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Bolívar y su obra
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Bolívar y su obra

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En Fulgencio Gutiérrez se continúa la tradición de la más auténtica y acompasada frase de la prosa española. Aprendió su ritmo y sus primores en los viejos libros de la casa paterna, y más tarde en la lectura asidua y admirativa de los escritores del siglo de oro.
Enriqueció su lenguaje con el tesoro riquísimo del léxico clásico, y, más que todo, supo aprovechar la elegante flexibilidad de la sintaxis castellana, tan abundante en giros y tan propicia a los más gallardos movimientos de la emoción y del espíritu.
Don José Fulgencio Gutiérrez acometió la tarea de leer todos los estudios publicados hasta el tercer decenio del siglo XX sobre el Libertador y, con intención divulgadora dirigida a sus colegas del magisterio, se propuso escribir un ensayo sobre el legado del padre de Colombia, ese experimento político que apenas duró una década. Este ensayo, como casi todos los de su época, alimentó la devoción bolivariana, el culto al héroe que alentó en la hermana república por casi tres décadas el general Juan Vicente Gómez. Solamente en Pasto, entre 1925 y 1928, José Rafael Sañudo polemizó con Sergio Elías Ortiz sobre el carácter histórico del Libertador.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 dic 2019
ISBN9780463130056
Bolívar y su obra
Autor

José Fulgencio Gutiérrez

Nació José Fulgencio en la población de Mogotes (Santander) el 16 de enero de 1895. Su hogar, santificado por las virtudes cristianas y por los óleos del trabajo, estaba presidido por don Vicente Gutiérrez y doña María Martínez, sus padres, en torno a los cuales se agrupaban ya tres hijos más. Del padre heredó Fulgencio los principios de rectitud y de fidelidad al deber, que informaron su vida, y de doña María el talento y la recia fibra que aquilataron su obra.Cumpliendo el ciclo de seis años de escuela primaria en su pueblo natal, cursó en Bogotá estudios profesionales de pedagogía en las casas normalistas de los Hermanos Cristianos, en cuyos colegios regentó cátedras por breve espacio de años.Desde su más tierna edad dio muestras de una insaciable curiosidad intelectual, y, a semejanza de Cervantes, llegaba hasta recoger los papeles de la calle, en busca de alguna información, o para ejercicio de la lectura.En la comunidad exploró sin cesar las bibliotecas, y sobre la base de sus conocimientos profesionales construyó pronto el sólido edificio de su erudición, que fue agrandando y decorando cada día, con el auxilio de su prodigiosa retentiva y de su decidida vocación para las disciplinas intelectuales.Estudió muy a fondo la religión cristiana en su dogma, su moral, su culto, su apologética y su historia, no por simple prurito de ilustración, sino para dar bases firmes a sus convicciones y conducta. Se adentró por la filosofía con seguro criterio; estudió y dominó varios idiomas antiguos y modernos, como instrumentos de saber, y supo de códigos y de jurisprudencia. Pero la Historia, el Lenguaje y las Bellas Letras fueron objeto de su preocupación y empeño constantes, y con ellas sirvió especialmente al prestigio y a la cultura de su pueblo.

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    Bolívar y su obra - José Fulgencio Gutiérrez

    Advertencia al Lector

    El presente trabajo, que no es sino la ampliación de un primer estudio ya publicado, y en el que por la premura del tiempo y la falta de espacio no pudo desarrollarse el plan primitivo, viene a darle a éste toda su amplitud.

    El autor no ha tenido ni tendrá nunca la pretensión morbosa de tratar el tema a la manera que trazan la biografía de los grandes hombres, Zweig, Ludwig, Mauroís, etc., en nuestros días. Ni ha picado siquiera de original, como con tanto lucimiento lo hizo, aunque fragmentariamente, nuestro archifamoso Fernando González, cuyo libro Mi simón bolívar desconcierta y maravilla por su atrevimiento y sus "visiones geniales, mucho más que el irreverente, gratuito y soso ensayo de interpretación racionalista de la Divina Persona de Jesús, por Emil Ludwig, donde descartado el primer capítulo, en que se hace una reconstrucción histórica del ambiente de la Jerusalén de hace dos mil años, lo demás es hermenéutica sin vuelos, interpretación ñoña, y mala, imitación de empeños heterodoxos a lo Strauss.

    Inspirado el autor de este ensayo en la corta pero primorosa obrilla del historiógrafo antioqueño Bernardo Puerta G, titulada semblanzas Heroicas, preciosa antología patriótica que, un poco ampliada y relimado el estilo para ponerlo más al alcance de los niños, debería ser el libro de horas de todos los escolares colombianos, concibió el que esto escribe la idea de pergeñar algo que sirviera de ayuda a los maestros, especialmente, a los que no disponen de copiosas fuentes de información; de modo que ellos tuvieran a la mano dónde proveerse de sugestiones para sus lecciones, especialmente en los grandes días de la patria.

