Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Los secretos del periodista
Los secretos del periodista
Los secretos del periodista
Libro electrónico452 páginas7 horas

Los secretos del periodista

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Nunca antes se había tratado tan a fondo la relación de los gobiernos con el narcotráfico.

Un grupo de valientes agentes antinarcóticos reciben todo tipo de presiones para que abandonen la investigación contra la corrupción del poder político de nuestro país. Sin embargo, arriesgando sus carreras profesionales, deciden llegar hasta el fondo del asunto, pero nada hace pensar lo que descubren finalmente.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento1 jul 2020
ISBN9788417856823
Los secretos del periodista
Autor

Karl de Kamora

Karl de Kamora nace en el seno de una familia humilde entre las verdes hojas de olivares andaluces, en un pueblo de la campiña cordobesa. Funcionario de oposición, cursa estudios de Derecho, desarrolla variadas iniciativas empresariales y, aunque desde muy temprana edad demuestra interés por expresar su pensamiento mediante la escritura, es finalmente a una edad tardía cuando encuentra su vocación de escritor y dedica parte de su tiempo a comunicar, a través del papel color «ahuesado», aquellas reflexiones, ideas y propuestas literarias que pueden aportar nuevas perspectivas al lector.

Relacionado con Los secretos del periodista

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Los secretos del periodista

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Los secretos del periodista - Karl de Kamora

    LOS SECRETOS DEL PERIODISTA

    Karl de Kamora

    LOS SECRETOS DEL PERIODISTA

    Primera edición: 2019

    ISBN: 9788417856397

    ISBN eBook: 9788417856823

    © del texto:

    Karl de Kamora

    © de esta edición:

    Penguin Random House Grupo Editorial

    CALIGRAMA, 2020

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Dedico mi novela a don Francisco Alejandro Maldonado —mi amigo Paco—, un hombre

    de marcada personalidad que no dejaba indiferente

    a nadie. Fuiste un buen compañero

    en la senda cultural que juntos anduvimos.

    Allá donde estés, llegaré un día para que sigamos

    en aquello que nunca llegamos a terminar

    y que probablemente aprenderemos juntos.

    «Escribo solo para alimentar el alma de quienes creen en la magia de las palabras».

    Karl de Kamora

    Introducción

    Heme aquí una vez más tratando de descubrir las sombras del poder, buscando en las entrañas del Estado la maldad camuflada. Me pregunto si será más fácil crear un mundo imaginario de complot y confabulaciones para hallar el origen de la corrupción, ¿o bastará simplemente con recurrir a hechos históricos ocultos, por el entramado que se cierne en torno a las más altas instituciones estatales para comprobar la debilidad del ser humano ante aquello que representa el poder y las comodidades que proporciona el dinero? En cualquier caso, el misterio será la constante que envuelve la historia que cuento en este libro.

    Cuando la mente del hombre no encuentra justificación a un determinado comportamiento, cuando la conducta de su semejante no se corresponde con el mensaje que transmite, nace la duda y su pensamiento convierte la sospecha en una realidad inalterable.

    La inspiración de parte de esta obra de ficción viene fundamentada por el trabajo de los grupos de agentes secretos de la Guardia Civil que lucharon, y siguen luchando en todo momento, contra el narcotráfico, pero también tomo como ejemplos casos de corrupción que nunca sabremos si se debieron a conductas habituales de algunos políticos coetáneos o nacen en la imaginación de este humilde autor. Cito solo —como la anécdota que podría dar vida a otros muchos libros— los casos de corrupción descubiertos en la segunda mitad de la década de los años ochenta y principios de la década de los noventa del siglo

    xx

    , como el caso de los Fondos Reservados, que consistió en el desvío, hacia el bolsillo de determinados políticos, de partidas presupuestarias destinadas a la lucha contra el terrorismo y la lucha contra la droga, que fueron cuantificadas en más de 830 000 000 de pesetas, y que, aunque solo fuera condenado por este caso el entonces director general de la Guardia Civil Luis Roldán, se presumía que también había implicados otros cargos políticos. Esta suma total, como es lógico, solo contempla las cantidades que pudieron rastrearse, pero no aquellas que, no precisando de justificación oficial del gasto público, pudieron ser detraídas de partidas presupuestarias administradas por este u otros políticos sin escrúpulos. O el caso Filesa, definido así porque consistió en la financiación ilegal del PSOE, canalizada a través de empresas tapadera como Filesa, Malesa y Time-Export, que cobraron importantes cantidades de dinero en concepto de estudios de asesoramiento para destacados bancos y empresas de primera línea que nunca llegaron a realizarse. Obvio, como es evidente, los casos de corrupción que se sucedieron con el resto de partidos políticos, pero no para salvar dignidades que no existen, sino para no aburrir al lector con hechos popularmente conocidos.

