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Kémklist de Merciandor
Kémklist de Merciandor
Kémklist de Merciandor
Libro electrónico277 páginas4 horas

Kémklist de Merciandor

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Información de este libro electrónico

¿Qué puede lograr un jovencito guerrero que es hijo de un mago poderoso?

Kémklist de Merciandor pareciera una historia corta para el género, pero no lo es en el sentido de que, si es corta, es porque el corazón así me lo pedía. Y solo le fui fiel. Es, en algunas palabras, la historia de un joven puesto a prueba casi a diario por su entrenamiento, que lleva para convertirse no solo en guerrero, sino en mago poderoso.

Hijo de uno llamado Trífiros, que lidera la aldea junto a otros ocho magos más y un grupo de grandes jovencitos guerreros como él. Kémklist deberá superar las pruebas más duras y salir adelante. Deberá mostrar de qué está hecho el espíritu humano y sus alcances.

Guiado por una gran pena que debe sanar, deja su aldea para regresar convertido en un guerrero de verdad.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento8 jun 2019
ISBN9788417813574
Kémklist de Merciandor
Autor

Ezequiel Rodríguez Rodríguez

Luego de pasar muchos años de su vida con problemas mentales y depresivos debido a su TOC, Ezequiel Rodríguez Rodríguez encontró en la escritura la fuga que necesitaba. Fuga y también reencuentro con una parte de su mente que no está enferma, ni tiene ataduras de ningún tipo. Una parte que es creación pura de la mano de la imaginación. Habiendo vivido momentos bastante duros, como el intento de quitarse la vida a los dieciocho años, apuntándose con un rifle calibre 22 al corazón, hoy, a los cuarenta y seis, sigue batallando por los mismos motivos y por los errores que todos cometemos en la vida. Afirma que se siente afortunado de haber llegado al mundo de las letras, a pesar de su enfermedad, que a veces ni siquiera le permite recordar el nombre de las cosas. Brinda por ello con quienes han pasado por lo miso o algo parecido. Porque no hay cosa más hermosa que encontrar la paz en lo que hacemos, aunque lo que hagamos nos lleve una eternidad.

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    Kémklist de Merciandor - Ezequiel Rodríguez Rodríguez

    Kémklist de Merciandor

    Kémklist de Merciandor

    Primera edición: 2019

    ISBN: 9788417813055

    ISBN eBook: 9788417813574

    © del texto:

    Ezequiel Rodríguez Rodríguez

    © de esta edición:

    CALIGRAMA, 2019

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Quiero dedicar este libro a todos los jóvenes de edad y corazón. Ojalá sus páginas logren envolverlos, aunque sea por un pequeño momento.

    Agradecimientos

    Mis agradecimientos son, primero, para mis padres, porque a pesar de muchos errores por mi parte, siempre me han apoyado con alma y corazón. También para mis hermanos, en especial, para María, que creyó en mí y me apoyó a pesar de las dudas. Y para finalizar, mi agradecimiento a mi hermosa esposa, que ha sido mi bastón, mi pensamiento optimista y desde luego la persona más importante de mi vida. Para ella mis sueños y mi verdad hasta lo espiritual y eterno.

    Capítulo 1

    El zapato de Phyareet

    «Las prendas que nos pertenecen tienen, en ocasiones, connotaciones espirituales que son vitales para nuestro bienestar. Un zapato en Merciandor es algo vital para las mujeres; sin él, su vida se reduce a la niñez».

    Eran tiempos del sol rojizo y la luna tenue; de magos y magia prodigiosa. Tiempos de cuervos malditos, de cantos de muerte. De tragars, gromnlios y gretañies. De soldados leales, guerreros a muerte y jóvenes soñando defender su aldea de los peligros acechantes. Tiempos de domar caballos, y llevarlos a veces al trote, a veces al galope, y donde el temple de tu corcel a veces hacía la diferencia. Donde el hombre se ceñía a empuñar una espada forjada en fuego. Donde la espada y el arco eran los portentos que los hombres empuñaban contra los peligros y de cuyo uso dependía su bienestar, si no su vida. Tiempos donde cada lago pertenecía a una bella musa de canto angelical; donde los faunos y duendes, así como toda serie de seres feéricos, rondaban los bosques. Tiempos en los que conquistar al pegaso y al unicornio era un sueño lejano; un sueño vivo de otro continente y un anhelo muy grande por conquistar. El pueblo de Merciandor era libre y próspero. Su población crecía en los llanos, bosques y montes, al este del inmenso país de Andra, cuya capital era Orghomitse. Merciandor era el hogar de los nueve magos que conformaban la hermandad. Tres de sus habitantes, Rájar, Blen y Corbo, junto con otros ocho habitantes de los más ancianos, formaban el concilio. Hermandad y concilio eran uno: los mismos intereses y la misma idea de bonanza para la aldea los motivaba.