    No ha movido, pues, al autor, deseo de mostrarse informado –que no lo está suficientemente– en cosas de nuestra historia, ni se quiere vender por erudito. No escribiendo para los doctos, para los académicos, sino para personas que sin tener tiempo para copiosas lecturas ni proporción para llegarse hasta las bibliotecas, ni para hacerse con obras que, o no están a la mano de los lectores ordinarios o no son fáciles de hallar, era justo y legítimo que se hicieran numerosas citas y aun largas transcripciones en un escrito como éste, de pura intención vulgarizadora.

    El esbozo publicado por entregas en estudio, órgano del Centro de Historia de Santander, halló una acogida con que, nunca soñó el autor y lo animó a desenvolver el plan primitivo.

    El autor no se lisonjea de haber hecho obra adecuada ni siquiera al modesto fin que se propone; pero con todo espera que su esfuerzo será apreciado en toda la pureza de su intención patriótica.

    Además, está escrito en lenguaje sencillo y en tono menor, distribuido en secciones, con franca libertad, como para que la atención del lector no se canse. Tiene algún adobo literario y una decorosa compostura en la cláusula, de modo que no se noten en él esas caídas de estilo y esas impropiedades y barbarismos que deslustran, por ejemplo, la obra del historiador J. D. Monsalve, apreciable por más de un aspecto, pero de sabor polémico y de radio demasiado restringido.

    Entre los escritores colombianos que han escrito largamente acerca de Bolívar, Cornelia Hispano campa solo en punto de estilo; pero desgraciadamente sus obras no llegan hasta las manos de todos los maestros y están tocadas de ciertos resabios filosóficos y de interpretación que las deslustran.

    En este ensayo el autor huye tanto de la seriedad y estiramiento, que a las veces acoge la anécdota o la leyenda, para dar variedad al asunto; pero sin llegar nunca, a las libertades del novelador; y también quiere ponerse un poco a tono con la concepción moderna de la historia, que no es panegírico sino estudio sereno de todas las fases humanas, así las grandes como las pequeñas.

    Es tiempo ya de que pase la usanza de escribir historia a lo Larrazábal, para hacer del héroe un semidiós, mirando sólo a los lados esplendentes de la verdad. Y si por desgracia queda todavía quien profese a Bolívar el culto idolátrico que muchos, y se escandalice muy ingenuamente de por qué la Iglesia no lo ha exaltado a los altares, bueno es que se atempere a los tiempos que alcanzamos y que degüelle el cisne lírco de su conmovedora ilusión.

    No es propicia la hora –ni es decoroso a la dignidad humana– para renovar los cultos infantiles que se vieron en épocas de fervor intelectual: un poco de escepticismo y un regular porqué de racionalismo no vienen mal a ninguna inteligencia, en tratándose de estos negocios.

    En el Renacimiento se vio al humanista Ficino dar culto a Platón, ante cuya imagen tenía siempre encendida una lámpara votiva, y, en trance de morir Cosme de Mediéis, le encomendaron el alma leyéndole alguno de los embelesantes diálogos platónicos.

    Pomponio Leto hacía oración diaria ahinojado ante Rómulo, como el incrédulo Goethe elevaba oraciones secretas a Minerva; y aquél dio en la flor de ofrecerle anualmente al fundador de Roma un macho cabrío en sacrificio; Bembo, el latinista cantor de Lucrecia Borgia, no podía sufrir la baja latinidad de las epístolas de San Pablo, ni Sannazaro amaba pronunciar el nombre de, Jesús, no latino.

    Es preciso que las mentes queden barridas de semejantes telarañas de superstición, que a nada bueno conducen; aun cuando concedemos de buen grado que no todo es bueno para todos, y que ciertos pormenores no tienen por qué llegar a noticia de los niños. Ya vendrá para ellos la hora del discernimiento, y entonces podrán conocer toda la verdad; lo que no es aceptable es que en ningún momento ni por ningún motivo el error o la leyenda se aposenten en las mentes juveniles o populares: sólo la verdad hace libres, dice el Texto.

    Así dejamos justificadas ciertas incursiones en el vedado de la vida del Libertador y el haber abocado resueltamente ciertos temas referentes a él y a otros grandes personajes de nuestra historia. En todo caso, libérrimos y honrados en nuestra interpretación personal, tuvimos presente la áurea regla del periodista sajón: Los hechos son sagrados, pero los comentarios son libres. Esto para que nadie se llame a engaño de la libertad que a veces usamos.

    Para terminar, vaya de anécdotas. Una gentilísima amiga, de grandes prendas de corazón y de mente muy cultivada, no se aviene, en largos años ya, a perdonar al autor la lectura del terrible libro del doctor Sañudo contra el Libertador... Puede que el corazón sea también un criterio de verdad, acaso el criterio más alto, y así lo propone casi Pascal. Cuando uno ve cómo la razón humana chochea y delira y se extravía, siente ganas de pensar, como aquella dama, que sólo el amor y el sentimiento atinan con el camino de salud...

    Pero, sea consuelo de la gentil amiga y advertencia de todos, que de la lectura de aquella obra excesiva se determinó en el autor la sublimación de la devoción bolivariana, que acaso apenas dormitaba en su alma.

    Originalidad? No pretendemos tenerla; Dios se la depare a los que creen en ella.

    Introducción

    Sois el hombre de un designio providencial. Nada de lo hecho atrás se parece a lo que habéis hecho, y para que alguno pueda imitaros, será preciso que haya un mundo por libertar. Habéis fundado cinco repúblicas... que elevarán vuestra grandeza adonde ninguna ha llegado. Con los siglos crecerá vuestra gloria como crecen las sombras cuando el sol declina. –El 17 de junio de 1825 en Pucará. (Doctor José Domingo Choquehuanca, abogado).

    El continente ha sido libertado por él (Bolívar). (Bartolomé Mitre).

    Un sueño suele ser el hilo fijo en la trama de la vida de un hombre. El de Bolívar fue la unificación de la América Meridional. (Mitre).

    No cedo en amor a la gloria de mi patria a Camilo; no soy menos amante de la gloria que Washington, y nadie me podría quitar la honra de haber humillado al León de Castilla desde el Orinoco hasta el Potosí. (Bolívar).

    Bolívar tiene qué hacer en América todavía. (José Martí).

    Sería necesario retroceder veinte siglos para encontrar en un huerto de Galilea otro sepulcro sobre el cual hayan florecido tantas promesas de resurrección para un ideal y tantas promesas de inmortalidad para una memoria. (E. Gil Borges).

    Honrándolo a él (Bolívar) nos honramos a nosotros mismos. (E. Gil Borges).

    ¡Qué terrible cosa es ser grande hombre! (Bolívar, hablando de sí mismo).

    Conozco las vías de la victoria, y los pueblos viven de mi justicia. (Bolívar).

    Si estoy triste es por ustedes, porque mi suerte se ha elevado tanto que ya es difícil que sea desgraciado. (Bolívar).

    Mis dolores existen en los días futuros. El porvenir es mi tormento, es mi sepulcro. (Bolívar)

    Yo consagro gustoso hasta mi inocencia a la salvación de la patria. (Bolívar)

    No quiero exceder los límites de mis derechos, que por lo mismo que mi situación es elevada, aquéllos son más estrechos. La suerte me ha colocado en el ápice del poder; pero no quiero tener otros derechos que los del más simple ciudadano. Que se haga la justicia y que ésta se imparta, si la tengo. (Bolívar).

    Como Carlos VII de Francia, pudo (Bolívar) exclamar: apelo de los agravios de la suerte a la grandeza de mi corazón y a mi espada. (Larrazábal).

    Para matar en América el soez despotismo, se necesita un día; para que los pueblos aprendan a respetar la libertad, dos siglos. (Bolívar).

    La evolución de América fue la realización del pensamiento de Bolívar. (F. García Calderón).

    Todas las obras de Bolívar, así en el orden político como en el militar, son tan características, que ha sido preciso inventar palabras apropiadas para simbolizarlas. (Mitre).

    Hablar de libertad y no nombrar a Bolívar, es como hablar de poesía y no mencionar a Homero. (Un periódico-francés en censura de festejos argentinos a la memoria de San Martín, libertador de la América del Sur). (¿?)

    En cuestiones de política americana, debemos volver a los ideales de Bolívar. (Sáenz Peña. expresidente de la Argentina).

    Hay muchos libertadores, pero no existe sino un solo Libertador, el insuperado, el insuperable Simón Bolívar. (Federico Enríquez y Carvajal).

    Bolívar fue el mayor entre los grandes hombres. (Doctor Santiago Pérez).

    ¡Qué hombre sería Bolívar –exclamó una vez José Martí– para que personaje del fuste de San Martín, jefe del ejército, jefe del Estado, dueño de verdes laureles, le ofreciera apenas le vio y le oyó, ponerse a sus órdenes! ¡Qué hombre –puede asegurarse– para haber inspirado la veneración que inspiró a varón tan probo, tan austero, tan recto y de tan analizador y descontentadizo espíritu como el Mariscal de Ayacucho! (R. Blanco-Fombona).