    En la etapa de resurgimiento histórico de la democracia española —en la que se desarrolla la trama de esta novela—, España había entrado en la Comunidad Económica Europea el 12 de junio de 1985 y comenzaba a percibir resultados de crecimiento económico. Aceptando la entrada del proteccionismo de Europa, se aseguraba un flujo de ingresos que debía administrar el Gobierno de turno para mejorar las infraestructuras, para ayudas agrícolas, para reducir el desempleo, estimular el emprendimiento, la investigación…, en definitiva, ayudas para que nuestro país saliera de la situación económica que en aquellos momentos vivía. Las cantidades que debía administrar y distribuir el Gobierno correspondiente, entre el periodo de 1986 a 1990, ascendieron a tres mil treinta y tres millones de euros, o su equivalente en pesetas con el valor de las pesetas de la época. Dinero que provenía del resto de países de la UE para que nuestro país pudiera alcanzar los niveles de evolución económica que correspondían a un país europeo.

    Por otro lado, los españoles, ávidos de información política, estábamos más pendientes de las noticias políticas y económicas que nos ofrecía la prensa diaria, de las declaraciones de los líderes políticos, que del trasfondo que pudiera existir en la administración del dinero de todos los españoles. Bien del que procediera de los presupuestos generales del Estado o del que provenía de la Unión Europea. La cuestión es que el gobierno del PSOE —podía haber ocurrido gobernando cualquier otro partido, como más tarde se comprueba con la corrupción generalizada, que salpica a todos los partidos políticos de España, aunque a algunos más que a otros— se encontraba con unos ingresos ingentes de dinero que había que gastar como fuera y sobre el que existía muy poco control, o en el mejor de los casos, controles que resultaba muy fácil saltárselos; y, claro, era tanto tanto dinero que, aunque se distrajeran unos pocos de miles de millones de pesetas, no se notaba.

    Si España hubiese tenido la suerte de contar con políticos más cultos que los que hemos tenido, cuyos niveles de erudición son incomparables con los políticos de épocas pasadas, como se puede comprobar examinando las actas de sesiones del Parlamento español de las épocas de la primera república, de la monarquía y de la segunda república, y seguimos teniendo desde la llegada de la democracia, y más honrados, muy probablemente no hubiésemos sufrido las crisis que nos ha remitido a la «casilla de salida» ni estaríamos tan tremendamente castigados fiscalmente. Solo con reducir el número de gobiernos, el número de políticos y todo lo que ello lleva consigo, y que todo el dinero que han robado aquellos políticos a los que se les ha podido demostrar su participación en los distintos casos de corrupción —dado que, por falta de información, no podemos referirnos al dinero que se ha perdido en manos de los políticos no imputados en los casos de corrupción investigados y que no se puede demostrar—, sumado al ahorro que hubiese supuesto esa reducción de instituciones y cargos públicos, el Gobierno podría haber invertido más en apoyo a la industrialización de nuestro país, en el desarrollo de la agricultura, en la creación de empleos de calidad, en un mayor nivel de calidad de la cultura académica, en mejorar la sanidad pública y un sinfín de mejoras que no se han podido llevar a cabo por falta de presupuesto. Pero puede que esa situación de estabilidad y bonanza no interese a ninguno de los grupos políticos que hoy tenemos, tal vez les interese más la incertidumbre, las algarabías, la desestabilización del propio sistema, porque, de esa forma, el pueblo llano, el que no gana nada con los altercados o con los enfrentamientos entre paisanos y vecinos, estará más pendiente de las noticias sobre la los alborotos callejeros y luchas sin sentido que de la forma en que se gastan sus impuestos o desaparecen los fondos de tal o cual institución. Un pueblo con miedo es fácil de manipular. Cuanta más inseguridad ciudadana se genere, más ocupados estaremos por sobrevivir y más agradecidos por no ser las víctimas de los desmanes provocados por algunos grupos de desconocida procedencia y cuyos objetivos resultan más que sospechosos.

    Entre otras muchas inversiones sensibles para todos nosotros, se podía haber invertido más en ayuda a la tercera edad y, con toda certeza, la seguridad social de nuestro país tendría el superávit que necesita para tranquilidad de los futuros pensionistas. Pero ninguna de estas mejoras se ha podido llevar a cabo, porque el dinero que debía haberse destinado a procurar esta mejora para el pueblo —no hablo del que sí se ha invertido, aunque muchas veces con nefastos resultados—, ese dinero del pueblo que debió haber acabado mejorando sus vidas, fue destinado a los bolsillos de sus administradores. Acabando en la cárcel algunos, la mayoría de estos enriquecidos, e impunes el resto de ellos, es decir, los que no pudo probarse su participación.