    Trífiros era uno de estos magos, que tenía como único hijo a Kémklist, al que instruía en el arte de la magia.

    —Concéntrate más. Debes convertir tus manos en mazos de roca con prontitud. El enemigo no espera.

    Y el joven aprendiz de mago se concentraba y trataba de que sus manos livianas se convirtieran en mazos de roca en segundos. Luego de tres intentos donde su concentración mejoró, se dirigió a su padre.

    —Padre, ¿cuánto tardaste en dominar tu magia?

    —Décadas, hijo, pero cada caso es particular. Frállancor dominaba la magia desde los diecinueve. Tenía una mente prodigiosa.

    —¿Es verdad que escribió un libro y que este está perdido?

    —Así es, hijo mío. Ese libro es de incalculable valor, pero no sabemos dónde está. Es posible que haya sido robado. Un grupo de discípulos le sigue la pista, pero al objeto parece que se lo tragó la tierra.

    —¿Qué pasaría si lo encontráramos?

    —El bien para la aldea sería abundante en muchos aspectos. Se dice que con su estudio se puede conseguir un escudo impenetrable, algo que a la aldea le caería muy bien. Se dice que tiene las instrucciones para construir un arma de destrucción masiva como no ha existido otra. Desarrolló infinidad de hechizos; incluso se dice que tuvo contacto con seres del futuro y otros mundos. Todo lo describe en el libro.

    —¿Otros mundos?, ¿entonces no estamos solos en el universo?

    —Claro que no, pero ya no nos han contactado. Eso lo logró Frállancor en una edad muy avanzada.

    —¿Dónde crees tú que pueda estar?

    —Esa es una pregunta trampa. Simplemente no lo sé…

    —¿Es un misterio para todos?

    —Así es. Si lo llegáramos a encontrar, sería un acontecimiento casi divino. Pero no desvíes el tema; concéntrate mejor.

    —Sí, padre, casi lo logro en una fracción de segundos. Toca mi mano…

    —¡Oh! Lo estás logrando; siento frío hasta en los huesos.

    —De verdad, ahora atácame.

    Y Kémklist se reprodujo a sí mismo cuatro veces y caminó en varias direcciones. A pesar de eso, su padre golpeó al verdadero con una vara.

    —A mí no me engañas, pero vas por buen camino. ¿Cómo vas con la telequinesis?

    —Pues ya muevo mi ropero un metro.

    —¿Y con tu escudo de energía?

    —Muy bien. Al habla de poder, se materializa.

    —Recuerda que otros pueden depender de ti, así que pon todo tu empeño.

    —Sí, padre, lo sé; no me lo tomo a las tontas.

    —Yo te veo con muchas capacidades y un gran potencial, pero no lo desarrollas como debes.

    —Yo no soy Frállancor, padre. Tengo otras inquietudes, como tocar la flauta y entrenar para guerrero. ¿Frállancor se entrenó para guerrero?

    —Por supuesto que no; él ponía todo su empeño y convicción en la magia.

    —¿Lo ves? Somos casos diferentes.

    —Lo sé, hijo. Perdóname por presionarte.

    Na, no pasa nada. Estoy listo para las pruebas que me impongas.

    —Y si te dijera que mañana debes ir a la guerra, ¿lo harías?

    —Claro, padre. Recuerda que todos los días entreno para ese propósito. Para defender la aldea de sus posibles enemigos.

    —Me alegra escucharlo; es lo que esperaba. Rhiaya y Trémpol me han hablado muy bien de tu desempeño. Creen que te graduarás antes que los otros chicos.

    —Esa es mi intención, padre. Y luego lanzarme de las cataratas Grévest.

    —Esos son planes serios. Espera el momento para que lo comprendas mejor.

    —Sí, padre. ¿Me puedo retirar? Ahora mismo he quedado con Phyareet para vernos en el bosque Saldhir. Solo jugaremos a las escondidas y veremos a los conejos retozar. ¿Puedo ir?

    —Claro; solo no te desenfoques de tu entrenamiento.

    —De acuerdo, padre. Me grabaré a fuego la encomienda.

    —Disfruta de tu paseo, hijo. Ya vendrán las pruebas más adelante. Confío en ti plenamente.

    —Padre, Phya no es mi novia, pero está muy cerca de serlo.

    —El amor, el amor… A veces lo arruina todo.

