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Las vírgenes energúmenas
Las vírgenes energúmenas
Las vírgenes energúmenas
Libro electrónico412 páginas6 horas

Las vírgenes energúmenas

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 El deseo de lo femenino debe, entonces, armarse de nuevo como tentación, tender la mano, tomar y morder la manzana, comérsela toda, pues el deseo de la mujer ha sido deseo de saber, y con ello ha conspirado anímicamente y con gran imaginación contra las estructuras fosilizadas y los sentidos coagulados de una historia que se ha construido como ley, hierro, cárcel, piedra, encierro, muerte; es decir, de una historia que no ha amado el cambio y la transformación constante, porque solo ha amado el poder y el dominio, en nombre de un preservar que ha tomado el cuerpo como su impulso primordial.   
 Dado que lo que urge ser reconocido es aquello que nos reconecte imaginariamente con el mundo con el fin de salir de la inmovilidad y de la fascinación por la muerte, la guerra y la destrucción, nos conduciremos por las imágenes desde donde habla la incesante conspiración de un mundo nuevo —nuevas relaciones, matices y perspectivas—, un mundo en el que nuestro habitar se abra a su constante posibilidad parturienta, que no es más que incesante configuración imaginaria de mundos posibles, de realidades verosímiles.    
 Marta Cecilia Vélez Saldarriaga   
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 mar 2022
ISBN9789585010116
Las vírgenes energúmenas

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    Las vírgenes energúmenas - Marta Cecilia Vélez Saldarriaga

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    Las vírgenes energúmenas

    Marta Cecilia Vélez Saldarriaga

    Ciencias Sociales y Humanas

    Editorial Universidad de Antioquia®

    Colección Ciencias Sociales y Humanas

    © Herederos Marta Cecilia Vélez Saldarriaga

    © Editorial Universidad de Antioquia®

    © Carolina Forero Tovar, motivo de cubierta

    ISBN: 978-958-501-044-4

    ISBNe: 978-958-501-011-6

    Primera edición: octubre de 2007

    Segunda edición: marzo de 2022

    Diseño de cubierta y diagramación: Imprenta Universidad de Antioquia

    El contenido de la obra corresponde al derecho de expresión de la autora y no compromete el pensamiento institucional de la Universidad de Antioquia ni desata su responsabilidad frente a terceros. Los titulares asumen la responsabilidad por los derechos de autor y conexos contenidos en la obra, así como por la eventual información sensible publicada en ella.

    Hecho en Colombia / Made in Colombia

    Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la Editorial Universidad de Antioquia

    Editorial Universidad de Antioquia®

    (57) 604 219 50 10

    editorial@udea.edu.co

    http://editorial.udea.edu.co

    Apartado 1226. Medellín, Colombia

    Imprenta Universidad de Antioquia

    (57) 604 219 53 30

    imprenta@udea.edu.co

    La autora

    Marta Cecilia Vélez Saldarriaga

    (Medellín, 1954-2019)

    Una de las pioneras del feminismo en Colombia, es autora de los libros Los hijos de la Gran Diosa. Psicología analítica, mito y violencia, Las vírgenes energúmenas y El errar del padre, publicados por la Editorial Universidad de Antioquia; de la novela Mientras el cielo esté vacío (Editorial Eafit) y de ensayos compilados en el volumen de homenaje Creer llorando. Feminismo, poder e imaginación.

    Introducción

    Y los animales, sagaces, se dan cuenta ya de que no estamos muy seguros, no nos sentimos en casa en el mundo interpretado

    R. M. Rilke, Las elegías de Duino

    Escribir sobre el deseo, desear, dejarse sostener por sus preguntas que son umbrales, asombros, e iniciar un viaje sin la obsesión por la respuesta o sin la obsesión por hacer del abordaje de las inquietudes la aparente rigurosidad que compensaría la falta de explicaciones; en ese caso, hacer del método el rigor y con ello desentenderse de los interrogantes que suscita el deseo, es un juego permitido en el que caemos, incautos, convencidos de que el lenguaje racional hace la racionalidad de los planteamientos. Es este el peligro de una concepción fascista o, peor aún, de una postura según la cual la formulación de los asuntos en la primera persona del plural o en el universal masculino aseguraría que lo planteado es resultado del consenso, y con ello, que lo dicho posee seriedad y verdad. No hay, pues, explicaciones lógico-racionales o demostraciones, ni consenso, en este recorrido que iniciamos por el laberinto imaginario en el que reconocemos que, simbólica e históricamente, ha existido una voluntad de ocultar el deseo, no para reconocerlo seductor, enigmático, sino para castigarlo, someterlo, domar su irreverencia. Irreverente y enigmático es, pues, el deseo.

