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Crónicas jacobeas - Volumen I
Crónicas jacobeas - Volumen I
Crónicas jacobeas - Volumen I
Libro electrónico562 páginas7 horas

Crónicas jacobeas - Volumen I

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Camina hasta el lugar donde nacen los sueños...

El Camino de Santiago vive un auge sin precedentes. Cada año, centenares de miles de peregrinos se aventuran en la milenaria ruta con sus mochilas rebosantes de motivaciones, en busca de sí mismos. Sin saberlo, todos comparten los mismos sueños: encontrar la luz, cerrar los círculos, vencer las incertidumbres y tapar sus huecos.

Jose F. Danvila, Caballero de la Orden del Camino de Santiago y peregrino en numerosas ocasiones, comparte sus andanzas por el Camino con la intensidad que él lo siente, sin tapujos ni artificios. Desprovisto de tópicos, nos regala una visión intimista de sus miedos y esperanzas, reflexiones sobre lo humano y lo divinoy mucho más, todo ello en una lectura sencilla, amena y agradable.

Tanto si no conoces el Camino de Santiago como si eres un avezado peregrino, en estas páginas descubrirás mucho más que unas simples vivencias personales: te verás transportado a extraños y lejanos parajes, sentirás las emociones del autor, padecerás y disfrutarás. Vivirás el Camino. Tú también serás Camino.

Este volumen relata las aventuras del autor al recorrer el Camino Francés (Astorga), el Camino del Norte (Luarca), el Camino Sanabrés (Puebla de Sanabria) y el Camino Primitivo (Oviedo).

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento18 nov 2020
ISBN9788418310614
Crónicas jacobeas - Volumen I
Autor

Jose F. Danvila

Jose F. Danvila (Córdoba, 1972) cursó estudios de Informática en la Universidad de Córdoba. Su carrera profesional ha estado centrada en el sector financiero, donde ejerce desde hace más de veinticinco años. Cuando en 2011 su mejor amigo le propuso recorrer juntos el Camino de Santiago, su vida cambió para siempre. Desde entonces, cada año recorre la ruta en busca de nuevas emociones y, como él dice, «recargar la luz». Combina su pasión por el Camino con sus otras tres debilidades: la egiptología, la ópera y Bruce Springsteen. En 2020 inició su andadura como escritor con la publicación de la saga «Crónicas jacobeas», en la que narra las peripecias vividas en sus numerosas peregrinaciones.

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    Crónicas jacobeas - Volumen I - Jose F. Danvila

    Introducción

    «¿Qué es Camino?, dices mientras deambulas bajo un intenso cielo azul.

    ¿Qué es Camino? ¿Y tú me lo preguntas? Camino… eres tú».

    La poesía del Camino de Santiago. De eso va este libro, de la más pura lírica jacobea, de versos de descubrimiento, iluminación y crecimiento. Sé bienvenido, querido lector. Quizás te has aventurado a zambullirte en estas páginas porque el Camino ya ha pasado por ti, porque ya has peregrinado hasta la Catedral de Santiago y te has convertido en Camino. O no, puede que hayas oído hablar de la milenaria ruta, pero aún no la has experimentado…, quizás ni siquiera te lo has planteado. Sea como sea, prepárate para adentrarte en un maravilloso mundo lleno de emociones de toda índole, una virtuosa amalgama de inéditas y transformadoras sensaciones. Espero ser capaz de transmitirte la esencia del Camino, contagiarte mis sentimientos y transportarte a esos parajes que cortan la respiración, a esos hipnóticos momentos de catarsis y reflexión que fomentan la evolución personal. Vivirás el Camino y el Camino pasará por ti, que no al revés. Serás Camino, si es que no lo eras ya. Ese es mi compromiso contigo.

    Como san Juan Pablo II. Él era Camino. El querido santo padre peregrinó a Santiago de Compostela, tercera ciudad santa de la cristiandad —tras Roma y Jerusalén— el 9 de noviembre de 1982. Y lanzó una llamada clamorosa: «Desde aquí, desde Santiago, yo te lanzo vieja Europa un grito colmado de amor. Vuelve a encontrarte, sé tú misma, descubre tus orígenes y aviva tus raíces. Todavía puedes ser faro de civilización y estímulo de progreso para todo el mundo». El papa Wojtyla pudo regresar a Santiago en una segunda ocasión, en 1989, cuando presidió la Jornada Mundial de la Juventud en el Monte do Gozo, dando así un espaldarazo a la ruta de peregrinación jacobea. Se alza en ese lugar un extraño y bello monumento, erigido en 1993 en conmemoración de tal acontecimiento. El cansado peregrino siente una dulce fruición al contemplarlo, una suerte de éxtasis al verse tan cerca de la meta final, a una hora de paseo triunfal.

    Ciertamente, el romántico Gustavo Adolfo Bécquer se refería a la poesía¹ en la célebre rima que evoco y distorsiono a mi conveniencia en el encabezamiento. No obstante, si el insigne sevillano hubiese conocido la ruta jacobea, quién sabe si no le habría dedicado unos versos engendrados en lo más hondo de su alma. Apenas dispuso de tiempo para pensar en darse un garbeo por aquellos lares, pues la tuberculosis truncó su existencia terrenal demasiado pronto. Además, la cosa estaba de capa caída en aquella época, eran pocos los aventureros y devotos sin mucho que perder que se embarcaban en tan peligrosa e incierta empresa. Y es que no abundaban albergues en los que descansar y pernoctar tras la caminata diaria, las botas no tenían Gore-Tex, los bastones no eran de fibra de carbono, las fuentes de agua salubre escaseaban; y, sobre todo, en cualquier rincón podían rajarles de arriba abajo y despojarles de cuanto llevasen. Tiempos duros.

    Las cosas han cambiado. En 1988 llegaron a Santiago 3501 peregrinos.² En 2019, treinta años después, la cifra está cerca de multiplicarse por cien: 347 578. La evolución es abrumadora, parece no tener límite y aturde pensar en las potenciales cifras del próximo Xacobeo 21, primer Año Santo desde 2010.³ El Camino se ha convertido en un fenómeno de masas, con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva. Es prácticamente imposible que no conozcas a alguien que ya lo haya recorrido: algún familiar, amigo o compañero de trabajo; un vecino, tu quiosquero o tu peluquero, o quizás ese camarero tan simpático del bar de la esquina que te sirve las tapas bien despachadas. Quizás ni siquiera lo sepas, pero conoces a más de un peregrino, gente que ya es Camino. No existe un patrón que los identifique, pues el Camino es universal: toda raza, religión, opinión política, clase social o club de fútbol tiene cabida en la ruta jacobea, que nos iguala a todos, al igual que la muerte. Y, muy frecuentemente, quien prueba el néctar del Camino se engancha de forma irresistible y no puede evitar repetir, iniciando un círculo interminable. Justo eso me pasó a mí.

    Mi trayectoria jacobea arrancó en 2011, y existe un incuestionable responsable, quien encendió la chispa, el auténtico promotor de mi historia como peregrino: su nombre es Eduardo, y aunque se trata de mi mejor amigo no soy subjetivo al calificarlo como una de las mejores personas que puedes encontrar en este mundo. Una de esas rara avis de las que existe una entre millones. Sencillo y natural hasta decir basta, tan divertido que es capaz de hacer sonreír a la diosa Ezis⁴ y, por encima de todo, alguien en quien confiar: un tío por el que puedes poner la mano en el fuego. ¿A cuántos de esos conoces? Si te ha venido algún rostro a la mente, cuida de su titular, porque tienes un verdadero tesoro de esos que no se compran con dinero. Pues bien, Eduardo, católico apostólico romano hasta la médula, fue hermano mayor de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Nuestra Señora Reina de los Mártires de Córdoba, mi hermandad desde que tenía catorce años y con la que desde 1986 realizo estación de penitencia todas las madrugás —Viernes Santo a las 0:00—, sin faltar jamás. Allá por el 2004, a Eduardo se le ocurrió la insensatez de contar conmigo para la Junta de Gobierno —el muy ingenuo me hizo tiesorero—, y de ese modo arrancó una hermosa amistad. Mi mujer, María, y la suya, Begoña, son convidadas de honor a la fiesta, y con el tiempo nuestra relación ha crecido cual árbol robusto y de abundante fruto enraizado en terreno fértil.

    Por algún motivo que no recuerdo, en 2008 se le ocurrió a mi amigo hacer el Camino de Santiago. Yo ni sabía de qué iba eso, algo había leído, pero no me llamaba la atención. Acompañado por su fe inquebrantable, por una dureza que solo tiene la recia gente de campo y, sobre todo, por un empeño desmedido por arrodillarse ante el santo sepulcro que custodia los restos del apóstol Santiago el Mayor, Eduardo viajó a Piedrafita de Cebreiro, en el borde oriental de la provincia de Lugo, puerta de Galicia desde el Reino de León. Y desde allí echó a andar bajo una densa niebla y una persistente y pesada lluvia que le acompañarían hasta su destino. Tanta agua le cayó que no tuvo que volver a ducharse en dos años. Aun así, regresó obnubilado, con un brillo deslumbrante —más adelante comprendí que había descubierto la luz—. Me contó y recontó sus peripecias, me propuso hacer un Camino juntos y sucumbí sin oponer apenas resistencia a los encantos de las maravillas que relataba. Así pues, nos embarcamos en la aventura, que exigía una estricta preparación, tanto física como psicológica. Planificamos nuestra ruta en entrañables «Juntas de Camino» que celebramos en mi casa, analizando y decidiendo la estructura de las etapas, dónde parar, dónde dormir, entre muchas risas y mucha cerveza. Yo estaba emperrado en que Eduardo descubriera algo distinto a lo que conoció en su bautismo jacobeo, lo que unido a mi ingenuidad y exceso de confianza —«¿Quién dijo miedo? ¡Puedo con todo!»— nos hizo fijar la casilla de salida en Astorga. Serían unos doscientos sesenta kilómetros del ala a recorrer hasta nuestra meta. Ello requería botas bien domadas, pies encallecidos y piernas firmes, acostumbradas a andar. Así que desde unos cuatro meses antes de la partida salimos a entrenar casi todos los sábados: él madrugador y yo perezoso. «Te recojo a las 8:30», decía. «No, a las 9:00», respondía yo, holgazán tras toda la semana amaneciendo a las 6:42 en punto para ir a trabajar.

