La arquitectura en el siglo XX venezolano
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La metodología propuesta por sus investigadores se basó en seleccionar tres pares dialécticos que identificaron como esenciales para la comprensión de la arquitectura venezolana del siglo XX: de la búsqueda de un lenguaje propio a la importación de ideas y personalidades; de la metáfora mecánica de la técnica y la industria a la metáfora orgánica del paisaje natural, y de la disciplina del hacer nuevo a la disciplina de la conservación patrimonial. El lector encontrará en los capítulos de La arquitectura en el siglo XX venezolano una valiosa herramienta para la interpretación y valoración de esta materia en nuestro país.
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La arquitectura en el siglo XX venezolano - Lorenzo González Casas
El Siglo XX Venezolano es un ambicioso proyecto cultural que hace una revisión transdisciplinaria de la centuria pasada en nuestro país. Es un gran examen panorámico que pretende abarcar todos los ámbitos de la vida, con énfasis en aquellos que construyeron la sociedad que conocemos y trazaron su particularidad, desde el año 1900 hasta el 2000.
Esta investigación se ocupa de todas las manifestaciones de la vida venezolana durante la época, con especial interés, de las áreas fundamentales: la política, la sociedad, el urbanismo, la arquitectura, las comunicaciones, las ciencias físicas y naturales, la literatura, el pensamiento, las artes plásticas, la actividad musical, los deportes, las diversiones y la vida cotidiana.
El proyecto de investigación dedicado al Siglo XX Venezolano está bajo la coordinación general de Elías Pino Iturrieta, quien es presidente ejecutivo de la Fundación para la Cultura Urbana, historiador, profesor, investigador e Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia.
Para la concreción de este proyecto, Pino Iturrieta ha convocado a diversos especialistas a participar. Cada volumen cuenta con un coordinador experto en el área de trabajo y seis investigadores que producen sus respectivos capítulos, en un esfuerzo colectivo y de diversas miradas.
El Siglo XX Venezolano es un aporte esencial al archivo y la memoria del país, una herramienta para los investigadores y una contribución a la necesaria formación ciudadana.
Presidente vitalicio: Rafael Cadenas
Presidente ejecutivo: Elías Pino Iturrieta
Junta directiva
Herman Sifontes Tovar
Gabriel Osío Zamora
Miguel Osío Zamora
Ernesto Rangel Aguilera
Juan Carlos Carvallo
Jesús Quintero Yamín
Twitter: @culturaurbana
Instagram: @culturaurbanaoficial_
Facebook: Fundación para la Cultura Urbana
Coordinador general: Elías Pino Iturrieta
La arquitectura en el siglo XX venezolano
© 2022 Fundación para la Cultura Urbana
ISBN: 978-84-126031-2-5
Producción editorial: Diajanida Hernández
Diseño y concepto gráfico: Lucas García
Corrección de textos: Teresa Casique
Fotografías: Archivo Fotografía Urbana
Imagen de portada: Antiguo edificio Creole, urbanización Los Chaguaramos, Caracas.
© Archivo Fotografía Urbana.
Primera edición: Caracas, agosto 2022
04. La arquitectura en el siglo XX venezolano
Lorenzo González Casas (coordinador)
Azier Calvo Albizu
Henry Vicente Garrido
Nancy Dembo
María Elena Hobaica
José Enrique Blondet Serfaty
Lorenzo González Casas
Orlando Marín Castañeda
Nelly Del Castillo Loreto
Índice
Introducción
La representación arquitectónica del país durante el siglo XX: episodios, búsquedas, debates y logros
La arquitectura venezolana del siglo XX en proceso de apertura. Estratos petroleros y travesías de ida y vuelta
Formas constructivas del siglo XX en la arquitectura venezolana
Paisaje del paisajismo venezolano del siglo XX
La transformación disciplinar de la arquitectura en Venezuela durante el siglo XX
El patrimonio arquitectónico durante el siglo XX. Perspectiva, gestión y cambio
Bibliografía general
Índice de cuadros, figuras y gráficos
Introducción
El búho de Minerva inicia su vuelo al caer el crepúsculo.