    Viajamos, entonces, no hacia definiciones del deseo, su mecánica o su adecuada manifestación; queremos divertirnos, no fundamentar aún más la infelicidad, el sufrimiento o la patología que ha hecho del deseo siempre algo sospechoso, maligno, inadecuado. Tampoco se trata de señalamientos acerca de lo que es un correcto desear, no es este un desarrollo clínico ni una construcción nosológica. Entonces, tampoco se trata de una búsqueda acerca de las desviaciones, las perversiones o incluso de la llamada imposibilidad del deseo debido a que el objeto es, así mismo, imposible. Es un recorrido, no un compendio, manual o clasificación. Como aseguró Kavafis, lo que importa no es la meta ni el final, importa el viaje: las madreperlas y los Lestrigones, monstruos imaginarios, espejos, geografías corporales, ámbitos psíquicos, construcción anímica; y sobre todo, importan ¡el saber y el pecar! Entonces tampoco importa el objeto, sino el ejercicio de su búsqueda, la práctica de aquello que moviliza. Es este libro, entonces, un viaje del deseo.

    Un viaje del deseo, ¡paradoja!, es un camino solitario, nocturno, onírico, anfibio, subterráneo, bisexual, imaginario, anímico, especular; nombra, pues, a Narciso, a Eco: imagen y repetición; nombra entonces al río y es, por tanto, errancia acuática, río imaginario cuyo cauce es la noche y su fluido imágenes, almas, sueños, barcos y barqueros: Hades. Entonces es el deseo conversación mortal, ahondamiento al inframundo, diálogo con las almas que nos señalan el imperioso e inaplazable porvenir porque es allí donde se revela y se historiza el ser.

    Nos preguntamos aquí por el deseo de lo femenino, no en la dirección de un qué, como si en ello le fuera su definición y determinación. Sostenemos que toda pregunta por el qué es olvido y equívoco: olvida el fundamento y equivoca el asunto mismo que se pretende asumir. No queremos, pues, el qué del deseo de lo femenino, buscamos, más bien, los contornos, los matices y las actitudes que lo circunscriben, los espacios en los cuales la mujer se mueve y deja saber aquello que es el ímpetu de su movimiento o la fuerza de su irreverencia. Nos mantenemos en el furor y el frenesí que impulsa al deseo de lo femenino, pese, incluso, a que la historia ha querido determinarlo desde un qué; quimera que pretende dominarlo, objetivarlo, sujetarlo, para mejor sujetarla, objetivarla, domarla, dominarla.

    Es este un viaje del deseo que no es ni regresión ni utopía; partimos de un origen, trama o protohistoria, en el que el deseo de la mujer fue fundamento esencial para la construcción libertaria de la humanidad y se reveló saber e iniciación a los humanos; fundamento y origen y, por tanto, deseo posible, deseo que, como saber, ya fue, y encontramos los signos y símbolos de su existencia, señas, rastros y huellas, en los mitos en los que las diosas entregan a los humanos un saber cuya obtención revela el movimiento impetuoso de su deseo y pone en evidencia aquello que, como deseo de lo femenino, puede pensarse desde su origen simbólico. Así pues, se trata de un recorrido que no es utópico porque ya fue realizado y podemos acceder a él mediante nuestros acercamientos simbólicos. Mas tampoco es un camino regresivo, ya que, en la medida en que el deseo de lo femenino fue perseguido desde el plano simbólico mediante su sustitución hasta su encarnación humana en el asesinato de las mujeres y su sometimiento, es conquista que se plantea en el horizonte de nuestro devenir, alcance de su descubrimiento mediante esos signos y esos símbolos en la profundidad amenazada y amordazada de nuestra alma. Es entonces futuro, re-encuentro con él en la interioridad de nuestra psique, y no quimera de retorno, regresión.

    Como los mitos fundacionales han enseñado, es necesario destruir el mundo, aniquilarlo continua y cíclicamente para poder re-crearlo. Se trata pues, en este desarrollo, de un intento que míticamente se podría pensar como aniquilación, como una vuelta sobre las imágenes primordiales para dejarlas hablar de nuevo desde ese cero de la destrucción, desde esa nada conceptual y desde esa deconstrucción de los universales lógicos y de las leyes, aparentemente racionales, que solo son ideologías planteadas como verdades que así —falsamente— se han convertido en los cristales a partir de los cuales nos acercamos, pensamos, sentimos y formalizamos el mundo.

