A contracorriente
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Henry A. Rodríguez B.
Henry A. Rodríguez B., comunicador social y periodista de la Universidad de La Sabana. Es periodista y coach por formación, y escritor por vocación y pasión. Se dedica a desarrollar el potencial humano en organizaciones públicas y privadas y en auditorios presenciales y digitales, a los que asisten cientos de personas para acelerar su capacidad de crear resultados extraordinarios y, al mismo tiempo, experimentar plenitud en sus vidas. El primer libro que escribió, «Ser de Alto Impacto», publicado también por Calixta Editores, ha llegado a miles de lectores en toda Latinoamérica. Hoy tienes en tus manos su segunda obra. En su carrera periodística llegó a ser jefe de redacción y luego el editor en jefe del periódico El Espectador, uno de los más prestigiosos de Colombia por su lucha contra el narcotráfico. Ha entrenado a más de 50 mil personas en Latinoamérica, Estados Unidos y Europa en programas de innovación del ser.
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A contracorriente - Henry A. Rodríguez B.
Prefacio
Esta obra es una incitación a la rebeldía, al inconformismo y a la acción valiente de los seres humanos cansados de ser lo que les dijeron que debían. Es un despertar de la consciencia liberadora que nos inspira a desafiar la fuerza de la corriente cultural que masifica, uniforma, limita y opaca al individuo, convirtiéndolo en uno de tantos y tantos de la manada, un lugar cualquiera en la tribuna, un puesto más en la fila.
Nos han inculcado a todos que tenemos que vivir de cierta manera, ir por el mismo camino, estudiar una carrera convencional, conseguir un trabajo y ganar dinero para obtener la felicidad. En esa concepción tan cerrada del ser humano y de la vida no hay cabida para el concepto de que cada persona debe ser y hacer lo que quiere, lo que le apasiona, lo que la hace vibrar. El argumento que se esgrime para desinflar el espíritu creativo y calmar el apetito por vivir es «no te va a ir bien». En general, todos en la sociedad estamos inmersos en la creencia de que «hay que ganarse la vida», como a nuestros antecesores les dijeron que debía hacerse. Guiados por esa idea, a millones de seres humanos se les va la existencia tratando de ganar dinero y alcanzar la felicidad siendo como los demás, y no como ellos soñaron ser. En el afán de encajar, nos olvidamos de nuestros sueños y hasta de nosotros mismos. La gente hace lo que socialmente está aprobado y muchos odian sus vidas, están hartos de ir al mismo trabajo, de aguantarse todos los días al jefe, de esa relación tóxica que los consume; y, lo peor, creen que no tienen escapatoria.
La verdadera grandeza de un ser humano radica en rebelarse contra lo que han querido hacer de él. A Contracorriente se trata de tomar consciencia de la vida. Es un llamado para que cada cual comience a trazar su propio rumbo, aunque sea incierto; y a entender que somos lo que elegimos ser.
Solo los peces muertos navegan con la corriente. ¿Por qué dejarse llevar si puedes ser de los pocos valientes capaces de enfrentar, desafiar y avanzar a pesar de lo convencional? Las cometas vuelan con el viento en su contra, no a su favor.
Esta obra es una confrontación para ti, lector; es una invitación para que emprendas un viaje a lo más profundo de tu alma. Acá te enfrentarás a esas preguntas peligrosas que se convertirán en un cataclismo capaz de hacer temblar tu zona de confort, allí donde estás estancado. Si escoges esta revolución, dejarás de pertenecer a la manada y comenzarás a pertenecer a ti mismo. Es en ese momento cuando un ser humano comienza a elegir y hacerse cargo de las consecuencias de sus elecciones.
Imagina que estamos conversando tú y yo, y te voy a contar todo esto, porque yo he navegado a favor de la corriente, me he sumergido en ella, pero un día me detuve y tomé otra ruta, decidí irme en contravía de lo convencional y a diario navego corriente arriba, contra la marea.
