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Eduardo Aunós, su vida y misterios
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Libro electrónico314 páginas5 horas

Eduardo Aunós, su vida y misterios

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Eduardo Aunós (Lérida 1894-Lausanne 1967) lo fue casi todo: Ministro en dos dictaduras –la de Primo de Rivera, la de Franco-, diputado, embajador, Consejero Nacional del Movimiento, jurista de prestigio, Presidente del Tribunal de Cuentas, Caballero de la Legión de Honor de la República de Francia, Presidente del Círculo de Bellas Artes, Presidente del Colegio de Doctores…

Como ministro de Trabajo con Primo de Rivera logró el periodo de menores huelgas de su época, etapa de la que data su amistad con José Calvo Sotelo, con quien compartiría exilio en París cuando se proclamó la República. No regresaría hasta el final de la guerra. Después, su nombre figuraría entre los primeros cincuenta miembros del Consejo Nacional de FET y de las JONS. Cuando ocupó la cartera de Justicia con Franco decretó la excarcelación de 200.000 presos de la Guerra Civil y, luego, cumplió los encargos del dictador como embajador en Bélgica acompañando en el exilio al gobierno belga. Fue, también, embajador extraordinario en Argentina para un importante acuerdo comercial así como vocal del Tribunal de Responsabilidades Políticas hasta su renuncia.

Ideólogo del Estado Corporativo, admirador de José Antonio, monárquico, conservador al tiempo que regeneracionista, católico heterodoxo con inclinaciones espirituales y esotéricas, defensor de la justicia social y de los derechos de las clases vulnerables, precursor de los derechos medioambientales y del mundo animal, productor de cine… pero, sobre todo músico y escritor. Tuvo tiempo para convertirse en editor de la colección El Grifón donde publicaría a escritores falangistas y católicos, como a autores nada adeptos al régimen.

Su vida personal no fue menos ajetreada. Después de un matrimonio algo forzado, conoció en la cincuentena a la joven licenciada en clásicas María Antonia Morales, cuya relación cobraría fuerza a partir de 1958 cuando se inicia un largo proceso para su anulación matrimonial, casándose primero por el rito ortodoxo en Atenas hasta finalmente poderlo hacer en España poco antes de su fallecimiento.
IdiomaEspañol
EditorialLid Editorial
Fecha de lanzamiento3 may 2018
ISBN9788417558901
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    Eduardo Aunós, su vida y misterios - Rafael García Contreras

