Manual para escribir una buena novela
Por José Ruiz Mata
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Tiene en sus manos el manual que marcará la diferencia entre una buena novela y una novela más. Con una estructura muy cómoda para consultas y una gran cantidad de ejercicios prácticos, Ruiz Mata va desgranando cada herramienta para que el lector de este libro sepa cómo convertirse en el novelista avezado y de éxito que ambiciona ser.
Una buena novela nos dice la verdad sobre su protagonista; pero una mala nos dice la verdad sobre su autor.
Gilbert Keith Chesterton
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Manual para escribir una buena novela - José Ruiz Mata
INTRODUCCIÓN
Un novelista no es un mero contador de historias. La novela tiene que trascender mucho más allá de lo que sus palabras, su trama, comportan.
Desde siempre, el hombre ha reflexionado para encontrar sus motivaciones, el porqué de sus actos, de sus reacciones frente a los dilemas que los otros congéneres y él mismo se plantean en cada momento. De ese modo aprende a controlar sus propias acciones, a conocerse mejor y a proyectar dicha experiencia en la psique de los demás a fin de interpretar las intenciones de sus semejantes, de analizar sus conductas, de darles respuestas a sus comportamientos. Por este medio puede, incluso, intentar imponerse a sus congéneres o defenderse mejor de sus ataques, pero también puede ayudarlos en la difícil tarea de vivir con dignidad, colaborar con la sociedad al denunciar las injusticias y, en definitiva, llegar a una mejor compresión del mundo que lo rodea. Esta introspección de sus propios motivos y la explicación de las actitudes de otras personas ocupan gran parte su vida y constituyen una preocupación permanente hasta condicionar su manera de ser y de actuar.
Por ello decimos que el novelista no es un mero contador de historias. Cuando una persona decide dedicarse a la literatura debe adquirir un compromiso personal ante sus lectores para hacerles más comprensible la realidad que viven, para rescatarles parte de su memoria perdida, para darles pistas del porqué de sus inquietudes y su conducta, para indicarles una ética de comportamiento, para plantearles preguntas aunque estas no tengan respuestas claras. Así, el escritor pertenece a un sector de la sociedad tan devaluado como la vanguardia del pensamiento, que se enfrenta a cuantas desviaciones nos sean impuestas desde los centros de poder, de consumo, de pensamiento único.
Hay quienes defienden en la novela el arte por el arte. A ellos se les podrían proponer las siguientes cuestiones: primera, ¿de verdad sus libros están llenos de ese supuesto arte?, ¿quién lo mide? Segunda, ¿acaso el arte está en pugna con el compromiso? Tercera, ¿no es compromiso ir más allá de lo que se muestra, es decir, una de las condiciones del arte? Cuarta, ¿las obras clásicas no están impregnadas de esa comprensión del mundo? El Quijote, El Criticón, El filósofo autodidacta, El Gatopardo, por citar algunas, ¿no son obras en las que se expone un nuevo concepto de realidad, una crítica a las costumbres, una búsqueda de nuevos valores en las personas? Si estas obras siguen llamando nuestra atención es porque han tratado temas que son fundamentales en los individuos y en su convivencia, porque han sabido ahondar en problemas, pensamientos, inclinaciones que no son solo de una época o de una sociedad concreta, sino que atañen a la persona en sí, a su formación, a su forma de ser, de pensar, de actuar. Estas narraciones inciden en los conflictos del ser humano en general y, gracias a ello, se han convertido en clásicas en toda la amplitud de la palabra, ya que están por encima de las modas, las inclinaciones y las épocas. Podemos decir que una obra clásica es aquella en que se abordan temas universales, fuera de modas e intereses partidistas.
En suma, nosotros consideramos que toda novela es una versión de los diferentes conflictos humanos, por ello debe servir para explicar los comportamientos, traumas, alegrías y demás circunstancias que atañen al conjunto de la sociedad; dar respuestas a sus inquietudes y, sobre todo, plantear preguntas sobre la esencia del ser humano consigo mismo y de las relaciones entre las personas.