¡Disfrútalo! Más que un libro, esta obra es un viaje en el que te invitaré a atravesar los límites, a romper el molde, a no seguir el patrón, a no ser como el modelo que todos siguen, copian o imitan. Por tanto, no hay guía ni camino ni ruta ni cartas de navegación. No hay nada, y en la nada cabe todo. ¡Es una invitación a crear, romper todo, para que no queden ni las cenizas!; y desde ahí llenar los espacios vacíos, para ser auténticos y genuinos, no copias en serie; es hora de ver crecer ideas, proyectos, emprendimientos, vida, donde antes no había nada. A Contracorriente es un estilo de vida, una postura frente a la existencia, una manera libre de ser y un estado de consciencia.
Julio Verne dijo que «el viaje más maravilloso no es al centro de la tierra, ni a los confines del universo; es al fondo de sí mismo». Por eso, recuerda que no eres de dónde vienes, eres a dónde vas.
¡Buen viento y buena mar! ¡Zarpemos!
Introducción
Los seres humanos nos vamos adormeciendo, acostumbrando, resignando, conformando. Nos vamos muriendo en vida.
Y lo peor, ni cuenta nos damos. En esa inconsciencia, nos quedamos quietos y perdemos el interés por cuestionar nuestra vida, por las cosas nuevas, nos resistimos al cambio y no queremos escapar de lo conocido y de lo seguro. Los psicólogos lo llaman «la zona de confort». Yo la llamo «zona de apendejamiento», porque eso es lo que pasa, nos vamos ahuevando y apendejando. En sus profundidades nos llenamos de pereza, sobre todo de la mental –el tipo más peligroso–; de procrastinación, mediocridad, escasez y se nos escapa la energía. En un punto empezamos a preguntarnos «¿por qué estoy solo?», «¿por qué no soy feliz?», «¿por qué estoy deprimido?», ¿por qué el dinero no me alcanza?», «¿por qué subí de peso?», «¿por qué no tengo la vida que soñé?». Y la respuesta es simple: porque te quedaste en la «zona de apendejamiento». La inmensa mayoría de los seres humanos nos vamos resignando, agotando, y ni cuenta nos damos de ello. ¡Se tenía que decir y se dijo!
Atrévete a cruzar la frontera, a pensar fuera de la caja, a ir contra la marea, a salir de la maldita zona de apendejamiento. O quédate en ella, pero deja de quejarte y de buscar culpables. Mírate al espejo, ahí está el responsable de tu experiencia existencial, de tus emociones, de tus relaciones, de tu cuerpo, de tus resultados.
La zona de confort o de apendejamiento no es otra cosa que la corriente que arrastra a las personas a ser normales, comunes, promedio y estándar. Por ser como todo el mundo, hemos enterrado nuestras pasiones y sueños. La costumbre es la droga que adormece la vida y mata la pasión, y es el campo labrado donde crece la tristeza, la depresión y las ideas suicidas.
Quienes se sumergen en las profundidades de la zona de apendejamiento, suelen defenderse teniendo la razón y no los resultados. Esgrimen argumentos claros y contundentes para justificarse, porque no tienen resultados que hablen por ellos. Un resultado vale más que mil explicaciones y un millón de excusas.
Conocí a una artista plástica brillante, pero de quien los demás se burlaban, comenzando por su familia. Sus amigos le decían que quienes estudiaban lo que ella, se dedicaban a hacer figuritas de plastilina, y sus padres, que fueron educados en la generación que todo lo mide en dinero y para quienes el éxito es la capacidad de monetizar por tu profesión, la criticaban porque no podría ganarse la vida. Al principio se llenó de dudas. Pero un día tuve el privilegio de estar con ella en un salón de entrenamiento y, después de escuchar el mensaje de que era posible ir contra la corriente y no ser común y ordinario, entendió que, aunque el mundo esté en tu contra, si estás siendo tú y no quien los demás quieren que seas, y si estás haciendo lo que amas, la vida es el más espectacular de todos los viajes. «A la mierda, voy por lo que quiero», fue su declaración poderosa. Hoy se dedica a lo que le apasiona y no a lo que «toca hacer». Los vientos en contra fortalecen el poder de tus alas. De ser una mujer apagada, pasó a ser feliz, exitosa, libre y plena. Su vida cambió al ir A Contracorriente, fue allí donde recobró su poder y valentía.
