Mitos y representaciones
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Mitos y representaciones - Irma Estela Guerra Marquez
Las sugestivas representaciones del pasado. Una breve presentación editorial
Lina Mercedes Cruz Lira
Irma Estela Guerra Márquez
El libro que tiene en sus manos amable lector, surgió gracias al diálogo que se abrió entre dos Cuerpos Académicos (CA), el primero, Cultura y Sociedad (UDG-CA-731) adscrito al Centro Universitario de los Lagos de la Universidad de Guadalajara, el segundo, Estudios Interdisciplinarios sobre la Cultura (UGTO-CA-177) de la Universidad de Guanajuato, ambos reconocidos por el Programa para el Desarrollo Profesional Docente, para el Tipo Superior (PRODEP), como Cuerpos Académicos en Consolidación.
El interés de sus integrantes por el análisis del imaginario simbólico que está presente en cualquier manifestación cultural dio pie al intercambio de opiniones e ideas en un seminario en el cual surgió la propuesta de reunir estos textos.
Se tomaron como punto de partida dos conceptos: mito y representación, que fueron centrales para reflexionar desde diferentes líneas de investigación de las Ciencias Sociales y Humanidades sobre problemáticas y temporalidades diversas.
El pensamiento mítico ha acompañado a la humanidad a lo largo de su historia y se podría decir que ha sido una forma de acercarse al conocimiento, a la comprensión del mundo. No obstante, algunas acepciones que se le han otorgado a este concepto y la banalidad de su uso han acrecentado la complejidad que encierra pues eso lo desvincula de lo que en realidad significa.
En esta obra el lector podrá constatar que ciertos usos y costumbres de diferente época reflejan elementos míticos propios de una comunidad y que las convenciones sociales están inscritas dentro de una historicidad. Como podrán darse cuenta, pueden considerarse como una fuente para los estudios históricos ya que su adecuada interpretación nos permitirá conocer el medio en el cual se elaboraron.
Las representaciones del pasado son muy sugestivas y su análisis permite ampliar la perspectiva desde la cual se observa algún hecho histórico y, por ende, profundizar en su comprensión. Eso se puede advertir en cada uno de los textos reunidos en esta obra colectiva.
Ahora bien, los capítulos de este libro se han organizado siguiendo un orden cronológico y tratando de establecer algunas afinidades temáticas y disciplinares. Los dos primeros reflexionan sobre el cuerpo; los siguientes dos sobre la religión; los otros dos giran en torno a la cultura y el arte y los últimos sobre arquitectura y espacios urbanos.
Ninguno de los temas tratados es ajeno a la sociedad actual, como bien lo demuestra Juan Pío Martínez en el detallado análisis que hace de la obesidad, una condición corporal que apenas en la segunda mitad del siglo XX fue considerada como un problema de salud pública pero cuyo origen se remonta hasta la prehistoria. Con una perspectiva interdisciplinaria y diacrónica de largo alcance da cuenta de la complejidad del estudio de la obesidad debido a sus disímiles representaciones históricas y a los diversos factores sociopolíticos y económicos implicados.
Los siguientes capítulos analizan las raíces profundas de la religión católica. En el primero Lina Mercedes Cruz Lira ofrece información sobre las crónicas religiosas que se escribieron sobre la imagen de la Virgen de San Juan de los Lagos a partir de la del jesuita Francisco de Florencia de 1694 en la que aparece el español Gerónimo de Arrona como mayordomo y testigo del primer milagro. Sin embargo, al contrastar este impreso con el testamento de ese personaje y el codicilo posterior llamó la atención de la investigadora la indiferencia ante la imagen taumaturga y la poca importancia que para él representaba ese asunto. Su sagacidad la llevó a inferir que la mención de Arrona fue un recurso utilizado como símbolo representativo de estatus y prestigio social para validar la presencia de españoles en San Juan y su derecho sobre la custodia de la imagen. Alejandro Mercado Villalobos analiza las formas de conmemoración colectiva en los festejos sociales que se realizaban en los espacios públicos y religiosos de las ciudades de León y Guanajuato porfirianas. Como se puede ver, este investigador ha centrado su atención en la música, tanto en audiciones como en serenatas o en bailes públicos; en la música de tono laico o religioso. En esta última, ahonda con sumo interés en subrayar el peso de los valores determinados por los sectores dominantes.