LA CONSTRUCCIÓN DE UNA NOVELA
Todo escrito es un edificio y la novela, una vivienda. Podríamos comparar un libro con diferentes edificaciones, incluso podríamos ver en algunos de ellos que son como una catedral; pero una catedral, por magnífica que sea, no sirve para que vivan en ella personas. En cambio, una humilde chabola es habitable. En una novela tiene que existir vida, personas que se interrelacionen, que se enfrenten a los problemas y evolucionen. Un museo, una ermita, un templo, un mausoleo, por bien construidos que se presenten, no están adaptados a la vida humana; un complejo de oficinas, sí. No es cuestión de estética, de estructura, de belleza, sino de vida.
En cuanto edificio, la novela ha de tener sus cimientos. Que no se nos olvide que los cimientos están bajo tierra, no se ven, pero son fundamentales para que no se venga abajo toda la construcción. En la novela, los cimientos son la génesis de la narración, el motivo que, tras estudiar ciertos comportamientos humanos, nos lleva a exponerlo de una manera novelada.
Pongamos algunos ejemplos. Nos puede atraer el hecho de explicar cómo la violencia se ha ido imponiendo en la Historia, cómo un hombre inteligente y justo es atacado por otro que es más fuerte y está armado; al final muere el justo y vence el bruto. El pensamiento de éste último será el que impere, pues la Historia es siempre contada por los ganadores, los derrotados tienen poco que aportar. También es posible que nos cautiven las diferentes formas de poder que se ejercen en esta sociedad, desde las más radicales a las más sibilinas, y su aceptación por la plebe. Otro tema puede ser cómo superar un desengaño amoroso, o cómo aman los egoístas; las múltiples maneras de corrupción... Temas universales en tiempo y espacio que preocuparían a cualquier hombre.
Vamos a proponer, a modo de ejemplo, un tema sobre el que trabajar. Hace años acudimos a un congreso que trataba sobre la obra literaria del escritor que le daba nombre a la fundación organizadora del evento. Uno de los ponentes, que era amigo nuestro, alabó, en demasía a nuestro entender, la última novela del escritor, cuyo nombre no importa. Luego, mientras tomábamos unas cervezas, le indicamos al ponente nuestro parecer acerca de su intervención. Cuál sería nuestra sorpresa cuando él nos aclaró que había sido incapaz de leer más de cincuenta páginas de la dicha novela, lo aburría, pero que le habían pagado bien su intervención y quería ser agradecido. Los intereses creados —parafraseando a Jacinto Benavente—, y los honores espurios, son temas universales que admiten buenas reflexiones y merecen formar parte de cualquier buen relato.
Esto nos lleva a hacer una confesión. Cuando queremos tratar un tema controvertido y nuestras opiniones nos llevarían a discusiones por lo arriesgado de la propuesta, en vez de escribir un ensayo preferimos la novela. En una novela podemos exponer nuestros pensamientos de una forma más sutil y, como es ficción, siempre es fácil alegar que se trata de una invención. Aseguramos que, mientras nos han rebatido algunos de nuestros planteamientos en ensayo, jamás nos han cuestionado una idea expresada en una novela. El ejemplo anterior de la violencia nos conduce al siguiente axioma: civilización es igual a represión, represión es igual a violencia, por lo que civilización es igual a violencia. Sí, ya sabemos que este axioma puede ser controvertido pero, si lo llevamos a un relato, será aceptado como parte del juego.
Encima de los cimientos dispondremos la estructura del edificio: pilares, forjados, muros, que representan la propia estructura de la novela: narrador, punto de vista, situación espacial y temporal, desarrollo de la idea primigenia. Dentro de la tan traída fórmula de fondo y forma, la estructura correspondería al fondo, lo que queremos contar.