Libra tus batallas, así te digan que te vas a morir de hambre. En la corriente estás pendiente de la vida de otros, desde allí, quieres que los demás estén bien y tú te dejas para después. Y no solo eso, le das demasiado valor a la opinión ajena y eres adicto a la aprobación de las personas. Todo aquello que te hace diferente o lo que parece ‘raro’ a otros es, probablemente, tu más grandioso tesoro. Enterrarlo, porque a los demás no les parece, es sepultar el don más valioso que te fue dado.
¿Qué tal si el éxito no se mide por cuándo dinero tienes, sino por la dicha y la satisfacción que experimentas en tu vida? No solo es la cuenta corriente, también es la cuenta existencial donde el saldo se mide en felicidad y plenitud.
Una amiga me contó la historia de una familia que hacía muchos viajes al año y siempre que volvían todos repetían la misma frase: «estamos de regreso a nuestra triste realidad». Esa realidad eran deudas, trabajos aburridos, estrés, presión y una profunda necesidad de simular lo que no eran y no tenían. Los viajes eran una droga, un maquillaje para filtrar ante los demás una aparente vida exitosa. Por experiencias como estas es que digo que hay mucho estiércol detrás de lo que algunos consideran ‘éxito’.
¿Por qué nadar a favor de la corriente si puedes ser de los pocos valientes y audaces que se lanzan a nadar A Contracorriente? Henry Ford dijo un día: «Cuando todo parezca estar en tu contra, recuerda que los aviones despegan con el viento en contra, no a favor».
¿Quién escribe este libro?
Mi nombre es Henry A. Rodríguez B., periodista y coach por formación; escritor por vocación y pasión. Me dedico a desarrollar el potencial humano en organizaciones tanto públicas como privadas; en auditorios presenciales y digitales, a los que asisten cientos de personas para acelerar su capacidad de crear resultados extraordinarios y, al mismo tiempo, experimentar plenitud en sus vidas. El primer libro que escribí es Ser de Alto Impacto , publicado también por Calixta Editores y que les ha llegado a miles de lectores en toda Latinoamérica. Hoy tienes en tus manos mi segunda obra.
He pasado muchas experiencias en mi vida, cada una de ellas me ha llevado a ser quien soy y a estar donde estoy. Algunas no fueron divertidas ni agradables, pero sí apasionantes. Bueno, y es que la realidad es que no se aprende solo desde la alegría, la felicidad o la tranquilidad.
Como muchos, fui a la escuela, al colegio y la universidad a recibir un montón de información; pero luego no sabía cómo ser feliz, cómo meditar, cómo ser espiritual o cómo manejar el dinero. No sabía qué era la felicidad y menos cuál era el sentido profundo de mi existencia. Eso sí, fui ‘exitoso’ en mi carrera periodística; gané premios y tenía un buen sueldo, pero no una vida. Trabajaba como loco, sufría de estrés e hipertensión; además, tenía los triglicéridos y el colesterol volando. O sea, era normal, como todo el mundo. Estar en la corriente es aceptar que lo que pasa ¡es lo normal!, porque es lo que le pasa a todo el mundo.