Morelos Torres Aguilar analiza las actividades culturales que realizaron instituciones, intelectuales y artistas de Guanajuato en la primera década del siglo XX y que pudo conocer gracias al registro y lectura de la prensa de la época. En este excelente trabajo subraya la importancia de aprovechar este acervo hemerográfico que no había sido utilizado antes y que muestra la relevancia social que tenían los temas culturales en aquella época; el impacto de la novela de folletín y el gusto por la poesía de diferentes tendencias, así como la circulación de ideas que se establecía con escritores de otros lugares; también los inicios del cine en diferentes poblaciones de guanajuatenses. En una ciudad de Jalisco, pero muy cercana a León, Guanajuato, también se realizaron actividades culturales en esta época que pueden conocerse mediante el estudio de material hemerográfico y bibliográfico. Irma Estela Guerra Márquez nos ofrece algunos comentarios sobre la investigación que realizó acerca de un grupo literario que se formó en Lagos de Moreno, Jalisco, en la primera década del siglo XX. Al analizar algunas representaciones simbólicas de tres de los escritores y al exponer algunos detalles sobre la propuesta estética de esta asociación literaria demuestra que ellos le dieron un sentido nuevo y original al tema de la provincia mediante un tratamiento literario; se trata de otro
modernismo que quedó totalmente marginado en la historiografía literaria nacional.
Los últimos dos capítulos nos ofrecen algunas reflexiones que parten del estudio de la arquitectura como representación cultural y del preponderante papel que juega en la construcción simbólica de la identidad social. Carlota Laura Meneses Sánchez describe algunos aspectos sociales y económicos de la ciudad de León, Guanajuato, en la época del Porfiriato, y las costumbres de ciertos grupos sociales para centrarse después en la casa de la familia Madrazo Arcocha, un espacio habitacional donde se realizaron diferentes actividades sociales, culturales y políticas y que fue cambiando de uso a lo largo del siglo XX. Y en su estudio sobre el centro histórico de la ciudad de Guanajuato, José de Jesús Cordero Domínguez cuestiona la intervención de las autoridades para que toda la sociedad pueda disfrutar de ese espacio urbano. Para tratar de encontrar una respuesta parte de dos mitos; el primero, el de las calles y los túneles de esta ciudad, y el segundo, la celebración de actividades culturales y artísticas que se organizan a lo largo del año. Al final, su interesante trabajo muestra cómo en ese espacio están presentes la marginación y los privilegios de algunos asistentes, tanto oriundos del lugar como turistas.
Para comprender el sentido profundo de todos los símbolos y mitos en general no debemos dejar que la imagen que presentan se evapore en meras abstracciones conceptuales que los alejan de nuestra vida cotidiana. Solamente entrando al mundo del que surgieron podemos acceder a su verdadero significado. Cada uno de los textos aquí reunidos nos sugiere y nos demuestra que existen diversas metodologías y perspectivas para hacerlo.
Agradecemos al Centro Universitario de los Lagos de la Universidad de Guadalajara el apoyo para publicar este libro con la calidad que caracteriza a su sello editorial.
De la belleza y el poder a la ignominia. La obesidad desde la prehistoria hasta la actualidad
Juan Pío Martínez
Universidad de Guadalajara/CULagos
Actualmente se reconoce a la obesidad como un problema de salud pública en el llamado mundo occidental, pero no siempre ha sido así. De hecho, parece necesario diferenciar entre gordura y obesidad,¹ ubicando a esta última como un fenómeno propio del capitalismo y del desarrollo de una industria alimentaria que llevó la gordura a los extremos que tanto alarman a los sistemas sanitarios de las naciones occidentales y occidentalizadas. No es que los cuerpos gruesos hayan pasado desapercibidos tanto para la sociedad en general como para los médicos en tiempos pasados, pero la recurrencia del problema en términos estadísticos y en las proporciones de tales cuerpos no alcanzó en otras épocas las dimensiones que se han presentado desde la segunda mitad del siglo XX, por lo menos.² Dada la sinonimia utilizada en las fuentes consultadas, me refiero indistintamente a gordos y obesos, sin perder de vista la distinción ya hecha.
Aunque mi propio análisis se limita a revisar el estado de la cuestión que guarda el estudio de la obesidad, al enfocar dicho análisis en la explicación de las causas que la provocan y en las formas de representación que se ha hecho del fenómeno en cuestión, desde diversas disciplinas científicas como la historia, la psicología, la medicina y la antropología, es posible argumentar en el sentido señalado antes y en lo paradójico de algunos enfoques.
