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En tu sueño
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En tu sueño

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Liset encuentra en un laboratorio de Suiza una lista de 50 personas en la que aparece el nombre de su propio hermano, lo que la llevará a descubrir un gran secreto que puede cambiar el rumbo de la Humanidad.

Con la ayuda del papa Juan Pablo III, en la Capilla Sixtina del Vaticano, su amigo Marc tratará de evitar el declive del sistema económico mundial.

Una apasionante historia de intriga y a la vez una entrañable comedia romántica, ambientada en los maravillosos paisajes de Baviera y Salzburgo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 abr 2020
ISBN9788418035500
En tu sueño
Autor

Miquel Romagosa

Miquel Romagosa nació en junio de 1951 en Sant Vicenç dels Horts, Barcelona. En esta población transcurrió su infancia y adolescencia trasladándose posteriormente a Esplugues de Llobregat, donde actualmente tiene fijada su residencia. Estudió en Barcelona Administración y Dirección de Empresas en Esade y se incorporó al grupo Volkswagen, donde desempeñó a lo largo de su carrera relevantes cargos ejecutivos tanto en VW como en Audi. Actualmente retirado de su vida profesional, gestiona su tiempo con mayor tranquilidad, lo que le permite fomentar sus siempre latentes aficiones: escribir letras de canciones y novelas. Es el autor de En tu Sueño, una apasionante historia de intrigas y aventuras, pero a la vez una entrañable comedia romántica, ambientada en los maravillosos paisajes de Baviera y Salzburgo. También es autor de la novela en lengua catalana De tot Cor (De todo Corazón), una impresionante y conmovedora historia de amor paterno filial en la que un escritor de mediana edad que vive solo en Barcelona recibe la visita de un joven pastor anglicano que le comunica el hecho de que no tan solo es su hijo, sino que además tiene una nieta de cinco años. Ellos han viajado desde New Addington solo para conocerle, pero el destino cambiará sus vidas para siempre.

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    En tu sueño - Miquel Romagosa

    1

    Wolfgang Amadeus Mozart Symphony nº 40 – 1 Mov. Molto Allegro…

    Lufthansa Vuelo LH2163 Barcelona Múnich.

    eñores pasajeros, nos aproximamos al Aeropuerto internacional de Múnich Franz Josef Strauss, la temperatura en destino es de 2 grados. Por favor

    S

    abróchense los cinturones y coloquen el respaldo de sus asientos en posición vertical.

    Marc guardó los auriculares del iPhone en su estuche, es- cuchar por la mañana la Sinfonía nº 40 de Mozart constituía para él el primer placer del día, como el beber un café doble muy cargado. Cerró la bandeja y se abrochó el cinturón. Des- pués de un suave aterrizaje y mientras el avión rodaba por la pista siguiendo al coche guía abrió totalmente el parasol de  la ventanilla y vio como los aviones estacionados estaban siendo rociados con un anticongelante glicol de color naranja en el proceso «deicing (deshielo)».

    Dos bulldozers, cargaban en camiones, la nieve que pre- viamente habían amontonado.

    En esta ocasión, en lugar de desembarcar utilizando el finger llegaron para recoger a los pasajeros, dos bus airbrid- ge. Marc subió de los primeros en uno de ellos y mientras esperaba que se llenara totalmente no pudo evitar un gesto de disgusto al ver que, el que había llegado en segundo lugar, era el que salió el primero hacia la terminal. Esto comporta- ría el llegar de los últimos a la cola del mostrador de alquiler de coches. Contrariado, pensó en que no le había servido de nada el haber viajado en clase business, puesto que, la venta- ja que más apreciaba él era precisamente el hecho de salir de los primeros de la cabina del avión y no tener que esperar para recoger el coche de alquiler.

    Ya en los pasillos del aeropuerto caminaba apresurada- mente intentando adelantar a los pasajeros más lentos, pero tuvo que detenerse cuando una señora le entretuvo pregun- tándole si conocía el lugar donde había alguna farmacia en el aeropuerto; él se lo indicó lo mejor que pudo y luego apretó el paso hasta llegar a la zona A y como suponía, comprobó que había una larga fila de ejecutivos y turistas esperando su turno delante de él.

    Mientras aguardaba resignado se fijó en que a la derecha del mostrador había una joven que aunque sujetaba el asa telescópica de una maleta trolley parecía que su intención no era la de esperar su turno como los demás.

    Desde el anonimato que le daba la distancia se dispuso a observarla detenidamente; le llamó la atención su aspecto atractivo y su porte elegante y distinguido, llevaba un abrigo tipo loden gris oscuro con un cinturón anudado y una boina parisina de color morado, su pelo de color castaño acababa

    sobre sus hombros ligeramente ondulado. Los rasgos delica- dos de su rostro, recordaban a la actriz Audrey Hepburn, que fue famosa por la película «Desayuno con diamantes en Tif- fany’s».

