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Luces y sombras
Luces y sombras
Luces y sombras
Libro electrónico327 páginas2 horas

Luces y sombras

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Información de este libro electrónico

«Luces y sombras» es la recopilación de varios poemarios de Carlos Roxlo: «Fuegos fatuos», «El libro de los sáficos», «Cromos y arabescos», «Armonías crepusculares», «Soledades», y de algunos poemas como «En viaje», «¡Por los caídos!» y los tres poemas de «Las noches».-
IdiomaEspañol
EditorialSAGA Egmont
Fecha de lanzamiento26 nov 2021
ISBN9788726681383
Luces y sombras

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    Luces y sombras - Carlos Roxlo

    Luces y sombras

    Copyright © 1919, 2021 SAGA Egmont

    All rights reserved

    ISBN: 9788726681383

    1st ebook edition

    Format: EPUB 3.0

    No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

    This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

    www.sagaegmont.com

    Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

    I

    FUEGOS FATUOS

    (Al Dr. Vicente Ponce de León).

    LA CREACIÓN

    I

    ¡El angel de la noche tenebrosa

    Labrando por doquier sus negos velos!

    ¡La fatídica calma de la fosa

    Imperando en el campo de los cielos!

    ¡El vacío sin fondo y sin orillas!

    ¡La soledad inerte de la nada

    Oprimiendo brutal con sus rodillas

    La infinita extensión inanimada!

    ¡El silencio profundo e invariable

    Huyendo sorprendido del mutismo

    ¡Lo invisible besando a lo insondable!

    ¡El antro cabalgando en el abismo!

    ¡El no ser del no ser único dueño!

    ¡La negación a la abstracción unida!

    ¡La muerte desposada con el sueño!

    ¡La sombra por la sombra perseguida!

    II

    De pronto, tenue y blanquecino rayo

    La eterna noche iluminó; la nada

    Pareció despertar de su desmayo;

    La soledad sonrióse alborozada.

    Con júbilo el silencio pavoroso

    Cedió veloz su puesto a los rumores

    De aquel trémulo rayo misterioso

    Invisibles y alados moradores.

    Lo incoloro fué azul; el antro, cielo

    Y palpitó la inmensidad con brío

    Al ver alzarse el majestuoso vuelo

    Del alma de la vida en el vacío.

    Comenzó la creación alborozada,

    Vistiendo el traje de sus galas todas,

    De záfiros y azahares coronada,

    Como una joven virgen desposada

    En la alegre mañana de sus bodas.

    Y los astros sus luces encendieron,

    Las campiñas de flores se alfombraron,

    Las fieras en sus grutas se escondieron,

    Las perlas en sus conchas despertaron.

    La blanca vestidura de los fríos

    La cresta coronó de las montañas,

    Y se cubrió la orilla de los ríos

    De un cerco de oro de flexibles cañas.

    Y limpió sus escamas la serpiente,

    Y cantaron los roncos huracanes,

    Y a los abismos descendió el torrente,

    Y alzaron sus banderas los volcanes.

    Y centelleó la aguda estalactita,

    Y en las ondas del aire conducidos

    Subieron a la bóveda infinita

    Gérmenes, llamas, vahos y sonidos.

    ¡Oh santo despertar, dulce alborada!

    De la embriaguez ignota del deseo!

    ¡Del sol y de la tierra enamorada

    Inefable y espléndido himeneo!

    ¡Oh santo despertar, celeste aurora

    Del virginal Edén recién creado,

    Catarata de luz deslumbradora,

    Incendio del abismo ilimitado!

    ¡Oh suprema mañana, excelso día,

    Oh claridad sin fin, destello inmenso,

    Alma, fuerza, ilusión, beso, armonía,

    Polvillo de iris y volcán de incienso!

    III

    Cuando las tenues ondas del ambiente

    Los rayos de aquel día iluminaron,

    Eva y Adán, en el Edén naciente,

    Del sueño de la nada despertaron.

    De Eva la tierna y cándida hermosura

    Tanto donaire primoroso encierra

    Que sienten los querubes de la altura

    No ser hijos del sol y de la tierra.