    Nació para ser grande. ¡Quién sabe en qué crisol fundió el Destino aquel espíritu que tuvo vislumbres de Platón y de Brummel, de Tamerlán y de Cicerón!

    No hay en la historia del Continente figura más completa y avasalladora que la de Bolívar. Fue el genio secundado por el encanto... Bolívar fue el actor sin igual de un drama sin precedentes. Pero entiéndase bien, el actor, no el histrión... Si a algún ser humano le cabe el título de superhombre, es a él, sin discusión; porque Bolívar es la figura más empinada y más altiva que posee la historia de América...

    Nunca un hijo de mujer se ha alzado a mis ojos más alto y más circundado de claridad... Se llama El Libertador, pero también puede llamarse El Enorgullecedor... Sur América es Bolívar... Fue a la vez un militar y un caudillo; un orador y un visionario; un legislador y un diplomático. Artigas más San Martín, eso es Bolívar, dice Rodó...

    En él estaban, en conjunto armónico y completo, las características prominentes de todos, como si su personalidad tuviera la inflexible perfección del círculo que no puede ser ni más ni menos redondo sin dejar de ser círculo... Bolívar es, con Martí, el más grande orador de América... Bolívar merece que se le tenga por un verdadero escritor. (Juana de Ibarbourou, insigne poetisa uruguaya).

    ¡Bolívar! Semejante a los perfumes de la mar Eritrea que bogaban sobre la superficie de las aguas e iban delante de los barcos, tu nombre fue un augurio de una tierra desconocida y un mensajero de victoria... ¡Bolívar!, ¡nuestro sol, nuestro numen, nuestra gloria! (Cornelio Hispano).

    ¡Qué difícil compaginar orgullos y encuadernar almas que venían por distintos canales sin conocer los itinerarios que cumplía el predestinado que al galope de su corcel libertario pudo amansar tigres y hacer Constituciones republicanas!

    ¡Oh, señor Bolívar de Palacios y Sojo: los graves mausoleos son pequeños para la perdurabilidad de vuestra gloria y para la eternización de vuestro espíritu inmortal.

    Como el rayo en las entrañas de la nube –según la imagen rodoniana–, sólo esperáis el momento oportuno para salir nuevamente, ¡oh, Don Quijote de la nueva cruzada! (A. Oropeza Benítez).

    Las ideas de Bolívar fueron más grandes que sus batallas. (Octavio Méndez Pereira).

    Bolívar fue proclamado fundador del arbitraje por el internacionalista. (Leo S. Rowe, Director de la Unión Panamericana, en 1911).

    "Desde hace tres cuartos de siglo antes de la convocación de la primera conferencia de la paz, el inmortal Bolívar presintió estas asambleas, donde las naciones debían reunirse y presentarse, respetando su independencia, para promover la adopción de reglas de derecho para asegurar el orden y afirmar su libertad y soberanía." (Gonzalo de Quesada).

    Irradiaba potencia sin consumirse su esencia, esencia como la del rádium, que irradia su milagro sin agotarse ni disminuirse... Para que nada faltase en el concierto planetario de sus dones múltiples, hay en su vida hasta el sino de la desventura.

    Contemplad su parábola inmensa: comenzó en orto de victorias, deslubradoras como profecías de signos celestes; se hundió, se puso como un sol sombrío, en la tarde présaga, amagada de tempestades, que sólo él hubiera podido conjurar si todavía su voz profética, ya convertida en treno jeremíaco, hubiera hallado eco de razón en la ingratitud de los suyos, que se retiraban de él como para dejarlo agigantarse en la soledad...

    En todas partes es el primero, y en todos los órdenes, sin segundo...

    De la vida risueña a la vida heroica, recorrió en ritmo alterno todos los grados y modos, desde el tono familiar y noble de la amistad, o el rudo y sápido del vivac, hasta el tono sublime del genio...

    Si vivió hacia afuera, pródigo de todo, de dinero, de corazón, de alabanzas, de recompensas... en sus silencios, en sus adentros llevaba inextinguible, intacto, un prematuro dolor: muerta tempranamente la bien amada, lleva en sus ojos un duelo diáfano, la imagen de la muerta en flor... (Gonzalo Zaldumbide).

    Bolívar dejó algo perdurable para el mundo... No obstante sus defectos, merece ser considerado, por siglos de siglos, como un estadista superior de elevados ideales... Su ideal perdura y debe continuarse. (Doctor J. H. Van Peursem, historiador holandés y biógrafo de Guillermo de Orange).

    A Bolívar, fuera de España y de América, lo habrán oído nombrar muchos, mas sólo lo conocerán los eruditos en historia. No deja de ser, por esta ignorancia, el más grande guerrero bienhechor que en el mundo ha sido. Si la América española llegara a imponerse en el planeta, Bolívar lo alumbraría como un sol. (Tomás Carrasquilla).

