Luces y sombras
Por Carlos Roxlo
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Luces y sombras - Carlos Roxlo
Luces y sombras
Copyright © 1919, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726681383
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
I
FUEGOS FATUOS
(Al Dr. Vicente Ponce de León).
LA CREACIÓN
I
¡El angel de la noche tenebrosa
Labrando por doquier sus negos velos!
¡La fatídica calma de la fosa
Imperando en el campo de los cielos!
¡El vacío sin fondo y sin orillas!
¡La soledad inerte de la nada
Oprimiendo brutal con sus rodillas
La infinita extensión inanimada!
¡El silencio profundo e invariable
Huyendo sorprendido del mutismo
¡Lo invisible besando a lo insondable!
¡El antro cabalgando en el abismo!
¡El no ser del no ser único dueño!
¡La negación a la abstracción unida!
¡La muerte desposada con el sueño!
¡La sombra por la sombra perseguida!
II
De pronto, tenue y blanquecino rayo
La eterna noche iluminó; la nada
Pareció despertar de su desmayo;
La soledad sonrióse alborozada.
Con júbilo el silencio pavoroso
Cedió veloz su puesto a los rumores
De aquel trémulo rayo misterioso
Invisibles y alados moradores.
Lo incoloro fué azul; el antro, cielo
Y palpitó la inmensidad con brío
Al ver alzarse el majestuoso vuelo
Del alma de la vida en el vacío.
Comenzó la creación alborozada,
Vistiendo el traje de sus galas todas,
De záfiros y azahares coronada,
Como una joven virgen desposada
En la alegre mañana de sus bodas.
Y los astros sus luces encendieron,
Las campiñas de flores se alfombraron,
Las fieras en sus grutas se escondieron,
Las perlas en sus conchas despertaron.
La blanca vestidura de los fríos
La cresta coronó de las montañas,
Y se cubrió la orilla de los ríos
De un cerco de oro de flexibles cañas.
Y limpió sus escamas la serpiente,
Y cantaron los roncos huracanes,
Y a los abismos descendió el torrente,
Y alzaron sus banderas los volcanes.
Y centelleó la aguda estalactita,
Y en las ondas del aire conducidos
Subieron a la bóveda infinita
Gérmenes, llamas, vahos y sonidos.
¡Oh santo despertar, dulce alborada!
De la embriaguez ignota del deseo!
¡Del sol y de la tierra enamorada
Inefable y espléndido himeneo!
¡Oh santo despertar, celeste aurora
Del virginal Edén recién creado,
Catarata de luz deslumbradora,
Incendio del abismo ilimitado!
¡Oh suprema mañana, excelso día,
Oh claridad sin fin, destello inmenso,
Alma, fuerza, ilusión, beso, armonía,
Polvillo de iris y volcán de incienso!
III
Cuando las tenues ondas del ambiente
Los rayos de aquel día iluminaron,
Eva y Adán, en el Edén naciente,
Del sueño de la nada despertaron.
De Eva la tierna y cándida hermosura
Tanto donaire primoroso encierra
Que sienten los querubes de la altura
No ser hijos del sol y de la tierra.
Tiene aquella mujer los labios rojos
Como guinda en sazón, la tez nevada
Y hay en el dulce fuego de sus ojos
Luz de luna y cambiantes de alborada.
Al contemplar sus gracias de hechicera,
¡Te amo! — le dice Adán y temblorosa
Baja su frente la mujer primera,
Como se inclina el cáliz de la rosa
Al suspiro del aura pasajera.
Luego volviendo al hombre su mirada,
Como tórtola dócil al reclamo,
Murmura palpitante, emocionada,
Con divino rubor: — ¡Yo también te amo!
¡Mágica unión, sublimes esponsales,
Connubio sin igual, hostia bendita,
Por ti corren al mar los manantiales,
Por ti hacia el bien la humanidad gravita!
¡Gracias a tus efluvios bienhechores,
Todo la fiebre del amor lo enerva,
Desde el astro, fecundo en resplandores,
Hasta el reptil, dormido entre la yerba,
Y hasta el perfume, verbo de las flores!
IV
En el instante aquel, cuando a la boca
De Adán, por la pasión enardecida,
Se acercan de Eva, palpitante y loca,
Los rojos labios, manantial de vida,
Es más azul, lo azul; más armonioso
El murmullo del mar; más placentero,
En las hojas del árbol tembloroso,
El suspiro del aire pasajero.
Canta una bendición cada sonido,
Vibra un epitalamio en cada aroma,
Y entreteje las hebras de su nido,
Con rastrojos del monte, la paloma,
¡Mientras salmo nupcial, salmo de amores,
Salmo de venturanza y de alegría,
Tiende el iris sus curvas de colores
Como hostia santa del altar del día,
Con que consagra Dios, en el sereno
Templo de luz de la extensión lejana,
El primer triunfo del amor terreno
Y el vasto hogar de la familia humana!