    Tiene aquella mujer los labios rojos

    Como guinda en sazón, la tez nevada

    Y hay en el dulce fuego de sus ojos

    Luz de luna y cambiantes de alborada.

    Al contemplar sus gracias de hechicera,

    ¡Te amo! — le dice Adán y temblorosa

    Baja su frente la mujer primera,

    Como se inclina el cáliz de la rosa

    Al suspiro del aura pasajera.

    Luego volviendo al hombre su mirada,

    Como tórtola dócil al reclamo,

    Murmura palpitante, emocionada,

    Con divino rubor: — ¡Yo también te amo!

    ¡Mágica unión, sublimes esponsales,

    Connubio sin igual, hostia bendita,

    Por ti corren al mar los manantiales,

    Por ti hacia el bien la humanidad gravita!

    ¡Gracias a tus efluvios bienhechores,

    Todo la fiebre del amor lo enerva,

    Desde el astro, fecundo en resplandores,

    Hasta el reptil, dormido entre la yerba,

    Y hasta el perfume, verbo de las flores!

    IV

    En el instante aquel, cuando a la boca

    De Adán, por la pasión enardecida,

    Se acercan de Eva, palpitante y loca,

    Los rojos labios, manantial de vida,

    Es más azul, lo azul; más armonioso

    El murmullo del mar; más placentero,

    En las hojas del árbol tembloroso,

    El suspiro del aire pasajero.

    Canta una bendición cada sonido,

    Vibra un epitalamio en cada aroma,

    Y entreteje las hebras de su nido,

    Con rastrojos del monte, la paloma,

    ¡Mientras salmo nupcial, salmo de amores,

    Salmo de venturanza y de alegría,

    Tiende el iris sus curvas de colores

    Como hostia santa del altar del día,

    Con que consagra Dios, en el sereno

    Templo de luz de la extensión lejana,

    El primer triunfo del amor terreno

    Y el vasto hogar de la familia humana!

    __________

    EL VERSO

    Es el rayo de sol que centellea

    En las floridas ramas del lenguaje,

    Y es la canción azul del oleaje

    Cuando choca en los riscos la marea;

    Con las alas del cóndor aletea

    Para imponer su libertad salvaje,

    Y es el joyero que enriquece el traje

    Con que se viste el alma de la idea.

    Cercados por sus rondas de visiones,

    Al compás de los himnos del deseo,

    Palpitan los ardientes corazones;

    Y junta lo sublime a lo pigmeo,

    ¡Siendo ósculo de Safo en las canciones

    Y espada en las canciones de Tirteo!

    __________

    LA NOCHE

    Dice la noche fría

    Al moribundo luminar del día:

    — Porque me ves envuelta en negros tules

    Y no tienen mis alas la armonía

    De tus alas azules,

    ¿Desprecias, inclemente, mi suspiro,

    Sabiendo, como sabes, que te adoro

    Y que, sedienta de tu lumbre, giro

    Asida al fleco de tu manto de oro?. . .

    Oh! baja altivo desde el monte al prado;

    Crezca invencible tu aversión injusta:

    ¡Si tu azul es sagrado,

    Mi tristeza es augusta!

    Tú cantas con la luz de la alborada

    Y el incendio voraz del mediodía:

    "¡Amaos hasta el fin de la jornada!

    ¡Para adorar la tierra fué creada!

    ¡El sol es la alegría!"

    Mas cuando, por mis sombras perseguido,

    Huye el fulgor de tus rosadas huellas,

    Yo murmuro en las ondas y en el nido

    Bajo la claridad de mis estrellas:

    "¡Compadeced! ¡acaso en este instante

    Hay alguno que muere de fatiga,

    Y hace mal a la causa del gigante

    El odio de la hormiga!

    ¡Al espléndido sol, de la luz dueño,

    Sigue la sombra de la noche fiera

    Y nadie sabe, cuando cede al sueño,

    Lo que mañana, al despertar, le espera!". . .

    __________

    EL REPTIL

    I

    Junto al mar de Istambul, cuyas espumas

    El blanco disco de la luna argenta,

    Se extienden los jardines del serrallo

    Donde la brisa con las hojas juega.

    Es una noche plácida; destilan

    Como llanto de lumbre las estrellas,

    Y los nidos, pendientes de las frondas,

    De gorjeos bucólicos se pueblan.

