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Claudia Cairó: Entre dos mundos
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Libro electrónico246 páginas3 horas

Claudia Cairó: Entre dos mundos

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Información de este libro electrónico

El hombre pálido le puso la moneda antigua en la mano de Claudia diciéndole: "Este es tu talismán con poderes mágicos que te guiará por los peligrosos y extraños caminos que recorrerás…". Ella miró el dragón alado gravado en una de sus caras.
Pero eso no era más que el principio.

La vida de Claudia transcurría sin sobresaltos. Estudiaba, compartía con sus amigos y jugaba en el equipo de voleibol del colegio.

En su casa escapaba de la rutina inventando viajes y escribiendo cuentos, algunos de ellos con su amigo Ricardo.

Nunca, a pesar de su inagotable imaginación, intuyó que estaba escrito que una sucesión azarosa de acontecimientos la conduciría por caminos insólitos para reencontrar la magia perdida. Conoció personajes que la ayudaron, pero también se enfrentó con enemigos poderosos que trataron de impedir su designio.

Un día, como cualquier otro, Claudia caminaba por el Barrio Gótico de Barcelona y, guiada por una triste melodía, se detuvo frente a un joven violinista vestido de negro. Este encuentro cambió su vida.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 oct 2021
ISBN9788411141758
Claudia Cairó: Entre dos mundos

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    Claudia Cairó - Raimond Armengol Argemí

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Raimond Armengol Argemí

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1114-175-8

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    Raimond Armengol Argemí

    Emigró con sus padres cuando tenia 11 años desde un pequeño pueblo del mediterráneo español (L´Ametlla del Vallès, Cataluña) a Venezuela, país que pronto le sedujo, en donde se casó y tuvo dos hijos; en él se formó, trabajó como médico y ejerció la docencia en la universidad.

    Tuvo oportunidad, por su trabajo, de conocer los rincones más insospechados de ese sugestivo país tropical, incluyendo las exuberantes regiones selváticas entrando en contacto con la población originaria. También ha recorrido los países de América, Europa, algunos de África y del Cercano Oriente siendo consultor de la Organización Mundial de la Salud y La Unión Internacional en el tema de salud respiratoria.

    Le apasiona el mar y dejarse cautivar por la contemplación de lo profundo y enigmático.

    En sus ratos libres, disfruta cuidando del jardín, el pequeño huerto y algunos animales domésticos. Encontró tiempo para leer y escribir.

    .

    CLAUDIA CAIRÓ | ENTRE DOS MUNDOS

    SOBRE ESTA NOVELA

    El hombre pálido puso la moneda antigua en la mano de Claudia diciéndole: «este es tu talismán con poderes mágicos que te guiará por los peligrosos y extraños caminos que recorrerás…» Ella miró el dragón alado grabado en una de sus caras. Pero eso, no era más que el principio.

    La vida de Claudia transcurría sin sobresaltos. Estudiaba, compartía con sus amigos y jugaba en el equipo de voleibol del colegio.

    En su casa, escapaba de la rutina inventando viajes y escribiendo cuentos, algunos de ellos con su amigo Ricardo.

    Nunca, a pesar de su inagotable imaginación, intuyó que estaba escrito que una sucesión de acontecimientos la conduciría por extraños caminos para reencontrar la magia perdida. Conoció personas que la ayudaron, pero también se enfrentó con enemigos poderosos que trataron de impedir su designio.

    Un día, como cualquier otro, Claudia caminaba por el barrio Gótico de Barcelona y, guiada por una triste melodía, se detuvo frente a un joven violinista vestido de negro. Este encuentro cambió su vida.

    Fairy, Fantasy, Female, Fictional

    La saga de Claudia Cairó "Al Rescate del Mundo Mágico" nos sumerge en las peripecias y peligros que ella afronta para revivir la magia y con ella a los seres fantásticos que han sido desterrados por fuerzas malignas.

    En este episodio, Claudia nos cuenta como se vio envuelta en esta lucha ayudada por algunos personajes maravillosos.

    A Clari por su estímulo.

    A mis hijos Javier y Andrés por dar sentido a la imaginación.

    A mis nietos Ricardo, Eric, Alex, Anton y Benno, fuentes de inspiración.

    .

    Al final, los hechos no son los importantes, sino la fantasía sobre los hechos.

    Marcela Serrano, Para que no me olvides.

    Quiero amigos serios de esos que hacen de la realidad su fuente de aprendizaje, pero que luchan para que la fantasía no desaparezca.

