaba durmiendo y que eran simples cólicos. Ella manejó la situación, hasta que el médico se fue. Desdémona nunca tuvo a su bebe en los brazos, ya que Sor Alameda lo separó de ella, por el grado de desequilibrio mental que esta presentaba. Comisario, yo desconozco el destino de ese bebé, lo que hizo el padre Juan José con él, y aun no entiendo aquella extraña actuación de la madre Alameda después del parto. Algo ocultaba. Solo le pido a Dios nos pueda perdonar por esto , concluyó Sor Alba, quitándose un peso de su alma Dándole final a la historia, agregó: Luego Sor Alameda salió del colegio por dos días, y, cuando regresó, ya no se volvió a hablar de lo sucedido"

    —Vaya, pero aquí hubo de todo. Hubo secuestro, violación de los derechos de la madre... —exclamó el comisario.

    —Sí, pero es que no había solución. Había que garantizar el bienestar del bebé, argumentó Sor Alba.

    —No, no es así, pero por ahora vamos a centrarnos en el homicidio —dijo el comisario—. Entonces Desdémona los asesinó por venganza. Es la primera hipótesis que me viene a la mente —afirmó el comisario—, pero ella no trabaja en la cocina ¿Quién sirvió las bebidas? —preguntó como parte del interrogatorio.

    —La bebida no sabemos de dónde salió, ya que la cocina ese día estaba cerrada y la cocinera en su día libre.

    El comisario, sorprendido de todo lo que había escuchado, se colocó su sombrero, y mientras respiró profundo, tomó los resultados de la investigación para retirarse, se levantó y caminó hacia la puerta. Hizo un giro para voltear y ver a Sor Alba, y le dice: - Cuídese, que usted es la única testigo. Mañana nos veremos en la delegación- Abrió la puerta, salió y la cerró. Cuando iba camino a la salida, por el pasillo principal del colegio, se encontró de frente con Desdémona. Ella, con su uniforme de colegio y a escasos pasos, lo observó fijamente y se dirigió a él sin apartar la

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