    En estos razonamientos que anteceden, y en la maldad gratuita de quienes son conscientes de su contribución al empobrecimiento injusto de un pueblo próspero como el nuestro —fundamentos más que suficientes para escribir tratados y cuantas tesis doctorales tuvieran a bien elegir los doctorandos de carreras como Ciencias Políticas, Psicología, Derecho, Sociología y otras—, descansan las premisas de mi inspiración, porque ante la impotencia de mucha gente sencilla y los lamentos de quienes no se sienten representados ni saben cómo luchar contra tanta pillería, las mentes bullen sin parar y acaban creando historias sobre verdades imaginarias que poca gente sabe si son superadas por la realidad de los hechos.

    Por otro lado, siendo la principal fuente de mi inspiración, y ante la situación política que ya se viene percibiendo en algunos círculos de nuestra sociedad desde hace mucho tiempo —al menos, desde la segunda mitad de la década de los años ochenta del siglo

    xx

    —, el grupo de agentes secretos de la Guardia Civil de Córdoba responsables de la lucha contra la droga en la provincia, a pesar de que solo han transcurrido unos tres años desde que se constituyera la unidad, cuenta ya con una dilatada experiencia cargada de investigaciones e intervenciones que han generado éxitos de relevancia.

    La casuística de esta provinciana unidad de agentes secretos especializados en la lucha contra el narcotráfico se extiende desde pequeñas operaciones contra el tráfico de drogas en la provincia, cuna del nacimiento del califato omeya, hasta investigaciones que se despliegan a varios continentes.

    A su condición de agentes de la autoridad, se sumaba la de ciudadanos con inquietudes culturales preocupados por el futuro de la democracia, pues difícil sería separar al hombre del agente, y para unos y para otros nada era lo que parecía en el nuevo mundo que estos agentes iban devanando en el transcurrir de sus respectivas vidas profesionales. Nadie podía imaginar que desde una pequeña ciudad, como citaba anteriormente, pudieran desarrollarse indagaciones de tal magnitud. Su día a día transcurría con inmersiones permanentes en mundos cada vez más oscuros, de incursiones frecuentes en una vida paralela a la más absoluta normalidad de la mayoría de los mortales. Una experiencia difícil de describir mediante frases de fácil comprensión para el lector. La naturalidad con que cada ciudadano se levanta y mira la luz del día, el viento que azota su cara o las gotas que caen por sus cabellos en un día de lluvia, para nuestros osados agentes, era inconcebible. Sus vidas se comprimían inconscientemente, se concentraban en cada investigación que iniciaban, en cada dato que emergía, en cada noticia sobre la operación puesta en marcha.

    Las jornadas discurrían sin que ninguno de los agentes advirtiera el paso del día a día natural. Su tiempo no se medía por días y noches, ellos habían establecido nuevos periodos para calcular su existencia, sus respectivas realidades se medían por «operaciones policiales». Apertura de un nuevo expediente de investigación, búsqueda de información, estructura y cierre de la operación o, en caso de no poder seguir adelante con ella, el traslado del expediente a otra unidad territorial superior. Se estaban olvidando del maravilloso paisaje que rodea la ciudad califal, de los aromas que envuelven los sentidos para elevar cada pensamiento, del día a día tertuliano, pero, a cambio, la provincia cordobesa veía reducida la cantidad de droga que había venido circulando por sus calles. El beneficio social recompensaba el esfuerzo y sacrificio personal. Se sentían útiles a sus semejantes.

    Llegábamos al final de esa década de los ochenta del siglo

    xx

    y los ciudadanos iban perdiendo interés por los aconteceres políticos, ¡total!, el PSOE parecía haberse asentado en el poder central y en el de Andalucía. La izquierda más radical parecía no tener posibilidades de ganar unas elecciones y la derecha estaba siendo rechazada por su vinculación con el anterior régimen. Pero lo más importante para el ciudadano anónimo era tener un puesto de trabajo y unos ingresos fijos, porque el desarrollo económico parecía no incomodar a nadie. ¿A quién le importaba la política entonces, si no era para calcular la rentabilidad personal extraída del posicionamiento social o de las relaciones públicas? Esta situación, como refiero más arriba, venía permitiendo a algunos cargos públicos sin escrúpulos aprovecharse de la indolencia de los ciudadanos, que, con su inacción y falta de información, permitían que desde su posición dominante pudieran enriquecerse injustamente —y a cargo de las arcas públicas— quienes administraban el gran tesoro de los españoles, o al menos eso era lo que se desprendía de algunas publicaciones y de las propias investigaciones de nuestros héroes.