    INTRODUCCIÓN

    El dos veces ministro de Trabajo y Justicia, embajador de España, presidente del Tribunal de Cuentas de España, escritor, músico, periodista, editor, presidente del Círculo de Bellas Artes, presidente de la Orquesta Filarmónica de Madrid y de la Masa Coral, presidente de la Academia de Doctores, presidente mundial de los antiguos alumnos de los Hermanos Maristas, Medalla de Oro de París e Hijo Adoptivo de Lérida, presidente de la mesa de la Conferencia Internacional del Trabajo en Ginebra, joven doctor honoris causa por la Universidad de Lovaina, Caballero de la Legión de Honor de Francia, presidente de honor y en España de la editorial Hachette, presidente segundo de la Academia Breve de crítica de Arte, presidente honorario de la Asociación Española de Bibliófilos, amén de otros cargos y nombramientos honoríficos que ahorramos al lector, don Eduardo Aunós Pérez no deja de ser, a pesar de sus múltiples actividades y con enorme presencia en los medios durante una gran parte de su vida, nos atreveríamos a decir que a día de hoy, si no una figura como mínimo no del todo bien conocida como no sea para mal, y en nuestra opinión en falta de ser mejor reubicada, por no decir además mayoritariamente ignorada desde su muerte a la actualidad. Decretada la eliminación de su presencia en la calle y plaza que tuvo su nombre en la capital madrileña con aplicación de medidas de revisión de las calles franquistas por la corporación municipal gobernante desde 2015, por una comisión de la Memoria Histórica que con todo el respeto creo que ha cometido una decisión puede que excesiva en ciertos casos; mencionado en la Wikipedia en la lista de los treinta y cinco altos cargos del franquismo imputados por el juez Baltasar Garzón y cierto es que partícipe convencido del golpe de estado militar contra la República en su día, es sin embargo su figura y trayectoria mucho más compleja de lo que una impresión superficial o carente de suficientes datos cuando no sesgada y en muchas ocasiones sectaria nos podría hacer suponer. En todo caso en este comité sé que hay algunas personas de altura, no dudo de su buena fe y de que también la ley de Memoria Histórica tiene unos justificados requisitos que seguidos estricto sensu, han podido evaluar la toma de esta decisión como correcta. La calle que ha tenido su nombre ha quedado sustituida en la propuesta por la figura de Mercedes Formica, mujer luchadora por la causa de los derechos de la mujer y de talla intelectual, perteneciente en su día a Falange, jurista, escritora con unas Memorias muy interesantes; bien, nada que objetar a la trayectoria de esta insigne mujer que perfectamente pudiera haber sido reconocida antes, pero algo absurdo me parece que con ciertas similitudes ideológicas durante un tiempo, sea Aunós el proscrito y menos aún si comparamos la obra e importancia de don Eduardo quien sea el relevado, sin detrimento de los méritos de Formica para figurar en el callejero madrileño; por cierto doña Mercedes le entrevistaría como locutora en RNE, en su calidad de escritor en su faceta de novelista. Aceptemos en estos tiempos de justa recuperación de las mujeres eminentes, la retirada de Aunós de esa calle para no caer en trampas de discusión artificiales, pero el doblete de retirarle también su nombre de una plaza para dársela al catedrático en derecho romano José Castillejo, exiliado de quien respetamos y valoramos su trayectoria por supuesto, nos deja algo de congoja; en todo caso también existe una confluencia en un aspecto con el sustituto, dado que Aunós fuese experto reconocido internacionalmente en esta temática jurídica. Enrique del Moral Sandoval, profesor de Ciencias Políticas, notable historiador y concejal de Cultura con Tierno Galván, obviamente en nada simpatizante de las ideas políticas de Aunós, cuando se ocupó, soportando en esos tiempos de nuestra incipiente democracia las amenazas ultraderechistas, de la realización con valentía y rigor de los cambios de calles, tuvo muy claro respetar las de nuestro biografiado, como su equipo de expertos, consciente de su relevancia, altura intelectual y causas de la localización del nombre de sus calles. En efecto, para dejar modestamente un dato más que creo refleja su triste caso, menciono el titular del diario Pueblo del 16 de abril de 1953 con motivo de una entrevista del periodista Juan Sampelayo: «Eduardo Aunós: Dos barriadas de casas y un sinfín de cosas»; donde don Eduardo responde que efectivamente en su etapa de ministro de Trabajo en el Directorio impulsó la ley de Casas Baratas y dentro de ello, dos barriadas de casas baratas, de acuerdo a su espíritu social, las llamadas Fuente del Berro y Cruz del Rayo, ambas en Madrid. Y es donde precisamente han estado figurando con su nombre una calle y una plaza respectivamente, hasta su supresión. Concretamente en el estudio publicado por los arquitectos Santiago Téllez y Beatriz Andrada, titulado Colonias de Chalets en Madrid, en el apartado dedicado a la Fuente del Berro cito textualmente «calle Eduardo Aunós bautizada en honor al Ministro de Trabajo de Primo de Rivera que impulsó la construcción de casas baratas y su promoción a través de cooperativas». De igual modo entre otras, es obra urbana de iniciativa suya la barriada de casas baratas de Can Tunis en Barcelona, inaugurada por él en mayo de 1929; también el propósito de las construcciones utilizadas para la Exposición Internacional de Sevilla como alojamiento para los visitantes, serían luego casas de utilidad social, al término del evento.

