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No quiero perderte: Hermosamente destructivo
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No quiero perderte: Hermosamente destructivo
Libro electrónico183 páginas2 horas

No quiero perderte: Hermosamente destructivo

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Información de este libro electrónico

¿Quién te dijo a ti que yo era como las demás?

Y no sé si admitirle al mundo que te echaré de menos. O no sé si admitirle que te quiero. Pero de lo que sí estoy segura es de que eres y siempre serás la casualidad más hermosa y más horrible que pudo llegar a mi vida.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento18 oct 2018
ISBN9788417505745
No quiero perderte: Hermosamente destructivo
Autor

N. Marlee G.

N. Marlee G. es una lectora latina apasionada de 16 años que empezó a escribir su primera novela cuando apenas tenía 12. Siempre ha sabido plasmar lo que siente a través del papel. Amante de los días lluviosos, los girasoles y las rosas, adora cualquier tipo de música.

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    No quiero perderte - N. Marlee G.

    Prólogo

    Las estrellas se han alineado tantas veces para nosotros,

    trazando el mismo camino,

    poniéndonos de frente,

    que ya no estoy segura de si es la casualidad o el destino.

    Asher Leatham

    Washington, Seattle

    Suena la alarma de mi teléfono y yo, aún muy dormida, estiro el brazo para cogerlo torpemente. Cuando por fin lo alcanzo, no sin antes tirar algunos libros al suelo, veo que son las cinco y veinte de la mañana. Apago la alarma y vuelvo a dejar el teléfono donde estaba, suelto un quejido frustrado, volviendo a cerrar los ojos.

    «Solo dos minutos más», pienso.

    […]

    Vuelve a sonar la alarma y tomo mi teléfono. Marca las seis y media de la mañana.

    «¡Diablos, se me hizo tarde!», me digo.

    Pateo la sábana tan fuerte como puedo, pero es un gran intento fallido: se enreda entre mis piernas y me hace caer al suelo.

    —Mierda —suspiro con la cara estampada en el piso. Me levanto y tomo un pantalón de mezclilla, la ropa interior y una sudadera negra. Corro hacia el baño, prendo el agua, me desvisto y me meto dentro—. ¡Ah, carajo! —El agua está excesivamente helada, pero no tengo tiempo para quejarme sobre eso. De hecho, no tengo tiempo para nada. Veinte minutos después, ya estoy saliendo del apartamento y tomando un taxi que me lleve al instituto.

    […]

    —Lindo peinado —comenta Ariana, sentándose en la banca de piedra blanca frente a mí.

    —Cállate, me desperté tarde —respondo mientras recojo mi cabello castaño ondulado en una coleta. En realidad, un poco mal hecha.

    —Claro, ¿dos minutos más?

    —Sí. —Asiento con la cabeza, y ella estalla en carcajadas—. Cállate y vamos a caminar.

    —Bien. —Nos levantamos y empezamos a andar por todo el patio.

    —¿Y? —le pregunto.

    Ella se ve estupendamente bien. Su cabello castaño, totalmente rizado, le llega hasta la mitad de la espalda. Su piel está un poco bronceada y sus ojos color café brillan divertidos, como siempre. Definitivamente, seguía siendo la misma.

    —¿Y? —repite ella.

    —¿Cómo te fue en tus «vacaciones»? —Hago las comillas con los dedos.

    —No fueron vacaciones, solo acompañé a mi padre en un viaje.

    —Te ayudé con los apuntes. —Ella me sonríe.

    —Eres la mejor.

    —No puedo creer que en dos semanas salgamos de vacaciones y tú acabes de regresar de un viaje con tu padre. Ya me dirás cómo te fue.

    —Sí, te traje algo, Cloe. —Río por su respuesta mientras me mira, negando con la cabeza, divertida.

    —Cuéntame cómo te fue. —Su sonrisa es radiante, eso solo puede significar una cosa—. ¿Chico nuevo?