    Es esta una búsqueda que intenta restituir la vitalidad de las imágenes que, al haber sido literalizadas, se han coagulado, y se ha esterilizado la riqueza policromática que ellas contienen, descertizando la vida e interrumpiéndola en el flujo eternamente cambiante y transformador que, como vida, constituye su característica esencial. Esas imágenes primordiales, fundantes y fundacionales de lo humano, que prosiguen su existencia en nuestra psique pese al racionalismo, a la técnica, a las ideologías y a los dogmas en los que se ha terminado por estructurar toda búsqueda vital y todo indagar sincero, evidencian en su yugulación la detención mortal de la vida, y acusan, en ello, la urgencia de permitirles nuevamente los múltiples ensambles y conexiones que pueden armarse entre ellas en el rizoma sobre el cual se aparean y producen nuevas configuraciones de sentido.

    En consecuencia, pese a ser un aniquilamiento, este viaje es, así mismo, una aventura espiritual del deseo, recorrido sin mapa, o con el mapa imaginario de los mitos y de lo que desde la imaginación surge allí como vero-símil, ese verosímil cancelado, perseguido y estigmatizado por el hierro de la racionalidad patriarcal y masculina que ha preferido perseguir y enfermar el deseo de la mujer —que no es más que deseo de saber— y ha querido ver en su insurrección constante la amenaza a su mundo —fortaleza vacía— custodiado por saberes que, ignorando el alma, han ignorado la construcción que implica el reconocimiento del deseo y de la movilidad en él presente. Buscamos, en este trayecto, la afirmación vital, esa que es siempre Eros, deseo, saber.

    Ellas, desde siempre, han señalado, apuntado y puesto en evidencia el deseo. Y los mitos están allí para mostrarnos que han sido esas diosas fundacionales, esas pitonisas y esas trágicas, quienes han puesto a rodar el deseo en el mundo; y ellas, ya históricas, brujas, místicas, histéricas y pánicas, quienes lo han actualizado pese a su persecución, a su asesinato en las hogueras o a su penalización bajo las más diversas formas de la exclusión, el silenciamiento y la patologización. Ellas nos revelan un acontecer que es horizonte de comprensión, umbral de acontecimientos, emergencias imaginales de lo que posteriormente, en esas brujas, histéricas y pánicas, será materia, carnalidad e historia. Por eso, Ellas merecen el reconocimiento mayúsculo, en tanto que el/las, mujeres divididas y separadas de su deseo por el patriarcado, fungen aquí en su división que, sin embargo y pese a ello, posibilita reconocer que es el/la quien puede aparecer como total, pues lo contiene a él, mientras que él, el/los, se cierran en su pronombre sobre sí mismos, tal como se han encerrado en la Historia.

    Con las diosas primordiales, diosas fundacionales, Isis, Inanna y Ereshkigal, Deméter y Perséfone, aprendimos, aunque luego esto fue acallado y amordazado, que la mujer desea el saber y que el movimiento del deseo, movimiento o viaje hacia el saber y del saber, es ahondamiento a la interioridad anímica, viaje al Hades, al mundo del no-retorno, desmembramiento, mirada de unas cuencas vacías, mirada de los muertos.

    Habitantes de la periferia, zonas de marginación, mas también zonas de subversiones y posibles creaciones, pues allí casi no alcanza la ley o, en otras palabras, porque allí la ley es prácticamente inefectiva, las mujeres podemos producir las junturas entre los abismos del mundo y del alma, entre las orillas del cuerpo y de la lengua, mas no de la lengua de él, en la que ella no puede ser simbólica pues allí solo es objeto de decires, denuncias y sentencias, sino de la lengua de ella, en la que las imágenes determinan las palabras, determinan la historia, determinan la biografía, determinan el devenir. Ella, pegada de su deseo, tiene, entonces, la posibilidad de producir la unión, de coser el cuerpo a la creación, a la lengua situada en la emergencia de todo porvenir —lengua imaginaria la de ella—, de tejer la imagen como elevamiento de todo acontecimiento futuro y el saber que es por naturaleza irreverente, creativo, naciente, móvil, pujante.

    Y entonces en este recorrido también nos acercaremos a la lengua, a esa experiencia fundamental a partir de la cual se expulsa a lo femenino, a la mujer y a su deseo, de su habitar imaginariamente el mundo, pues antes que conceptos y definiciones, este morar leía las imágenes que, ascendiendo en la noche, ascendiendo desde el ombligo, onfalos de la Diosa Madre, eran anunciadas en el Delfos, sexo de la Diosa, y reveladas a los humanos como porvenir de su vida y de la historia.