    —A veces, padre. Phyareet y yo estamos unidos por el destino.

    —Que el destino los trate bien; es mi deseo.

    —Te veo más tarde…

    —No olvides frotar tu cuerno con nines.

    —Es lo que hago al levantarme, padre. Yo quiero un cuerno blanco y reluciente.

    —Está bien… ¡Ya! Esfúmate; piérdete en tu travesía, hijo.

    Kem fue hasta el bosque Saldhir y encontró a Phyareet en las montañas alrededor del lago; esperaba ansiosa.

    —El aprendiz de mago no tiene tiempo para sus amistades.

    —Vamos, Phya. Solo me retrasé un par de minutos.

    —Ja, ja, ja, ja. Te esperaba impaciente, pero me tuve que morder las uñas.

    —¿Qué vamos a hacer?

    —Uuuuuy, por Dios, Kem. ¿Estar juntos no es suficiente? Si quieres me voy y llamo a Fristiwia.

    —Oye, solo era una pregunta. Yo te puedo llevar a la cascada del Alba o a mirar la danza merceri, que eso te llenaría el ojo.

    —No me puedo alejar y lo sabes bien, tontito de chorlata.

    —Por eso digo que lo mejor es permanecer aquí y ver a los conejos.

    —No te burles, capullín, que ya tendré edad para todo lo que mencionas y mucho más.

    —Si yo no me burlo; solo hago acotaciones.

    —Pues considérate un maestro en eso de acotar.

    —Ven, dame un abrazo y un beso, que te huelo y pierdo la cabeza —dijo Kem.

    La chica se acercó y abrazó al joven. Luego le dio un beso largo y el chico se entusiasmó.

    —Phya, podemos incendiar el mundo si tú quieres. Tú pones la marca.

    —No, amorcito. Esto es entre tú y yo; los demás no importan.

    —Lo sé. Solo era una manera tonta de decir lo mucho que te quiero.

    —Yo también te quiero, capullín.

    —Pues me tienes a tus pies. No puedo creer que diga esto. Soy un aspirante a mago, un aspirante a los secretos de la magia…

    —Si mi compañía te abruma o te desvía de tu objetivo, lo mejor es que no nos veamos. Tu camino puede llevar otro destino… Yo soy consciente.

    —Ese no es el punto, señorita. Tú y yo estamos unidos. El punto es hasta qué… Olvídalo. Nos pertenecemos. Qué locura, ¿no? Siendo tan jóvenes.

    —Me tengo que ir, Kem. Mi familia me espera.

    —Sí, ratoncita, entiendo. Solo dame un beso más.

    —Otro más, venga. Que no se diga que soy usurera.

    Los chicos se besaron y sus ojos se iluminaron de tal forma que podrían iluminar un descampado a oscuras.

    —Yo te quiero, Kem; que no se te olvide.

    —Y yo a ti, Phya; recuérdalo siempre. Tú eres mi sol.

    —Yo tu sol y tú, mi luna. Voy a escribir un poema, verduguillo.

    —Yo ya inicié el mío. Se llama La luz de Phyareet.

    —Venga, que te me has adelantado, pero yo haré el mío.

    —Ve con tu familia, Phya. No quiero problemas.

    —Te veo luego, aprendiz de mago…

    —Te veo luego, joven guerrera…

    Phyareet se marchó y dejó a Kémklist en la zozobra. Se preguntaba qué tanto afectaba su vínculo con la jovencita con su entrenamiento en la magia. En ese momento, lo quiso comprobar y materializó su escudo de energía. Luego probó con convertir sus manos en mazos de roca, y todo fluyó muy bien. Lo que le daba la respuesta de que lo que sentía por Phyareet nada tenía que ver con su aprendizaje. Él estudiaba magia y otras materias, como historia y lecciones de supervivencia, pero el hecho de que él estuviera enamorado no le afectaba lo más mínimo hasta ese momento. Eso lo alegró, y se puso en marcha rumbo a su casa. Su padre no estaba, pero eso no era inusual. Casi todo el tiempo estaba con la hermandad y a veces no llegaba a dormir. Tocó su flauta por una hora y media. Ya dominaba el instrumento luego de estar bajo la tutoría de Viésvoltlig por un largo tiempo. Cuando el sol ya se ocultaba, se recostó en un lecho de paja. Frotaba su cuerno con un nines cuando se quedó dormido.

