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Boccherini en España: La vida de un músico italiano bajo el reinado de Carlos III
Boccherini en España: La vida de un músico italiano bajo el reinado de Carlos III
Boccherini en España: La vida de un músico italiano bajo el reinado de Carlos III
Libro electrónico159 páginas2 horas

Boccherini en España: La vida de un músico italiano bajo el reinado de Carlos III

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El intenso placer de la creación y el éxito y la profunda tristeza por conflictos familiares sin salida.

Boccherini en España es el relato de la vida de Luigi Boccherini desde su llegada a España, hacia 1768, hasta su muerte en Madrid, en 1805.

En la primera parte, contratado por el infante don Luis Antonio de Borbón como violoncelista y compositor de capilla, Boccherini sigue a don Luis en sus viajes lejos de Madrid (desterrado de la Corte por Carlos III, por conflictos sucesorios) hasta que el infante elige Arenas de San Pedro, en Ávila, como lugar de residencia. Durante estos años Boccherini, casado con la soprano Clementina Pelliccia, con la que tiene siete hijos, compone una vasta obra musical que le da una progresiva fama en Madrid y en toda Europa.

La segunda parte de su vida en España se desarrolla en Madrid, viudo de Clementina y casado en segundas nupcias. Graves conflictos familiares amargan los años madrileños del músico, impidiéndole disfrutar de sus nuevos contratos y sus nuevos éxitos. Muere con la tristeza de estos sucesos familiares de imposible solución.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento18 dic 2017
ISBN9788417321888
Boccherini en España: La vida de un músico italiano bajo el reinado de Carlos III
Autor

Francisco Delgado Montero

Doctor en Psicología por la Universidad de Salamanca, Profesor Honorario de la Universidad Autónoma de Madrid, psicólogo clínico del Servicio Médico de Telefónica (hasta el 2000), Francisco Delgado Montero es autor de numerosas publicaciones, tanto en su especialidad de psicopatología, como ensayista y biógrafo de músicos y otros artistas. Ha sido finalista en los siguientes certámenes de novela: Premio de Novela Ciudad de Córdoba, Diputación, (2006) por su biografía sobre Cervantes, Un manuscrito encontrado en Esquivias; IV Premio Algaba de Biografías por Sonatas para el exilio de una reina. Diario de D. Scarlatti (Ed. Antígona) y finalista del Premio de Novela Ateneo de Sevilla 2016 por el libro Boccherini en España. Ha publicado además psicobiografías sobre los siguientes artistas: Beethoven, Chopin, Scarlatti, Johann Sebastian Bach , Padre Antonio Soler, Anton Chejov, así como dos ensayos sobre W.A. Mozart, La trágica independencia de ungenio (Real Musical, 2003) y Mozart, una vida hacia la libertad (2008). En La cara oculta de la biografía (2016) reúne tres biografías sobre tres compositores, J. Haydn, Beethoven y J.C. Arriaga, con distintos estilos narrativos e hipótesis biográficas completamente novedosas.

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    Boccherini en España - Francisco Delgado Montero

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    Boccherini en España

    La vida de un músico italiano bajo el reinado de Carlos III

    Francisco Delgado Montero

    Boccherini en España

    La vida de un músico italiano bajo el reinado de Carlos III

    Primera edición: diciembre 2017

    ISBN: 9788417234874

    ISBN eBook: 9788417321888

    © del texto:

    Francisco Delgado Montero

    © de esta edición:

    , 2017

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España - Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    A la gran mayoría de los actuales compañeros escritores españoles, que escriben sorteando numerosas dificultades, en un presente en el que la Cultura está arrinconada y con horizontes vacíos de incentivos.

    Resultado de imagen de la familia del infante Luis antonio de borbón de Goya

    Agradecimientos

    Deseo expresar mi agradecimiento a las siguientes personas, que han contribuido de diversas formas a la escritura definitiva de este relato:

    —A D. Miguel Joaquín Calvo, por la lectura crítica, amistosa y enriquecedora del texto.

    —A Dª Irene Delgado Carceller por sus espontáneos comentarios del manuscrito, llenos de criterios valiosos como experta lectora.

    —A D. Agustín B. Sequeros, que me ha asesorado en numerosos datos históricos en torno a la figura de Goya y sobre plantas de posibles efectos mortales para el que las ingiere.

    —A D. Paolo Donati, que leyó conmigo la última versión, aportando precisiones estilísticas, históricas y sobre cultura y expresiones italianas.

    —A D. Jaime Tortella, sobre cuya definitiva labor investigadora musicológica he basado mi relato sobre Boccherini en España.

    —A D. Manuel Chicote que con gran amabilidad y conocimientos me mostró el palacio de la Mosquera en Arenas de San Pedro, lugar privilegiado en este relato.

