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Familia por accidente
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Libro electrónico175 páginas3 horas

Familia por accidente

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Todas deseaban en secreto que él las protegiera

Pero sólo había una mujer en la vida de David Montgomery: su hija Sarah Ann... hasta que perdió la memoria en un accidente y la encantadora Patty Clark le hizo una proposición que no pudo rechazar.
Entre su hijo de tres años y la pequeña Sophia, en la vida de Patty no había ni un minuto de aburrimiento. ¿Pero cómo podría darles la espalda a aquel irresistible padre y a su adorable niña? Pronto la presencia de David en la casa despertó las chispas de la pasión y Patty no tardó en desear que aquel acuerdo temporal se convirtiera en algo para toda la vida...
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 oct 2012
ISBN9788468711393
Familia por accidente

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    Familia por accidente - Joan Elliott Pickart

    Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2004 Joan Elliott Pickart. Todos los derechos reservados.

    FAMILIA POR ACCIDENTE, Nº 1517 - octubre 2012

    Título original: Accidental Family

    Publicada originalmente por Silhouette® Books.

    Publicada en español en 2005

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

    Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

    ® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    I.S.B.N.: 978-84-687-1139-3

    Editor responsable: Luis Pugni

    Conversión ebook: MT Color & Diseño

    www.mtcolor.es

    Capítulo 1

    Patty Clark condujo su coche en medio del intenso tráfico que se producía en hora punta en Ventura. Era un maravilloso día de septiembre. El sol de California, que brillaba con fuerza en el cielo salpicado de algunas nubes, garantizaba con su presencia que caldearía el frescor de la mañana.

    En el asiento de atrás, Sophia, un bebé de tres semanas, dormía plácidamente en su sillita de seguridad a pesar del volumen con el que estaba cantando su hermano Tucker, de tres años.

    —Sarah Ann, Sarah Ann, Sarah Ann —gritaba Tucker con entusiasmo—. Voy a ver a mi mejor amiga, Sarah Ann. ¿Verdad, mamá? Vamos a la guardería y podré jugar con Sarah Ann, Sarah Ann, Sarah Ann...

    —Sí, Tucker, así es —dijo Patty riendo—. Hoy vamos a ir a la guardería, pero recuerda que mamá ya no trabaja allí. Lo que pasa es que necesitan que hoy les eche una mano porque no tienen suficientes cuidadoras para encargarse de unos trastos como vosotros.

    —Y voy a jugar con Sarah Ann —gritó Tucker.

    —Más bajo, cariño —le pidió su madre—. Despertarás a Sophia e irá llorando todo el camino hasta la guardería. Y no queremos que eso ocurra, ¿verdad?

    Patty mantuvo silencio durante unos segundos antes de volver a hablar.

    —Tucker, han pasado más de tres semanas desde que fuimos a la guardería por última vez. No sabemos con seguridad si Sarah Ann seguirá yendo. Y no quiero que te lleves una decepción si no puedes jugar con ella.

    —Estará allí —aseguró Tucker—. Su papá la llevaba todos los días, ¿no te acuerdas?

    —Sí, eso es verdad —reconoció Patty—. Pero Sarah Ann empezó a venir al centro sólo dos semanas antes de que nosotros dejáramos de ir. Tal vez su papá ya no la siga trayendo.

    —Sí que la trae —repitió el niño frunciendo el ceño—. Sé que la trae. A Sarah Ann le gusta ir a la guardería. Y su padre le sonreía por eso. Yo voy a jugar con Sarah Ann, Sarah Ann, Sarah Ann...

    Patty trató de desconectar de la excitación de su hijo. Estaba claro que Tucker no quería aceptar el hecho de que tal vez su mejor amiga no estuviera aquella mañana en la guardería.

    «Su padre le sonreía».

    Las palabras de Tucker resonaron en la cabeza de Patty mientras su mente se trasladaba hacia las dos semanas en las que David Montgomery había llevado a su hija a la guardería antes de que Patty se marchara para dar a luz a Sophia.

    —Oh, sí —murmuró entre dientes.

    El guapo-hasta-decir-basta señor Montgomery sí que sonreía a su hija antes de dejarla por la mañana y cuando la recogía a las seis menos cuarto en punto de la tarde. Pero nunca le dedicaba esas sonrisas a ninguna de las cuidadoras ni se paraba al menos un instante para decir el típico: «Que pasen un buen día» al personal. Toda su atención iba dirigida a Sarah Ann y a nadie más.

    Aunque... Bueno, lo cierto era que había habido un pequeño contacto entre la misma Patty y David Montgomery el último día que ella estuvo en la guardería.

    Todo había empezado cuando Susan, otra de las cuidadoras, se había acercado a Patty como una exhalación antes de que David Montgomery llegara con su hija.

