Libro electrónico127 páginas3 horas
Amarga seducción
Por Kathleen O'Brien
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Mark Connelly siempre había sido la oveja negra de la familia y Glenna supo que estaba jugando con fuego el mismo día que él entró en su vida. El joven rebelde se había transformado en un millonario hombre de negocios, pero algunas cosas no habían cambiado: las mujeres seguían cayendo rendidas a sus pies.
Todas menos Glenna; ella solo había vuelto buscando venganza. Mark tenía un secreto en su pasado que Glenna estaba decidida a sacar a la luz. Pero su búsqueda de la verdad parecía destinada a empezar y terminar en el dormitorio de Mark.
Todas menos Glenna; ella solo había vuelto buscando venganza. Mark tenía un secreto en su pasado que Glenna estaba decidida a sacar a la luz. Pero su búsqueda de la verdad parecía destinada a empezar y terminar en el dormitorio de Mark.
Autor
Kathleen O'Brien
Kathleen O’Brien is a former feature writer and TV critic who’s written more than 35 novels. She’s a five-time finalist for the RWA Rita award and a multiple nominee for the Romantic Times awards. Though her books range from warmly witty to suspenseful, they all focus on strong characters and thrilling romantic relationships. They reflect her deep love of family, home and community, and her empathy for the challenges faced by women as they juggle today's complex lives.
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Amarga seducción - Kathleen O'Brien
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1997 Kathleen O’Brien
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amarga seduccion, n.º 1346 - febrero 2022
Título original: Trial by Seduction
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1105-575-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
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Capítulo 1
FALTABA APENAS una hora para que amaneciera y a Mark Connelly no le apetecía nada acudir a una de las interminables reuniones de trabajo que organizaba su primo Edgerton. Pero, si no aparecía, Edgerton sufriría una apoplegía y él tendría que pasarse el resto de su vida dirigiendo el hotel Moonbird solo. La idea de tener que estar todo el día tras una mesa de despacho le daba escalofríos.
Entró en el hotel y se detuvo delante de la puerta del despacho, con la chaqueta de cuero negro colgando del hombro.
La noche anterior su novia, su ex-novia más bien, lo había acusado de ser una persona fría y desconfiada. Y no lo decía de broma; lo había abandonado derrotada y furiosa. Podía tener una colección de sofisticados trucos de dormitorio, le había dicho con amargura, pero no tenía ni idea de lo que era la intimidad entre dos personas.
Y tenía razón, por supuesto. No había sido la primera mujer que había tomado su aparente frialdad emocional como un reto y había terminado maldiciéndolo entre lágrimas. Pero, como le había dicho desde la primera cita, él no podía cambiar.
No quería, había dicho ella. No quería cambiar.
Daba igual. La prudencia era una vieja amiga de Mark y siempre le había servido bien. Ya no podía dejarla de lado; ni siquiera allí, en el hotel que había sido su hogar durante veinte años. Ni siquiera en aquel momento, cuando su vida había dejado de ser una guerra.
Además, aquella mañana podría tener que librar otra batalla. Sus primos y socios estaban de espaldas, pero podía adivinar lo que había detrás de la rígida, irritada postura de los hombros de Edgerton y el casi inapreciable temblor en las manos de Philip, que habría empezado a beber cuando ni siquiera había amanecido.
Estaban mirando la oscura playa a través de la ventana y, al principio, no le oyeron entrar, pero, cuando dio un golpecito en el cristal del enorme acuario de peces tropicales, Edgerton volvió la cabeza y lo miró con desaprobación. Después, se metió una pastilla en la boca; las tomaba a puñados.
Pobre Edge. Debía de ser horrible tener el corazón de un hombre de sesenta años, cuando sólo se tenían treinta y cinco.
—Llegas tarde —dijo Edgerton con irritación, mientras masticaba la pastilla.
Mark dejó su chaqueta sobre una silla y se acercó al mini-bar.
—Lo siento, jefe —contestó, inclinándose para sacar una botella de agua de la nevera—. No sabía que tenía que fichar.
Edgerton emitió un sonido de desdén. Los dos sabían que no era el jefe.
—Y ni siquiera te has puesto un traje, maldita sea. Sabes que quería que te pusieras un traje. Pareces… pareces un actor de cine.
—Vaya, parece que tampoco me ha llegado tu informe sobre las normas de etiqueta —contestó Mark, tomando un trago de agua.
Philip se dio la vuelta y le dio unos golpecitos en el brazo a Edgerton, para tranquilizarlo. Aunque era más joven y su expresión más dulce, estaba claro que eran hermanos. Los dos eran guapos, rubios y con ojos azules.
