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La utopía de una sociedad diferente
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Libro electrónico332 páginas4 horas

La utopía de una sociedad diferente

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La utopía (razón y sentimiento) de hacer realidad una sociedad diferente no busca adhesiones, busca ser el pretexto para la reflexión de cada uno.

El lector tiene ante sí una sencilla obra de opinión. Está integrada por una serie de reflexiones aparecidas, casi en su totalidad, en medios de comunicación social. La utopía (razón y sentimiento) de hacer realidad una sociedad diferente. No se buscan adhesiones, sino la reflexión al filo de la mía propia.

Las reflexiones que tienes en las manos son muy elementales, pero te pueden ayudar a pensar, a dudar, a inquietarte o perturbarte. Siempre buscan el que te atrevas a ser tú mismo. No dejes en manos de otro, de nadie, de ningún partido político, ni de ninguna confesión religiosa, tu concepción de la libertad y de la justicia. La garantía de esta libertad individual es esencial para construir el futuro. Se ha de conquistar cada día. Nadie la regala.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento13 mar 2017
ISBN9788491129806
La utopía de una sociedad diferente
Autor

GREGORIO DELGADO DEL RÍO

Gregorio Delgado del Río es natural de Los Villares (Soria). Se doctoró en Derecho canónico y civil en la Universidad de Navarra. Ha sido profesor de la Universidad de Navarra y catedrático de las universidades de Extremadura, Valencia y Baleares. Abogado civil y rotal, es socio fundador del bufete Delgado&Asociados. Entre sus publicaciones, cabe destacar: Error y matrimonio canónico, El matrimonio en forma religiosa, ¿El divorcio católico? Un sitio a la verdad, El proceso de nulidad de matrimonio, Otro matrimonioes posible, Desde lo femeninamente in/correcto, La custodia de los hijos. La guarda compartida: opción preferente, La investigación previa. La respuesta de la Iglesia al delito de abuso sexual, La santidad fingida. La utopía de una sociedad diferente. Asimismo, ha colaborado en diferentes revistas nacionales e internacionales relacionadas con su especialidad y en la prensa diaria El Mundo, Última Hora y Religión digital.org.

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    La utopía de una sociedad diferente - GREGORIO DELGADO DEL RÍO

    La utopía de una

    sociedad diferente

    filigrana

    La utopía de una sociedad diferente

    Primera edición: diciembre 2016

    ISBN: 9788491128502

    ISBN e-book: 9788491129806

    © del texto

    Gregorio Delgado del Río

    © de esta edición

    , 2017

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    La utopía de una

    sociedad diferente

    Gregorio Delgado del Río

    caligrama

    PRESENTACIÓN

    El lector tiene ante sí una sencilla obra de opinión. Está integrada por una serie de reflexiones -revisadas y complementadas- aparecidas casi en su totalidad en medios de comunicación social. No obstante su temática diferente, todos ellos obedecen -criterio que explica su agrupamiento-, a una misma preocupación personal. La utopía (razón y sentimiento) de hacer realidad una sociedad diferente. Al menos, de intentarlo. La esperanza de unir a este proyecto las fuerzas aisladas de muchos otros con similares preocupaciones y anhelos está en la base de la propuesta. No busco adhesiones sino la reflexión al filo de la mía propia.

    Tomo prestado de Javier Gomá el planteamiento inicial de una de sus últimas aportaciones (1). La cuestión, a mi entender, es o puede ser otra distinta. Efectivamente, la lucha del hombre occidental –en los tres últimos siglos- por su liberación individual ha sido titánica. Un nuevo yo moderno tomó conciencia de sus derechos y consiguió, en gran parte, la tutela y garantía de ellos. A través de este gran logro, organizó el ejercicio del poder político de un modo enteramente diferente. La tutela de tales derechos convirtió al naciente sistema democrático en un sistema ético (2). De esta manera, la sociedad occidental que hemos heredado no se parece en nada, desde esta perspectiva, a la del pasado y, por ello, hemos de sentirnos complacidos. El hombre moderno experimentó la felicidad de gobernarse a sí mismo en casi todos los ámbitos de la vida y de disfrutar de sus derechos y libertades en paz.

    Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. La realidad, que se ha instalado de hecho en el orden político, social y personal, ha ido transformándose con el tiempo. Lo lamentable y repudiable es que, después de haber descubierto, conquistado y disfrutado una nueva civilización, estamos volviendo en alguna medida a las andadas. La vulgaridad y la superficialidad actuales -como tónica general- de los individuos y, por tanto, del cuerpo social permiten al poder político –que otorgamos para nuestro interés- servirse a sí mismo. Es más, lo hace –a partir de nuestra estúpida complicidad- sin sonrojarse. La democracia está, en general, muy corrompida, no siempre sirve al interés ciudadano, está muy alejada de la ética (3), tolera la violación sibilina y, a veces, descarada de los derechos individuales, adultera las condiciones para que crezcan los valores democráticos, no garantiza una educación de calidad y no siempre es neutral respecto a las opciones individuales más trascendentes. En ese hábitat, la persona humana no acaba de centrarse y priorizar los esfuerzos, que le lleven a sentirse bien consigo misma.

    Se podría abundar aún más en los muchos males del actual sistema democrático occidental. Se podría subrayar cómo la sociedad ha derivado de hecho hacia manifestaciones y realizaciones sociales y personales no precisamente virtuosas, que tienen atrapada a la persona humana en torno a deseos cuya satisfacción no es garantía segura de obtener la felicidad buscada, ni de realizar la idea de bien (4). El ‘inquieto está nuestro corazón’ de San Agustín resuena en el panorama personal, sembrándolo de desorientación, de angustia y desencanto. El vacío íntimo de la persona actual sigue carcomiendo su paz interior. Casi nada de lo que ofrece la sociedad actual (dinero, sexo, poder, consumo) es capaz de serenar el corazón desencantado del hombre.

    No hemos sido capaces -al contrario, insensatamente las vamos destruyendo sin darnos cuenta- de crear las condiciones culturales y éticas indispensables para que la libertad personal florezca en todos los órdenes de la vida y la persona humana pueda aspirar en libertad a la trascendencia. Es aquí, cabalmente, donde se sitúa el ideal de una nueva sociedad. Se trata de dotarnos -demandar, exigir, hacer realidad- de un clima social en el que el pluralismo se respete y en el que las condiciones legales y culturales permitan que cada cual se confeccione, en absoluta libertad, su propio menú personal y, al mismo tiempo, pueda aspirar a la trascendencia (5). Esto es, se trata de realizar la utopía de una sociedad plural y laica.

    En este punto, es preciso insistir en que el ejercicio de la libertad personal nunca es indiferente a la ética y al compromiso. Nada, en el fondo, es relativo. Cualquier opción reclama responsabilidad y actitud ética. La propia experiencia personal ha de ir conformando en cada cual su código ético de valores absolutos. Su observancia otorgará calidad y virtud a la vida personal en sociedad. Su cumplimiento otorgará ejemplaridad social, que sólo podrá transcurrir por vía de persuasión, no de imposición.

    Como se habrá podido intuir, nuestra propuesta –a partir de las reflexiones anteriores un tanto deslavazadas- se encamina, en el fondo, en esa dirección un tanto utópica: realizar una sociedad diferente. Una sociedad en la que, ante todo y sobre todo, la persona humana sea respetada en su dignidad y en sus decisiones autónomas. Probablemente lo que necesita la persona humana es un clima social en el que se le permita y se le garantice la búsqueda libre de la trascendencia, que explique y serene su espíritu. Todo lo demás es, en el fondo, muy relativo y, en todo caso, muy instrumental.

    En coherencia con este planteamiento de fondo, nuestras reflexiones siempre intentan subrayar las dimensiones más trascendentes de la realidad que analizamos. Así, en relación con Europa –al margen de su cada vez más compleja organización política- nos interesa sobre todo la perspectiva de un amplio espacio de tutela de los derechos de sus ciudadanos (objetivo bastante logrado) pero, sobre todo, nos interesa aquello que ha sido históricamente preterido: los deberes y valores. No podemos, en coherencia con nuestra posición de partida, entender el progreso sin una esencial dimensión ética ni podemos aceptar el necesario pluralismo que impera sin una efectiva laicidad del poder político. Por todo ello, somos especialmente sensibles respecto a priorizar las exigencias que conlleva el sistema democrático en cuanto actitud ética y muy beligerantes en la defensa y en la garantía de los derechos y libertades individuales frente al poder político. No queremos que éste último se envilezca y se desprestigie cuando los limita en su propio favor.

    Por supuesto, son posibles otras muchas perspectivas distintas a las contempladas. No hemos pretendido, en ningún momento, ser exhaustivos. Toda reflexión es susceptible ser completada por el propio lector.

    Cada uno de los grandes bloques en torno a los que hemos agrupado las reflexiones que ofrecemos viene precedida de un sencilla introducción, que no pretende otra cosa que colaborar con el futuro lector en su exclusivo trabajo personal.