    Nada más lejos en la intención de este ensayo que el de pretender desmentir todo aquello que pueda ser motivo de crítica justa sobre su vida política y personal, de sus errores, con sus ínfulas en momentos históricos de exaltación; de hecho no nos vamos a ocupar de relatar y abundar en ello, para eso ya se han dado muestras suficientes por parte de algunos historiadores o relatores, unos con mayor rigor y otros con una carga ideológica de interés manipulador; como quien esto escribe no ha pertenecido nunca a la órbita política de quienes se pusieron de lado del franquismo o simpatizaron durante ese periodo con el régimen, precisamente por eso mismo, considero que debe prevalecer la verdad hasta donde seamos capaces de alcanzarla, en el sentido de colocar al personaje que nos ocupa en su ubicación más correcta y de matizar esas etapas, aportando información, alejados así de fáciles juicios maniqueos.

    Si el lector se forma la impresión de que este libro toma la imagen de Eduardo Aunós de una manera positiva, incluso en ocasiones elogiosa en ciertos aspectos, no se haya desencaminado. Es precisamente el resultado de esta obra, a medida que se profundizaba, el de exponer toda una serie de informaciones, con documentación y testimonios que así lo avalan y para ofrecer muchos aspectos desconocidos, ignorados y en ciertos casos intencionadamente oscurecidos, que complementen y demuestren que este personaje no es ni obedece a una imagen simplista y falaz, unívoca y negativa por parte de algunos de sus detractores, en pura lógica ideológica que tiene su evidente posicionamiento natural y que comprendo perfectamente. Asumimos también que quien reúne en sus características una trayectoria tan amplia, donde se es testigo y partícipe de cuatro importantes periodos de nuestra historia como son la monarquía de Alfonso XIII y en su caso como ministro del Directorio, la República con su exilio, la Guerra Civil con su participación fuera del país del lado nacional y finalmente los primeros años de Franco con su ejercicio como ministro de Justicia, y su periodo posterior, consolidado el dictador, todo con tareas llenas de múltiples variables y sucesos, puede llevarnos a ser tentados para hacer política-ficción y es cierto que en algunos momentos pueda parecerlo; me anticipo a disculparme por ello, pero cabe sincerarse que si lo roza, es más por el campo de las suposiciones e interpretaciones, y por ello ciertas afirmaciones no comprobadas plenamente van acompañadas en general de interrogantes. El lector comprenderá la toma por tanto no literal de las mismas, fuera del campo de las invenciones, en las que creemos francamente no haber caído.

    Compensar con este texto a aquellos que sin profundizar desprecian o acusan y sin desconocer a aquellos otros que con razón han juzgado su periodo político más militante en el campo conservador católico y de Falange con Franco con sus sombras, recalcando sus arengas escritas en aquellos enardecidos momentos y por ende el periodo de su ideario más beligerante y combativo, cuando no la de menospreciar su prolífica obra como escritor acusado erróneamente de tener un buen número de negros, no significa renunciar a buscar un equilibrio a los fuegos cruzados. Forma parte de mi intención dicho ejercicio y por tanto, repito, se trata de poder revelar, hasta donde la información nos lo ha permitido, buena parte de todo lo no sabido, lo no dicho y lo no reconocido que de interés y de valor ha representado Eduardo Aunós en su paso por el mundo político y cultural, en definitiva por la vida.

