El país del sol
Por Salvador Rueda
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El país del sol - Salvador Rueda
El país del sol
Copyright © 1901, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726660333
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
Al Excmo. Sr. D. Carlos Navarro y Rodrigo, eminente político, escritor y poeto, que ha sido para mí el más noble, generoso y bueno de los hombres.
Salvador Rueda.
A MI MADRE
¡Madre del alma mía,
qué viejecita eres;
ya los ochenta inviernos
pesan sobre tus sienes!
Encorvadita marchas
y triste languideces,
triste porque adivinas
cuál ha de ser tu suerte.
Ya es un harapo mustio
tu cuerpo floreciente;
ya son tus ojos cuencas
que luz apenas vierten;
ya son aquellas manos
de sol, de rosa y nieve,
sarmientos retorcidos
que crujen al moverse.
Tu boca, que me ha dado
sus besos y sus preces,
es ya un desierto nido
donde el silencio duerme.
El seno en que he gozado
mis sueños de inocente,
es ya un sagrario frío
cerrado para siempre.
Tu cuello ya no es cuello,
tu frente ya no es frente;
¡madre de mis entrañas,
qué viejecita eres!
* * *
Con el terror inmenso
que tienes á la muerte,
sé lo que estás pensando
cuando dormir no puedes;
sé, aunque el secreto callas,
que sueñas con que viene
un enlutado entierro
lleno de muda gente,
y asustada tiemblas
porque imaginas verte
bajo el prensado suelo
metida para siempre.
«—Quiero—me has dicho un día —
cuando la vida deje,
que al lodazal no vayan
mis huesos á esconderse.
¡Quién descansar pudiera
tendida dulcemente
de este grandioso templo
bajo las naves fuertes,
y abierto mi sepulcro
por cima de la frente,
á Dios estar mirando
y al órgano solemne!»
De Málaga, así, viendo
la catedral riente,
llorando me dijiste,
llorando por tu suerte;
y yo que, cual tú, madre,
llevo el terror perenne
del día en que á la tierra
mi humilde cuerpo ruede,
nada al oirte dije,
pero soñé con verte
dormir conmigo un día
el sueño de la muerte
en una blanca tumba
do fueran á romperse
los rayos de colores
del vidrio transparente:
así, bajo el sudario
de luces nuestras frentes,
al órgano veríamos
y á Dios eternamente.
* * *
Ojos que fueron flores
de luz tibia y celeste;
seno arrugado y triste
donde bebí la leche;
regazo enflaquecido
que á inmenso dolor mueve,
donde gocé mis sueños
de niño balbuciente;
infatigables manos
ligeras en mecerme,
piadosas en lavarme
y en castigarme leves;
labios que fuisteis rosas
para besar mis sienes,
y fuisteis canto y ritmo
para adormirme fieles;
madre que fuiste loba
al ir á defenderme,
y fuiste muda estatua
para velar mi fiebre;
madre que mis heridas
lamiste con deleite;
¡madre de mis amores,
qué viejecita eres!
* * *
¡Oh Dios! ¿qué daño hizo
mi viejecita débil
para que así en sus ojos
los manantiales seques,
para que así sus manos
en la impotencia dejes,
para que así le arranques
los sueños de la frente,
para que así su seno
paralizado quede,
para que así su boca
sin armonía suene?
Con sus palomas cruza,
con sus palomas viene,
con sus gallinas pasa,
con sus polluelos vuelve;
¿qué daño hace en el mundo
su espíritu inocente?
¡madre de mis ensueños
qué viejecita eres!
