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Las tres leyes de la naturaleza humana (y su influencia permanente): Trilogía «Iguales en lo diferente, somos uno»
Las tres leyes de la naturaleza humana (y su influencia permanente): Trilogía «Iguales en lo diferente, somos uno»
Las tres leyes de la naturaleza humana (y su influencia permanente): Trilogía «Iguales en lo diferente, somos uno»
Libro electrónico617 páginas6 horas

Las tres leyes de la naturaleza humana (y su influencia permanente): Trilogía «Iguales en lo diferente, somos uno»

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«Historia de la humanidad contada por los perdedores».

Si no sabes a dónde vas, nunca podrás llegar a la meta. Si el Homo sapiens no se conoce a sí mismo, si no conoce ni sabe interpretar su propia historia, si sigue siendo un animal gregario incapaz de desarrollar su espíritu crítico y si la mujer no participa como protagonista en esta revolución, el uno por mil de la humanidad seguirá dominando al novecientos noventa y nueve por mil restante,como siempre ha sido.

Conociendo nuestra utopía («somos uno»), podremos empezar a desbrozar el camino hacia ella y solo así podremos conseguir que el futuro de la especie, mal llamada, Homo sapiens esté en nuestras manos, en las de la mayoría.

Y el único camino para conseguirlo se apoya en tres elementos esenciales: la educación en el desarrollo del espíritu crítico, la mujer como parte decisoria en el camino a recorrer y la consecución de una verdadera democracia, capaz de controlar a sus electos imposibilitando la corrupción y eliminando de raíz la posibilidad de sus alianzas con el uno por mil.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento14 abr 2021
ISBN9788418548420
Las tres leyes de la naturaleza humana (y su influencia permanente): Trilogía «Iguales en lo diferente, somos uno»
Autor

José Antonio Torrealday Llona

a.- Primera juventud (hasta los veintiún años): ocho años en un seminario con tres excelentes cursos de Filosofía. b.- Un año trabajando como «peón» en una empresa del sector del plástico en Basauri. c.- De los veintidós a los veintiséis años: cuatro cursos de estudios universitarios de Ciencias Económicas en la UPV de Sarriko, conviviendo en pisos con jóvenes de filiación comunista, socialista, nacionalista y separatista de índole radical. Fui delegado de curso varios años, organicé huelgas y manifestaciones contra el franquismo, pero nunca me afilié a ningún partido, aunque sí fui invitado en diversas ocasiones. d.- Catorce meses de servicio militar obligatorio de octubre 1971 a diciembre 1972 en Córdoba y Cádiz, por estar «fichado» por la guardia civil por «actuaciones contra el orden público». Aprobé el 5º curso de Económicas durante el servicio militar. e.- De los veintiocho a los treinta y cuatro años: director administrativo y jefe de personal en una empresa metalúrgica de Gernika. f.- 15 de mayo de 1979: fundo mi primera empresa y sigo de empresario, teniendo actualmente cerca de ciento ochenta personas en las plantillas del grupo empresarial familiar. g.- Siempre: lector empedernido, curiosidad desbordante, constancia en proyectos, luchador incansable —al menos, hasta no hace mucho— y siempre más preocupado por los empleados y la sociedad que por las propias empresas. h.- Desde hace unos cinco años: vuelta a los estudios de filosofía y sociología y desarrollo por escrito de mis reflexiones.

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    Las tres leyes de la naturaleza humana (y su influencia permanente) - José Antonio Torrealday Llona

    Introducción

    Me he planteado seriamente analizar y exponer unos conocimientos adquiridos durante toda mi experiencia vital para, de una u otra forma, convertirlos en instrumentos que puedan servir para enseñar a otras personas, y en especial a mis propias hijas y nietos.

    Tuve la suerte de estar en un seminario durante ocho años de mi vida y de estudiar a los principales filósofos con un profesorado excelente. Ello me ayudó fundamentalmente a crear un «pensamiento crítico» tanto sobre los escritos como sobre las palabras y los actos de las personas.

    Este «pensamiento o capacidad crítica» me ha servido fundamentalmente para intentar analizar la realidad con la máxima objetividad posible, separándola de mis propios sentimientos y prejuicios, y también para procurar no aceptar como veraz ninguna afirmación que no hubiera sido comprobada y examinada por mí con la suficiente eficiencia.

