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De eso no hablamos: Los vivos y los muertos entre los manuches
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Libro electrónico151 páginas2 horas

De eso no hablamos: Los vivos y los muertos entre los manuches

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El presente texto es una obra etnológica que muestra la redacción creativa del silencio en una etnografía retrospectiva. El silencio, los gestos, el papel que juegan los muertos en la vida de los manuches, gitanos del Macizo Central de Francia, son esenciales para comprender cómo los vivos y los muertos conforman esta comunidad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 dic 2021
ISBN9786079401450
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    De eso no hablamos - Patrick Williams

    1. Pretexto

    ¿Me pregunto, si en algún momento habría yo propuesto que la relación con los difuntos dibuja las modalidades de la inscripción manuche en el mundo, si no hubiera surgido la discusión que Leonardo Piasere inició con Judith Okely, acerca de las relaciones entre los vivos y los muertos de los slovensko roma (Piasere 1985) y de los travellers-gypsies (Okely 1983)? A menudo, el hecho de dirigir la mirada hacia nuevos horizontes permite percibir más claramente la realidad que se ha escudriñado durante años —conozco desde la infancia a los mānuš de los que hablaré—. Esto no quiere decir que las descripciones y análisis de estos dos autores puedan ser incorporadas a mi trabajo de campo. Los tres hemos criticado el procedimiento que consiste en generalizar a todos los gitanos, ciertas observaciones que se hacen sobre algunos de ellos. Hemos afirmado la necesidad de empezar desde cero con cada grupo que se aborde. Okely y Piasere evocaron a hombres y mujeres que se enfrentan en el mundo, con las mismas cuestiones que los mānuš y sus análisis ofrecen un retrato único de los gypsies del sureste de Inglaterra y de los slovensko roma del norte de Italia. Lo que me llevó al examen sistemático de las relaciones entre los vivos y los muertos fue, sobre todo no tanto la coherencia de las proposiciones que se pueden obtener, sino el sentimiento de fidelidad a algo profundamente experimentado por los mānuš. Con ellos no hay medias tintas, o bien se está completamente adentro o uno se queda irremediablemente afuera, incapaz de comprender cualquier cosa. La posición del observador privilegiado es totalmente ilusoria. Tampoco es posible esperar que la superficie de las cosas aflore, trataré de demostrarlo, porque las cosas de los mānuš no tienen superficie. La profundidad de las cosas o nada en absoluto: esto es que exigen del etnólogo los caracteres de la afirmación manuche. Sin duda alguna, ésta es una ambición para él difícil de sostener.

    Pero una vez que lo ha aceptado, surge otra dificultad que, a su vez, insiste sobre lo más fundamental de la situación de los mānuš:¹ su presencia entre nosotros. La exigencia científica es doble, la de registrar fielmente los fenómenos y la de poner al día la organización y el funcionamiento. Aquí la fidelidad ordena, que la esencia de los fenómenos, es la de no apoderarse de ellos. Si escribimos, ¿cómo darlos a conocer, al mismo tiempo que se respeta ese carácter primordial que consiste en no apropiárselos? La respuesta que yo propongo es exponer todo, al decirlo todo. Buscando —más bien, habría que atreverse a decir, alcanzando— una pertinencia absoluta. Una coincidencia. Que nada falte, que nada exceda: que no haya nada que abra la falla por la que se introduciría la falta con respecto a la plenitud manuche. El ideal manuche consiste en tomar posesión del universo sin molestar en nada.

    Pero, la sola aspiración de la restitución, genera la confusión. Los gestos, las palabras, las actitudes que produzco, constituyen un discurso manuche —discurso manuche sobre el mundo—. Por el hecho de ser yo quien los presenta, se convierten en un discurso sobre los mānuš en el mundo. La exposición vale como comentario.

    Si quiero restituir la totalidad manuche, tal como la descubro, como un bloque compacto que no se deja fracturar, debo ubicarla en un contexto y proceder en dos etapas: 1) los muertos entre los vivos (permanecemos dentro de la comunidad manuche); 2) los mānuš entre los gadjé² (observamos a los mānuš en el seno de la sociedad).