    Esta obra, insistimos, pretende, como una más de las posibles, romper fáciles clichés, mostrar matices, ofrecer nuevos datos que ayuden a interpretar mejor la apasionante e hiperactiva acción de quien fuera uno de los primeros españoles y más jóvenes doctores honoris causa por la Universidad de Lovaina registrados de nacionalidad extranjera de esa época; también uno de los más jóvenes ministros de nuestra historia, en este caso durante el Directorio del general Primo de Rivera; un político que ministro de Franco en Justicia implanta reformas humanitarias y realiza la mayor excarcelación de presos del régimen, así como uno de los periodistas y escritores más jóvenes que se recuerdan; también un músico, un conferenciante, un mecenas de la edición literaria, un escritor prolífico… y sobre todo alguien que como bien señalaba él mismo en una entrevista consideraba que existe algo mucho peor que el suicidio, y esto es no ser aquello que se es. El asunto es, valga el juego de palabras, que ese es resulta en el caso de Aunós un caso de hombre tan polifacético como capaz de ofrecernos diversas variantes y variables en sus derroteros personales, políticos, creativos y espirituales, aunque parezca rimbombante expresarlo así. Por tanto nos encontramos ante alguien que efectivamente fue consecuente con sus creencias, con su arraigada fe cristiana y católica, aun siendo ésta objeto de una especial evolución espiritual, y con sus convicciones políticas, también sometidas a acciones y matices diversos, y por encima de todo sus intensas experiencias, su afán investigador y su vasta cultura; ello nos conduce a terrenos donde demuestra una notable capacidad para realizar cuantas revisiones considera necesarias y por ello consumar una seria transformación dentro de su órbita de origen conservador, como iremos exponiendo en estas páginas. Sin duda nos encontramos con un personaje que en su culta complejidad y llevado casi siempre por un espíritu de profundización, comprobamos como en un periodo de tránsito y reflexión sobre su vida del año 48, nos dejaba frases tan singulares y demostrativas de su hondura humana como la siguiente: «no sólo los genios poseen el derecho a elevar hacia el cielo el rayo de su lámpara maravillosa», un claro signo de su mirada espiritual singular que se acrecentaría en el tiempo. Ya de muy joven creía que «todas las cosas del mundo traen su mensaje en distintas formas y manifestaciones», siendo consciente de la dificultad para captar dichos mensajes viviendo en su Lérida natal y en la naturaleza un mundo lleno de romanticismo y ensoñaciones en aquellos momentos; estado que creemos recuperaría ya con madurez de otro modo a partir de 1958, pero todo eso lo iremos relatando.

    Con sinceridad quiero dejar claro a quienes prejuzguen o etiqueten de manera creo que superficial a quien esto escribe por su defensa de la figura del biografiado, que la motivación principal es en realidad la de entender mejor quién era, qué hizo y bajo qué parámetros; por tanto me atengo a ofrecer cuanta información sea útil, allí donde se demuestra que las convicciones y autenticidad de Aunós a lo largo de su vida, con luces y sombras, de forma más explícita o de forma más hábil o sutil, hasta aparentemente callada, según qué circunstancias, deja ver sobre todo en mi opinión a un hombre lúcido, indagador, creyente sin caer en estrechos dogmatismos a medida que evolucionaba espiritualmente, y capaz de ser en la acción práctica mucho más generoso y humano que aquellos juzgadores e intransigentes tan dados a las fáciles estigmatizaciones en el politiqueo sectario que desde los prejuicios ideológicos acostumbran a opinar sin el mínimo interés en profundizar sobre verdades, causas y matices que todo ser humano lleva en su mochila vital. Y consideramos que a mayor envergadura de la persona juzgada, mayor es el riesgo de equivocarse, máxime cuando ésta puede ser perfectamente criticable, pero en ningún caso acusada de mediocre ni de lineal, si su recorrido es largo y lleno de senderos, vericuetos y aconteceres inesperados. Fue así don Eduardo un personaje que pese a estar marcado fuertemente por su tiempo, contexto y educación, vivió muchos mundos y vidas, teniendo creo bien presente el ejemplo de cierto ideal de hidalguía, esa figura noble y recta definida por su maestro Baltasar Gracián, convencido de cómo esa actitud de caballerosa españolidad, que en un artículo asociaba en su comparativa al gentleman, debía de ser practicada desde la sencillez natural y con una elegancia educada, nada altiva.