    Y en un hermoso mayo de 2011, mes por antonomasia en Córdoba, ciudad que me vio nacer y donde he vivido hasta mis actuales cuarenta y ocho primaveras, mes de las flores, de las cruces y los patios y la feria, mes de la alegría y el amor, exacerbados por obra y gracia de la diosa Perséfone, nos aventuramos mi amigo y yo en un periplo que cambiaría mi vida para siempre. Mi primer Camino fue revelador, fue una explosión interior que me embrujó irresistiblemente. Fue el gran despertar. Y eso que me resultó durísimo, las pasé realmente canutas; mas una vez regresé al calor del hogar, pronto se olvidaron cansancio, ampollas y demás lesiones, quedando solo el poso de una dulce morriña que se removía en mis tripas al recordar constantemente el puñetero Camino.

    La repetición estaba servida. Para el año siguiente, 2012, escogimos la Ruta del Norte, arrancando en Luarca. En esa época, Eduardo proponía a todo hijo de vecino que se uniera a nuestra empresa, todo inocencia y buena voluntad. Y entre muchas negativas y alguno que inicialmente se apuntaba, pero acababa reculando, hete aquí que hubo uno que cumplió su palabra. Se nos unió Jaime, a quien apenas conocía Eduardo y para mí era un completo desconocido. Sus particulares motivaciones para hacer el Camino diferían sensiblemente de las nuestras, no existían lazos suficientemente sólidos entre nosotros, y cuando surgieron las dificultades todo se desmoronó. Por desgracia, no salió bien y Eduardo quedó muy tocado, al igual que yo mismo; tanto, que decidí volver por tercera vez, en total soledad, buscando reencontrar la esencia y emociones jacobeas primigenias, que habían quedado totalmente sepultadas por el infortunio.

    Ese fue el punto de inflexión que detonó el inicio de mis mejores tiempos como peregrino, dos Caminos que supusieron un antes y un después: el deslumbrante Sanabrés 2013, desde Puebla de Sanabria, y, sobre todo, el inigualable Primitivo 2014, desde Oviedo; dos Caminos que marcaron un insuperable listón de fortaleza física y espiritual, acercándome más que nunca al embriagador aroma que emana del Apóstol. En aquella época me bautizaron como «turboperegrino», el Camino pasó por mí y fuimos uno, como dulce poesía en simbiosis. Se cerró un círculo virtuoso. Hasta ese momento alcanza el primer volumen de mi saga, este que tienes en las manos, mis primeros cuatro Caminos. Pero la historia no quedó ahí, claro que no.

    María, mi querida esposa, quiso unirse a mis aventuras en 2015 y conocer de primera mano qué era eso que me tenía tan seducido. Elegimos el Camino Portugués Central: ella salió de Ponte de Lima; y yo, unos días antes, de Oporto. Nuestro enfoque era que ella recorriera algunas etapas en solitario, para así iniciarse en los misterios jacobeos en soledad, antes de converger y seguir juntos. Fue una odisea totalmente pasada por agua y, a pesar de ello, María acabó subyugada, tan fascinada por la ruta que quiso repetir. Le tomé la palabra, qué otra cosa podía hacer, y ese mismo año recorrimos un divertido y caluroso Camino Inglés desde Ferrol, que disfrutamos como una aventurilla estival. Llegó 2016 y lancé el órdago: me sentía veterano, quería dar un palmetazo sobre la mesa. Camino Francés completo desde Saint Jean Pied de Port. Eso eran palabras mayores, un mes de aventura, y con María desde León, superándose también a sí misma. Fue una epopeya de tres partes: la primera y más larga, en total soledad, cuando el turboperegrino volvió a hacer de las suyas, volando a ras del suelo y regodeándose en las bondades del Camino; la segunda, desde la bellísima capital leonesa, con el nacimiento de la Bestia, un tormento inenarrable cuyas terribles dentelladas padecí hasta la desesperación; y la tercera, tras un auténtico «milagro» y el consecuente frenesí, desde el ascenso a O Cebreiro hasta la Casa del Señor Santiago. Concebí ese Camino como el broche de oro perfecto: siete peregrinaciones, un Francés completo y sobre todo con las circunstancias que se dieron… era el cierre ideal. Pero el Camino se había convertido en una adictiva obsesión, algo casi enfermizo, sin cuya dosis anual parecía que nada tenía sentido. ¡Necesitaba más!