    Primera Parte

    Escritos del Infante

    don Luis Antonio de Borbón

    I. Palacio de Aranjuez, primavera de 1785

    Nadie me ha enseñado a escribir, a dar forma a algún suceso o pensamiento del que quiera dejar constancia. Nadie me ha enseñado a amar la lectura. Mi tutor, el conde Scotti se contentó con enseñarme a firmar y a leer las cartas de mi madre y las órdenes promulgadas por el rey o por su esposa Isabel de Farnesio. Decía que el hijo de un rey apenas necesitaba escribir y menos leer. Le sería más útil en su futuro aprender a manejar la espada y las armas de fuego, los saludos y gestos que conllevan las ceremonias palaciegas, guardar silencio casi siempre, cazar, saber comprar y vender, sumar, restar, y todo lo demás...son inútiles accesorios para la vida de un infante, sobre todo si no va a reinar, como es vuestro caso, me decía.

    También aprendí a coleccionar obras de arte y todos los caprichos que se me antojaran; eso lo aprendí de mi madre. De mi padre, Felipe el Animoso, como le llamaba el pueblo antes de que perdiera su cordura, solo aprendí la pasión por la caza y obedecer en todo a su esposa, mi madre, Isabel. También aprendí de él que la música puede ser un bien incalculable y misterioso.

    Y ahora, a mis más de cuarenta años, cuando siento nacer en mi interior el deseo o necesidad de escribir sobre mi maestro de música, sobre todo lo que me ha enseñado no solo del arte de la música, sino del arte de la vida, tengo que improvisar, inventar cómo dar forma a las ideas y hechos que quiero narrar.

    La primera vez que vi a Luigi Boccherini fue en Aranjuez, en la primavera de 1770. Formaba parte de la Compañía de Ópera de Luigi Marescalchi, junto con la bella Clementina Pelliccia, con la que se había casado a su llegada a Madrid, dos años antes.

    Desde mi infancia, todas las primaveras, mis padres, toda la corte, se trasladaban al Palacio de Aranjuez hasta bien entrado el verano. Desde mis primeros años Aranjuez pasó a ser mi lugar favorito entre todos los Reales Sitios. El palacio de la Granja de San Ildefonso era demasiado grande y nunca me dejaban salir de sus jardines. El Monasterio de EL Escorial demasiado frío y triste, lleno de plegarias, de monjes vestidos con capas oscuras, a veces de nieve. El Palacio de El Pardo siempre estaba lleno de nobles, coches y fiestas y a los infantes nos recluían en nuestras habitaciones. Pero Aranjuez era distinto. En Aranjuez corríamos por los jardines, nos bañábamos en el Tajo y montábamos en los barcos que Bárbara de Braganza había mandado construir para navegar por el río. La futura reina Bárbara y mi hermano Fernando con frecuencia nos acompañaban en nuestras correrías. Recuerdo esas primaveras como las más bellas de mi vida.

    La mañana que vi por primera vez a Boccherini estaba hablando con su mujer Clementina y con la hermana de ésta, María Teresa, la que poco después se convertiría en la elegida por la fortuna. Estaban de pie, en la explanada sur, frente a los jardines y parecían por sus gestos estar tratando alguna cuestión importante. Nada más verle tuve la sensación de estar viendo a un hombre feliz. La tarde anterior había estado escuchándole al violonchelo un aria suya dentro de una ópera italiana de la Compañía de Marescalchi. Me habían gustado mucho tanto el aria como su interpretación.

    No sé por qué me pareció un hombre dichoso, ni por qué sentí el impulso inmediato de saludarle y de ofrecerle la posibilidad de contratarle. Me acerqué a ellos, me disculpé por la interrupción y le pregunté por la posibilidad de vernos más tarde. Con mucho gusto, Alteza, me respondió y al retirarme sentí la mirada inquisitiva de las dos mujeres sobre mi figura. Luigi Boccherini hacía un par de años que había llegado a España, tenía fama de buen músico, se acababa de casar y trabajaba en la compañía de Marescalchi. No sabía nada más de él.

    Al músico italiano le juzgué feliz, pero yo, a mis cuarenta y tres años, no sabía qué era ser feliz; simplemente me sentía desgraciado. Repasaba mi vida y encontraba que desde muy pequeño jamás me habían permitido hacer lo que hubiera deseado. A los ocho años me nombraron arzobispo de Toledo, poco tiempo después arzobispo de Sevilla, y también cardenal de la santa romana iglesia de Santa María della Scala. Por supuesto nadie me preguntó si yo deseaba ser arzobispo. Al hijo de un rey no se le pregunta nada sobre lo que desea, aún menos que a los hijos de los plebeyos. Cuando a los veintisiete años, después de pensarlo mucho, comuniqué con gran determinación a la corte mi deseo de dejar los arzobispados y fundar una familia, como todo el mundo, aceptaron el abandono de los cargos eclesiásticos, pero hablar de la posibilidad de una boda... ya se vería más adelante, me respondieron. La corte se debería reunir, deliberar; la boda de un infante es siempre un asunto político de máxima importancia.

    Virgen como era, deseoso de conocer mujer como solo un hombre joven siente necesitar, comencé mis aventuras amorosas con bonitas muchachas, ajenas a la corte y a sus aledaños. Me ayudó a conocerlas mi amigo Paret el pintor. Y así me quedé, esperando que me propusieran qué tipo de boda hacer y con quién podía casarme. Pues les tuve que repetir mil veces que no iba a renunciar a mi deseo de crear una familia.