* * *
Si yo pudiera darte
la vida que no tienes;
vaciarte mis arterias
en tus arterias leves;
volcar mi ardiente cráneo
sobre tu cráneo inerte;
cambiarte las entrañas
por mis entrañas fuertes;
mi corazón, que vibra
cual yunque resistente,
trocarlo por el tuyo,
que apenas si se mueve;
si yo pudiera darte
mis ojos con que vieses;
mi tacto, que amorosa
pasaras por mi frente;
mi olfato, que en perfumes
el alma te envolviese;
mi paladar, que hiciera
vivir tu cuerpo débil;
mi musical oído
donde sonara siempre
de la Creación grandiosa
la música valiente;
si yo pudiera darte
calor que te encendiese,
mi cuerpo trocaría
en una antorcha ardiente,
en un incendio rojo
que con su luz te diese,
la fuerza de mi carne
y el fuego de mi mente:
¡madre de mis entrañas
qué viejecita eres!
Á MI MADRE
Si un genio me dijera:—Todos los siglos
que alumbre en los espacios del sol la llama
he de hacer que tú vivas, si me concedes
las manos de tu madre, por ti arrancadas,
al genio le diría:—Sólo los dedos
de mi bendita madre, ser de mi alma,
valen más que las vidas que el sol alumbre
hasta que hecho se quede pavesas vanas.
— Hago inmortal tu nombre, si generoso
me das su cabellera profusa y blanca,
blanca como las ropas de altar divino,
blanca como de un ángel las leves alas.
—Sólo un nevado rizo de su cabeza
puesto de mis amores en la balanza,
sólo un rizo nevado, tiene más peso
que Florencia triunfante llena de estatuas.
—Si me das de tu madre los ojos puros,
para que arrebatado tu numen vaya
te regalo una estrella por carro de oro
con ligeras y vivas ruedas de plata.
—Por cada cien estrellas que hay en el cielo,
no daba de mi madre ni una mirada;
con sólo ver sus ojos, vuela mi mente
más veloz que los astros y en luz más alta
—Dame las dulces notas que hay en su risa
y yo te daré el ritmo que vibra y canta
en el bello equilibrio que ata los mundos
donde son deslumbrantes soles las arpas.
— Cuando ríe mi madre, de intenso gozo
un universo rueda por mis entrañas,
y mil cielos vestidos de resplandores,
para que yo los mire, sus velos rasgan.
—Dame su andar, y entonces pondré en tu mano
la vara de virtudes más codiciada,
y serás rey, profeta, sabio, guerrero,
todo lo que enaltece la vida humana.
—Me basta para serlo mi fantasía
mientras que sus estrofas mi lira labra;
un poeta es más grande que cetros regios,
valen más las ideas que las espadas.
—Pues dame un beso suyo, y el mar, la tierra,
un coro de naciones ricas y sabias
con tïaras y tronos, papas y reyes,
para que tuyos sean, pondré á tus plantas.
—Un beso de mi madre vale más glorias;
los imperios se forman de luto y lágrimas,
y á Dios encierra un beso; ya ves si puede
igualarle el tesoro que me regalas.
—Una gota de lloro, y es Todo tuyo.
—Por no verla corriendo sobre su cara,
si tuviera en mis manos el Universo,
¡al fondo del abismo lo despeñara!
ME QUEDO
(RENUNCIANDO A UN VIAJE)
En un lado la fortuna
y en otro lado la patria,
una con lo que atesora
y la otra con lo que guarda,
de mi ambición y cariño
en las distintas balanzas,
comparé, durante meses,
cuál de las dos más pesaba.
A la fortuna, primero,
comparé el mar de mi patria
y dije: «mar, mucho brillas,
pero más brilla la plata».
Eché luego en el platillo
los recuerdos de mi infancia,
y como eran todos tristes,
no inclinaron la balanza.
Puse después el cariño
de mis hermanos del alma,
y opuse un gigante esfuerzo
al metal de la otra taza.
Fuí pesando una por una
á las provincias de España,
y fueron las de más fuerza
Valencia, Sevilla y Málaga.
Quise ver cuánto quería
á mis amigos de España,
y casi, casi vencieron
la enorme pesa contraria.
Puse el amor en seguida,
el amor que ella me guarda,
¡y no se enteró siquiera
el fiel de tan leve carga!
De tanta cosa creído
que la fortuna triunfaba,
exclamé: «voy con denuedo
tras de la mar á encontrarla».