__________
EL VERSO
Es el rayo de sol que centellea
En las floridas ramas del lenguaje,
Y es la canción azul del oleaje
Cuando choca en los riscos la marea;
Con las alas del cóndor aletea
Para imponer su libertad salvaje,
Y es el joyero que enriquece el traje
Con que se viste el alma de la idea.
Cercados por sus rondas de visiones,
Al compás de los himnos del deseo,
Palpitan los ardientes corazones;
Y junta lo sublime a lo pigmeo,
¡Siendo ósculo de Safo en las canciones
Y espada en las canciones de Tirteo!
__________
LA NOCHE
Dice la noche fría
Al moribundo luminar del día:
— Porque me ves envuelta en negros tules
Y no tienen mis alas la armonía
De tus alas azules,
¿Desprecias, inclemente, mi suspiro,
Sabiendo, como sabes, que te adoro
Y que, sedienta de tu lumbre, giro
Asida al fleco de tu manto de oro?. . .
Oh! baja altivo desde el monte al prado;
Crezca invencible tu aversión injusta:
¡Si tu azul es sagrado,
Mi tristeza es augusta!
Tú cantas con la luz de la alborada
Y el incendio voraz del mediodía:
"¡Amaos hasta el fin de la jornada!
¡Para adorar la tierra fué creada!
¡El sol es la alegría!"
Mas cuando, por mis sombras perseguido,
Huye el fulgor de tus rosadas huellas,
Yo murmuro en las ondas y en el nido
Bajo la claridad de mis estrellas:
"¡Compadeced! ¡acaso en este instante
Hay alguno que muere de fatiga,
Y hace mal a la causa del gigante
El odio de la hormiga!
¡Al espléndido sol, de la luz dueño,
Sigue la sombra de la noche fiera
Y nadie sabe, cuando cede al sueño,
Lo que mañana, al despertar, le espera!". . .
__________
EL REPTIL
I
Junto al mar de Istambul, cuyas espumas
El blanco disco de la luna argenta,
Se extienden los jardines del serrallo
Donde la brisa con las hojas juega.
Es una noche plácida; destilan
Como llanto de lumbre las estrellas,
Y los nidos, pendientes de las frondas,
De gorjeos bucólicos se pueblan.
El ambiente, cargado de perfumes,
Como las notas de una guzla ondea,
Y abrazan a los árboles dormidos,
Con lujurioso ardor, las madreselvas.
¡Noche de paz! El disco de la luna
En el Bósforo azul sus rayos quiebra,
Y moviendo sus rémiges de sombra
En calma el ángel de los sueños vuela.
II
En riquísima estancia que perfuman
Del opio de Kaisar las ondas sueltas,
Y cuyos muros de jaspeado brillo
Tapizó Diabekir con blandas sedas;
Bajo un guerrero pabellón que forman
Alfanjes de Erzerún, en donde tiemblan
Las dulces claridades de una lámpara
De plata de Serés, bruñida y tersa;
Sobre tapices de Bagdad y en lecho
Que de la luz se cubre con espléndidas
Muselinas de Elkoch, en cuyos pliegues
El mar de Ormuz depositó sus perlas,
Abul - Atmet reposa descuidado,
Duerme seguro el hijo del profeta,
Conversa con las pálidas huríes
El niño rey de las kabilas negras.
III
Sobre el lecho, al alcance de la mano
Del dormido sultán y mal envuelta
Por la flotante colgadura, enrosca
Sus anillos de hierro una culebra.
Es un juguete, obsequio que las turbas
De Samakov al soberano hicieran
Cuando el infante pernoctó en las minas
A que debe Bulgaria su opulencia.
Es un juguete de color rojizo,
Un áspid de coral, cuyas siniestras
Y vidriosas pupilas imantadas
Se podría decir que nos contemplan,
Pues siempre que un destello de la lumbre
Del vaso de Serés se filtra en ellas,
¡En su verde color late la vida!
¡Los ojos del reptil relampaguean!
IV
Cerca del áspid, contemplando al niño
Que descuidado y apacible sueña,
El gran visir Mahomad siente en su alma
De la ambición la punzadura intensa.
Hijo de reyes, le alejó del trono
La caprichosa voluntad paterna,
Y hermano del que duerme sobre el lecho
Un fratricida ardor bulle en sus venas.
Sabe que a los genízaros hastía
Aquel tiempo de paz, y que sin tregua
La belicosa turba mercenaria
En el botín de las conquistas piensa.
La voz de la ambición canta en su oído,
Con acordado acento, sus endechas,
¡Y enceguecen sus ojos los fulgores
Con que de Abul relumbra la diadema!
V
Mahomad se hiergue; la mortal gumía
Destellos lanza en su crispada diestra;
Fija en el niño sus pupilas torvas,
Y sobre el niño su puñal eleva.
Entonces, desdoblando sus anillos,
Con las horribles fauces entreabiertas,
Con roja lumbre en las pupilas verdes,
Dejando ver la bifurcada lengua,
El inerte reptil, cobrando vida,
Cara a cara a Mahomad feroz contempla,
El serpentino cuerpo estremecido
Por una extraña y misteriosa fuerza.