Asimismo, igual que en el edificio se colocan las canalizaciones de agua, desagües, electricidad, saneamiento, aire acondicionado, en la novela debemos intercalar una serie de historias anexas que le den vida a la narración, a la vez que sirvan como explicaciones suplementarias que enriquezcan la idea principal; equivalen a diferentes puntos de vista, a variaciones sobre el mismo tema.
Lo ideal de una novela es que conjugue la reflexión con la acción, aunque recomendamos mayor peso a la segunda. Esas reflexiones, que a veces puede ser un pensamiento corto, certero y a tiempo, se incluyen también entre esos accesorios que vamos colocando para darle consistencia a nuestra vivienda.
Todo el conjunto de estructuras y canalizaciones se recubre con ladrillos, enfoscados, pintura, piedra labrada. Ya no vemos ni cimientos ni pilares ni alcantarillado, solo un edificio que resultará más o menos atractivo.
Ese es el estilo literario de la novela, la forma en que se cuenta la historia y se describen sus diferentes escenarios y personajes. El revestimiento es algo esencial, es lo que nos va a indicar a primera vista la belleza de la construcción. Pero si no existen buenos cimientos, si la estructura no soporta el paso del tiempo y la erosión, pronto nos encontraremos con un montón de ruinas que apenas si querrá alguien visitar.
De igual modo, es importante el lugar que hemos elegido para el emplazamiento del edificio. Una casa de campo no es apropiada para el centro de la ciudad, ni un bloque de viviendas para edificarlo en un bosque.
A los consabidos fondo y forma tendríamos que agregar un tercer término que sería «la finalidad», para qué se escribe una determinada novela. Tener definido el propósito de la narración es como saber ubicar la vivienda que se desea construir. Si esa finalidad no se tiene clara desde un principio es como dejar al albur si el paisaje es el idóneo para nuestra construcción, si servirá para la sociedad o si no será más que un resalte en el paisaje. Ya dijimos que el novelista no es un mero contador de historias, como tampoco el arquitecto es un simple proyectista de viviendas.
Ya tenemos nuestra casa terminada en el lugar apropiado, con buenos cimientos, sólida estructura y un bello acabado. Ahora es el momento de que sea poblada por una serie de personajes que le den vida, calor, utilidad. Estos habitantes van a ser los personajes, de los que hablaremos más adelante.
Sabemos que explicadas así cómo son las sucesivas fases del desarrollo de una novela puede sonar artificioso, ya que los personajes suelen estar presentes desde el comienzo de la narración, pero esta es una licencia que nos hemos permitido para describir la construcción de una manera ordenada. También somos conscientes de que es posible pensar primero en la estructura para adaptarla luego a los cimientos, que el lugar de emplazamiento admite modificaciones, que durante la redacción de la novela surgen diferentes detalles, nuevas perspectivas o pensamientos que llevan a modificar, incluso sustancialmente, el resultado final.
En realidad, todo lo que hemos dicho hasta aquí bulle en la mente del autor sin que exista un orden predeterminado; cada cual empieza a crear como puede y le viene la inspiración. Los diversos aspectos de la novela son como un mosaico en el que han de insertarse las teselas sin forzarlas para que el resultado sea el adecuado. Nadie se va a plantear si primero nos surgió la historia, si luego nos dimos cuenta de que bien podría dar respuesta a una de nuestras cuestiones sobre las relaciones humanas o si fue al revés, es decir, si los dos planteamientos circularon paralelos hasta hacerse tangenciales y encontrarse sin previo aviso. Otra opción es ir asentando la estructura a medida que vamos revistiendo la fachada, corregir los errores que en un principio no vimos, sanear los cimientos; incluso realizar todas estas operaciones mientras corregimos. Escribir y corregir, ese es el secreto; mas lo único verdaderamente importante es el resultado.
En Sobre héroes y tumbas, Ernesto Sábato sostiene: