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Dejad la paloma libre
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Libro electrónico117 páginas1 hora

Dejad la paloma libre

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Información de este libro electrónico

Una mujer llamada Negra me dio este pañuelo.

La vida de Frend Leson cambia de manera extrema e irrevocable cuando descubre que es perseguido por un grupo de extrema derecha que busca una información confidencial que solo él tiene. Gracias a la ayuda de un ángel encapuchado y otros aliados inesperados, logra huir hasta Alemania, donde tendrá que recurrir a varios extremos para salvar su vida.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento30 nov 2019
ISBN9788417984663
Dejad la paloma libre
Autor

Robert Berl

Robert Berl, escritor y músico, ha dedicado parte de su tiempo a escribir libros de género negro, ciencia ficción e intriga. Es voluntario en acción colectiva, donde trabaja en el fomento y la defensa del bienestar de gente afectada de exclusión social. En 2018 editó su primer libro, El Club de los Dock's y en 2008 registró un LP titulado Nebrony·NbY. En el año 2011, su empeño lo llevó a crear un proyecto denominado World National Art's y una brújula artística, NeedleHelp, con el fin de idear un apoyo al artista. Nacido en Girona en 1975, es un amante del arte y piensa que «las palabras conducen al paseo, por el laberinto, donde se juntan con otras para formar la base que cura el rasguño y rompe el silencio».

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    Dejad la paloma libre - Robert Berl

    Dejad la paloma libre

    Primera edición: 2019

    ISBN: 9788417984182

    ISBN eBook: 9788417984663

    © del texto:

    Robert Berl

    © de esta edición:

    Penguin Random House Grupo Editorial

    CALIGRAMA, 2019

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    © de la imagen de cubierta:

    Shutterstock

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Entiendo y me gustaría volver,

    para ser una luz donde poder aprender,

    escuchar y sentir mi vida comprendiendo,

    que mi color compartido con otro más bello

    sea más bonito que el oxigeno que veo.

    Robert Berl

    El primer encuentro

    Friburgo, Alemania

    Era medianoche y hacía poco que había comenzado a llover intensamente. Las temperaturas habían bajado bastante en ese comienzo de diciembre. Raramente, con ese frío y lluvia, se podía encontrar a alguien por las calles. Escuchando las noticias por la radio en su vehículo, Albert volvía de una reunión con exmilitares y miembros de extrema derecha que pertenecían a un grupo organizado que se había creado hacía poco, llamado Union National Fascist, más conocido como UNF. Conduciendo con la intención de salir de la ciudad por la calle Merzhaurser, iba acercándose a su vivienda, que estaba en las afueras de Friburgo, en el pequeño vecindario de Au. Él era un exmilitar al que su tendencia política le hizo apartarse del Ejército hacía bastantes años y fue uno de los iniciadores y dirigentes que crearon la UNF. Su papel y responsabilidad en este grupo le hacían posicionarse en una jerarquía bastante importante como uno de sus principales líderes. Esa noche, de regreso de Estrasburgo, donde tuvieron la reunión, estuvieron hablando de un problema que para él era bastante importante e incómodo: la Black Flag Liberty.

    Cuando llegó a Au, se dirigió hasta su vivienda entrando por un camino sin asfaltar, estacionando el automóvil cerca de la entrada. Se mojó lo bastante por el poco recorrido que anduvo, abrió la puerta y se fue al comedor, donde dejó su arma encima de la mesa sin sospechar nada. Se pasó la mano por su cabellera y se dirigió hasta los aseos para lavarse la cara con abundante agua fría. Inclinado hacia el lavamanos, se iba remojando la cara, pero, mirando al espejo, vio a un individuo encapuchado que se reflejaba en el cristal; le apuntaba con un arma.