G. W. F. Hegel, Filosofía del Derecho, 1820.
Podemos vivir sin [la arquitectura], podemos adorar sin ella, pero no podemos recordar sin ella.
John Ruskin, Las siete lámparas de la arquitectura, 1849.
Trozos del pasado
Asomarse, en vuelo de poniente a naciente, a la avenida Monumental, que luego fue la avenida Bolívar y Parque Vargas, a la espera de nuevas denominaciones e intervenciones, permitiría tener una vista panorámica de la historia de buena parte de la edilicia del siglo XX venezolano o, al menos, caraqueño.
Como encarnación contemporánea del ángel de la historia imaginado por Walter Benjamin¹, quien en su recorrido en retroceso hacia el futuro ve acumularse ante sí los escombros del transcurrir humano, el observador tendría ante sí las partes de un inmenso trasatlántico que nos llevaría a la modernidad antes de encallar en la colina de El Calvario. En la proa, el conjunto de El Silencio, seguido a continuación por las torres del Centro Simón Bolívar y, al fondo, lo que va quedando de Parque Central, por solamente mencionar tres de las piezas emanadas de aquel corredor de talla XL que el equipo de Rotival propuso en el Plan Monumental de 1939.
En ese movimiento imaginario, cada quien pudiera narrar a su manera la forma en que los sueños, aspiraciones y pequeñeces humanas del siglo XX se fueron materializando en hechos arquitectónicos, remanentes edificados de los afanes humanos. Y el producto sería, muy posiblemente, un museo de arquitectura más interesante que el Musarq, creado en el siglo XXI en la misma avenida.
Y es que la arquitectura del siglo XX venezolano, no solamente la de ese corredor caraqueño, constituye el marco y la memoria espacial tanto de las instituciones como de las aspiraciones, creencias y hábitos de una época relativamente cercana que, a ratos, luce como parte de un pasado distante; tanto han cambiado las cosas en el nuevo siglo. Esos sueños, convertidos en cemento y acero, cambiaron la fábrica urbana y la vida cotidiana de los venezolanos, siguiendo un proyecto de modernización cuyos rasgos fueron la voluntad de dominio sobre la naturaleza, la razón funcional, la abstracción y la universalización de las mejoras para la humanidad contenidas en el positivismo y en las «buenas intenciones» de la arquitectura moderna².
Intenciones que permeaban un mundo que buscaba ser más eficiente, económico e higiénico, destinado a las masas humanas que necesitaban acomodo en las grandes ciudades. En el caso venezolano, a estas motivaciones se sumaba la vergüenza o angustia de las élites por vivir en el subdesarrollo. Construir era una forma de salir, o representar la salida, de esa condición de atraso. Fue una enorme tarea colectiva y en no pocas ocasiones las soluciones vinieron teñidas de las exageraciones fáusticas y suntuarias de un Estado promotor desarrollista.
Una nueva condición: la modernidad arquitectónica venezolana
La nueva condición venezolana, que se aparta de las normas y formas de los siglos anteriores, amparada en el petróleo, corresponde a lo que en términos generales se ha denominado la modernidad, una experiencia humana que surge a partir de los fundamentos de la razón ilustrada y los avances técnicos y científicos derivados de la Revolución Industrial. Ello expresado en un proceso dialéctico entre la modernización social y el modernismo cultural, como argumentara Marshall Berman³.
Ese nuevo proyecto global de la sociedad occidental, que para el influyente filósofo Jürgen Habermas permanece inacabado⁴, estableció, especialmente en el contexto metropolitano, nuevos discursos y prácticas arquitectónicas en sus dimensiones vitruvianas de la estabilidad, la utilidad y la estética. Así, fueron notables los cambios en los sistemas constructivos en una era de reproducibilidad técnica, la aparición de distintos usos, escalas y tipos edilicios, y también nuevos repertorios formales y espaciales, con novedosos colores, texturas, ritmos, asimetrías y ausencia de ornamento. Todo ello con amplio impacto en la formación y los procesos creativos de arquitectos y urbanistas⁵.