Las explicaciones sobre las causas que generan el problema en cuestión y las propuestas para resolverlo, por lo general no atienden las condiciones que lo agudizan. En ese sentido, planteo que es necesario diferenciar los niveles de gordura y de obesidad a lo largo de la historia y que es preciso prestar mayor atención a las condiciones socioeconómicas y culturales de la población que padece obesidad, antes que seguirla señalando como responsable directa de su condición obesa. Las cuestiones de género han sido dejadas de lado, y si acaso las menciono es sólo tangencialmente. Esto es así porque en sí mismo el caso de la percepción de la obesidad femenina implica un estudio aparte y porque de alguna manera la interpretación que aquí ofrezco trasciende las fronteras de género.
Empiezo mi propia argumentación con un breve repaso histórico que permite distinguir ese tránsito señalado en el título de este trabajo, el del paso de la obesidad considerada como símbolo de belleza y de representación del poder a ser considerada como algo ignominioso. Por cuestiones cronológicas debería comenzar desde la prehistoria, como también se señala en el título, pero por cuestiones metodológicas dejo ese periodo para el siguiente apartado, pues el análisis de la obesidad como un problema cuya explicación se remonta a la época prehistórica empezó hacia la segunda mitad del siglo XX. En el siguiente apartado entonces abordo las explicaciones científicas que se han ofrecido acerca de la obesidad. En un tercer apartado analizo las implicaciones sociales de la obesidad y el comportamiento de la población ante la misma, destacando en este aspecto el comportamiento contradictorio de actores provenientes del sector salud y psicológico. Finalmente, algo hay que decir del papel que desempeña el capitalismo y la industria alimentaria en la problemática aquí tratada, pues parto del supuesto de que más que de cuestiones volitivas, hay que aludir a políticas conductistas y afanes de lucro que trascienden la búsqueda de bienestar y salud de la población del llamado mundo occidental.
Representaciones históricas de la obesidad
En las enseñanzas de Kagemni, un chaty
o canciller
del faraón en turno de la época del llamado Imperio Medio Egipcio (c. 2000-1800 a.C.), se lee por primera vez una asociación de la glotonería con la obesidad y una condena y estigmatización del comer con exceso.³
Siglos después el médico griego Hipócrates fue uno de los primeros de la antigüedad clásica en referirse directamente a la obesidad. Según él, los obesos eran más propensos que los delgados a sufrir de una muerte súbita.⁴ Platón, por su parte, iba más allá de esa percepción, aun cuando sugería una dieta equilibrada y moderada para mantener la salud. De acuerdo al canon de belleza en Grecia, el cual se establecía mediante la proporción en las partes, para Platón la obesidad no tenía que ser considerada fea si era armoniosa, pues en la armonía se conjugaba un buen desarrollo espiritual e intelectual.⁵
De los médicos del periodo clásico el más influyente a lo largo de los siglos fue Galeno. En sus tiempos, la obesidad seguía siendo un problema de difícil interpretación, por lo que en su sistema el exceso de peso era considerado como algo producido por la acumulación de agua o de flema, lo que llevaba al problema de diferenciar entre la gordura y la hidropesía. Por lo tanto, el tratamiento que se recomendaba era el de la expulsión de humores, mediante purgantes o incisiones en el vientre. Durante muchos siglos se trató así las enfermedades, incluyendo a los obesos que habitualmente eran tratados con purgas y sangrías.⁶ Entre las aportaciones de Galeno hay que destacar su distinción entre dos tipos de obesidad, la moderada y la inmoderada. La primera considerada como natural y la segunda como mórbida. También importante fue su insistencia en la necesidad de atender lo que llamaba arte higiénico
, pues de ello dependía el mantener una buena salud. Incluso, si tomamos en cuenta el contexto de Galeno, resulta hasta cierto punto natural que relacionara la obesidad con un estilo de vida inadecuado y que le asignara al individuo un importante grado de culpabilidad y responsabilidad por su enfermedad.⁷ Sin embargo, como trataré de argumentar más adelante, esta última tesis, que sigue influyendo considerablemente en nuestros días, es necesario relativizarla en función del contexto histórico en el que ahora se aplica.
Sin duda la etapa más paradójica respecto a la representación de la obesidad, por la intervención del aspecto religioso versus el aspecto secular, se dio en la época medieval, y por extensión hasta finales del siglo XVIII —ya veremos después que lo paradójico a partir del siglo XIX involucra fundamentalmente el ámbito secular—.