    Tal vez, por último, convenga recordar que, para quienes hayan leído mi novela La mitad de la verdad, les resulten más familiares los personajes nacidos en aquella y traídos a este nuevo libro a una vida de ficción intrépida creada para intentar comprender los riesgos que formaban parte del día a día de agentes secretos de gran talla profesional y con una formación impecable, pues todos los agentes secretos de la Guardia Civil, especializados en la lucha contra la droga en España, se han formado con el mismo programa académico que la DEA (Drug Enforcement Administration) americana, considerada una de las mejores agencias de lucha contra la droga en el mundo, amén del rico presupuesto que administran, lo que avala su extraordinaria formación.

    La historia de esta novela viene inspirada en aquella información sobre la corrupción que adelantaba y en el párrafo de una carta enviada desde la cárcel por el principal responsable de una organización de narcotraficantes al jefe de un grupo antidrogas de la Guardia Civil de una de las provincias de nuestra península: «Jamás encontrará usted a quien esté dispuesto de nuevo a infiltrarse en las filas de mi organización. Pero tarde o temprano podré probar que todo ha sido una trampa, señor Castro, no sabe usted dónde se ha metido».

    Así terminaba esa carta enviada por uno de los líderes más reputados de cuantas organizaciones criminales operaban en España. La ciudad pueblerina, esa ciudad de provincias cualquiera, sin grandes influencias en la estructura política del Estado, había sido centro de investigación de una de las mayores tramas de corrupción de nuestro país.

    Capítulo I

    El pata negra

    Nunca hasta entonces se había conocido con tanta precisión la infraestructura de las grandes organizaciones de narcotraficantes en España. La información sobre sus procedimientos, las precauciones que adoptaban para evitar filtraciones sobre su organización, la selectiva elección de quienes formaban los círculos más próximos al capo local comenzaban a desvelarse. Se había iniciado un flujo de testimonios que iba a ser muy útil a las unidades encargadas de luchar contra el narcotráfico en España. Las tramas, las redes de colaboradores que se adherían a los clanes del narcotráfico iban quedando más al descubierto gracias a la formación de los nuevos agentes que iban saliendo de las academias de especialistas.

    En las grandes organizaciones del crimen, siempre aparece un vínculo que relaciona a los poderes públicos con el delito. Sin esta ayuda desde los distintos gobiernos de la tierra, el crimen organizado tendría bastante menos recorrido. Pero las grandes sumas de dinero que se mueven en estas estructuras criminales les permiten comprar a políticos, jueces, policías y gente aparentemente honrada que ocupa cargos de relevancia en las instituciones públicas.

    A ello contribuía, de manera concluyente, la codicia de los propios narcotraficantes, que buscaban aumentar sus desmesuradas fortunas con la colaboración de quienes estuviesen dispuestos a dejarse sobornar, o bien filtrando información que hacían llegar a los grupos antinarcóticos para quitarse de en medio a algún competidor. Pero vamos a conocer en profundidad las confabulaciones y las intrigas de este especial mundo del narcotráfico.

    Caía la tarde primaveral de un mes de abril del año 1988 en la Córdoba romana o judía, en la Córdoba árabe o en la Córdoba cristiana, pues como bien sabemos se trata de una de las afortunadas ciudades españolas que albergó un día a las tres culturas en convivencia pacífica, y de las tres heredó parte de la idiosincrasia que hoy practican y difunden sus ciudadanos. La mayoría de los cordobeses, después de un corto pero intenso invierno, salen de nuevo a la calle para reencontrarse con los recuerdos de un pasado glorioso para la ciudad. El viandante es consciente de que el suelo que pisa esconde restos de culturas ocultas por capas superpuestas de restos arqueológicos de las anteriores ciudades, desde la Karduba de los cartagineses, pasando por la Corduba de romanos y árabes, hasta la Córdoba actual. Pero ahora ya no importa el color de la piel o la religión que profesa cada uno de los ciudadanos que recorren callejas encantadas o sobre las que unos u otros encuentran alguna que otra leyenda mágica que asignar. Incluso la historia pasada permanece en el olvido del día a día, solo viene a la memoria cuando algún turista, historiador o avezado estudioso hace mención a la antigüedad o a la importancia cultural y social que esta ciudad tuvo en el pasado.