    Cuando por fin llegó hasta el mostrador, no pudo reprimir las ganas de llamar la atención de la joven aunque fuera con la vaga excusa de cederle su turno, cosa que ya casi no tenía ningún sentido pues él, era el último pasajero.

    «Du bist an der Reihe, Lady. (Pase usted primero, se- ñorita)».

    «Danke, aber ich warte, wenn noch ein Auto frei ist. (Gracias, pero espero que finalicen las reservas)» —le con- testó ella.

    —Ah, ok.

    Marc entregó su tarjeta de cliente al empleado y éste des- pués de comprobar la reserva se dispuso a efectuar las ges- tiones pertinentes al mismo tiempo que dirigiéndose a la joven, le decía:

    —Lo siento señorita pero lamentablemente hoy no ha ha- bido ninguna cancelación ya no queda ningún coche, este es el último —le dijo el empleado refiriéndose al de Marc, mientras que a él le entregaba las llaves junto con un tríptico que contenía la copia del seguro y un mapa. Y dirigiéndose de nuevo a la joven la aconsejó:

    —Debería ir a nuestra oficina central de Múnich señorita.

    — ¿Y cómo puedo llegar hasta allí? —le preguntó ella de- cepcionada.

    —Lo mejor es que coja el autobús 512 hasta Marienplaz, allí verá la iglesia de San Peter’s y detrás de ella se encuentra nuestra central.

    —Está bien, muchas gracias.

    Marc que había estado oyendo la conversación no perdió la oportunidad de intervenir y aunque sabía que se exponía a un improperio por meterse donde no le llamaban, se arriesgó a presentarse:

    —Me llamo Marc, si quiere puedo llevarla hasta Múnich, no me desviaré mucho de mi ruta.

    —Se lo agradecería mucho —respondió ella, después de explorarle con la mirada de arriba abajo sin ningún disimulo.

    —Pues vamos allá, problema resuelto —dijo él.

    Empezaron a caminar en dirección al parking oyendo el chirrido característico de las ruedecillas de las maletas.

    —Me llamo Lisette Corbière, vengo de Toulouse —dijo ella en alemán, extendiendo la mano para presentarse.

    —«Enchanté (Encantado)» —contestó él pasándose al francés y apretándole la mano le dijo:

    —Marc Fortuny, soy de Barcelona. ¿Cómo es tu nombre Liset o Lisette?

    —Todo el mundo me lo pregunta y les digo que es Lisette, pero la gente que no es francesa acaba llamándome Líííset acentuando la «í» y no me gusta nada, así que les digo que lo pronuncien acentuado la «é». Lisét. Y ya está.

    — ¡Y ya está! —Repitió él riendo. Está clarísimo, no se me olvidará. Liset acentuado en la «é». ¿Cómo es que te has quedado sin coche de alquiler?

    Le preguntó él tuteándola al tiempo que reanudaba la marcha.

    —Reconozco que llamé muy tarde para hacer la reserva y ya no quedaba ninguno, pero me dijeron que en muchas oca- siones había anulaciones, como que algún pasajero perdía el vuelo y cosas así; me aconsejaron que lo intentara pero ya has visto que no he tenido suerte.

    —Pero algo de suerte si has tenido al encontrarme.

    —Ah, sí, sí es verdad. Muchas gracias —dijo ella.

    —No, no te lo decía para que me lo agradezcas. Me refería a que todo tiene su lado positivo, en vez de tener que perder la mañana en un autobús, has tenido suerte en que yo te lleve hasta la central de Múnich y asunto arreglado, allí siempre tienen coches.

    Continuaron andando hasta salir de la terminal y se aden- traron en el aparcamiento.

    —Espero que hoy me sea más fácil encontrar la plaza don- de está aparcado el vehículo —comentó él, mientras compro- baba el número que había anotado el empleado en el tríptico que le había entregado —en una ocasión, llegue al número de la plaza y no estaba el coche porque no me di cuenta del color y estuve media hora buscándolo hasta que pregunté a alguien y me dijo: usted está en color azul, no en color verde, debe ir al piso de arriba.

    —Mira ya hemos llegado, es este —y pulsando la llave, se accionó un parpadeo de luces al tiempo que se oyó el doble clic del desbloqueo de las puertas.

    Pero entonces, ocurrió algo sorprendente:

    ¡Pon las manos sobre el coche! —Cosa que hizo él al instante y entonces el hombre dejó de apuntarle y dirigiéndose a Liset la increpó:

    —Danos la lista del laboratorio, rápido.

    —No tampoco, de verdad que no la tengo.

    Ella temblorosa se apresuró a hacer lo que le ordenaban, mientras el otro individuo desparramaba el contenido de su bolso por encima del capó.