    Pero las imágenes fueron derrotadas y en su lugar se instaló la racionalidad; entonces el dominio masculino se hizo dominio lingüístico y el hombre se volvió el sujeto universal de todo discurso, lengua en la que la mujer funge como accidente, como desviación, como particularidad. En la lengua de él, ella no ha podido decir su deseo. Lengua que surge míticamente a partir del robo del onfalos y del Delfos de la Diosa, y a partir de las escupas de Apolo en los labios de Casandra, escupas que solo harán de la lengua del dios y de la lengua de los hombres, por tanto, una lengua mentida, una lengua en la que ya no se cantan las imágenes que en el porvenir serán carne, cuerpo e historia. Unas imágenes que solo se cantarán ahora, en el encierro y en una supuesta intimidad que las hará porvenir de patologías y marginaciones.

    Todo este viaje es, también, una crítica a las formulaciones teóricas y clínicas sobre la psique y sobre el deseo en las que se rastrea el refinamiento, sutileza por tanto, de aquellas posturas, más burdas y burras es verdad, mas no por ello diferentes a lo que hoy se ejerce y conceptúa, de la persecución a las mujeres como brujas, místicas, histéricas o pánicas. Estas formulaciones son, aquí, puestas en cuestión, ironizadas; la ironía es un juego, un ácido, una conjunción de opuestos; así, ella es también paradoja, corrupción, oxidación, disolución; alquimia.

    Así pues, la presencia de los mitos y de la imaginación erótica obedece a una necesidad interior proveniente de la pregunta y el dolor que surgen al evidenciarse el profundo desprecio que la Historia ha mostrado por la mujer y por lo femenino. Dicha presencia se justifica por la necesidad imperiosa de comprender acontecimientos interiores de profunda agudeza que se han quedado atrapados en las persecuciones, las patologías y los exterminios, que se han quedado enredados entre la saliva, mentiras, del dios, que se han quedado amordazados en los gestos corporales, gestos expresivos de ellas para los cuales no existe comprensión alguna, a no ser la mirada clínica, mirada segregadora y siempre negadora de la apertura creativa que allí puede darse.

    Por ello, por esa necesidad interior, muchos de los acerca­mientos a los mitos y a las tragedias fundadas en ellos se asumirán en la primera persona de singular. Comprendo que la escritura sobre el deseo debe concederle toda la validez al discurso personal, a la palabra ahondada, al yo, aunque la mayoría de las veces, y tratándose del deseo, no es el yo quien habla, tampoco un nosotros, a no ser que ese nosotros se reconozca como la multiplicidad y la pluralidad que nos habita, esas gentes dentro de nosotros, como dijera Jung.

    Se asume, en consecuencia, que el discurso interior es también objetivo, válido, cierto, veraz, pues es el habla de la vida, el decirse del alma, y desde allí, es compromiso personal. Así pues, es este un movimiento íntimo, un viaje que reconoce lo íntimo como saber y, por tanto, es un camino del deseo desde el deseo, un recorrido desde la interioridad del alma. Reconozco, en consecuencia, que esta escritura personal, escritura subjetiva volcada sobre el texto en la hondura a la que el texto mismo conduce, arranca la intimidad del deseo de los ámbitos cerrados de los consultorios en donde pierde, casi siempre, el ímpetu, la fuerza, el desborde y la contundencia que lo caracteriza, y asume el deseo en las trasversalidades y múltiples anudamientos de un ser exponiéndose en la lengua que al deseo mismo le es extraña. Así, el deseo se expone en una construcción cultural de la que el ser humano es deudor, y no de la que el ser humano sea su libre constructor en términos individuales.

    Se trata, entonces, en esta errancia del deseo, del intento de construcción de una mirada diferente sobre las imágenes míticas fundacionales de la Historia, de modo que se puedan abrir nuevas posibilidades para un mundo que se ha vuelto mortalmente literal y, por tanto, mortalmente enfermo. Sufrimos de nuestras propias interpretaciones, y sufrimos por no poder iluminar y comprender de manera diferente tanto nuestras vivencias del alma como los acontecimientos de la historia, los cuales, considerados desde esas matrices simbólicas —arquetipos— que evolucionan, cambian e irradian de sentido la vida, nos posibilitarían abrir el amplio calidoscopio de sus interpretaciones y comprensiones. Reivindico así la primacía del inconsciente colectivo sobre el inconsciente personal, y con ello postulo la urgencia de una interpretación diferente, de una movilidad a partir de la cual salgamos de los esquemas estrictamente personales y podamos encontrar en la cultura y desde ella, nuevas vías de lectura de nuestras vivencias, de manera que nuevas modalidades del ser y de la experiencia del deseo sean posibles y no necesariamente consideradas patológicas, bizarras o enfermas.