La nueva arquitectura era visualmente más ligera y transparente que las precedentes, y especialmente dinámica, en contraste con la condición más estática de las edificaciones del siglo XIX, pensadas más para la contemplación que para el movimiento del observador, predicado por el cubismo y el futurismo en las artes visuales. No en balde, ese «paseo arquitectónico» dio origen a la que se considera una de las obras emblemáticas del siglo XX: la Villa Savoye, de Le Corbusier. Construida en 1929, su esquema general deriva de un movimiento de giro de un automóvil en el nivel de acceso, bajo el edificio, hasta llegar al puesto de estacionamiento. Ahora el conductor o pasajero puede seguir su desplazamiento por la casa a través de una rampa continua que llega hasta el nivel de la terraza, atravesando toda la caja permeable de lo que trató de ser una vivienda y se convirtió en un museo.
Esas intenciones de fluidez espacial, que encuentran ejemplos paradigmáticos en obras como el Museo Guggenheim de Nueva York o en el Helicoide de Caracas, fueron apropiadas por la arquitectura de Brasil, incluyendo formas sinuosas dentro del repertorio formal. Pero, además, la arquitectura moderna no solamente colocaba estructuras completas en movimiento virtual sino que pasaba a ser sinónimo de las fuerzas modernizadoras brasileñas, como expresaba el presidente Juscelino Kubitschek, principal impulsor de Brasilia, la nueva capital del país en la década de 1950:
Hace tiempo soy consciente de que la arquitectura moderna en Brasil es más que una mera tendencia estética y, sobre todo, más que la proyección de un movimiento universal en nuestra cultura. De hecho, ella ha puesto a nuestro servicio los medios para encontrar la mejor solución posible a nuestros problemas urbanísticos y habitacionales, una solución que tiene muy en cuenta el clima y el paisaje. Es, además, una fuerte expresión afirmativa de nuestra cultura, quizás la expresión más precisa y original de la inteligencia creativa del Brasil moderno⁶.
El entusiasmo del líder brasileño con la arquitectura moderna tuvo su paralelo en la Venezuela de esa centuria, cuando las ideas y prácticas de la modernidad supusieron una reformulación profunda de la epistemología, didáctica y ejercicio profesional. No sería exagerado decir que si bien el XX es el siglo del petróleo en Venezuela, de la modernidad y la gran ciudad, también lo es de una nueva tradición disciplinar en arquitectura. Una disciplina en tensión entre lo permanente y lo transitorio, que buscaba dar respuestas a los elementos fundantes de esos cien años venezolanos identificados por Sandra Pinardi como la promesa de la modernidad, la cultura de puerto y el vacío de un territorio en busca de estructura⁷.
Las respuestas a los retos de esa nueva condición, acompañadas con una amplia cosecha de realizaciones en todo el país, tuvieron al tractor, y también a la mezcladora de cemento, como símbolos del cambio. Nuevas ciudades y suburbios establecieron un paisaje marcado por rascacielos y autopistas, en manos de arquitectos e ingenieros viales. Siguiendo la agenda contenida en el lema de Le Corbusier «arquitectura o revolución»⁸, cada proyecto de construcción se percibía como una palanca para el desarrollo y una contribución puntual a la imagen del país deseado, convirtiéndose en eficientes dispositivos para propagar estándares internacionales de pensamiento y conducta, recogidos en noticieros internacionales de la época, como Pathé News, con similar admiración a la que muestran los medios actuales por los prodigios arquitectónicos y urbanísticos asiáticos.