    Era (Bolívar) el demagogo en su expresión más alta y más pura. Electrizaba las turbas.

    No vivió para acomodarse a la realidad de las cosas sino para forzarlas a tomar la apariencia deformada y hermosa que su espíritu había querido imprimirles anticipadamente. Desdeñaba las apariencias sensibles porque le dio la naturaleza el poder de transformarlas.

    Bolívar murió después de haber satisfecho todos sus ideales. Napoleón, un soñador de mayores vuelos, ligó su nombre al más bullicioso de los fracasos.

    Fue un soñador más venturoso que el corso. Realizó el ensueño de su vida y se despidió de ella proclamando la inanidad del esfuerzo, la mezquindad del resultado. (Baldomero Sanín Cano).

    Era (Bolívar) un coloso que se asustaba, en sus momentos de calma, de su grandeza. (Carlos A. Villanueva).

    1. Cómo juzgaremos a Bolívar

    Quiere una sugestiva tradición que al pasar Benedicto XIV cotidianamente, frente a la estatua de San Jerónimo, usara apostrofarlo sonreído: ¡Ah, Jerónimo!, cuántas gracias debes darle a Dios de que no me hubiera tocado conocer de tu causa de canonización, pues, por tu acrimonia contra los herejes, yo no te habría exaltado a los altares.

    Contrariamente, el fervor admirativo e idolátrico que suscitaba Bolívar a su paso llevó tal vez a ministros del culto a franquear los vedados del dogma con parodias irreverentes como la de aquel predicador que en la metropolitana de Caracas, en 1827, lucubrando sobre el misterio de la Beatísima Trinidad a presencia de Bolívar, vio figurados en él al Padre da la Patria, al Hijo de la Gloria y al Espíritu Santo de la Libertad.

    Otras veces en la misa, entre la Epístola y el Evangelio, se cantaban con igual propósito versos ditirámbicos hasta frisar en sacrilegio. Ya es la actitud canina del célebre peruano Vidaurre, abatido detractor futuro del héroe, quien, colocado en cuatro pies, pide a Su Excelencia como insigne honor tenga a bien sentar su planta bienhechora sobre las espaldas del fanático derrocado por tierra: ora es el general argentino don Carlos de Alvear, que hinca la rodilla ante el rayo de la guerra, al saludarlo en el Potosí.

    El diputado peruano Manuel Antonio Cuadros, después presidente de la Corte Suprema de Arequipa, en un banquete ofrecido en aquella ciudad a Bolívar, pugnaba por servirle de criado; pero el Libertador, indignado, lo apostrofó: O usted se sienta a la mesa y deja el servicio a los criados, o yo me levanto.

    Hallen gracia, pero no imitación, tan pueriles demostraciones de ingenua admiración; porque ellas abaten la indeclinable dignidad humana ante un mortal gloriosísimo en quien floreció por modo extraño la excelsitud, y las pequeñeces no sientan bien como homenaje a la grandeza. Como sería injusto rigorismo querer aplicarle a Bolívar, guerrero y libertador hispanoamericano, el riguroso cartabón y la severidad de criterio que ya vimos amaba el Papa Benedicto.

    Más cuadra a nuestro decoro y a la gloria misma del Libertador, rendir a éste un obsequio racional y razonado, como para las cosas de la fe, pedía el de Tarso. Dignificada es la actitud bellamente respetuosa y humana del ministro peruano don Bernardo Monteagudo, quien al penetrara con Bolívar en un salón de baile, con altiva renuencia excusó tomar el sombrero del grande hombre y, comprensivo de las conveniencias, apellidó:

    Un criado que reciba el sombrero de Su Excelencia. A despecho de nuestra exigüidad liliputiense, mudas y tocas estatuas humanas, de esas que por millares suscita la gloria de Bolívar en todos aquellos a quienes su grandeza petrifica de asombro, en frase mirífica de Milton, bien será que domeñemos el fervor apoteósico de los juveniles años y con serena mirada tentemos a delinear la gallarda figura del que es acaso el mejor representante de la raza española, el mejor paladín y cruzado de la libertad política que ha visto el mundo entre los simples nacidos de mujer.

    2. La leyenda, flor de la historia y perfume de la verdad

    En 1783, el año mismo en que España primero, y luego Inglaterra, reconocieron la independencia política de los Estados Unidos de la América del Norte, nació en Caracas, de estirpe noble y opulenta, el niño que al ser cristianado fue distinguido con el nombre augural de Simón; pues como quiere una tradición histórica irreprochable, un tío del niño, varón de santa vida, impuso el nombre contra el querer de los más, movido de un secreto presentimiento que le daba en el corazón que aquel infante había de ser, andando los tiempos el Simón Macabeo de la América.