    Pero cuando he intentado razonar, para poder después explicar, sobre la enorme discordancia entre lo que nos cuentan y piden las religiones —«amar al prójimo como a vosotros mismos, ayudar al necesitado y apoyar al débil»—, y lo que realmente sucede en las relaciones humanas —donde el egoísmo es tan apabullante, donde el odio y el rencor, la envidia y el deseo del mal ajeno parecen siempre los sentimientos dominantes, mires donde mires—, me he encontrado sin respuestas y sin razones que justifiquen tales formas de entender y vivir dichas relaciones.

    ¿Por qué es tan fácil ser desleal, envidiar, desear mal al que triunfa, comentar «algo habrá hecho», pensar que los demás nos quieren perjudicar, tender a rechazar al inmigrante o al diferente, sentir rencor incluso por quien nos ha ayudado, ser desagradecido, etc.?

    ¿Y por qué nos resulta tan difícil admirar al triunfador —nadie es profeta en su tierra—, ser hospitalarios, estar dispuestos a ayudar a los demás, perdonar y olvidarnos de la afrenta recibida, pensar en el otro antes que en uno mismo, etc.? ¿Por qué siempre actuamos con egoísmo?

    Con este estudio pretendo acercarme a un concepto tan complejo como el de entender el alma humana con la única intención de buscar alguna explicación a una historia de la humanidad tan cruel y a una mente humana tan incomprensible por haber sido capaz de haberla hecho posible.

    Para entender al género humano es previo, necesario e imprescindible preguntarnos por los «porqués», intentar acercarnos a una interpretación de las fuerzas que, desde el principio de la era del Homo sapiens, han movido la humanidad y acercarnos así al conocimiento de nuestra propia historia.

    Y puedo afirmar, mirando a la historia de la humanidad, que las utopías son necesarias e imprescindibles en el avance de los derechos humanos y sociales de las personas más débiles de nuestra sociedad, y que las utopías son metas por las que puede merecer luchar, ya que nos aportan objetivos, ilusiones y razones para seguir creyendo en el Homo sapiens, y en sus capacidades para mejorar la convivencia entre todos nosotros.

    Pero, como podremos comprobar en este ensayo, he de aceptar que lo que realmente ha movido siempre el mundo son las tres leyes de la naturaleza humana, dos que compartimos con todos los seres vivos y otra que nos diferencia de ellos. Las tres leyes nos condicionan y la mayoría de las veces determinan nuestros actos y voluntades, obstruyendo paradójicamente la utópica fantasía de una convivencia feliz entre los seres humanos.

    Releyendo a Charles Dickens (Historia de dos ciudades) se me ha ocurrido que el título del libro debía ser: Iguales en lo diferente: somos uno; sus palabras podrían perfectamente referirse tanto a la época de la Revolución Industrial en la que vivió Charles Dickens como a la nuestra, al año 2020.¹

    Dickens identificaba a su época como la mejor y la peor de los tiempos, la edad de la sabiduría y de la tontería, de la fe y de la incredulidad, la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación, todo se nos ofrecía como nuestro y no teníamos absolutamente nada.

    Dickens consideraba a cada ser humano como singular y diferente y, al mismo tiempo, formando parte de la humanidad.

    ¿No sirven las mismas palabras para el año 2020?

    ¿No ha provocado el COVID-19 una situación crítica en la humanidad que nos ha de servir para reflexionar de la misma manera que Charles Dickens?

    ¿No podemos considerar a nuestra época también como la mejor y la peor y que todos somos iguales y todos somos diferentes?

    ¿No somos acaso todos los seres humanos únicos y diferentes y al mismo, si no somos capaces de entender lo que nos une, no es verdad que seguiremos sujetos al dominio de unas «pocas personas singulares» que nos conocen mejor que nosotros mismos?

    ¿No es nuestra época la edad de la extensión de la sabiduría al máximo de personas posible?

    Estamos en el mejor y el peor de los tiempos.

    El fundamento de cualquier entendimiento futuro entre los seres humanos es, como expondré en este ensayo, este concepto: somos uno.

    Esta debe ser nuestra utopía del siglo xxi.