    —Hoy es el día —dijo Susan, que era una joven muy atractiva—. Lo presiento. Esta mañana, cuando David Montgomery deje a la pequeña Sarah Ann me va a sonreír. He hecho todo lo posible para conseguir que ese hombre tan guapo se percate de mi existencia y haga algo más que fruncir el ceño y asentir levemente con la cabeza en mi presencia. Pero tengo un presentimiento, Patty. Hoy me va a sonreír... a mí.

    —¿Estás completamente segura de eso, Susan? —le había respondido ella con una carcajada.

    —Sí, lo estoy —aseguró la joven asintiendo con decisión—. Sabemos que es padre soltero porque no hay ninguna señora Montgomery en la solicitud que rellenó para el ingreso de Sarah Ann. Yo soy madre soltera. Así que tiene sentido que el maravilloso David conozca a la maravillosa Susan... Oh, ya llegan. Están en la puerta de entrada. Hoy es el día. Obsérvame en acción.

    Patty siguió a su compañera. Si la decidida Susan conseguía de verdad que David Montgomery le sonriera era algo que valía la pena presenciar. De verdad era un hombre extremadamente guapo.

    Era alto y de cabello oscuro, como la propia Patty. Ancho de hombros y con piernas musculosas que se adivinaban bajo los pantalones vaqueros que solía llevar. Y tenías los ojos azules más impresionantes que había visto en su vida. No era de extrañar que Susan estuviera colada por aquel hombre que sólo tenía sonrisas para su hija.

    —Buenos días, Sarah Ann —dijo Susan con entusiasmo deteniéndose delante de ellos—. Y buenos días a usted también, señor Montgomery.

    David Montgomery asintió con la cabeza y luego se giró de nuevo hacia su hija.

    —Pásatelo bien, cariño —dijo sonriéndole—. Te veré más tarde. Te quiero.

    —Te quiero —respondió la niña corriendo a reunirse con los demás.

    David frunció el ceño al ver marcharse a Sarah Ann sin darse la vuelta ni una vez para mirar a su papá. Susan se dio la vuelta y puso los ojos en blanco al ver a Patty allí de pie.

    —¿Señor Montgomery? —dijo Patty.

    —¿Sí? —respondió él girando lentamente la cabeza para mirarla.

    —Me llamo Patty Clark. Éste es mi último día aquí. Sólo quería decirle lo contenta que estoy de haber conocido a Sarah Ann. Es una niña muy alegre y muy inteligente.

    —Gracias —contestó él con una sonrisa—. Le agradezco que me lo diga. Yo creo que es muy especial, pero reconozco que no soy muy imparcial respecto a mi hija. Pero por favor, llámame David. Yo te llamaré Patty.

    —De acuerdo. Yo tampoco soy imparcial con mi hijo —respondió Patty soltando una carcajada—. Y seguro que me pasará lo mismo cuando llegue esta pequeña —aseguró palmeándose el vientre.

    —Tu marido y tú debéis estar encantados con tener otro hijo —dijo él.

    —Yo no... No estoy casada —contestó Patty—. Estoy divorciada. Pero sí, dentro de un par de semanas podré abrazar a mi niña y estoy deseando hacerlo.

    —Mami —dijo Tucker apareciendo al lado de su madre—. ¿Podría venir Sarah Ann un día a jugar a casa? Es mi mejor amiga.

    —Ya veremos, Tucker —respondió Patty—. No te prometo nada.

    —Así que éste es Tucker —intervino David—. Sarah Ann habla muchísimo de él en casa. Ella también dice que es su mejor amigo.

    —A los tres años es muy importante tener un «mejor amigo» —aseguró Patty—. Bueno, debo reunirme con mi grupo. Que pase un buen día, señor Montgomery... David. Ha sido un placer charlar contigo.

    —Lo mismo digo, Patty. Adiós.

    Cuando David se dio la vuelta y salió por la puerta Susan se precipitó al lado de Patty.

    —No me lo puedo creer —aseguró poniendo los brazos en jarras—. Te ha sonreído. He incluso ha mantenido una conversación normal contigo. ¿Qué tienes tú que yo no tenga?

    —Un vientre abultado —respondió Patty soltando una carcajada—. Estoy en zona segura, como se suele decir. Las mujeres que parecen ballenas varadas no están en el mercado, por lo general. Tú, querida, eres demasiado guapa. Eres una molestia potencial para un hombre ante el que las mujeres caen rendidas sin ninguna duda.

    —Supongo que sí —respondió Susan con una mueca—. Pero bueno, al menos hay una esperanza. Ese hombre no puede seguir siendo un gruñón el resto de su vida. ¿Has visto qué sonrisa, Patty? Se le ha iluminado toda la cara. Ha sido como si...