    Con la búsqueda de nuevas lecturas frente a las imágenes y los acontecimientos, como posibilidad de disminución del sufrimiento humano, estoy reivindicando, como fundamento de este viaje, una base profundamente imaginaria, creadora y paridora del alma humana: la constante y continua creación de la psique, y reconociendo, en consecuencia, que su detención y fijación en conceptos y normas, en patologías y leyes, en consideraciones rígidas, constituye el fundamento de toda patología y, por tanto, de todo sufrimiento humano. La psique es constante transformación, y, por tanto, es el alma una inspiración y un movimiento po-ético, es decir, una fuerza que inclina ineludiblemente a la creación, al saber y al deseo.

    El deseo de lo femenino debe, entonces, armarse de nuevo como tentación, tender la mano, tomar y morder la manzana, comérsela toda, pues el deseo de la mujer ha sido deseo de saber, y con ello ha conspirado anímicamente y con gran imaginación contra las estructuras fosilizadas y los sentidos coagulados de una historia que se ha construido como ley, hierro, cárcel, piedra, encierro, muerte; es decir, de una historia que no ha amado el cambio y la transformación constante, porque solo ha amado el poder y el dominio, en nombre de un preservar que ha tomado el cuerpo como su impulso primordial.

    Dado que lo que urge ser reconocido es aquello que nos reconecte imaginariamente con el mundo con el fin de salir de la inmovilidad y de la fascinación por la muerte, la guerra y la destrucción, nos conduciremos por las imágenes desde donde habla la incesante conspiración de un mundo nuevo —nuevas relaciones, matices y perspectivas—, un mundo en el que nuestro habitar se abra a su constante posibilidad parturienta, que no es más que incesante configuración imaginaria de mundos posibles, de realidades verosímiles. Será, en consecuencia, asistir, desde el alma y sus imágenes —mediante la imaginación—, a la aurora de un mundo nuevo, de un amanecer en el que el alma, creando la realidad cada día, nos enseña su incesante movimiento y su constante transformación y transmutación.

    Primera parte

    1. Imagen e imaginación, una cuestión de alma

    La psyché crée chaque jour la réalité. Je ne dispose, pour désigner cette activité, d’aucun autre terme que celui de fantaisie créatrice.¹

    C. G. Jung, L’Ame et La Vie

    El juego binario, la dialéctica, la Verdad, el tercero excluido, esto o aquello, sí o no, la lógica y sus sofismas, el artificio guerrero de toda sumisión y ejercicio de poder, el lenguaje explicativo y demostrativo, la racionalidad pura, la experimentación y sus juegos fatuos de demostración, se resumen en la meta, que también ha sido origen del monoteísmo² y su odio visceral a la imagen. Contra ella, el concepto, y, en su persecución, el destierro de cualquier ejercicio imaginario. Allí, en el muro que levantan estas dialécticas y sus sofismas, se arma la muerte, y en el tercero excluido como exigencia de toda verdad y, en consecuencia, como vía única al conocimiento, se repudian esas regiones de lo asombroso y desconocido, esos parajes del misterio, esos ámbitos del sueño y de la sorpresa, esos corredores de lo invisible, esas narraciones del origen, esos arcanos que desestabilizan la conciencia, esos phantasmas y su arquitectura vital. ¡Imposible el noúmeno!

    Ninguna región intermedia entre la verdad y la mentira, ningún lugar de acogimiento en la dialéctica; solo la guerra será su discurso y solo su ejercicio será la afirmación y la sustentación de su verdad: Dios / Alá, Amo / esclavo, negro / blanco, bueno / malo, desarrollo / subdesarrollo, hombre / mujer... imposible el amor pese a las licencias socráticas sobre Diotima, imposibles Hermes y Eros, imposible Psyché y sus trabajos, imposible la vida y sus oráculos y revelaciones.

    Nada crece para estas dialécticas más allá de sus argumentaciones y de sus lógicas, nada en las regiones del sueño y de la noche, nada en la corte de Nyx ni en el desfile iracundo de las Erinias tras del matricida, nada en los ámbitos de lo imaginario, nada en las palabras de la Sibila en el umbral infernal de la revelación a Eneas, nada en las lamentaciones de Dido ni en la túnica ardiente y sepulcral que Deyanira le regaló a Hércules. Nada... porque cuando estas posiciones binarias arriban a esos puertos, logran alcanzar alguna de sus orillas o simplemente se ven sobrecogidos por su expresión contundente y profunda, estas narraciones, así como sus imágenes, se esterilizan en conceptos, se clasifican en patologías y se petrifican deteniendo el flujo vital de su llamado. El humus fecundo en donde nacen estas revelaciones ha sido fosilizado, detenido, impedido.