    Quiso una fortunosa casualidad que al comienzo y al fin, no menos que al comedio de la vida del americano ilustre por antonomasia, florecieran en el campo de esa historia portentosa las pasionarias de la leyenda, que consigna también cómo el guerrero inmortal y acaudalado opulento, cerrara la luminosa cláusula de su vida terrena desposeído de segunda camisa.

    La conseja, puente que une los eslabones discontinuos de la realidad, glorioso estigma del molusco de la historia, con la cual es consubstancial casi siempre, si bien suele ser verdadera pero no real, pone de trecho en trecho sus irisaciones en la vida del Libertador y se convierte en realidad embellecida.

    Bolívar, opulento heredero, gran señor dadivoso y derrochador, murió efectivamente sin camisa con qué abrigar su cadáver, el que, a punto de ser vestido con la rota camisa del general Laurencio Silva, hubo de llevar al sepulcro la prenda de olán de batista, profusa de encajes y amarilla ya por los años, con que se había engalanado en 1815 el último cacique de Mamatoco para la imposición de una condecoración con que el pacificador Morillo le galardonaba la adhesión al monarca español.

    Un día de 1816, en Jamaica, quiere Bolívar ser largo con un su compatriota mordido por la miseria, y ordena al mayordomo que entregue una de las camisas de su uso personal, para vestir la desnudez del malaventurado, ¡pero resultó que el adinerado señor de Aragua, émulo casi del hombre feliz, no poseía más camisa que la que traía puesta!

    Y el día, para siempre memorable, de la batalla de Boyacá. Como Enrique IV en la de Ivry el vencedor no llevaba sobre su cuerpo, ni tres días después a su entrada en Santa Fe de Bogotá, ni siquiera una de esas camisas de mujer recogidas en Socha y Tunja y con las cuales muchos iban vestidos al lidiar la épica jornada.

    Quieren algunos que Bolívar no hubiera estado presente en la batalla de Boyacá; pero aun así su presencia virtual se hace sentir allí como en Ayacucho.

    Los libertadores llegaron a Socha cubiertos sólo con sus armas, como dice el mismo Bolívar. El cura del lugar, después de la misa mayor del domingo, encerró a sus feligreses en la iglesia y los fue despojando de las prendas de vestir menos indispensables, para con ellas obsequiar a los nuevos quijotes, que si no tenían blanca, tampoco disponían de camisas.

    Bolívar no estuvo en Boyacá, concedido, pero San Martín, en diez años no cuenta sino cuatro acciones de guerra: un combate, dos batallas (Chacabuco y Maipo) y una derrota pavorosa, la de Cancha-Rayada, en que perdió 7.000 infantes, 1.500 caballos y 30 piezas de artillería; el haber militar de Bolívar son 464 acciones de guerra.

    El combate de San Lorenzo, fue de 120 contra 200 hombres y el jefe argentino hubo de ser retirado al principio, por haber caído de su caballo; en Chacabuco dirigió la batalla sin tomar parte en ella; que fue ganada por el ímpetu de O'Higgins; el argentino estuvo retirado y con un achaque de reumatismo, incapaz de montar a caballo siquiera; de Maipo estuvo ausente por el espíritu y por el cuerpo, en el último estado de embriaguez.

    En Cancha-Rayada sí estuvo presente, por su mal... El teniente general Brayer, norteamericano, dice que quien decidió la batalla de Chacabuco fue Cramatre. El general Miguel Soler echaba en cara a San Martín haber estado ausente y borracho y no contar sino dos combates o choques afortunados, que ni siquiera había dirigido. Y sin embargo, el argentino Mitre pone a su compatriota como el primer militar, y hace de Bolívar y Sucre unos pobres segundones. Y nosotros dejamos que se divulguen tales patrañas.

    ¿Y el caballo que en Boyacá montara el Libertador? Ese también tiene una leyenda con prestigio de misterio y agorería, que la dueña del archifamoso bruto, avezada a bucear en lo futuro y a ver trocarse en realidad sus sueños, con ansiosa expectativa lo había reservado para ofrendarlo en tributo de admiración al predestinado, al héroe presentido.

    No estaba todavía ensillado el Palomo Blanco y ya sortílego como el asno aquel, Nicón, que antecogido por un porquerizo, víspera de famosa batalla naval que había de darle el dominio del mundo a Octavio, se decidía por los patriotas la acción del Pantano de Vargas.