    Llevamos millones de años diferenciándonos en rasgos superfluos como el color del pelo o de la piel, la altura o la anchura, el color de los ojos o su forma.

    Pero seguimos siendo iguales en lo diferente, somos uno y necesitaremos muchos años para asimilar este concepto, porque nuestras leyes naturales nos inducen precisamente a lo contrario, al egoísmo personal y social, a diferenciarnos de los otros, a superar al otro y a distinguirnos del otro.

    Pero hemos de llegar a comprender que el concepto de clan y tribu son ideas defensivas creadas en otros tiempos de nuestra común historia para defendernos del otro, del diferente. Hoy día la cultura dominante es única para todos y cada vez «más única».

    Hemos de reconocer que la inmensa mayoría de los conceptos tradicionales de las culturas pequeñas, de las tribus, pueblos y pequeñas naciones se están reconvirtiendo en conceptos unidos a la identidad de cada una de ellas, pero al mismo tiempo se están aportando a la identidad global como patrimonio de toda la humanidad, nada desdeñable sino deseable, y al mismo tiempo nos encontramos con personas de distintas razas bailando o gozando de un mismo folclore y de una misma identidad, sin que ello suponga menoscabo, sino plenamente enriquecedor.

    Pero si partimos de estas dos ideas fundamentales —todos somos uno y todos, cada persona, somos diferentes—, podemos y debemos llegar a la conclusión fundamental de admitir que cada uno de nosotros es diferente de todos los demás, de todos, pero al mismo tiempo, que somos todos iguales ante la vida.

    Yo no conocí a ninguna persona no española en toda mi vida estudiantil, que duró hasta que terminé el servicio militar, es decir, hasta casi cumplir los veintiocho años.

    Nuestros hijos y nietos tienen la inmensa ventaja de coincidir con personas de otras razas, colores y culturas desde niños y lo tienen mucho más fácil para comprender este mensaje y para ponerlo en práctica, aunque las experiencias interraciales en tantos países todavía no hayan dado los frutos esperados de entendimiento y aceptación mutua.

    Lo difícil y problemático es conseguir que el ser humano llegue a conocerse a sí mismo lo suficiente, es decir, a conocer sus tendencias innatas y también sus propias capacidades, para poder desarrollarse como un ser independiente y capaz de tomar las decisiones correctas y oportunas en cada ocasión.

    Ello supondría llegar a ser un ser libre y adulto, también plenamente capaz de tratarse a sí mismo y a todos los demás seres humanos como libres y adultos, es decir, respetándolos como tales y sin olvidar nunca que, aunque siempre estaremos sujetos a las tendencias innatas latentes, también tenemos aptitudes innatas para desarrollar nuestras capacidades.

    Este ensayo quiere servir de ayuda a la reflexión, al acercamiento a entender el «alma humana», al conocimiento de las razones por las que actúa, a comprender que en todo ser humano, desde el mismo momento de su nacimiento, hay tres leyes naturales e innatas que lo van a condicionar durante toda su estancia en la sociedad humana, y que en todo ser humano hay tendencias innatas latentes dispuestas a manifestarse a la mínima oportunidad, pero que también hay capacidades innatas latentes que puede desarrollar si se le ayuda.

    Lo primero, lo fundamental es conocer cómo funciona el Homo sapiens, cuáles son las leyes de la naturaleza humana, sus tendencias y capacidades innatas.

    Lo segundo es reconocer la historia de la humanidad, pero a partir del conocimiento del ser humano, para llegar a «entenderla», para saber dónde estamos actualmente y para definir qué podemos y queremos hacer con nuestro próximo futuro.

    El último paso será el de adecuar la educación de cada nuevo Homo sapiens para enseñarle a desarrollar las capacidades que servirán para controlar las tendencias.

    Solo así podremos soñar con la utopía de una convivencia real entre todos los que formaréis la sociedad humana en un futuro próximo, en la que estarán mis hijas y nietos, aunque, como bien lo expone Santiago Beruete, ello no va a resultar fácil, porque necesitaremos individual y colectivamente paciencia, constancia, tenacidad y esperanza.²

    Pero tenemos derecho a creer en nuestra propia utopía.

    Y siempre con este criterio:

    Haz por los/as demás lo que quisieras que ellos/as hicieran por ti.