Pero sentí que caían
en el platillo unas lágrimas,
que engrosándose y creciendo,
conmovieron la balanza.
Volví la vista afligido,
y vi con mortales ansias,
que mi madre, medio muerta,
era quien las derramaba.
En tierra dió sin sentido,
sin color, pulso, ni habla,
¡y yo creí, al ver sus ojos,
que el sol mismo se apagaba!
Se inclinó entonces el peso,
y lanzó con fuerza brava
por los aires la fortuna
con fe, ambición y esperanza.
Aún sigue mi madre enferma,
y al recobrar la palabra
ha sido para decirme
«¡no te vayas! ¡no te vayas!».
Ante su amor sacrifico
riquezas antes ansiadas,
porque á costa de su vida
no aspiro á poder, ni á nada.
Seguiré escribiendo libros
en la labor de la patria,
¡y si he de pedir limosna
quiero pedirla en España!
LA BANDERA ESPAÑOLA
Audaz y conquistadora,
aventurera y romántica,
amiga de cascos, plumas,
cotas, espuelas y espadas,
roja como el heroísmo,
como el rayo del sol gualda,
inmortal por su grandeza,
épica por sus batallas,
tela en que todos los vientos
cantaron glorias de España,
siempre apuntó á la victoria
al ser del aire rizada,
y fué á clavarse en las cimas
donde se posan las águilas.
Sudario del enemigo
que audaz osó desgarrarla,
igual que un crespón de luto
cobijó á distintas razas,
mientras que fué en los combates,
para orgullo de la patria,
colgadura de victoria,
lienzo egregio y cifra santa.
Descubridora de mundos,
sintió las vírgenes aguas
abrirse ante su bravura
en espumosas montañas,
y en el cristal infinito,
digno espejo de copiarla,
fué mirando su grandeza,
libre, intrépida y gallarda
Todos los cascos de guerra
tienen señal de sus balas,
y todo acero de lucha
tiene mella de sus armas.
Con cañones dijo al orbe
su epopeya soberana,
que estremecidos oyeron
todos los puntos del mapa.
Supo todos los caminos,
venció en todas las hazañas,
la luz de distintos cielos
viéronla en gloria bañada,
y fué tan alta y tan noble,
que en la lid al tremolarla,
postrado el mundo decía:
«¡Es la bandera de España!»
España palpita en ella
y está su tela labrada
con fibras de nuestros pechos
y amores de nuestras almas.
Su amarillo, es oro puro;
rojo, valor y arrogancia;
y porque encierre más brío,
tiene dos partes de grana.
Nuestra tradición sublime
en sus pliegues flota y canta,
y asta digna de ella, es sólo
nuestra soberbia Giralda.
La bandera simboliza
nuestras costumbres bizarras,
nuestras parrandas alegres,
nuestras mujeres amadas.
El zortzico vibra en ella
y el gemido de la gaita,
y la jota aragonesa
y la andaluza guitarra.
La luz más clara del mundo
da en su seda desplegada,
y los vientos de tres mares
llegan cantando á rizarla.
Las grandes fiestas pregona
sobre las torres clavada,
y es clámide de los reyes
y de los héroes mortaja.
Con los vinos españoles
está por Dios bautizada,
y forma trilógia egregia
con el manteo y la capa.
Es esplendor del desfile,
del arco, arrogante flámula,
memoria del ser ausente
y encarnación de la patria.
Cubridla siempre de gloria
valientes hijos de España,
que están sus ondas de triunfo
tejidas y entrelazadas
¡con fibras de nuestros pechos
y amores de nuestras almas!
BRINDIS TRÁGICO
Revuelto con la gente del campamento,
entre las mil traiciones de gente extraña,
y oyendo cómo silban, cortando el viento,
los plomos con que hieren la madre España,
ve venir el soldado la Nochebuena,
cargada de tinieblas y de crespones,
negra como la sombra de que está llena
la boca funeraria de los cañones.