    Bucéfalo, el fogoso corcel que la naturaleza parecía haber reservado expresamente para Alejandro, no vio nunca más altos destinos que el bruto paipano. Meses después, movido de gratitud y estimulado quizá de la curiosidad que enderezó los pasos del rey Saúl hasta la covacha lejana de la pitonisa de Endor, de regreso de Venezuela, Bolívar se presentó interrogante ante Casilda, la somnilúcida dueña del caballo:

    ¿No ha vuelto usted a soñar conmigo?, yo creo en sus sueños.

    Sí, señor. Lo he visto a usted en mi potro entrar en las ciudades después de las batallas. Oráculo que luego ha de verse corroborado en Carabobo, Caracas, Bombona, Quito, Junín y Lima.

    Cuando se disponía Bolívar, en el culmen de la gloria, a restituirse a Colombia, antes de partir del Perú, se desprendió de su noble corcel para regalárselo al general Santa Cruz, en prenda de alto afecto.

    Pero Palomo Blanco estaba destinado sólo a grandes cosas, y así, fue periclitando rápidamente y murió de tristeza a contados días. Así, los caprichos de la realidad superan los delirios tórridos de la fantasía, como barajó cifras y acontecimientos y en una misma fecha, a diez años de distancia, nacía la Gran Colombia y espiraba su fundador, o como el 7 de agosto se daban victorias en Caracas, Boyacá y Junín.

    Fue pues, boyacense y no aragüeño el Pegaso de la gloria, con banderas por alas, que la fantasía de un pasmoso orador sagrado (el venezolano Carlos Borges), esculpe, más que describe, cuando el animal que anula lejanías, atraviesa como un relámpago el corazón de Venezuela, esguaza el Orinoco, devora la cordillera andina..., tumba de una coz en el Puente de Boyacá el virreinato de Santa Fe, salva de un salto el Marañón, brinca por sobre el Chimborazo, patea el oro del Cuzco, sube, hecho símbolo, a ser blasón de nuestro escudo y, hecho bronce, se encarama en el monumento donde, a la luz olímpica de la antorcha de la libertad, que refleja el espejo del Hudson, mira a sus pies la gran patria de Washington y halla estrecho para su gloria el horizonte de los siglos.

    Cuando Bolívar, derrotado completamente en Venezuela después de la pasmosa campaña de 1813 que, en concepto de O'Leary será mirada como fábula en remotos días, marcha a Tunja a dar parte al supremo congreso de sus hazañas efímeras, borradas con la esponja de presentes adversidades que no dejan campo a la esperanza, con ánimo de someterse a juzgamiento, sí, pero presintiendo también que en aquel colegio de los más claros varones de la Nueva Granada se conservaba intacto el germen de sus fortunas futuras, hizo alto en Santa Rosa de Viterbo, porque su caballería estaba rematada de cansancio. Habiendo tomado un guía que lo condujera hasta Tunja, pasó entre ellos el siguiente coloquio:

    –Vi en la posada una yegua, ¿por qué no me la alquilaste?

    –Porque se podría perder la cría –contestó el guía.

    –Yo te hubiera dado el valor del potro.

    –Muy bien, pero es que Casilda, mi mujer, ha soñado que ese potro será para un hombre muy grande, para un general muy importante, y los sueños de mi mujer son ciertos: el oráculo la llaman en el pueblo; agorera la titula el cura.

    –¿T es que tú crees en sueños?

    –Ciertamente, y en los de mi mujer con mayor razón. –Y usted no cree en ellos?

    –Yo vivo soñando y seguiré soñando.

    –¿Y con qué sueña usted?

    –Con la libertad de un mundo.

    Pasaron cuatro años largos y, en el momento mismo en que el Libertador miraba casi perdida la acción de Pantano de Vargas, se le acercó un campesino que conducía del ronzal un hermoso potro blanco, que le dijo ser el presente que le enviaba Casilda al héroe presentido.

    Bolívar hizo memoria rápidamente, ayudado de su poderosa retentiva de las fisonomías, de la escena distante, y viendo en el regalo un buen augurio, montó en el potro, ordenó la carga de los llaneros y partió a correr por los campos de la gloria.

    Y no es para pasar por alto la circunstancia de que Bolívar se sentía amparado indudablemente por un impulso misterioso al acudir de nuevo a Nueva Granada, huérfanas ya las manos de los lauros segados en los campos de Venezuela, y sin que sobrevivieran sino contados jóvenes de esa escogida falange, reclutada en lo mejor de la sociedad santafereña y de los claustros universitarios.

    Hace pensar esta vuelta en que Bolívar, al dirigirse a llamar por segunda vez a las puertas siempre abiertas de Nueva Granada, hubiera podido repetir las bellas palabras del clásico Granada: Aquí me dieron lo que tengo, aquí me darán lo que me falta.