    Los dos hombres llevaban trajes de cuero negro y botas de motoristas, eran de complexión fuerte y aparentaban tener unos treinta y cinco años de edad.

    — ¡Hey, hey! ¿Qué pasa aquí? —Gritó un agente de segu- ridad que llegó en bicicleta. Se había percatado de lo que ocurría y empezó a tocar un silbato ensordecedor, lo que provocó que los atracadores huyeran a toda velocidad, diri- giéndose hacia el lugar donde tenían aparcada una potente moto de gran cilindrada.

    Se colocaron rápidamente los cascos y arrancaron hacien- do rugir el motor y acelerando al máximo, se dirigieron hacía la rampa de salida derrapando en la curva y haciendo que, el que conducía tuviera que apoyar un pie en el suelo para no caerse y después de enderezar la moto, se marcharon entre una estela de humo blanco no sin antes haber impregnado todo el recinto con un fuerte olor a gasolina y a aceite que- mado.

    Liset, presa de un ataque de nervios lloraba desconsolada. Él se acercó a ella y la abrazó para tranquilizarla, después la ayudó a sentarse en el coche dejando la puerta abierta y le dijo:

    —Espera aquí mientras recojo tus cosas.

    —Deben ir a denunciar el intento de robo, a la BPOL del Aeropuerto —les informó el vigilante.

    — ¿A la BPOL? —Preguntó Marc.

    —Sí, la Policía Federal, la oficina está pasando los «box» de las compañías aéreas, está indicado «Bundespolizei».

    —Ah, pues lo haremos ahora mismo. Por cierto, suerte que pasaba usted por aquí. Muchas gracias.

    Marc después de guardar los trolleys en el maletero, se acercó a Liset y le entregó su bolso.

    —Cuando tú quieras iremos a comisaria a tramitar la de- nuncia.

    —Vamos ahora mismo —dijo ella levantándose rápida- mente —no quiero estar en el aparcamiento ni un minuto más, tengo mucho miedo.

    —De acuerdo, vamos para allá.

    Todavía temblorosa y muy asustada caminaba con cierta dificultad como si estuviera algo mareada. Marc al verla tan desvalida la apretó hacia él; ella se acomodó apoyando la cabeza en su hombro. Mientras caminaban, Marc con un rápido movimiento pudo coger al vuelo la boina que a punto estuvo de caer al suelo y sin dejar de abrazarla se la devolvió. Ella le miró para darle las gracias, pero estaban tan cerca el uno del otro, que sus caras quedaron a escasos centímetros de distancia. Él se la quedó mirando, viendo cómo sus largas pestañas al humedecerse por el llanto se le habían quedado en forma de estrella, resaltando aún más el brillo de sus ojos.

    «Es una mujer fascinante» pensó él, mientras veía como se asomaban dos nuevas lágrimas.

    Con mucha rapidez, buscó dentro del bolsillo de su cha- queta hasta encontrar un kleenex de papel azul de Lufthansa y lo pasó por debajo de sus párpados secando sus lágrimas con suma delicadeza.

    —No llores Liset, ya ha pasado todo ¿Quieres ir ahora a la comisaria o quizás prefieres tomar primero una infusión y así te tranquilizas?

    —Si por favor, necesito tomar una tila.

    2

    a primera cafetería que encontraron era un self servi- ce con máquinas expendedoras de bollería, café, té y diversas infusiones. Marc se dirigió a una mesa libre

    L

    y le dijo:

    —Ven, siéntate aquí. Yo voy a por la infusión.

    — ¡No, no! Quiero ir contigo, no me dejes sola —dijo ella asustada.

    —De acuerdo, pues entonces será mejor que vayamos a la otra cafetería para poder sentarnos juntos en la barra.

    Una vez allí, él pidió un café cortado y una tila para ella.

    Mientras Liset tomaba la infusión cogiendo la taza con las dos manos —él le preguntó:

    — ¿Quieres hablar?

    Ella le miró y sin soltar la taza movió la cabeza negativa- mente.

    —Lo comprendo. No te preocupes —dijo él —solo que…

    ¡Júrame, que no eres una espía soviética!

    Liset casi se atragantó de la risa y él tuvo que darle repeti- dos golpes en la espalda hasta que se le pasó. Una vez re- puesta del trance, le contestó riendo:

    –No, no, te lo prometo. No soy ninguna espía.

    —Bien, me alegro de que no lo seas.

    —Gracias Marc por hacerme reír.

    —No me des las gracias porque aunque acabamos de co- nocernos lo que ha pasado ha sido tan intenso que ya eres como si fueras de la familia.

    —Sí, a eso me refería. Es solo una frase hecha —se excusó él, lamentando al mismo tiempo haber dicho la estúpida frase de la familia.

    Liset le miró con una gran sonrisa pero con cierto escepti- cismo, como esperando una mayor explicación.