— ¡Es un niño! — murmura sacudiendo
La vibración de sus escamas férreas;
¡Los niños son sagrados como el humo
De la mirra y la piel de la gacela! —
VI
Mahomad sonríe y hasta el lecho avanza,
El niño con espanto se despierta,
Las cortinas de Elkoch se vuelven rojas,
Del vaso de Serés la luz humea.
Entonces, junto al niño que agoniza,
El reptil de metal salta y aprieta,
Con sus férreos anillos, la garganta
Del nuevo rey de las kabilas negras.
Y al hundirle en el cuello musculoso
Los diminutos dientes, que envenenan,
— ¡Atreverse a lo azul de las auroras! —
Murmura enfurecida la culebra:
—¡Atreverse a lo azul, a lo que tiene
La augusta majestad de la inocencia!
¡Atreverse a lo azul, hachar el árbol
Donde el dátil en flor se balancea! —
VII
Mahomad en vano desasirse quiere,
En las escamas su puñal se quiebra,
Se oye después un grito de agonía,
Algo se arrastra y hasta el lecho llega,
¡En tanto que el visir, lívido, horrible,
Se retuerce en las ansias postrimeras,
Arañando y mordiendo con angustia
Los dobles hilos del tapiz de Persia!
La lumbre de la lámpara vacila,
El regio camarín yace en tinieblas,
Y en el hondo mutismo de la noche
Se oyen los ecos de un lejano alerta;
Pero aun cuando las luces de la aurora
En el sangriento camarín penetran,
¡Los ojos del reptil, roto en dos partes,
Con airada piedad relampaguean!
__________
UN DRAMA
Escenario: — un conventillo,
Rojo suelo de ladrillo
Que exhala sangriento hedor,
Y sobre un lecho sencillo
La imagen del Redentor.
En el lecho un serafín,
Y en la ventana un cristal
Que colora de carmín
La refulgencia espectral
De un crepúsculo sin fin.
Dormido el niño, en el suelo
Extendida una mujer,
Y en su rostro, que es de hielo,
Una lágrima de duelo
Que no acaba de correr.
Sobre la humilde ventana,
Muestra el tiesto de un rosal
Algunas flores de grana;
Cerca del niño, una anciana;
Junto a la muerta, un puñal;
Y bajo la luz incierta
Que cae temblando del cielo,
¡La mirada de la muerta
Siempre fija, siempre abierta
Sobre el pobre pequeñuelo!
— ¿Quién a esta mujer mató? —
Pregunto, y dice la anciana:
— Ella a su esposo engañó
Y él, loco, la asesinó
Por celos esta mañana. —
Se va la sombra agrandando
En el crisol mal bruñido;
La anciana vela rezando,
La muerta sigue llorando
Y el niño sigue dormido.
— ¡La quería con locura! —
Luego la anciana murmura;
Y atravesando el crisol,
Besa al niño sin ventura
La postrera luz del sol.
Después todo queda en paz:
Se borra el lampo fugaz
Que la ventana colora,
La lágrima se evapora
Del cadáver en la faz,
Y guardando al niño puro
Y a la muerta sin pudor,
¡Relumbra sólo en lo obscuro,
Sobre lo negro del muro,
La imagen del Redentor!
__________
MAGNITUDO PARVI
I
¡Levita, ven!. . . El bosque está dormido,
La blanca luna al Uruguay desciende,
Y un plateado jirón de su vestido
Sobre las ramas de los sauces tiende.
Es la hora de rezar. — De Dios hablemos:
¡Del Dios amor, misericordia, olvido,
A quien la luz de la razón debemos!
De rodillas, levita. — De esta hora
En el silencio augusto y solitario,
Dios levanta su diestra redentora
Sobre el sagrado altar de la natura,
En donde toda flor es incensario
Y en cada astro una lámpara fulgura.
¡Oremos, pues! — ¡Con alas de paloma
La sencilla oración alce su vuelo,
Y como nube de azulado aroma
Ascienda, suba y se remonte al cielo!
II
¡Noche de excelsa claridad!. . . Palpita
El germen en el aire embalsamado,
Y como un himno de pasión gravita
Sobre el surco a hospedarle preparado.
¡La madre tierra!. . . En su caliente seno
Cobija igual y con el mismo hechizo,
Al germen sano, fecundante y bueno,
Que al germen doloroso y enfermizo.
¡Tal vez a éste mejor!. . . ¡Tal vez la planta
De jugos pobre y robustez sedienta,
De la madre inmortal, augusta y santa
Un esfuerzo indecible representa!
¡Amar así es orar!. . . ¡Tiene la sombra
Derecho al corazón!. . . ¡Algo secreto
Existe que nos busca y que nos nombra
Hasta en la misma larva del vermeto!
Y a estas horas el bosque es el santuario
Donde se ordena