    —Dejémoslo en que era una diversión de verano. —Pongo los ojos en blanco y niego con la cabeza mientras sonrío. Ella sigue—. Es guapísimo: cabello castaño, ojos grises. Tenía un muy buen cuerpo y… Uf, Cloe, tenía un trace…

    —¡Ariana! —Le doy un golpe en el brazo para interrumpirla.

    —Venga, a ti también te hubiera gustado. —Pongo los ojos en blanco y me muerdo el labio inferior para evitar la sonrisa que está a punto de formárseme.

    —¿Cómo se llama? —Y, de repente, solo hay silencio—. Ariana… —Intento que me mire, pero desvía los ojos hacia otra parte—. No recuerdas su nombre, ¿cierto? —Hago un esfuerzo para tragarme la carcajada.

    —Bueno.

    —Ajá. —Sigo esperando la respuesta.

    —Juro que lo sabía. —No la contengo más y suelto una carcajada.

    —Claro.

    —Mejor cuéntame tú. ¿Qué hiciste mientras yo no estaba? —Una mueca aparece en mi rostro.

    —La verdad, nada importante. Me la pasé viendo series y películas, copiando de nuevo mis apuntes para pasártelos a ti y, básicamente, no salí mucho de mi casa. —Se ríe mientras seguimos caminando.

    Estamos tan centradas en nuestra plática que no me doy cuenta cuando me choco con un chico. Es guapo; tiene unos ojos verdes increíblemente brillantes. Es algo más alto que yo y su cabello es negro, más que el azabache.

    —Perdón. —Tiene un tono de voz muy masculino.

    Aparte de su cuerpo, bien trabajado, viste muy casual: pantalones y una camiseta gris, que le quedan perfectos.

    —No pasa nada. —Voy a rodearlo y seguir, pero me bloquea el camino.

    —Soy Asher Leatham. —Sonríe amigablemente

    —Cloe Wes. —Lo miro, seca.

    —Lindos ojos.

    «¿Este tipo no tiene espejos en su casa o qué?», pienso.

    —Gracias. —Desvío la mirada hacia otro lado.

    —¡¡Asher!! —le llama un amigo detrás de él.

    —Hasta luego, Cloe. —Da la vuelta y se va corriendo.

    —Es guapo. —Me sobresalto. Maldita sea, no me acuerdo de que Ariana está a mi lado.

    —No está mal, pero no me interesa. —Me encojo de hombros.

    —¿Por qué te sonrojas? —me pregunta ella, sonriendo. Hago rodar los ojos.

    —No te ilusiones, sabes que me sonrojo por cualquier insignificancia.

    [...]

    Camino por toda el aula hasta la última fila y me siento, cómoda y tranquilamente, en el penúltimo banco. Dejo caer mi mochila al suelo, saco una libreta. De repente, recuerdo que no traigo lápiz.

    —¿Tienes algún lápiz de sobra? —le pregunto a Vanniah, que está a mi derecha, pero niega con la cabeza, provocando que su largo cabello castaño le tape un poco la mirada. Hago una mueca. Le doy dos toques en la espalda a la chica de enfrente—. Lya, ¿traes algún otro lápiz o pluma? —Ella asiente, busca entre sus cosas y saca una liga y una pluma negra—. Gracias. —Me entrega el lápiz y ella se hace una coleta con su cabello rubio, poniéndose un lazo celeste.

    —A la de una…, a la de dos… Tres, se chingaron —dice la maestra de Química, cerrando la puerta del grupo detrás de ella.

    Deja a siete personas fuera del salón. Camina hasta el escritorio y deja su bolsa, las libretas y papeles que trae en las manos sobre la mesa de madera oscura.

    —¿Crees que los va a dejar pasar? —pregunta Fer, acercándose a mi hombro. Yo le dedico una media sonrisa y niego con la cabeza.

    —Es Bernice, claro que no. —Ella asiente, divertida.

    —Cállense y escúchenme, ojos adelante. —Nos hace una seña con los dedos para que la miremos—. Tienen que traerme su trabajo final antes de que acabe la semana, ya deberían de llevar buena parte. —Abro los ojos como platos.

    «Mierda», pienso.

    —Pero, como los conozco —habla de nuevo—, sé que la mayoría no llevará nada, ¿cierto, Cloe? —Mi cara muestra una sonrisa nerviosa, al igual que la risa baja que se me escapa.

    —¿La introducción cuenta?

    —Sí, pero eso es llevar, como ya dije, casi nada. —Vuelvo a soltar una risa nerviosa, pero ella me sonríe dulcemente.

    —Bueno, como les decía, el trabajo es de cinco hojas y, claro, ya les había dicho la temática: tienen que poner las fórmulas, nada de imágenes y bibliografía… —Lya se gira un poco hacia mí.

    —No lo he empezado.

    —Lo sé. —Río.

    —Te tengo que contar algo que me acaba de pasar. —Me mira con sus ojos verdes y brillantes.

    —¿Ya? ¿Tan rápido?

    —Lo vi en la mañana. —Le sonrío, divertida.

    —¿Y?

    —Nos ignoramos. —Vanniah, que también estaba poniéndole atención a Lya, se ríe conmigo.

    —Qué novedad. —Ella rueda los ojos, sonriente.

    —Es en serio, ¿por qué hace eso?

    —Porque es hombre.

    —¡¿Y?!

    —Niñas —nos llama Bernice. Después de unos segundos, sigue explicando la clase.

    —Se supone que le gusto. —Mueve la cabeza de un lado al otro algo rápido, emocionada, y sus lentes están a punto de caer, pero se los acomoda de nuevo en su lugar.

    —Y a ti también te gusta, pero no son capaces de siquiera decirse «Hola», qué lindos. —Le sonrío.

    —Ayer sí me saludó, pero hoy no, ¿qué le pasa? —pregunta, frustrada.

    —Háblale.

    —No.

    —¿Por qué no?

    —Porque me tiene que dejar de gustar, es un maldito fuckboy. —Me tengo que tragar la carcajada, no quiero que Bernice me saque del aula.

    —Eso no lo decides tú, Lya, el corazón quiere lo que es corazón quiere.

    —Pues no me agrada la idea.

    —Créeme que a tu corazón no le interesa tu opinión.

    —Es la verdad —dice Ailah, interviniendo en la conversación.

    —¿Ahora sí nos pones atención? —pregunto.

    —Siempre les pongo atención.

    —Claro que no —responde Fer.

    —A veces, cuando te conviene, Ailah —le contesta Vanniah.

    —Eso es mentira —replica, haciendo una mueca con los labios y frunciendo el ceño.

    —No lo es, querida —afirma Lya.

    —Chicas, se callan o se salen. —Todas nos sentamos como debe de ser y nos callamos antes de recibir otra llamada de atención de Bernice. O de que nos repruebe, lo que llegue primero.

    La sorpresa

    Suena la campana, tenemos hora libre. Yo salgo con Ariana a caminar al patio junto con las otras personas que quieren perder su —para nada— valioso tiempo.

    —¿Entonces? —me pegunta Ariana con una mirada pícara.

    —¿Qué? —le digo, despistada.

    —Asher Leatham.

    —¿Qué tiene?

    —Es guapo.

    —No, Ariana Parks, no.

    —¡Pero Cloe! —me chilla.

    —Ni lo pienses.

    —Pero…

    —No.

    —Bien, morirás soltera. —Se cruza de brazos.

    Vemos que todos se juntan en una de las canchas del patio. Me acerco con mi amiga a ver qué está pasando. Me sorprendo al ver que algunos de los chicos del instituto están jugando fútbol americano, incluido Asher Leatham.

    —Ahí está tu «no novio» —dice Ariana, haciendo las comillas con los dedos.

    —Ariana —le digo con tono de advertencia, cruzándome de brazos.

    —Hola, guapas —nos dice Diane para saludarnos—. ¿Qué

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