    ¹ Era el mejor de los tiempos y el peor —sobre el año 1775—; la edad de la sabiduría y de la tontería; la época de la fe y de la incredulidad; la estación de la luz y la de las tinieblas; era la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación; todo se nos ofrecía como nuestro y no teníamos absolutamente nada; íbamos todos derechos al cielo, todos nos precipitábamos al infierno. En una palabra, a tal punto era una época parecida a la actual —año 1860 cuando escribió el libro—.

    Es un hecho asombroso y digno de reflexión que todo ser humano esté constituido de tal forma que siempre haya de ser un profundo secreto y un misterio para sus semejantes; que cada corazón singular que late en los cientos de miles de pechos que los habitan es, en algunos de sus ensueños y pensamientos, un secreto impenetrable para el corazón más próximo (Dickens, 1859).

    ² ¿Qué nos falta como sociedad? Individualmente, paciencia, constancia, tenacidad y esperanza (Beruete, 2019).

    I.

    El ser humano

    ¿En qué consiste el presente libro?

    Con absoluta claridad he de decir que soy una persona muy curiosa y que acostumbro a estar leyendo de forma permanente todo lo que llama mi atención. Y que mi curiosidad me anima a subrayar en los libros cuantas ideas de los autores considero de interés y es por ello por lo que prefiero leer libros en papel.

    Al repasar mis reflexiones sobre la naturaleza humana, decidí investigar más profundizando en lo expuesto por autores especializados y no especializados y empecé a comentarlo con personas expertas.

    Con tanto por aprender, me preguntaba siempre por la razón de ser de la inmensa contradicción entre una historia de la humanidad repleta de guerras, odios, venganzas, sadismo y racismo y unas religiones que predicaban amor y paz y sin embargo siempre están presentes en el centro de los conflictos y demasiado cerca del poder.

    Y así he llegado al punto de intentar profundizar sobre una materia tan amplia, y al mismo tiempo sin respuestas convincentes hasta la fecha, al menos para mí, como es la naturaleza del ser humano y sus propias contradicciones.

    Son miles de citas de cientos de autores que he recopilado a lo largo de los últimos quince años, ya que antes no subrayaba las ideas que consideraba interesantes.

    He aprendido mucho, muchísimo de todos ellos.

    En esto consiste lo que yo denomino «sentido crítico»: en comprender que siempre estamos aprendiendo, en comprender que todos somos diferentes y al mismo tiempo iguales, en comprender que la vida sin una mente abierta y curiosa, crítica y reflexiva, puede quedarse vacía de contenido.

    Aprender a escuchar e intentar comprender al otro es fundamental, aunque debo reconocer que escucho más a gusto y con más atención a los escritores —al leer sus libros— que al conferenciante o al interlocutor verbal.

    Considero absolutamente justo agradecer a todos ellos lo que he disfrutado durante miles y miles de horas leyendo y aprendiendo.

    Y desde aquí recabo el permiso de todos ellos para extender sus ideas y conocimientos a través de este texto o ensayo.

    Mi intención siempre ha sido aprender de todos los autores y espero haberlos entendido e interpretado correctamente.

    Mi objetivo fundamental es exponer con sencillez mis opiniones sobre la naturaleza humana y sobre la propia historia del Homo sapiens. No pretendo otra cosa que explicar todo lo que he aprendido en mis muchos miles de horas de lectura y sacar con sentido crítico mis propias conclusiones.

    No soy ningún experto, pero como a mí me ha sucedido en muchas ocasiones, a veces es necesario que venga alguien «de fuera», alguien «extraño» que, mirando con ojos nuevos, con una perspectiva absolutamente diferente, pueda comentar algo así como: «¿Por qué dejas la bici en el portal, si tienes ese trastero vacío?».

    Y me he quedado con los ojos en blanco con la única y absurda respuesta de que «siempre se ha hecho así». Y como la costumbre de dejar la bici en ese lugar es «de siempre», ninguno en casa nos habíamos dado cuenta de que había otro lugar mucho mejor para ello y que, además, liberaba una zona del portal.

    Y con esta mentalidad no de innovador, sino de simple curioso que se ha metido a estudiar una materia tremendamente interesante y atractiva, me presento a quien quiera leer lo expuesto.