Una parte importante de la vida se me fue criticándome, juzgándome y comparándome con otros. Se me fue tratando de aparentar lo que no era, para que los demás me quisieran. A pesar de mi esfuerzo, de todas maneras, se fueron. Me encantaba hablar de mi pasado y mis tragedias. ¿Si no eres fanático del género, querrías ver una película de terror cada día o cada semana, con la pareja, los amigos o la familia? Lo dudo. Vino entonces el despertar, cuando cumplí 35 años. Me harté de escucharme compadeciéndome y culpando a los demás por mis desgracias. Yo era un santo, nunca hacía nada; los demás me hacían todo. Me di cuenta de que somos adictos a los problemas, al drama y a ser víctimas, porque eso le da significado a nuestra vida. Nos sentimos importantes gracias a esas tragedias. Eso es estar en la corriente y sumido en ella; yo me estaba perdiendo de la posibilidad de una vida extraordinaria, todo por aferrarme a lo que me ocurrió algún día. Aprendí que no podía cambiar mi esencia por una mala experiencia.
Llegué a ser jefe de redacción y luego el editor en jefe del periódico El Espectador, uno de los más prestigiosos de Colombia por su lucha contra el narcotráfico. A mí no me contaron que Pablo Escobar voló ese diario en la madrugada del 2 de septiembre de 1989, yo trabajaba ahí. Recuerdo que al otro día titulamos a seis columnas Seguimos adelante. Ese ha sido mi titular muchas veces en la vida. Amaba mi trabajo, pero solo vivía para trabajar. Había dejado que el trabajo me absorbiera.
En la corriente, nos quedamos atrapados en un trabajo y se nos va la vida. Cuando nos damos cuenta, tenemos 40 años, después 50, luego 60 y se escapa la existencia. Ese parecía mi camino. Decidí hacerme cargo de mi día a día y mandé todo al carajo, la estabilidad, el ingreso y el poder de ser un periodista reconocido; me lancé A Contracorriente a descubrir el sentido de mi vida y a dedicarme a cumplirlo, a serme fiel y a no seguir el camino al éxito que nos han querido vender. En esa ruta pude emprender, crear, ser protagonista y no solo un espectador. ¡Pude hacer lo que se me dio la gana! Aún lo hago. Fue uno de esos momentos en los que maté a quien era y renací a quien estaba comprometido a ser. Hasta entonces, había perseguido muchas cosas y no había encontrado el sentido profundo de mi existencia, hasta que me encontré a mí, y aún hoy me sigo encontrando.
El despertar ocurrió cuando me sumergí en las aguas del potencial humano y pude hacer de mi vida un objeto de estudio. Pensarme, repensarme, preguntarme, cuestionarme y confrontarme me llevó a estudiar y a aprender sobre la conducta humana. Bebí en fuentes diversas, especialmente en la filosofía, la sociología, la psicología y el coaching. Recurrí a grandes maestros, filósofos, escritores, literatos y referentes en la industria del desarrollo humano; ya son más de veinte años estudiándolo. El destilado de todo este aprendizaje, de mis experiencias personales y de mi recorrido como potencializador de equipos y de seres humanos de alto impacto, en el cual he entrenado a más de cincuenta mil personas en Latinoamérica, Estados Unidos y Europa, está condensado en esta obra, que busca despertar a los lectores del letargo, la resignación y del adormecimiento en el que nos sumimos cuando nos adentramos en las profundidades de la corriente.
Me dedico a impactar con mi vida la de otros. Lo hago a través de entrenamientos poderosos en los que las personas desatan todo su potencial. Usualmente, estoy en salones y en auditorios con muchas personas. Pero el verdadero escenario que quiero llenar es el corazón de quienes me dan el permiso de llegarles con mi mensaje y mis palabras. ¡Gracias por darte la oportunidad de leer esta obra! Personas como tú, me inspiran a seguir adelante. Te mando un abrazo y nos leemos en las páginas de este libro.