    Más, y distinto. Busqué otras fórmulas que me apartaran de la masificación. Me convertí en una suerte de nómada anacoreta, de viajero misántropo, de huraño peregrino que menospreciaba al «turigrino», a ese turista de pacotilla que se sube a un taxi cuando llueve, que contrata un servicio de transporte para que le lleve la mochila, convirtiendo su experiencia en un simple paseo campestre, a aquel que solo cumple con la «exigencia social» en la que se ha convertido la venerable y sagrada ruta, transformándola en una especie de parque temático low cost, una vivencia obligada, unas vacaciones baratas de postureo para cebarse en Instagram y Facebook. No estoy demasiado orgulloso de ese sentir tan ortodoxo, casi extremista, pues todo el mundo tiene derecho a disfrutar del Camino de la forma que prefiera. No existe ningún tipo de categorización que clasifique al peregrino según su «pureza» y sentirse superior a los demás produce precisamente… el efecto contrario. Se atribuye a Beethoven la cita: «El único símbolo de superioridad que conozco es la bondad». Ahí es donde hay que destacar. En el Camino, todos somos almas en movimiento hacia un destino común, con independencia de lo que nos mueva.

    Pues, como digo, en esa época indagué variantes menos transitadas, en busca de retos diferentes, más exigentes. En 2017 recorrí una durísima ruta casi desierta, la Vadiniense, así llamada por discurrir por la antigua Vadinia —en la vertiente occidental de Cantabria—. Salí de la bellísima San Vicente de la Barquera y disfruté un fabuloso Camino de infinitas y diabólicas cuestas, enlacé con el Francés poco antes de León, donde María volvió a entrar en escena, y juntos avanzamos hasta Ponferrada. Desde allí nos desviamos en dirección sudoeste hacia Las Médulas y las comarcas de Valdeorras y la Ribeira Sacra, en el llamado Camino de Invierno. Conseguí lo que buscaba: soledad, recogimiento, meditación, intimidad… a raudales. Tanto, que ese Camino de Invierno se hizo infernal a María. La falta de servicios intermedios en las etapas, su longitud y trazado le hizo sufrir lo indecible. Pudo completar su cuarta peregrinación, pero tanto padecimiento le llevó a echar el cierre a su currículum: temporal o definitivo, ni siquiera ella lo sabe.

    En el Invierno ‘17 empaticé con María, caminando impotente a su lado, tratando de animarle en su pesar. Tan mal lo pasé que de nuevo necesité un retorno a las bases originales del Camino, recuperar esas sensaciones perdidas en el océano de mis sueños. Añoraba el mágico Primitivo, el cénit, el indiscutible summum. Así pues, en 2018 regresé a Oviedo, ahora con un extraordinario prólogo: el Camino del Salvador, que parte de León y concluye en la capital asturiana y su catedral de San Salvador. Una ruta de factura similar a la Vadiniense en cuanto a soledad, dificultad y belleza. Dicen que quien va a Santiago, y no al Salvador, visita al siervo, pero no al Señor. Desde Oviedo proseguí por el inigualable Primitivo, que volvió a mostrarse fastuoso, insuperable. Pude revivir esa catarsis, ese éxtasis incomparable de los Caminos de más venturoso recuerdo. Fue una peregrinación increíble, de retorno al origen más auténtico y genuino.

    María y yo nos casamos en noviembre de 1993, casualmente en la parroquia de Santiago Apóstol de Córdoba. Entonces comenzamos a construir algo serio, algo especial. Todos estos años nos hemos amado intensamente, sin fisuras ni problemas de mención, salvo los que yo mismo haya provocado. No existe mejor compañera, nadie sabe tratar mejor mis numerosas vulnerabilidades e imperfecciones. Nuestro mayor logro son nuestros hijos, Jose y Marina. Al acercarse los veinticinco años de matrimonio, nuestras bodas de plata, ya irremediablemente atrapados en las redes jacobeas, decidimos celebrar tal acontecimiento renovando nuestros votos sagrados en la Catedral de Santiago de Compostela, en lo que sería un precioso broche argénteo a nuestra vida en común. Lo organizamos todo con la colaboración de un encantador don Salvador Domato Búa, párroco de La Corticela, la preciosa parroquia ubicada en el extremo del transepto norte del templo mayor santiagués. Y así, cinco lustros después volvimos a desposarnos, con nuestros hijos como testigos en un entorno incomparable, adornado con margaritas y repleto de lugareños. Pensé en cerrar de ese modo, al menos por un tiempo, mi relación con el Camino y la ciudad de Santiago. Pero algo se removió en las entrañas de Marina ese noviembre de 2018, al conocer la ciudad de las estrellas.

    Y a comienzos de 2019, mi querida hija me dijo que quería hacer el Camino. ¡Conmigo! Puedes imaginar la resistencia que opuse. Loco de contento, planifiqué un Camino Inglés que recorrimos en Semana Santa, una maravillosa experiencia de padre e hija que espero que dejase en ella una huella tan imborrable como hizo en mí. Lo pasamos genial y Marina me aseguró que en aquellos lares había encontrado lo que buscaba, y conste que eso no siempre se consigue. Nunca sabré si ese Camino fue causa o consecuencia, huevo o gallina: el hecho es que unos meses después mi hijita se independizó, y se mudó a una urbanización campestre a las afueras de Córdoba. Adoptó una preciosa, dócil y enorme perra-caballo como única compañía, a la que bautizó como Hari, y desde allí sigue su sendero vital rodeada de yoga, paz y serenidad. Actualmente, trabaja como bióloga en un departamento de la Universidad de Córdoba y ejerce como monitora de yoga. Ese Camino Inglés fue un rayo de luz y esperanza tras un año lleno de incertidumbres, con mi padre muy tocado de salud, mi madre con un devastador melanoma y yo mismo con una rara clase de cáncer de piel que requirió muchos meses de traslados al hospital para recibir tratamiento. Algunas de esas incertidumbres desembocaron en la fatalidad, otras fueron derrotadas y la luz se impuso a las tinieblas.