    Estoy convencido de que mis conclusiones podrán molestar a muchas personas que siempre han tenido convicciones diferentes sobre el ser humano y que incluso muchos me llamarán intruso, estúpido o patán por hacer afirmaciones categóricas sobre el ser humano.

    Debo decir humildemente que todo lo que expongo son reflexiones y conclusiones absolutamente personales, ya que no he encontrado respuestas mejores que vengan a explicar o razonar las grandes incógnitas planteadas como:

    ¿Por qué el ser humano es así?

    ¿Por qué actúa siempre con egoísmo?

    ¿Por qué tenemos una historia tan cruel y despiadada?

    ¿Por qué las religiones han sido siempre incapaces de cumplir con sus predicamentos?

    ¿Por qué somos agresivos o indiferentes con el extraño o el diferente?

    ¿Por qué podemos llegar a odiar a quien conocemos sin más causa que su aparente éxito o situación?

    ¿Por qué no denunciamos con mayor rotundidad a los fariseos, que hablan de una forma y siempre actúan de otra?

    No hay peor crueldad con «el otro» que la indiferencia ante el mal o dolor ajeno. La tendencia de la condición humana no tiene límites cuando se pone a explorar su potencial para producir daños inconscientes.

    Si consigo que mucha gente lea, entienda lo que escribo y me critique con dureza o con indulgencia, pero al mismo tiempo reflexione sobre lo aquí expuesto, habré conseguido sobradamente mi meta.

    Lo ideal es que dentro de tres o cuatro años se pueda publicar una segunda edición muy mejorada con las aportaciones de cientos de personas que hayan ayudado a mejorar las reflexiones aquí hechas.

    En todo caso, espero que a algunos les pueda ser de interés y los ayude a repensar un poco sobre lo que aquí expongo, con ello me conformo.

    1.

    El ser humano y la maldad

    1. El egoísmo en la naturaleza humana

    El egoísmo es una verdadera lacra. ¿No será esta la principal causa de la agresividad y la violencia?

    Analicemos las diversas opiniones:

    1.Platón. En su República, Glaucón, hermano de Sócrates, insiste en que la buena conducta de la gente solo existe por el interés personal: las personas solo hacen lo correcto porque temen ser castigadas si son atrapadas. Si las acciones humanas fueran invisibles a los demás, dice Glaucón, incluso el hombre más justo actuaría egoístamente y no se preocuparía si le hiciera daño a alguien en el proceso.

    2.Thomas Hobbes (filósofo inglés del siglo xvii). Pensaba que los seres humanos deben formar contratos y los Gobiernos deben evitar que sus tendencias violentas y egoístas tomen el control. Decía que el hombre es un lobo para el hombre porque es agresivo y egoísta por naturaleza. El hombre es malo por naturaleza, de modo que se necesita un poder absoluto para controlar los impulsos agresivos.

    3.Jean-Jacques Rousseau (siglo xviii). Defiende que el ser humano es bueno y empático. Lo que hace al hombre malo, lo que despierta su agresividad es la propiedad privada. Porque si esto es mío, otro puede decir «yo también lo quiero» y así aparece la competencia, la envidia y la agresividad.

    4.John Locke. Pensaba que los seres humanos son intrínsecamente tolerantes y razonables, aunque reconocía la capacidad de la humanidad para el egoísmo.

    5.Sigmund Freud. Decía que la naturaleza humana contiene la potencia o facultad tanto de ser bueno como malo. Consideraba que la violencia es una parte constitutiva de la naturaleza humana, fundamental para defendernos y seguir viviendo.

    6.Erich Fromm. Ofrece una respuesta aglutinadora: no se puede decir que el hombre sea ni bueno ni malo, sino que existe un conflicto humano existencial; por un lado, somos animales con instintos, pero a diferencia de ellos, nuestros instintos no son suficientes para la supervivencia. En cierta forma, somos los animales más vulnerables y por eso nos organizamos en comunidades que nos dan protección y seguridad.

    Para poder formar estas sociedades echamos mano de nuestro aspecto racional: llegamos a acuerdos y consensos.

    7.Paul Bowles. En la revista Science de 2008 examinó cuarenta y un estudios de incentivos y comportamiento moral, revelando que unas personas tienden a cooperar más que otras.