    Una de estas leyendas sobre barrios castizos y calles hechizadas cuenta que vivía en el barrio de Santa Marina —uno de los barrios castizos de Córdoba por excelencia— un hombre muy pobre. Con mucho esfuerzo y ayuda de su mujer, lograron reunir un capital considerable a lo largo de los años; capital que, de morir él, pasaría a sus hijos. Viendo cuán injusta era la situación que se produciría al morir él, pues había sido su mujer y no los hijos quienes ayudaron a ganarlo, resolvió ir a la capital del reino y pedir favor ante el rey. Aunque no era un hombre de leyes, supo explicar el caso con tanta precisión y destreza al rey que éste, conmovido por el gesto de aquel hombre justo, decidió revocar la Ley de las Holgazanas, siendo así que a partir de entonces todas las mujeres cordobesas pudieron heredar de sus maridos.

    Esta ley, promulgada por Isabel la Católica, fue una de las leyes más singulares de su reinado. La denominada Ley de las Holgazanas afectaba directamente a todas aquellas mujeres casadas que viviesen en Córdoba, pues a través de ella toda mujer casada en esta ciudad no tendría derecho a los bienes gananciales tras la muerte de sus respectivos maridos. Pero no pensemos que tal norma fue promulgada sin motivo ni fundamento alguno. Por el contrario, cuenta la leyenda que su promulgación se debió a una curiosa anécdota relacionada con la reina y las vecinas de esta extraordinaria ciudad andaluza.

    Al parecer, las mujeres de la ciudad se pasaban el día de manera ociosa en la plaza que hay justo delante del alcázar de los reyes cristianos —construido en la margen derecha del río Guadalquivir y muy próximo a la mezquita catedral—, donde residía la reina durante su estancia en la capital cordobesa. Este pasatiempo no tenía más objeto que el de poder ver a la reina asomada por las ventanas o recorriendo las murallas, pues se cuenta que le gustaba pasear entre los adarves y torreones para contemplar las espectaculares vistas que se perciben del valle del Guadalquivir. La reina, extrañada de ver siempre tal cantidad de mujeres sin hacer ninguna otra cosa que esperar su presencia, preguntó un día a las desocupadas mujeres que cuál era su dedicación y si ayudaban a sus maridos en las labores de sus oficios, a lo que ellas, ingenuamente, respondieron de manera negativa, diciendo que para eso estaban ellos, refiriéndose a sus maridos, «¡como manda la ley!», terminaron. Ante esta respuesta, la airada y enfurecida reina, precursora de grandes cambios que tuvieron considerables repercusiones en el reino, les contestó que, si no ayudaban a ganar beneficios a sus maridos, tampoco tenían el derecho de disfrutarlos. Así que no se lo pensó dos veces y, a los pocos días, promulgó la ya mencionada Ley de las Holgazanas para todas aquellas mujeres que vivían en Córdoba. Hay que tener en cuenta que, por aquella época, las leyes no permitían que las mujeres se ocuparan de negocios, pero no prohibía que éstas ayudasen a sus maridos en sus labores del oficio. Y así fue como se promulgó una norma injusta que, nacida de una situación subjetiva de justicia temporal, obligó a las mujeres casadas a ayudar a sus maridos para más tarde poder heredar sus bienes.

    Como decía, en la incipiente primavera todavía se podía percibir el intenso olor a azahar en algunas de las calles flanqueadas por los típicos naranjos —sobre todo en aquellas que, por su orientación geográfica, dificultan la penetración del candente sol cordobés—, pues la demora de la entrada de la estación primaveral había retrasado la floración. En esta época, después de la salida del trabajo, los cordobeses resumen su actividad social en un ir y venir a los parques y terrazas hosteleras para disfrutar de la suave temperatura. La preparación de los patios cordobeses, la cata del vino de la comarca Montilla-Moriles o el montaje de la portada de la feria cordobesa marcan los prolegómenos del tórrido verano que se avecinaba.

    Aunque una ciudad no se pueda definir por los monumentos que heredó, ni calificar por los folletos publicitarios que editen las instituciones públicas, la capital cordobesa puede superar cualquier expectativa turística que albergue el visitante. Solo será necesario que el turista esté dispuesto a perderse entre las estrechas calles del casco histórico cordobés, para percibir la historia que se impregnó en su día bajo las múltiples capas de pintura de cada edificio.

    —Es la mejor etapa estacional para que las almas poéticas que abundan por cualquiera de nuestros barrios recorran rincones que pasan desapercibidos para quienes, día tras día, discurren por sus callejuelas ansiados por sus quehaceres profesionales, sin fijar su pensamiento en lo que muchas de sus históricas piedras monumentales pueden transmitir al viandante. En estos paseos urbanos de la primavera cordobesa, siempre habrá quien logre empaparse de pensamientos inspiradores que le sirvan de guía para encontrar el hogar imaginario de la felicidad. Al susurro de sus monumentos, encontrará, con certeza, la sugerencia que le lleve a la creación de una obra portadora de sueños e ilusiones.