    No puedo olvidar a quienes me han ayudado con su estímulo y con sus reflexiones. Pero, sobre todo, con su comprensión ante mi aislamiento. Me refiero a mi compañera de toda la vida, María de los Dolores, a mi hijo, Omar –necesario y magnífico relevo en mis tareas profesionales- y a mi hija Helga, mi ahora ausente psicóloga chilena.

    Palma, a 24 de septiembre de 2016

    I. EUROPA: DERECHOS Y LIBERTADES/DEBERES Y RESPONSABILIDADES

    A. Introducción

    A la hora de reflexionar –aunque sin ánimo alguno de exhaustividad- sobre la sociedad que estamos organizando día a día, hemos dirigido nuestro interés –en una primera y muy genérica aproximación- al espacio europeo.

    Desde que C. G. Jung por citar un sólido punto de partida- expresara que la solución a la Europa que le tocó vivir radicaba en una completa renovación espiritual (6) han sido múltiples los intelectuales que, con unos u otros términos, han insistido en la misma o parecida idea. Desde Don José Ortega y Gasset -Europa se ha quedado sin moral- (7) a los Obispos reunidos en Roma en 1999 -"religiosamente enferma- (8), pasando por Paul Johnson -un continente enfermo- (9), André Glucksmann -euronihilismo- (10) o Vargas Llosa -agonía de occidente"- (11), todos los días oímos hablar de secularización, descristianización, negación de las raíces cristianas, agonía y falta de valores, pesimismo vital y cultural. Incluso, George Steiner (12) ha llegado a profetizar que Europa perecerá.

    No podemos, en efecto, olvidar que la Europa de la Ilustración se desgarró en dos guerras fratricidas, consumó la derrota de la razón, dio por buena la secularización y la destrucción del espíritu europeo. Es más, con el Mayo del 68, fracasó en el último intento de regenerarse en ciertos dimensiones . Todo en ella ha cambiado y ha perdido su memoria del antes y del ayer. Ha renegado de su identidad originaria y apenas tiene nada que comunicar y ofrecer al mundo. Se halla sumida en la vulgaridad de los productos culturales de consumo, que tan duramente critica George Steiner y Vargas Llosa.

    En este marco explicativo, no me resisto a recordar tres textos trascendentales. Albert Camus ya nos recordaba que Los genios malos de la Europa de hoy llevan nombres de filósofos: Se llaman Hegel, Marx, Nietzsche... Vivimos en su Europa. La Europa que ellos han hecho. Cuando hayamos llegado al extremo de su lógica, nos acordaremos de que existe otra tradición: la que no ha negado jamás aquello que constituye la grandeza del hombre (13). Puede –bien mirado- que no le faltase razón. Luís Díaz del Corral (14) abunda en la idea de una expropiación de su legado cultural a favor de otras áreas geográficas y al mismo tiempo de una desarticulación de su estructura esencial, sobre todo de su complejidad espiritual. Finalmente Harold Bloom, más recientemente, ha subrayado que ... esa falta de Dios cada vez mayor de Europa podría ser un síntoma de su decadencia definitiva con respecto a la globalización (15). Es posible.

    La Iglesia católica, por su parte, es –sobre todo a partir del Concilio Vaticano II- muy consciente del problema y de sus repercusiones sociales, políticas y personales. Le ha venido dedicando una atención específica en los últimos pontificados. Benedicto XVI, gran conocedor de la cultura europea, ha propuesto, incluso, una nueva evangelización de Europa. A tal efecto, ha creado en la Curia romana un nuevo Consejo, presidido por uno de los Arzobispos de más prestigio en la misma, Mons Rino Fisichella (16) El papa Francisco ha subrayado ante el Parlamento europeo que ha llegado la hora de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana, de los valores inalienables; la Europa que abrace con valentía su pasado, y mire con confianza su futuro para vivir plenamente y con esperanza su presente. Ha llegado el momento de abandonar la idea de una Europa atemorizada y replegada sobre sí misma, para suscitar y promover una Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y también de fe. La Europa que contempla el cielo y persigue ideales; la Europa que mira y defiende y tutela al hombre; la Europa que camina sobre la tierra segura y firme, precioso punto de referencia para toda la humanidad (17). Ha llegado a hablar de ‘refundación’ (18)

    Después del fracaso en la aprobación de la Constitución europea, creemos que existe, en efecto, una ingente tarea de futuro: abrir un amplio debate en la plaza pública, tendente, entre otras muchas cosas, a explicitar los grandes principios y valores que conforman ahora el alma europea, esto es, hablar, además de derechos y libertades, de deberes y responsabilidades, de valores a recuperar, fomentar y propiciar. Sería tanto como iniciar el camino de un cambio cultural hasta cierto punto revolucionario (19).