Desafía la fuerza de la corriente
Atrapado en la corriente
Dicen que antes de entrar en el mar, el río tiembla de miedo. Mira para atrás todo el recorrido, las cumbres, las montañas, el largo y sinuoso camino abierto a través de selvas y poblados, y ve frente a sí un océano tan grande, que entrar en él solo puede significar desaparecer para siempre. Pero no hay otra manera, el río no puede volver. Nadie puede volver. Volver atrás es imposible en la existencia. El río necesita aceptar su naturaleza precisa y entrar al océano. Solamente entrando en el océano se diluirá el miedo, porque solo entonces el río sabrá que no se trata de desaparecer en el océano, sino convertirse en océano.
Khalil Gilbran, novelista y ensayista libanés
Los campesinos saben lo que los citadinos no entienden; el día que me quedó bien claro estábamos en la mitad de una quebrada, disfrutábamos de una tarde de río, cuando el cielo se fue tornando gris, un rugido lejano –prácticamente imperceptible– comenzó a alertar de un inminente peligro. Seguimos como si nada, jugando en las piscinas naturales; prevenida por la sirena del cauce, que solo un oído entrenado puede escuchar, Leonor, una anciana que se acompañaba con mi abuelo en el ocaso de sus vidas, se asomó a la orilla. Ella hacía señas, pero ninguno alcanzaba a escuchar lo que decía. Su desespero era evidente y pronto se convirtió en angustia. Como pudo, comenzó a saltar entre las gigantescas piedras, esas que Gabo llamó en Cien Años de Soledad «huevos prehistóricos», y por fin escuchamos sus gritos: «salgan que se viene la creciente, ya viene allá arriba». Levanté la mirada y vi la corriente embravecida, cuyo rugido en instantes se hizo ensordecedor. No hubo tiempo para el miedo, solo para la reacción. Mi exesposa y yo alcanzamos a los niños y comenzamos a luchar para salir del raudal. Las aguas, en menos de un abrir y cerrar de ojos, nos arrastraban y chocábamos con las piedras. Todo era gritos y confusión. Una fuerza descomunal, que jamás había sentido, se juntó con la de esa madre que pelea a muerte por sus hijos, y todos logramos llegar a la ribera y subir como dementes por el barranco hasta tirarnos en el borde del acantilado, lejos de las aguas bravas. Guardamos silencio, tal vez porque era imposible escucharnos, o sencillamente porque nos quedamos sin palabras y sin aliento. Leonor nos increpaba y nos reclamaba por no habernos dado cuenta de la creciente que se venía. Quedé pasmado, y fue entonces cuando el miedo me visitó y se sentó a mi lado. Bramaba como la quebrada y se me metió en forma de frío, tembladera y vacío en el vientre.
Me senté a observar la corriente y vi que arrastraba, como si fueran de hule, piedras, troncos, ramas, matas de maíz y hasta vacas. Entre más veía, más miedo sentía. El miedo es la emoción que llega cuando sientes que puedes perder algo, y yo estuve a punto de perderlo todo. Lloré de amor, porque lo tenía todo. Me visitó entonces la valentía y reconocí que gracias a ella estábamos ahí y no corriente abajo arrastrados por la fuerza desbocada de la naturaleza.
De vuelta a la casa de mi abuelo paterno Luis, escuchamos lo que para él era obvio, pero para nosotros, no. «¿Cómo no escucharon que la creciente venía?», nos reclamaba. Así suelen pasar las cosas, cuando estás tan metido en ellas, no ves lo que pasa afuera. En la quebrada, que más bien parece un río de lidia, no vimos ni escuchamos lo que el abuelo y Leonor sí. De no ser por ellos, quizá esta historia la hubiera escrito alguien más.
«Así es la vida —dijo el abuelo—, como la corriente, te acostumbras tanto a ella que no sientes la creciente, y cuando te das cuenta, te lleva, te empuja, te arrastra y difícilmente puedes salir».