    Debo agradecer que cuando este trabajo estaba ya bien avanzado, pude tener la suerte de ser recibido por María Antonia Morales, el gran amor de don Eduardo, mujer de una fuerte personalidad, quien cumplidos sus cien años de edad y dándose la circunstancia de que se cumplen cincuenta años de la muerte de nuestro biografiado, no dejaba de resultar una feliz coincidencia al poder contar con su importantísimo testimonio. En mi caso, al interés por contar con sus informaciones, se ha unido un verdadero afecto y, por qué no decirlo, incluso admiración por la figura de la casi inédita escritora viuda de Aunós, que conserva una lucidez tan digna como inteligente, considerando un verdadero regalo, por su habitual aislamiento y difícil accesibilidad, todo aquello que a lo ya dicho anteriormente me ha comunicado por vez primera para participarlo públicamente y que confío haber podido transmitir de la forma más fidedigna posible. Por último sé que los fenómenos de simpatía producidos entre quien investiga y relata, con quien es objeto de ello, está entre los riesgos de este tipo de ensayos, en mi caso con mayor delito por no estar, si simplificamos, en su órbita en términos ideológicos en buena parte de su pasado; contando con el mayor respeto, acepto con todas las consecuencias que haya sucedido así.

    INFANCIA Y JUVENTUD

    Nacido en Lérida en el seno de una familia conservadora y de la alta burguesía un 6 de septiembre de 1894, tendrá en su padre Eduardo un referente en lo social y político, y en su madre Jovita una auténtica adoración. Su hermano Antonio, que se destacaría como jurista y experto en el mundo del derecho, será para él durante la primera parte de su vida alguien muy próximo, estudioso del derecho en la misma Universidad de los Agustinos de El Escorial, y colaborador suyo en las leyes de su ministerio del Directorio Civil. De sus primeros tiempos infantiles, ese joven de enorme curiosidad por todo y mirada observadora a través de unos ojos profundos muy abiertos, remarca su recuerdo del guiñol que le montaba un empleado de su padre, que decía le resultaban unas horas deliciosas. Nada mejor que poner en sus propias palabras, sus impresiones de infancia y juventud, tomadas de unas anotaciones personales que escribió para La Vanguardia y La Provincia de Valencia cuando ya había vencido según su propia expresión la etapa de los primeros cincuenta años. Decía así:

    Nací en Lérida, una ciudad situada en los confines de Aragón y Cataluña. Mi niñez y adolescencia transcurrieron en el ambiente cansino agridulce propio de una capital de provincia. Pero mi padre era oriundo del Valle de Arán donde íbamos todos los veranos y para visitarlo atravesábamos buena parte del mediodía de Francia. Por tal motivo a los ocho años ya conocía varias ciudades de este país y hablaba la lengua de Molière casi como el español. Al pasar por las estaciones del recorrido francés me gustaba comprar en sus vistosos kioscos unas colecciones de novelas que entonces valían noventa y cinco céntimos de franco. Sus portadas de llamativo colorido y sus innumerables ilustraciones alegraban y hacían más asimilable el texto. En estas ediciones conocí a Loti, a Anatole France, a Stendhal, a Balzac, a André Hoeuriet, a Paul Bouset, a Maurice Barrès y a otros muchos novelistas franceses, amén de alguna traducción de Kipling, de Fermine Cooper, de Hoffmann.

    Continúa explicando su decidida inclinación hacia las letras en el bachillerato, rememorando a sus primeros profesores de música y literatura y cómo «la política tensaba mi espíritu y no pocas veces en las horas de repaso de asignaturas mi espíritu siempre dispuesto a volar soñaba en lo que estarían haciendo en aquel instante los ministros reunidos en Consejo o lo que haría el orador de turno en las Cortes. Movido por estos impulsos a los diez y seis años escribía en la prensa local». Ya antes, a sus doce años, instigado por su profesor de Religión y Literatura, el doctor Ramón Minguell, un enamorado de la oratoria de Castelar, publicaba en el periódico de Reus La Democracia Cristiana, dejando claro que su vocación política, religiosa y de escritor se unificaban en este premonitorio estreno; sin embargo a este maestro le ocultaba la lectura a escondidas de los románticos más destacados. Ese mismo profesor con frecuencia le instaba una y otra vez: «Señor Aunós, estilo oratorio…» e imbuido por ese espíritu publicaba lo que en una entrevista al diario Madrid en 1952 realizada por Daniel Guelmain, visto ya con perspectiva calificaba como «artículos rimbombantes, ¡con unos títulos!.. El hombre y su destino o Los Alpes». Su educación con los Hermanos Maristas en determinada etapa en régimen de internado, en la misma ciudad donde residía su familia, asunto del que expondría su sufrimiento por ello en su obra Discurso de la vida, con esos castigos que de cuando en cuando le impedían salir en festivos, no obstante le encaminarían a un espíritu profundamente religioso y con austera disciplina, donde el papel histórico y ejemplarizante de los santos formaba parte del aprendizaje, asumiendo de manera temprana la existencia de la vida con un camino marcado por determinados sacrificios; ello no era óbice para recibir una formación donde se daba apoyo a las cualidades personales de cada alumno hacia sus preferencias naturales; su vinculación con esa organización permanecería en el tiempo, hasta el punto de llegar a ser el presidente de la Asociación Mundial de Exalumnos. Todo este periodo está perfectamente desarrollado en el proyecto de investigación de Cecilia Gutiérrez Lázaro, y en la biografía del político de CIU, catedrático de matemáticas Josep Varela, a quienes citaremos en varias ocasiones y cuyos trabajos han sido de gran utilidad.