    »En el campo que rodea a la capital, los almendros y ciruelos ya se han cubierto del manto blanco y rosado de los finos pétalos que forman sus delicadas y bellas flores. Pero la percepción bucólica de una hermosa ciudad provinciana, que baña de cultura a quienes se atreven a visitarla en una estación tan esplendorosa como incitadora a las reflexiones, sobre todo, a este ser profundo que viaja dentro de mí, no puede quedar libre de las cosas más mundanas.

    Así se confesaba nuestro principal protagonista bañado por la astenia primaveral que le infundía una mezcla de melancolía al recordar su pasado juvenil, no sin percibir la nostalgia de paseos, guateques y polémicas conversaciones entre el inseparable grupo de amigos que, individualmente, buscaba su propia identidad en el día a día a través de la observación, de la aventura, de su propia experiencia…

    —Pero…, Javier, aunque sé de tus propósitos literarios, aunque he leído algunos de los poemas que escribes, no sabía yo que tuvieras tanta sensibilidad y que percibieras la naturaleza con tanta sutileza como te veo describirla.

    —Mi teniente coronel…, bueno, amigo Alejo, desde que viniste destinado como teniente coronel, como habrás podido comprobar, hay veces que me dirijo a ti como jefe, hasta que reacciono y se viene a mi mente nuestra profunda amistad; tal vez, en los poemas que muchas veces te he leído, en aquellos que escribo embargado por la nostalgia, por la melancolía o por la euforia de la felicidad, según las distintas situaciones emocionales que viva en cada momento, no haya reflejado todos mis sentimientos. Aunque te aseguro que yo hubiese sido feliz dedicándome solo a escribir. Lo mundano, lo material, la parte más banal del hombre me entristecen, pero participo de ella porque no me queda más remedio. Sin embargo, lo sublime, aquello que eleva al hombre hasta lo más alto de su potencial ascenso espiritual, solo me está permitido practicarlo en determinados momentos en que mis responsabilidades profesionales y familiares no me requieren para otra cosa. Lo que lleva implícito cierto abandono en la toma de contacto con las energías más sensibles del alma. Y esto se refleja en los errores o ingenuidad de parte de lo que escribo. Pero nunca rompo definitivamente el nexo entre mis sentimientos y mis publicaciones.

    Hemos de recordar que el teniente coronel Alejo es aquel agente arrogante, con más de 1,80 m de estatura, esbelto, de andares peculiares y algo sinuosos, que pasó a otro destino al ascender a su nuevo empleo militar y que hace tan solo unos meses ha regresado a la capital cordobesa como máximo responsable y representante del cuerpo de la Guardia Civil en la provincia para suceder a Manuel Santos, quien hasta aquellas fechas había sido una gran figura dentro de la institución.

    —Precisamente, eres una de las pocas personas que me conocen en profundidad, puede que como yo creo conocerte a ti, pero ambos sabemos que hay muchos guardias civiles de una talla cultural muy alta. En esta profesión hay muchos agentes con gran sensibilidad y, sobre todo, con una gran nobleza, cualidades por las que nos entregamos a esta profesión con gran abnegación y sin esperar recompensa alguna, a no ser el mísero sueldo que recibimos.

    »Nuestros conciudadanos, aquellos a los que servimos, desconocen en gran medida la nobleza de nuestros hombres, el espíritu de sacrificio que demostramos y la pasión con la que nos entregamos al trabajo. Algunos piensan que solo somos agentes instruidos para denunciar cualquier infracción en la carretera o en el campo, que nos mueve el interés de sancionar sin compasión; pero no se acuerdan de los riesgos que corremos cuando nos enfrentamos a los delincuentes que les han robado o a los que han asesinado a sus seres queridos; cuando arriesgamos nuestras propias vidas para salvar de una riada a nuestros semejantes.

    »Aunque, por otro lado, en mi opinión, la responsabilidad de esa pobre imagen que transmite la Guardia Civil al pueblo es culpa de nuestra propia Dirección General, que debería crear un gabinete de marketing e imagen y destinar un presupuesto ajustado para transmitir la verdadera imagen de la labor de la Guardia Civil, para que la gente sepa quiénes somos, qué hacemos, cómo lo hacemos y por qué lo hacemos. Estoy seguro de que la mayoría de los españoles nos admirarían si supieran todos los riesgos que corremos, los medios de los que carecemos, la cantidad de horas impagadas que trabajamos, los sacrificios que hacen nuestras familias y lo poco que cobramos.

    —¡Bueno, bueno!, no te me vayas a poner ahora trágico. Todo lo que dices es cierto, Castro, pero, si bien es cierto que nuestra capacidad de entrega a nuestra profesión no tiene límites, como lo venimos demostrando, no podemos olvidar que en esta profesión hemos entrado voluntariamente y, en muchos casos, para huir del paro en nuestros pueblos.