    Y no puedo hacer que la segunda parte, no aparezca como un despliegue —una explicación— de la primera. Ya la construcción manuche se encuentra abierta, el silencio roto.

    Todas las familias de las que hablaré y que encuentro en el norte del Macizo Central, han quedado marcadas por su estancia de varios siglos en territorios germánicos. El estudio de las genealogías (Valet 1986; Reyniers 1992), demuestra que los mānuš de Auvernia y de Limusin tienen ancestros que, en su gran mayoría, vivieron en Alsacia, Hesse y Westfalia.³ Su llegada a Francia se hizo progresivamente y en orden disperso, en la segunda mitad del siglo XIX, continuando hasta los primeros años del siglo XX. Las razones de esta migración no son claras y todas las familias permanecen representadas en Alsacia. Sin lugar a dudas, la guerra de 1870, entre Francia y Prusia, precipitó este éxodo sin haberlo provocado. Hoy día, encontramos mānuš de origen germánico en todas las regiones de Francia. Antes del movimiento general de urbanización, que a partir de finales de los sesentas, los obliga a reunirse cerca de las ciudades, algunas zonas rurales, paisajes boscosos o montañas medias, parecen haber constituido sus lugares privilegiados: Alsacia, Bearn, Baja Normandía, Macizo Central… Llegaron a Auvernia y Limusin, siguiendo diversos itinerarios: rodeo por Bélgica para algunos, por Suiza para otros, las regiones de la Loira y de Berry. Sin embargo, parecería que una vez habiendo llegado a esta zona, ya no la abandonaron. La mayor parte de ellos dio vueltas por dos o tres departamentos o distritos, desde hace dos, tres y en ocasiones, cuatro generaciones o más. Si preguntamos a los mayores por qué escogieron estas tierras, responden: porque había arbustos, erizo, porque había pasto para los caballos, porque había ríos y truchas, porque los campesinos nos daban heno, tocino y leche, porque había manantiales al pie de los volcanes y fuentes en los pueblos… Los jóvenes responden, que ellos permanecen ahí porque sus viejos vivieron y fueron enterrados allí.

    Estos mānuš tienen entonces primos en toda Francia. Sin embargo, hoy día forman una entidad específica, en relación a los otros mānuš de Francia. Se casan en primer lugar entre ellos y poseen ciertos rasgos culturales que los distinguen, por ejemplo, ciertas particularidades dialectales. La lengua manuche es la que se utiliza entre ellos para los intercambios cotidianos, la que los niños hablan primero —lo que ya no sucede en muchas otras comunidades.

    Esta zona rural está bordeada por algunas ciudades de mediana importancia que, en general, estos mānuš no frecuentan (sino para estancias en el hospital, en la prisión o para arreglar asuntos administrativos). Al oeste, Limoges; al norte, Montluçon; al este, Vichy, Thiers; al sur, una línea Le Puy-Aurillac-Brive. Esto corresponde, más o menos, a los departamentos de Puy-de-Dôme, de Creuse, de Corrèze, de la Alta-Viena y parte de la Alta-Loira, de Allier y de Cantal. Pero, si las redes familiares cubren toda esta área y si las familias que encontramos aquí o allá viven más o menos lo mismo, son raras aquellas cuyos desplazamientos las llevan a los diferentes extremos del territorio definido, sino en ocasiones excepcionales, como son los entierros. Un estimado de la población manuche de esta región, en los años 80, podría ser de tres mil personas. Hablaré particularmente de familias cuya área de circulación habitual, se limita a Limagne d’Allier y a Combrailles.

    1 Las convenciones fonológicas utilizadas en el texto son: consonantes oclusivas sordas: p, t, c, č, k; consonantes oclusivas aspiradas: ph, th, kh; consonantes oclusivas sonoras: b, d, ǯ, g; consonantes fricativas sordas: f, s, š, x; consonantes fricativas sonoras: v, z, r; consonantes nasales: m, n; consonantes laterales: l; vocales breves: a, e, i, o, u; y vocales largas: ā, ē, ī, ō, ū.