    En todo caso cierto es significar dos factores de su entorno de gran influencia en su infancia y adolescencia: uno, los parajes montañosos y escarpados que le ayudaban a la visión romántica y, por otro, las estancias familiares en el balneario de Luchon y las visitas al santuario de Lourdes desde muy pequeñito que apuntalaban su francés. Su padre en aquel momento ya senador, viendo la imaginación desbordada del muchacho y que vivía la realidad de manera desorbitada, le animaba a pronunciar sus discursitos delante de gente de confianza. Y luego ya con su amigo Álvarez Pallás se estrenarían en público, dando sendas conferencias en el local de la juventud conservadora de Lérida. Decisivo sería para un mayor impulso, cuando el senador adquiría en 1912 el periódico El País de Lérida y un año después La Prensa, motivando a su hijo a escribir en ellos, sobre todo temas de controversia política y artículos literarios, llegados los últimos años de su bachillerato. Sufragada por su progenitor, a imitación de los libros franceses y con sólo quince años de edad, aparece su primera novela, Almas Amorosas; antes de eso, de chiquillo ya le había regalado un diario para que volcase sus impresiones, vista su inquieta tendencia a husmear por la vida. Resulta conmovedor y un tremendo presagio de su destino su comentario en unos apuntes esquemáticos hacia 1948 denominados «sobre el autor y su obra», referidos a su primeriza novela, cuyo tema sobre el amor y la muerte es la tesis de la obra y remarca la obsesión de su vida; a ello añade reflexivamente respecto a la sabiduría que ésta supone «un don difícil como el amor». El cariño a esa obra quedaba demostrado, al publicar en 1952 una reedición de Almas Amorosas para los amigos en esas navidades, con un pequeño pulido para quitar «alguna desordenada verbosidad y las reiteradas vehemencias de hace ocho lustros», y comenta: «Era mi tiempo de rotundidades y precisiones… el traidor no conocerá los resquicios de la menor bondad, y las personas bienaventuradas no incurrirán jamás en la más leve delicuescencia. Almas, personajes de una sola dimensión, sin arrugas, sin recovecos… era la época de los sentimientos en verticalidad. Nada de complicaciones, que entonces hubiéramos dicho, o de complejos, que ahora es moda -y modo- de decir». Con esa precocidad escribió otro par de pequeñas novelitas, tituladas Nini (novela de costumbres madrileñas) aparecida en el folletín de La Prensa de Lérida y Hacia lo Ignoto. Cuenta su íntimo amigo Álvarez Pallás, quien luego fuese reconocido escritor costumbrista, que en esa Lérida bohemia y saturada de tipismo de principios de siglo conocieron a personajes tan populares como Mariano Bautista, el Manolo, y a Jaime Jiménez Cap de Ferro, quienes en las tertulias de animación y jolgorio «sabían bordonear la guitarra con arte innegable; se arrancaban con guajiras, taconeaban erguidas sus cabezas y con solemne encogimiento de hombros, modulaban con cadencias de puro estilo sus canciones que merecían entusiastas aplausos». En ese mismo texto de su amigo, titulado Eduardo Aunós cuando publicó su primera novela, relata los locales que frecuentaban como La Gran Antilla, de evocación colonial; La Luna; La Cuba de Oro, especializada en sus resopones modestos; La Quima, bodegón popular con sesiones de polichinelas, y la Fonteta de Sancho, lugar campero con su fuente; sigue explicándonos que los espacios de vida literaria y artística se convocaban en el Café de España y en el Bar-Restaurante Torino con