Poesía (Anotado)
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Poesía (Anotado) - Gertrudis Gómez de Avellaneda
A él (I)
No existe lazo ya; todo está roto;
plúgole al cielo así; ¡bendito sea!
Amargo cáliz con placer agoto:
mi alma reposa al fin: nada desea.
Te amé, no te amo ya: piénsolo al menos;
¡nunca si fuere error la verdad mire!:
que tantos años de amargura llenos
trague el olvido, el corazón respire.
Lo has destrozado sin piedad; mi orgullo
una vez y otra vez pisaste insano...
mas nunca el labio exhalará un murmullo
para acusar tu proceder tirano.
De grandes faltas vengador terrible
dócil llenaste tu misión, ¿la ignoras?
no era tuyo el poder que irresistible
postró ante ti mis fuerzas vencedoras.
Quísolo Dios y fue: ¡gloria a su nombre!
Todo se terminó: recobro aliento,
¡Angel de las venganzas! Ya eres hombre...
ni amor ni miedo al contemplarte siento.
Cayó tu cetro, se embotó tu espada…
Mas ¡ay! ¡Cuan triste libertad respiro!
hice un mundo de ti que hoy se anonada,
y en honda y vasta soledad me miro.
¡Vive dichoso tú! Si en algún día
ves este adiós que te dirijo eterno,
sabe que aun tienes en el alma mía
generoso perdón, cariño tierno.
A él (II)
En la aurora lisonjera
De mi juventud florida,
En aquella edad primera
-Breve y dulce primavera,
De tantas flores vestida-
Recuerdo que cierto día
Vagaba con lento paso
Por una floresta umbría,
Mientras que el sol descendía
Melancólico a su ocaso.
Mi alma -que el campo enajena-
Se agitaba en vago anhelo,
Y en aquella hora serena
-De místico encanto llena
Bajo del tórrido cielo-
Me pareció que el sinsonte
Que sobre el nido piaba;
Y la luz que acariciaba
La parda cresta del monte,
Cuando apacible espiraba;
Y el céfiro, que al capullo
Suspiros daba fugaz;
Y del arroyo el murmullo,
Que acompañaba el arrullo
De la paloma torcaz;
Y de la oveja el balido,
Y el cántico del pastor,
Y el soñoliento rumor
Del ramaje estremecido
¡Todo me hablaba de amor!
Yo -temblando de emoción-
Escuché concento tal,
Y en cada palpitación
Comprendí que el corazón
Llamaba a un ser ideal.
Entonces ¡ah! de repente,
-No como sombra de un sueño,
Sino vivo, amante, ardiente
Se presentó ante mi mente
El que era su ignoto dueño.
Reflejaba su mirada
El azul del cielo hermoso;
No cual brilla en la alborada,
Sino en la tarde, esmaltada
Por tornasol misterioso.
Ni hercúlea talla tenía,
Mas esbelto -cual la palma-
Su altiva cabeza erguía,
Que alumbrada parecía
Por resplandores del alma.
Yo, en profundo arrobamiento,
De su hálito los olores
Cogí en las alas del viento,
Mezclado con el aliento
De las balsámicas flores;
Y hasta su voz percibía
-Llena de extraña dulzura-
En toda aquella armonía
Con que el campo despedía
Del astro rey la luz pura.
¡Oh alma! di: ¿quién era aquel
Fantasma amado y sin nombre?
¿Un genio? ¿un ángel? ¿un hombre?
¡Ah! lo sabes! era él;