    Sin embargo, desde esa otra orilla, desde ese otro lado de phantasmas e imágenes míticas, desde la penumbra del ensueño y la densidad plena de sentido de la noche y sus murmullos vacilantes y entrecortados, carentes de lógica y enemigos de toda asimilación con la racionalidad diurna, un mundo continúa, insiste: el sueño teje su vasta red aun en medio de la conciencia; con pertinaz obstinación nos asalta y sobrecoge, nos fisura y desarticula. Es el mundo de la imagen y de lo imaginario, es el mundo del alma, el reino de Psyché, que en la mayoría de las metáforas con las cuales es evocada reclama las topologías nocturnas, geografías sombrías de ahondamiento y recogimiento, de reflexión, en fin, el mundo fantasmal de los espíritus, espectros anímicos cuya carnalidad es la imagen y cuyo movimiento es la imaginación.

    Y el alma reclama también, además de esas geografías ciegas, subterráneas y anfibias, asombrosas y turbulentas, informes y deformes, la imagen como su manifestación esencial, como su estancia e instancia primordial; es el hálito que es impulso, vida, fuerza. La imagen es, así, el ímpetu vital, su motor esencial. De manera que al abordar ese reino de los phantasmas, ese paraje anímico de espectros infinitos y de sombras, ese recinto de carnalidades inexistentes y de voces reclamadoras, ese lugar en el que Ulises, intentando abrazar a Anticlea, su Madre, reconoce que ella no es más que imagen (eidolón),³ esa estancia donde solo el alma, escapando a manera de sueño, revuela por un lado y por otro;⁴ al abordar ese mundo, decimos, ingresamos en el humus psíquico de toda creación.

    Es a esas regiones oscurecidas y a esas geografías fantasmagóricas, liminares e inciertas, adonde asisten los héroes en búsqueda de la revelación de su destino; allí, en medio de las imágenes —almas— de los muertos, entre los espectros que erran de un lado para otro, sus verdades son develadas, puestas al desnudo y lanzadas en arcanos que no son más que indicios, atisbos, señales: la imagen habla, revela y devela, pero lo hace como de lado, sesgada, en una cerradura que es a su vez abertura, posibilidad. Es el portento de todo descenso, el prodigio que nos conduce al reconocimiento del alma, de la psique como mundo imaginario que nos señala el mundo, y nos pone en el mundo. Allí —insistimos en ello—, en ese ámbito donde las imágenes de los muertos revelan a los seres vivos su acaecer humano en la tierra y los acertijos que guardan las acciones de la vida, comprendemos que el alma es imagen, y que la imagen dirige y apunta a la realidad en la amplia gama de su acontecer y de las señales de su decir.

    Así, pues, la imagen es la forja del alma, y a partir de ella aprendemos que nuestro estar en el mundo, que nuestra realidad, toma de ella su sentido y su dirección. En consecuencia, asumimos, también, que la imagen forja el mundo, la realidad, y nos da sus señales y sus indicios.⁶ Es en este sentido que la afirmación de Jung acerca de que la psique crea la realidad cada día mediante la imaginación o la fantasía, nos pone en la dirección de una comprensión del alma radical y originaria: un alma que es imagen, o mejor, fuente inagotable de imágenes, y allí el alma es el oráculo, el acertijo y la revelación, el arcano que nos planta en el mundo y lo revela, que nos acerca a él, que nos lo acerca.

    Sin embargo, caminamos con estas afirmaciones por el filo liminar de una distinción tajante que ha sido empeño de la cultura y condición de su supervivencia: la peligrosa e incluso amenazante cercanía de la imaginación y la realidad, conceptos que desde hace tiempo se oponen y circunscriben ámbitos que, al demarcar sus límites, han sido el garante de toda racionalidad y, por tanto, el pilar de nuestro pensamiento binario y opositor. La dialéctica se sostiene sobre la base de esta separación y se alimenta de la muerte que ello implica. El gusano de la dialéctica muerde el corazón del alma, y el gusano trabaja siempre en la muerte, en lo muerto.

    Que la psique cree la realidad mediante la imaginación o la fantasía, es algo que nos obliga a indagar no solo en la psique misma en cuanto sujeto de la imaginación, sino también en aquello a lo cual y desde lo cual apunta esta actividad: la imagen. Mas ello nos obliga, además, a preguntarnos por la realidad y a indagar por nuestra relación con ella en cuanto posibilidad o negativa, a aceptar que, al ser creada por el alma, ella es cambio y transformación. La realidad, entonces, no sería roca inamovible, y menos aún el estéril ejercicio de un razonamiento que, pese a todo, aún insiste en desterrar a los poetas. Tendremos, en consecuencia, que afirmar que, pese al exilio de estos, pese al castigo sobre la imaginación y al empeño siempre delirante —los delirios de la razón— de apartarla, el alma se abre, generosa y fecunda, a una constante novedad en medio del ejercicio que le es propio: la imaginación.