    Con las manos encima del mármol de la jofaina y la cara empapada de agua, esperaba que el tipo armado le disparase. Sin hacer ningún comentario, sin decir ni una palabra, le disparó en la parte posterior de la cabeza, cayendo al suelo y rematándolo con otro disparo. Guardándose el arma en la cintura, salió de los aseos y se dirigió a la puerta de la vivienda, donde a unos doscientos metros le esperaba un confidente con el vehículo en marcha. La intensa lluvia que caía iba mojándole. Caminó a paso ligero, observando a su alrededor las viviendas que estaban cerca. Llegando al coche, abrió la puerta y se fueron sin ninguna prisa en dirección a Francia, atravesando el río Rin antes de llegar a la ciudad alemana de Breisach.

    París, la mañana siguiente

    Eran las ocho de la mañana y, como cada día laboral, Frend iba a su nuevo trabajo desde hacía unos meses. Comenzaba a las nueve, y ese día su jefe, llamado Alón, le comunicó que tenía que visitar a dos clientes en la parte sur del país, en las ciudades de Montpellier y Perpiñán. Su empresa pertenecía a un grupo empresarial llamado Injecline que tenía la central en la misma ciudad de París. Su superior se reunió con él con el objetivo de que notificara a estos dos clientes las nuevas inversiones en el mercado asiático, en varias compañías que se dedicaban a la elaboración de materia prima. Realmente, Injecline era una sociedad financiera que se dedicaba a invertir en la compra y venta de fondos de inversión, así como también futuros y acciones que les proporcionaban grandes sumas de dinero. La reunión duró una hora y a Frend le dieron unos tres días para poder encontrarse con los dos clientes del sur de Francia.

    —Supongo, señor Frend, que ha entendido las nuevas inversiones de la empresa que le he explicado —dijo Alón con la intención de dar por terminada la reunión.

    —Sí, señor, me ha quedado claro —dijo Frend.

    —Aquí tiene los billetes de ida y vuelta en tren hasta Montpellier. Por lo que respecta al viaje hasta Perpiñán, utilice la tarjeta de crédito de la empresa y acuérdese de pedir los justificantes de sus gastos, no solo del viaje, también del hotel donde se va a alojar.

    —Sí, señor Alón, entendido.

    —Pues buen viaje y, si tiene cualquier imprevisto, me llama.

    Frend se levantó y, saliendo del despacho de su superior, cogió su maletín, en el que llevaba toda la información y documentos de la empresa, y se fue hasta su piso a preparar la maleta de viaje para los tres días en los que estaría fuera.

    Frend era un joven de unos cuarenta años que no estaba casado ni tampoco tenía pareja. Había estudiado en la Escuela de Economía de la universidad de la Sorbona de París, y desde pequeño había practicado atletismo hasta los treinta y cinco años, donde destacaba en el salto de altura y los cuatrocientos metros lisos. Por esa razón, podía lucir un cuerpo atlético y tener una salud de hierro. Él vivía en un piso del centro de la capital que fue propiedad de sus padres, pues su padre y su madre fallecieron hacía bastantes años y, al no tener ningún hermano, se quedó con la herencia del piso y otro inmueble que estaba en el norte de París, en el distrito de Bobigny.

    Cuando terminó de preparar la maleta, observó que el tren de alta velocidad salía de la Gare de Lyon a las doce del mediodía. Como faltaban unas horas para su salida, sin ninguna prisa, fue andando hasta la estación. Por el camino iba pensando cómo organizarse para quedar con los clientes. Al llegar, compró un periódico para tener alguna distracción y, anunciando por los altavoces la salida del tren hacia España con parada en Montpellier, se subió y buscó su asiento. Dejó arriba el equipaje y, con su maletín al lado, se sentó esperando que el tren se pusiera en marcha. En menos de media hora ya estaba saliendo de la capital y, sin compañía a su lado, sacó el periódico para leer.

    El viaje duró unas tres horas y media, y durante el recorrido pudo almorzar en uno de los vagones restaurante. Llegando a la ciudad, que tenía la particularidad de estar cerca del mar Mediterráneo, salió de la estación de St. Roch y alquiló un vehículo para desplazarse durante los tres días. Sin ninguna prisa, decidió dirigirse a un hotel de negocios

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