    Merciandor era un pueblo de gente entregada al trabajo y gustosa de las costumbres ancestrales. Los recién nacidos, niños y niñas, pasados solo los cuarenta días, eran bañados en el lago Fiájy, que se encontraba al sur de la aldea, para que crecieran sanos, fuertes y se les desarrollara la inteligencia. Desde esa edad, bebían sorbos del agua mágica del lago; ya de niños y adolescentes, se les permitía nadar cada cierto tiempo en él y llenar sus cantimploras de cuero de alce con el líquido encantado. Fue esa noche, donde la luna gris de resplandores plateados estaba muy opaca, decreciendo, y todos descansaban apaciblemente y sin ningún temor, cuando fueron atacados por los cuervos malignos con sus cantos de la muerte, emisarios del amo cuervo. Un ser sobrenatural temido por su maldad, poseedor de una magia oscura y poderosa. Cuando corría el riesgo de que esto sucediera, y ante cualquier amenaza, los guardias, que siempre estaban vigilantes en lo alto de las montañas más cercanas, y hacia los cuatro puntos cardinales, hacían sonar las campanas gigantes tuc.

    Cuando la campana sonaba, los padres se ponían de pie; se armaban de inmediato y los magos de la aldea pronunciaban palabras mágicas, que formaban escudos de luz encima de los recién nacidos para protegerlos de los pájaros. Los cuervos del mal eran odiados porque, cuando atacaban los pueblos, robaban a los recién nacidos y todas las joyas que encontraban. Esta vez, los guardias se descuidaron un momento, y cuando uno de ellos hizo sonar la gran campana, las aves ya habían rebasado su posición y, graznando de manera feroz, se acercaron a la aldea. Afortunadamente, esa noche los nueve magos se encontraban reunidos festejando el cumpleaños de Rájar, uno de los ancianos y guía de la aldea. En cuanto escucharon el sonoro repiquetear de la gran campana, juntaron sus báculos y hablaron en el lenguaje conocido solo por ellos para generar la magia. La energía en forma de luz cegadora recorrió veloz todas las calles y penetró en las casas donde había recién nacidos, formando un escudo protector encima de los pequeños, protegiéndolos de las horripilantes aves del canto de la muerte, que huían ante la luz. El valle de los cuervos se encuentra muy al suroeste de Merciandor, en el país de Athurbia, lejos lejos pero en ocasiones demasiado cerca.

    Así como llegaron de manera intempestiva y fortuita, sembrando el temor y el caos de los aldeanos, así emprendieron el vuelo de huida, no sin antes herir a varios hombres, que fueron atendidos de inmediato, ya que la sangre de los cuervos estaba envenenada y cualquiera que fuera herido, debía recibir pronta ayuda para no morir entre estertores e intenso dolor. Muchas de las aves también cayeron sin vida, atravesadas por las flechas de los guerreros del pueblo, o aturdidas al ser golpeadas por las rocas lanzadas por las hondas, usadas también por los aldeanos. Las oscuras aves que solo traían desgracia y muerte eran quemadas, y las cenizas eran lanzadas a las cataratas Grévest, donde se perdían para siempre. Kem se encontró con Phyareet y Fristiwia en el centro de la ciudadela y les preguntó si todo estaba bien en sus hogares. A lo que Fristiwia contestó que todo estaba bajo control y Phyareet le dijo que apenas iba a comprobarlo.

    —Yo maté un par de cuervos con mis flechas —dijo Fristiwia, entusiasmada.

    —Yo solo aplasté uno con mis manos; quedó hecho papilla.

    —Yo estaba dormida cuando se acercaron y me pude meter debajo de la cama. Sus graznidos eran feroces.

    —Creo que esta vez solo robaron joyas; eso espero —dijo Fristiwia.

    —Sí, es muy posible, ya que los magos estaban cerca —dijo Kem.

    —¿Desde cuándo no nos atacaban? —preguntó Phyareet.

    —Meses, creo que el año pasado —dijo Kem.

    —Sí, yo lo recuerdo. Esa vez robaron un par de bebés —dijo Fristiwia.

    —¡Malditas aves! —maldijo Phya.

    Los chicos siguieron conversando sobre los cuervos de los cantos de la muerte y sobre la reacción pronta de los guerreros de la aldea y la intervención de los magos. Kem, que vivía a orillas de la aldea, dijo que en cuanto oyó sonar la campana, se puso de pie y tomó su arco y su espada, sin saber muy bien lo que pasaba. En ese momento, Phyareet dijo que iba a su casa a comprobar que todo estuviera bien, así que se despidió de los chicos. Kem y Fristiwia conversaron un poco y luego se despidieron.