    Psique, imagen, imaginación y realidad conforman un cuaternio que desde hace tiempo ha sido despedazado, y rotos los ángulos que lo articulaban y ponían sus términos en relación. Nuestra mentalidad actual no solo los separa sino que incluso, bajo las formas de la sabiduría popular, los sataniza y rechaza, adscribiéndole a uno de ellos la locura y al otro la cordura y el buen acercamiento a la realidad.⁷ Sin embargo, con este despedazamiento, con la destrucción de aquello que articulaba la relación entre imagen —e imaginación— y realidad, hemos perdido toda movilidad creativa y, más fundamental aún, toda conexión psíquica, anímica, con el mundo.

    Rotas estas conexiones, perdida la actividad psíquica por excelencia —la creación de la realidad—, nuestra manera de acercarnos al mundo, a nosotros mismos, a los semejantes y a la naturaleza, ha perdido su vitalidad y su ímpetu primordial: el mundo se ha desanimado, desalmado, y con ello se ha vuelto rígido, férreo, parapléjico. Las conexiones creativas de la imagen, su capacidad conectiva y, por tanto, su inspiración comprensora / reveladora del mundo, así como la riqueza policromática que cada ser humano actualiza a partir del surgimiento de las imágenes y su enlace con las particularidades individuales de su historia personal, se han perdido.

    La rigidez de nuestra relación con el mundo se exterioriza en una homogeneidad desértica y árida; perdido el calidoscopio de la imaginación, no nos queda entre manos más que despojos conceptuales; y las vivencias que ellos pretenden describir y definir se convierten en coágulos en el seco panorama de nuestra devastación anímica. Así, aquella actividad a la que nos invitan las imágenes y los enlaces que ella proporciona para la relación y comprensión del mundo, permanece obturada. Sin imaginación, el mundo enmudece, se hace obtuso, se cierra, y nuestra relación con él, así como nuestra relación con la psique que crea y revela las imágenes, pierde el suelo fecundo de la creatividad, revelando, de mil maneras, la patología a la que esto lleva.

    Entonces el mundo nos es extraño y nosotros extranjeros en él; entonces el alma huye del mundo desimaginarizado, y nos encontramos tiranizando las cosas, obligándolas a entregarnos una verdad que, por nuestra postura ante ellas, ellas mismas han ocultado, han oscurecido y han nublado. Entonces nuestra relación con el mundo se hace literal y, con ello, la supuesta objetividad, es decir, la percepción del mundo guiada exclusivamente por el afuera desvinculado de nuestra alma, toma las riendas de los acontecimientos y de las vivencias; entonces la muerte planea y el reino del miedo envuelve todas las experiencias.

    Que la psique cree la realidad, mediante la imaginación, diariamente, nos habla del alma como un asunto esencialmente creador, no de un ámbito estático, ni tampoco de un lugar específico; tendremos que hablar, por el contrario, de movilidad, cambio, transformación, y ello quiere decir que la realidad, y nuestra percepción de ella, depende de la acción creadora de la psique, es decir, de las imágenes que, formándose allí, nos provean del sentido y la dirección de nuestra comprensión de la realidad y, por tanto, de la comprensión de los asuntos que nuestro morar en el mundo nos propone y devela. Un mundo desimaginarizado, hecho de conceptos abstractos, de deducciones lógicas, impide la movilidad y obstruye el cambio: nada de lo creativo que se agita en nuestras imágenes psíquicas será percibido, ningún asunto presentará nuevos matices y sentidos, ni tampoco las experiencias revelarán sus enigmas y los rumbos que ellos determinan en ese sabernos a nosotros mismos en la especificidad que nos es dada. Por el contrario, cada acontecimiento será cifrado y determinado por aquello que ya ha sido conceptuado y definido, y los lazos creativos que hacen que cada vida sea única e irrepetible, así como la novedad de cada vivencia en el marco de la experiencia personal, se detendrán en cánones muertos y en definiciones que asfixian la creatividad constante. Sin imaginación, sin ese movimiento creador de la psique, nada nuevo hay bajo el sol. Las imágenes del alma y su accionar, la imaginación, son la materia prima de todo opus posible; sin ellas, nuestra vida se repite, igual a todas las vidas, en el vértigo sucesivo y espantoso de producciones en cadena movidas y comprendidas desde los moldes conceptuales en los cuales la hemos querido atrapar.