    —Está bien, vale, nada de familia. Olvídalo. Pero déjame ser al menos un poco amigo, solo un poquito —puntualizó él, mostrándole una pequeñísima distancia, entre el pulgar y el índice.

    Liset volvió a reír y de nuevo le dijo.

    —Gracias.

    —Por lo que estás haciendo, distraerme y tranquilizarme. Y si, es cierto que somos amigos. Acabo de descubrir lo rápi- do que se puede hacer un buen amigo.

    Y tomándole el pelo, Marc le dijo:

    —Vaya por fin me has ascendido a amigo. Me alegro mu- cho pero yo soy muy sensible, asi que ni se te ocurra, decirme aquello típico de «Je t’aime, mon ami (Te quiero amigo mío)» y cosas así que decís las francesas.

    — ¡Ja, Ja, Ja! —«Oui, très bien. (Si, muy bien)» Si tú no quieres, no te lo diré en francés pero te lo diré de un modo que sé que te hará más feliz todavía.

    — ¡Oh, Dios mío! —dijo él de forma exagerada, moviendo la cabeza a ambos lados y mirando a su alrededor decía:

    —Venga señores más emociones, que no falte de nada, que me explote el corazón.

    —Marc por favor —le reprendió ella riendo —estás lla- mando la atención. Escuchame:

    —Sí, te escucho.

    —«T’estimo, amic meu (Te quiero, amigo mío)».

    –Me ha impresionado mucho que hables catalán, pero lo del «t’estimo» ¿Me lo has dicho en serio? ¿Significa que ya somos novios o todavía no?

    —solo como amigos, pero eso sí eres un amigo «très drô- le», que significa divertido, espontáneo, que sabes cómo sua- vizar una situación con humor y eso no es poca cosa. Tu ca- rácter me recuerda a Hugh Grant.

    —¿De verdad?. ¿Cómo en Notting Hill?

    —Sí, precisamente como en la película, Notting Hill.

    —Pues siento decepcionarte Liset, no siempre soy tan gra- ciosos como Hugh Grant, solo me comporto así cuando me enamoro.

    Esta vez ella no le rio la ocurrencia y se quedó muy seria. Al verla así, él se arrepintió de haber pronunciado esta frase, reconoció que había sido demasiado directa. Ella se quedó callada mirando su taza, se le notaba que no le había gustado nada el comentario pero no se lo reprochó, luego le miró for- zando una sonrisa y le susurró de nuevo:

    —Gracias, de verdad.

    —«De Rien (De nada)». Y ahora, hablando en serio —dijo él, enfatizando mucho lo de en serio para resaltar que lo de antes, lo de enamorarse, había sido una simple broma y prometiéndose a sí mismo al mismo tiempo no hacerse más el gracioso con ella.

    —He vivido en Barcelona durante dos años, mientras es- tudiaba en el IESE, el Master of Research in Management,

    ¿Lo conoces? :

    —Pues no —respondió él.

    —Como el horario de clase me lo permitía, estudiaba cata- lán tres horas a la semana por las tardes. Hay muchas pala- bras parecidas al occitano y no me ha sido demasiado difícil aprender lo más básico. Ten en cuenta que en las escuelas de Toulouse se enseña el occitano desde los tres años y yo lo

    practico siempre que puedo con mis amigas. Pero sé que no

    «parlo el català» a la perfección.

    —Lo hablas muy bien —la interrumpió él y cambiando de tema, le preguntó:

    —¿Estás mas tranquila? Ya se han calmado un poco los nervios. ¿Verdad?

    —Sí Marc ya estoy más tranquila, me has hecho reír mu- cho y me he recuperado de lo que ha pasado. Y si somos ami- gos te debo una explicación.

    —No Liset, no me debes ninguna explicación.

    —Es que, no comprendo lo que ha pasado, aquel indivi- duo ha dicho que buscaban una lista de un Laboratorio. Y es cierto que encontré una, pero no entiendo como saben que la tengo, la cogí de una papelera de reciclaje…

    —Parece muy importante para ellos —subrayó él.

    —Es todo muy extraño si quieres te lo contaré con detalle.

    3

    en, vamos a sentarnos en aquella mesa que ha quedado vacía. —Indicó Marc —allí tendremos más intimidad para hablar.

    V

    Los dos cogieron sus tazas y fueron a sentarse un poco más alejados de la barra. Entonces Liset continuó:

    Soy consultora de Coaching trabajo en TPC Consulting, es una pequeña consultoría de Toulouse. Nos había contratado un laboratorio de Suiza para actualizar sus procesos de tra- bajo, entre los cuales estaba el modernizar sus anticuados sistemas de archivos.

    En una de las fases se utilizó una sala de reuniones para traer todo el contenido de los archivos y una vez allí se empe- zó a clasificar por décadas; amontonando por

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