    —Alejo, el origen de nuestros motivos para entrar en este cuerpo policial puede que sea ese en muchos casos, pero también hay una parte importante de españoles que emigra a otros países y no por eso se entregan a sus trabajos allá donde van con el mismo altruismo y por el mismo sueldo que nosotros.

    —En eso llevas razón. Puede que sea cierto que necesitemos un buen cambio de imagen, pero ya sabes que cada vez hay menos presupuesto para las necesidades de este benemérito cuerpo. Desde que impusieron a un cargo político en la Dirección General y retiraron a los militares, los presupuestos se han reducido. Vete a saber por qué causa. Pero la intención ha quedado clara, los políticos aspiran a controlar todas las instituciones del Estado, no dejan presupuesto por controlar, por muy pequeño que sea.

    —Bueno, Javier Castro —concluye el teniente coronel Alejo en tono sarcástico—, este café se está alargando demasiado y tengo muchos asuntos pendientes en el despacho. Cuando subas a verme más tarde, trataremos los asuntos oficiales. Sobre las doce habré terminado lo más urgente.

    —Estupendo, mi teniente coronel, sobre las doce subo a ponerte al día de nuestras investigaciones.

    Ambos mandos se retiran a sus respectivas dependencias oficiales para continuar con sus responsabilidades. Sin embargo, Castro pretende hacer ver a su superior la importancia que tienen las comunicaciones en la época actual, deben ir transformando el mensaje, integrar al guardia civil en la sociedad civil popular. Poco a poco, la imagen que proyecta la Guardia Civil a su pueblo ha de ir cambiando. Los «ogros» del pasado han de transformarse en personajes muy humanos al servicio del pueblo, de la gente que los rodea. Las enseñanzas académicas forman al guardia civil para investigar y detener al delincuente, para proteger a su semejante, para arriesgar sus vidas, si ello fuera necesario, con el fin de salvar a quienes lo necesiten. «Pero esta es la parte que nunca se ha publicado —piensa nuestro agente—. Seguiré insistiendo, porque la mayoría de nosotros somos agentes vocacionales. Creemos en lo que hacemos y estamos dispuestos a sacrificarnos si con ello ayudamos a mejorar nuestra sociedad».

    Mientras todos estos pensamientos recorren su cerebro, el jefe del grupo antinarcóticos camina por entre las filas de los limoneros, que le flanquean en el gran patio de la comandancia de la Guardia Civil cordobesa, hacia la sede de su unidad, esperando reunirse, como cada día, con todos los miembros de ella.

    Cuando el teniente Castro —el Técnico— llega a su despacho, se encuentran ya en él varios de sus agentes. Mientras, el sargento García —el Sardo— imparte instrucciones al agente Cano —el Peque— y a uno de los dos nuevos agentes de reciente incorporación, José Vélez —al que han dado en imponer como nombre de guerra el Rubio, por el color de su pelo—, sobre la línea de investigación que han de seguir en uno de los casos que investigan. Zorro —agente conocido como el Zorro—, por su parte, y el segundo de los recién llegados agentes, llamado Guillermo Mota —al que también han bautizado con el sobrenombre del Piraña, apelativo que han elegido sus compañeros por su adicción a la buena comida— intercambian opiniones sobre el comportamiento de algunos sospechosos de pertenecer a una organización de traficantes de drogas a los que están vigilando. Pero el agente Alcázar —el Pariente— aún no ha llegado a la reunión diaria que mantienen todos los agentes del grupo antidrogas con su jefe.

    —¡Bueno!, veo que, como siempre, el Pariente se habrá quedado dormido. Seguramente tendría mucho trabajo anoche —comenta irónicamente Castro—, así que vamos a empezar con la reunión. Antes de iniciar nuestra mesa redonda y, sobre todo, para los que lleváis poco tiempo en el grupo, vuelvo a recordaros una vez más que vuestra indumentaria, vuestra ropa, debe ajustarse siempre a la normalidad del entorno en el que estéis investigando o, con mucho más motivo, al de los círculos en que estéis infiltrados. Nunca debemos destacar por nuestro aspecto o por nuestra vestimenta.

    »El mejor camuflaje para nuestra profesión es la más absoluta normalidad y la adaptación al medio. Os hago esta introducción porque la otra noche, cuando el Pariente y el Zorro salieron para hacerle seguimiento y vigilancias estáticas a nuestros confidentes, el Barriguita, al que la mujer primero le llamó Culón y más tarde Barriguita, porque decía que había engordado mucho, y su pareja, Cristina la Nazarena, observé que el Pariente iba vestido con chaqueta y corbata. Y estar dentro de un coche toda la noche con esa ropa en una barriada de gente trabajadora no es el mejor camuflaje.