    Así, cuando la psique o el alma han desaparecido porque su acción esencial ha sido desterrada de nuestra concepción de la vida, y en su lugar han advenido los códigos y las leyes, la cultura ya lo sabe todo y nuestras vidas se encuentran recortadas y mutiladas, de manera que pueden ser encajadas en el marco de sus jerarquías y valores. Y entonces todo es determinado, de manera que cada acontecimiento es reducido a lo ya preestablecido y cada experiencia vital es atrapada en etiquetas y diagnósticos que velan la maravillosa renovación y creación psíquicas. Perdidas las conexiones simbólicas que la psique arma cada día, asesinada su constante creatividad, nos vemos obligados a perecer entre conceptos, etiquetas, patologías, explicaciones causales, etc., que nos arrancan de nuestra pertenencia al sentido y hacen que nuestra vida y nuestras experiencias ingresen en el ámbito del dominio y del poder, y no en la maravillosa ambigüedad que el alma posee gracias a su apertura y a sus ilimitadas posibilidades.

    Rigidez, coagulación, inmovilidad, repetición, cálculo y copia, mimo y silencio, moldes, normas, reglas, prototipos, leyes, son la arquitectura basal de un mundo que ha exiliado al alma porque con ella esos ámbitos de lo neutro, ambiguo, amorfo, posible, incierto e indeterminado son excluidos, y con ello exorcizados los peligros del vértigo que implica que la realidad no es sino que está siendo cada día, emergiendo de la pluralidad imaginaria de la psique. Contra la ambigüedad, las consecuencias y determinaciones de la anatomía; contra lo incierto y posible, la estructura monoteísta y absoluta que cercena toda duda y asegura la solidez de las ideologías; contra la creación, una vida asentada sobre la simulación y emulación; contra el deseo y el cuerpo, la muerte y los sexos estructurados. El sistema binario, como única opción para nuestra comprensión del mundo, vomita hasta el cansancio su letanía de exclusiones en cada prototipo, en cada definición, en cada estructura clínica, en cada determinación de lo humano.

    El alma y su ejercicio imaginario, en cambio, inunda, redunda, se desborda, se excede, se llena sin terminar, se desparrama, se abre, es plusvalía, es aún más. Ella arma travesías, paseos inciertos, viajes por los cuerpos y las carnes sin determinación alguna, mora todos los sexos, todos los cuerpos, y habita en todas las regiones. Ella vacía y revienta todas las estructuras en su desplazamiento infinito de imágenes. Crea... ¡Crea la realidad todos los días!

    En esa otra orilla en donde la muerte no trabaja en la destrucción de la diferencia, sino contra la supuesta estabilidad de una realidad equivocada con lo inamovible, he sido todo: mujer, hombre, animal, paisaje, mas no lo he sido a la manera en que se comprenda que el yo es el todo o todo, sino que el mundo se revela y abre en esas imágenes del sueño o del ensueño.⁸ Pero no solo allí; también he sido Virginia Woolf y he sufrido por no comprender a los pájaros cuando hablaban griego, y Genet, en la determinación de asumir la palabra del otro como destino, y he sido, con Clarice Lispector, una cucaracha en Rio de Janeiro, y he enloquecido con Camille Claudel destruyendo en la noche las esculturas talladas cada día, y he sido tísica y he vomitado sangre por el mundo herido en mi mundo.

    Que el alma cree la realidad cada día mediante las imágenes, nos plantea que el mundo es, primariamente, un mundo imaginado antes que determinado, dado, inflexible y objetivo, y que nuestra experiencia mundanea imaginariamente antes que lingüísticamente. Se trata, pues, de la prioridad de la imagen (no del sujeto) sobre el objeto y sobre el lenguaje, así como de la prioridad de la imaginación sobre la objetividad. Y hablamos de prioridad en el sentido del fundamento, de aquello desde lo cual el mundo adviene y es comprendido; se trata de un mundo abierto en la incierta indeterminación de crearse constantemente.

    Así, al afirmar la función creadora de la psique, al tomar como fundamento a la imagen, y a la imaginación como acción, como el verbo esencial del alma, estamos afirmando no solo la relatividad de toda concepción de lo humano o de toda afirmación sobre su acaecer y su experiencia en la vida, sino, asumiendo, así mismo, la enorme posibilidad creativa en contra de la férrea postura conceptual; y esto debido a que si el fundamento es la imagen, y su manifestación mundificante es la imaginación, entonces podremos, con base en ella, hacer un ejercicio imaginario de los hechos y del devenir del ser humano en el mundo y proponer un giro en

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