    El Camino recorrido con Marina cubrió mi dosis jacobea de 2019, o eso creí inicialmente. Pero nuestra historia se escribe con renglones torcidos, imprevisibles, de inescrutable significado. Mi padre marchó al «otro lado» ese verano, dejando en mi corazón un hueco que no se puede llenar del que queda una fea cicatriz en mi alma a causa de una relación que no fue la que cualquier hijo querría recordar. Su partida me causó un profundo dolor, y busqué consuelo y refugio en el Camino, en el Apóstol. Necesitaba regresar a mi tierra prometida. Y peregriné por undécima vez, tratando de descubrir el rostro de mi padre en el oleaje del océano Atlántico, en puestas de mil soles sobre el mar, recorriendo el Camino Portugués de la costa. Regresé a Oporto y caminé por el litoral, una experiencia muy diferente a la de 2015, en todos los sentidos. Al llegar a Pontevedra, me desvié por la llamada Variante Espiritual, que me llevó a Vilanova de Arousa para navegar por su vasta ría emulando el viaje de los discípulos de Santiago, Atanasio y Teodoro, cuando trajeron sus restos decapitados en Jerusalén por Herodes Agripa. Desembarqué en Pontecesures y continué hacia el norte hasta la tercera ciudad santa. Fue un Camino bastante singular, de gratos recuerdos, pero no encontré lo que buscaba, quizás porque lo que buscaba solo era una ilusión. Rematé la peregrinación haciendo coincidir su conclusión con mi ingreso como caballero de la Orden del Camino de Santiago.

    Llegó 2020, el siniestro coronavirus y un despiadado cambio de paradigma en nuestra forma de vivir. Reparamos entonces en la hermosa libertad que teníamos y perdimos con los confinamientos, las mascarillas y los fríos saludos con el codo. Como tantas otras cosas, el virus truncó mi carrera jacobea, pero ello no es nada comparado con los miles de vidas que segó, el impacto económico que provocó y la incertidumbre que sembró en nuestra sociedad, que perdura en el momento de compartir estas líneas contigo. Me quedan asignaturas pendientes, como un norte completo desde Irún —o mejor Bayona—, que palie los aciagos recuerdos del 2012. Y claro está, el CAMINO más genuino, el que arranca en la puerta de mi propio hogar: salir en busca de la mezquita-catedral, de allí a la parroquia de Santiago, San Lorenzo, y dejar mi querida Córdoba en dirección a Cerro Muriano, con mil kilómetros por hollar hasta la cripta de la Catedral de Santiago. Algún día, espero. ¡Buen libro puede salir de ahí! No obstante, mi duodécimo Camino ya está comprometido: saldré de Ávila en dirección a Medina del Campo, Toro, Zamora y Granja de Moreruela. Desde allí seguiré hacia Puebla de Sanabria, renovando así el extraordinario Sanabrés de 2013. Será ese un Camino de agradecimiento, que prometí al Apóstol si mi hijo, Jose, lograba sacar adelante sus oposiciones a Policía Nacional. Su inteligencia, su perseverancia y la intercesión de Santiago alinearon los astros, y su hazaña ha bañado de luz, fe y esperanza este caótico y opresivo 2020. El día que ingrese en la academia abulense cumpliré con la palabra dada, siempre que el incierto contexto lo permita. En todo caso, cuando pueda ser, esa será mi próxima peregrinación, que sin duda plasmaré en mi oportuno diario.

    Este es el primer tomo de una epopeya que iniciará una serie, pues condensar toda mi historia en un solo libro pondría en serio aprieto a tus bíceps. No existe un final cierto. Al igual que resulta imposible saber dónde y cuándo acaba el camino de la vida, es inútil predecir la evolución que seguirá mi carrera jacobea. Te encuentras, por tanto, ante una obra viva, un círculo eternamente abierto que se desarrollará comoquiera que sea. Es una obra carente de ambición, escrita en un lenguaje sencillo y cercano, con la que solo aspiro a compartirte mis recuerdos, emociones y humildes reflexiones sobre nuestro caminar por la vida. Básicamente, es la historia de un viaje. Un viaje físico, palpable, observable. Te recomiendo que, mientras recorres las próximas páginas, sigas la ruta en un ordenador o tableta, con Google Maps —modo satélite— o cualquier aplicación similar. Así podrás sentir más cerca la fragancia de los parajes que recorreremos juntos. Además, no dejes de buscar en Internet cualquier cosa que te llame la atención. Por ejemplo, el refugio de Tomás, el Templario, en Manjarín; viendo fotos, pondrás cara a tan peculiar personaje y su singular guarida. También puedes dejar volar tu imaginación, lo dejo a tu elección. Así pues, un viaje físico, desde luego. Pero, por encima de todo, un viaje de descubrimientos, una expedición al interior del yo más profundo, un éxodo espiritual en busca de los recovecos ocultos en lo más recóndito de mi alma, y de la tuya, querido lector. Porque, entrelíneas, verás cosas de ti mismo que ni sabías que estaban ahí. Este libro es fruto del amor por el Camino y por la vida. Su objetivo es que ames el Camino y ames la vida. Que el Camino pase por ti sin necesidad de que siquiera lo pises.