Las invasiones bárbaras que dieron lugar a la caída del imperio romano en el siglo V, dieron lugar también a la imposición de un modelo de belleza y un símbolo del poder basado en la corpulencia del individuo. Sólo en aquellas personas que no pertenecían a la nobleza hacían mella observaciones como las de San Pablo, quien desde el siglo I criticaba a los enemigos de la cruz de Cristo por tener como dios a su barriga, o las críticas más contemporáneas a los inicios de la Edad Media como las de San Agustín en el siglo V y el papa San Gregorio I en el siglo VI, que incluyeron la glotonería entre los siete pecados capitales.⁸ A contrapelo de semejantes advertencias, la consideración del sobrepeso y la obesidad como símbolos de riqueza y prosperidad, y como canon de belleza reflejado en la pintura, continuó en el Renacimiento. Dado que la cuestión se planteaba como algo estético y no sanitario, incluso médicos como el francés Jean Liébault seguían viendo la obesidad más acorde con la belleza que la delgadez, pues ésta era considerada síntoma de enfermedad y signo de hambre y de pobreza. En el Barroco los artistas seguirían considerando lo gordo como algo bello, reflejo de poder y fuente de erotismo.⁹
Junto a la perspectiva dominante, durante el Renacimiento empezó a desarrollarse una tendencia a cuestionar la gordura de la gente simplona y popular. Y hasta cierto punto igual se cuestionaba la gordura de la aristocracia, como dejó de manifiesto el escritor, médico y humanista François Rabelais, quien en su obra Gargantúa y Pantagruel retrató al primero como un individuo con dieciocho papadas, un vientre descomunal y una complexión flemática. Lo interesante en todo caso es que ese rechazo a la gordura no respondía a un interés de fomentar la delgadez, pues está seguía siendo asociada a lo patológico, sino al interés de conseguir un equilibrio.¹⁰ Muy ilustrativo de esa situación es el testimonio del cortesano Luis Zapata de Chaves (1526-1595), quien dejó constancia de sus problemas de anorexia en su texto autobiográfico De supérfula groseça y gordura en las gentes
. Para Zapata de Chaves si todos los extremos son viciosos, el más temeroso y abominable es el de la demasiada gordura
, pues no sólo a la más hermosa mujer afea
y al más gentil hombre varón le desfigura
, sino que por lo mismo los convierte a ambos en motivo de escarnio de parte de todos los demás.¹¹
Si bien la interpretación que hace Xosé Ramón García Soto, el médico español que analiza el texto de Zapata Chaves, atinadamente pone el acento en las dos ideas centrales del discurso, a saber: que el cortesano acierta cuando afirma que la obesidad se produce por comer en exceso y llevar una vida ociosa
y que quien piense que no tiene remedio es un completo ignorante
, lo menos llamativo para nosotros es su diagnóstico de que Zapata Chaves sufría de dos posibles trastornos: ortorexia y anorexia. Nos resulta menos llamativo sólo porque dicho diagnóstico no entra en la problemática que nos proponemos desarrollar. Lo particularmente interesante para nuestros propósitos, es la confirmación de García Soto de que en el cortesano en cuestión no hay culto a la delgadez sino evitación de la gordura excesiva: Esto es coherente con el ideal corporal del renacimiento, que se deleitó en las formas llenas y robustas. El problema era el exceso de peso y grasa, no la corpulencia y gordura moderada, que suponían ventajas en el combate. Nótese que esta aparente moderación no evitó que desarrollase un comportamiento claramente anómalo.