En cambio, Mark tenía el pelo tan oscuro que ni siquiera el sol de Florida había podido aclararlo. «Es el primo de los Connelly», había oído que decían en voz baja muchas veces, cuando los tres se divertían por la playa años atrás. «Ya sabes. El pariente pobre».
—Olvídate del traje, Edge —dijo Philip, con la sonrisa que era su marca de fábrica—. Mark no tiene ninguno, ya lo sabes. ¿Y qué más da? Dejará a todas las clientas del hotel hipnotizadas.
—Eso es lo que se teme Edgerton —sonrió Mark.
— Y, hablando de mujeres, Edgerton y yo estábamos intentando averiguar cuánto tardarías en quitarle el bikini a la que está en la playa —dijo, señalando la ventana.
—Yo no… —empezó a decir Edgerton.
—Bueno, pues yo sí —interrumpió Philip, apartándose para dejar sitio a Mark—. Ven a ver. Ya sé que normalmente no te interesan las rubias pechugonas, pero ésta es diferente. Es una mezcla de bibliotecaria y maciza.
—¡Por favor! —exclamó Edgerton, apartándose de la ventana—. Nos quedan tres horas, tres horas antes de que este hotel se llene de periodistas, críticos, políticos y clientes ¿Podríais dejar de pensar en mujeres durante un rato y ayudarme?
— ¿Quién? —preguntó Mark, ignorando a Edgerton y volviéndose con una sonrisa hacia la ventana, aunque no esperaba ver nada que llamase su atención. Las mujeres que le gustaban a Philip solían tener un coeficiente intelectual tan pequeño como sus bikinis, pero hacía falta algo más para que Mark se sintiera interesado.
—Vaya, se ha apartado de la luz —suspiró Philip.
Mark apretó la mandíbula al sentir el olor a alcohol que despedía, pero intentó no mostrar su desagrado. Los planes de Edgerton para la fiesta de reapertura del hotel eran un intrincado laberinto de etiquetas sociales y Philip seguramente se habría sentido incapaz de estar a la altura, pero Mark no dejaba de preguntarse si no podría encontrar otra forma de darse valor que fuera menos auto-destructiva.
—Espera, ahí está otra vez. Se va a meter en el agua —dijo Philip, tomando a Mark del brazo—. Mira, se está quitando los zapatos.
—Tranquilo. Es sólo un pie, Philip.
Pero cuando vio a la mujer, tuvo que dejar a un lado su cinismo. Aquélla no era otra de las rubias pechugonas que le gustaban a su primo. Aquélla era diferente. Era… preciosa.
Era mucho más que eso. Si sólo fuera preciosa no sentiría aquel nudo en el estómago. No, no era sólo su belleza, ni siquiera la forma en que el viento hacía que la camisa se le pegara al pecho, marcando aquellas curvas tan femeninas. Las mujeres guapas eran algo tan normal en Cayo Moonbird como la arena; las miraba, pero hacía tiempo que no se fijaba en ellas.
Entonces, ¿qué le estaba ocurriendo? ¿Qué era lo que lo mantenía pegado a la ventana como si fuera un ansioso adolescente?
Tenía las manos detrás de la espalda, sujetando unas sandalias blancas, y esa postura marcaba la redondez de sus hombros. Estaba al borde del agua, mirando las olas que acariciaban los dedos de sus pies y, de repente, miró hacia el hotel como si estuviera esperando a alguien.
—¿Tenía razón o no? —preguntó Philip, con expresión satisfecha—. ¿Es o no es una belleza?
Mark asintió, pensativo. Era tan pequeña, tan extraordinariamente delicada que, frente a ella, el mar parecía algo grosero y salvaje.
—¡Guau, vaya ejemplar! —exclamó Philip, fingiendo un cómico escalofrío cuando el viento levantó su falda blanca, descubriendo un muslo blanco y bien formado.
Por un segundo, Mark estuvo a punto de golpear a su primo y apartarlo de la ventana para que no pudiera mirarla. Le hubiera gustado gritarle que se callara, que dejara ese tono de grosera lujuria, pero se contuvo. Philip no podría entenderlo. Él sólo veía en ella sus bien formados pechos y el largo cabello rubio.
Pero Mark veía mucho más y sentía algo completamente diferente. Aunque también se sentía excitado. Deseaba, casi necesitaba tocarla. Y ella también necesitaba que la tocaran. Mark podía sentirlo casi como si ella lo estuviera gritando.
Podría parecer una niña, sola y perdida, pero sus pasos lentos y seguros hacia el agua la mostraban más como alguien a quien habían confiado una misión. Alguien que va a enfrentarse sin armas al diablo.
—¡Maldita sea, dejad de mirar por la ventana y vamos
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