De esta manera, la arquitectura se introdujo en la agenda cotidiana del país haciéndose una necesidad del desarrollo y un objeto de orgullo. Pérez Jiménez dijo en una oportunidad: «Vamos a colocar la libertad sobre bloques de concreto y un montón de libros. Seremos una nación admirada y respetada por todos»⁹. El régimen que encabezó, más sobre bloques de concreto que sobre libertades y libros, fue la fase que mejor expresa el vínculo ideológico entre edificación y desarrollo: las fechas en que se anunciaban los programas de obras públicas y la inauguración de las mismas, eran muestras, tal vez fetiches, de optimismo sociopolítico y, por consiguiente, se declaraban de fiesta nacional.
Claves dialécticas de la modernidad arquitectónica venezolana
Este libro trae a la palestra aspectos esenciales del debate arquitectónico, con las inevitables comparaciones entre el ayer y el ahora; entre aquella búsqueda existencial de la Arcadia y el país del siglo XXI. Para ello se ha podido contar con un grupo de académicos con destacada experiencia y reconocimiento.
Hemos buscado desde el primer momento una puesta en escena tejiendo en pares, pudiera decirse dialécticos o comparativos, los seis capítulos del volumen. De esta manera, se presenta un contraste entre tres pares de asuntos que entendemos de importancia para la comprensión de la arquitectura venezolana del siglo XX y sus complejidades: de la búsqueda de un lenguaje propio a la importación de ideas y personalidades; de la metáfora mecánica de la técnica y la industria a la metáfora orgánica del paisaje natural y de la disciplina del hacer nuevo a la disciplina de la conservación patrimonial.
Todo ello sin impedir que cada uno de los colaboradores elabore su propia agenda y cronología, basadas en valiosas investigaciones y publicaciones, permitiendo también a los lectores constatar las características multidimensionales del desarrollo de la arquitectura en Venezuela y, además, el análisis de cada ensayo como pieza independiente, contentiva de sustantiva información sobre los temas abordados.
Entre lo local y lo global: identidad y arquitectura sin fronteras
El siglo XX fue una era inédita de globalización de la arquitectura; la idea de lo moderno viajó por todo el planeta, apoyada por unos medios de masas de creciente cobertura. Apareció así el llamado «Estilo Internacional», una serie de expresiones arquitectónicas surgidas en abierto contraste con las raíces y tradiciones de cada lugar, las cuales eran obliteradas por las nuevas fuerzas metropolitanas. Ante la entronización de tales corrientes homogeneizadoras en toda geografía, se pusieron de manifiesto tres tipos de respuesta: la aceptación acrítica que las entendía como manifestaciones de avance de la sociedad, el abierto rechazo a algo que se asumía como formas de colonización y la búsqueda de alguna suerte de síntesis o acomodo con algo que se veía como inevitable. Esta última posición obtuvo calificaciones como «modernidad apropiada» y «regionalismo crítico», y con ello se significaba que esos patrones importados podían ser domesticados y hacerse parte de los contextos existentes, bien sea los naturales o los construidos. Al respecto, en el inicio de la colección, dos miradas escrutan el rol desempeñado por la arquitectura, bien basándose en legados tradicionales, en formas importadas o en sus distintas combinaciones.
El primer artículo corresponde a Azier Calvo Albizu, quien ofrece una mirada amplia, consecuente con la responsabilidad de dar comienzo a las contribuciones del volumen, mediante un inventario de autores, obras y tendencias que estimamos valioso y útil tanto para los lectores iniciados como para los no iniciados en el estudio de la arquitectura y su historia. Su trabajo trata un aspecto que ha sido un punto de discusión con respecto a la arquitectura moderna: la búsqueda de valores propios en contraste con propuestas de vasta difusión internacional que operaban a modo de un zeitgeist edilicio, un espíritu del tiempo que se extendía por todo el orbe. En este sentido, el ensayo establece relaciones significativas entre la arquitectura y otras manifestaciones culturales afectadas por similares inquietudes, e incorpora elementos de la iconografía de las artes visuales así como consideraciones antropológicas y sociológicas.