¹²
La movilidad social que se había venido dando desde siglos anteriores, como resultado del surgimiento y consolidación de la burguesía, repercutió de manera importante en el siglo XVIII en la manera de apreciar la obesidad. Esta empezará a ser cuestionada, lo mismo que la identificación de la grasa en tanto que signo de riqueza. Como explica el historiador Massimo Montanari, el chascarrillo del campesino francés que decía si fuera rey, sólo bebería grasa
, empezó a perder sentido en un tiempo en que la grasa, como posesión material en forma de alimento pero también como posesión que se hallaba acumulada en el cuerpo, era bien vista en tanto que signo de belleza, de riqueza y de bienestar alimentario. La oposición al viejo orden en nombre de nuevas ideologías y nuevas hipótesis políticas de algunos grupos sociales, entre los que resaltaban sobre todo los burgueses, llevó a que se retomara el valor de la delgadez como modelo estético y cultural, porque representaba rapidez, productividad y eficiencia, lo cual se ajustaba perfectamente a los nuevos tiempos por venir.¹³ En ese contexto apareció un nuevo tipo de crítica social, en la que el gordo ya no es sólo el tipo burdo, miembro de las clases sociales bajas, sino que puede serlo cualquiera que resulte ser un personaje inútil, improductivo y privilegiado. De esa manera, la gordura es asociada con aquellos que tienen fortuna, con esos que engordaban con la sustancia que extraen a la viuda y al huérfano, mientras el pueblo muere de hambre
; de lo cual es testimonio el Cancionero histórico del siglo XVIII, de Émile Raunié.¹⁴
Sin embargo, tal actitud crítica era todavía insuficiente para eliminar la tendencia renacentista de apreciar la obesidad, la cual continuó manifestándose a lo largo del siglo XIX. Para entonces, si algún miembro de la población de bajos recursos presentaba obesidad extrema, corría el riesgo no sólo de ser visto como algo monstruoso, sino que por lo mismo podía ser exhibido como atracción en barracas de feria.¹⁵ En cambio, con los miembros de las clases acomodadas la cuestión era diferente. En ellos, la corpulencia seguía significando salud, prosperidad, honorabilidad.¹⁶ De la gordura razonable
se derivaba incluso el atribuirle a la persona que la portaba una respetabilidad apacible
, ya que se decía de un hombre gordo que ‘estaba —se comportaba— bien’, mientras que la delgadez sólo sugería la enfermedad (la consunción), la maldad o la ambición debocada
.¹⁷
La respetabilidad hasta principios del siglo XX se ganaba, de acuerdo al antropólogo Claude Fischler, porque la acumulación razonable de grasa era pensada en términos casi económicos, como un capital o un ahorro, una especie de augurio favorable sobre el patrimonio financiero de quien la llevaba. No obstante, nuevamente, como a finales del siglo XVIII, empezaron a cambiar progresivamente tales connotaciones, pues la obesidad se muestra cada vez más a menudo como manifestación del acaparamiento egoísta, en un contexto con frecuencia claramente político. La grasa aparece cada vez más no como una reserva de seguridad, signo de una gestión ahorrativa y razonada, sino como un abuso parasitario, una acumulación irrazonable y logrera, una retención perjudicial
. A partir del siglo XX, sigue Fischler, las grasas serán consideradas cada vez más como tejidos inútiles, sin función biológica particular. Esta concepción ‘parasitaria’ de la grasa se difundirá cada vez más en los años treinta y sobre todo después de la Segunda Guerra
.¹⁸
Así pues, desde los inicios del siglo XX había tenido lugar una inversión en cuanto a la composición social de la población obesa. Tras la exaltación de la delgadez como reflejo del éxito, el poder y otros atributos altamente valorados, y tras el surgimiento de las condiciones que le permitieron a la mayoría de la población de las sociedades industriales los medios y la oportunidad de estar gorda, las clases altas eligieron distinguirse de las clases trabajadoras adoptando un ideal de delgadez que, luego, sería imitado por las clases medias y bajas.
¹⁹ Mientras las clases altas desarrollaban una marcada obesofobia
, como se le conocerá tiempo después al rechazo de la grasa contenida tanto en los alimentos como en el cuerpo, las clases bajas se vieron cada vez más sometidas a un proceso de engordamiento, por decirlo así, fomentado por la creciente desigualdad económica y social, y por la forma en que se desarrolló la industria alimentaria, como veremos en el último apartado de este trabajo.
Esa inversión de la obesidad en las clases sociales ha llegado a un punto en que dicha condición es satanizada por una sociedad que actualmente se haya mediatizada por el culto al cuerpo. Considerando esa percepción, en diciembre de 2013 la revista progresista
Claves de la razón práctica editó un número con el título: El pecado del mundo: ¿hasta cuándo la glotonería de pocos y el hambre de tantos?
De acuerdo al doctor español en farmacia Francisco Javier Puerto Sarmiento, si bien se discute en ella parte del problema, que sería el de la desigualdad alimentaria, lo que debe señalarse es que la gordura no es cosa de sobrealimentados ricos, sino más bien de sobrealimentados pobres y si la glotonería es un pecado sería mejor dejarlo resolver al interior de las conciencias o de los confesionarios, no convertirlo en un pecado social que estigmatiza más aún a los gordos quienes, en las sociedades desarrolladas, no suelen ser los más ricos.
²⁰
El problema en ese sentido es algo más complejo aún, en la medida que involucra cuestiones culturales, sociales, económicas y científicas que no siempre encuentran los medios de coincidencia para proponer soluciones adecuadas. Por