Con vigor de pedradas, las recias gotas
hieren en la manigua ramas y troncos,
y, al resonar, parecen salvajes notas
de tremendos cordajes duros y broncos.
Desbórdanse las aguas entre gargantas
de angosturas siniestras, hechas torrentes,
y van, mientras arrollan tallos y plantas,
dando de roca en roca tumbos valientes.
Con el arma en las manos, muertos de frío,
¡qué noche la que pasan los centinelas,
oyendo al moribundo decir: «¡Dios mío!»,
ó lejanos relinchos y son de espuelas!
De la negrura salen hondos lamentos;
es que allá, en lo distante, fué la batalla;
¡y fué en la Nochebuena, cuando contentos
van cantando los mozos en la rondalla!
—«Esta noche es la noche de la alegría»,
dice una voz al ritmo de las canciones.
—«Esta noche es la noche de la agonía»,
falleciendo murmuran mil corazones.
Doquier hay en las mesas sitios vacíos,
no hay risas en las bocas, que riega el llanto,
¡que sólo ven las madres los restos fríos
de los hijos del alma que amaron tanto!
Quizás mientras alegre truena el pandero,
cantando la alegría loca del mundo,
en la guerra, de noche, da el aguacero
en la cara angustiosa de un moribundo;
¡Oh, si echado su cuerpo contra una roca,
hechas sus manos trizas, sus pies pedazos,
asfixiándole el agua llena su boca,
y él remover no puede piernas ni brazos!
¡Qué inmensa pesadilla, que atroz martirio
no poder ofrecerle cariño y casa:
bajo el cráneo, al pensarlo, zumba el delirio,
y el dolor, hecho un hierro, las sienes pasa!
Cuando á la mesa todos estéis sentados,
rezad por los que heroicos dieron su aliento,
que acaso allá sus miembros despedazados
sollocen y palpiten de sentimiento.
Y cuando la botella su vino escancia
en el seno del vaso resplandeciente,
y alza del villancico la copla rancia
su son entre el bullicio febril é hirviente,
brindad por el enfermo que allá suspira,
por la patria bandera que allá tremola,
¡y por los grandes hechos que el mundo admira
en esta gigantesca raza española!
Á CUBA
Cuba que en un tiempo vi
alegre, siendo española;
¡qué triste estás y qué sola
hoy que el yanqui manda en ti!
¡Quién te conoce, ay de mí,
más esclava que antes fuiste!;
las cadenas que rompiste,
te ató otra nación extraña;
ya no eres hija de España,
la madre á quien ofendiste.
Ahora, Cuba, ¡oh paraíso!
no eres la virgen del mar,
donde España fué á engarzar
los besos con que te quiso.
A tu lecho fué preciso
que te fuera á descubrir;
y al mirarte sonreir
plegó las tendidas velas,
y en sus grandes carabelas
cuneó tu porvenir.
¡No hubo locura mayor
que la divina locura
de España por tu hermosura,
Cuba, gloria de su amor!
Arrostró todo rigor
por darte progreso y vida;
mil veces fué escarnecida,
mil veces fué desgarrada,
mil veces vilipendiada
y mil veces combatida.
Cuba bella, Cuba ingrata,
Cuba pérfida y traidora;
en poder del yanqui llora,
del yanqui que te maltrata.
Ya tu lengua dulce y grata
vas con otra á profanar;
ya no vibra en el cantar
que triste á tu labio asoma;
¿qué has hecho, di, del idioma
en que aprendiste á rezar?
Fiero relincho de guerra
ahora finge tu lenguaje,
y hablas, en jerga salvaje,
voces de bárbara tierra.
De tu llano y de tu sierra,
¿quién pudo el canto apagar?
Borrado el color sin par
de tus costumbres y ambiente,
ya no eres, Cuba indolente,
la Andalucía del mar.
De la brisa entre los giros
que ya meciendo las cañas,
no viene de las cabañas
el canto de los guajiros.
Ya, empapadas en suspiros
y en perezas tropicales,
no reaniman los zagales,
de la guitarra á los sones,