El texto está parcialmente basado en la investigación doctoral de Calvo Albizu, luego publicada, sobre las manifestaciones identitarias como problema en arquitectura¹⁰. Lo relativo a la representación surge como asunto central en el arte y la cultura, un tema muy sugerente, pues una persona o grupo manifiesta, a través de hechos construidos, lo que quiere ser o, más posiblemente, la forma en que desea que los demás le vean. Eso en arquitectura es fundamental y es propio de las relaciones con el poder, al tornarse la edilicia en algo emblemático de una sociedad y del prestigio de sus promotores.
Un asunto que siempre está presente en esta disciplina tiene que ver con la interpretación que el público hace de los objetos con fines de sentir identidad y pertenencia a una determinada comunidad. Un tema peliagudo, pues, como observa Calvo Albizu, está asociado a costumbres y familiaridades que no dependen tanto del estilo del objeto como de costumbres y de aspectos inconscientes. En tal sentido, dice Richard Sennett: «La identidad más fuerte es la que se tiene sin conciencia de tenerla, la que corresponde simplemente a lo que se es. En otras palabras, uno es más uno mismo cuando menos conciencia tiene de serlo»¹¹.
Para contextualizar ese problema de identidades y representaciones en el tiempo, conscientes o no, el texto presenta el tema del «carácter» de la obra arquitectónica que acompañó los escritos en el siglo XIX, cuando se colocó como estandarte del programa de obras públicas de los gobiernos de Guzmán Blanco. El carácter en arquitectura sirve como un hilván que teje similitudes y diferencias entre dos tiempos históricos, pues en el siglo XX esa noción se tradujo, de manera más simplista o directa, como la relación entre forma y función; el programa o destino del edificio supuestamente dominaba sobre su configuración. Por supuesto, esta dotación o infusión de carácter arquitectónico sigue siendo tan esquiva hoy como lo fue en el pasado.
Pasa entonces el autor a pensar lo nacional venezolano en arquitectura. Es importante acotar que la difusión del modernismo internacional y la cosmopolitización del país provocaron respuestas de afianzamiento del nacionalismo y el criollismo en diversas dimensiones de nuestra cultura. Así lo explicaba en la década de los cincuenta Mariano Picón-Salas: «La palabra tradición
está resonando con patética insistencia en un momento curioso de la historia nacional cuando Venezuela experimenta los mayores cambios materiales, e inmigrantes que ya empiezan a contarse por centenas de miles...»¹².
Este interés por el pasado condujo a la documentación de las tradiciones y manifestaciones culturales. Ello en combinación con el nacionalismo, que fue en muchos países una «filosofía de identidad convertida en una pasión colectivamente organizada»¹³. No es sorprendente entonces que hayan surgido soportes gubernamentales y privados a manifestaciones artísticas y arquitectónicas como «retablos de maravillas». Y también la extensión del horizonte de la pasión hacia el pasado precolombino, con la presencia de este ingrediente en muchas de las obras de la modernidad arquitectónica venezolana¹⁴.
No obstante, el foco estuvo en la herencia arquitectónica española, en manifestaciones neohispanas o neocoloniales que, como bien señala, se «infiltraron» desde los Estados Unidos a partir de la segunda década del siglo, en continuidad con las tendencias de la arquitectura del eclecticismo y del sincretismo decimonónico en el mundo de la cultura. Basada principalmente en el «estilo misión» de California y la arquitectura del sur estadounidense en zonas originalmente ocupadas por los españoles, los profesionales nacionales y extranjeros acudieron a las cubiertas de tejas y otros aditamentos para recordar, en edificaciones modernas, el pasado colonial. Y ello ocurría incluso en obras realizadas por capitales y proyectistas extranjeros, como fue el caso de «nuestro» hotel Ávila en Caracas que, con sus banderas de Venezuela y los Estados Unidos a la entrada, era un edificio con doble nacionalidad, algo que se anticipa a tal derecho ciudadano en el país, apenas adquirido en los últimos días del siglo XX.