    2 Los gadjé: los no gitanos. Hemos escogido esta transcripción debido a que es la más usual. Desde el punto de vista fonológico gāǯe haría justicia a la pronunciación de los mānuš. Nosotros escribimos mānuš y no manuches para respetar el nombre que le dan, en la lengua que es la de ellos, la de estos hombres y mujeres de los que hablamos. Por el contrario, nos permitimos escribir manuche cuando se trata de un adjetivo que se declina en una frase en español.

    3 Notemos esta rareza: mientras que nuestros mānuš se presentan como am mānuš, sus primos de los países germánicos prefieren decir am sinte.

    2. MARE MŪLE.

    LOS MUERTOS ENTRE LOS VIVOS

    ¿Por qué hablar de la presencia de los muertos entre los vivos, cuando todos los gestos que hacen los mānuš, desde que la persona fallecida es enterrada —según las convenciones que se practican comúnmente en Francia—, parecen destinadas a ratificar la desaparición física de todo rastro o recuerdo, que pudiera recordar al difunto? Dar a la ausencia toda su resonancia, establecer en todos los ámbitos su carácter definitivo, es a lo que aspiran, por lo menos, los gestos más espectaculares, aquellos de los que hablan los mānuš y que presentan como sus tradiciones: entre nosotros, es lo que se hace, es lo que hay que hacer.

    LOS BIENES Y OBJETOS QUE PERTENECIERON A UN DIFUNTO

    No hay que conservar nada, dicen los mānuš. Efectivamente la caravana es quemada con los objetos que pertenecieron al difunto, en ocasiones también su auto o su camión. Las joyas y el dinero que deja —si algo deja y si los bienes no fueron repartidos antes del fallecimiento—, lo acompañan en la tumba o son destinados al funeral, a la construcción o decoración de la tumba. En ocasiones, otras modalidades menos espectaculares remplazan al fuego. Caravanas y vehículos pueden ser vendidos pero a un gadjo y sin buscar hacer negocio (el dinero así obtenido, será dedicado a las tumbas); o bien, estos serán regalados o vendidos a un chatarrero y la familia se asegura de que sean destruidos y no reciclados. Quemados, destruidos o vendidos, ningún gesto ritual, ninguna palabra especial acompaña la destrucción de los objetos preciados. Pero también, puede suceder que los objetos del muerto —algunos, nunca todos— se conserven. Puede tratarse de cualquier objeto. Para explicarlo, existen, en ocasiones, razones prácticas evidentes: una viuda pobre con muchos hijos conserva la caravana, el auto o la camioneta (aquellos que cuentan con los medios, prefieren la destrucción, pero Rikela, viuda de Bātour y sus hijos, decidieron quemar la caravana del padre y quedarse a pie). Como el dinero entre cónyuges es común, la viuda o viudo puede conservar lo que no se haya gastado en el funeral (pero es raro que el dinero sirva para otra cosa que no sea para decorar las tumbas). Pueden ser también conservados el cuchillo, la guitarra, el reloj, las herramientas (llaves, desarmadores, piedra de afilar…), el fusil… cualquier cosa que el difunto haya utilizado a menudo y que le fuera preciado, también su perro, su cuervo o sus pájaros o su caballo de siempre… Y estos objetos que fueron conservados, pueden usarse como cualquier otra cosa de la vida diaria o bien, la caravana se estaciona y nadie más la habita, no se mueve más; se lleva puesto el anillo de su difunto padre o se le envuelve cuidadosamente en un pañuelo, guardado en el fondo de un cajón. Que se usen o que se retiren de la circulación todos los objetos que hayan pertenecido a un muerto y que se hayan conservado, se convierten en objeto mulle (mūle-le, mūle-ile, mūlo-lo, mūlo-ilo, i mulles: objetos muertos, objeto de un muerto, de muertos, está muerto). Todo lo que es mullo debe ser tratado con respeto, unti vel ēra, debe respetarse—, ésta es la prescripción que regresa todo el tiempo. Debe respetarse, es decir, no debe ser descuidado, maltratado, abandonado y sobre todo, perdido. En la caravana de una viuda no se debe jurar, decir groserías, ni discutir. No se insulta a un perro, tampoco se le pega. A un caballo se le conserva hasta su muerte. Por otro lado, cuando la familia deje de usar dichos objetos, estos no correrán la misma suerte que los objetos ordinarios, intercambiados, vendidos o

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