    Fernando Pessoa, Mis amigos son todos así.

    Libro del desasosiego

    .

    Navegando a bordo del Atlantis siguiendo la ruta del sur, más allá del ecuador y cerca del trópico de Capricornio, escribo estos apuntes durante los escasos momentos libres de que dispongo en el día y con la única intención de recordar algunos hechos enigmáticos ocurridos pocas semanas atrás y que quizás algún día ampliaré. Por las noches escribo mi diario. Tanto los apuntes como el diario que acabo de empezar los dedico a mi hermano Andrés, a mis amigas y amigos del colegio, entre ellos, con mucho cariño para Bárbara, mi confidente, y Ricardo, tan soñador como yo, con quien, en el balcón de mi casa o en el parque o en las calles, inventábamos aventuras.

    Claudia

    Septiembre 2002

    CAPÍTULO I - En mi ciudad

    1.- Los cuentos que escribíamos

    A pesar del bullicio que reinaba en la calle pude oír a Ricardo llamándome:

    —¡Eh, Claudia! Espera… ¡Claudia!…

    Yo caminaba rápido hacia mi casa; era el último día de cole antes de las vacaciones de Navidad. Dejé a Ricardo, Bárbara, Nuria y Jaime contándose lo que harían durante las vacaciones. Sentía frío; además, no tenía nada que contar.

    Me di la vuelta. Ricardo corría a toda velocidad zigzagueando para esquivar a la gente. Tan pronto me alcanzó, aún jadeante, me preguntó:

    —¿Por qué te marchaste tan rápido? Uf… Ni siquiera te despediste. —Y sin esperar respuesta continuó—: ¿Vamos un rato al parque?

    —Ahora no, hay mucho viento y frío, siento las manos y la cara congeladas. Mejor lo dejamos para mañana y así le decimos a Bárbara que venga con nosotros —contesté frotándome las manos y agregué—: Si quieres vamos a mi casa.

    Mi casa está cerca de la de Ricardo y solemos regresar juntos del colegio. Vivo en un piso alto con vistas al puerto y desde el balcón viajo a bordo del barco que esté amarrado en el muelle; a veces viajamos juntos. De estas escapadas imaginarias, las que nos gustan más las escribimos en su ordenador. Imprimimos algunas que guardo en mi casa. Ahora que lo pienso, nunca he vuelto a releer estos relatos, pero sé que están allí, vivos, esperando…

    —Voy a ordenar nuestros relatos —le dije a Ricardo mientras él abría las puertas del balcón, y continué—: Imagino que alguno habrá escapado.

    Nos reímos. Mientras los ojeaba, recordaba que conocí a Ricardo cuando empecé el primer curso del ESO. Tiene tres hermanos menores que él y cuando estamos en su piso, escribiendo en el ordenador, nos molestan continuamente, parecen abejorros zumbando… Bzzzz. Yo solamente tengo uno, se llama Andrés y le llevo cuatro años. En noviembre cumplió ocho y con el dinero que me da de vez en cuando la abuela y que guardo para una buena ocasión, le compré una camiseta del Barça. ¡Era una buena ocasión! Le gustó mucho.

    Ricardo me saca de mis cavilaciones diciendo:

    —¡Mira, Claudia! —Estaba de pie en el balcón y señalando hacia el puerto me dice—: Hay un barco amarrado en el muelle que ayer no estaba. ¡Es grande! Debe haber venido de muy lejos ¡Prepara las maletas…!

    Dejé los relatos y corrí hacia el balcón mientras Ricardo continuaba diciendo:

    —¿Qué traerá en sus bodegas? —Él mismo se respondió—: Trae los ingredientes para nuestros relatos… y me pregunto, ¿qué se llevará de aquí?…

    —No lo sé; quizás… ilusiones, nuestros sueños… Sí, eso es, zarpará con sus bodegas repletas de nuestros sueños agazapados entre las mercancías.

    El balcón del piso es muy estrecho, apenas caben dos macetas con geranios y en verano una tomatera que siembra mi padre y la pone en una de las esquinas; sin embargo, por ser minúsculo no deja de ser importante para mí, es la puerta abierta a la entrada de los sueños y mi escape al mundo de la fantasía.

    Estaba muy cerca de Ricardo y con ambas manos ahuecadas sobre mis ojos simulaba estar observando con unos prismáticos y añadí:

    —Lo que más disfruto desde el balcón es ver cuando abren las bodegas del barco y junto con el aroma del aire nuevo, escapan, como por arte de magia, algunas hadas con cara de asombro.