    El ambiente, cargado de perfumes,

    Como las notas de una guzla ondea,

    Y abrazan a los árboles dormidos,

    Con lujurioso ardor, las madreselvas.

    ¡Noche de paz! El disco de la luna

    En el Bósforo azul sus rayos quiebra,

    Y moviendo sus rémiges de sombra

    En calma el ángel de los sueños vuela.

    II

    En riquísima estancia que perfuman

    Del opio de Kaisar las ondas sueltas,

    Y cuyos muros de jaspeado brillo

    Tapizó Diabekir con blandas sedas;

    Bajo un guerrero pabellón que forman

    Alfanjes de Erzerún, en donde tiemblan

    Las dulces claridades de una lámpara

    De plata de Serés, bruñida y tersa;

    Sobre tapices de Bagdad y en lecho

    Que de la luz se cubre con espléndidas

    Muselinas de Elkoch, en cuyos pliegues

    El mar de Ormuz depositó sus perlas,

    Abul - Atmet reposa descuidado,

    Duerme seguro el hijo del profeta,

    Conversa con las pálidas huríes

    El niño rey de las kabilas negras.

    III

    Sobre el lecho, al alcance de la mano

    Del dormido sultán y mal envuelta

    Por la flotante colgadura, enrosca

    Sus anillos de hierro una culebra.

    Es un juguete, obsequio que las turbas

    De Samakov al soberano hicieran

    Cuando el infante pernoctó en las minas

    A que debe Bulgaria su opulencia.

    Es un juguete de color rojizo,

    Un áspid de coral, cuyas siniestras

    Y vidriosas pupilas imantadas

    Se podría decir que nos contemplan,

    Pues siempre que un destello de la lumbre

    Del vaso de Serés se filtra en ellas,

    ¡En su verde color late la vida!

    ¡Los ojos del reptil relampaguean!

    IV

    Cerca del áspid, contemplando al niño

    Que descuidado y apacible sueña,

    El gran visir Mahomad siente en su alma

    De la ambición la punzadura intensa.

    Hijo de reyes, le alejó del trono

    La caprichosa voluntad paterna,

    Y hermano del que duerme sobre el lecho

    Un fratricida ardor bulle en sus venas.

    Sabe que a los genízaros hastía

    Aquel tiempo de paz, y que sin tregua

    La belicosa turba mercenaria

    En el botín de las conquistas piensa.

    La voz de la ambición canta en su oído,

    Con acordado acento, sus endechas,

    ¡Y enceguecen sus ojos los fulgores

    Con que de Abul relumbra la diadema!

    V

    Mahomad se hiergue; la mortal gumía

    Destellos lanza en su crispada diestra;

    Fija en el niño sus pupilas torvas,

    Y sobre el niño su puñal eleva.

    Entonces, desdoblando sus anillos,

    Con las horribles fauces entreabiertas,

    Con roja lumbre en las pupilas verdes,

    Dejando ver la bifurcada lengua,

    El inerte reptil, cobrando vida,

    Cara a cara a Mahomad feroz contempla,

    El serpentino cuerpo estremecido

    Por una extraña y misteriosa fuerza.

    — ¡Es un niño! — murmura sacudiendo

    La vibración de sus escamas férreas;

    ¡Los niños son sagrados como el humo

    De la mirra y la piel de la gacela! —

    VI

    Mahomad sonríe y hasta el lecho avanza,

    El niño con espanto se despierta,

    Las cortinas de Elkoch se vuelven rojas,

    Del vaso de Serés la luz humea.

    Entonces, junto al niño que agoniza,

    El reptil de metal salta y aprieta,

    Con sus férreos anillos, la garganta

    Del nuevo rey de las kabilas negras.

    Y al hundirle en el cuello musculoso

    Los diminutos dientes, que envenenan,

    — ¡Atreverse a lo azul de las auroras! —

    Murmura enfurecida la culebra:

    —¡Atreverse a lo azul, a lo que tiene

    La augusta majestad de la inocencia!