Mientras lo escuchaba, pensaba en la historia de la rana y el agua hirviendo, que una vez leí en el libro de Peter Senge La Quinta Disciplina. Si echamos a una rana en una olla con agua hirviendo, saltará fuera de inmediato. En cambio, si la ponemos con agua fría, se quedará allí, tranquila, mientras calentamos el agua poco a poco, la rana no reaccionará, sino que se irá acomodando a la temperatura hasta perder el sentido y, finalmente, morirá. Más o menos eso fue lo que nos pasó en la quebrada, La guayabal le llamaba mi abuelo.
Anthony Robbins, un gran coach estadounidense, plantea en su libro Poder sin Límites, que la vida es como un río cuyo fluir no se detiene; puede uno verse a merced de la corriente si no emprende acciones deliberadas y conscientes para nadar en la dirección que juzgue más apropiada a sus intereses; si no dirigimos de manera consciente nuestras propias mentes y estados, el medio que nos rodea puede producir estados al azar, y algunos serán indeseables.
Muchos seres humanos se resignan, se conforman, se acostumbran y se dejan llevar por la corriente de la vida, como una hoja al viento. Ya no trazan el rumbo de su destino y simplemente se entregan a que pase el tiempo y se suman en la rutina, el tedio, en el día a día, en las angustias y la presión del dinero, en las circunstancias familiares, personales y laborales que consumen la vida y la relegan a un papel de juguete del destino, sin protagonismo alguno.
Son como nosotros cuando estábamos en la inconsciencia de la inminente crecida del caudal. O como la rana en la olla que poco a poco se va calentando. Lo mismo le pasa a la inmensa mayoría, que no se da cuenta de que la corriente de la vida los va arrastrando y en ella se pierde el norte, el sentido de estar acá, los sueños, la pasión, la energía y hasta el amor. Es derrotarse, tirar la toalla, rendirse, abandonar y caer en la desidia, en la falta de interés, en el desgano, la apatía, la indiferencia, el cinismo, el sinsentido y la incredulidad.
Mi abuelo tenía razón, la corriente de la vida te hala, te lleva, te atrapa y no hay cómo salirse de ella, porque es indetenible. Esa quebrada nació en la montaña y su curso la lleva al río Minero y este al río Magdalena, el más importante de Colombia, y al final muere en el océano Atlántico. En su camino se encuentra con numerosas cascadas y, al final de ellas, la corriente sigue. Es como la vida. La gente que se deja llevar por la corriente y no toma las riendas de su destino, un día se enfrenta a una especie de catarata que la lleva al fondo, como una bancarrota, una separación, un despido, el diagnóstico de una enfermedad o la pérdida de un ser querido y, allá abajo, la corriente sigue y continúa arrastrándonos hasta la siguiente precipitación, y así sucesivamente hasta el fin.
Dejarse llevar por la corriente es lo opuesto a vivir, porque no hay vida en el hecho de simplemente permanecer, estar, vegetar y seguir los parámetros que nos son impuestos. Los seres humanos tenemos la capacidad y el poder de determinar el camino que vamos a recorrer y darle un sentido a nuestra existencia, más allá del cauce que tomen las cosas o la vida. Somos los autores de nuestro destino. Abandonarse a la corriente es vivir en la inautenticidad, porque no vinimos a ser materia inerte llevada por la fuerza externa de los acontecimientos o la vida misma.
Es como en la historia de las ovejas y el león. Cierta mañana una manada de leones descansaba en la pradera, y la tierra comenzó a temblar; ellos levantaron la cabeza y cuál fue su sorpresa al ver que venía una estampida de animales salvajes. Intentaron correr para no ser aplastados por los elefantes, rinocerontes, cebras, jirafas y miles de animales más que corrían despavoridos. En un intento por salvarlo, la leona tomó por el lomo a su cachorro y lo tiró colina abajo. La estampida acabó con la manada. Justo cuando bajó la polvareda y el cachorro de león recobró el sentido, pasaba por el