El texto de Calvo Albizu resalta las intervenciones de Carlos Raúl Villanueva en El Silencio y la Ciudad Universitaria como paradigmas de esas respuestas contemporáneas a las condiciones y tradiciones locales, tanto en el uso de imágenes derivadas del pasado constructivo como en el tratamiento de la luz y las condiciones climáticas del país. Se argumenta que el período que va de 1941 a 1958, cuando los ejemplos anteriores fueron proyectados y construidos, fue el de mayor productividad arquitectónica en el país, lo que es consistente con la tendencia general de nuestra historiografía, la cual ubica en esos cuatro lustros el nodo principal de la arquitectura moderna venezolana.
Yo anotaría que si bien es cierto que la capital del país se convirtió en epicentro de las inversiones públicas y privadas, en un boom constructivo sin precedentes, también es cierto que los logros formales estaban acompañados por la censura y la represión, como expresa Elisa Lerner:
En este ir y venir volvemos a los cincuenta, cuando el país fue dirigido por un pequeño déspota imperioso, de formación militar. Decía gobernar a nombre del ejército, pero su vocación verdadera era la de maestro de obras. Por encima de todo, su religión era el cemento. Lo que sucedió es que ese cemento enorme en que se convirtió el país, de crónica manera, se ensangrentó con sangre de venezolanos¹⁵.
Por otra parte, se subestiman a veces los logros edilicios del período democrático, cuando apareció en escena un alto número de profesionales formados en las escuelas de Arquitectura del país. En tal sentido, Calvo Albizu observa la cantidad y variedad de tendencias eclécticas, técnicas, funcionales e ideológicas presentes en las décadas finales del siglo XX. Y explica que estas últimas oscilaban entre el discurso marxista y el de la autonomía disciplinar, enfoque que también dominó la crítica arquitectónica latinoamericana al cierre de la década de 1960.
El autor finaliza ese ambicioso y sumamente ilustrativo recorrido por la arquitectura del siglo XX con un reconocimiento del proceso acumulativo de los hechos arquitectónicos, sumando al legado de las décadas fundamentales de mediados del siglo aquellas obras producidas en el período democrático. Destaca algunas fundamentales realizadas en ese lapso de la democracia representativa como el Pabellón de Venezuela para la Expo de Montreal, de Villanueva; la nueva sede del Banco Central de Venezuela en Caracas, de Tomás Sanabria, y la sede de la Corporación Venezolana de Guayana en Puerto Ordaz, de Jesús Tenreiro. Estas edificaciones, si bien provienen de encargos del sector público, son expresión heterogénea de una identidad arquitectónica nacional y, yo agregaría, de las posibilidades del pluralismo democrático, con las oportunidades abiertas a los profesionales locales, un poco menos condicionadas que antaño por los caprichos del poder.
Sigue en el orden el trabajo de Henry Vicente Garrido. Como ocurre con otras piezas de la historiografía de nuestro siglo XX, el petróleo es el personaje principal en este ensayo. Aquí el investigador subraya la influencia del oro negro en la edilicia local, bien en hechos directamente construidos o inducidos por la industria petrolera, en tanto instrumento generador de recursos para la importación de la modernidad por vía de la arquitectura. El período petrolero se entiende en este apartado como un paréntesis que surge entre los inicios de los siglos XX y XXI, algo que nos hace recordar postulados de la teoría cíclica de la historia¹⁶. Esta mirada resulta, a decir lo menos, inquietante.
El autor analiza el urbanismo y la arquitectura producidos por las empresas trasnacionales del petróleo con la creación de campos, campamentos, colonias, sedes corporativas y distritos petroleros en el país; usa la imagen de la tienda de campaña como situación social y espacial de las actividades iniciales de la industria en manos de corporaciones extranjeras, algo que gradualmente fue dando paso a una cantidad y variedad de espacios poco usuales en la tradición constructiva venezolana que se fueron haciendo permanentes.