    »Para adentrarse en el sector Sur, en el que vamos a hacer una vigilancia estática dentro de un coche, hemos de ocultarnos con ropas propias del lugar. Si pretendemos mostrar nuestra elegancia, habremos de buscar otro trabajo u otra zona de viviendas ricas. En este barrio y con esas ropas, en cuanto salgamos del coche, estamos dando el cante. Sería algo así como los antiguos agentes secretos que vemos en las películas con gabardina, sombrero tipo mascota y gafas de sol, a los que parece que uniformaban para advertir a la gente de su presencia. ¡¡Vamos, una gilipollez!!

    Mientras el Técnico está tratando de corregir los errores de sus agentes, tras oír un suave toque en la puerta del despacho, esta se abre y en el umbral aparece el agente Alcázar, el Pariente, que, con marcadas ojeras, ojos hinchados y pelo encrespado, forzando gestos cómicos y palabras chistosas, intenta agradar a su superior para evitar la reprimenda.

    —A tus órdenes, Técnico, y buenos días al resto de monjes de este convento. ¡Chiquillo, qué sábanas más pegajosas ha comprado mi mujer!

    —Pariente, cuando estemos en el momento del chiste te avisaré para que te luzcas; ahora toca trabajar, por si no has mirado el reloj. Me parece que la desconsideración que tienes a compañeros y superiores te acarreará algún disgusto serio. No me tires más de la goma que, como la tenses demasiado, la suelto y te dará en las narices. Venga, ponte ahí y escucha lo que decimos todos y, luego, haces tu aportación, si es que tienes algo que decir.

    »Como decía, la vestimenta que llevaba el Pariente no es propia de un agente secreto que ha de vigilar una vivienda o a sus ocupantes. Piraña, tú, que vienes del País Vasco, explícales a tus compañeros cómo visten allí todos los agentes de los servicios secretos, sean de los grupos de información, grupos antidrogas o cualquier otro.

    —Técnico, tú también has estado allí arriba y sabes que muchas veces nuestras vidas dependen de nuestra imaginación para camuflarnos. Allí los grupos de información y lucha contra la droga vamos como harapientos por las calles, con melenas, barba de varios días… Nadie se fija en nosotros, precisamente, porque aparentamos ser gente progre. Allí los de Herri Batasuna son intocables, así que hay que imitar a los harapientos que nadie se atreve a tocar. No podemos cometer errores, porque, si nos detectan, podemos jugarnos la vida. Luego, hay agentes de los mismos grupos secretos nuestros que se infiltran en otros sectores sociales, en los que han de aparentar ser personas respetables y de relevancia social. Estos sí van siempre de traje y corbata. ¡Vamos!, que nos encontramos unos y otros en la calle y no nos reconocemos.

    —Así es como debe ser en todas las unidades de agentes secretos. Aclarado esto para que cada uno de vosotros aplique criterios lógicos en su comportamiento como agentes secretos y en cada momento se adapte al medio en que haya de desarrollar su trabajo, vamos a pasar a tratar los asuntos relacionados con nuestras investigaciones. Aunque algunos de los agentes del grupo se han quedado con ganas de hacer comentarios personales sobre sus propias experiencias y deseaban dar sus opiniones al respecto, el jefe del grupo no ha dado opción a ninguno de ellos para recrearse en un asunto tan poco provechoso.

    —Sardo —continúa el Técnico dirigiéndose al sargento García—, ¿cómo va la recopilación de información sobre el periodista madrileño de esa organización de tráfico de drogas que queremos investigar? Hace ya bastante tiempo que tenemos algunos datos, pero parece que se nos ha resistido. Espero que ahora podamos meterle mano de una puñetera vez.

    —Bueno, de momento, estamos en fase de recopilación de información, como tú dices, porque tenemos metida a una membrilla con él. Precisamente por eso he ordenado que vigilen a la Nazarena y al Barriguita, porque estos son los contactos del Periodista y, como no me fio de ellos, les he puesto vigilancia para conocer sus pasos y saber si nos la están jugando.

    —Ya, ¿pero sabemos algo más? ¿Alguna información que nos ayude a deducir si la información de los membrillos es buena?

    —Te doy detalles. Los membrillos han intentado en varias ocasiones que el Periodista traiga droga a Córdoba diciéndole que tienen compradores de confianza aquí, pero él quiere que el comprador vaya a Madrid, porque dice que no quiere correr muchos riesgos, que la carretera de Madrid a Córdoba tiene muchos riesgos. Así que estamos dándole instrucciones a

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1