    Pero, ¿qué estoy haciendo? ¿Por qué estoy contando mi vida, si lo que quiero es escribir sobre Boccherini, sobre su vida, su música, su presencia en mi vida durante estos casi quince años?

    Quizás necesitaba dejar constancia aquí, en estos papeles, de mi infelicidad, antes de compararla con la felicidad que imaginé en mi compositor de capilla. Mi infelicidad no se la he podido contar a nadie. Los ajenos a la corte no la entenderían. ¿Cómo el hijo de un rey, y luego hermano del Rey, tan rico, tan poderoso, que posee toda una corte para él puede sentirse desgraciado?, se preguntarían incrédulos. Y los cortesanos, incluida mi madre y mis hermanos, menos me comprenderían; pensarían que estoy loco, como mi padre. Ni siquiera a mi tutor, el conde Scotti, que fue el hombre que más me conoció, le pude contar ningún malestar, ninguna pena. Mi tutor tenía la teoría de que si yo hablaba de tristeza corría el riesgo de seguir el camino del rey Felipe, mi padre. Y a la que menos le he podido nunca hablar de mi tristeza crónica ha sido a la que se convirtió en mi esposa, María Teresa de Vallabriga. Pues ella siempre se ha quejado de que el motivo de su infelicidad he sido yo.

    —¡Ay, signor Anibal Scotti ! ¡ Mientras fui un niño me ayudasteis y me enseñasteis mucho; pero cuando me convertí en un jovencito, vuestras enseñanzas y consejos eran como las de un clérigo, obsesionado con el sexto mandamiento! Y posteriormente ¡no me ayudasteis nada (quizás no supisteis) en el complicado asunto de mi boda y posterior matrimonio!

    —¡Ay, María Teresa de Vallabriga! A vos, que habéis sido la única persona que puedo decir que os elegí entre tres propuestas, como mi esposa y que os he amado, a vos jamás os he podido hablar de mis sufrimientos, de cómo he sido un muñeco utilizado por mi familia. No os he podido nunca informar sobre todo el daño que me ha hecho mi hermano Carlos, vuestro rey, pues en cuanto comenzaba a hablar de cómo me ha dañado mi hermano, vos me interrumpíais gritando que la única perjudicada con nuestra boda habéis sido vos y nuestros hijos. Moriré siendo un desconocido y odiado esposo.

    Extrañamente, solo a mi buen medio hermano Fernando, mi querido rey, Fernando VI, le pude hablar alguna vez de mis sufrimientos; y él, que en su último año de vida sufrió tanto como nuestro padre, me comprendió mejor que nadie. En ese terrible último año de su vida encerrado en el castillo de Villaviciosa de Odón, le acompañé como pude y supe, pues me lo pidió y yo le quería. Le hacía compañía durante horas; pero luego yo necesitaba salir de ese encierro, salir y tomar el aire o irme a cazar. Y sobre todo cuando empeoró, y solo hacía que gritar, darse golpes contra las esquinas de los muebles y soltar blasfemias, sin comer ni un alimento, ni dormir, me preguntaba qué hacía a su lado, sin poderle ayudar en nada. Y sufriendo. Sí, ahora lo puedo escribir aquí, ¡pasando mucho miedo! ¿Miedo a qué? A que me pudiera pasar a mí lo mismo; a que yo también me volviera loco, como mi padre, como Fernando.

    Durante aquel espantoso año, los nobles me atosigaban con miles de consejos, con sus deseos de manejarme y de perseguir sus beneficios, y no entendían que deseara ausentarme del castillo donde mi hermano luchaba con la locura y la muerte. Afirmaban entre ellos que era un irresponsable, un pusilánime ante los problemas, que el conde Scotti me había educado muy mal. Durante todo el año de agonía de mi hermano, mi madre me exigía escribirle una carta diaria informándole de todo lo que ocurría. Después me mandó que fuera a visitarla a San Ildefonso, fui y, es verdad, prolongué allí mi estancia, temeroso de volver a Villaviciosa, como mero testigo de la agonía de mi hermano y rodeado de todos los consejeros . En realidad mi madre fue la que siempre organizó mi vida, no solo la que en cada momento señaló lo que debería hacer, sino incluso lo que debería sentir.

    Hasta que no murió hace ya muchos años, no he podido darme cuenta hasta qué punto mi madre, Isabel de Farnesio, ha sido mi ama, mi reina, mi consejera, mi confesora, mi todo. He hecho y sentido, repito, todo lo que ella me mandaba: decidió que a mis ocho años fuera arzobispo de Toledo, y lo fui. Decidió que mientras viviera Carlos, mi hermano mayor, le obedecería siempre, y así ha sido y así será. Me dijo que podía amar a mi hermano Fernando, pero debería odiar siempre a su esposa, Bárbara de Braganza. Es lo que he hecho. Cuando Fernando enloqueció después de morir su esposa, me dijo que lo cuidara,

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