    ¡Atreverse a lo azul, hachar el árbol

    Donde el dátil en flor se balancea! —

    VII

    Mahomad en vano desasirse quiere,

    En las escamas su puñal se quiebra,

    Se oye después un grito de agonía,

    Algo se arrastra y hasta el lecho llega,

    ¡En tanto que el visir, lívido, horrible,

    Se retuerce en las ansias postrimeras,

    Arañando y mordiendo con angustia

    Los dobles hilos del tapiz de Persia!

    La lumbre de la lámpara vacila,

    El regio camarín yace en tinieblas,

    Y en el hondo mutismo de la noche

    Se oyen los ecos de un lejano alerta;

    Pero aun cuando las luces de la aurora

    En el sangriento camarín penetran,

    ¡Los ojos del reptil, roto en dos partes,

    Con airada piedad relampaguean!

    __________

    UN DRAMA

    Escenario: — un conventillo,

    Rojo suelo de ladrillo

    Que exhala sangriento hedor,

    Y sobre un lecho sencillo

    La imagen del Redentor.

    En el lecho un serafín,

    Y en la ventana un cristal

    Que colora de carmín

    La refulgencia espectral

    De un crepúsculo sin fin.

    Dormido el niño, en el suelo

    Extendida una mujer,

    Y en su rostro, que es de hielo,

    Una lágrima de duelo

    Que no acaba de correr.

    Sobre la humilde ventana,

    Muestra el tiesto de un rosal

    Algunas flores de grana;

    Cerca del niño, una anciana;

    Junto a la muerta, un puñal;

    Y bajo la luz incierta

    Que cae temblando del cielo,

    ¡La mirada de la muerta

    Siempre fija, siempre abierta

    Sobre el pobre pequeñuelo!

    — ¿Quién a esta mujer mató? —

    Pregunto, y dice la anciana:

    — Ella a su esposo engañó

    Y él, loco, la asesinó

    Por celos esta mañana. —

    Se va la sombra agrandando

    En el crisol mal bruñido;

    La anciana vela rezando,

    La muerta sigue llorando

    Y el niño sigue dormido.

    — ¡La quería con locura! —

    Luego la anciana murmura;

    Y atravesando el crisol,

    Besa al niño sin ventura

    La postrera luz del sol.

    Después todo queda en paz:

    Se borra el lampo fugaz

    Que la ventana colora,

    La lágrima se evapora

    Del cadáver en la faz,

    Y guardando al niño puro

    Y a la muerta sin pudor,

    ¡Relumbra sólo en lo obscuro,

    Sobre lo negro del muro,

    La imagen del Redentor!

    __________

    MAGNITUDO PARVI

    I

    ¡Levita, ven!. . . El bosque está dormido,

    La blanca luna al Uruguay desciende,

    Y un plateado jirón de su vestido

    Sobre las ramas de los sauces tiende.

    Es la hora de rezar. — De Dios hablemos:

    ¡Del Dios amor, misericordia, olvido,

    A quien la luz de la razón debemos!

    De rodillas, levita. — De esta hora

    En el silencio augusto y solitario,

    Dios levanta su diestra redentora

    Sobre el sagrado altar de la natura,

    En donde toda flor es incensario

    Y en cada astro una lámpara fulgura.

    ¡Oremos, pues! — ¡Con alas de paloma

    La sencilla oración alce su vuelo,

    Y como nube de azulado aroma

    Ascienda, suba y se remonte al cielo!

    II

    ¡Noche de excelsa claridad!. . . Palpita

    El germen en el aire embalsamado,

    Y como un himno de pasión gravita

    Sobre el surco a hospedarle preparado.

    ¡La madre tierra!. . . En su caliente seno

    Cobija igual y con el mismo hechizo,

    Al germen sano, fecundante y bueno,

    Que al germen doloroso y enfermizo.

    ¡Tal vez a éste mejor!. . . ¡Tal vez la planta

    De jugos pobre y robustez sedienta,

    De la madre inmortal, augusta y santa

    Un esfuerzo indecible representa!

    ¡Amar así es orar!. . . ¡Tiene la sombra

    Derecho al corazón!. . . ¡Algo secreto

    Existe que nos busca y que nos nombra

    Hasta en la misma larva del vermeto!

    Y a estas horas el bosque es el santuario

    Donde se ordena

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