    8.Franjo Weissing. En 2015 demostró que la estrategia de comparar los éxitos y fracasos de unos con los de otros induce a las personas a involucrarse en comportamientos centrados en su propio beneficio y no en el del colectivo. Ello viene a exponer que factores situacionales pueden empujar a la gente a la cooperación o al interés propio.

    No hay, pues, demasiado acuerdo en la naturaleza del ser humano, pero sí en que el egoísmo siempre está presente.

    2. El odio y el sadismo en el ser humano

    El egoísmo innato de unos pocos seres humanos y el uso de la fuerza para intentar cubrir su insaciable insatisfacción con lo que son y poseen son la base de todos los males humanos, de su sadismo, de sus odios y de todas las guerras.

    Las guerras no son el resultado de la estupidez humana ni el odio y el sadismo son el leitmotiv de las guerras.

    Las guerras son el resultado de la ambición y el ansia de poder de unos pocos y una de sus consecuencias más negativas es que las partes contendientes pueden llegar a odiarse y a justificar el sadismo y el daño gratuito como parte natural del proceso.

    No tengo otro remedio que reconocer que el ser humano, el Homo sapiens, es capaz de actuar, en función de las circunstancias que le haya tocado vivir, con una crueldad, una avaricia, una ambición de poder y un odio que superan cualquier comparación con los demás animales existentes en la Tierra.

    ¿Es el odio, entonces, algo innato en el ser humano?

    ¿Es la crueldad innata al ser humano?

    ¿Es la maldad innata al ser humano?

    ¿Es posible que, poco a poco, el ser humano haya podido ir mejorando o templando su «crueldad natural» y su «egoísmo» desde hace doce mil años?

    ¿Es posible que de cara al futuro el Homo sapiens sea capaz de mejorar su convivencia y sus tendencias innatas latentes?

    ¿Es posible soñar con esta utopía?

    3. ¿Es innata la maldad humana?

    Los expertos estiman que en cada ser humano hay un lado oscuro, pero que también existe un lado predispuesto a la bondad y a hacer el bien. Consideran que en nuestro interior coexisten a partes iguales la tendencia al mal y la capacidad para el bien. Y según algunos de ellos, hay circunstancias biológicas y culturales que propician la perversidad.

    Según un reciente y muy amplio estudio de población, hay un 20 % de personas que actúan siempre en un modo compasivo y respetuoso con las reglas, alrededor de un 4% que actúan sistemáticamente en el orden y la conducta antisocial, incluyendo el 1 % de los individuos verdaderamente peligrosos, y un 76 % de personas que actúan con bondad o maldad dependiendo de cómo sople el viento, es decir, actúan influenciados por el comportamiento de los demás y por las circunstancias de cada momento.

    Dicho estudio concluye que una gran mayoría de nosotros podemos o somos capaces de causar un daño muy grande, es decir, tenemos poderes destructivos en nuestro interior.

    Podríamos resumir que:

    •hay un instinto de maldad en el ser humano;

    •todos somos capaces de causar daño;

    •tenemos un enorme poder destructivo.

    Sin embargo, yo me pregunto:

    ¿Esa tendencia a la crueldad es consecuencia del egoísmo innato?

    ¿Todos los seres humanos estamos sujetos a esa tendencia?

    ¿No poseemos capacidades para controlar esa tendencia?

    ¿Es posible algún cambio en los seres humanos?

    ¿Es innata la maldad?

    ¿Qué alimenta el daño gratuito?

    ¿Por qué se envidia, se ambiciona lo del otro, se llega a odiar y a desear lo peor?

    ¿Por qué unos seres humanos actúan honestamente y otros no?

    Son las eternas preguntas que requieren respuestas.

    4. Teorías sobre la violencia humana

    Opiniones sobre la violencia en el ser humano:

    1.Charles Darwin. Expuso con su teoría evolucionista que sobrevivían los más aptos y sucumbían los menos aptos, pero sin considerar que fueran los mejores.

    2.Sigmund Freud. Nos muestra que ya muy pronto, en la historia de la humanidad, la fuerza muscular fue sustituida por el empleo de herramientas, triunfando los que tenían mejores armas o los que sabían emplearlas con mayor habilidad.

