Con el derrumbe de la Unión Soviética, algunas de las que fueron repúblicas socialistas del vasto imperio heredado de la época de los zares atravesaron un periodo de inestabilidad política y social. En el caso de Chechenia, territorio situado al norte del Cáucaso, rico en petróleo y de mayoría musulmana, la tensión subió varios grados de intensidad hasta desembocar en una guerra abierta entre los partidarios de la independencia y los defensores del concepto de una Gran Rusia que se negaba a perder su imperio.
LOS CHECHENOS
La historia de Chechenia ha sido un tanto convulsa y desde el siglo XIX se consolidó una corriente interna que luchó por separarse de la Rusia zarista. Al principio de la década de 1990, con la Unión Soviética al borde del colapso, los representantes de este movimiento consideraron que había llegado el momento. Llevados por la impaciencia, proclamaron la independencia de Chechenia en noviembre de 1991, un mes antes de que la Cámara de las Repúblicas del Sóviet Supremo soviético declarase el fin de la URSS al ratificar el Tratado de la Comunidad de Estados Independientes. Con este gesto parecía que los chechenos habían adquirido definitivamente su independencia, pero no todo iba a resultar tan fácil como parecía en un principio.
Rusia no se resignó a perder un territorio de alto valor estratégico y rico en materias primas y, en diciembre del año 1994, sus fuerzas armadas lanzaron una invasión en toda regla para recuperar Chechenia. Los combates se centraron en Grozni, la capital, que después de quedar literalmente arrasada fue tomada por las fuerzas rusas con un alto coste en vidas y material bélico. Sin embargo, las fuerzas enviadas por el Kremlin no consiguieron hacerse con el control del resto del país y el elevado número de bajas obligó a Borís Yeltsin, entonces presidente de la Federación de Rusia, a ordenar un alto el fuego unilateral, corroborado por la retirada de tropas y el inicio de conversaciones de paz.
Se calcula que la guerra