    —¡Menos mal! Estos barcos traen algún que otro ser fabuloso. Los de aquí están extinguiéndose.

    —Tienes razón. ¿Dónde pueden vivir en nuestra ciudad las hadas, los gnomos y otros seres fantásticos?

    —Supongo que han ido adentrándose en las grietas y se pierden en el reino de lo subterráneo o ¡qué sé yo!, simplemente los barremos sin darnos cuenta —dijo Ricardo sin apartar la vista del barco.

    —En las raras ocasiones en las que llega un barco de Noruega estoy atenta a que abran las tapas de las escotillas; hasta las gaviotas se sorprenden al ver escapar de las bodegas el aire tan puro y frío que forma una fina escarcha sobre la cubierta y, casi siempre, salta furtivamente algún trol muy arropado quitándose inmediatamente los abrigos de encima y se esconde rápido en cualquier lugar oscuro.

    —¿Se queda escondido en el barco o baja a tierra? —pregunta Ricardo.

    —Se queda en el barco hasta que la última gaviota se va y un manto de sombras cubre el puerto, los empleados apagan las luces y cierran sus oficinas y los marineros van a dormir; es entonces cuando el trol sale pesado y torpe de su escondite, se despereza y baja despacio al muelle por la escalerilla e inicia la búsqueda de algún bosque frondoso donde vivir.

    —¡Imposible! lo que menos hay cerca de aquí son bosques frondosos…

    —El trol no lo sabe aún. Ni tan siquiera sabe dónde está. Así que, desamparado, camina y camina, y por más que camine no lo encontrará, conformándose, al fin, con algún jardincillo de alguna casa antigua. ¡Pobres! Además, ya nadie les teme.

    —Ni los miran tan siquiera. Me sorprende que los estibadores y marineros no se den cuenta de lo que ocurre a su alrededor, están absortos por su faenar rutinario y pesado. Tienen sus sentidos embotados.

    —¡Oh sí, como muchísima gente! ¡Ya no hay magia! O, mejor dicho, no hay tiempo para vivirla, ni tan siquiera para verla. ¿Sabías, Ricardo, que de Alemania vienen de vez en cuando algunos gnomos que también se ocultan rápidamente? —Después de una pausa continué diciéndole—: He llegado a la conclusión de que tendremos que preparar algún refugio en nuestras casas o en el parque para dar cobijo a esas criaturas.

    —Será muy divertido vivir nuevamente con seres fabulosos. —Después de un breve tiempo agregó entusiasmado—: ¡Ya está! ¿Por qué no vamos a mi casa y escribimos este cuento en el ordenador?

    —Me parece genial; me encanta escribir sobre eso. Los gnomos me gustan mucho, aun cuando prefieren vivir bajo la tierra.

    Estaba alegre y me reía de lo que comentábamos. Mientras me ponía el abrigo y la bufanda, pensaba: «¡Ojalá algún día mis padres puedan comprarme un ordenador!». Sabía que por los momentos no teníamos dinero para eso. Tras cerrar la puerta de la casa y retomar el tema de los gnomos le dije:

    —¡Hay una pega! Los gnomos estarán solos y aburridos mientras estemos en el cole. ¿Cómo haremos, Ricardo?

    —No te preocupes por esto, duermen muchas horas durante el día, además, a la mayoría de ellos les gusta hacer sus trastadas y jugar por la noche cuando estamos dormidos.

    De camino a su casa hablábamos animadamente sobre dónde esconder a los gnomos, el peligro de adoptar a un trol y el desbarajuste que causarán todos ellos y especialmente las hadas, que les gusta revolotear por todas partes y son desordenadas.

    Había mucho tráfico a esta hora y Ricardo tomó mi mano para atravesar corriendo la calle, luego, continuamos andando cogidos de la mano. Nunca había ocurrido, era maravilloso y todas las hadas revoloteaban ahora en mi cabeza impidiéndome pensar.

    2.- Una moneda particular

    Salgo de casa y bajo las escaleras corriendo. En la calle, encuentro las aceras atiborradas de gente. Van de compras o solo caminan observándolo todo como hago yo. Me gusta mezclarme en el animado bullicio del barri Gòtic, detenerme frente a cada uno de los repletos escaparates de las tiendas decoradas para la Navidad o escuchar a algún músico solitario, al que no puedo ponerle ninguna moneda en el sombrero porque usualmente no tengo.