    Con la adopción de las armas, la superioridad intelectual empieza a ocupar la plaza de la fuerza muscular bruta, pero el objetivo general de la lucha sigue siendo el mismo: por daño o aniquilación uno de los dos contendientes ha de abandonar sus pretensiones u oposición.

    Dice Freud: «Nosotros creemos en el instinto de odio y de destrucción del ser humano. Los instintos de los hombres son de dos categorías:

    a.los eróticos, que tienden a conservar y a unir;

    b.los de agresión o de destrucción, que tienden a destruir y matar».

    Según Freud, el ser humano protege en cierta forma su vida destruyendo la vida ajena y la conclusión es que serán inútiles los propósitos para eliminar las tendencias agresivas del mundo.

    Freud utilizó los nombres de eros y tánatos para referirse a dos instintos básicos que actúan en el hombre.

    Eros, el instinto de la vida: su característica es la tendencia a la conservación de la vida, a la unión y a la integridad, a mantener unido todo lo animado. Un instinto que tiende a la unión, a la vida, que posibilita el sexo como placentero y como generador de nueva vida.

    Tánatos, el instinto de la muerte: designa las pulsiones de muerte que tienden hacia la autodestrucción con el fin de hacer que el organismo vuelva a un estado inanimado, a la desintegración, hacia la muerte, en una palabra. Entre sus diversas manifestaciones están la agresividad y la violencia.

    Ambos instintos son parte de todos los seres humanos y empiezan a operar o están presentes desde que cada individuo nace. Entre ellos hay una permanente lucha que crea tensión, tanto en el individuo en particular, como posiblemente también en la sociedad humana.

    En toda vida personal —y también en la vida colectiva— puede observarse la presencia de estos instintos. Todos aquellos sentimientos «bajos», como los malos deseos, la envidia, la crueldad, el odio, la descalificación, la morbosidad, etc., nos muestran que en las personas está actuando tánatos.

    Por el contrario, en aquellas actividades humanas elevadas, como el verdadero amor, la caridad, la tolerancia, la solidaridad, el querer crecer y desarrollarse, desear hijos, educarlos, etc., está presente eros.

    Eros construye y une.

    Tánatos destruye y desune.

    En la vida personal hay ciclos y etapas: en unas es eros quien se hace más fuerte, pero también hay etapas en las que el instinto de muerte se fortalece, como en una depresión, un odio intenso o en los deseos de suicidio.

    También en la sociedad observamos estos ciclos: una guerra, un genocidio, una persecución étnica o religiosa, son todos ellos una clara manifestación de la presencia de tánatos.

    Freud considera —junto con Konrad Lorenz— que la agresión puede descargarse de diferentes formas. Por ejemplo, haciendo deporte.

    3.Nicolás Maquiavelo y Nietzsche consideran que la violencia es algo inherente al género humano y la guerra una necesidad de los Estados.

    4.Anna Freud nos dice que el instinto de agresión infantil aparece en la primera fase bajo la forma de sadismo oral, utilizando los dientes como instrumentos de agresión; en la fase anal son notoriamente destructivos, tercos, dominantes y posesivos; en la fase fálica, la agresión se manifiesta bajo actitudes de virilidad, en conexión con las manifestaciones del llamado «complejo de Edipo».

    Dice que el niño, incluso el más inocente y pacífico, tiene sentimientos destructivos o «instintos de muerte». La agresividad del niño puede ser estimulada por el rechazo social o por una simple falta de afectividad emocional, un peligro que aumenta en una sociedad que enseña, desde temprana edad, que las cosas no se consiguen sino por medio de una inhumana y egoísta competencia.

    El otro no se nos presenta en nuestra educación como un colaborador, sino como un competidor, un enemigo.

    5.Robert R. Sears. Afirma que la agresión es una consecuencia de las frustraciones y prohibiciones con las cuales tropiezan los niños en su entorno.

    6.Los naturistas. Muchos de ellos —san Agustín, Lutero, Calvino, Rousseau…— defienden que el hombre nunca fue agresivo ni imperfecto desde su nacimiento. Consideran que el comportamiento humano más que ser genético o hereditario es un fenómeno adquirido por medio de la observación y la

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