    Durante mucho tiempo, Europa lleva sumida en una clara dejación en la defensa de los valores y principios que la han conformado históricamente. Las corrientes migratorias han hecho que la sociedad europea sea cada día más pluralista y multicultural. Pero este hecho –en creciente expansión- nos enfrenta a unas cuantas preguntas radicales: ¿Nos atrevemos a ser intransigentes en la defensa del acervo común de derechos y deberes fundamentales en la cultura europea? ¿Podemos permitir que unos pocos se constituyan en verdaderos guetos -pequeños estados dentro del Estado- con usos y costumbres contrarios a los derechos humanos que abrazamos en la cultura europea? En mi opinión –con olvido de tanta nefasta corrección política-, es necesario entender y vivir bajo el imperio de la ley, que ha de ser la misma e igual para todos, máxime en aquellos aspectos que afectan a la común dignidad personal.

    La situación real -con muchos y, a veces, importantes matices- es alarmante. Falla la estructura, el sistema, la ética, los valores. Falla la democracia y el Estado de derecho. La clase política sólo se representa a sí misma. Y, por si no fuera suficiente, en este ambiente pululan con facilidad elementos nocivos, que no hacen otra cosa que infernar y dividir. Los sucesos presenciados al respecto en Inglaterra evidencian el fracaso del multiculturalismo y la urgente necesidad de revisar, entre otros, aspectos esenciales de la educación y la inmigración.

    En este contexto tan negativo, nos parece que el intelectual está llamado a desempeñar un papel esencial. Para ello es condición indispensable que no permanezca por más tiempo a la solana del poder (no sea cómplice) y oriente, con objetividad, a la sociedad a la que se dirige hacia un futuro mejor para todos. Si algo no puede seguir siendo el intelectual –que tantos talentos ha recibido en beneficio de la comunidad- es cómplice de los desmanes del poder, que tantas veces se ejercita en contra del interés general. Desde la obra maestra de Julien Benda (20), publicada en 1927, el tema no ha dejado de estar presente en la cultura europea. Últimamente, Paul Berman (21) se ha referido nuevamente a esta temática en relación con los movimientos islamistas (22).

    En el marco general diseñado, reflexionaremos sobre algunas cuestiones particulares, objeto de mi atención preferente. Cuestiones que la Europa institucional rehúye, pero que, en mi opinión, condicionan su presencia en el mundo: el repudio de su identidad, los deberes y responsabilidades, la integración de los emigrantes, el multiculturalismo, la inaplazable regeneración democrática, el papel del intelectual. En definitiva, me temo que sea necesario reinventar Europa. La actual crisis que padece así parece demandarlo.

    Recuerdo –con verdadera añoranza- una idea utópica para los tiempos que corren pero que, en mi opinión, encierra todo un programa político de futuro. Me refiero al dicho de uno de los padres fundadores de la Europa actual: la santidad de la política (23). En este orden de cosas, pueden encontrarse interesantes sugerencias de futuro en la Epístola a los europeos de Michel Geogffroy, aparecido en elmanifiesto.com (24).

    B. Algunas cuestiones particulares

    -1-

    A la Europa enferma

    La Europa inacabada en el orden moral. El repudio a las tradiciones que le dieron origen. La propuesta de Benedicto XVI y Nicolás Sarkozy. Respuesta futura de fondo

    No creo equivocarme al realizar el siguiente diagnóstico sobre Europa: es un continente enfermo, invadido por el nihilismo y el consumismo, endiosado y, en ciertos aspectos, totalitario. El NO al Proyecto de Constitución reveló que todavía existían espíritus resistentes al ‘despotismo poscomunista’(25). Se detuvo la marea totalitaria, pero la tarea espera y no sólo en el orden político sino, sobre todo, en el orden mental y moral.

    En palabras del gran historiador Paul Jonson, Europa fue esencialmente una creación del matrimonio entre la cultura grecorromana y el cristianismo (26). El proceso que ha llevado a repudiar de hecho, en los momentos actuales, ambas tradiciones se inició mucho tiempo atrás. Al consultar mis notas de lectura, me encuentro con una cita de Albert Camus, que tomé en mis años de juventud al leer la gran obra de Charles Moeller Literaratura del siglo XX y cristianismo (27). Decía así: …Los genios malos de la Europa de hoy llevan nombres de filósofos: Se llaman Hegel, Marx, Nietzsche …Vivimos en su Europa. La Europa que ellos han hecho (Nouvelles Littéraires). De esta realidad fue consciente Jean Monnet, uno de los arquitectos de la Comunidad europea del carbón y del acero, al oponerse abiertamente al totalitarismo en que había crecido: comunismo, fascismo, nazismo.