    Hoy, como hago todos los años por estas fechas, caminaba hacia la catedral para ver el pesebre en el jardín del claustro. A medida que me acercaba a la calle de la Pietat, escuchaba más clara la melodía de una música nostálgica que me atraía. Caminé siguiendo el hilo de las notas y me detuve frente a un hombre joven y delgado que tocaba el violín; era mucho más alto que yo, vestido todo de negro, cara muy pálida, cabello negro, lacio y largo; escuchaba absorta las notas melancólicas que, suspendidas como motas de nieve en el aire gélido, hacía brotar de su violín. El violinista me miraba a los ojos. Hurgué en el bolsillo y encontré una moneda de un euro; me agaché y la puse dentro de la caja del violín abierta a sus pies. Levanté la vista y él seguía tocando y mirándome sin sonreír, pero sus ojos me transmitían afecto; di media vuelta y proseguí mi camino. Apenas empecé a caminar, cesó súbitamente la música y me volteé. El hombre caminaba hacía mí y al llegar a mi lado me dijo con un acento extranjero muy raro:

    —Estaba tocando solo para ti, Claudia. Gracias por la moneda que me diste. —Introdujo su mano en el bolsillo del abrigo y sacó algo—. ¿Te gusta esta? —Sin esperar respuesta agregó, esbozando una sonrisa y mirándome fijo—: Te la regalo, es de mi país.

    Me puso en la palma de la mano una pesada moneda que nunca había visto, parecida más a un medallón que a una moneda. Era de color gris verdoso, gruesa y en la cara que yo veía había una figura repujada de un dragón alado comiéndose la cola.

    —Muchas gracias. ¿De dónde eres? —pregunté manteniendo su mirada penetrante.

    —Vengo de Hungría, nací en una ciudad con muchos viñedos y buen vino llamada Tokaj, a orillas del río Tisza.

    —¿Cómo se llaman las monedas en tu país?

    —Se llaman forint, pero esta que te doy no es un forint, es más antigua, incluso mucho más vieja que el pengö, se acuñó en la época de Segismundo de Luxemburgo, rey de Hungría y Croacia, quien creó la Orden del Dragón. Guárdala, te traerá suerte. —Hizo una corta pausa y agregó con voz más baja—: Ahora es tu talismán y te guiará por los peligrosos y extraños caminos que tendrás que recorrer para recuperar los símbolos mágicos. Por cierto, me llamo István.

    —Me gusta cómo tocas, István, pero es muy triste tu música. —Me miraba ahora con una sonrisa más amplia—. ¡Muchas gracias por la moneda! Es muy bonita —le dije mirándola en mi mano, sin haber entendido a qué se refería con lo de los símbolos mágicos, y añadí—: ¡Feliz Navidad!

    —¡Feliz Navidad, Claudia! Isten veled!

    —¿Qué quiere decir Isten veled?

    —¡Dios sea contigo!

    Seguí calle abajo. Enseguida, la música triste del hombre pálido volvió a llenar la estrecha calle y me acompañaba envolviéndome en un aura de misterio; cada vez caminaba más despacio para seguir escuchando la música, no quería dejar de oírla. Al doblar una calle ya no la escuché más. Con la mano dentro del bolsillo de mi abrigo le daba vueltas a la moneda de la suerte de István, mi talismán. Presentía que esta extraña moneda me pertenecía, era un tesoro venido de muy lejos y al fin me encontró.

    Los Reyes me trajeron ropa; no exactamente la que había escogido, pero no estaba nada mal, aunque, como siempre, una talla más grande, «así te durará más. ¡Creces tan rápido!».

    Mis abuelos me regalaron unos prismáticos que ya no utilizaban y una brújula. La abuela Eugenia, al dármelos, me dijo:

    —Toma, mi reina, estos prismáticos. ¡Disfrútalos! Son muy buenos, casi nuevos. —Y después de una pausa continuó—: Desde el balcón puedes mirar los barcos que te gustan tanto.

    —Yo ya no los puedo usar —dijo el abuelo Antón, y me explicó, no sin cierta nostalgia—: El temblor de mis manos no me permite enfocar y la vista la tengo turbia.

    —Eso sí, la brújula es nueva —agregó la abuela—, úsala para tus excursiones, además, trae un lapicillo para las anotaciones de las rutas.

    Desde el balcón miro con frecuencia el barco repleto de sueños. Es un barco mercante grande, esbelto, con el puente de mando casi en el centro entre la proa y la popa, con

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