    Y no es encarecimiento esta cita, porque el mismo Bolívar escribió: Si Caracas me dio la vida. Mompós me dio la gloria. Dumouriez, y otros generales desgraciados de la Revolución Francesa, obrando muy cuerdamente, como el griego que fue a buscar seguridad en el campamento persa, pusieron tierra por medio, se expatriaron y no quisieron ponerse al alcance del cuerpo legislativo de París, que les hubiera cobrado a precio de vida la derrota sufrida.

    Bolívar obró muy diferentemente, y estaba en lo cierto; el egregio Camilo Torres, voz de los derechos americanos, y en este momento oráculo de grandezas, como presidente del congreso recibe con gallarda acogida al caraqueño vencido y lo tranquiliza sobre su suerte: General, vuestra patria no ha muerto mientras exista vuestra espada: con ella volveréis a rescatarla del dominio de sus opresores... Es verdad que habéis sido un militar desgraciado, pero sois un hambre grande.

    Así, un hombre vidente que esperaba contra toda esperanza, le infundía alientos en la adversidad, y por su mano un gran pueblo daba el espaldarazo de la gloria. ¡Loor a nuestra patria que acogió a un advenedizo a quien Miranda había relegado a segundo término, y lo puso en camino de realizar proezas que son asombro del mundo!

    Hay, más que de ocurrencia, mucho de genial atisbo en las siguientes observaciones de Fernando González: "Bolívar era tan inquieto que se hacía odioso: lo aborreció Miranda; lo aborrecieron sus parientes; su madre lo envió a otra casa a los tres años. ¿Quién amó al Libertador, sin interés y sugestión? Lo amaron cuando triunfó, únicamente... En su infancia y en su primera juventud, no lo quiso nadie. ¡Sólo el loco andarín de su maestro!

    Tampoco querían creer en él. Relajaba el sistema nervioso; era el joven temible, palabras de Miranda.

    A éste, Bolívar no le hizo sino bien; pero desde que salió a recibirlo a La Guaira, lo intranquilizó con su inquietud. Nadie creyó en él hasta 1813, en que Camilo Torres lo apoyó..."

    3. La raza, clave del destino

    No mentía el brigadier Simón Bolívar en 1813 cuando, dirigiéndose al presidente del congreso de la Nueva Granada para sincerarse de las acusaciones de Castillo, exclamaba altivo: "Yo corro la carrera de la gloria sin esperanza de otra recompensa que ella misma: porque por la libertad de mi patria he abandonado los blasones de una distinguida nobleza y me he privado de las delicias de la vida."

    Bolívar, cuyo nombre mismo significa en lengua vascongada pradera de molino, era vástago de un árbol genealógico dilatado y potente, y vino a ser como la confluencia de caudales de sangre noble.

    En su vida y en sus obras acreditó cumplidamente la excelencia de su estirpe, y vino a ser como el viviente y magnífico resumen de las virtudes y defectos, no ya de sus conterráneos, sino de todo el pueblo español. Quiere un prolijo buscador de genealogías ver en la ascendencia de Bolívar reyes, santos, emperadores, etc., en dilatada línea; y el historiador venezolano Duarte-Level encuentra en el americano excelentísimo un vivo ejemplar de todas las grandezas humanas.

    Tenía, dice a su vez Cornelio Hispano, de los Bolívares la sangre vizcaína, con las ideas de guerra sin cuartel y concusión de bienes; de Robledo heredó el valor personal; de Juan Martínez la tenacidad con que éste gastó su vida y sus caudales en la conquista de Nirgua; cruel como Juan de Villegas; desinteresado como aquel Francisco Martínez de Madrid que derrochó durante cuarenta años sus bienes en la conquista de Venezuela; Juan Martínez le infundió el hábito desordenado con el dinero; Juan de Ladrón le dio la audacia con que marchó sobre Lope de Aguirre.

    De cual fuere la reciedumbre de carácter en los ascendientes de Bolívar, puede dar idea el ejemplo de inaudita constancia de la tía materna de éste, la esposa del general José Félix Ribas, cruelmente ejecutado por los españoles. Singularísimo fue su estilo de guardarle luto a su marido: se encerró en su cuarto, sin ver la luz del día ni recibir visita alguna distinta de la de su médico, resuelta a no hablar con nadie mientras la patria no fuera libre.

    Sabedor Bolívar de la triste vida que hacía su tía, ya para siete años, en la entrevista de Santa Ana la recomendó muy especialmente a la benevolencia de Morillo, quien, caballeroso y noble, quiso verla y ofrecerle personalmente el testimonio de su consideración. Pero la viuda se negó a verlo, a aceptar ninguna atención y a salir de su apartamento, mientras quedara un soldado español en el país.

    Frente a la plaza

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