escritores, periodistas, dibujantes, caricatos y pintores; y para dejar constancia de los mundos subterráneos nos menciona el Café de Manelet, chaflán al mercado del Plá, en donde nació la peña «Los Conjurados de la Noche», constituida por conciudadanos que se levantaban a la hora en que la gente de paz se sentaba a la mesa para cenar y se acostaban de siete a ocho de la mañana, después de exhibir en aquel café su pendón, que lucía el título expresivo y elocuente. Especial impacto literario le produciría el poeta leridano Magín Morera, que destacó por su verbo castellano y posteriormente su lenguaje intimista catalán. De esos jolgorios infantiles y juveniles, el carnaval ilerdense tal y como lo describe en su Discurso de la vida «se nos presentaba como un divertido y alucinante alarde de colorido y de fulgor mundano»; recalca además las actuaciones del poeta ultramodernista Cristoenvalga, en realidad un funcionario de nombre Antonio Hernández que también deleitaba con bailongas melodías como «La Tramada» y «El autobús» con la muchachada disfrazada de Pierrot, mariposa blanca, Colombina, pájaro azul, según esos recuerdos reflejados en esta obra autobiográfica, donde en esos ambientes destaca ser testigo de las ejecuciones al piano de un grande de la ciudad que vivió en París, el músico Ricardo Viñes que acudía a las fiestas mayores de mayo bajo su patrono, el mártir San Anastasio, calificando sus conciertos de Chopin, Liszt o Debussy de «un verdadero milagro de arte, de luminosidad, de ensueño». Para su gran afición de músico y pianista, debió de ser revelador. El callejeo de Eduardo y José María por toda la ciudad tenía su paso emotivo por las laberínticas calles del Canyeret, por la Calle Mayor, desde el Ángel al Moro de Casa Guiu y luego por la huerta, en definitiva por todos los rincones posibles. Paralelamente las excursiones por las montañas y valles pirenaicos le insuflaban disfrute y daban fuerza a su ajetreado pensamiento, y los estudios de solfeo y piano con algo de composición le predisponían con intensidad a su pasión musical que posteriormente ocuparía un papel de cierta importancia; sin duda le influyeron su padrina Antonia, casada en segundas nupcias con su abuelo materno e hija de un renombrado pintor ilerdense, Francisco Navarro, y especialmente la proximidad de su primo Alfonso Benavent, músico, pianista y literato, junto a la figura de su madre, aficionada a este arte y a la poesía. Volvemos a su propia voz: «A los diecisiete ingresé en la Universidad de El Escorial y comencé la carrera de Derecho. Me perfeccioné un poco en literatura con el P. Conrado Muiños, acabado prosista. Fui director de la revista que publicaban los alumnos del colegio. A los veinte años, en el último año de la carrera, publiqué dos pequeñas obras: Testamento de Juventud y las Cartas a Tonón para el buen gobierno de las ciudades de Occidente. Dos años después ve la luz pública El libro del mal estudiante (1919), que por curiosa paradoja es precisamente un código de quien podría pasar como inmejorable estudiante si no fuese por sus escapadas crecientes al mundo de los sueños y su aversión hacia los formalismos de los estudios oficiales». Hay que decir que es una obra que integrando una traducción de De deo Socratis de Apuleyo, adquiere una especial relevancia dada la aparición primeriza de una tesis esencial en su pensamiento político: la organización del Estado en gremios, las asambleas políticas representativas de los sectores sociales, con

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