    Una vez pasado el acontecimiento, se procedió a revisar a los recién nacidos para comprobar que estaban todos y que se encontraban bien. Y así fue; gracias a la rápida intervención de los magos, ningún recién nacido fue herido o robado. Sin embargo, los cuervos malignos sí habían robado joyas, pero esto no entristecía a las familias del pueblo; lo que importaba era que ningún recién nacido fuera arrancado de su cuna y llevado hasta las grutas del valle de los cuervos. Esa era la bendición más grande. Así, bien seguros de que nada serio había ocurrido esta vez, los nueve magos siguieron festejando; bebiendo vino, comiendo carne de ternero y fumando de la planta Kriúj en sus pipas. Los aldeanos, por su parte, comenzaron a juntar a los cuervos caídos para quemarlos según la costumbre.

    Regresando a las características propias de los habitantes de la aldea, a los hombres les comenzaba a crecer, a los dos años de edad, una protuberancia en la frente que, con el tiempo, se convertiría en su cuerno de batalla. Este era igual a los cuernos de los legendarios unicornios, que, según decían, vivían en el continente de Trecoren, muy lejos del país de Andra y, por lo tanto, de la aldea. Para que este creciera sano, todos los días debían cortar nines, la fruta fresca, redonda y jugosa que crecía en los árboles del bosque sur Terkniekder, y frotar su frente de manera profusa. Si no lo hacían, su cuerno crecía feo, negruzco y a veces torcido. A los hombres no les crecía cabello, así que en su pelona cabeza resplandecía nada más que el mencionado cuerno. Los merciandeses eran blancos de piel; una característica muy especial eran sus ojos de diferente color, desde azules, blancos, amarillos, rojos, etc., en una gran variedad. Aunque bastantes de ellos rebasaban la media, la mayoría era de mediana estatura. Vestían con prendas de los animales que cazaban: ciervos, osos, rinocerontes, alces, cocodrilos y lobos, entre otros. Llevaban botas hechas de piel, y cuando lo requerían, se vestían para ir de caza o a la guerra. Solo la mayoría de los nueve magos, al venir de fuera, llevaba cabello y barbas largas; trenzadas algunas, otras simplemente recortadas. Prástahiel y Grimisilátor tenían las mismas características y rasgos de los aldeanos, ya que habían nacido ahí. Se habían convertido en magos gracias a la instrucción y estudio, al conocimiento compartido por los otros hechiceros. Ellos dos eran los más jóvenes de los nueve.

    Hablando de las costumbres de la aldea, las niñas y jovencitas, por su parte, y sumado a otras muchas actividades, debían moler la piedra tez y preparar con ella la sustancia viscosa a la que llamaban Sadian, que usaban para cubrir toda su piel, y de ese modo asegurarse que al crecer, tendrían una piel sana, tersa y resistente. Lo único malo es que tanto chicos como chicas debían agregar a la sustancia pétalos de la flor amarilla llamada Trela, para después untarla en sus encías y masticarla. El sabor era horrible, pero si no lo hacían, los dientes se les caían y no les volvían a crecer, así que todos se aseguraban de hacerlo. Después de los doce años, eran libres de tan ingrata tarea.

    Algo sumamente vital en la vida de las niñas y jovencitas era el uso de sus zapatos de crecimiento, los cuales eran elaborados con corteza de árbol, tallos, flores, aceites y perfumes únicos extraídos todos de los bosques cercanos. Estos zapatos eran muy importantes para las mujeres nacidas en Merciandor. Todas las noches debían usarlos y dormir con ellos; si no lo hacían, dejaban de crecer y se quedaban niñas para siempre. Nunca se convertían en mujeres, y eso podía ser una desgracia, o no, pero todas las niñas lo llevaban a cabo con mucha prestancia, y las madres se encargaban de que fuera así. Los zapatos crecían según creciera el pie de quien lo usaba, y esto terminaba a los dieciséis años. Cuando ya no era necesario que los usaran, los zapatos no podían ser cambiados por otros ni construir uno nuevo. Si los perdían, caían en desgracia, y si no los encontraban, se quedaban niñas para siempre. Phyareet era una de estas niñas. Tenía dieciséis años y dos meses. Sus ojos azules, con una línea blanca que salía de sus pupilas y recorría la córnea, el iris y la toda la esclerótica, eran profundos. Cabello cobrizo, largo y una piel tersa y fuerte. De rostro afable y una sonrisa como escondida que no dejaba ver su perfecta dentadura. Era delgada y de mediana estatura. En su frente se dibujaba una M cuando se sorprendía por algo. Ella era la mayor de dos hijas; su hermana menor apenas era un bebé de meses. Ambas eran el tesoro de sus padres, que las amaban tanto como se puede amar a un hijo.

    En casa de Phyareet, la bebé se encontraba bien; solo faltaban joyas. Así que

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