Subraya Vicente Garrido que un aspecto clave de la internacionalización de la arquitectura fue la llegada de profesionales, técnicos y obreros extranjeros, en especial de los Estados Unidos y Europa, algo que se complementa con la de latinoamericanos posteriormente. Y observa que la importación de ideas incluye el arribo de venezolanos egresados de centros de estudios en el exterior, como sería el caso del propio Carlos Raúl Villanueva, quien llega al país en 1928 procedente de la Escuela de Bellas Artes de París, para salir de nuevo y regresar a los 29 años de edad. Y por supuesto, la entrada masiva de profesionales, técnicos e ingenieros provenientes de infinidad de lugares, sobre todo de España luego de la Guerra Civil, un tema que el autor ha elaborado como parte de su investigación doctoral¹⁷.
A partir de allí comienza una serie de episodios en la que surge, como en un documental, un grupo numeroso de personajes, entre ellos, Manuel Mujica Millán y varios de los arquitectos del exilio español, a saber: Rafael Bergamín, Miguel Salvador, José Lino Vaamonde, Félix Candela y Josep Lluís Sert, entre otros. También algunos profesionales de origen distinto se suman a este elenco; algunos de ellos son: Angelo De Sapio, Emile Vestuti, Gio Ponti, Graziano Gasparini, Juan Pedro Posani, Federico Beckhoff, Klaus Heufer, Klaus Peter Jebens, Dirk Bornhorst, Pedro Neuberger, Dietrich Kunckel, Richard Neutra, Jan Gorecki, Leszek Zawisza, Roberto Burle Marx, Fernando Tábora, José Miguel Galia, Álvaro Coto, Guillermo Shelley, José Gabriel Loperena, Julio Volante, Arturo Kan, Jacques Lambert, Hakon Ahlberg, John Stoddart, Roger Halle, Donald Hatch, Arthur Froelich y Lathrop Douglas. Y, no menos importante, firmas corporativas norteamericanas como Skidmore, Owings & Merrill, Holabird, Root & Burgee y Fouilhoux, Harrison & Abramovitz¹⁸.
Ante esta verdadera avalancha de presencias extranjeras —y aún hay que añadir el impacto de los aspectos divulgativos de revistas y publicaciones y la mejora de las comunicaciones con el mundo— ocurre un proceso de internacionalización de la arquitectura venezolana. Pero la misma no sucede solamente de afuera hacia adentro, sino también de adentro hacia afuera. Un buen ejemplo es el de los pabellones venezolanos en las ferias mundiales, algo que también es mencionado por Calvo Albizu en su trabajo. De ahí las constantes referencias en revistas foráneas de lo que pasaba aquí, llamando la atención de propios y extraños. Adicionalmente, el artículo explora una serie de reconocimientos internacionales que recibió la arquitectura de Venezuela mostrando el nivel, equiparable al de otras naciones, que la profesión había alcanzado en el país.
El autor concluye con una revisión de programas arquitectónicos y urbanísticos finiseculares, dando cuenta de su importancia e interrupción, con la modernidad de la disciplina debatiéndose entre la realidad y la ficción de una nación petrolera.
Artificio y naturaleza: mundos de la técnica y del paisaje
Los siguientes dos artículos presentan perspectivas que sugieren, a mi entender, la contraposición de las metáforas mecánica y orgánica en la arquitectura moderna: el texto de Nancy Dembo y María Elena Hobaica investiga la génesis y evolución de los nuevos materiales y sistemas constructivos en el país, mientras que el de José Enrique Blondet coloca su mirada sobre el tema del paisajismo en arquitectura.
El mundo metropolitano que se anuncia desde mediados del siglo XIX se hace realidad en las