    Cada episodio abarca una peregrinación, y se compone de tantos capítulos como etapas me llevó completar la ruta. Su prólogo y epílogo lo contextualizan y resumen. Los textos originales son los diarios que escribía al término de cada etapa, con mayor o menor acierto e inspiración según el día, las ganas o el tiempo disponible. En la ardua e ilusionante labor de compilación de todos los manuscritos, he hecho todo lo posible para dar consistencia y homogeneidad, de modo que no se perciban demasiadas diferencias en fondo y forma. Cada Camino se podría leer de forma independiente al resto, ¡de hecho, casi cada jornada! Sí, podrías abrir el libro por cualquier página y empezar a leer; no obstante, te recomiendo que sigas el orden cronológico, pues existen numerosas conexiones entre los episodios. Trataré de no repetirme demasiado: si describo una etapa y en un Camino posterior vuelvo a pasar por el mismo lugar, intentaré obviar lo ya detallado y aportar información nueva. En todo caso, la teórica independencia de cada peregrinación y el respeto al texto original provocarán probables reiteraciones e incluso más de una contradicción. Te dejo el placer de sorprenderme en alguna falta, pero no seas demasiado duro conmigo, te lo ruego.

    Encontrarás múltiples referencias al Antiguo Egipto, Bruce Springsteen o el bello arte de la ópera. Junto con el Camino constituyen mi cuarteta perfecta, los cuatro versos de mi estrofa vital. No son mis únicas aficiones, pero sí las que ocupan más tiempo de mi ocio, del poco que me permite el trabajo. Cine, astrofísica, geografía, historia, arte, música… Quizás también se me escapen reminiscencias de mi formación y afición informática. Esto es importante: debo subrayar que dejaré constancia de numerosos pensamientos y juicios estrictamente particulares, unos objetivos y otros netamente subjetivos. En ningún caso existe intención de crítica interesada o de menosprecio a terceras personas: mis palabras transmiten un sentir que no tiene por qué coincidir exactamente con el tuyo o el de otras personas, y respeto profundamente toda forma de pensar diferente a la que yo expreso. En la pluralidad está el enriquecimiento y en el respeto reside el avance de los pueblos. Jamás existe ánimo de ofender a nadie, sino de narrar lo que he experimentado en cada momento y situación. No he querido suavizar, maquillar o introducir eufemismos, de esa forma estaría distorsionando mi realidad, esa que intento compartir sin tapujos en un relato absolutamente desnudo. Pido de antemano disculpas a todo aquel que pueda sentirse molestado de cualquier modo. En este sentido, alguno de los nombres que aparecen han sido modificados.

    En la descripción de las etapas menciono la mayoría de los lugares por los que paso, probablemente omita algunos y en otros quizás me explaye más de la cuenta. Pueden existir imprecisiones, aunque me he esforzado al máximo en evitar errores de bulto. Los itinerarios son dinámicos, pues las Administraciones los modifican con cierta frecuencia, a veces de forma incomprensible. Puedes encontrar reseñas que no coincidan con tu propia experiencia si recorriste ese Camino antes o después de las fechas indicadas. Por ejemplo, el Inglés ha cambiado en muchos tramos tras mi peregrinación de 2015, como comprobé bastante frustrado al recorrerlo por segunda vez con Marina en 2019. Nuevas carreteras, deterioro de los senderos e intereses políticos y comerciales alteran la ruta más de lo que sería deseable, sobre todo porque muchas veces lo hacen a peor. Por otro lado, es evidente que solo puedo describir los alojamientos, bares o restaurantes en los que me detengo, existiendo alternativas mejores o peores de las que no me puedo pronunciar. Puedes encontrar en tu librería muchísimas guías del Camino que recopilan esos aspectos con un nivel de detalle más completo y preciso; pero son frías, asépticas, cuantitativas, universales, no trasladan emociones, pues no es esa su razón de ser. Esto no es una guía, sino un compendio de cosas que no encontrarás en ningún otro lugar.

    Si ya conoces el Camino, en numerosas ocasiones te verás reflejado en la superficie de este océano de palabras; si estás pensando en repetirlo, seguramente descubras alguna ruta que encenderá tu pasión, animándote a recorrerla; y si eres un neófito, puede que tu gusanillo jacobeo alce la mirada y te instigue a echar a andar. O también, quién sabe, lo mismo te basta con vivirlo desde estas páginas. Porque no es necesario caminar hasta Santiago para ser peregrino, ya que todos somos peregrinos de nuestro camino vital, un periplo plagado de demenciales ascensos que nos hacen perder el aliento, severos descensos en los que nos sorprende una lesión inesperada que padecer y superar, o sosegados llanos bajo un sol apacible y reconfortante. Una vida de mil y una etapas de lo más variopinto en las que avanzamos bajo espeluznantes rayos, truenos y relámpagos de violentas tempestades, apretando los dientes para seguir adelante; encontramos encrucijadas que nos adentran en tierras ignotas, en parajes inhóspitos y solitarios; y recorremos maravillosos senderos, sonriendo a los compañeros de viaje que nos ayudan a superar los obstáculos. El gran regalo de la vida, esa senda por la que caminamos en la mayor de las peregrinaciones, contemplando las huellas de quienes nos precedieron y dejando las nuestras para que quienes vienen por detrás nos recuerden con cariño.

    Siendo pura poesía. Siendo Camino.

    Julio de 2020


    ¹ Rima

    xxi

    (de

    lxxvi

    ): «¿Qué es poesía?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? Poesía… eres tú».

    ² Fuente: Oficina del Peregrino. https://oficinadelperegrino.com

    ³ Se celebra Año Santo cuando el 25 de julio, festividad de Santiago, coincide en domingo; esto sucede con una cadencia regular de 6-5-6-11 años. El primer Año Santo (1126) fue establecido por Calixto II.

    ⁴ Divinidad griega que encarna la tristeza, hermana de otros descendientes de la noche en los que se representan otros males terrenales.

    Episodio I

    Camino Francés 2011

    (Astorga)

    10 a 18 de mayo de 2011

    Resumen de la primera peregrinación

    1.M 10/5/11 Astorga-Foncebadón 25,8

    2.X 11/5/11 Foncebadón-Ponferrada 26,8

    3.J 12/5/11 Ponferrada-Villafranca del Bierzo 24,2

    4.V 13/5/11 Villafranca del Bierzo-Alto do Poio 36,3

    5.S 14/5/11 Alto do Poio-Sarria 30,4

    6.D 15/5/11 Sarria-Ventas de Narón 35,2

    7.L 16/5/11 Ventas de Narón-Melide 26,2

    8.M 17/5/11 Melide-Pedrouzo 33,4

    9.X 18/5/11 Pedrouzo-Santiago de Compostela 19,8

    Total: 257,7 km (media 28,63 km/día)

    «Para sobrepasar los límites primero debes conocerte, luego aceptarte tal y como eres, y finalmente superarte».

    San Agustín

    Prólogo

    Sobre la superación personal

    La obra de san Agustín es tan extensa, prolija y profunda que abruma al estudioso. Doctor de la Iglesia, patrón de «los que buscan a Dios», gran filósofo y teólogo, la figura de Agustín de Hipona me parece idónea para encabezar las anotaciones de este diario de mi peregrinación a Santiago de Compostela. He rebuscado entre la inmensidad de citas y enseñanzas que nos dejó el santo hasta finalmente escoger para el contexto que nos ocupa la relacionada con la búsqueda de la superación personal. Querido lector, me alegra encontrarte en este registro de mis andanzas por el Camino de Santiago. Espero ser capaz de contagiarte la ilusión, el entusiasmo, el gozo y, por qué no, los sinsabores que probablemente también surgirán a lo largo del recorrido por tierras extrañas que iniciaré pleno de esperanza en Astorga, la bella y noble villa romana de la que mi padre, militar allí destinado en el año de mi nacimiento, guarda maravillosos recuerdos.

    Se trata de una experiencia inédita en mi vida, en la que pondré a prueba la resistencia de cuerpo y espíritu en un buen puñado de etapas de considerable longitud. Aunque se dice que lo ideal es enfrentarse al Camino en solitario para que su impacto llegue más hondo, no lo haré así: caminaré en compañía de mi amigo Eduardo, el instigador de esta aventura. Hace tres años, Eduardo hizo el Camino desde O Cebreiro, manteniéndome puntualmente informado de sus peripecias. Fue una hazaña digna de encomio, pues le tocó en gracia una profunda borrasca que le mantuvo helado y empapado casi todo el trayecto. Imagino que andar perdido por esos campos de Dios calado hasta los huesos, sin apenas visibilidad y en total soledad debe de ser muy duro, y habrá tenido que gestionar unos bajones psicológicos casi más complicados que los físicos.