    —Venga, déjate de historias y pongámonos a trabajar —la interrumpió Patty soltando una carcajada—. Con Marjorie en el dentista yo estoy a cargo de este lugar, y no permitiré que ningún David Montgomery nos distraiga de nuestra responsabilidad.

    Patty se llevó las manos a los riñones y luego miró de soslayo la puerta por la que acababa de desaparecer David.

    Hace tiempo, mucho tiempo atrás, ella también habría soñado con un hombre como aquél, igual que le había pasado a Susan. Pero aquellos días habían pasado. Para siempre.

    —Semáforo en verde, semáforo en verde —gritó Tucker desde el asiento de atrás y devolviendo a Patty al momento actual—. Vamos, vamos.

    El conductor que tenían detrás tocó el claxon como si estuviera de acuerdo con Tucker en que su madre debería moverse. Ella apretó el acelerador tratando de no pensar en el calor que le arrebolaba las mejillas.

    Aquel viaje al pasado era una ridiculez, pensó sacudiendo la cabeza. Desconocía las razones que le habían llevado a recordar aquella conversación banal con David Montgomery.

    Minutos más tarde entraba en la guardería con el portabebés con Sophia dentro en una mano, el bolso en un hombro y la bolsa de los pañales en el otro. Dos cuidadoras la saludaron con la mano desde el fondo de la estancia. Tucker corrió hacia su rincón favorito, en el que una multitud de bloques de madera pintados en colores brillantes esperaban para ser convertidos en creaciones mágicas. Susan corrió hacia Patty y agarró el portabebés en el que dormía Sophia.

    —Hola, preciosa —dijo haciéndole una carantoña a la niña antes de volverse hacia Patty—. Por Dios, mírate. Ya has recuperado completamente la línea. Ni rastro de michelines bajo esos pantalones que llevas puestos. ¿Cómo lo has hecho? Yo todavía no me he recuperado de mi parto, y eso que fue hace siete años.

    —Tú tienes una figura... deseable, Susan —aseguró Patty con una sonrisa—. Con muchas curvas. Muy femenina.

    —Serías un buen político —respondió la joven con una carcajada—. Le dirías a la gente lo que quiere oír.

    —Lo que yo quiero oír es que David Montgomery sigue trayendo aquí a su hija —aseguró Patty—. Tucker tiene tantas ganas de ver a su mejor amiga que si no aparece seguro que me montará una escena.

    —Ah, David el guapo estará aquí enseguida con su niña —aseguró Susan—. Y con su ceño fruncido. El hombre no ha vuelto a sonreírle a nadie excepto a su hija desde que tuvo aquella charla contigo. ¿Crees que serviría de algo que me quitara la ropa cuando entre? No, mejor olvidémoslo. En cualquier caso es estupendo tenerte por aquí de nuevo, Patty. ¿Dónde quieres que ponga a la señorita Sophia?

    —Utilizaré el despacho de Marjorie hoy ya que sigue de vacaciones. Pásamela, yo la llevaré.

    —Sarah Ann, Sarah Ann, Sarah Ann —gritó Tucker—. Has venido. Le dije a mi mamá que vendrías.

    Patty dejó el bolso y la bolsa de pañales sobre una de las mesas de los niños y se giró para observar cómo la puerta de entrada se cerraba tras Sarah Ann y David Montgomery.

    «Oh, Cielo Santo», pensó para sus adentros. David Montgomery era todavía más guapo de lo que ella recordaba. Rezumaba masculinidad por todos los poros. Se movía con una gracia natural que indicaba que se sentía cómodo dentro de su cuerpo. Un cuerpo tan perfectamente proporcionado tenía que ser pecado.

    ¿Era un escalofrío sensual lo que le estaba recorriendo la espalda? No, no lo era. Qué idea más absurda.

    Un instante después abrió los ojos de par en par al ver a Tucker y a Sarah Ann correr el uno hacia el otro y fundirse en un abrazo. Patty se acercó hasta ellos, consciente de que aunque eran de la misma edad su hijo era un niño fuerte y Sarah Ann era de constitución menuda y delicada. Si Tucker la abrazaba con fuerza podía terminar llorando.

    —Tucker, cariño —dijo Patty cuando estuvo al lado de los niños—, ya sé que estás muy contento de ver a Sarah Ann pero vas a hacerle daño. Suéltala, Tucker.

    —Vale —obedeció el niño—. ¿Sigues siendo mi mejor amiga, Sarah Ann?

    —Eres mi mejor amigo del mundo entero, Tucker —aseguró la pequeña asintiendo con la cabeza.

    —Vamos a jugar con los bloques —dijo Tucker tomándola de la mano.

    —Vale.

    —Adiós, Sarah Ann —se despidió David—. Te quiero.

    —Te quiero —contestó ella sin mirarlo.

    La pequeña pareja corrió

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