    De hecho -volvemos a citar a Paul Jonson-, durante toda una generación, la UE ha avanzado en la dirección opuesta y creado un monstruo totalitario propio, que literalmente expele normativas por millones e invade cada rincón de la vida económica y social (28). Contra esta realidad, se alzó el NO al Proyecto de Constitución, que, para más inri, no mencionaba tan siquiera los orígenes cristianos de Europa. Ha olvidado el dicho de T. S. Eliot (29) según el cual el cristianismo ha hecho de Europa lo que ésta es.

    En esta línea, Benedicto XVI, en su viaje apostólico a Austria (7.07.2007) realizó una propuesta y una reflexión llenas de realismo: … Europa ha vivido y sufrido también terribles caminos equivocados. Forman parte de ellos: restricciones ideológicas de la filosofía, de la ciencia e incluso de la fe, el abuso de religión y razón con fines imperialistas, la degradación del hombre mediante un materialismo teórico y práctico y, en fin, la degradación de la tolerancia en una indiferencia privada de referencias y valores permanentes (30).

    A nadie debiera extrañar, en consecuencia, el siguiente mensaje provocador del Papa: "Todos deben tener la preocupación de no permitir que un día en este país sólo las piedras hablen del cristianismo" (31). Interés referido a la entera Europa. En esta línea, creo que podemos saludar la posición del ex Presidente Nicolás Sarkozy, que promovió, en la Francia de la laicidad, una valoración positiva y respetuosa de todas las creencias (32).

    Probablemente lo que nos ocurre es que, convertidos en centro del universo, pletóricos por la ciencia y la técnica que atesoramos, elevados al Olimpo de los dioses, tengamos miedo a la verdad, que "no se afirma mediante un poder externo –continúa el Papa-, sino que es humilde y sólo es aceptada por el hombre a través de su fuerza interior: por el hecho de ser verdadera".

    Desde esta perspectiva, en el mundo globalizado que vivimos, creo, con Jesús Colina, que si Europa no redescubre sus orígenes y vocación, desaparecerá. En definitiva, si la crisis de Europa es de fondo, su respuesta también debe ser de fondo. Esto es, desde la perspectiva del Papa en sus palabras en el santuario austriaco de Mariazell, no debemos olvidar que allí donde está Dios, allí hay futuro (33).

    Desde una perspectiva laica, sin embargo, a Europa le compete, como ha recordado Claudio Magris (34), el cometido de renovar la conciencia y la defensa del principio de valor, esa exigencia de valores universales que constituye, desde hace más de dos milenios, la esencia de su civilización. Son las ‘las leyes no escritas de los dioses’, como las llamaba Antígona, es decir los mandamientos morales que -a diferencia de los condicionados histórica y socialmente- se presentan como absolutos que no pueden ser violados bajo ningún precio.

    -2-

    Europa ¿y de los deberes qué?

    Las deficiencias del Proyecto fracasado de Constitución europea. La renuncia a formular los valores supremos que informan Europa y a fundamentar los deberes y responsabilidades. Las causas de no haber intentado ese gran cambio cultural. El camino de la utopía de un proyecto común

    Reconozco que el texto que, en su día, se sometió a referéndum cumplía la finalidad, como dijo Lord Goldsmith, de hacer que los derechos sean más visibles para los ciudadanos y que el carácter vinculante que se les reconoce en la cultura occidental es consustancial a una Carta de derechos que se precie de tal. Pero, en mi opinión, hubiese sido todavía más atractivo e importante el intento de explicitar los valores universales que se comparten, fuente de armonía interna del catálogo de derechos concretos que se reconocen y seña de la propia identidad.

    Cualquier intento serio de formular estos valores supremos habría entrañado, sin duda, complicadas negociaciones políticas. Habría comportado rigurosos análisis introspectivos, tendentes a identificar el alma europea, su dimensión universal, su esencia mística y ética, su espíritu de concordia y tolerancia, su amor a la libertad, etc., etc. Habría, sin duda, que haber tomado partido acerca de si esos valores son en realidad universales o si, por el contrario, representan –lo que no sería poco- el resultado de la experiencia de ciertos hábitos culturales de las sociedades del Norte de Europa. Incomprensiblemente, hemos perdido la ocasión. Y, sin embargo, la formulación de los valores superiores de carácter político y ético me parece necesaria para fundamentar sólidamente los deberes y responsabilidades, que son, como dice José A. Marina, la deuda que contraemos por estar viviendo en el orbe de los derechos (35). Hemos renunciado tontamente al logro del necesario equilibrio y, sobre

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