    A su vuelta, ya perdidamente hechizado por la ruta jacobea, mi amigo me contagió su afición por el senderismo y salimos de vez en cuando a caminar por la sierra cordobesa: subimos a Las Ermitas por la cuesta del Reventón o la de los Pobres, a Asuán por la Traición o la Vereda Villar (cuesta de los Morales), a Los Villares por el Catorce por Ciento, a Santa María de Trassierra por la Fuente del Elefante y a Santo Domingo por la antigua cantera y el cortijo de los Velasco o por el valle del arroyo Pedroche hasta una demencial cuesta final a la que bauticé como «mi prima». Hija de su madre, mi prima, qué paliza tiene. Paseos por esa bella sierra cicatrizada por sendas adornadas de jara blanca, jara pringosa y cantueso. A partir de esas rutas, trazamos mil y una variantes por caminos que nos llevaban a recorrer entre quince y treinta kilómetros más o menos exigentes según las ganas y el tiempo disponible, siempre entre bromas y buen humor. Eduardo me hablaba continuamente del Camino y yo, algo reacio al principio, me fui dejando engatusar poco a poco, hasta finalmente convencerme: «¡Venga, vale, vámonos al Camino!». Planificamos la ruta a seguir en divertidas y alocadas Juntas de Camino que celebramos en mi casa cada jueves, analizando y acordando la estructura de las etapas, variantes y alojamientos a partir de dos portales especializados, Mundicamino y Eroski. Yo me había empeñado en que Eduardo experimentara una ruta diferente a la que recorrió en su periplo de 2008, para que así también descubriera algo inédito. Pero como no cejaba en su idea de repetir el trayecto que tanto le enamoró, cedimos ambos. Repetiríamos el Francés, de acuerdo, pero desde más lejos, teniendo él así la novedad de las etapas precedentes a O Cebreiro. La salida elegida fue Astorga, localidad que me despertaba gran interés por los nostálgicos y castrenses comentarios de mi padre, hoy coronel de artillería. Fuimos pergeñando nuestro plan de peregrinación, que dividimos en nueve etapas bastante ambiciosas en cuanto a distancia. Y es que me veía sobrado de confianza y optimismo por lo bien que respondía el cuerpo en los entrenamientos. Espero funcionar igual de bien en la auténtica peregrinación, porque Eduardo me ha advertido que la planificación es bastante exigente. Cuatro jornadas consecutivas exceden de los treinta kilómetros: O Cebreiro-San Mamede do Camiño (36), San Mamede-Gonzar (34), Gonzar-Melide (32) y Melide-Pedrouzo (33). Veremos si se confirma en ruta este itinerario o los avatares del día a día nos llevan a modificarlo. Lo bueno que tiene el Camino Francés es que las alternativas abundan y podremos improvisar sin mayor problema.

    Decidida la ruta y la fecha de partida, el florido y hermoso mes de mayo, quedaba completar nuestra preparación física y mental. Afrontamos la primera incrementando nuestras marchas sabatinas, saliendo prácticamente todas las semanas durante los últimos cuatro meses, a veces con mochila para ir haciendo el cuerpo a ese incremento de peso. Seguía sintiéndome fuerte y capaz, me adaptaba bien a mis botas Chiruca, sin molestias ni lesiones, lo que me llenaba de optimismo ante el desafío que encarábamos. Nuestros entrenamientos siempre discurrían por la sierra, incluyendo severos ascensos y descensos, como imprescindible acondicionamiento de nuestra maquinaria para garantizar el éxito cuando nos plantemos ante las rampas de la quebrada Galicia. Ardo en deseos de trepar hacia O Cebreiro, espero que las piernas vayan lo suficientemente adiestradas para lo que tenemos por delante. En cuanto a mis Chiruca, calculo que más o menos tienen unos cuatrocientos kilómetros, supongo que será suficiente rodaje para evitar las temibles ampollas.

    A mi esposa, María, no le hace ni pizca de gracia perderme de vista más de diez días, es la primera vez que nos separamos tanto tiempo en los más de veinte años que llevamos juntos. Pero nadie me mima en este mundo como mi paciente y buena mujer, así que no ha sido capaz de negarme este capricho. Rendida a lo inevitable, guardó un paquetito para el final en esa desmesurada orgía de regalos que nos hacemos el Día de Reyes. Era lo más baratito, pequeño y discreto, apenas se advertía al fondo de la pila de cajas que habíamos desenvuelto: un rosario de madera con una concha peregrina y una cruz de Santiago. El regalo más modesto y a la vez el único que me hizo derramar lágrimas de emoción y agradecimiento. Las cosas más valiosas no siempre son las más caras. Prometí llevarlo al cuello durante toda la peregrinación, bañarlo en agua bendita en la Catedral de Santiago y frotarlo en el pecho del Apóstol en el sentido abrazo, al final de todo.

    El 30 de abril de 2011, nueve días antes de nuestra partida, acudimos Eduardo y yo, María y Begoña —la esposa de Eduardo— a la parroquia de Santiago Apóstol de Córdoba, donde me casé allá por 1993. El páter don Emilio nos expidió la Credencial del Peregrino, una especie de carné desplegable con numerosas casillas en las que tendremos que estampar los sellos de los establecimientos que hallemos en ruta —iglesias, albergues, bares…—, demostrando la veracidad de nuestra peregrinación. Previa verificación de ese documento, en la Oficina del Peregrino de Santiago nos expedirán la Compostela, un certificado en latín que acredita la culminación del Camino. Al sostener en la mano mi propia credencial, no pude evitar un ligero estremecimiento: la cosa estaba en marcha, ya no había vuelta atrás. Don Emilio bendijo las credenciales y nuestros rosarios, el que me regaló María y otro hecho de conchitas jacobeas que compré en Las Ermitas para Eduardo. Nos quedamos a misa, y al término de esta el cura nos llamó al altar mayor para impartirnos la bendición del peregrino, haciéndome leer un papelajo con el siguiente texto —del Codex Calixtinus, sermón Veneranda dies LI, c. XVI—, de modo que lo escucharan todos los fieles allí

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